15. La revolución alemana 1918-1919

<<No hemos sabido qué hacer ni cómo ante la realidad en que todavía permanecemos sometidos, porque nos adaptamos a la tan interesada como falsa idea, de ver al sistema capitalista con los ojos apologéticos engañosos de nuestros mandatarios. Como si el capitalismo fuera una realidad reformable y siempre perfectible. Un hábito que nos impide saber cuál es el verdadero fundamento de esa realidad fatalmente provisoria, para poder concluir en que es necesario y cada vez más urgente revolucionarla>>. GPM.  

 

 

          Desde la contrarrevolución burguesa triunfante en junio de 1848, la política “revolucionaria” en Alemania había venido discurriendo bajo la tutela preservativa de la alianza entre la nobleza y la burguesía. La derrota del movimiento revolucionario alemán y europeo aquél año, retrotrajo la dialéctica entre las clases antagónicas a la situación inmediatamente anterior. Si entre 1840 y 1848 prevaleció la crítica radical a la propiedad privada, desde mediados de 1848 se impuso entre los explotados la tendencia a buscar mejoras al interior del capitalismo. Y la forma organizativa con que se conjugó semejante filosofía política contrarrevolucionaria, fue el movimiento cooperativista bajo el patronato del Estado burgués, cuyo adalid entre los asalariados desde 1860, se llamó Ferdinand Lassalle, precursor de segundo orden —después de Pierre Joseph Proudhon— del reformismo político burgués como antídoto del socialismo revolucionario propugnado por Marx y Engels. Dos íntimos amigos y correligionarios todavía en plena juventud.

 

          El reformismo de Lassalle fungió, pues, como nexo de unión entre la fase artesanal más antigua y la fase más moderna del movimiento asalariado al interior del capitalismo temprano en expansión. En ese momento, las cooperativas (subvencionadas por el Estado) y los sindicatos, fueron las dos formas de organización obrera actuantes en el cuerpo social capitalista, al modo como las células de un organismo humano lo son, esencialmente, con fines preservativos de su crecimiento y supervivencia. No cuestionan el sistema sino que lo integran como asalariados que se explotan a sí mismos, repartiéndose los beneficios según el capital que —bajo la forma de ahorros— cada uno de ellos aporta en su respectiva empresa. Y al respecto de lo que atañe a su participación política, se asumen como un factor de poder en interacción democrática con los demás partidos burgueses, que hacen a la constitución de cada Estado nacional. En su discurso de 1862 acerca de este asunto, Lassalle dijo que:

<<…la verdadera Constitución de un país, reside en los factores reales y efectivos de poder que en (en la sociedad civil y política de) ese país rigen, y (donde) las Constituciones escritas no tienen valor ni son duraderas más que cuando dan expresión fiel a tales factores de poder imperantes en la realidad social (dentro del mismo sistema capitalista global) , de ahí los criterios fundamentales que deben ustedes retener>>. (Lo entre paréntesis nuestro)

 

          Por eso Lassalle se arrimó en Alemania al por entonces todopoderoso Otto von Bismarck, conocido como el “canciller de hierro”, quien entre 1862 y 1890 actuó en nombre del monarca Guillermo II (1859-1941), cuando en Alemania la nobleza ejercía todavía el poder dominante y la burguesía era subalterna política suya. Un contexto en el que cupo a Lassalle la tarea de engrilletar el movimiento obrero al Estado feudal de ese país, poniendo en valor los mismos principios del poder real y efectivo ejercido por el más fuerte, como único “fundamento” de las constituciones promulgadas en todos los países europeos, independientemente de cualquier razón histórica que pudiera justificar su existencia. Ni más ni menos que como se verifica en cualquier manada de fieras:

<<Se sabe que su correspondencia secreta no ha sido revelada hasta después de su muerte, pero los otros socialistas no han dejado de denunciar la colusión de Lassalle con el Estado (burgués tutelado por la nobleza feudal). Lassalle describe su organización (cooperativista) a Bismarck como “mi imperio” (diciendo): “las clases trabajadoras están predispuestas por instinto hacia la dictadura, si se sabe convencerlas bien, de que dicha dictadura se ejerce en su interés>>. (Jean Barrot y Denis Authier: “La izquierda comunista en Alemania” Ed. Zero, S.A./1978 Pp. 50. Lo entre paréntesis nuestro)

 

          La historia del Lassallismo comenzó en 1863, cuando ese sujeto creó la “Unión General de Trabajadores Alemanes” o “Allgemeine Deutsche Arbeiterverein”, organización sindical que dará origen al Partido Social Demócrata Alemán. Ese mismo año Lassalle conoció en Berlín a Helene von Dönniges, hija de un diplomático bávaro residente en Génova, con quien se casó durante el verano. Fue aquel un año que acabó siendo fatídico para él, cuando supo que su flamante esposa estaba siendo presionada, para que rompiera su vínculo matrimonial y se uniera sentimentalmente al Conde von Racowitz. Furioso y dispuesto a saldar la disputa amorosa según sus propios principios de que prevalezca el poder del más fuerte, tras escribirle varias cartas a Racowitz le retó a un duelo, en el cual murió el 31 de agosto de 1864:

<<Parece ser que Lassalle ni siquiera levantó su pistola, sino que sonrió enigmáticamente cuando su rival le apuntó. ¿Había llegado a pensar en su propia invencibilidad? ¿O acaso había decidido que una romántica y prematura muerte le aseguraría la inmortal fama? Todo estuvo rodeado de un gran misterio. Como comentó Engels: “Esas cosas sólo podían ocurrirle a Lassalle, con su extraña y originalísima mixtura de frivolidad y sentimentalismo de judío y de caballero>>. (Francis Wheen: “Karl Marx” Ed Debate)

 

          En 1875, como resultado de la fusión entre el “Partido de Eisenach” (dirigido por Karl Liebnekcht y August Bebel), y la “Unión General de Trabajadores Alemanes” bajo el influjo de los sucesores de Lassalle, durante el Congreso de Gotha —reunido entre el 22 y el 25 de mayo de 1875—, nació el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), cuyo programa —previamente redactado y aprobado por los discípulos de Lassalle— fue votado durante sus deliberaciones. Una grosera tergiversación del “Manifiesto Comunista” que Marx se encargó de reprobar severamente en su Crítica del Programa de Gotha.

 

          En ese momento, Rosa Luxemburgo era una niña que había cumplido cuatro años. Nació el 5 de marzo de 1871 en la ciudad polaca de Zamosc, por entonces bajo el dominio ruso. Dos años después, en 1876, Bismarck ilegalizó al SPD. El tan inteligente como prestigioso sociólogo y economista burgués, Max Weber (1864-1920), siempre le censuró esa decisión —nunca revocada por Bismarck mientras estuvo a cargo del gobierno alemán hasta 1890— de haber proscrito a ese partido. Le reprochaba haber impedido que los asalariados alemanes se integraran pacífica y consensualmente en el Estado, o sea, permitiendo que conservaran su independencia política. Y cuando el emperador Guillermo II destituyó al “Canciller de Hierro” —no casualmente un año después de fundada la IIª Internacional— y volvió a legalizar al SPD, sus dirigentes consiguieron escaños en el Reichstag (parlamento), donde a pesar de su retórica comunista se ocuparon, primordialmente, de obtener ventajas parlamentarias para su enriquecimiento personal, mientras Weber saludaba la medida pronunciando estas palabras:

     <<Se puede uno preguntar quién tiene más que perder en ello: ¿la sociedad burguesa o la socialdemocracia? En cuanto a mí, yo pienso que pierde la socialdemocracia. Concretamente, aquellos de sus adherentes portadores de la ideología revolucionaria>> (Cfr. Jean Barrot y Dennis Authier: “La Izquierda Comunista en Alemania” Cap. II. El subrayado nuestro)

 

          La lucha de clases es flujo y movimiento, pero también cristaliza en organizaciones revolucionarias y contrarrevolucionarias. Y aun cuando el movimiento proletario es impulsado por las contradicciones del capitalismo hacia la revolución, si está dirigido por una organización política en cuyos dirigentes ha cuajado ya la contrarrevolución —como producto de su compromiso continuado con el Estado burgués y la Bolsa—, no hay perspectiva revolucionaria posible. Sí, la Bolsa. Una institución desde la cual, la burguesía en todo momento ha venido rigiendo férreamente los más importantes asuntos de Estado en todo el Mundo. Un poder subjetivo institucional, que sin embargo está objetivamente predeterminado por la anarquía sistémica del aparato económico capitalista productor de ganancia en las empresas, cada una independientemente de las demás:

<<Considerad el parlamento burgués. ¿Puede admitirse que el sabio Kautsky no haya oído decir nunca que los parlamentos burgueses están tanto más sometidos a la Bolsa y a los banqueros cuanto más desarrollada está la democracia? (…). En el más democrático Estado burgués, las masas oprimidas tropiezan a cada paso con una contradicción flagrante entre la igualdad formal, proclamada por la “democracia” de los capitalistas, y las mil limitaciones y tretas reales que convierten a los proletarios en esclavos asalariados. Esta contradicción es lo que abre a las masas los ojos ante la podredumbre, la falsedad y la hipocresía del capitalismo>>. (V. I. Lenin: “La revolución proletaria y el renegado Kautsky” Noviembre de 1918. Pp. 17.)

