Causas que inducen a la revolución superando históricamente a la
simple reforma
01. Prólogo
Estimado señor Horacio:
Interpretamos que Ud. nos ha remitido
el importante trabajo de Pierre Rimbert —con el que coincidimos—, para que sea divulgado.
Lo haremos pero si antes somos capaces de aportar a ese texto, una breve
introducción que pueda permitir a nuestros lectores, acceder más fácilmente a
la comprensión de lo dicho allí por el autor y esto es lo que intentaremos a
continuación, sin antes también citar el brillante párrafo en la obra de
Trotsky titulada: “Literatura y
Revolución”:
<<Ninguna idea progresista ha surgido
jamás de una “base de masa”. Si no, no sería progresista. Sólo a la larga va la
idea al encuentro de las masas, siempre y cuando, desde luego, responda a las
exigencias del desarrollo social. Todos los grandes movimientos han
surgido como “escombros” de movimientos anteriores. Al principio el
cristianismo fue un “escombro” del judaísmo. El protestantismo un “escombro”
del catolicismo, es decir, de la cristiandad degenerada. El grupo Marx-Engels
surgió como un “escombro” de la izquierda hegeliana. La Internacional
Socialista fue preparada en plena guerra (mundial) por los escombros de la Socialdemocracia Internacional. Si esos
iniciadores (como Marx, Engels y Lenin) fueron capaces de crearse una base de masa, fue sólo porque no temieron
al aislamiento. Sabían de antemano que la calidad de sus ideas se transformaría
en cantidad. Esos “escombros” no sufrían de anemia; al contrario, contenían en
ellos la quintaesencia de los grandes movimientos históricos del
mañana>> (Op. Cit. Tomo II Ed.
Ruedo Ibérico/1969
Pp.
192. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros).
Ya lo hemos dicho: si a nosotros —incluido Ud. y ahora uno
más conocido por nosotros llamado Pierre Rimbert—, se nos puede atribuir una
virtud, es precisamente no temer al
aislamiento. Este nuevo
compañero nuestro es un periodista francés que trabaja para el periódico “Le monde diplomatique”, del que pasó a
ser subdirector desde 2010, así como también es miembro
actualmente de la “Asociación de análisis
y crítica de los medios de comunicación” (Acrimed) y del
diario “Le
Plan B”, heredero del periódico PLPL del cual fue uno de sus fundadores.
Un saludo: GPM.
02. Introducción
Tal
como lo dejáramos expuesto en el apartado 04
de nuestro trabajo publicado en marzo pasado bajo el título: “Capital especulativo y Democracia
representativa”, aludíamos allí a
la euforia en
los EE.UU tras la caída del llamado “telón de acero” a
fines de la década de los noventa el siglo pasado, en referencia a la desaparición
en esos momentos de la ex URSS burocráticamente
degenerada por el stalinismo, lo cual dio pábulo a que el inefable Francis
Fukuyama proclamara estúpidamente el “fin de la
historia”, al mismo tiempo que la gran burguesía internacional de los EE.UU. celebraba
el triunfo pírrico de la llamada globalización, basada
en la libre e irrestricta circulación
de los capitales en competencia unos con otros a escala planetaria, donde la tecnología informática se proyectaba en ese
preciso momento, hacia su aplicación a las
finanzas con las llamadas “TIC” (tecnologías de la comunicación y la
información).
Pero tal como la última recesión
económica en curso ha puesto en evidencia, toda esta parafernalia no hizo más
que acelerar la deriva del
sistema capitalista hacia su necesario colapso definitivo, determinada por el
desarrollo de las fuerzas productivas y su no menos necesaria consecuencia, a
saber, el descenso histórico tendencial
del incremento en las ganancias del capital global, respecto al cada vez mayor costo de producirlas.
