¿Qué es la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio?

 

<<Una enfermedad endémica contraída por la humanidad en la edad del hierro, cuando quedó dividida en clases sociales, explotadoras y explotadas, opresoras y oprimidas. Desde aquellos tiempos hasta hoy en la más desarrollada y moderna sociedad capitalista, los estragos y sufrimientos periódicos causados por el flagelo de esta dolencia, no han hecho más que aumentar multiplicándose cada vez más aceleradamente, hasta tornarse cuasi permanentes. Tan cierto es esto como que desde la Revolución francesa, la “democracia” en cada país nunca pasó de ser un férreo contubernio despótico y corrupto entre las instituciones económicas, políticas, judiciales, militares y religiosas de la clase explotadora, que hacen a lo que se conoce por Estado nacional. ¿Cuál ha sido y es el germen patógeno trasmisor de esta epidemia? La competencia por detentar el poder entre distintas  fracciones de la clase propietaria, ya sea al interior de cada país o entre distintos países a lo largo y ancho del Planeta. Una sorda disputa que suele resolverse mediante guerras civiles nacionales y conflagraciones internacionales, tanto más destructivas y genocidas cuanto mayor es el grado de desarrollo científico-técnico aplicado a la industria de las armas>>. GPM.

 

01. Introducción

         El último de tales adelantos para fines bélicos, ha consistido en incorporar a los armamentos la técnica de los automatismos informáticos. Según reportó la agencia de noticiasInter Press Service, desde 2004 las FF.AA. de los EE.UU. se han venido dedicando a sembrar el terror sobre la población de países como Afganistán, Yemen o Paquistán, incursionando en esos territorios para cometer asesinatos masivos, utilizando hábiles operadores de ordenador a sueldo. Instruidos desde pequeños en el juego de “matar” figuras animadas de apariencia humana sobre una pantalla de video, hoy son puestos al mando de consolas con capacidad de mover aviones no tripulados portando misiles de verdad, dirigidos por control remoto para deflagrar distantes a miles de kilómetros, entre la base aérea de la CIA en el Estado de Nevada y el pueblo pakistaní de Waziristán, por ejemplo. Se les ordena disparar con milimétrica precisión sobre presuntos “enemigos” del pueblo norteamericano, —muchos de ellos niños— la carga mortal que portan esos aviones teledirigidos:

<<Ya sabemos que el presidente Obama (a la sazón premio nobel de la paz) visita diariamente a su bunker subterráneo para señalar los blancos de sus drones y ordenar el asesinato de quien a él le parece oportuno asesinar, cuando a él le parece y donde a él le parece>>. (Thierry Meissan en: http://www.voltairenet.org/article187053.html#nh1. Lo entre paréntesis nuestro).  

 

        Es lo que en la jerga del “complejo militar-industrial” norteamericano se conoce ya por guerra a distancia. Según el estudio del Bureau of Investigative Journalism —realizado conjuntamente con la Organización Amnistía Internacional, el grupo Reprieve y el Centre for Civilians in Conflict, en lo que va del año 2.015 los EE.UU. asesinaron en Pakistán a 2.379 personas, de las que sólo 704 han podido ser identificadas y de ellas 84 fueron conocidas como miembros de al-Qaeda, o sea únicamente un 4%. Para tal fin fue preciso un presupuesto anual de más de 10.000 millones de dólares. Así es cómo actúa el UsSoCom (United States Specials Operations Command (Mando  de Operaciones Especiales de Estados Unidos). Es ésta una institución militar estatal que interviene ilegalmente en 78 países, sobre todo en Pakistán, Afganistán y Yemen, supuestamente para “eliminar la amenaza terrorista”, cuando en realidad bajo cuerda se trata de promover un negocio de pingües ganancias para unos pocos criminales de guerra, accionistas mayoritarios de poderosas empresas petroleras y de la industria bélica, como es el caso de las familias Bin Laden y Bush emparentadas por ese compartido interés, copropietarias de Raytheon Company, el quinto mayor fabricante mundial de armas perteneciente al Grupo Carlyle, propietario de Applus, otra multinacional dedicada a la industria de la destrucción y la muerte masiva, que también está localizada en España.