 

          “Transparency International” es actualmente una organización dedicada a denunciar la corrupción política en el Mundo. El Índice de Percepción de la Corrupción que presentó para el año 2001, clasificó a 91 países. Este índice ha sido elaborado basándose en el grado de corrupción percibido por empresarios, académicos y analistas de riesgo. Se mide por una escala que se extiende entre el 100 (altamente limpio) y 0 (altamente corrupto). En la percepción para el año 2001 sobre 90 países, casi dos tercios obtuvieron una puntuación menor a 5, todos ellos pertenecientes al llamado tercer mundo. El índice para 2012 mantuvo esos mismos baremos.

 

          A primera vista, este resultado sugiere la engañosa idea de que, en los países de mayor desarrollo económico y de más “democracia” en las instituciones políticas, se verifica una menor corrupción. Este engaño se desvela comprobando que los altos índices de corrupción que registran los países económicamente dependientes del imperialismo en el llamado “tercer mundo”, se explican por la presencia e incidencia en ellos, del gran capital multinacional excedentario acumulado en los países económicamente más poderosos, que emigran desde las más grandes metrópolis capitalistas hacia su periferia menos desarrollada, cotizando en las bolsas de esos países y sobornando a destacados personeros de los partidos políticos “democráticos” eventualmente a cargo de sus respectivos gobiernos, que así se lucran mutuamente con la realización de jugosos proyectos de inversión en las diversas ramas de esas economías nacionales dependientes. Todo a expensas del trabajo asalariado. 

 

  Entre las formas de soborno a partidos políticos, una de las más utilizadas es la financiación de las campañas electorales. Y cuanto mayor es la masa del gran capital extranjero invertido en la sociedad civil de esos países, mayor es la irresistible presión política que ejerce sobre sus aparatos estatales a través del soborno a los políticos profesionales que se enriquecen actuando en función de gobierno, cuando no alternan esas funciones —ya sea en el poder ejecutivo, en el parlamento o en la magistratura— con altos cargos en grandes empresas privadas nacionales participadas por capital extranjero. Un fenómeno que actualmente se ha dado en llamar “la puerta giratoria”. Así es cómo tras haber sido altos burócratas con información privilegiada e influencia sobre el aparato estatal de sus países de origen, pasan a ejercer como intelectuales orgánicos al servicio del capital imperialista. De este modo, la dependencia económica de los países subdesarrollados respecto del gran capital multinacional, indirectamente y hasta cierto punto de modo subrepticio, se traduce en dependencia diplomática y política.

 

Aunque tan alto grado de corrupción estaba todavía lejos de ser alcanzado por los partidos políticos de la IIª Internacional estatizados antes de la Primera Guerra Mundial, Rosa Luxemburgo pudo comprobar cómo en Alemania, el SPD se deslizaba ya cada vez más hacia ese abismo de inmoralidad reaccionaria por la pendiente de las instituciones del Estado, que eran el medio natural de actuación política de sus dirigentes. Pero para combatir esta prevista deriva del SPD y demás partidos políticos europeos en tanto que organizaciones política burguesas estatizadas, regidas desde la sombra por el gran capital internacional, Rosa siempre confió en que tal desviación reaccionaria sería espontáneamente corregida por la supuesta fuerza revolucionaria de las masas, tras la próxima explosión de las contradicciones cada vez más agudizadas del sistema.

 

Pues bien, los hechos históricos están ahí para quien tenga interés en conocerlos. En 1914, la mayoría de los representantes del SPD en el parlamento, revelaron todo el peso de su corrupta lógica contrarrevolucionaria, cuando el 3 de agosto decidieron en bloque votar a favor de los créditos para financiar al ejército alemán en la primera guerra mundial.[1] 

 

El 2 de diciembre, Karl Liebnekcht fue el único diputado socialdemócrata que se negó a votar los nuevos créditos de guerra. Por esa época Rosa Luxemburgo en nombre del Grupo Espartaco pronunció su famosa frase:

    <<Después del 4 de agosto de 1914, la socialdemocracia no es más que un cadáver nauseabundo>>.

 

Pero siguió utilizando todos los recursos de su retórica y su autoridad, para evitar que ese partido se debilitara fragmentándose por la izquierda y los obreros revolucionarios cortaran sus lazos con ese “cadáver”, pretextando que las masas se encuentran a ese nivel y no hay que aislarse de ellas. Rosa nunca dejó de profesar el culto al fetichismo de las mayorías sociales ideológicamente más atrasadas, presa como permaneció de la inconcebible y pueril creencia en la posibilidad de educarlas para la revolución al interior de Partidos políticos contrarrevolucionarios como el SPD.

A raíz de la opción socialimperialista de su voto a los créditos de guerra, al interior del SPD surgieron a su izquierda tres fracciones. Una de ellas fue el grupo conocido por Liga Spartacus”. Sus miembros conformaron un cuerpo ideológico y político compacto movido por un espíritu auténticamente revolucionario que negaron en la práctica, al no concebir la revolución fuera del SPD.

Otra fracción al interior del “Partido Socialdemócrata de Alemania” (SPD), sintetizó en el “Partido Socialista Independiente de Alemania” (USPD), con su propia organización sindical: los “Hombres revolucionarios de confianza” (R.O.). Este partido se constituyó en oposición a los métodos burocráticos del SPD, pero esencialmente por haber votado los créditos de guerra, decisión que adoptaron después de que 20 de sus miembros fueran expulsados de la fracción parlamentaria en marzo de 1917. Disponía de una izquierda de composición obrera que actuaba en la calle, y una derecha que maniobraba en el parlamento. Fue la expresión alemana de lo que Lenin designó con la palabra “centrismo” a nivel internacional. Cuando el USPD se constituyó, en abril de ese año, la “Liga Spartacus” ingresó al SPD como grupo supuestamente autónomo.

Finalmente estaban los “Socialistas internacionalistas de Alemania” (ISD), dirigidos por Anton Pannekoek; coincidían en el mismo ideario revolucionario con la gente de la “Liga Spartacus”, pero a diferencia de éstos —que junto con el USPD fueron expulsados en 1919— los grupos oposicionistas que conformaron el ISD rompieron definitivamente con el SPD en diciembre de 1916, dejando de pagar todas sus aportaciones a esa formación política. Querían una nueva organización efectivamente revolucionaria que evitara la formación de una casta de burócratas corrompidos. El 23 de noviembre de 1918, reunido en Brena, el ISD adoptó la sigla IKD: “Internationale Kommunisten Deutschlands”. Tras su conferencia nacional realizada el 24 de diciembre en Berlín, se acordó la fusión con la Liga Spartacus”, siempre que esta organización abandonara el USPD. Así nació el Partido comunista de Alemania (KPD).

 

Anton Pannekoek profundizó en el análisis acerca de la aparente traición cometida por los burócratas arribistas dirigentes del SPD. Y lo explicó diciendo que, estos dirigentes aupados a la máxima representación política de los asalariados en la IIª Internacional, se transformaron en burócratas entre 1894 y 1913 durante los estertores del capitalismo nacional de libre competencia en expansión, que durante ese período se convertiría en capitalismo oligopólico internacional dando pábulo a la etapa imperialista. Un período en el cual el sistema permitió que los asalariados con sus luchas pudieran mejorar sus condiciones de vida. En este contexto, la IIª Internacional fue la instancia superior de las negociaciones que fructificaban en tales mejoras. Pero todo ese castillo de naipes construido durante la expansión de los negocios, se vino abajo con el desastre de la guerra. Como todas las guerras entre clases dominantes, aunque los socialchovinistas o patriotas quisieron presentarla como una guerra por la defensa de la patria, aquella guerra no dejo de ser una guerra interimperialista de rapiña. Y a semejante impostura se prestó la Socialdemocracia europea. De lo cual Pannekoek concluyó que:

      <<El partido se adaptó tan bien a esta función [bucólica transitoria], que la [necesaria] acción revolucionaria (de las masas que intervienen directamente sin que haya necesidad de actuar en su lugar, es decir, en que ellas no son ya masas sino clase y, tendencialmente la humanidad), se presenta ante [los burócratas ya consolidados de] la organización socialdemócrata, como una perspectiva peligrosa en general y, sobre todo, para su propia conservación [como casta privilegiada]>> (Jean Barrot y Denis Authier: Op cit. Cap. IV Ed. Cit. Pp. 87/88. Lo entre corchetes nuestro)

 

          Rosa —junto a Liebnektch— no dejó de luchar contra esa guerra. Pero sin haber comprendido, que la condición de eficacia de esa lucha, pasaba por romper con la disciplina no solo de los partidos políticos contrarrevolucionarios que integraban la IIª Internacional, sino con la propia Internacional. El punto central de sus tesis adoptadas por la conferencia de Die Internationale  el 1 de enero de 1916, había sido formulado en la tesis número 12, tras el análisis sobre el fracaso de la II Internacional. Decía ella que:

<<Dada la traición cometida por los representantes oficiales de los partidos socialistas de los principales países, contra los fines e intereses de las clases trabajadoras, con la intención de desviarlas de la base de la Internacional proletaria hacia una política burguesa imperialista, es para el socialismo una necesidad vital crear una nueva Internacional obrera que tendría como tarea guiar y unificar la lucha de la clase revolucionaria contra el imperialismo en todos los países>> (Pierre Broué: “La Revolución en Alemania”  Pp. 75. El subrayado nuestro)

