12. Crítica del marginalista Böhm Bawerk al concepto marxista de trabajo simple y trabajo complejo

En el capítulo de este escrito subtitulado “vicisitudes de la economía del tiempo de trabajo”, siguiendo la exposición de Marx en el capítulo primero del Libro I de “El Capital” tratamos el tema del doble carácter del trabajo contenido en cada mercancía a saber, como trabajo concreto o trabajó útil creador de los valores de uso y como trabajo abstracto o trabajo simple creador de valor. En el apartado 2 de este capítulo acerca de este doble carácter del trabajo dice lo siguiente:

<<Si prescindimos del carácter concreto de la actividad productiva y, por tanto, de la utilidad del trabajo, ¿qué queda en pie de él? Queda, simplemente, el ser un gasto de fuerza humana de trabajo. El trabajo del sastre y el del tejedor, aun representando actividades productivas cualitativamente distintas, tienen de común el ser un gasto productivo de cerebro humano, de músculo, de nervios, de brazo, etc.; por tanto, en este sentido, ambos son trabajo humano. No son más que dos formas distintas de aplicar la fuerza de trabajo del ser humano. Claro está que, para poder aplicarse bajo tal o cual forma, es necesario que la fuerza humana de trabajo adquiera un grado mayor o menor de desarrollo. Pero, de suyo, el valor de 1a mercancía sólo representa trabajo humano, gasto de trabajo humano pura y simplemente. Ocurre con el trabajo humano, en este respecto, lo que en la sociedad burguesa ocurre con el hombre, que como tal hombre no es apenas nada, pues como se cotiza y representa un gran papel en esa sociedad es como general o como banquero. [15] El trabajo humano es el empleo de esa simple fuerza de trabajo que todo hombre común y corriente, por término medio, posee en su organismo corpóreo, sin necesidad de una especial educación. El simple trabajo medio cambia, indudablemente, de carácter según los países y la cultura de cada época, pero existe siempre, dentro de una sociedad dada. El trabajo complejo no es más que el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado: por donde una pequeña cantidad de trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple. [16] Y la experiencia demuestra que esta reducción de trabajo complejo a trabajo simple es un fenómeno que se da todos los días y a todas horas. Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una mercancía, el valor la equipara enseguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa, por tanto, una determinada cantidad de trabajo simple. Las diversas proporciones en que diversas clases de trabajo se reducen a la unidad de medida del trabajo simple se establecen a través de un proceso social que obra a espaldas de los productores, y esto les mueve a pensar que son el fruto de la costumbre>>. (Op. cit. El subrayado nuestro)

Para rebatir esto que dijo Marx, Eugen von Böhm Bawerk (1851-1914), publicó en 1896 una obra titulada: “Una Contradicción no resuelta en el sistema económico marxista”. Empecemos por la metodología tal como este señor expone sus argumentos críticos en la sección II de su escrito. Allí empieza diciendo que para desarrollar su doctrina Marx ha huido de las “pruebas experimentales” buscando refugio en “las profundidades de su mente”:

<<¿Qué es lo que hace? Divide y distingue. En determinado punto el desacuerdo entre la doctrina y la experiencia es escandaloso>> (Op. cit.)

Cualquiera a poco que haya incursionado en la obra económica de Marx, se encontrará con que a cada paso acompaña sus razonamientos con ejemplos a menudo exhaustivos de la vida real. Y es cierto que en su proceso de investigación se ha valido de la capacidad mental de la abstracción que, frente a una totalidad como objeto del pensamiento, permite a todo ser humano dividir y distinguir entre sus partes para aislar lo esencial de lo inesencial, accidental o accesorio. Un método común a todas las ciencias experimentales que Marx ha sido el primero en aplicar a la economía política con escrupuloso rigor científico y no lo ha ocultado, sino que lo anunció en su obra central enfatizándolo antes de comenzar su exposición acerca de la naturaleza del valor:

<<He procurado exponer con la mayor claridad posible lo que se refiere al análisis de la sustancia y magnitud del valor [17]. La forma del valor, que cobra cuerpo definitivo en la forma dinero, no puede ser más sencilla y llana. Sin embargo, el espíritu del ser humano se ha pasado más de dos mil años forcejeando en vano por explicársela, a pesar de haber conseguido, por lo menos de un modo aproximado, analizar formas mucho más complicadas y preñadas de contenido. ¿Por qué? Porque es más fácil estudiar el organismo desarrollado que la simple célula. En el análisis de las formas económicas de nada sirven el microscopio ni los reactivos químicos. El único medio de que disponemos, en este terreno, es la capacidad de abstracción. La forma de mercancía que adopta el producto del trabajo o la forma de valor que reviste la mercancía, es la célula económica de la sociedad burguesa. Al profano le parece que su análisis se pierde en un laberinto de sutilezas. Y son en efecto sutilezas; las mismas que nos depara, por ejemplo, la anatomía micrológica>> . (Op. cit) (K. Marx: “El Capital” Libro I. Prólogo a la primera edición alemana)

Sí, efectivamente, el verbo analizar significa separar cada una de las partes de un todo que se toma como objeto del pensamiento, a fin de estudiarlas aisladamente para distinguirlas unas de otras por su función específica, hasta llegar a conocer la esencia o razón de ser de tal objeto, es decir, su principio activo más simple. El análisis es la segunda regla del método cartesiano, de la cual el señor von Böhm Bawerk solo pudo desentenderse, tal como lo hizo, sospechamos que no precisamente por ignorancia. Allí, al respecto de los conceptos de trabajo simple y trabajo complejo, von Böhm Bawerk entre otras cuestiones observó la siguiente:

<<En verdad, Marx afirma que el trabajo especializado se "cuenta" como trabajo no especializado multiplicado, pero "contar como" no es "ser como", y la teoría se orienta hacia el ser o esencia de las cosas>>. (Op. cit. Marx Reemplaza el verbo “contar” por el verbo ser”)

Efectivamente, tal como procedieron los antiguos sofistas que acomodaban sus argumentos polémicos a los intereses de quienes para ello les pagaban, así procedió von Böhm Bawerk al recusar del modo más grosero la teoría de Marx que explica el valor de las mercancías por el tiempo de trabajo social contenido en ellas, según la práctica mercantil al uso de reducir todo trabajo cualificado más o menos complejo, a trabajo simple o abstracto multiplicado por el coeficiente de cualificación.