Una relación menguante que ha estado en el origen de las TIC, creadas entre
otros propósitos para que ese capital global pueda sobrevivir ampliando la desigual
distribución de la riqueza entre ricos y pobres, eludiendo impunemente las
obligaciones fiscales en sus respectivos países, o sea, tratando de
contrarrestar así el lucro menguante de explotar trabajo ajeno. Una maniobra
que, a la postre, no ha podido detener
el proceso decadente de este sistema de vida, en dirección a su inevitable debacle
definitiva, sino al contrario. Porque esa substracción de valor al fisco, ha
llegado al extremo de impedir el no menos imprescindible
sostenimiento económico de los distintos Estados nacionales, mal llamados “del
bienestar”. Y para eso no hay más que consultar
la estadística de la deuda pública soberana
insostenible
que afecta en este momento a TODOS
los Estados nacionales en los países de la cadena imperialista, pero que también
compromete al resto de los países económicamente
dependientes. En síntesis, que estamos ante una de las decisivas y fatales consecuencias sociales sistémicas
derivadas del fenómeno capitalista postrero, llamado
globalización
—basado en la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio—, que
ahora mismo atraviesa su fase agónica terminal.
Y el caso es que, cuanto mayor es la
deuda pública de un determinado país bajo condiciones capitalistas de recesión económica severa, menor
es la posibilidad de su respectivo Estado nacional para sostener los servicios públicos esenciales a cargo suyo, que
hacen a lo que, desde la recuperación económica tras la destrucción y el
genocidio de la Segunda Guerra Mundial, se ha dado en llamar triunfalmente lo
que se conoce por Estado
del bienestar,
tal como hoy día son los servicios públicos en educación, sanidad, jubilación y dependencia.
En medio de tal exultante situación
eufórica expansiva del capitalismo, el extremo
izquierdo al que pudo llegar la socialdemocracia durante ese período
post bélico en Europa, tuvo lugar corriendo el año 1959 durante el Congreso de Bad Godesberg, cuando el Partido Socialdemócrata de Alemania proclamó que:
<<La libertad humana, la
justicia, la solidaridad y la mutua obligación derivada de la común solidaridad,
no es incompatible con la economía de mercado y la propiedad privada>> (Universidad de Málaga).
A
esta falsedad más hipócrita y ruin, se le llamó desde entonces socialismo democrático, que es a
lo que inconfesablemente siguen hoy abrazados en España, por ejemplo, los
nuevos popes de partidos políticos en coalición, como “Podemos”, “Izquierda
Unida” y sus confluencias menores, que la extrema derecha burguesa del Partido
Popular en plena campaña electoral, les señala a todos ellos atribuyéndoles
estar poseídos por el espantajo del “comunismo”. ¿Y cómo calificar en el
entramado de ese “cuco”, al liderazgo ejercido por “Podemos”? Una organización inspirada
en el régimen venezolano al que consideran progresista y revolucionario, con su
proyecto económico parasitario
sin más vocación de progreso industrial, que el basado en la
extracción y refinería de petróleo crudo para exportación. Esto explica que la caída vertical
de los precios de ese insumo a raíz de la última recesión económica mundial del
sistema capitalista, en su fase tardía terminal, haya dado al traste con ese
supuesto proyecto económico “revolucionario” del chavismo en Venezuela, que hoy
a la vista está, en trance de ser colonizado por los EE.UU.
Y en cuanto al resto del mundo, dado
que las recesiones económicas se caracterizan por un exceso de capital acumulado, productivamente ocioso a raíz de una insuficiente rentabilidad
que justifique su inversión, pues está claro que esos capitales supernumerarios
bajo tales condiciones recesivas, no dejan de presionar sobre los Estados
nacionales con el propósito ganancial depredador, de apropiarse de esos servicios públicos esenciales, reconvertidos
así de públicos en privados. ¿No
es esto lo que se ha podido comprobar en España con el RD Ley 16 de 2012, intentando
privatizar los servicios públicos de salud? ¿Y no es esto mismo lo que ya antes
ha podido en parte lograr el gran capital con la llamada “educación privada
concertada?