          Pero sin cortar sus vínculos con la vieja, creyendo en la posibilidad de reciclarla por dentro, pero desde fuera, es decir, por el efecto demostración de las luchas sociales espontáneas supuestamente resultantes de las dolorosas consecuencias de la guerra. Tal era la tesis de Rosa. Por eso la carta de presentación del grupo pacifista Spartakus en el Reichstag el 30 de marzo de 1916 decía:

<<Ni partido nuevo ni partido viejo sino reconquista del partido de abajo a arriba por medio de la rebelión de las masas (directamente contra la guerra e indirectamente contra los dirigentes del SPD que habían votado a favor de participar en ella>> (Op. cit. Pp. 54. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

 

          Lenin respondería que esta tesis teórica capital expuesta por Rosa, estaría desprovista de toda trascendencia práctica si no iba presidida por la decisión previa de romper a tiempo en cada país, no sólo con las organizaciones que habían aceptado participar en esa guerra, sino con la IIª Internacional contrarrevolucionaria, a fin de reunir orgánicamente en la lucha, a los elementos revolucionarios de la Internacional ¡todavía por construir! A fines de diciembre de aquél año, esta tesis de Lenin recusando a Rosa, fue avalada por Karl Radek desde las columnas de su Arbeiterpolitik” (Política obrera):

<<La idea de construir un partido común con los centristas es peligrosamente utópica. Los radicales de izquierda, tanto si las circunstancias son favorables, como si no lo son, deben, si quieren realizar su misión histórica, construir su propio partido>>. (Op. Cit. Pp. 55)    

 

          Su culto al fetichismo de la lucha elemental espontánea del proletariado, le hizo creer a Rosa que una ruptura con el SPD antes de que las masas en su conjunto hubieran tomado conciencia de la traición de sus dirigentes, sería ineficaz y desembocaría en el aislamiento de los revolucionarios. Permanecía ciega frente a la realidad de que los fuertes vínculos de ese partido con el bloque histórico de poder entre la burguesía y la aristocracia, impedían en él y, por tanto, fuera de él, toda libertad de movimiento, en tanto que como condición de pertenencia se exige ajustarse a su disciplina partidaria, convirtiendo así la idea de concienciar a las masas desde ahí, en una labor ilusoria[2]. Ella misma lo pudo comprobar cuando en junio de 1916 intentó la realización de una huelga general, razón por la cual el día 28 ella y Liebnektch fueron sentenciados a dos años y medio de cárcel sin que su partido moviera un dedo. Fue en esas circunstancias cuando ratificó la ingenuidad de su concepción política pronunciando la célebre frase: “La  libertad es y siempre ha sido la libertad de los que piensen diferente”. 

 

          El invierno de 1915-1916 había sido muy duro y las provisiones se helaban en los almacenes, al tiempo que la cosecha de patatas —que antes de la guerra había promediado los 46 millones de toneladas, en 1916 no alcanzó a sobrepasar los 23 millones. Mientras el mercado negro se limitaba a satisfacer la demanda de los más pudientes y enriquecía a los especuladores, el hambre se extendía entre los barrios obreros. Si los almacenes estaban aprovisionados, las cartillas de racionamiento daban “derecho” a 1,5 kg de pan, 2,5 kg de patatas, 80 gr de mantequilla, 250 gr de carne, 180 gr de azúcar y ½ huevo por semana, un total que alcanzaba solo a la tercera parte de las calorías necesarias.

 

          Ante semejante situación agravada por las noticias provenientes de la guerra en las trincheras, reflejada en los hospitales abarrotados de heridos, jóvenes mutilados, listas cada vez más largas de muertos o desaparecidos, el deseo de paz habría podido llegar a realizarse de no ser por la represión votada en el “Reichstag” o Parlamento del Sacro Imperio Romano Germánico, decisión que los antecesores de sus colegas socialdemócratas de hoy apoyaron. No obstante, el 28 de mayo de 1.915 más de mil mujeres se manifestaron por la paz frente a ese edificio.

 

          Las batallas de 1.916 habían sido muy costosas. Entre febrero y diciembre 240.000 soldados alemanes cayeron en Verdun, sin que el Estado Mayor obtuviera el resultado previsto. Ante las pérdidas en sus tropas, los generales alemanes desde el frente reclamaron los medios que creyeron necesarios para la victoria. En tales circunstancias, la revolución rusa de febrero en 1917, tendría en la opinión pública de Alemania una repercusión enorme. A primera vista, se puede interpretar como si esa victoria del Proletariado ruso sobre la coalición aristocrático-burguesa de su país, hubiera sido posible por causa del esfuerzo de guerra alemán. Esto es lo que sostuvo en su momento el revisionista Eduard David. Pero pronto pudo saberse que la autocracia zarista había caído a manos de una sublevación popular.

 

           En febrero de 1917, el spartakista Fritz Heckert declaró que: “el proletariado alemán debe sacar las lecciones de la revolución rusa y tomar en sus manos su propio destino”, mientras que Clara Zetkin desde Rusia, en una carta dirigida al congreso del USPD, afirmó:

<<Frente a vuestro congreso se inscribe en letras de fuego la acción del pueblo de Rusia, una acción cuya alma ardiente y motor está constituido por el joven proletariado, bajo la dirección de una socialdemocracia que ha sabido, también durante el tiempo de guerra, mantener alta y sin tacha la bandera del socialismo internacional. ¡Espero, deseo que vuestras deliberaciones y vuestras decisiones sean dignas de este excelente acontecimiento del siglo! Vayamos a la escuela de la maestra heroica de todos los pueblos y de todos los tiempos: La Revolución>>. (Op. cit. Pp. 61)

 

          Durante la primera quincena de Enero en 1918, Spartakus difundió una octavilla llamando a la huelga general. El partido centrista USPD se dividió entre partidarios y contrarios a su convocatoria. El círculo de delegados revolucionarios se reafirmó en la necesidad de su convocatoria y la propagó con gran acogida en las fábricas, mientras Spartakus hacía circular una octavilla informando sobre la ola de huelgas en Austria y Hungría, donde se reclamaba: “¡lunes veintiocho de enero, huelga general”. Ese día por la mañana, 400.000 obreros de Berlín se declararon en huelga. Y al mediodía, 414 delegados aprobaron provisoriamente un programa de siete puntos, tal como fue diseñado en Brest-Litovsk por la delegación rusa presidida por Trotsky, según los siguientes puntos: 1) paz sin anexiones ni indemnizaciones, sobre la base del derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos; 2) representación de los trabajadores en las conversaciones de paz; 3) mejora del reavituallamiento y derogación del estado de sitio; 4) restablecimiento de la libertad de expresión y de reunión; 5) leyes que protejan el trabajo de mujeres y de niños; 6) desmilitarización de las empresas; 7) liberación de los detenidos políticos y democratización del Estado a todos los niveles, comenzando por la concesión del sufragio universal prusiano.

 

          Allí mismo se decidió invitar al USPD a que envíe tres de sus representantes (minoritarios) al comité de acción. Un spartakista propuso extender la invitación a los mayoritarios para “desenmascararlos”. Primero desestimada por dos votos, la propuesta fue finalmente aprobada, para evitar que el movimiento pudiera ser acusado de “disgregador”.

 

          En la siguiente reunión, en representación de los minoritarios acudieron Hugo Haase, George Ledebour y Wilhelm Dittman. Por los mayoritarios: Friedrich Ebert, Philipp Scheidemann y Otto Braun. Ebert pidió la palabra para declarar inaceptables algunas de las reivindicaciones que habían sido adoptadas. Proposición que fue rechazada por mayoría, a raíz de lo cual los tres representantes del USPD mayoritarios abandonaron el lugar.

         

          Durante la noche del treinta al treinta y uno de enero, la comandancia militar hizo colocar grandes carteles rojos anunciando el refuerzo del estado de sitio y el establecimiento de cortes marciales extraordinarias. Ese día, 5.000 suboficiales fueron llamados para reforzar a la policía de la capital. Por la mañana estallaron los primeros incidentes entre obreros huelguistas y tranviarios no huelguistas. Se respiraba un aire de guerra civil. Los tranvías fueron saboteados y se produjeron las primeras detenciones. En el mitin del parque Treptow y a pesar de la prohibición militar, Ebert tomó la palabra y pronunció la siguiente arenga patriótica:

 <<Es un deber de los trabajadores sostener a sus hermanos y padres del frente y forjarles las mejores armas (…) como lo hacen los trabajadores ingleses y franceses durante sus horas de trabajo. (…) La victoria es el deseo más querido de todos los Alemanes>> (Pierre Broué: “La Revolución en Alemania”/1: De la guerra a la revolución. Pp. 72)  

           

          Abucheado, tratado de “amarillo” y de “traidor”, Ebert se ratificó solidario con los huelguistas, pero no en su acción sino sólo en sus reivindicaciones sindicales. Y naturalmente, no fue detenido. Pero sí Dittman, que fue acusado de subversivo y condenado a cinco años de prisión. El día 3 el gobierno anunció que militarizaría en las fábricas a los asalariados que no reanudaran su trabajo al día siguiente, mientras los diputados mayoritarios del USPD en el comité de acción, insistían sobre la necesidad de abandonar la huelga:

<<Los peligros —dicen— son inmensos para los obreros, ya que las autoridades militares se preparan para la represión; la peor política es proseguir la huelga>>. (Op. cit.)