Para impugnar la teoría, el señor von Böhm Bawerk ha optado —no casualmente—, por comparar el trabajo artístico individual del escultor Benvenutto Cellini, con el trabajo social simple de un asalariado puesto a picar piedra. Un ejemplo que de rondón atribuyó implícitamente a Marx diciendo con aire de triunfo:

<<¿Cómo explica Marx todo esto? Afirma que el término de intercambio es esto y no otras cosas, porque un día de trabajo de un escultor se puede reducir exactamente a cinco días de trabajo no especializado. ¿Y por qué se reduce exactamente a cinco días? Porque la experiencia dice que sucede así debido a un proceso social. Y, ¿cuál es este proceso social? El mismo proceso que debe esclarecerse, el mismo proceso mediante el cual el producto de un día de trabajo de un escultor se iguala al valor del producto de cinco días de trabajo simple>>. (Ibíd: Aptdo: "Como discurre Marx en un círculo vicioso". El subrayado nuestro)

Y decimos que este ejemplo suyo no es casual, porque como genuino aristócrata que fue, mostró su prejuicioso antropomorfismo de cuño elitista al más puro estilo aristotélico, intentando probar que:

<<…ambos productos incluyen tipos diferentes de trabajo en cantidades diferentes, ¡y cualquier persona desprejuiciada ha de admitir que esto significa una condición estrictamente antagónica a las condiciones exigidas por Marx, reconociendo que engloban trabajos del mismo tipo y en la misma cantidad!
(…) Si una libra de oro en barra se intercambia por 40.000 libras de hierro en barra, o si una copa de oro del mismo peso, esculpida por Benvenuto Cellini, se intercambia por cuatro millones de libras de hierro, esto no constituye una violación, sino una confirmación del principio de que las mercancías se intercambian en proporción al material constitutivo "promedio".

Creo que un lector imparcial reconocerá fácilmente una vez más en ambos argumentos los dos ingredientes de la receta de Marx —la sustitución del verbo "contar" (o valer) por "ser", y la explicación en círculo que consiste en obtener el estándar de reducción de los términos de intercambio sociales que realmente existen y que necesitan ser aclarados—. De este modo, Marx acomoda los hechos que contradicen explícitamente su teoría con una gran habilidad dialéctica, pero, en lo que concierne al asunto mismo, el procedimiento es bastante inadecuado>>. (Ibíd. )

Claro que para Marx los valores económicos “son” reductibles a trabajos sociales del mismo tipo medio simple o abstracto, como condición de su intercambio. Y tan claro como tuvo esto, jamás se le ocurrió ejemplificar el intercambio entre una obra de arte y un cargamento de pedruscos. Para refutar a Marx, todos los marginalistas —comenzando por Jevons—, han puesto por delante la confusa y engañosa idea de atribuir la categoría de valor a ciertos bienes no reproducibles como es el caso de todo producto de un trabajo artístico:

<<El simple hecho de que hay muchos objetos viejos y escasos —como libros y monedas, antigüedades, etc., que tienen un alto valor y que es absolutamente imposible producir hoy—, echa por tierra la noción de que el valor depende del trabajo. Inclusive aquellas cosas que se producen en cualquier cantidad por el trabajo, rara vez se intercambian exactamente a los valores correspondientes>>. (William S. Jevons. “The Theory of Political Economy", Augustus M. Kelley, Publishers. 1965. p. 44. 19 Ibid., pp. 45-46. Citado por Juan C. Chachanovsky en “Historia de las teorías del valor y del precio” Parte II)

Al respecto Marx precisó que, efectivamente, ciertas cosas carentes de valor intrínseco al no ser productos del trabajo social y, por tanto socialmente reproducibles, como las tierras que han sido objeto de apropiación privada, así como las antigüedades u obras artísticas, que tampoco pueden tener un valor determinado por el tiempo de trabajo insumido, sino que por ser obras únicas e irreproducibles, susceptibles de apropiación privada, carecen de valor y solo tienen precio, un precio de monopolio resultante de:

<<…combinaciones sumamente fortuitas. Para vender una de estas cosas, todo cuanto hace falta es que sea monopolizable y enajenable>> (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XXXVII)

También Aristóteles vio no más allá de lo que la clase dominante de su época le permitió ver y, por tanto, también llegó a las mismas conclusiones que von Böhm Bawerk:

<<En verdad, es imposible (...) que cosas tan heterogéneas (como productos de trabajos tan distintos) sean conmensurables", esto es, cualitativamente iguales. Esta igualación no puede ser sino algo extraño a la verdadera naturaleza de las cosas, y por consiguiente un mero arbitrio "para satisfacer la necesidad práctica" [del cambio]>>. (Aristóteles: “Ética Nicomáquea” Libro V Capítulo 5 1133b-1134ª. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

¿Cuál era “la naturaleza de las cosas” en tiempos de Aristóteles? Que trabajos cualitativamente tan distintos —como el de un amo y un esclavo— no podían equipararse de ninguna forma, dado que se trataba de sujetos social, jurídica y políticamente desiguales, como que en toda sociedad clasista, las ideas dominantes siempre han sido las ideas de las clases dominantes y así lo ha confirmado von Böhm Bawerk:

<<Es cierto que Marx dice: el trabajo complejo "vale" como trabajo simple multiplicado; pero "valer como" no es "ser como", y la teoría se orienta a la esencia de las cosas>>. (E.B. Bawerk: “Zum Abschlus des Marxischem System” Citado por Roman Rosdolsky en: “Génesis y estructura de El Capital de Marx” Ed. Siglo XXI/1978 Pp.555-580)

Evidentemente aquí, von Böhm Bawerk aparenta seguir el razonamiento de Marx creyendo haberle pillado en un error. Le concede compasivamente que el valor o esencia de las cosas sea un producto del trabajo. Pero seguidamente pregunta: ¿qué es en el contexto de esta cita el “ser como” de los trabajos del escultor y del picapedrero? Y contesta: Sin duda, sus trabajos concretos creadores de dos cosas cualitativamente distintas. O sea, que para von Böhm Bawerk 1) la esencia o razón de ser de las cosas reside en su cualidad, esto es, en sus respectivos trabajos creadores de dos cosas de distinta utilidad y, consecuentemente 2) cada producto de esos dos trabajos que difieren cualitativamente, tienen una esencia social distinta y 3) ergo: ambas cosas no se pueden equiparar y, por tanto, tampoco pueden ser objetos intercambiables. Tal es el resultado al que creyó haber llegado triunfalmente nuestro detractor de Marx.

Este señor decidió pasar por alto que la esencia de las cosas en sentido económico consiste en lo que tienen de común al margen de lo que les distingue como valores de uso. Es decir, que no consiste en sus trabajos concretos como valores de uso para los fines del consumo, sino en sus trabajos abstractos como determinantes de su valor para los fines de su intercambio, de modo tal que no se distingan por la cualidad de sus trabajos, sino por lo que se les valora en el mercado. Y ya vimos que desde hace 2.500 años el valor se ha venido calculando por vía de la praxis social según la cantidad de energía gastada en ellos, es decir, por su trabajo medio simple, por el costo social económicamente oneroso de fabricarlas.

Pero para que las cosas se puedan intercambiar según la cantidad igual de trabajo abstracto que contienen, la condición primera es que sean reproducibles. Y el caso es que la estatuilla en oro de Benvenuto Cellini es una pieza única y, por tanto irreproducible. Incluso para el propio escultor que la creó. Esto invalida la sofistería de von Böhm Bawerk, en virtud de ser el resultado de un razonamiento falaz por deliberadamente tramposo basado en premisas o supuestos irreales.