 

         Del mismo modo quiso una de esas casualidades en la historia, que las más grandes fuentes de petróleo en el Mundo yacieran bajo la tierra que todavía siguen pisando a sus anchas, acaudalados jeques árabes y ayatolas islámicos al mando despótico en sus respectivos países, cuyos míseros e ignorantes súbditos son debidamente adoctrinados en la idea de que, quienes se inmolan matando a los “enemigos del Islam”, tengan reservado a perpetuidad el mejor y más confortable sitio en el paraíso. Y en lo que respecta al negocio de la guerra en la disputa por el “oro negro” entre verdaderos crápulas genocidas, cabe decir, paradójicamente, que la llamada “yihad” ha sido y sigue siendo el único pretexto que las usinas ideológicas de los EE.UU. han venido esgrimiendo, para poder acusar al “terrorismo islámico” de lo acontecido en New York aquél fatídico 11 de setiembre de 2001. Todo lo que se ha venido investigando y difundiendo al margen de las instituciones oficiales acerca de aquella espeluznante matanza, no ha hecho más que arrojar una luz cada vez más reveladora y convincente, tanto sobre sus verdaderas causas materiales como sobre quienes la organizaron, dirigieron y rentabilizaron económica y geopolíticamente, con claros fines gananciales al exterior de sus propias fronteras nacionales. Las sucesivas y no menos criminales intervenciones militares más recientes de los EE.UU. en Irak y Afganistán, Yemen, Libia, Egipto y Siria, no han hecho más que confirmar este aserto. Se trata de una política exterior de intervención militar imperialista —tan precisa como pragmática—, que los yanquis han venido aplicando desde los tiempos del panarabismo liderado por el nacionalista egipcio Gamal Abdel Nasser, combatido a muerte por el pecado de haberse acercado a la ex URSS durante los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Y para eliminar a ese “eje del mal” financiaron secretamente al panislamismo más fanático, creando de la nada organizaciones ad hoc como al-Qaeda y promoviendo su expansión por todo el Medio Oriente, con centro de irradiación política zonal en Arabia Saudí, país hasta hoy aliado político suyo “incondicional”. Se trata del mismo extremismo religioso, patriarcal, despótico y corrupto, que ahora evocando al aprendiz de brujo, se ven contradictoria y peligrosamente necesitados de combatir[1].

 

        Sucede con las religiones, tanto en el yihadismo como en el cristianismo y el judaísmo, que sus respectivos cleros predominantes en cada país —íntimamente vinculados a las diversas instituciones políticas y militares en sus respectivos países—, se disputan el alma y la voluntad de las más ignorantes y míseras poblaciones creyentes que habitan el Planeta[2]. Se trata en el fondo del mismo embrutecimiento al que apelan las usinas ideológicas del capital financiero internacional, ávido de colocar sus fondos prestables con fines especulativos redituables, en los países de más bajo desarrollo económico relativo no productores de petróleo. Una política de resultado a la postre humanamente catastrófico, que desde fines de la Segunda Guerra Mundial se puso allí en marcha desencadenando una dinámica desarrollista industrial a crédito, sin posibilidades reales de ser solventada con los propios recursos económicos y financieros en esas regiones más pobres del Mundo. Tomemos el ejemplo de la creación allí de una industria del montaje de automóviles. Los capitales y la tecnología deben proceder, naturalmente, de las grandes empresas industriales oligopólicas radicadas en los países de más alto desarrollo económico relativo. Por su parte, el país sub-desarrollado receptor neto de tales recursos industriales, debe sufragar sus gastos —muy elevados— en infraestructura viaria (carreteras y ferrocarriles), empleando para ello buena parte de su ahorro interior, generalmente pobre y muy necesario, para mantener a otros sectores de su economía, como es el caso de la agricultura o los transportes públicos. Si bajo tales condiciones ese país carece de petróleo o no produce suficiente cantidad, el mantenimiento de la circulación automovilística privada, aunque limitado a un sector relativamente reducido de su población, no deja de incrementar la factura petrolera del Estado y, por tanto, su endeudamiento con el  exterior, que bajo tales circunstancias no deja de ser creciente. El caso se repite con otros bienes de consumo durable, que también se importan del extranjero para satisfacer las necesidades de una minoría relativa (televisores, lavadoras, frigoríficos, etc.). Así las cosas, el endeudamiento de los países pobres con los ricos prestamistas se acrecienta. Más aún si a ello se le añaden las compras de armamento necesario para la defensa de sus fronteras y seguridad interior.