 

          A pesar de que los Spartakistas siguieron presionando para el endurecimiento de la huelga, el Comité de acción acordó finalmente la orden de levantarla el mismo tres de febrero. Las consecuencias de semejante decisión no se hicieron esperar: la policía persiguió a los revolucionarios y cincuenta mil obreros berlineses —uno de cada diez huelguistas—, vieron su asignación especial anulada y fueron movilizados.

 

          El dieciocho de febrero, el ejército alemán lanzó una ofensiva sobre el frente del este, y sus rápidos éxitos en territorio ruso permitieron a los generales asegurar el abastecimiento de las tropas con el trigo de Ucrania. En el Oeste, la ofensiva comenzó el veintiuno de marzo. Entre ese mes y noviembre, la guerra le costó a Alemania 192.447 muertos, 421.340 desaparecidos y prisioneros, 860.287 heridos y 300.000 muertos civiles más que en 1917, al tiempo que la tasa de mortalidad infantil se duplicaba. Pero:

<<Desde el 18 de julio de 1918, el Estado Mayor sabe que el ejército alemán se bate a la defensiva por el ataque del Mariscal de campo francés Ferdinand Foch y la intervención de los carros de combate sobre el frente occidental, sin posibilidades razonables de conseguir la victoria. El mismo Erich Ludendorff se convence de que hay que poner fin a la guerra>>. (Op. cit. Pp. 85)

 

En agosto, Alemania llegó al borde del colapso militar y económico. Ante la ofensiva del ejército aliado en las postrimerías del conflicto, la burguesía alemana seguía sin controlar el poder político en un Estado propio, todavía en manos de la aristocracia feudal remanente de los Hohenzollern bajo el reinado del emperador prusiano Guillermo II. Ese mes, las derrotas sucesivas del ejército germánico provocaron las primeras revueltas de soldados. El fracaso de Montdidier (batalla del Marne) en el frente del Oeste, el día ocho, dio la pauta de que toda esperanza de victoria militar era vana y que los jefes ya no tenían control sobre el desarrollo de la guerra, transformada en un “juego de azar”.

Mientras todo esto sucedía en Alemania, los socialistas revolucionarios en Rusia preparaban un atentado contra Lenin, que perpetraron el día 30 de ese mismo mes de agosto, cuando tras pronunciar un discurso en la fábrica de armamento “Mijelson”, una mujer militante de ese partido le disparó tres tiros, uno de los cuales le atravesó el abrigo, el segundo dio en su hombro y el tercero le atravesó el pulmón, herida esta última de la cual no se pudo volver a recuperar y sería el principio de su muerte, acaecida el 21 de enero de 1924. Su asesina, Fanni Kaplan, nació el año 1887 en la provincia ucraniana de Zhytomir, con el nombre de Feiga Jaimova Roitman.

Poco después del episodio, en setiembre de 1918 el jefe del Estado mayor alemán, Paul von Hindenburg, informó a Guillermo II que la situación en el frente del Este era crítica, aconsejándole que abandonase Rusia, al mismo tiempo que, en acuerdo con su lugarteniente, Erich Ludendorff, propuso ampliar el Gobierno para permitir la negociación con las potencias triunfantes en la guerra, sobre la base más sólida posible:

<<Ambos coincidían con el Secretario de Estado, Paul Von Hintze, en que “es necesario prevenir el desmoronamiento desde abajo, con la revolución (burguesa) desde arriba”. El objetivo es constituir un Gobierno conforme a la mayoría del Reichstag, integrando en el gobierno a ministros socialdemócratas>> (Op cit. Pp. 86. Lo entre paréntesis nuestro)

 

Ese mismo mes, el canciller George von Hertling dimitió, y Guillermo II nombró en su lugar al Príncipe Max de Bade, quien propuso al presidente norteamericano Thomas Woodrow Wilson acordar un armisticio con el enemigo de guerra sobre la base de catorce puntos. Mientras el ocho de noviembre la delegación del gobierno viajaba para acordar el armisticio, los jefes militares consideraban tal situación como inaceptable. Pero en todos los ámbitos de la sociedad civil alemana, era notorio que sobre la burguesía teutona ya pesaba el oprobio del proletariado, por el doble fracaso que le suponía no haber podido ahogar en sangre la revolución de octubre en Rusia, sumada a la derrota de su aventura militar en territorio francés, que debieron abandonar a solo 100 Km. de París. Para prevenirse de las más que probables consecuencias políticas, la pequeñoburguesía encarnada  en los dirigentes del SPD, apelaron a su órgano de difusión, el Vorwärts, para que organice una campaña propagandística insistiendo en que las “soluciones rusas” son impracticables en Alemania:

 <<La revolución rusa ha anulado la democracia y establecido en su lugar la dictadura (sobre las clases dominantes minoritarias) de los consejos de obreros y soldados. El partido socialdemócrata rechaza, sin equívocos, la teoría y el método bolcheviques para Alemania y se pronuncia por la democracia (bajo el poder real de la burguesía)>>. (Vorwärts”, 21 octubre 1918: “dictadura o democracia”. Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)

 

          Mientras tanto, en la base de la sociedad alemana se manifestaron claros signos de una radicalización popular creciente. La atmósfera política que se respiraba en Berlín era de huelga. Pero entre los dirigentes políticos del movimiento, los que no vacilaban retrocedían. En la conferencia del partido independiente, Haase y Rudolf Hilferding —que en el SPD habían ambos votado a favor de los créditos de guerra— junto a Wilhelm Dittmann (que en enero de 1919 se desmarcaría de los marinos durante la sublevación en el puerto de Kiel), a duras penas lograron detener la consigna de “dictadura del proletariado”, y se prodigaban en denunciar el “gusto romántico por la revolución bolchevique”. Karl Kautsky se sumó a estas medias tintas desde sus escritos en el Vorwärts.  Haase confesó a Ernst Däumig que no tenía ninguna idea de lo que pasaría, mientras Lenin escribía a la dirección de “Spartakus”: “Ha llegado el momento”, y se prodigaba en aportar en todo lo posible por ayudar a la revolución alemana.

 

          El siete de octubre se celebró en Berlín una conferencia del grupo “Spartakus”, en la que participaron los delegados comunistas de Bremen. Se analizó allí la situación de Alemania caracterizándola como “revolucionaria”. Y después de poner a consideración todos los problemas que la burguesía alemana fue incapaz de resolver en la revolución de 1848, se presentó un programa que propuso la amnistía para todos los adversarios a la guerra, civiles y militares; la abolición de la ley sobre la mano de obra y el estado de sitio; la anulación de todas las deudas de guerra; la incautación de la banca, minas y fábricas; la reducción del tiempo de trabajo; el aumento de los salarios bajos; la incautación de las propiedades rurales, grandes y medianas; la concesión a los militares del derecho de organización y reunión; la abolición del código militar y su reemplazo por la función disciplinaria a cargo de delegados elegidos por los soldados; la abolición de los tribunales militares y la liberación inmediata de los que han sido condenados; la abolición de la pena de muerte y de trabajos forzados por supuestos “crímenes” políticos y militares; la entrega de los medios de abastecimiento a los delegados de los trabajadores; la abolición de los Länder (comunidad autónoma o provincia) y la destitución de las dinastías reales y principescas. Para la realización de este programa, se convocó a crear “consejos de obreros y soldados allí donde aún no existan”, para cuya dirección se ofrecieron los más destacados revolucionarios.  

 

          A todo esto, Karl Liebnekcht permanecía encarcelado en Luckau. Para impedir que se agrande su aureola de mártir, los ministros socialdemócratas trataron de dar a la opinión pública obrera una prueba de buena voluntad “democrática”, planteando en el consejo de gobierno que sea rápidamente decretada la amnistía para los presos políticos, y que Liebnekcht sea liberado. Aun contando con la reticencia de los militares, la liberación del dirigente spartaquista se decidió el 21 de octubre. Pero Liebnekcht estaba casi sólo. En Berlín, quienes pudieron ayudarle eran “jefes sin tropa” que no pasaban de cincuenta:

 <<La verdadera vanguardia de las tropas de las fábricas está (mayoritariamente influenciada y) organizada en las filas del partido socialdemócrata independiente (USPD), bajo la dirección de los centristas, contra los que Liebknetch ha luchado tanto, y particularmente en el núcleo de delegados revolucionarios de las fábricas. Con ello se plantea el problema de una conexión directa (entre el USPD y la contrarrevolución)>> (Op. cit. Pp. 88. Las comillas y lo entre paréntesis nuestro).       

 

          El caso de Wilhelm Pieck —que había regresado de Holanda para reanudar su militancia— es elocuente. Cuando el 23 de octubre el USPD le ofreció a Liebnekcht incorporarse a la dirección del partido, éste pidió que se convoque a un congreso donde se condene el pasado centrista de esa organización, y autocríticamente reconozca que los spartaquistas han tenido razón durante los últimos años. Pero los dirigentes “independientes” solo aceptaron redactar una “declaración de intenciones, reconociendo que su punto de vista se ha venido aproximando al de Spartakus”. Ante lo cual Liebnekcht declinó la cooptación ofrecida, pero aceptó ser un invitado del ejecutivo en las reuniones donde ese partido adopte decisiones trascendentes.

