9. La economía vulgar desenmascarada por el Materialismo Histórico

Pero una vez que los capitalistas conquistaron el poder político en Inglaterra y Francia, la lucha de clases entre proletariado y burguesía se puso teórica y prácticamente a la orden del día, especialmente tras la primera gran crisis económica de 1825. Fue a partir de entonces cuando la economía política burguesa experimentó un brusco viraje hacia la defensa cada vez más ostensible del sistema, esforzándose al mismo tiempo en conciliar los intereses entre patronos capitalistas y asalariados:

<<Había sonado la campana funeral de la ciencia económica burguesa. Ya no se trataba de si tal o cual teorema era o no verdadero, sino si resultaba beneficioso o perjudicial, cómodo o molesto, si infringía o no las ordenanzas de la policía. Los investigadores desinteresados eran sustituidos por espadachines a sueldo y los estudios científicos imparciales dejaban el puesto a la conciencia turbia y a las oscuras intenciones apologéticas>>. (K. Marx: Postfacio a la 2ª edición del primer libro de “El Capital”. Enero de 1873)

La economía política, al igual que sucedió con las ciencias naturales, se convirtieron así en ciencias de la burguesía como nueva clase dominante, ideológicamente secundada por la inmensa mayoría de los intelectuales inorgánicos a su incondicional servicio. Ni más ni menos que como hicieron los sofistas en el modo de producción esclavista. En su mencionada obra titulada “Teorías sobre la Plusvalía”, Marx desenmascaró a quienes llamó “economistas vulgares”, por haber abandonado la investigación científica desinteresada tendente a descubrir los contenidos esenciales de cada parte de esa nueva realidad, para dar en cambio veracidad a las engañosas formas existenciales aparentes directamente perceptibles por los sentidos. Por ejemplo y para muestra solo basta un botón, decir que, relevando la igualdad formal que refleja la esfera de la circulación o mercado en la conciencia de asalariados y patronos —donde parece que ambas partes se igualan al acordar el intercambio de prestaciones equivalentes en el contrato de trabajo— el economista vulgar Fréderic Bastiat (1801-1850), intentó deliberadamente ocultar —bajo esta forma que brilla en la esfera de la circulación—, el contenido de la desigualdad real que se verifica en la esfera de la producción, entre el tiempo de la jornada laboral que el asalariado emplea en producir riqueza por el equivalente a su salario, y la parte durante la cual trabaja gratis para crear un plus de valor que su patrón le rapiña.

Como acabamos de decir y anteriormente hemos desarrollado, la corriente marxista del Materialismo Histórico se inscribe dentro de la línea de pensamiento científico aportado por la economía política clásica, hasta completar críticamente su trazado no previsto por ninguno de sus representantes. De hecho, la obra que Marx consagró a esta ciencia en inestimable colaboración con Federico Engels —popularmente conocida por “El Capital”—, recibió más precisamente el título de “Crítica de la Economía Política”, donde, a diferencia de los clásicos, Marx demostró el carácter necesariamente transitorio del capitalismo, de sus leyes y de las categorías que los economistas clásicos burgueses consideraron eternas:

<<...Estuve enfermo durante todo el año pasado (aquejado de antrax y de forúnculos). De no haber sido por ello, mi libro “El Capital”, la crítica de la economía política, ya se habría publicado. Espero ahora terminarlo al fin dentro de unos meses y asestar, en el plano teórico, un golpe a la burguesía del cual no se recuperará jamás....>> (K. Marx: "Carta a Klings" 04/10/1864)

A partir de esta conclusión lapidaria que Marx extrajo científicamente, el nuevo curso que tomó la economía política tras la publicación del primer Libro de su obra central en 1867, quedó trazado al ser ampliamente acogida entre los sectores más políticamente avanzados y comprometidos de la clase asalariada. Ese curso desplazó el centro de gravedad social de la economía política, desde la burguesía donde había sido puesto por los economistas clásicos, hacia el proletariado donde Marx y Engels consiguieron trasladarlo:

<<Suele llamarse a Das Kapital, en el continente, “la Biblia de la clase obrera”. Nadie que conozca bien el gran movimiento obrero, negará que las conclusiones a que llega esta obra se convierten, día que pasa, en los principios fundamentales de ese movimiento, no solo en Alemania y Suiza, sino también en Francia, Holanda Bélgica, Estados Unidos y hasta en Italia y España, ni que por todas partes la clase obrera va reconociendo más y más en dichas conclusiones, la expresión más fiel de su situación y de sus aspiraciones. Y también en Inglaterra, en este momento preciso, las teorías de Marx ejercen un influjo poderoso sobre el movimiento socialista, el cual no se propaga menos entre las filas de la gente “culta” que en as de la clase obrera>>. (“El Capital”: Prólogo de Engels a la edición inglesa)

