06. Socialismo pequeñoburgués y Socialismo revolucionario

 

         Según sostiene este señor, todo crecimiento económico sólo es posible, bajo un régimen de propiedad privada irrestricta sobre los medios de producción y de cambio. Como cuadra en un intelectual de la burguesía. Así termina el texto de su autoría citado en este trabajo, donde niega implícitamente que el sistema socialista —tal como lo concibieran Marx, Engels y Lenin, pueda superar al capitalismo en eficacia económica y progreso.

 

         Por lo visto, este “científico social” —también forjado a la medida del pensamiento único burgués en las usinas ideológicas del sistema capitalista— con celosa disciplina omitió analizar desprejuiciadamente, por qué y cómo pudo la Rusia soviética, haber demostrado el pujante desarrollo económico que alcanzó, después de sobrevivir a los desastres de la primera guerra mundial, y seguidamente triunfar en la no menos desastrosa guerra civil, desatada en su territorio entre 1918 y 1923, financiada y apoyada logísticamente por las principales potencias capitalistas del Planeta.

 

         El socialismo revolucionario en la Rusia soviética, emergió de semejante marasmo económico mediante la Nueva Política Económica o capitalismo de Estado proletario, que comenzó a implementarse en mayo de 1921, tras haber sido sofocadas las rebeliones en Kronstadt y Tambov. ¿Por qué pudo sobrevivir? Es muy sencillo de explicar. El capitalismo hunde las raíces de su subsistencia como sistema de vida, NO en la promoción del progreso material sostenido y pacífico de la sociedad humana, sino en el recurso periódico a la destrucción sistemática de riqueza creada, a la miseria humana integral y a la muerte masiva, tal como se pone de manifiesto durante las crisis de superproducción y las consecuentes guerras para superarlas. Es un sistema de vida cada vez más autotanático, cuya finalidad primordial no consiste en producir riqueza para los fines del consumo en toda la sociedad humana, sino ganancia para los fines de su acumulación por parte de una minoría social, propietaria de los medios de producción y de cambio.

 

         Desde 1997 hemos explicado reiteradamente, siguiendo a Marx, por qué causa el modo de producción capitalista conduce inevitablemente a las crisis periódicas. Ese problema insoluble para la burguesía y sus intelectuales —orgánicos e inorgánicos— ha sido superado por el socialismo democrático revolucionario. Y ha podido demostrarlo rotunda y fehacientemente por primera y única vez, entre 1920 y 1935.  

        

         Muy por el contrario, el capitalismo no ha hecho más que sumir a la humanidad en un proceso de  crisis periódicas y guerras sucesivas cada vez más devastadoras. Muy especialmente durante su etapa tardía o postrera del capitalismo imperialista, donde de crisis en crisis masas cada vez mayores de capital sobrante han pasado a manos de unas pocas grandes empresas, determinando así que la libre competencia del capitalismo temprano cediera el paso a la competencia oligopólica, y la exportación de mercancías fuera cada vez más sustituida por la exportación de capitales. Fenómeno éste que se presentó, tras una sucesión de crisis económicas periódicas, causadas por ganancias insuficientes respecto del cada vez mayor coste en capital invertido para producirlas. Un capital en funciones que, de tal modo, no puede dejar de aumentar, expoliado por la exigencia de una creciente productividad del trabajo, es decir, un cada vez mayor gasto en maquinaria por cada obrero empleado, para obtener una ganancia que así, aumenta cada vez menos.    