 

          Ese mismo día 23, los ministros del gobierno aconsejaron que el Kaiser Guillermo II abdique. Los altos dirigentes socialdemócratas  Scheidemann y Ebert, insisten sobre la misma idea el día treinta y uno de octubre, a la que se adhirió una delegación del partido y los sindicatos el tres de noviembre. Konrad Haenisch fundamentó los motivos de tal proposición en una carta privada:

<<Se trata de la lucha contra la revolución bolchevique que asciende, siempre más amenazante, y que significaría el caos (para la burguesía, naturalmente). La cuestión imperial está estrechamente ligada a la del peligro bolchevique. Es necesario sacrificar al emperador para salvar al país. Esto no tiene absolutamente nada que ver con ningún dogmatismo republicano>> (Eberhard Kolb: “Los consejos obreros en la política interior alemana” Citado por Pierre Broué en Op. Cit. Pp. 91. Lo entre paréntesis nuestro)     

 

          El 26 de octubre, el núcleo directivo de las bases obreras que decidieron erigirse en consejo obrero provisional de Berlín, contaba con tres spartaquistas: Liebnekcht, Wilhelm Pieck y Ernst Meyer:

 <<Esta dirección revolucionaria, improvisada, pasó enseguida a la discusión de la situación y a sus perspectivas, para concluir en que era necesario estar preparados para una acción inmediata, en caso de que el gobierno de Max Baden rehusase proseguir las conversaciones de paz y lanzase una llamada a la “defensa nacional”>>. (Op. Cit. Pp. 89)

 

          No satisfecho con este análisis que juzgó puramente pasivo y expectante, sometido a la iniciativa del adversario, Liebnekcht rehusó seguir la idea de los delegados según la cual, las masas no estaban preparadas para batirse, excepto por una provocación gubernamental. Y vio la prueba de lo contrario en las iniciativas que se producían en todas partes, y en la combatividad de los jóvenes que habían celebrado su Congreso precisamente en Berlín, los días 26 y 27:

 <<El 26 por la tarde, ha habido dos mil manifestantes en Hamburgo, el 27 el doble en Friedrichshafen. El 27 por la tarde, a la salida de un mitin independiente durante el cual ha tomado la palabra Andreas Festsäle, arrastra tras de sí hacia el centro de la ciudad, a varios centenares de jóvenes y de obreros, que chocan con la policía>>. Op. Cit. Pp. 89

 

          Para Intentar convencer de ello a los dirigentes de los delegados revolucionarios, durante la jornada del veintiocho de octubre Liebnekcht sostuvo una larga discusión con Ernst Däumig y Emil Barth. Según él, en todos los casos, e incluso si el Gobierno no intentara prolongar la guerra en nombre de la “defensa nacional”, los revolucionarios tienen el deber de preparar la movilización de masas mediante mítines y manifestaciones, que le harán tomar conciencia de su fuerza, elevarán su nivel de conciencia y su voluntad de victoria:

<<Däumig y Barth dudan, están a punto de acusar a Liebnekcht de confundir deseos con realidades, sólo consienten, finalmente, en la organización de mítines, rechazando categóricamente las manifestaciones en la calle. En la reunión plenaria de la tarde, Wilhelm Pieck hace adoptar su propuesta de difundir una octavilla, invitando a los obreros a rehusar las llamadas de movilización que les están llegando>>. (Op. Cit. Pp. 89)

 

          He aquí el espíritu pequeñoburgués, siempre temeroso, vacilante y acomodaticio a “lo que hay”. Como el falso dado que va de un lado a otro del tapete hasta detenerse sobre su base más pesada.  El cuatro de noviembre, Friedrich Ebert telefoneó al secretario de Estado, Arnold Wahnschaffe, asegurándole que los sindicatos estaban empleando toda su autoridad en apaciguar a los obreros. Dos días antes se había celebrado una reunión con los dirigentes del USPD  y con los delegados revolucionarios de las fábricas. Allí, Georg Ledebour  introdujo a un oficial del 2° batallón de la Guardia, el teniente Waltz, puesto él mismo y su unidad a disposición del Estado Mayor revolucionario para la insurrección. La mayoría de los presentes acogieron con entusiasmo a este recién llegado con capacidad de aportar fuerzas armadas y material,  haciendo al fin concebible una victoria. Waltz, bajo el seudónimo de “Lindner”, es adjunto de Ernst Däumig en los preparativos técnicos  —militares y estratégicos— de la próxima insurrección.

 

          Pero, ¿es razonable plantearse la insurrección sin pasar exitosamente la prueba de la huelga general? Haase propone impaciente fijar la fecha de la insurrección armada para el 11 de noviembre. Ledebour todavía más la adelanta al día cuatro. Karl Liebknecht, tras haber conversado de este problema con los rusos en la embajada, desacuerda con uno y con otro. Rechaza categóricamente cualquier propuesta tendente a desencadenar la insurrección armada sin preparación ni certeza acerca de cuál es la real predisposición en quienes de ellos dependerá el triunfo o la derrota de la  iniciativa:

<<Es necesario, según él, lanzar la consigna de huelga general, y que decidan los mismos huelguistas la organización de manifestaciones armadas para la paz inmediata, el levantamiento del estado de sitio, la proclamación de la república socialista y del gobierno de los consejos de obreros y soldados. Afirma que sólo durante la huelga general “la acción debería ser seguida (o no) de medidas cada vez más atrevidas, hasta la insurrección”>> (Op. cit. Pp. 90)

 

          A falta de un partido efectivamente revolucionario, fuertemente cohesionado en torno al materialismo histórico y con influencia de masas, ya constituido, todos estos escarceos previos serán desbordados por el desenlace incontrolable de los acontecimientos.

 

          En Stuttgart, los spartaquistas ocupaban sólidas posiciones en el USPD, donde uno de ellos, Fritz Rück, no solo presidía el ejecutivo, sino que también formaba parte del consejo de redacción del periódico “Der Sozialdemokrat”, en cuya sección titulada “Diario de un spartaquista” escribió:

      <<Se trata de poner a las masas en movimiento. Esto sólo puede hacerse a partir de las fábricas. La adhesión oficial al partido independiente, por antipática políticamente que nos sea, nos deja las manos libres y nos permite construir en las fábricas, bajo la cobertura de un trabajo de organización del partido legal, un sistema bien soldado de hombres de confianza>>. (Op. Cit. Pp. 91)

 

          El dos de noviembre, el comité de acción de Stuttgart que participó en la discusiones con los delegados revolucionarios de Berlín, informaron que la insurrección fue decidida para el día cuatro simultáneamente con la huelga general. También se decidió allí la publicación inmediata de un periódico, Die Rote Fahne (La Bandera Roja), que se pronunció inmediatamente por el establecimiento en Alemania de una República de consejos obreros.

 

          A todo esto, el 28 de octubre entre la tripulación de los barcos de guerra anclados en Wilhelmshaven, cunde la inquietud al saberse que el Estado Mayor se dispone a librar un combate con la flota rusa en el Mar del Norte. Recordando el motín de 1917, los marinos inmediatamente pidieron el apoyo de los obreros, y durante las manifestaciones un millar de hombres fueron detenidos, mientras cinco navíos zarpaban hacia Kiel. El 1º de noviembre se reunieron en la sede sindical de esta ciudad, decidiendo una manifestación por las calles al día siguiente. Allí tomó la iniciativa Karl Artelt sobre un torpedero, proponiendo que se forme un consejo de marinos, el primero de la revolución alemana:

<<Por la mañana temprano, se encuentra encabezando un comité designado por veinte mil hombres. Los oficiales están desbordados. El almirante Wilhelm Souchon que manda la base, claudica frente a todas las reivindicaciones que le presenta Artelt en nombre de sus camaradas: supresión del saludo, disminución del servicio, aumento de los permisos, liberación de los detenidos. Por la tarde, toda la guarnición está organizada en una red de “consejos de soldados”, la bandera roja ondea sobre los navíos de guerra, muchos oficiales son arrestados por sus hombres. En tierra, socialdemócratas independientes y mayoritarios han llamado juntos a la huelga general, después a la designación de un consejo obrero que se fusionará con el de marinos. El socialdemócrata Gustav Noske, nombrado gobernador de Kiel por el gobierno, se apresura a reconocer la autoridad del nuevo consejo de obreros y soldados para calmar a los marinos y localizar el incendio>> (Op. Cit. Pp. 92).   