 

        En este punto del ejemplo, es necesario destacar una característica fundamental que hace a la naturaleza propia del capitalismo en cualquier parte, y es que a la salida de una recesión económica, guerra o catástrofe natural, cuantas más pérdidas materiales y humanas hayan ocasionado tales eventos, más se afianza o arraiga el sistema capitalista en la sociedad. Esto es así, en razón de que tales desgracias alejan el horizonte de próximas crisis, que periódicamente interrumpen el proceso de acumulación de capital. Para comprender esta proposición basta con tener en cuenta que: 1) el capital acumulado sólo puede prosperar a expensas del salario colectivo, según aumenta la productividad del trabajo[3]; 2) la jornada de labor no puede exceder las 24 horas diarias y, 3) el progreso de la productividad, se manifiesta en que cada vez menos asalariados puedan poner en movimiento, un número mayor de más eficaces y costosos instrumentos de trabajo, por unidad de tiempo empleado en la producción. De estas condiciones típicas del capitalismo se desprende, matemáticamente, que según progresa la productividad del trabajo, los sucesivos márgenes de ganancia obtenidos a expensas del salario, aumentan pero cada vez menos, hasta que se agotan las posibilidades de sucesivos incrementos y las llamadas crisis periódicas de superproducción de capital, estallan. Fenómeno que se produce cuando la propia dinámica del sistema pone límite absoluto a la generación de ganancias crecientes que excedan el costo de producirlas. Requisito éste último sin el cual, la producción de riqueza no resulta rentable y el sistema entra en recesión. Según esta lógica históricamente probada, es fácil comprender que, tanto las crisis como las guerras y las catástrofes “naturales” —deliberadamente provocadas—, vivifiquen al capitalismo retrotrayéndolo en el tiempo a una etapa anterior de su desarrollo económico; lo lanzan tanto más atrás, cuanto más estragos materiales y humanos provoquen tales eventos destructivos y mortales. Pero lo que no pueden lograr tales crisis, guerras ni catástrofes, es que por efecto de la competencia económica, retroceda el desarrollo científico técnico incorporado a los nuevos medios de producción. Así las cosas, al inicio de cada sucesivo proceso de acumulación que supera el ciclo económico anterior, se reanuda el siguiente que necesariamente deberá operar con un progreso técnico y grado de explotación del trabajo superior, respecto al existente previo al momento de su última interrupción. Así las cosas, el horizonte que dista para llegar a cada crisis económica periódica e interrumpe el proceso de acumulación, se torna cada vez más próximo en el tiempo. Y los sucesivos períodos cíclicos de recesión económica devienen más extensos, dolorosos y difíciles de superar. Una dinámica recurrente que ha venido presidida por la tendencia periódicamente decreciente de la Tasa General de la Ganancia Media, como relación porcentual entre los réditos obtenidos y el costo en términos de capital invertido en producirlos:

<<La tasa de ganancia, es decir, el incremento proporcional de capital (o plusvalor respecto del capital invertido) es especialmente importante para todas las derivaciones nuevas de capital (empresas, es decir, lo que hoy día se conoce por el vocablo "emprendedores") que se agrupan por su cuenta de manera autónoma. Y en cuanto la formación de capital cayese exclusivamente en manos de unos pocos grandes capitales definitivamente estructurados, para los cuales la masa de la ganancia (plusvalor) no compensara la tasa de la misma (como relación con el capital en funciones), el fuego que anima la producción se habría extinguido por completo. La tasa de ganancia (siempre que sea creciente) es la fuerza impulsora de la producción capitalista, y solo se produce lo que se puede producir con ganancia (creciente) y en la medida en que pueda producírselo con (ese margen de) ganancia>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XV Aptdo. III. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros).