Y
no es sólo esto, sino que paralelamente y por la misma causa que el sistema provoca
insuficientes ganancias del trabajo explotado, por mediación de la
productividad contenida en los medios de producción, resulta que para rescatar
esas ganancias cesantes, los capitalistas pasan a la ofensiva atacando las
condiciones de vida y de trabajo de los explotados, que a cambio de más bajos
salarios se les exige trabajar en cada jornada durante más tiempo y con mayor
intensidad. Esta es la realidad que explica las reformas laborales de los
gobiernos en tiempos de recesión económica prolongada, como es el caso
actualmente en Europa. Y en efecto, la reforma laboral exigida a los países de
ese continente desde el año pasado, por la Comisión Europea (CE), el Banco Central Europeo
(BCE), el FMI y el gobierno alemán, acabó siendo aprobada el pasado 9 de
marzo por el gobierno a cargo del socialdemócrata de derecha en Francia, Francois
Hollande. La nueva ley en ese país fulminó de facto principios sagrados de la
izquierda burguesa tradicional, como el horario laboral de 35 horas semanales, que además
permite despidos colectivos pagando indemnizaciones más bajas, aludiendo a “dificultades
económicas” de las empresas, cuyos capitales disponibles para inversión
productiva, por falta de rentabilidad suficiente, permanecen ociosos en
paraísos fiscales, pudiendo así eludir allí sus obligaciones con el fisco y, desde
donde incursionan para competir en los mercados especulativos esquilmándose unos
a otros. A todo esto, el ala izquierda del gubernamental partido socialista
francés —hermano de leche del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), ha
simulado rechazar la reforma de palabra, mientras estos últimos días los
grandes sindicatos protagonizan amplias movilizaciones
populares y enfrentamientos con la policía.
Para
que cobre pleno sentido y se pueda explicar la situación actual de la lucha de
clases en Francia, el periodista Pierre Rimbert se remonta en la historia a
fines de la década de los noventa el siglo pasado, cuando en junio de 1998 y a
instancias del economista keynesiano James
Tobin, la “Asociación por la Tasación de las Transacciones
financieras y por la Acción Ciudadana (ATTAC)”
—de
filiación política izquierdista socialdemócrata— propuso imponer una tasa entre
el 0,01% y 0.1% a la transacción de divisas internacionales, con la finalidad
de controlar la volatilidad de los tipos de cambio y mantener en equilibrio los
niveles de producción, empleo e inflación monetaria. En palabras del propio
Tobin, se trataba de:
<<…introducir algún tipo de palo en las ruedas
de nuestros excesivamente eficientes mercados internacionales de dinero>>
(“A
Proposal for International Monetary Reform”.
Subrayado nuestro y en el sentido de la tendencia a maximizar al extremo las
ganancias del gran capital).
Pero era ese un
palo cuyo irrisorio diámetro resistente a la presión de la maximización de las
ganancias ejercido por el gran capital, calculado entre la décima y la
centésima magnitud impositiva, resultó ser demasiado quebradizo como para
corregir —en el sentido de “reformar” al sistema— que así resultó ser
insignificante. Sin embargo fue admitido a modo de poner a prueba los
escrúpulos del gran capital, como condición de que no sea necesario apelar a la
revolución. Y en efecto así lo da a entender Rimbert en la primera parte introductoria
de su trabajo:
<<En verdad, la famosa tasa infradecimal de 0,1% presenta, incluso en
su falta de concreción, una virtud pedagógica incontestable: si el orden
económico (vigente) se
obstina en rechazar un arreglo tan módico es que es irreformable —y, por lo
tanto, se debe revolucionar—. Pero para provocar este efecto de revelación,
había que jugar el juego y ubicarse en el terreno del adversario, el de la
“razón económica” (o sea, la ley del valor)>>. (Lo entre paréntesis
nuestro).