Según Hegel, la esencia de toda cosa como producto de un trabajo humano es la superación de su “ser ahí” puesto por la naturaleza pero que todavía existe como objeto de la sensibilidad, es decir, como ser “en sí mismo”; económicamente hablando como valor de uso directamente percibido por los sentidos, que todavía no alcanza a determinarse socialmente, es decir a mostrar esa esencia o razón social de ser por el trabajo, en tanto que no abandona su condición de “ser en sí mismo” como trabajo concreto propio de la etapa premercantil autosuficiente de la producción para el consumo. Dicho en términos hegelianos:

<<La esencia (puesta por el trabajo en su producto) es el ser (como valor de uso) superado […] el ser (en sí) en contraposición con la esencia, es lo no esencial. Frente a la esencia (el “ser como” valor de uso) tiene la determinación de lo (ya) superado (por el trabajo desde el paleolítico inferior hace 2.500.000 años). Sin embargo, por cuanto (en la economía autosuficiente) se comporta, frente a la esencia, sólo como un otro (ser) en general, la esencia no es (aún en sentido social) propiamente esencia, sino sólo otra existencia determinada (como simple valor de uso), es decir, lo esencial (es lo ya puesto en las cosas pero no revelado al no haber sido aun puesto socialmente en valor ante la ausencia del intercambio) [...] De este modo, la esfera de la existencia (en todo ser) se halla puesta como base (o "soporte material" de su esencia superadora del ser (como simple valor de uso) al mismo tiempo conservado)…>> (G.W.F. Hegel: "Ciencia de la lógica" Libro II Cap. 1. Lo entre paréntesis nuestro) http://www.nodo50.org/gpm/dialectica/08.htm

En un segundo momento que corresponde a la etapa mercantil, la esencia social puesta por el trabajo en cada valor de uso, deja de ser un simple existente o “ser ahí” como simple valor de uso, para determinarse como mercancía exteriorizando su esencia en su contar o valer como tal mercancía que se confronta con las demás en el mercado. Es lo que Hegel designa como el aparecer de la esencia, su determinación social que Marx ve en la relación mercantil donde las mercancías evidencian su esencia, es decir, lo que tienen de común dentro de lo que les diferencia como valores de uso, es decir, su equivalencia en términos de tiempo de trabajo medio simple entendido como gasto de energía humana indistinta. Aquí es donde la esencia económica de los valores de uso brilla al verse realizada en el intercambio como mercancías y que, como valores económicos o valores de cambio, no contienen ni un sólo átomo de materia útil, aunque la supongan conservada como “base” (Hegel) o “soporte material” (Marx), condición suya para ser valores con fines de intercambio.

Y es que la esencia económica o social puesta por el trabajo social reproducible en las cosas útiles convertidas así en mercancías, solo cuenta para los fines del intercambio entre personas. Pero si esas cosas no son útiles para la vida, el trabajo insumido en ellas también es inútil y tampoco cuentan como valores mercantiles. En tal sentido (hegeliano y marxista), lo esencial de productos resultantes de trabajos concretos reproducibles pero distintos —no precisamente como los de un notable escultor que ya vimos por qué no pueden equipararse con los de un picapedrero— deja subsistir en ellas a sus respectivos valores de uso; al mismo tiempo que los supera los conserva como condición necesaria del intercambio entre ellas. [18]  

Lo que han hecho individuos como von Böhm Bawerk es invertir el sentido esencial de este razonamiento dialéctico. Este señor ha concebido la esencia económica de una cosa no como contenida en ella de modo todavía indeterminado en tanto que valor de uso, sino identificándola con ese valor de uso, o sea, que para sujetos como von Böhm Bawerk, la cosa económica solo se concibe según es percibida por los sentidos. O sea, que hay tantas esencias como valores de uso existen y así este señor lo ha dejado dicho literalmente, demostrando no haber querido ocomprender nada de la relación dialéctica entre la categoría de “ser en si” (como valor de uso) y la categoría de “esencia” (como valor de cambio) en sus distintos momentos, a saber: como valor de uso que oculta su esencia “en sí misma” en la etapa de la economía autosuficiente y, como valor que muestra su esencia en el intercambio con otra como su equivalente, convertidas ambas de tal modo en “valores de cambio”.

Muy lejos de atribuir al pensamiento la facultad de apropiarse del concepto —como unidad dialéctica o contradictoria de la relación entre la diversa multiplicidad sensible de los productos del trabajo y su esencia social común que da razón de ser a su existencia como mercancías— el criterio de sujetos como von Böhm Bawerk supone un pensamiento unilateral que produce determinaciones abstractas, limitadas o pacatas propias del entendimiento, que confunde esencia con apariencia; un pensamiento que se conforma solo con reflejar como en un espejo la apariencia o el “parecer” de las cosas al dictado de los cinco sentidos, que no va más allá de la simple percepción sensible o empírica de los “seres como” valores de uso, apreciados según sus diferencias captadas por actos reflejos, de modo tal que su esencia no es la razón en términos de cantidad que les iguala, como cuando algo se pone a la venta y suele publicitarse diciendo: “se vende, razón aquí”. No. Lejos de esta forma de valor sedimentada por la praxis social, subjetivistas como Böhm Bawerk aprecian las cosas económicas por lo que les distingue a una de otras según su cualidad como valores de uso. Arístócratas residuales reconvertido a burgueses sociológicos como von Böhm Bawerk, llevan la noción de la distinción en la sangre. Esta limitación del pensamiento deliberadamente asumida por los psicólogos de la economía, es más acusada en sujetos como von Böhm Bawerk, con su rebuscada comparación entre el trabajo artístico irreproducible de un Benvenuto Cellíni y el de un simple picapedrero:

<<Esta es la argumentación de Böhm Bawerk, la cual desde entonces se ha reiterado con tanta frecuencia, que actualmente pertenece al núcleo principal de cualquier crítica académica o no académica a Marx [19]. Ante todo debemos objetar en esta argumentación un detalle: el que Böhm haya elegido justamente un escultor como representante del trabajo cualificado. En la discusión de la teoría marxiana del valor un ejemplo de esta índole solo puede tener efectos perturbadores, ya que, desde un principio, Marx excluye a los “trabajos artísticos” del círculo de observación de su obra y, por ende, también de su teoría del valor>> Román Rosdolsky: “Génesis y estructura de El Capital de Marx” Cap. 31)

El entendimiento es el simple y directo reflejo en el pensamiento, de las sensaciones o formas de manifestación de cada objeto en todo sujeto. En esta instancia del proceso de conocimiento —que los subjetivistas aceptan como límite insuperable—, lo que el pensamiento hace suyo del objeto es su percepción sensible, como, por ejemplo, el goce elevado a la condición de “principio racional”, el de la utilidad marginal decreciente durante el acto del consumo.