 

         De esta forma, el sistema deriva inevitablemente hacia lo que Henryk Grossmann en 1929, siguiendo también a Marx, ha dado en llamar sobresaturación permanente de capital. Una situación que, por falta de rentabilidad que justifique la inversión productiva creciente, el capital invertido en la industria va siendo paulatinamente sustituido por la inversión puramente especulativa, como medio cada vez más predominante de acumular capital, no ya en medios de producción sino en dinero, y no mediante la ganancia en el aparato productivo de cada empresa, sino la tasa de interés en los mercados financieros. Y no a expensas del proletariado, sino de unos capitalistas en beneficio de otros. Una actividad lucrativa tan parasitaria como las rentas petrolíferas. Este es, según Marx, el…

<<…caso en que [como durante la crisis de 1866] es acumulado más capital del que puede colocarse en la producción [porque no resultaba redituable]. Por tanto, los préstamos al extranjero, etc. En una palabra, las inversiones con fines de especulación>> (K. Marx: Mehrwertteheorien” (“Teorías sobre la plusvalía”. Libro II Pp. 252. Citado por H. Grossmann en: “Teoría de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista” Ed. Siglo XXI/1979 Pp. 338. Lo entre corchetes nuestro)

 

         En este  mismo sentido, no es menos elocuente el pasaje de Marx citando al “Reynolds’ Newspaper” (Nuevos papeles de Reynolds) el 20 de enero de 1867:

<<En este momento, mientras mueren de hambre y frío obreros ingleses con sus mujeres e hijos, se invierten millones de dinero inglés en préstamos a Rusia, España, Italia y de otras nacionalidades extranjeras>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Vol. 3 Pp. 835 Ed. Siglo XXI/1980)

 

            Así las cosas, según progresa la acumulación de capital productivo en el Mundo, y partes crecientes de él en los países más ricos se tornan supernumerarias y ociosas —por falta de rentabilidad suficiente—, la tasa de interés que reditúa el especulativo préstamo a término de capital dinerario —alternando con la compra-venta de acciones en bolsa y la especulación con determinadas materias primas—, son actividades que prevalecen cada vez más sobre las ganancias del capital invertido en la producción de riqueza; al mismo tiempo que los parásitos usureros desplazan al antiguo productor capitán de industria. Aquí radica el principio activo que tiende al colapso del sistema, poniendo en evidencia ese infundio de que sin competencia intercapitalista, no puede haber desarrollo industrial que impulse al progreso económico.

 

         Los aparatos ideológicos del capitalismo en todo el Mundo, se han venido empeñando en inculcar la especie de que el único motor de todo progreso económico, es la competencia entre empresas propietarias de los medios de producción, esfuerzo que han venido redoblando inmediatamente después de que Marx publicara su obra central, demostrando la falacia de ese pensamiento. Y con esos mismos embelecos, desde fines del siglo pasado los catedráticos de universidad se afanaron en pronosticar el principio del fin de la URSS, atribuyéndolo a 1) haber sustituido la democracia representativa y la competencia intercapitalista, por la democracia revolucionaria directa y la colaboración social y 2) haber reemplazado la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, por su colectivización.

 

         ¿Cómo explicar, entonces, que el producto interior bruto de ese país entre 1920 y 1935, pudo crecer 4.142 veces, pasando durante ese período de las 14 décimas porcentuales en 1920, al 5,8% en 1935? Pero sobre todo, ¿cómo ha sido posible semejante logro, en medio de los cuantiosos desastres materiales y pérdida de vidas humanas provocadas por la guerra civil —que desató el zarismo residual apoyado por el capital imperialista— entre 1919 y 1922? ¿Cómo pudo hacerlo si, además, para ello debió sobreponerse a los efectos de la recesión económica mundial que siguió a la gran crisis de 1929? ¿Cómo si no fuera porque el socialismo revolucionario democrático demostró ser un sistema de vida superior al capitalismo? 

        

         No vamos aquí a extendernos sobre las verdaderas causas que han estado en el origen que acabó colapsando a la URSS en 1989, porque ya lo hemos hecho en el trabajo que vamos editando por entregas titulado: “Marxismo y Stalinismo a la luz de la historia”. Simplemente decir aquí, que esa experiencia revolucionaria que lo fue entre octubre de 1917 y enero de 1924, no acabó fracasando sesenta y cinco años después por causas económicas, sino estrictamente político-burocráticas. O sea, no por haber sustituido a la propiedad privada y a la competencia intercapitalista por la propiedad colectiva y la colaboración social, sino por causa de la burocratización totalitaria y corrupta del Estado socialista, que corrompió al país entero de arriba abajo, desde la cúspide política hasta su base social; como que “todo pescado comienza a pudrirse por la cabeza”. Y la cabeza de ese pescado en la URSS, ha tenido un nombre: stalinismo.