Y el caso es que, según la muy atenta y rigurosa observación
de Rimbert sobre este juego de la moderación socialdemócrata desde la
perspectiva del adversario capitalista, la realidad relatada por él mismo le
condujo a preguntarse si el mundo asiste a la culminación de este ciclo signado
por la moderación de la clase explotada. Y seguidamente contesta:
<<El brote de movimientos observado sobre varios
continentes desde principios de los años 2010 hizo surgir una corriente
minoritaria pero influyente, cansada de solicitar solo migajas y de no
recoger sino viento. A diferencia de los estudiantes de origen burgués de (aquel) Mayo de 1968, estos contestatarios
conocieron y conocen la precariedad de sus estudios. Y, contrariamente a los
procesionarios de los años 1980, no temen la asimilación del radicalismo a los
regímenes del bloque del Este o al “gulag”: todos los que, entre ellos, tienen
menos de 27 años nacieron después de la caída del muro de Berlín. Esta historia
no es la suya. Con frecuencia provenientes de franjas desclasadas de las capas
medias producidas en masa por la crisis, ellos y ellas hacen escuchar en las
asambleas generales, sobre los sitios Internet disidentes, en las “zonas para
defender”, los movimientos de ocupación de lugares, y hasta en los márgenes de
las organizaciones políticas y sindicales, una música acallada durante mucho
tiempo.
Dicen: “El mundo o nada”; “No queremos a los pobres
tranquilizados, queremos la miseria eliminada”, como lo escribió Víctor Hugo;
no solo empleos y salarios, sino controlar la economía, decidir
colectivamente lo que se produce, cómo se produce, lo que se entiende por
“riqueza”. No la paridad hombre-mujer, sino la igualdad absoluta. No ya el
respeto de las minorías y de las diferencias, sino la fraternidad que eleva al
rango de igual a quienquiera que adhiera al proyecto político común. Nada de
“corresponsabilidad”, sino relaciones de cooperación con la naturaleza.
No un neocolonialismo económico disfrazado de ayuda humanitaria, sino la
emancipación de los pueblos. En suma: “Queremos todo”, ambición que excede tan
ampliamente el campo de visión política habitual, que muchos lo interpretan
como la ausencia de toda reivindicación>>. (Pierre Rimbert: Op.
Cit. Subrayado nuestro).
Y esto de “ir a por
todo” interpretado en términos de política programática, prácticamente no
significa otra cosa que:
1) Expropiación de todas las
grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin
compensación alguna.
2) Cierre y desaparición
de la Bolsa de Valores.
3) Control obrero
colectivo permanente y democrático de la producción y de la
contabilidad en todas las empresas, privadas y
públicas, garantizando la transparencia informativa en los medios de
difusión para el pleno y universal conocimiento de la verdad,
en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.
4) El que no trabaja en
condiciones de hacerlo, no come.
5) De cada cual según
su trabajo y a cada cual según su capacidad.
6) Régimen político de
gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos
asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente
convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según
el método de la representación proporcional, sean revocables en cualquier
momento de la misma forma.
Hacia el cumplimiento de estos seis puntos políticos programáticos
tiende irremediablemente la fuerza contenida en la relación
económica contradictoria, antagónica e históricamente irreconciliable,
entre burgueses y proletarios. Una fuerza de la cual resultarán una economía y
una sociedad esencialmente distintas y unas relaciones sociales superiores al
capitalismo. Y a propósito de esta problemática en trance de resolución política
revolucionaria, decía Hegel que:
<<La fuerza es, de esta manera, una relación (por ejemplo en la física, la relación entre los polos
eléctricos positivo y negativo conectada a una carga llamada lámpara, genera la
fuerza electromotriz contenida en una pila, de lo cual resulta el fenómeno fotovoltaico
de la luz. Y en la química, la relación entre dos sustancias de distinta
composición, genera la fuerza reactiva creadora de una tercera sustancia
distinta de las dos anteriores, pero de la misma naturaleza, es decir, que
sigue siendo química. Asimismo en la sociedad humana tras la superación del
comunismo primitivo, la relación entre la dos clases sociales resultantes con distintos
intereses económicos, ha venido generando la fuerza política creadora de sociedades
humanas superiores), donde cada término (en este caso clase social) de la relación (aunque
particularmente distinto y contrario uno del otro) ambos son de una misma naturaleza (antropológica donde) uno es
el mismo que el otro (su
contrario). Hay una fuerza que solicita y otra que es solicitada, pero si
no hay relación no hay fuerza>>.