Emmanuel Kant dejó dicho que los seres humanos sólo podemos entender las cosas que se manifiestan en el espacio y en el tiempo, es decir, que podemos conocer los fenómenos, pero lo que no podemos es comprender el noumeno, es decir, la esencia o razón de que los objetos sean efectivamente lo que son, más allá de sus atributos contingentes, porque ése comprender las cosas —no según la intuición sensible sino según su concepto—, sólo es un atributo del Dios que los ha creado. Este nihilismo existencial que niega toda posibilidad al pensamiento humano de descubrir la esencia o valor intrínseco en las cosas, es lo que distinguió a Kant de Hegel.

La filosofía hegeliana, en cambio, sí atribuye al pensamiento humano la facultad de conocer al noumeno o esencia de las cosas, la toma como objeto primordial de su actividad y se apodera de ella en el concepto. Esta es la diferencia entre Kant y Hegel. La filosofía hegeliana sí compromete al pensamiento en la tarea de comprender al noumeno. Según la lógica de Hegel, el desarrollo del pensamiento humano universal, supone al mismo tiempo el desarrollo de la sustancia o razón de que los objetos sean lo que son; en Hegel, la actividad del pensamiento no se limita a un mero entendimiento de las formas de manifestación de la realidad, sino que le atribuye la virtud de crear la esencia misma de todo lo existente. No es una lógica formal, sino una lógica ontológica. Esto supone una labor teórica de "destrucción" constructiva de las formas de manifestación que impiden al sujeto humano apoderarse del objeto con el pensamiento en el concepto, como unidad dialéctica de la relación entre el ser —del entendimiento— y su esencia:

<<Pero el entendimiento abstracto (abstraído o desentendido de su esencia) no puede concebir esto; el entendimiento se queda con las diferencias (cualitativas), solo puede comprender abstracciones, no lo concreto (pensado como totalidad de los diferentes), ni el concepto (como unidad del los diferentes y su esencia común por mediación del pensamiento)>> Hegel, G.W.F.: “Introducción a la Historia de la Filosofía”. Madrid, Ed.Aguilar/1975 Pp. 57-58. Lo entre paréntesis nuestro)

He aquí al señor von Böhm Bawerk retratado tal como ha sido toda su vida en cuerpo y alma. Allí donde Marx afirma que “el trabajo complejo se cuenta como tiempo de trabajo simple o abstracto multiplicado”, se refiere a que ésa es, aunque no lo parezca, la condición de que dos valores de uso como productos de dos trabajos reproducibles cualitativamente distintos —puestos en determinada cantidad uno respecto del otro— puedan ser iguales en tanto que equivalentes según el tiempo de trabajo medio simple o abstracto igual contenido en ellas como condición de su intercambio. La explicación de este aserto, se encuentra en el pasaje de Marx ya citado, donde dice que “la diferencia entre la mejor abeja y el peor ebanista, consiste en que este último, antes de ejecutar su obra la proyecta en su cabeza”. De hecho, hasta la más simple operación parcial como parte de un trabajo total, supone tener una idea preconcebida de cómo realizarla antes de pasar a ejecutarla. A esto se le llama aprendizaje según el concepto de lo que es necesario hacer. Los desiguales costos de ese aprendizaje que el mercado pondera y compara en términos de dinero, permiten distinguir entre diversos grados de complejidad del trabajo respecto del trabajo medio simple que funge como mínimo común múltiplo.

Volvamos ahora sobre lo que Marx ha explicado al respecto de la conversión del trabajo complejo en trabajo simple —dejando a un lado el tan interesado como prejuicioso ejemplo entre el escultor y el picapedrero—, suponiendo la relación entre dos mercancías reproducibles: 1 traje confrontado con 8 metros cuadrados de lienzo. Ambos productos considerados como simples objetos, son combinaciones de dos elementos. Por una parte la materia prima y, por otra, cuatro trabajos cualitativamente distintos, el del agricultor que cultivó la planta y cosechó el algodón, el del hilandero que transformó la materia prima del algodón en hilo, el del tejedor que convirtió el hilo en lienzo y el del sastre, que transformó esa tela en traje.

A partir de aquí, si del traje descontamos los trabajos útiles o concretos del sastre que convirtió el lienzo en traje, del tejedor que convirtió el hilo en tela, del hilandero que convirtió el algodón en hilo y del agricultor que cultivó la planta y cosechó el fruto desmotándolo mecánicamente, lo que queda es la mota natural de algodón en bruto. Con el ejemplo, lo que Marx quiso significar es que, en todo lo que produce, el ser humano solo puede proceder como la naturaleza: logrando que la materia sobre la que actúa cambie de forma hasta obtener un producto conforme a la idea de su consumo final. Algo que por estar tan “ad óculos” de todo el mundo, normalmente casi nadie piensa sobre ello y menos aun —por la cuenta que le trajo en su momento— lo hizo el aristócrata de nacimiento naturalmente transformado en intelectual burgués que se llamó Eugen von Böhm Bawerk.

Pasando a considerar ahora los distintos trabajos útiles del tejedor que fabricó el lienzo y del sastre que fabricó el traje, es evidente que, como trabajos cualitativamente distintos, nada hay de común en ellos que permita equipararlos para los fines de su intercambio. Pero el intercambio entre productos de distintos trabajos sociales, como hemos visto fue y sigue siendo un hecho empíricamente verificable desde tiempo inmemorial. Y se verifica porque deben tener algo igual que permita equipararlos o bien que las partes comprometidas en los intercambios tiendan a ello mediante el regateo, condición sin la cual no puede haber intercambio.

Por tanto, el traje y el lienzo de nuestro ejemplo también deben tener esa propiedad común a ambas mercancías que permite su intercambio. Pues bien, ese algo igual que Aristóteles no pudo descubrir y que Adam Smith ni David Ricardo supieron hacerlo, fue descubierto por Marx. Y es que tanto el agricultor y el hilandero, como el tejedor y el sastre, han calculado el valor de sus respectivos trabajos útiles o concretos —unos más o menos complejos que otros— reduciéndolos a trabajo general simple o abstracto medido en unidades convencionales de tiempo.

Veamos ahora cómo durante la etapa temprana del capitalismo, la burguesía consiguió convertir trabajo complejo en trabajo simple o abstracto en tanto que simple despliegue de energía fisiológica del cuerpo humano asalariado, incluido el gasto en materia gris. Empecemos por insistir en lo que Marx ha explicado de modo categórico y terminante, acerca del cálculo exacto de los tiempos de trabajo que ha permitido determinar el coste, y precio de venta de los productos que la patronal refleja en sus balances, lo cual fue realmente posible durante la etapa de expansión capitalista, en un proceso histórico que medió entre la división manufacturera del trabajo al interior de cada empresa, y la revolución científico-técnica concebida por una relativa minoría social que realizó la industria maquinizada, logrando convertir el trabajo complejo del artesano medieval, en trabajo simple típico del obrero moderno. Toda esta transformación de los métodos y medios de producción, ocurrió entre mediados del siglo XVI y el último tercio del siglo XVIII.