 

          En Hamburgo, el cinco la policía prusiana descubre abundante material de propaganda en la valija diplomática rusa, y el gobierno del Reich da seis horas a Adolf Ioffe y a los representantes de la embajada de ese país en Berlín para abandonar el territorio alemán. La revolución se propagó rápidamente por todo el país. Ese día, tras la revuelta en Kiel, estalló en  Hamburgo una huelga general, en cuyo puerto la multitud se apoderó de los barcos de guerra, de los sindicatos, de la estación central del ferrocarril y del regimiento principal, donde los huelguistas se armaron. Durante la noche, cien hombres entraron en la sede de los sindicatos y llamaron a una manifestación central para el mediodía siguiente. En la mañana del día 6, algunos militantes planificaron la acción y un consejo obrero provisional se constituyó en la sede de los sindicatos. A la hora prevista, se reunieron más de cuarenta mil manifestantes. Un dirigente independiente hizo aclamar la toma del poder político por el consejo de obreros y soldados. El radical de izquierda Fritz Wolffheim propuso aprobar la consigna de la República de los consejos. Por la tarde se formó el consejo de obreros y soldados presidido por el radical de izquierda Heinrich Laufenberg. Durante este tiempo, Paul Frölich, a la cabeza de un grupo de marinos armados, había ocupado los locales y la imprenta del periódico Hamburger Echo,  donde se imprimió el primer número del periódico del consejo de obreros y soldados de Hamburgo llamado Die Rote Fahne” que proclamó:

¡Es el principio de la revolución alemana, de la revolución mundial! ¡Salud a la más poderosa acción de la revolución mundial! ¡Viva el Socialismo! ¡Viva la República alemana de los trabajadores! ¡Viva el bolchevismo mundial! (Op. cit. Pp. 94)

 

          En Bremen, el día cuatro, un mitin de masas reclamó el armisticio, la abdicación del emperador y el levantamiento del estado de sitio, mientras la policía en todas las ciudades, tiraba de sus informes y se dedicaba a detener a los obreros prontuariados que habían participado en las huelgas de enero. En Wilhelmshaven, el día seis un incidente mecánico en un tren que transportaba marinos detenidos, bloqueó la estación de Bremen, Los marineros escaparon por la ciudad dispersándose entre los astilleros y pidiendo socorro a los trabajadores. Se organizó espontáneamente una manifestación encabezada por dirigentes del USPD que acudió a las cárceles y, después de abrir sus puertas y liberó a los presos, proponiendo la elección de consejos de obreros y de soldados y aclamando la consigna de “República socialista”. Pero el mitin se dispersó sin tomar ninguna decisión. Una manifestación de marinos organizada por el maquinista Bernhard Kuhnt, permanente del partido antes de la guerra en Chemnitz, desencadenó la huelga general. Por la tarde, obreros y marinos eligieron un consejo donde los socialdemócratas eran mayoría, mientras en Düsseldorf los obreros luchaban contra la policía en torno a un tren de prisioneros detenido en una estación. Allí mismo se constituyó un consejo de obreros y soldados. El siete la huelga surgida en los astilleros a orillas del río Weser se generalizó, y los consejos de obreros fueron elegidos en todas las fábricas. El nueve fue designado el consejo central local de los obreros y soldados.

          En Baviera, el movimiento de los marinos fue creado por un grupo de revolucionarios actuando en las filas del partido independiente. Kurt Eisner, hijo de un acomodado hombre de negocios judío, nunca pasó de ser socialdemócrata y un revisionista del marxismo, que se radicalizó durante la guerra luchando por la paz, sin llegar a superar sus condicionamientos políticos de clase media burguesa; organizó en Munich un círculo de discusión en el que participaron unos cien obreros e intelectuales, que sumaron los primeros cuatrocientos afiliados al centrista partido “independiente” (USPD) de Baviera, quienes ejercieron una influencia determinante entre los trabajadores de la fábrica Krupp y de otras empresas, forjando estrechos vínculos con el ala socialista de la Liga campesina dirigida por el ciego Ludwig Gandorfer. Apoyando sistemáticamente la aspiración de las masas por acabar con la guerra, Eisner contribuyó sin duda a preparar la revolución burguesa en Baviera. El siete de noviembre, encabezó en las calles de Munich una manifestación por la paz, durante la cual se decidió la huelga general y el asalto a los cuarteles, que provocó la huida del Monarca y la proclamación de Eisner ese mismo día como presidente del consejo de obreros y soldados de la República bávara.

 

          En el gobierno del Consejo tenían una considerable influencia revolucionaria los anarquistas liderados por Erik Mühsam y  Gustav Landauer. Pero la aspiración política de Eisner no era esa, sino que Alemania pasara a ser gobernada por su partido socialdemócrata, que no bregaba por la ruptura con el poder compartido hasta ese momento entre aristócratas y burgueses, comprometido como estaba con estos últimos. Precisamente por eso y a pesar de haber venido exaltando hipócritamente el poder de los consejos de obreros y soldados, Eisner días después convocó a elecciones “democráticas”.

 

          En medio de una situación revolucionaria, donde la lucha por el poder entre dos fuerzas en pugna se inclinaba a favor de una de ellas: los consejos de obreros y soldados —que no estaba todavía resuelta y definitivamente consolidada—, el voto depositado en las urnas por buena parte de las mayorías explotadas, en ausencia de una organización revolucionaria con influencia de masas, no puede sino ser la expresión de una voluntad colectiva fuertemente condicionada por los enemigos de esa mayoría social. Y el caso es que, entre esos enemigos que conspiraban contra la revolución, estaba el reaccionario partido socialdemócrata alemán, con el que ni Rosa Luxemburgo, ni Liebknetch, ni tantos otros como Ledebourg y Haase, decidieron romper a tiempo y combatirle abiertamente. Esta renuncia explica que sujetos como el periodista del “Vorwärts”, un tal Stampfer, pudiera decir que los obreros y los soldados no debían conservar el poder conquistado desde los Consejos, argumentando que solo representaba a una parte de la población alemana: el proletariado. Así lo inyectó en la opinión pública el día 13 de noviembre, haciéndose pasar como un consejista:

<<Hemos vencido, pero no lo hemos hecho para nosotros solos. ¡Hemos vencido para el pueblo entero! Por eso nuestra consigna no es: ‘¡todo el poder a los soviets!’, sino: ¡Todo el poder al pueblo entero!>>  (Op. Cit. Pp. 108)

 

          Los centristas bávaros (USPD) procedieron, pues, según los intereses del SPD, es decir, de la burguesía, al contrario de lo que había sucedido en Rusia un año antes, donde los revolucionarios bolcheviques tuvieron este fundamental y decisivo detalle muy en cuenta. De aquí que no cometieran el error por el que se deslizó el flamante gobierno revolucionario alemán en Baviera y demás landers alemanes. Los bolcheviques optaron, en cambio, por no abdicar el poder militar arrancado al zarismo; se resistieron a soltarlo irresponsablemente dejándolo al albur de unas elecciones inmediatas. De esta trascendental experiencia revolucionaria no aprendió Eisner. Su democratismo formal —típico del centrismo político neutralizante— le impidió decidirse por el polo de la contradicción dialéctica que pugna objetivamente por resolverla en el sentido del progreso histórico-social. Y el instrumento político que utilizó, temiendo que la balanza del poder se inclinara demasiado en detrimento de uno de sus dos polos, fueron las elecciones:

  <<Así fue cómo el día 10 de enero, Eisner no dudó en ordenar la detención de los partidarios del boicot a esos comicios [miembros del Partido comunista alemán (KPD) y del Consejo obrero revolucionario animado por Mühsam]. Y como consecuencia de ello, el día 12 el USPD (su propio partido) obtuvo solo el 2,5% de los votos>> (Jean Barrot y Dennis Authier: “La izquierda comunista en Alemania”. Ed. Cit. Pp. 125-126. Lo entre corchetes nuestro)

 

          El inconveniente de toda posición política a medio camino entre los dos extremos políticos de la contradicción social, está en que bajo determinadas condiciones de inestabilidad, las mayorías silenciosas que temen cambios le puedan confundir con cualquiera de ellos. De esta confusión habría de ser víctima el propio Eisner, no solo por haber perdido en el terreno electoral, sino fatalmente su propia vida tres meses después[3].

         

          En la ciudad sajona de Chemnitz, el ocho de noviembre los cuarteles fueron tomados por asalto y simultáneamente, Fritz Heckert consiguió organizar una huelga durante la cual, se procedió a crear un consejo de obreros y soldados, en el que figuraron socialdemócratas mayoritarios por el sindicato de la construcción que él presidió, y el partido independiente del que era dirigente máximo de hecho; fue designado presidente el nueve de noviembre.

 

          Ese día en Berlín, desde el amanecer se distribuyeron volantes en las fábricas convocando a la insurrección, al tiempo que  la bandera roja, emblema de la revolución mundial, flameaba sobre los edificios públicos de todas las regiones alemanas. Sorprendidos ante la enorme magnitud de la población obrera marchando hacia el centro desde todos los barrios industriales del Norte y del Este, sin distinción de mayorías y minorías políticas fraccionales partidarias, los socialdemócratas mayoritarios se cuidaron muy bien de ponerse frente a un movimiento al que sabían que no podrían vencer:

<<Sus hombres de confianza reunidos aún de madrugada en torno a Ebert, fueron categóricos: las masas siguen a los independientes, escapan totalmente a los mayoritarios. Lo que hay que evitar a cualquier precio, es la resistencia de los cuarteles y que haya combates en las calles; (porque) entonces, lo peor sería posible, es decir, una revolución sangrienta, y (como resultado) el poder en manos de los extremistas>>. Pierre Broué Op. Cit. Pp. 97. Lo entre paréntesis nuestro)

 

          Pero la sorpresa parecía no haber dejado margen de tiempo suficiente, cuando desde Sajonia un oficial del regimiento de cazadores de Naumburg, informó que sus hombres estaban dispuestos a disparar sobre las masas y esperaba órdenes. Es lo que los SPD mayoritarios querían evitar. Fue cuando Otto Wels acudió al cuartel Alexandre, en Berlín, para convencer a los soldados que “no deben disparar sobre el pueblo, sino al contrario, ir con él en esta revolución pacífica” Los demás regimientos de la guarnición siguieron el ejemplo de los cazadores. Un oficial de Estado Mayor, el teniente Colins Ross, hizo saber a Ebert que el comandante en jefe había dado la orden de no disparar. El Vorwärts lanzó una octavilla especial que decía: “No se disparará”. Finalmente ante la pasividad del ejército los edificios del Reichstag (parlamento) fueron ocupados testimonialmente por la muchedumbre sin recibir un solo disparo.