(G.W.F. Hegel: "Ciencia de la lógica" Libro
II sección 2 cap. 3. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
Y en este contexto
nos estamos refiriendo a la fuerza de la razón
científica dialéctica, que tiende al alumbramiento de la futura sociedad
socialista en transición al comunismo, dejando históricamente atrás para
siempre al capitalismo explotador, belicoso y corrompido hasta los tuétanos,
usufructuado por el contubernio entre grandes empresarios y políticos
institucionalizados. ¡¡Ésta es la verdadera política de progreso!! No la de los
políticos profesionales hipócritas y corruptos al uso —ya sean de izquierda,
centro o derecha—, quienes por oportunismo y voluntad propia han decidido desde
sus formaciones partidarias, disputarse el gobierno de sus respectivos Estados
nacionales, desde donde y so pretexto de “representar al pueblo”, en realidad
representan los intereses de determinadas fracciones de la burguesía que, a su
vez, compiten en la sociedad civil por el reparto de la explotación de trabajo
ajeno en los distintos mercados. Y desde esas distintas perspectivas políticas
representativas de determinados intereses económicos particulares, estos
despreciables sujetos medran a expensas de otros ocultando sus verdaderos
propósitos, bajo la falsedad criminal de sus engañosos discursos electoralistas,
prometiendo todos ellos “políticas de
progreso” que ya no conducen a ninguna parte, en medio del desbarajuste y la
miseria extrema de las mayorías sociales explotadas y oprimidas, al interior de
este sistema de vida ya en fase agónica terminal.
03. Cuando la
protesta se reconcilia con el idealismo
Es
hora de ir por todo.
Por Pierre Rimbert.
En Francia, la oposición a la reforma del Código de Trabajo y la ocupación
de las plazas han convergido: ante el agujero negro electoral, se organizan al
margen.
Demandar poco y esperar
mucho: dieciocho años después de creada la Asociación para una Tasa Tobin de
Ayuda a los Ciudadanos (Attac), en junio de 1998, la retención del 0,01% al
0,1% sobre las transacciones financieras inspiradas por el economista James
Tobin para “poner un palo en la rueda” a los mercados, tarda en hacerse
efectiva. La forma edulcorada en que negocian sin entusiasmo los cenáculos
europeos, reportaría una fracción del monto (más de 100.000 millones de euros)
estipulado en un principio. Pero, en realidad, ¿por qué haber exigido tan poco?
¿Por qué haber luchado tanto para introducir una fricción tan leve en la
mecánica especulativa? La comodidad de la mirada retrospectiva y la enseñanza
de la gran crisis de 2008 sugieren que la prohibición pura y simple de ciertos
movimientos de capitales parasitarios se justificaba.
Esta prudencia
reivindicativa refleja el estado de ánimo de una época, en que el crédito de
una organización militante ante un público urbano y cultivado se medía por su
moderación. Con la caída de la URSS, el fin de la guerra fría y la proclamación
por los neoconservadores estadounidenses del “fin de la historia”, toda
oposición frontal al capitalismo de mercado estaba amenazada de ilegitimidad,
no sólo a los ojos de la clase dirigente, sino también ante las clases medias
ubicadas ahora en el centro del juego político. Para convencer, se creía, había
que mostrarse “razonable”.
En verdad, la famosa tasa
infradecimal de 0,1% presenta, incluso, en su falta de concreción, una virtud
pedagógica incontestable: si el orden económico se obstina en rechazar un
arreglo tan módico es que es irreformable —y, por lo tanto, se debe
revolucionar—. Pero para provocar este efecto de revelación, había que jugar el
juego y ubicarse en el terreno del adversario, el de la “razón económica”.
