La humanidad frente al peligro latente de otra guerra mundial

 

01. Introducción

 

            Durante la llamada “guerra de los Balcanes” en 1999, la OTAN impuso militarmente a Serbia la segregación de su población oriunda de Kosovo, de mayoría étnica albanesa. Un territorio en disputa ubicado en la península de los Balcanes, al sudeste de Europa, con una superficie de 10.887 km² habitado por cerca de 2,2 millones de personas. Su capital es Pristina, que limita con Montenegro, Albania, Macedonia y la región de Serbia Central, y está compuesto por las regiones históricas de Kosovo y Metohija[1].

 

         Su historia más reciente se inicia el 1 de diciembre de 1918 con la modificación geopolítica surgida como resultado de la Primera Guerra Mundial, cuando ese país quedó integrado en el llamado Reino de los serbios, croatas y eslovenos, al que pocos días después se incorporó el Reino de Montenegro. Unión que se dio en llamar Reino de Yugoslavia, pero que al ser invadido por las potencias del Eje, en 1941, fue oficialmente abolido entre 1943 y 1945, pasando a predominar en su territorio el movimiento de lengua croata llamado Ustacha, que gobernó apoyado por Hitler durante la segunda guerra mundial en Croacia, Bosnia y Herzegovina, asesinando cientos de miles de serbios. Un proceso que, a caballo del odio entre serbios y croatas, signó el fin de Yugoslavia como país. 

 

         Tras el triunfo de las fuerzas aliadas y partisanas lideradas por Yosif Bros Tito en la Segunda Guerra Mundial, la formación geopolítica en la que los ciudadanos kosovares permanecieron integrados, en 1945 pasó a llamarse República Democrática Federal de Yugoslavia, denominación que al año siguiente cambio por República Federal Popular de Yugoslavia, hasta 1963 en que pasó a llamarse República Federal Socialista de Yugoslavia (RFSY), la de más larga duración en su historia, donde Kosovo.

 

         En 1989, el gobierno socialdemócrata serbio bajo la presidencia de Slobodan Milošević, suprimió la autonomía de la provincia de Kosovo. Desde entonces, las tensiones políticas entre Serbia y su provincia de tendencia separatista, han ido en aumento, hasta que ese conflicto se resolvió durante la Guerra de Kosovo entre 1998 y 1999, donde las tropas del Ejército de Liberación de Kosovo fueron derrotadas por el ejército yugoslavo y las milicias serbias. Este conflicto al interior de la República yugoslava, fue aprovechado por la burguesía internacional europea y norteamericana, que se coligaron militarmente a favor de los intereses separatistas kosovares.

 

         Pero no sin antes preparar ese premeditado enfrentamiento militar, tanto como para que ante la opinión pública internacional pareciera tan inevitable como justificado. Esta preparación quedó escenificada durante las negociaciones de Rambouillet, en las que los representantes de la coalición europeo-norteamericana se mostraron como “mensajeros de la paz” defraudados por la tozuda y “belicosa” Serbia. Y para ello, conscientes de su enorme superioridad bélica, le plantearon a ese país balcánico una propuesta que no pudiera aceptar: la práctica independencia de Kosovo, con su propio sistema constitucional y el ordenamiento autónomo de sus tres poderes, donde incluso el poder judicial yugoslavo no tendría jurisdicción sobre territorio Kosovar. Y todavía algo más intolerable que convertía al propio Estado Yugoslavo en un protectorado cuasi colonial:

<<El personal de la OTAN tendrá, junto con sus vehículos, buques, aeronaves y equipo, el paso libre y sin restricciones y el acceso sin obstáculos a lo largo de la República Federativa de Yugoslavia como asociados del espacio aéreo y aguas territoriales. Esto incluirá, sin limitaciones, el derecho de acceso, maniobra, y la utilización de los lugares o las facilidades requeridas para el apoyo, entrenamiento y operaciones>>.

 

            Tras el ya previsto fracaso de las negociaciones, el ex secretario norteamericano de Estado,  Henry Kissinger fue totalmente sincero acerca de semejante arrogancia imperial:

<<El texto de Rambouillet, que instó a Serbia a admitir tropas de la OTAN en Yugoslavia, fue una provocación, una excusa para iniciar los bombardeos. Rambouillet era un documento que ni un serbio inocente podría haber aceptado. Era un terrible documento diplomático que nunca debió haber sido presentado en esa forma>>

                                                                                               Henry Kissinger en: The Daily Telegraph

                                                                                                   

         La “honra” de aquél crimen de guerra que fue la guerra contra Serbia y se saldó con 12.000 muertos, recayó sobre quien por entonces fue Secretario General de la OTAN, el español “socialista” Javier Solana, miembro de la Ejecutiva del P.S.O.E. El mismo que 18 años antes, cuando en diciembre de 1981 el gobierno de la U.C.D. aprobó por mayoría en las Cortes, el ingreso de España en esa organización militar multinacional, junto a sus colegas como Felipe González, Alfonso Guerra y tutti cuanti en ese partido, mantuvieron aquella hipócrita consigna: “OTAN: de entrada no”, prometiendo que cuando fueran gobierno convocarían un referéndum para salir de ese engendro. Promesa que tras su abrumadora victoria electoral en octubre de 1982 y ya como flamante presidente del gobierno, “Felipillo” dejó pasar cuatro años a ver si el tiempo aletargaba la memoria popular. Hasta que cuando en 1986 finalmente decidió convocar el referéndum, el P.S.O.E. sin fisuras en sus filas propuso que se vote justamente lo contrario, aun cuando con la vaselina de algunas condiciones “moderadoras”, perfectamente compatibles con la esencia  política belicista imperante en esa alianza militar europeo-norteamericana[2]. El resultado del escrutinio con un 52,4% de los votos a favor, fue que de una OTAN de entrada no, se pudo pasar a una OTAN de salida tampoco.

 

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[1] La historia de este pueblo que ha venido habitando el territorio de Kosovo, de mayoría étnica albanesa, remonta sus antepasados más originarios, los llinios, a la edad del bronce.

 

[2] Dichas condiciones fueron: 1) La participación de España en la Alianza Atlántica no incluirá su incorporación a la estructura militar integrada. 2) Se mantendrá la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en territorio español. 3) Se procederá a la reducción progresiva de la presencia militar de Estados Unidos en España.