Se hizo para quitarle al asalariado su tradicional saber de oficio que le permitía regimentar la producción a través de su control sobre los tiempos de trabajo. Con tal fin, la burguesía trasladó el control de esos tiempos de trabajo desde el artesano a la cadencia automáticamente regulable de la maquinaria, superando así los obstáculos que el trabajo complejo del artesanado gremial —más costoso— opuso a la burguesía, reduciendo simultáneamente los tiempos de cada operación, lo cual intensificó el gasto de energía física y mental de los operarios, para los fines últimos de incrementar el excedente o plusvalor capitalizable.

Este proceso se cumplió en dos etapas. La primera de ellas consistió en implantar la división manufacturera del trabajo artesano al interior de cada empresa, donde a cada operario se le encargó hacer una sola y siempre la misma operación entre las tantas del complejo proceso de trabajo que cada artesano tradicional había venido realizando en un lapso determinado de tiempo hasta la fabricación acabada de cada unidad de producto:

<<Para ejecutar sucesivamente los diversos procesos parciales que exige la producción de una obra cualquiera, un artesano tiene que cambiar constantemente de sitio y de herramientas. El tránsito de una operación a otra interrumpe la marcha de su trabajo, dejando en su jornada una serie de poros, por decirlo así. Estos poros se tapan si el operario ejecuta la misma operación durante toda la jornada, o desaparecen a medida que disminuyen los cambios de operaciones. Aquí, la mayor productividad se debe, bien al mayor gasto de fuerza de trabajo en un espacio de tiempo dado, es decir, a la mayor intensidad del trabajo, bien a la disminución del empleo improductivo de fuerza de trabajo. En efecto, el exceso de desgaste de fuerzas que supone siempre el paso de la quietud al movimiento, queda compensado por la duración más o menos larga de la velocidad normal, una vez adquirida. Mas, por otra parte, la continuidad de un trabajo uniforme destruye la tensión y el impulso de las energías, que descansan y encuentran encanto en el cambio de trabajo.
El rendimiento del trabajo no depende sólo del virtuosismo del obrero, sino que depende también de la perfección de las herramientas con que trabaja. Hay diversos procesos de trabajo en que se emplea la misma clase de herramientas, instrumentos cortantes, taladros, martillos e instrumentos de percusión, etc., y muchas veces, una herramienta sirve para ejecutar diversas operaciones en el mismo proceso de trabajo. Pero tan pronto como las diversas operaciones de un proceso de trabajo se desglosan y cada operación parcial adquiere una forma específica y exclusiva puesta en manos de un operario especializado, van desplazándose en mayor o menor medida las herramientas empleadas para diversos fines. La experiencia de las dificultades especiales con que tropieza en la práctica la forma primitiva se encarga de trazar el camino para su modificación. La diferenciación de los instrumentos de trabajo, gracias a la cual instrumentos de la misma clase adquieren formas fijas especiales para cada aplicación concreta, y su especialización, que hace que estos instrumentos especiales sólo adquieran plena eficacia y den todo su rendimiento puestos en manos de operarios parciales especializados
(en la ejecución de movimientos simples, siempre los mismos), son dos rasgos característicos de la manufactura. Solamente en Birmingham se producen unas 500 variedades de martillos, entre los cuales hay muchos que se destinan, no ya a un proceso especial de producción, sino a una operación determinada dentro de este proceso. El período manufacturero simplifica, perfecciona y multiplica los instrumentos de trabajo, adaptándolos a las funciones especiales y exclusivas de los operarios parciales [20]. Con esto, la manufactura crea una de las condiciones materiales para el empleo de maquinarias, que no es más que una combinación de instrumentos simples>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XII Aptdo. 3. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro)

Los incipientes burgueses de aquella época, procedieron de modo tal que, partiendo de las múltiples y complejas operaciones que cada artesano medieval ejecutaba, tras convertirles en asalariados a su servicio acabaron desmembrando el oficio en cada una de sus distintas operaciones. Y lo hicieron asignando cada una de ellas a otros tantos operarios sin embargo igualmente remunerados, para lo cual la burguesía creó la figura del capataz, ocupado en que cada operario insumiera término medio el mismo tiempo en realizar una sola y siempre la misma operación todas ellas distintas, para transformar la materia prima hasta conseguir el producto terminado, después de pasar por las manos de diferentes obreros parciales, cada cual operando con su herramienta específica correspondiente. Así es como la burguesía logró dividir la complejidad del trabajo artesano total en trabajos parciales cada vez más simples, aun cuando sin dejar de ser todavía trabajos especializados de carácter artesanal. Toda esta metamorfosis industrial manufacturera operada por el capital sobre el trabajador artesano individual convertido así en obrero colectivo —como suma de múltiples obreros parciales—, tuvo lugar durante la última mitad del Siglo XVI.

Le siguió un período de transición caracterizado por la combinación de diferentes oficios en la misma empresa, donde a la par que se obtenía el producto para consumo final, se fabricaban los correspondientes medios de producción para tal fin:

Así, por ejemplo, las grandes vidrierías inglesas fabrican ellas mismas los crisoles, de cuya calidad depende en gran parte la buena o mala calidad del producto. De este modo, la manufactura del producto se combina con la manufactura encargada de elaborar un medio de producción. Y puede darse también el caso contrario, a saber: que la manufactura del producto se combine con otras a las que aquél sirva, a su vez, de materia prima o con cuyos productos se alíe. Y así, nos encontramos, por ejemplo, manufacturas del vidrio, combinadas con manufacturas de cristal tallado y fundiciones de latón destinado al montaje metálico de diversos artículos de cristal. En estos casos, las manufacturas combinadas forman otros tantos departamentos, más o menos aislados en el espacio, de una manufactura total, a la par que otros tantos procesos de producción independientes los unos de los otros y dotado cada uno de ellos con su propia división de trabajo>>. (Op. cit. El subrayado nuestro)

Pero a pesar de las muchas ventajas en términos de incremento en la productividad del trabajo —que la manufactura combinada supuso para los fines de convertir trabajo necesario en excedente o plusvalor capitalizable—, la burguesía no tardó mucho en comprender sus límites ante la necesidad de conseguir una verdadera unidad técnica que transformara definitivamente el trabajo complejo del artesano medieval en trabajo simple del obrero moderno, entendido como mero gasto corporal de músculo y nervio por parte de cada empleado, reduciendo la actividad cerebral de todos ellos al mínimo absoluto posible. Con tal propósito, la manufactura integral tuvo que dejar paso a la industria maquinizada:

<<En la manufactura, el enriquecimiento de la fuerza (capacidad) productiva social del obrero colectivo y, por tanto, del capital, se halla condicionado por el empobrecimiento del obrero en sus fuerzas productivas (o capacidades) individuales. "La ignorancia es la madre de la industria y de la superstición. La reflexión y el talento imaginativo pueden inducir a error, pero el hábito de mover el pie o la mano nada tiene que ver con la una ni con el otro. Por eso donde más prosperan las manufacturas es allí donde se deja menos margen al espíritu, hasta el punto de que el taller podría ser definido como una máquina cuyas piezas son hombres" [21] . En efecto, a mediados del siglo XVIII había manufacturas en las que, para ciertas operaciones sencillas, pero que encerraban secretos fabriles, se daba preferencia a los operarios medio idiotas [22] >>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XII Aptdo. 5. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro)

Operarios medio idiotas”. He aquí el concepto de trabajo simple de cada operario sometido a los automatismos mecánicos que regimientan el despliegue cada vez más intenso de su fuerza de trabajo con rigurosa exactitud, cada vez en menos tiempo. Para eso, el capitalismo personificado en la patronal burguesa procuró emplear operarios sin conocimientos especiales, que puedan pasar con toda facilidad de un puesto a otro en el encadenamiento del complejo proceso productivo mecanizado de la empresa.