El giro liberal
La idea de un orden al que
oponerse con moderación se impuso en Francia con mayor evidencia porque la
iniciativa política había cambiado de campo. Desde el giro liberal del gobierno
de Pierre Mauroy, en marzo de 1983, no
sólo la izquierda dejó de hacer propuestas destinadas a “cambiar la vida”, sino
que los dirigentes de todas las procedencias políticas hicieron caer sobre el
sector asalariado un diluvio de reestructuraciones industriales, contrarreformas
sociales, medidas de austeridad presupuestaria, etc. En el espacio de algunos
años, la relación con el futuro dio un vuelco. Si el levantamiento de los
siderúrgicos de Longwy contra el cierre de fábricas de 1978-1979 dejó, por su
inventiva, el esbozo de una contra-sociedad obrera (1), la muy masiva de 1984
ya no pudo acariciar el sueño de la transformación social. La hora del combate
defensivo llegó a principios de los años 1980 tanto en Francia como en Alemania
después de la entrada en razón de la oposición extraparlamentaria y, en el
Reino Unido, llegó en 1985, después del fracaso de la gran huelga de los
mineros. Se trata desde entonces de hacer un poco menos dura la vida, de
retraerse para atenuar el ritmo y el impacto de las desregulaciones, de las
privatizaciones, de los acuerdos comerciales, de la corrosión del derecho de
trabajo. La salvaguarda de las conquistas sociales, condición indispensable,
dicta su urgencia y se impone poco a poco como el horizonte infranqueable de
las luchas.
En vísperas de la elección
presidencial de 1995, aun los partidos identificados con el comunismo se
resignaron a defender sólo reivindicaciones como la prohibición de los
despidos, el aumento del salario mínimo y la disminución del tiempo de trabajo
en un cuadro salarial sin cambios. Conducido por la Confederación General del
Trabajo (CGT) y por Solidarios, el movimiento ganador de noviembre-diciembre de
1995 contra la reforma de la Seguridad Social conducida por Alain Juppé mantuvo
un tiempo la hipótesis de la necesidad de pasar la posta de una izquierda
política exangüe a una izquierda sindical fortalecida. Lo que siguió estuvo
marcado sobre todo por el auge de la antiglobalización.
El enfoque internacional de
este movimiento, su calendario de convenciones y sus nuevas maneras de militar
descansaban sobre un principio diferente a la vez de las confrontaciones
ideológicas propias del post-sesenta y ocho, y de las indignaciones morales a
la manera de “Restos du coeur”**: una segunda evaluación, apoyada sobre análisis
científicos bien hechos para convencer a simpatizantes más familiarizados con
las aulas que con las cadenas de montaje. Con sus economistas y sus sociólogos,
sus siglas en porcentajes y sus descifrados, sus anti-manuales y sus
universidades de verano, Attac tenía como misión popularizar una crítica
especializada del orden económico. Ante cada decisión gubernamental que
debilitaba los servicios públicos, ante todo acuerdo de librecambio urdido en
secreto por las instituciones financieras internacionales respondían un
conjunto de impecables argumentaciones, decenas de libros y cientos de
artículos.
Tratándose de inequidades,
de política internacional, de racismo, de dominación masculina, de ecología,
cada sector protestatario sacó a relucir desde esta época a sus pensadores, sus
profesionales, sus investigadores, con la esperanza de dar credibilidad a sus
decisiones políticas con el respaldo de una legitimación teórica. Esta crítica,
conjugada con la degradación de las condiciones de vida, permitió movilizar a
poblaciones políticamente desorganizadas, pero vulnerables a una globalización
cuya violencia hasta ese momento estaba concentrada en el mundo obrero.
El movimiento, al que Le
Monde diplomatique estuvo estrechamente asociado, probó su seriedad, obtuvo victorias
en el mundo intelectual, en los libros, en la prensa y hasta causó sensación en
los noticieros. Durante infinito tiempo repitió evidencias mientras que sus
adversarios, sin escrúpulo y sin descanso, ponían en práctica sus “reformas”.
Como lo sugirió la ola contracultural de los años 1970, un orden político de
derecha se lleva muy bien con los best-sellers de izquierda. Al oponer su buena
voluntad inteligente a la mala fe política del adversario su crítica se hizo
más audible. Pero no más eficaz, como lo probará la amarga experiencia, en
2015, del ministro de Finanzas griego Yanis
Varoufakis, cuyos razonamientos académicamente
homologados no pesaron frente al encarnizamiento conservador del Eurogrupo (2).