       

        Precisamente a raíz del incesante y cada vez más más rápido desarrollo científico-técnico incorporado a los instrumentos de producción en los países de más alto desarrollo económico relativo, un número cada vez mayor de esos medios de trabajo es movido por un cada vez menor número de operarios, de lo cual resulta que la ganancia global —creada por el trabajo asalariado— aumenta, pero cada vez menos, mientras el gasto en producirla se incrementa cada vez más. Así, hasta que se alcanza el punto preciso en que el proceso de explotación se aletarga, porque los incentivos para producir riqueza con ganancias crecientes, desaparecen. El último de estos episodios todavía en curso conocidos por “ondas largas recesivas”, comenzó a insinuarse desde principios de la década de los años 70 el pasado siglo, cuando el desarrollo económico mundial acelerado por la más alta productividad del trabajo, determinó que el progreso de la acumulación de capital global estuviera  muy cerca de alcanzar su límite máximo, junto a la creciente demanda de petróleo, cuyo precio en 1974 llegó a cuadruplicarse, al mismo tiempo que la deuda de los países en vías de desarrollo a crédito de las grandes potencias imperialistas, se tornaba imposible de solventar con sus propios recursos financieros.    

 

        Bajo tales circunstancias, la balanza de ingresos y pagos respecto del exterior en esos países de menor desarrollo relativo no productores de petróleo —que venía siendo crecientemente deficitaria y alcanzó una decena de miles de millones de dólares en 1974—, seis años después, en 1980, llegó a los 70.000 millones hasta rebasar los 330.000 millones el año siguiente. Esto se explica por la tendencia de los países imperialistas, a colocar sus excedentes de riqueza y dinero a crédito, manteniendo la solvencia de los mercados en los países dependientes cada vez más endeudados, hasta provocar en ellos el colapso de su economía. La expansión del crédito internacional en los momentos previos a las grandes crisis, siempre ha sido coherente con la política neokeynesiana expansiva de huida hacia adelante con fines gananciales, conduciendo a los países deudores menos desarrollados no productores de petróleo, a situaciones insostenibles, cuyas clases dominantes acaban descargando las fatales consecuencias de esa política, sobre sus mayorías sociales más pobres de condición asalariada. Por entonces, el Amex Bank (American Express) previó, que la deuda de estos países con la banca privada internacional —habiendo alcanzado ya los 150.000 millones de dólares a fines de 1980—, pasaría en 1986 a ser de 800.000 millones.

 

        Teniendo en cuenta semejante previsión, el 30 de setiembre de 1980 quien ocupaba en ese momento la presidencia del Banco Mundial, Robert S. McNamara, declaró que:

<<La solución más sabia para determinados países importadores de petróleo podría consistir en restringir sus importes prestados y aceptar (disminuyendo su deuda externa) una desaceleración de su crecimiento (o sea, desinversión interna, paro masivo, miseria y austeridad) durante algunos años, esforzándose al mismo tiempo por reducir el déficit de sus transacciones corrientes (disminuyendo las importaciones) reforzando (así) su solvencia y su capacidad para asegurar el pago de su deuda (con los países imperialistas)>>. (Citado por C. Lewis “El tercer mundo frente a las nuevas cañoneras”. En revista “Inprecor”  Nº 20 Marzo/1981 Pp. 14. Lo entre paréntesis nuestro)     

 