 

         ¿Qué fue y sigue siendo el “chavismo” en Venezuela? Un copia del nacional-socialismo en Italia y del peronismo en Argentina, con rasgos parecidos al felipismo en España. Regímenes políticos tan proclives al despotismo parasitario y corrupto —más o menos disimulado—, como los de sus colegas de la “derecha” representantes del gran capital, con quienes alternan en el ejercicio del poder sobre las instituciones políticas del sistema, a instancias de las elecciones periódicas.  En el fondo, ni más ni menos que como ha resultado ser el burocratismo institucionalizado por el stalinismo en la ex URSS, pero sin Stalin.

 

         ¿Y qué es “Podemos”? Poco más o menos de lo mismo. A sus dirigentes se les nota el plumero a la legua. Una evidencia que sólo puede pasar desapercibida, por quienes como bien observara Hitler en Mein Kampf —haciendo buen usó de ese recurso gratuito—, suelen dejarse llevar por los sentimientos y las sensaciones, sin atinar a ver más allá de sus propias narices.

 

         Ahora acabamos de informarnos, que tanto el P.S.O.E. como “Podemos” están coincidiendo en la engañapichanga de impulsar la renovación del “Pacto constitucional” que, al parecer, el P.S.O.E. sólo limita a cuestiones territoriales y al status político de las distintas comunidades autónomas, en tanto que “Podemos” extiende esa “renovación” del sistema, a  la revisión de diversos aspectos constitucionales en el capítulo III dentro del Título I, concernientes a la distribución de la riqueza, la protección de la mediana y pequeña empresa, otorgación de una “renta básica” para los pobres; aumento de los ingresos y del consumo como incentivo de la producción; edad de jubilación a los 60 años; aumento de la productividad etc. (Art. 40); aumento de los impuestos a las grandes fortunas, etc. Como si todo eso estuviera disponible por el sistema económico capitalista en todo momento, a falta de la decisión política correspondiente. Sobre esto ya hemos incursionado en: http://www.nodo50.org/gpm/Podemos/00.htm

 

         Los cuatro máximos líderes que han sido aupados a la dirección de esa formación política durante la reciente convención, como “doctores en ciencias políticas” para el ejercicio de lo que Gramsci definió como pequeña política —la de andar por casa de la burguesía en cada Estado nacional—, deben conocer muy bien el episodio de la historia en Italia, que inspiró la obra que Giuseppe Tomasi di Lampedusa escribió entre 1954 y 1957 titulada: “El gattopardo”, novela que discurre durante aquél por entonces ya decadente reino aristocrático de la Dos Sicilias en fase terminal, amenazado en 1860 por las tropas republicanas de Garibaldi, donde:

<<…sobre las cumbres ardían docenas de hogueras, que las escuadras rebeldes encendían cada noche, silenciosa amenaza para la ciudad regia y conventual. Parecían esas luces que se ven arder en las habitaciones de los enfermos graves durante las supremas velas>> (Op. cit. Cap. I Ver Pp. 16)

 