Metas módicas de la
izquierda
En el cuadro ideológico que
cubre el período 1995-2015, coexisten dos elementos contradictorios. Por un
lado, una repolitización trémula al principio y efervescente después, que se
tradujo en una sucesión de luchas y de movimientos sociales masivos: 1995, 1996
(indocumentados), 1997-1998 (desocupados), 2000-2003 (cumbre de la ola
antimundialización), 2003 (jubilaciones), 2006 (estudiantes precarios), 2010
(reformas de las jubilaciones), 2016 (derecho del trabajo), rechazo de los
grandes proyectos inútiles (en particular a partir de 2012). Por otro lado,
instituciones contestatarias fragilizadas: fuerzas sindicales contra la pared,
movimiento social vuelto —o dado vuelta— hacia la especialidad, partidos de
izquierda radical enterrados en las arenas de un juego institucional
desacreditado. El aliento, las esperanzas, la imaginación y la cólera de unos
no resuenan en los eslóganes, los libros y los programas de los otros.
Todo sucede como si treinta
años de batallas defensivas hubieran quitado a las estructuras políticas su
capacidad de proponer —aunque fuera desde la adversidad—, una meta de largo
plazo deseable y entusiasmante —esos “días felices” que imaginaron los
Resistentes franceses a principios del año 1943. En un contexto infinitamente
menos sombrío, muchas organizaciones de militantes se resignaron a no pretender
lo imposible, sino a solicitar lo aceptable; a no anticiparse nuevamente sino a
desear la detención de los aumentos de la edad jubilatoria. A medida que la
izquierda erigía su modestia en estrategia, el plafón de sus esperanzas bajaba
hasta el umbral de la depresión. Era necesario enlentecer el ritmo de las
regresiones, perspectiva poco alentadora porque hacía parecer el “otro mundo
posible” al primero, pero algo degradado. La precariedad, como símbolo de una
época, marcó el combate ideológico —“precario”, del latín precarius: “obtenido
por la oración”…
Regreso de las grandes
ambiciones
¿Asistimos a la culminación de este ciclo? El brote de movimientos
observado sobre varios continentes desde principios de los años 2010 hizo
surgir una corriente minoritaria pero influyente, cansada de solicitar solo
migajas y de no recoger sino viento. A diferencia de los estudiantes de origen
burgués de Mayo de 1968, estos contestatarios conocieron y conocen la precariedad
de sus estudios. Y, contrariamente a los procesionarios de los años 1980, no
temen la asimilación del radicalismo a los regímenes del bloque del Este o al
“gulag”: todos los que, entre ellos, tienen menos de 27 años nacieron después
de la caída del muro de Berlín. Esta historia no es la suya. Con frecuencia
provenientes de franjas desclasadas de las capas medias producidas en masa por
la crisis, ellos y ellas hacen escuchar en las asambleas generales, sobre los
sitios Internet disidentes, en las “zonas para defender”, los movimientos de
ocupación de lugares, y hasta en los márgenes de las organizaciones políticas y
sindicales, una música acallada durante mucho tiempo.
Dicen: “El mundo o nada”;
“No queremos a los pobres tranquilizados, queremos la miseria eliminada”, como
lo escribió Víctor Hugo; no solo empleos y salarios, sino controlar la
economía, decidir colectivamente lo que se produce, cómo se produce, lo que se
entiende por “riqueza”. No la paridad hombre-mujer, sino la igualdad absoluta.
No ya el respeto de las minorías y de las diferencias, sino la fraternidad que
eleva al rango de igual a quienquiera que adhiera al proyecto político común.
Nada de “corresponsabilidad”, sino relaciones de cooperación con la naturaleza.
No un neocolonialismo económico disfrazado de ayuda humanitaria, sino la
emancipación de los pueblos. En suma: “Queremos todo”, ambición que excede tan
ampliamente el campo de visión política habitual que muchos lo interpretan como
la ausencia de toda reivindicación.
Si subir el nivel de demanda
no acrecienta en un centímetro las chances de tener éxito, este desplazamiento
presenta un doble interés. Confinado por ahora a los márgenes de la protesta, y
hostil por principio a la organización política, el resurgimiento radical
influye sobre los partidos por capilaridad, a semejanza del hijo que une al
movimiento Occupy Oakland —el más obrero de este tipo en Estados Unidos— con
los militantes que hacen campaña por el candidato demócrata Bernie Sanders en
el marco muy institucional de la campaña presidencial. Pero, sobre todo, ese
aumento refuerza las batallas defensivas cuando los que las conducen en
condiciones difíciles pueden de nuevo contar con una meta de largo aliento y,
sin un proyecto bien elaborado, con principios de transformación que iluminen
el futuro. Pues querer todo, aunque no se pueda obtener nada en lo inmediato,
es obligar a definir lo que se desea verdaderamente más que machacar sobre lo
que ya no se soporta.