        Desde luego que los capitalistas de los países comprometidos en ese negocio, hicieron oídos sordos a tal advertencia, tanto los vendedores como los compradores a crédito de tales recursos. Subidos ambos todavía cómodamente como estaban, al carrusel que, de momento, les proporcionaba pingües beneficios. Y así prosiguieron, cabalgando a lomos de la deriva que inevitablemente desembocó en el crack bursátil aquél fatídico 19 de octubre de 1987, preanunciando la depresión económica mundial que se prolongó entre 1989 y 1994. Al no compensar el mayor gasto en capital exigido para producirla, una creciente masa de ganancia en forma de dinero líquido se desvía de la producción hacia la especulación, entre otros a los mercados inmobiliarios y/o bursátiles. Durante los meses previos al estallido de aquella crisis, la fuga de capital dinerario hacia la compra especulativa de acciones en la bolsa de valores de los principales países capitalistas, ha sido calculada en 1,8 billones de dólares. Esta formidable presión de la demanda de títulos, hizo aumentar el precio de todos ellos, aun cuando unos lo hicieron más que otros. Estos movimientos objetivos del capital son aprovechados por los Estados burgueses en secreto acuerdo con los grandes conglomerados económicos implicados, para expropiar a las clases subalternas de sus ahorros. Durante los meses previos al crash de 1987 —tal como volvió a ocurrir en España desde principios de 1998— ante el silencio cómplice de los partidos políticos y de las dirigencias sindicales, las grandes empresas capitalistas británicas hicieron profusas campañas de prensa y televisión, exaltando las bondades del llamado "capitalismo popular" para canalizar el ahorro de buena parte de las capas medias. La política de privatización de empresas del sector público ha sido un intento político deliberado, antisindical y anti obrero, para hacer entrar a un buen número de asalariados —activos y jubilados— en el mismo circuito. Quince días antes del "crash" la extinta señora Tatcher hablaba de "la verdadera revolución inglesa", afirmando que: "por primera vez hay más obreros accionistas que sindicalistas". Quince días después, muchos pequeños accionistas desearían sin duda no serlo. Según la memoria de la Bolsa de Madrid, el ahorro familiar en valores bursátiles durante 1997 aumentó en casi cuatro billones y medio de pesetas, curiosamente, un valor equivalente al desembolso del capital privado para comprar las 25 empresas del Estado español, que el gobierno del Partido Popular bajo la presidencia del inefable José María Aznar, vendió al capital privado siendo por entonces ministro de economía Rodrigo Rato, el mismo que el 20/04/2015 fue imputado por fraude fiscal, alzamiento de bienes y blanqueo de capitales. Muchos de los pequeños ahorristas que aquél año de 1998 y a última hora, se incorporaron al carrusel del capitalismo popular especulativo —montado por el Estado español y las grandes empresas beneficiarias de la liquidación del patrimonio público—, todavía recordarán aquél 19 de octubre  como una fatídica fecha:

<<El gobierno (del Partido Popular), que en los últimos dos años había vendido 25 empresas del Estado por un valor superior a los cuatro billones de pesetas, enlazaba una oferta pública (de acciones) con otra, aprovechando una coyuntura de ensueño y buscando ampliar esa capa social (de pequeños ahorradores) en Bolsa, para sustentar la tesis del capitalismo popular tantas veces anunciado. Los datos económicos de inversión y consumo, las previsiones de beneficios en las empresas, la mejora del desempleo, junto con la iniciativa bancaria, han logrado que la demanda de acciones haya superado a la oferta en todas las operaciones (logrando que su cotización se pusiera por las nubes)>> ("El País": 30/08/98 pp. 43. Lo entre paréntesis nuestro).

 

        Tal era la euforia que se respiraba en la Bolsa de Madrid en julio de 1998. Tres meses después, el patrimonio de las 35 mayores empresas radicadas en el Estado español, se cotizaba en diez billones de pesetas menos, porque sus grandes propietarios —que habían comprado las 25 empresas públicas—, se pusieron de acuerdo para vender sus títulos en el momento de su mayor cotización, que así su precio se desplomó, dejando a miles de aquellos incautos pequeños ahorristas en la ruina[4].

 

        Al estallido de aquella crisis en octubre de 1998, le sucedió una situación de insostenibilidad económica del equilibrio en todo el Planeta, todavía más desesperada en los países de menor desarrollo relativo, lo cual indujo a que las mayorías sociales asalariadas del Oriente Próximo, canalizaran su desgracia —convertida en acción contestataria—, por la vertiente de distintas religiones con implicancias políticas consustanciales a todo fanatismo confesional, enconado y violento, tan común a todas las jerarquías eclesiásticas, ya sean judías, cristianas o musulmanas. Y aunque parezcan más sinceras estas últimas, que no van por ahí pregonando la paz mientras conspiran para la guerra, sino que abiertamente proclaman la Yihad o “guerra santa”, con su consigna de “muerte a los Infieles” que no comparten su misma religión y no adoran a su mismo Dios, en realidad todas ellas son igual de hipócritas. Porque la verdadera causa que les enfrenta, no radica en sus diferencias doctrinales acerca de quién es el verdadero Dios, sino en sus distintos intereses materiales de castas sacerdotales, compartidos con sus respectivas burguesías nacionales. Las inconfesables ambiciones de riqueza y dominio social que ciegan a sus líderes empresariales y políticos en distintos países, han podido siempre más que su común espíritu adscripto a una misma religión. Hasta el extremo de dividir el movimiento de una misma confesión religiosa, en fracciones enfrentadas por países, como es el caso de la animadversión entre los musulmanes de Arabia Saudí e Irán, por ejemplo, con probables implicancias belicistas internacionales extendidas. Con esto queda demostrado, una vez más, que las creencias religiosas no han sido más que oportunos pretextos, para encubrir las verdaderas causas —económicas— de las guerras, en el inconsciente, ingenuo y estúpido espíritu de los creyentes, que así es como acaban siendo sus víctimas propicias. Para ello no hace falta más que indagar, acerca del escándalo en torno al reparto rapiñoso que se vino haciendo del dinero recaudado por el Instituto para las Obras de la Religión (IOR) del Vaticano, entre las cuentas corrientes personales de sus más altas potestades eclesiásticas.  