 

          Poco después, en el palacio imperial, subido al techo de un auto Liebnektch proclamó la “república socialista alemana”. Y después, desde un balcón de la residencia de los Hohenzollern dijo a la muchedumbre:  

<<La dominación del capitalismo que ha convertido a Europa en un cementerio, está rota de ahora en adelante. Nos acordamos de nuestros hermanos rusos. Nos habían dicho: “Si en un mes no habéis hecho como aquí, rompemos con vosotros”. Nos ha bastado cuatro días. No porque el pasado esté muerto debemos creer que nuestra tarea está terminada. Debemos aprovechar todas nuestras fuerzas para formar el gobierno de los obreros y soldados y construir un nuevo Estado proletario, un Estado de paz, de alegría, y de libertad para nuestros hermanos alemanes, y nuestros hermanos de todo el mundo. Les tendemos la mano y les invitamos a completar la revolución mundial. ¡Los que quieran ver realizadas la república libre y socialista alemana y la revolución alemana levanten la mano!”. Un bosque de brazos se levanta>>. (Ed. Cit. Pp. 98)

 

          Pero esta exaltación no era más que un espejismo político, porque a la hora de las votaciones en los órganos donde las voluntades políticas contaban realmente, la mayoría de los representantes —tradicionalmente socialdemócratas— seguían siendo mayoría, tanto en el USPD como en el SPD. Y todos ellos jugaron sus cartas ocultando sus verdaderos propósitos contrarrevolucionarios, apelando a la consigna de la “unidad socialista para la defensa de la revolución, la paz, la fraternidad”, etc., etc. Pero siempre en alianza con el gobierno provisional y un tipo de Estado, que a partir del día siguiente, se convertiría en permanente. 

 

          Y en efecto, el 10 de noviembre, durante la decisiva reunión de delegados de los consejos en la región de Berlín, el revolucionario Ledebour, quien también confiaba en que tras el impacto de los acontecimientos en las calles los revolucionarios contarían con una mayoría entre los representantes de las bases obreras, al descubrir el fiasco se manifestó partidario de rechazar cualquier forma de colaboración con los mayoritarios del USPD y SPD. Los que según parece volcaron la balanza en las votaciones, fueron los representantes de los consejos de soldados, entre quienes tenía predicamento el representante Max Cohen-Reus, otro pequeñoburgués —consecuente con su extracción de clase—, hijo de un comerciante. Otras delegaciones de obreros reclamaron que Liebknecht integrara el gobierno:

<<Cuando llega Liebknecht, al final de la tarde, afirma que es imposible rehusar categóricamente toda colaboración con los mayoritarios (del SPD), como propone Ledebour, sin correr el riesgo de no ser comprendido y aparecer ante las masas como enemigo de la unidad a la que aspiran. Apoyado por Richard Müller y Däumig, puso seis condiciones: proclamación de la República socialista alemana, entrega del poder legislativo, ejecutivo y judicial a los representantes elegidos por los obreros y soldados, no a los ministros burgueses, participación de los independientes limitada al tiempo necesario para la conclusión del armisticio, ministerios técnicos sometidos a un gabinete puramente político, paridad en la representación de los partidos socialistas en el seno del gabinete>> (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)          

 

     Finalmente, esa reunión de delegados —a propuesta de Paul Eckert—, acabó aprobando una proclamación dirigida al “pueblo trabajador”, publicada al día siguiente por el periódico de derechas liberal-burgués, Vossische Zeitung”, donde decía:

<<Ya no existe la vieja Alemania. (…) Alemania se ha transformado en una República socialista. Los detentadores del poder político son los consejos de obreros y soldados>> (Op. cit.)

 

          Pero ante los hechos consumados esa proclama era todo un sarcasmo político, porque se aprobó después de que, en esa misma reunión, se aprobara el nombramiento de un consejo ejecutivo de “comisarios del pueblo”, integrado por 6 representantes del SPD, otros 6 del USPD y 12 soldados, todos ellos favorables al SPD y contrarios a entregarle el poder a los Consejos, dejando esa proclama en papel mojado; un hecho que se vio ratificado en la segunda quincena del mes siguiente durante el Congreso pan-alemán de Consejos Obreros. La contrarrevolución política estaba servida. Para más inri, ese mismo día 10 de noviembre, el General Wilhelm Groener  llegó a un acuerdo secreto con el presidente socialdemócrata Friedrich Ebert, por el que éste se comprometía a mantener la autonomía del ejército y a inutilizar a los Consejos de Soldados, a cambio del apoyo del ejército a la república burguesa[4]:

<<A escala nacional, el congreso pan-alemán de los consejos de obreros y soldados (16-20 de diciembre de 1918 llamado “consejo imperial”), otorgó el poder al consejo de comisarios del pueblo, en el que sobre los 485 delegados, 375 estaban ya en el gobierno y eran SPD y USPD de derechas. Liebknetch y Luxemburgo no fueron aceptados como delegados por ser spartaquistas; y dado que los comunistas internacionalistas de Alemania (IKD), decidieron no asistir, la única oposición (al oficialismo del SPD) en ese congreso, fueron hombres revolucionarios de confianza como Richard Müller, Ledebour y Däumig por el USPD no spartaquista. Su oposición consistió en que se conceda una mayor importancia a los consejos en la próxima constitución>> (Jean Barrot y Dennis Authier: Op. cit. Cap. VII Pp. 118. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros)

 

          Todo este tinglado contrarrevolucionario fue posible, porque los consejos de obreros y soldados alemanes se habían suicidado al dejar intangibles los partidos políticos y demás instituciones de Estado burguesas preexistentes. A diferencia de los sóviets en Rusia, que fueron concebidos, creados y esgrimidos como formas de organización política nacional permanentes, alternativas y sustitutas de tales organizaciones estatales burguesas hechas a la medida del capitalismo. Y si los asalariados en la Rusia soviética pudieron barrer con toda esa escoria política, fue porque su vanguardia —los bolcheviques—, decidieron romper a tiempo no sólo ideológica y políticamente con la contrarrevolución encarnada en sujetos como Bernstein, Kautsky, Scheideman, Ebert y Noske, con partidos burgueses como el SPD y con las instituciones políticas de Estado que dichos sujetos y partidos integraban. 

         

          Una vez constituido el “Consejo imperial de comisarios del pueblo” que neutralizó el poder de los Consejos, este es recién el momento en que los miembros de la Liga Spartakus decidieron romper con el SPD disolviéndose en el Partido Comunista de Alemania (KPD). Al mismo tiempo en que Ebert y la plana mayor del SPD, creyeron oportuno asestarle a la revolución alemana el golpe de gracia, decidiendo atacar a su reducto militar: la Volksmarinendivisión integrada por 3.000 marinos acantonados en Kiel, pero que se habían trasladado a Berlín “para defender las conquistas de la revolución contra los ataques de la reacción”. Se decidió provocarlos dejando de pagarles sus sueldos de diciembre. Los marinos respondieron ocupando la cancillería el día 24. Ebert inmediatamente tomó contacto con el General Arnold Lequis, quien al mando de los cuerpos de seguridad ordenó cercar a los marinos en torno al palacio real que les servía de acantonamiento. La batalla se saldó a cañonazos con 60 muertos y heridos entre los marinos, que resistieron hasta que una manifestación de obreros radicales rodeó a las tropas de Lequis obligándoles a retroceder, y cuyos oficiales no fueron linchados gracias a un discurso hipócritamente conciliador de Ebert. Los manifestantes ocuparon por primera vez el “Vorwärts” recuperándolo fugazmente para la revolución durante algunos días publicado con el nombre de “Vorwärts Rojo”,  donde los marinos declararon no ser spartaquistas, ante lo cual la “Rothe Fane” replicó:

<<El espíritu de esta tropa es el espíritu de nuestro espíritu, espíritu de la revolución socialista mundial>>. (Op. cit. Pp. 120)

 

          Tras esta ofensiva fallida del Estado alemán y ante la presión que venía soportando desde el día 21 de diciembre por los “hombres de confianza” del USPD, sus miembros en el gobierno provisional, renunciaron a sus puestos en el “Consejo General de comisarios del pueblo”. Este vacío fue ocupado por miembros del SPD, entre ellos el ya citado Gustav Noske, quien se hizo cargo del aparato militar y el día 4 de enero de 1919 destituyó al prefecto de policía Eichhorn, miembro del USPD, creador de las Sischerheitswehr (fuerzas de seguridad), a raíz de lo cual el día 5 de febrero, una manifestación de 700.000 personas exigió su restitución en el cargo. Ése mismo día, el centrista USPD formó un “comité insurreccional”, al que se sumaron los spartaquistas recién llegados al Partido Comunista Alemán (KPD) liderados por Rosa Luxemburgo y Liebknecht. Una insurrección que apuntó contra el gobierno pero no contra el Estado. Todo se iba quedando en casa. Ese mismo día, el KPD, los “hombres de confianza (RO) y el USPD, difundieron una octavilla convocando a una manifestación para abolir el “despotismo del gobierno”.