Así fue cómo, de un obrero integral de oficio, los burgueses consiguieron hacer un obrero parcial, tanto más ubicuo, manipulable y barato, cuantos menos conocimientos poseyera sobre lo que se le ordenara realizar. Se trató de acondicionar un único movimiento corporal repetitivo según los ritmos más y más acelerados de la máquina que a cada operario se le impuso atender, abreviando al máximo los tiempos muertos entre una simple operación y la siguiente, siempre la misma:

<<Resulta, pues, sumamente ventajoso, hacer que los mecanismos funcionen infatigablemente, reduciendo al mínimo posible los intervalos de reposo; la perfección en la materia sería trabajar siempre (…) Se ha introducido en el mismo taller a los dos sexos y a las tres edades explotados en rivalidades, arrastrados sin distinción por el motor mecánico hacia el trabajo prolongado, hacia el trabajo de día y de noche (divididos en turnos de igual duración), para acercarse cada vez más al movimiento perpetuo>> (Barón Dupont: “Informe a la Cámara de París” 1847. Citado por Benjamin Coriat en “El taller y el cronómetro” Ed. Siglo XXI/1982 Pp. 38)

Esto que Marx describió con pormenorizada exactitud, fue llevado a la pantalla en 1936 por Charles Chaplin, dirigiendo y protagonizando el célebre film titulado “Tiempos modernos”. En síntesis, el trabajo complejo y creativo propio de un artesano asalariado de oficio, fue transformado por el capital en trabajo simple repetitivo y alienado —ideado por el trabajo complejo altamente cualificado de ingenieros en los laboratorios de investigación de las grandes empresas capitalistas—, donde hizo irrupción el cronómetro para reducir el tiempo de cada operación simple y repetitiva regimentando cada movimiento corporal, regulando los menores tiempos de su ejecución a los fines de una mayor producción por unidad de tiempo empleado.

¿Hacia dónde miraban sujetos como el señor Eugen von Böhm Bawerk mientras esto sucedía en todas las grandes industrias de los principales países europeos? A poco que se conozca su árbol genealógico y trayectoria profesional, no es difícil contestar la pegunta. Como buen vástago de una familia de aristócratas tradicionalmente aquerenciados en la función pública, tras obtener su título de doctor en derecho su mirada se proyectó sobre su inveterado y muy bien asimilado empeño de prenderse con el rigor propio de toda operación simple a la teta del aparato Estatal austríaco, donde consiguió ser Ministro de Finanzas varias veces, cargo que alternó como profesor de economía en la Universidad de Innsbruck y Viena, donde sirvió como psicólogo en materia económica, contribuyendo a que los explotadores burgueses de todo el Mundo puedan conciliar su conciencia, que para eso este distinguido catedrático del sano entendimiento se encargó de hacerles pasar por verdaderos filántropos sociales [23]. Precisamente a propósito de que los capitalistas hacen altruismo creando puestos de trabajo, Marx ha dicho que:

<<Para inventar todos esos subterfugios y argucias parecidas, están ahí los profesores de economía política, que para eso cobran>> ("El Capital” Libro I Cap. V Aptdo. 2)

Lo que distingue al trabajo complejo del trabajo simple, consiste en el mayor grado relativo de preparación que —en términos de conocimiento o habilidad— exige la producción de ciertas cosas útiles respecto de otras que lo exigen menos. Pero todo trabajo, sea simple o más o menos complejo, no deja de ser despliegue y gasto de energía humana. Incluso lo es el necesario para obtener la preparación en términos de los distintos conocimientos y habilidades que permiten realizar trabajos profesionales en sus diversos grados de complejidad respecto del trabajo más simple.

Ahora bien, si todos los trabajos tienen al gasto de energía corporal como característica común, ¿por qué no podrán reducirse unos a otros según ese mínimo común múltiplo? En matemáticas, múltiplo de n es un número tal que, dividido por n, da por resultado un número entero. Y si como es cierto que todos los trabajos de distinto grado de complejidad son todos múltiplos de n —tal como así los definió Marx— dividiendo cualquiera de ellos por su enésimo grado de complejidad quedan todos reducidos a un número entero equivalente al trabajo simple.

Pero esto que se puede hacer en matemáticas no es posible conseguirlo de la misma forma en economía política. Y la dificultad insuperable en esta materia radica, precisamente, en que no se puede deducir matemáticamente ninguna cantidad de cualidades con distinto grado de complejidad, como para obtener ese mínimo común múltiplo de trabajo abstracto simple, a partir de diversos trabajos concretos en tanto que distintos procesos fisiológicos de energía humana desplegada con arreglo a otros tantos fines útiles también distintos para la vida, que no se los puede reducir a unidades homogéneas calculables. Esta es la misma imposibilidad con que tropezaron psicólogos de la economía como von Böhm Bawerk, intentando deducir el valor de las mercancías partiendo de sus distintas utilidades como valores de uso. Las modificaciones que un cierto valor de capital sufre en el transcurso de su circulación, se expresan como precios medidos en dinero, que sirve como la medida del valor indispensable para establecer la equivalencia:

<<Las formas dinerarias que adopta el valor de las mercancías en la circulación mercantil simple: M-D-M, se reducen a mediar el intercambio mercantil y desaparecen en el resultado final del movimiento. En cambio, en la circulación (típica del capitalismo): D-M-D, funcionan ambas —la mercancía y el dinero— solo como diferentes formas de expresión del mismo valor: el dinero como medio general de existencia, la mercancía como su modo de existencia particular o, por así decirlo, solo disfrazado. El valor pasa constantemente de una forma a la otra, sin perderse en ese movimiento, convirtiéndose así en un sujeto automático>>. (K. Marx: “El Capital" Libro I Cap. IV. aptdo. 1)

La máxima de Galileo fue: “Mide lo que sea medible y lo que no, conviértelo en medible”. Así procedió Marx. Al no poder deducir el trabajo abstracto partiendo de las distintas categorías de trabajo concreto, partió de las distintas magnitudes de valor contenido en las mercancías expresado en términos de dinero, forma en la cual los distintos grados de complejidad laboral se reducen a trabajo simple, teniendo como mínimo común múltiplo al ahora llamado “salario mínimo interprofesional” como medida común del valor de las mercancías en general, lo cual le autorizó a decir que:

<<Por muy complejo que sea el trabajo al que debe su existencia una mercancía, el valor la equipara enseguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa, por tanto, una determinada cantidad de trabajo simple>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. 1 aptdo. 2)

Es la competencia en el mercado a través de la cual se consigue que el trabajo complejo cuente como tiempo de trabajo simple multiplicado, proceso que se verifica con independencia de la voluntad de nadie en particular. Y se cumple no solo como tiempo de trabajo medio simple creador por su equivalente en términos de salario, sino como tiempo de trabajo creador de valor durante la jornada de labor entera, es decir, en términos de salario más plusvalor, que de este último el capitalista se apropia sin pagar nada a cambio según las distintas tasas de explotación o plusvalor. He aquí la verdad de la supuesta filantropía que el señor von Böhm Bawerk tanto ponderó en la clase social de los capitalistas.