         Nos referimos a esa interesada forma engañosa de las clases todavía dominantes en franco proceso de decadencia, que para conservar el poder ante la cada vez más seria amenaza de perderlo, proponían darle a un problema real una solución aparente que no resuelve nada, porque sigue siendo parte del problema. Tal como le sucedió a Francis II apodado Franceschiello —hijo de Fernando II de Borbón y de la Princesa María Cristina de Saboya— quien ascendió al trono el 22 de mayo de  1859 tras la muerte de su padre. Desde ese preciso momento, para alejar el horizonte de la amenaza que le suponía el ejército republicano de Giuseppe Garibaldi, prometió otorgar más autonomía a los municipios, mejorar las condiciones de los prisioneros en lugares de detención, rebajar a la mitad el impuesto sobre la tierra, reducir los derechos de aduana, ordenar la compra de grano en el extranjero para su reventa por debajo del coste a la población y donarlo a los más pobres. Una maniobra de distracción cuyo significado y propósito, el joven disipado y oportunista, Tancredi Falconeri, le confiesa en pocas palabras a su tío, el conde Fabrizio Corbera, por qué causa ha decidido acudir a las montañas —donde arden las hogueras— junto a quienes conspiran contra el status quo de la nobleza imperante, diciéndole lo siguiente:

<<Si allí (mezclados con ellos) no estamos también nosotros (apuntalando disuasoriamente tales promesas), esos te endilgan la república (burguesa pura). Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?>> (Op. cit ver Pp. 20)

 

         Toda esta jugarreta política no hizo más que prolongar los dolores del parto capitalista concretado en la república burguesa pura recién en 1946. Pues ahora, en España, aquí tenemos rediviva el alma política de aquél joven oportunista perteneciente a la vieja nobleza italiana, llamado Tancredi Falconeri. Un espíritu que todavía se oculta en tantos otros, como es el caso de quienes han venido integrando altos cargos en las instituciones políticas del estado capitalista español, así como de los que más recientemente aspiran integrarse  a ellas, es decir, los líderes de la bisoña y descollante formación política “Podemos”, cuyo secretariado se afana en prometer reformas sociales y económicas al interior del capitalismo que, dado el grado de decadencia del sistema, son cada vez más de imposible realización, sin acabar con él.

 

         Por ejemplo, como hemos explicado más arriba, el proceso de acumulación en el Mundo ha llegado en 1929 al punto de sobresaturación permanente de capital. La prueba está en los trillones de fondos líquidos que permanecen ociosos en paraísos fiscales, cuyos propietarios se ven cada vez más limitados a incursionar ocasionalmente arriesgando capital, en peligrosas operaciones especulativas donde lo que unos ganan otros lo pierden, motivo por el cual no dejan de hacer presión sobre los distintos Estados nacionales —que todavía mantienen el control sobre industrias y servicios, para apropiarse de ellos y así asegurarse las ganancias derivadas de explotar a su personal asalariado. Esto es lo que ha sucedido en España durante la década de los 80 del siglo pasado con las empresas públicas del Instituto Nacional de Industrias (I.N.I.), que fueron privatizadas por el P.S.O.E.

 

         Así las cosas, retardar el proceso revolucionario supone apoyar la acción política tendente a que los Estados nacionales queden reducidos poco más que a meros Estados gendarmes, o sea, a gestionar presupuestariamente las estructuras del ejército y de los tres poderes institucionalizados. 

 

         Porque así como la Ley económica del valor impulsó la revolución política garibaldina, que desde 1861 dio comienzo al principio del fin del poder encarnado en la aristocracia feudal italiana, hasta ser sustituida por lo que hoy todavía sigue siendo la república burguesa pura, pues por la misma fuerza de esa Ley básica —a través de crisis cada vez más frecuentes y devastadoras de riqueza y vidas humanas,— se han  ido creando las condiciones materiales, ya más que maduras hoy día, que pugnan por orientar la voluntad política de los explotados, en dirección a acabar cuanto antes con la nefasta dictadura social del capital en el Mundo entero.

 

         Un necesario y cada vez más exigente proceso, que los oportunistas políticos como aquél joven aristócrata italiano llamado Tancredi Falconeri, se proponen retardar en todo lo que les sea posible. Y a esa finalidad reaccionaria se han apuntado ya, pretextando engañosamente lo contrario —sean conscientes o no de ello—, los integrantes de “Podemos”. Asumiendo en su práctica política exactamente la misma consigna de “cambiarlo todo, para que todo quede como está”.

 

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