Con el ejemplo de Bastiat ya hemos visto cómo y por qué la llamada por Marx economía vulgar, replegó el campo de estudio de la economía política hacia las relaciones de intercambio que tienen lugar en el mercado, abandonando las relaciones de producción que habían sido el centro de interés de los clásicos. Con este repliegue hacia la superchería, los burgueses demostraron estar única y exclusivamente interesados en la circulación de los valores, esto es, en los problemas de mercado, en el movimiento de los precios, el dinero y el crédito. Con ello todavía pretenden que el proletariado solo vea el rostro amable del capitalismo, el de la supuesta equidad del intercambio entre equivalentes que refleja el contrato de trabajo, donde parece ser que ambas partes se benefician por igual. Para los burgueses y sus sofistas intelectuales a sueldo, hablar de la desigualdad social que salta a la vista estudiando las relaciones de producción —donde se descubre que la ganancia capitalista solo puede brotar y crecer a expensas del salario y que la gallina burguesa de los huevos de oro tiene un límite histórico absoluto infranqueable—, es como mentar la soga en casa del ahorcado.

Según los economistas vulgares el beneficio o ganancia del capital surge en el mercado y es el resultado de la diferencia entre el precio de venta y el precio de costo de cada producto. O sea, vendiendo más caro de lo que se ha comprado. Desde esta perspectiva, el beneficio no se genera, pues, en la esfera de la producción sino en la esfera de la circulación, es decir en la compraventa. El plusvalor o trabajo excedente creado por el asalariado respecto del salario que cobra, no aparece aquí por ningún sitio. Estos señores lo han hecho desaparecer así de fácil como por arte de birlibirloque.

Según su criterio, el beneficio obtenido por el capitalista industrial, ante todo contiene el valor del capital invertido para producir dicho producto que constituye su costo, bajo la forma de medios de producción y salarios. En un segundo momento, con la venta de su producto, cada capitalista retira de la circulación el equivalente a un plusvalor, por el que, a cambio, no ha pagado nada. En el apartado 2 del capítulo IV de “El Capital”, ya explicó Marx por qué razón este excedente sobre el costo no puede surgir para el capital global de la esfera de la circulación. Porque una cosa es saber cómo se distribuye el beneficio y otra dónde se produce. Una cosa es saber cuánto produce cada capitalista en su empresa y otra muy distinta lo que finalmente obtiene vendiendo en el mercado lo que ha producido. Las condiciones no son las mismas en uno y en otro sitio. Pero el valor total producido sigue siendo el mismo, equivalente a la suma total del tiempo de trabajo medio simple cualquiera sea el lugar del país donde se produjo:

<<Puede ocurrir que el poseedor de mercancías “A” sea tan astuto, que engañe a sus colegas “B” o “C” y que éstos, pese a toda su buena voluntad, no sean capaces de tomarse la revancha. “A” vende a “B” vino por valor de 40 libras esterlinas y recibe a cambio trigo por valor de 50 libras. Mediante esta operación “A” habrá convertido sus 40 libras en 50, sacando más dinero del que invirtió y transformando su mercancía en capital. Observemos la cosa más de cerca. Antes de realizarse esta operación, teníamos en manos de “A” vino por valor de 40 libras esterlinas, y en manos de “B” trigo por valor de 50 libras, o sea, un valor total de 90 libras esterlinas. Realizada la operación, el valor total sigue siendo el mismo: 90 libras. El valor circulante no ha aumentado ni un átomo: lo único que ha variado es su distribución entre “A” y “B”. Lo que de un lado aparece como plusvalía, es del otro lado minusvalía; lo que de una parte representa un más, representa de la otra un menos. Si “A” hubiese robado abiertamente las 10 libras a “B”, sin guardar las formas del inter¬cambio, el resultado sería el mismo. Es evidente que la suma de los valores circulantes no aumenta, ni puede aumentar, por muchos cambios que se operen en su distribución, del mismo modo que la masa de los metales preciosos existentes en un país no aumenta por el hecho de que un judío venda un céntimo del tiempo de la reina Ana por una guinea. La clase capitalista de un país no puede engañarse a sí misma en bloque[9]>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. IV Aptdo. 2. El subrayado nuestro)

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[9]De parecer contrario era Destutt de Tracy, a pesar de ser –o acaso por serlo– membre de I'Institut. Los capitalistas industriales, dice, obtienen sus ganancias “vendiéndolo todo más caro de lo que les ha costado producirlo. ¿Y a quién lo venden? En primer lugar, se lo venden unos a otros”. (Traitéi de la Volonté, etc., p. 239.). Cita de Marx.