Pero esta reducción tiene una explicación y es, que el trabajo complejo contiene costes de formación más altos medidos en mayores unidades de tiempo de trabajo que, en el mercado laboral y a instancias de la oferta y la demanda, se traducen en mayores costes salariales respecto del trabajo más simple comprendido en lo que se llama salario mínimo interprofesional:

<<Ya decíamos más arriba que, para los efectos del proceso de valorización, es de todo punto indiferente el que el trabajo apropiado por el capitalista sea trabajo simple, trabajo social medio, o trabajo complejo, trabajo de peso específico más alto que el normal. El trabajo considerado como trabajo más complejo, más elevado que el trabajo social medio, es la manifestación de una fuerza de trabajo que representa gastos de preparación superiores a los normales, cuya producción representa más tiempo de trabajo y, por tanto, un valor superior al de la fuerza de trabajo simple. Esta fuerza de trabajo de valor superior al normal se traduce, como es lógico, en un trabajo superior, materializándose, por tanto, durante los mismos períodos de tiempo, en valores relativamente más altos. Pero, Cualquiera que sea la diferencia de gradación que medie entre el trabajo del tejedor y el trabajo del joyero, la porción de trabajo con la que el joyero se limita a reponer el valor de su propia fuerza de trabajo no se distingue en nada, cualitativamente, de la porción adicional de trabajo con la que crea plusvalía. Lo mismo en este caso que en los anteriores, la plusvalía sólo brota mediante un exceso cuantitativo de trabajo, prolongando la duración del mismo proceso de trabajo, que en un caso es proceso de producción de hilo y en otro caso de producción de joyas>>. (K. Marx: “El capital” Libro I Cap. V Aptdo. 2)

Dirimida esta pretendida impugnación al pensamiento de Marx, volvamos ahora a preguntarnos por la esencia del capitalismo. Según el Materialismo Histórico, la razón de ser de la burguesía consiste en apoderarse de la mayor cantidad de fuerza de trabajo posible personificada en los asalariados, para convertirla en trabajo excedente o plusvalor a los fines de su acumulación bajo la forma de capital. ¿Cómo lo hace? Incrementando la fuerza productiva del trabajo social a instancias del desarrollo científico-técnico incorporado a los medios de trabajo, es decir, lo que popularmente se conoce como “know how” o “conocimiento avanzado”, otra forma de llamar al trabajo complejo materializado en el capital fijo.

A medida que este proceso avanza irresistiblemente de modo desigual según el coeficiente de desarrollo de la fuerza productiva del trabajo en los distintos países y momentos por los que atraviesa el proceso cíclico de acumulación, la creciente eficacia técnica de los medios de trabajo determina un cada vez menor empleo relativo de trabajo vivo que los pone en movimiento, al mismo tiempo que eleva las condiciones que exige su prestación en materia de conocimientos y/o habilidad, elevando históricamente la cualificación requerida para operar con medios de trabajo más sofisticados a fin de obtener más cantidad de producto y plusvalor por unidad de tiempo empleado en su producción. Ergo, la mayor demanda de trabajo asalariado de esta naturaleza, se va restringiendo a ofertantes asalariados con cada vez más altos niveles de cualificación y formación en detrimento de los menos cualificados.

Esto es lo que Marx ha querido significar en el pasaje citado anteriormente al decir que “el carácter medio simple varía según los países y épocas culturales”, teniendo en cuenta que el desarrollo del capitalismo es desigual tanto a escala nacional como internacional, y que una época cultural se distingue de otra según las dos etapas —temprana y tardía— por la que ha venido discurriendo históricamente el proceso de acumulación del capital social global. En la etapa temprana el capital crecía más en extensión que en intensidad, apoderándose de más fuerza de trabajo disponible con una tasa de explotación que varaba muy poco. En la etapa tardía es al contrario, dado que según la competencia intercapitalista acelera el desarrollo tecnológico incorporado a los medios de trabajo, el empleo de fuerza de trabajo se reduce relativamente, al tiempo que crea las condiciones para que el incremento del plusvalor se base en la intensificación de la explotación acelerando los ritmos de trabajo determinados por los medios técnicos de mayor rendimiento, a los fines de una mayor producción por unidad de tiempo empleado en ella. Cfr.: “El Capital” Libro I Cap. XXIII Apartados 1 y 2.

Así, según aumenta la composición orgánica del capital global que caracteriza a la etapa capitalista tardía, disminuyendo el empleo de asalariados para mover al mismo tiempo un cada vez mayor número de más sofisticados y eficaces medios de trabajo, se amplía la brecha entre una oferta mundial prácticamente ilimitada de trabajo no cualificado y una cada vez mayor demanda de trabajos altamente cualificados, con lo cual la diferenciación y desigualdad en materia de remuneración salarial entre ambos tipos de trabajo —simple y complejo— también se amplía o diverge como un múltiplo de unos trabajos respecto de los otros. Tanto más acusada según disminuye relativamente la demanda de trabajo y se deterioran las condiciones de vida de los asalariados que ofrecen este tipo de trabajo. Tal es la tendencia general que se ha venido verificando fatalmente según el principio activo del capital sobre el que acabamos de insistir. Usando otro vocabulario, en esto coinciden hoy día la mayoría de autores no precisamente autoproclamados marxistas.

Desde que von Böhm Bawerk se puso a la vanguardia de la crítica a este aspecto de la Ley marxista del valor, las “furias del interés privado” se han venido empeñando en machacar sobre el mismo clavo imputándole a Marx haber incurrido en la circularidad de su razonamiento al afirmar por vía fáctica de la práctica social lo que debió demostrar con argumentos, es decir, que el trabajo complejo basado en la cualidad de un determinado coeficiente de formación intelectual sobre distintas disciplinas aplicadas a la producción de plusvalor, pueda ser deducido analíticamente por vía del razonamiento a cantidades de tiempo laboral simple.

Von Böhm Bawerk y sus derivados intelectuales afines a él, omiten pensar en términos de contradicciones objetivas que no por eso constituyen un contrasentido, muy al contrario de lo que sostiene la costumbre metafísica de pensar según el principio de no contradicción en las cosas, adoptada por Böhm Bawerk desde que sus padres le hicieron comulgar con Dios por primera vez en su vida.