 

        Dicho esto en un apretado pero no menos fiel y fácilmente comprensible relato de los hechos, a ver de dónde sale no digamos ya el listillo y arrogante liberal gran burgués, sino el oportunista político defensor del pequeño explotador de trabajo ajeno —aspirando siempre a más—, capaz de probar irrefutablemente, 1) que pueda existir competencia sin propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio y 2) que muy por debajo de la disputa manifiesta en cada país entre distintas jerarquías políticas y religiosas, por reclutar el mayor número de incautos a su servicio, no bulla oculto el magma de la competencia económica que, como en cualquier volcán dormido, siempre acaba estallando en forma de guerras civiles cada vez más destructivas y genocidas, donde invariablemente aparecen más o menos implicados terceros países, entre ellos potencias imperialistas en pugna por su dominio, como es el caso de hoy día en Siria, Yemen, Nigeria, Sudán del Sur, Libia, Afganistán e Irak. Cuando no directamente confrontados generando guerras internacionales aún más letales y desastrosas, entre bloques político-militares en que los capitalistas se dividen y combaten por territorios y poblaciones, con fines de explotación y ganancias crecientes, de los cuales nos ocuparemos de forma  breve seguidamente.

 



[1] Poema de Goethe donde se imagina a un aprendiz de brujo, que en ausencia ocasional de su maestro aprovecha para dar vida a una escoba cuyo trabajo consiste en verter agua sin cesar, para limpiar el estudio común a ambos. Pero al haber olvidado las palabras mágicas para detener el hechizo a tiempo, el aprendiz rompe la escoba, que entonces se multiplica y casi provoca una inundación, de no ser porque afortunadamente para él, llega su maestro para evitarlo.

[2] Es el caso, por ejemplo, de los capellanes encargados de mantener viva la fe cristiana y difundirla en instituciones seculares como colegios, unidades militares (capellán castrense), barcos, prisiones (capellán penitenciario), hospitales, universidades, departamentos de policía, parlamentos, etc. Tradicionalmente, se denomina "capellanes" a los miembros de alguna rama de la fe cristiana (por ejemplo pastores, reverendos o ministros) que se encargan de pronunciar sermones en los lugares ya mencionados; o bien, a los eclesiásticos o sacerdotes que ofician la misa en la capilla u oratorio. En ocasiones, éstos gozan de rentas de una capellanía (aunque no siempre es así), o prestan un servicio a un particular a cambio de un estipendio, como parte del servicio doméstico en su sentido más amplio de una casa. Para comprobar fehacientemente los fuertes vínculos entre la iglesia católica y las FF.AA., basta con asistir a las procesiones durante la llamada “Semana Santa” con sus acordes marciales, como la orden militar del Santo Sepulcro.   

[3] Si como es cierto que el valor de los productos elaborados industrialmente viene determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlos, el salario colectivo en general, queda determinado por la parte o fracción de la jornada de labor, en que el asalariado produce mercancías por el equivalente a su salario pactado con sus patronos. Así las cosas, lo que resta del tiempo de cada jornada, es trabajo realizado por el asalariado que se materializa en productos, cuyo valor excede al salario. O sea, es un plusvalor que sus patronos se embolsan y capitalizan.

[4] Otro tanto sucedió en 2012, cuando los directivos de Caja Madrid —convertida en “Bankia” bajo la Presidencia del mismo Rodrigo Rato—, falsificaron la realidad de sus cuentas de resultado al alza, para arrastrar engañosamente tras esa euforia a miles de ahorristas que compraron “acciones preferentes”, hasta que cuando se supo la verdad del engaño ya era para ellos demasiado tarde.