Sería un error ver en este
vuelco un deslizamiento de la acción reivindicativa hacia un idealismo mágico:
restablece en realidad la lucha sobre bases clásicas. Que la izquierda solo
evolucione en formación defensiva resulta una excepción histórica. Desde fines
del siglo XVIII, los partidos políticos y más tarde los sindicatos, trataron
siempre de articular objetivos estratégicos de largo plazo y batallas tácticas
inmediatas. En Rusia, los bolcheviques asignaron el primer rol al partido y
confiaron las organizaciones de trabajadores al segundo.
En Francia, los
anarco-sindicalistas integran “la doble tarea, cotidiana y de futuro”. Por un
lado, explica en 1906 la carta de Amiens de la CGT, el sindicalismo persigue
“la obra reivindicativa cotidiana (…) por medio de la realización de mejoras
inmediatas”. Por el otro, “prepara la emancipación integral, que no puede
realizarse sino por la expropiación capitalista”.
Como observaba el historiador Georges Duby, “la huella de un sueño no es menos
real que la de una pisada”. En política, el sueño sin la pisada se disipa en el
cielo brumoso de las ideas, pero la pisada sin el sueño se estanca. La pisada y
el sueño diseñan un camino: un proyecto político. En este aspecto, las ideas
empeñadas por la izquierda y reactivadas por los movimientos de estos últimos
años prolongan una tradición universal de revueltas igualitarias. En abril, un
cartel destinado a recoger las proposiciones de los participantes en la “Noche
en pie”, en plaza de la República en París, proclamaba: “Cambio de
Constitución”, “Sistema socializado de crédito”, “Revocabilidad de los
representantes”, “Salario de por vida”. Pero también: “Cultivemos lo
imposible”, “La noche en pie se volverá la vida en pie”, y “Quien tiene hierro
tiene pan” —de connotación blanquista.
Más allá de los socialismos
europeos, utópicos marxistas o anarquistas, una línea temática une a los
radicales contemporáneos con la legión de figuras rebeldes que colman la
historia de la lucha de clases, desde la Antigüedad griega hasta los primeros
cristianos, de los Qarmates de Arabia (fin del siglo XI) a los confines de
Oriente. Cuando el paisano chino Wang Xiaobo en 993 se pone a la cabeza de una
revuelta en Qincheng (Sichuan), declara que está “cansado de la desigualdad que
existe entre los ricos y los pobres” y que quiere “nivelarla en beneficio del
pueblo”. Los rebeldes aplicaron inmediatamente estos principios. Casi mil años
más tarde, la revuelta de los Taiping, entre 1851 y 1864, condujo a la
formación temporaria de un Estado chino disidente fundado sobre bases análogas
(3). Como en Occidente, estas insurrecciones hicieron confluir a intelectuales
utopistas que opusieron nuevas ideas al orden establecido y a pobres rebelados
decididos a imponer la igualdad a cuchilladas.
La tarea, en nuestros días,
se anuncia aparentemente menos dura. Un siglo y medio de luchas y de críticas
sociales definió las posiciones e impuso dentro de las instituciones puntos de
apoyo sólidos. La convergencia tan deseada entre las clases medias cultivadas,
el mundo obrero establecido y los precarizados de los barrios relegados no ha
de operarse alrededor de partidos socialdemócratas agonizantes, sino en torno a
formaciones que se armen de un proyecto político capaz de hacer brillar de
nuevo “el sol del futuro”. La moderación perdió sus virtudes estratégicas. Ser
razonable, racional, es ser radical.
UNIDAD, ORGANIZACION Y
LUCHA POR LA LIBERACION NACIONAL Y SOCIAL, SOCIALISTA.