Omiten reconocer que la mercancía es una unidad contradictoria de empiria y razón, o sea, cualidad percibida como utilidad y cantidad medida en tiempo de trabajo medio simple materializado en ella durante el acto de la producción, donde adquiere provisionalmente la condición de valor como posibilidad abstracta de realizarse, que recién se convierte en realidad efectiva o no en el mercado respecto de otras de su misma especie y similar calidad:

<<Si no logra venderse o sólo se vende en parte o a precios inferiores a los de producción, aunque el obrero haya sido explotado su explotación no se realiza como tal para el capitalista, no va unida a la realización, o solamente va unida a la realización parcial de la plusvalía estrujada, pudiendo incluso llevar aparejada la pérdida de su capital (invertido) en todo o en parte>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XV Aptdo. 1)

De aquí se desprende que, en el valor objetivado de las cosas como mercancías durante el acto de su producción, no hay ni un átomo de material natural, esto es, de utilidad como valores de uso, dado que las mercancías sólo se materializan como valores en cuanto son expresión de trabajo humano abstracto o indistinto, es decir, que su materia como valores es puramente social. Precisamente es así, porque esta categoría, como forma elemental de la riqueza, para existir como tal presupone una relación social de producción entre dos partes personificadas en patronos capitalistas y asalariados como condición previa para que el acto de la producción en cada unidad productiva o empresa pueda llevarse a cabo. En ese acto, el tiempo de trabajo insumido en la producción de cada unidad de producto funge como medida interna de su valor en cada empresa.

Pero mientras no deje de ser un valor de uso para socializarse convertido en mercancía que se confronta en el mercado con otros de su misma especie, o incluso habiendo cumplido tal requisito no logre venderse, ese producto del trabajo no adquiere realidad social como tal mercancía y, por tanto, su medida interna de valor según el tiempo de trabajo medio simple contenido en ella, tampoco se determina como medida externa, como medida socialmente aceptada. Es pues, en su precio como expresión social de su valor medido en unidades contantes de dinero que se realiza en el mercado, donde el trabajo complejo se reduce espontáneamente a trabajo medio simple como un múltiplo suyo socialmente determinado a instancias de la oferta y la demanda, con absoluta independencia de los agentes sociales comprometidos en tal proceso social:

<<Y la experiencia demuestra que esta reducción de trabajo complejo a trabajo simple es un fenómeno que se da todos los días y a todas horas. Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una mercancía, el valor la equipara enseguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa, por tanto, una determinada cantidad de trabajo simple . Las diversas proporciones en que diversas clases de trabajo se reducen a la unidad de medida del trabajo simple se establecen a través de un proceso social que obra a espaldas de los productores, y esto les mueve a pensar que son el fruto de la costumbre>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. 1)

 

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[15] Nota de Marx en esta cita: Ver Hegel, Philosophie des Rechts, Berlín, 1840, p. 250 f 190.

[16] Nota de Marx en esta cita: Advierta el lector que aquí no nos referimos al salario o valor abonado al obrero por un día de trabajo, supongamos, sino al valor de las mercancías en que su jornada de trabajo se traduce. En esta primera fase de nuestro estudio, es como sí la categoría del salario no existiese.

[17] Nota de Marx en esta cita: “Considero esto tanto más necesario cuanto que, incluso en el capítulo de la obra de F. Lassalle contra Schulze Delitzsch, en que el autor dice recoger ’la quinta¬esencia espiritual’ de mis investigaciones sobre estos temas, se contienen errores de monta. Y mencionamos de pasada el hecho de que F. Lassalle tome de mis obras, casi al pie de la letra, copiando incluso la terminología introducida por mí y sin indicar su procedencia, todas las tesis teóricas generales de sus trabajos económicos, por ejemplo: la del carácter histórico del capital, la de la conexión existente entre las relaciones y el régimen de producción, etc., etc., es un procedimiento que obedece, sin duda, a razones de propaganda. Sin referirme, naturalmente, a sus desenvolvimientos de detalle y a sus deducciones prácticas, con los que yo no tengo absolutamente nada que ver”.

[18] El verbo alemán aufheben tiene un doble sentido: significa tanto superar o trascender, como, al mismo tiempo, conservar. El significado “conservar” ya incluye en sí el aspecto de su negación superadora, en cuanto se saca algo de su inmediación y por lo tanto de una existencia abierta a las acciones exteriores, a fin de superarlo conservándolo. De este modo, lo que se ha eliminado en la mercancía como producto del trabajo concreto, es a la vez algo conservado: su valor de uso, que ha perdido sólo su inmediación, pero que no por esto se haya anulado. De lo contrario no podría llegar a ser valor con fines de intercambio. Como todo el mundo sabe, Hegel reconstituyó las leyes de la dialéctica añadiéndole el concepto como unidad en el pensamiento entre la esencia inteligible y la existencia sensible de cada cosa. Lo que Marx denominó “concreto pensado”.

[19] Un crítico que la reiteró es Rudolf Schlesinger en su libro “Marx, his time and ours”, 1950. En él se lee lo siguiente: “Este problema es, por cierto, la dificultad más grave que se encuentra en una crítica a la economía marxista.[…] Si nadie lograse resolver el problema,”, habría que archivar definitivamente la teoría marxiana del valor".

[20] Cita de Marx: <<En su trascendental obra, “Sobre el origen de las especies”, dice Darwin, refiriéndose a los órganos naturales de los animales y las plantas: "Cuando el mismo órgano tiene a su cargo diferentes funciones, puede encontrarse una explicación a su mutabilidad en el hecho de que la educación natural no conserva o evita las pequeñas desviaciones de forma tan minuciosa como tratándose de órganos destinados a una sola función concreta. Así, por ejemplo, los cuchillos destinados a cortar diversos objetos son, siempre, sobre poco más o menos, de la misma forma; en cambio, las herramientas destinadas a un uso determinado presentan una forma distinta para cada uso”>>.

[21] Referencia bibliográfica de Marx: A. Ferguson, “History of Civil Society”, p. 280.

[22] Referencia bibliográfica de Marx: J. D. Tuckett, “A History of the Past and Present State of the Labouring Population”, Londres, 1846, I, p. 148.

[23] Cuando se usa como parte de un apellido alemán, la preposición “von” indica que la persona es miembro de la nobleza, tal como se han dado casos en Francia, España y Portugal con la preposición "de" en el sentido de vínculo o pertenencia. En determinadas ocasiones y lugares, el uso de la partícula "von" es ilegal para todas aquellas personas que no pertenecen a la nobleza, o sea, que es una especie de marca de fábrica o copyright. Aunque ya se sabe que todo en la sociedad capitalista se compra y se vende, tal como se demostró que más de un burgués acaudalado, pudo hacerse con los títulos nobiliarios de aristócratas arruinados, tan empíricamente como que el trabajo complejo se puede reducir contablemente a trabajo simple multiplicado.