 

          Por la noche, al mismo tiempo que el comité insurreccional elaboraba un plan de acción para el día siguiente, Noske ordenaba evacuar sus tropas de la ciudad de Berlín y  agruparlas en la periferia con un plan de reconquista. El día 6, las masas ocuparon los puntos estratégicos de la capital, y un Comité revolucionario integrado por Liebknecht, Ledebourg y un hombre de confianza llamado Scholze, declaró la destitución del gobierno. Pero en el ínterin, el USPD no dejó de negociar con Noske, mostrando toda su claudicación de principios. La reconquista comenzó el día 7:

<<La burguesía niega la lucha de clases en la teoría, pero la reconoce (y asume) mejor que los obreros en su práctica. Luxemburgo persistió en continuar hasta el final al lado de los sublevados (en un partido político  contrarrevolucionario. Y en tales circunstancias decisivas) la idea de “fundirse” con las masas es tan falsa como la de “dirigirlas”. Detenidos el día 15 de febrero, Liebknecht y Luxemburgo fueron brutalmente asesinados (el cadáver de Rosa fue arrastrado por las calles de Berlín)>> (Op. cit. Pp. 121. Lo entre paréntesis nuestro)

 

             Leo Jogiches, compañero sentimental de Rosa, fue asesinado el 10 de mayo de  en la prisión donde permanecía confinado. Durante todo ese mes de enero, los muertos en la revolución alemana superaron a los de las dos revoluciones rusas juntas: la de febrero y la de octubre. Y aquí es necesario insistir en que, el error de Rosa Luxemburgo, Liebknetch y demás líderes políticos revolucionarios alemanes durante los sucesos entre 1918 y 1919, radicó en hacer seguidismo del  presunto espontaneismo revolucionario de las luchas protagonizadas por las masas explotadas, un prejuicio nunca debidamente fundamentado porque caree de todo fundamento, que hasta el fracaso inevitable les mantuvo sometidos a la disciplina contrarrevolucionaria del SPD, en la creencia de que esas luchas impulsarían a ese partido hacia posiciones de ruptura con el capitalismo.

 

          Los bolcheviques en Rusia, por el contrario, comprendieron a tiempo la necesidad de que la teoría revolucionaria se deba y pueda expresar políticamente con toda libertad para educar al proletariado en la práctica de la revolución, evitando que se ilusione con el discurso y las promesas de los partidos políticos y las instituciones “democráticas” de la burguesía. Pero para eso era necesario crear un partido efectivamente revolucionario y preservar su independencia organizativa, única garantía de que su militancia se mantenga férreamente unificada e instruida en torno a la teoría revolucionaria, tal como lo viniera predicando Lenin desde 1902 en su ¿Qué hacer?”:

<<Sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Nunca se insistirá lo suficiente sobre esta idea, en un momento en que, a la prédica en boga del oportunismo, va unido un apasionamiento por la actividad práctica. Y, para la socialdemocracia rusa, la importancia de la teoría es mayor aun, debido a tres circunstancias que se olvidan con frecuencia, a saber: primeramente por el hecho de que nuestro partido sólo ha empezado a formarse sólo ha empezado a elaborar su fisonomía, y dista de haber ajustado sus cuentas con las otras  tendencias del pensamiento revolucionario, que amenazan con desviar al movimiento del camino correcto. Por el contrario, precisamente estos últimos tiempos se han distinguido (como hace ya mucho predijo Axelrod a los “economistas”), por una reanimación de las tendencias revolucionaras no socialdemócratas. En estas condiciones, un error, “sin importancia” a primera vista, puede ocasionar los más desastrosos efectos, y sólo gente miope puede encontrar inoportunas o superfluas las  discusiones fraccionales y la delimitación precisa de los matices. De la consolidación de tal o cual “matiz”, puede depender el porvenir de la socialdemocracia rusa por años y años.

     En segundo lugar, el movimiento socialdemócrata es, por su propia naturaleza, internacional. Esto no solo significa que debemos combatir el chovinismo nacional. Esto significa, también, que el movimiento incipiente, en un país joven, únicamente puede desarrollarse con éxito a condición de que aplique la experiencia a otros países.>> [V.I. Lenin: “¿Qué hacer?”     Cap. I. Aptdo. d). El subrayado nuestro] 

 

          De ahí que, desde 1903, los bolcheviques se opusieran radicalmente a cualquier compromiso de partido con todo tipo de personas carentes de principios teórico-científicos firmes. Así como su distinta naturaleza biológica impide a los renos relacionarse con los bueyes almizcleros al interior del mismo hábitat, Lenin fue inflexible con todo tipo de militante proclive a implicarse orgánicamente con los enemigos de la revolución, sea por ignorancia o por pura inclinación oportunista, consciente o inconsciente. Y a propósito rememora David Shub en su biografía de Lenin, la discusión que mantuvo con Nicolai Valentinov, a raíz de que éste le observara su tolerante indiferencia frente a la conducta de un miembro del Partido, a quien provisto de un pasaporte se le facilitó dinero para regresar a Rusia de su exilio, que decidido malversar en un prostíbulo:

<<La explicación de Lenin fue reveladora: “Seguramente tú no habrías ido a ese burdel ni te gastarías el dinero del Partido en una taberna. Tu debilidad no es la bebida, pero estás en camino de llegar a cosas peores. Eres capaz de intrigar con Aleksandr Samoylovich Martynov, ese menchevique, enemigo recalcitrante de nuestra ortodoxia revolucionaria, ya desde los tiempos de Iskra”. Eres capaz de aprobar la reaccionaria teoría burguesa de Ernst Mach, hostil al materialismo dialéctico. Eres capaz de admirar la supuesta ‘búsqueda de la verdad’ de Serguéi Nikoláievich Bulgákov. Y todo esto suma un burdel muchas veces peor que ese prostíbulo de chicas desnudas que visitó el camarada “X”. Tu burdel envenena y nubla la conciencia de clase de los trabajadores. Y si comparamos tu conducta con la del compañero “X” desde este punto de vista, el único válido para un socialdemócrata, las conclusiones serán bastante diferentes: tú mereces el oprobio por haber tratado de sustituir el marxismo por una turbia doctrina, mientras que la conducta de “X” puede perdonarse fácilmente. Como miembro del partido, “X” es un revolucionario leal, adicto y maduro, que se ha conducido como tal antes del congreso, durante el congreso y después del congreso (Se refiere al IIº Congreso del POSDR, celebrado entre el 30 de julio y el 23 de agosto de 1903), lo cual es de suma importancia…”. Y más adelante le confesó: “Tienes razón en eso, tienes toda la razón: todo aquél que vaya contra el marxismo es mi enemigo; rehúso estrechar su mano y sentarme a la misma mesa con los filisteos.”>> (David Shub: “Lenin” T.I Cap. 4: El nacimiento del bolchevismo. Lo entre paréntesis nuestro) 

 

            Ni Rosa Luxemburgo ni Leo Jogiches, Liebknecht, Ledebourg y demás compañeros de partido —que intentaron poner en práctica la revolución alemana sin abandonar el SPD— siguieron esta norma política elemental ni supieron reparar su error a tiempo, obnubilados como permanecieron, aprisionados por el falso, engañoso e inocuo espontaneismo revolucionario de masas explotadas inconscientes en movimiento. Un fenómeno al que atribuyeron la virtud mágica tan poderosa, como para inducirles a confiar en que, sin más requisitos, el partido socialdemócrata, ese “cadáver maloliente” que lo fue para Rosa desde que sus máximos dirigentes votaron los créditos de guerra en agosto de 1914, pudiera dejar de ser contrarrevolucionario no se sabe por qué raro sortilegio para trasmutar en revolucionario y, por el mismo arte de birlibirloque, la sociedad capitalista se pudiera convertir en socialista. Que nosotros sepamos, jamás un partido político de cuño burgués ha variado el rumbo de su acción contrarrevolucionaria. ¿Qué lectura hicieron los spartaquistas de la deriva experimentada por la socialdemocracia tradicional en Rusia entre 1900 y 1917? Por lo visto, ninguna que hubiera sido de provecho a la humanidad durante la revolución en Alemania.

 

          Su filosofía política se redujo esencialmente, a la idea según la cual, la conciencia revolucionaria de los explotados surge directa y espontáneamente de su lucha elemental contra los explotadores. Es decir, sin un partido cuyos integrantes cumplan con tres requisitos previos que para el Materialismo Histórico son insoslayables: 1) comprender la racionalidad histórica que justifica el proyecto político socialista; 2) adoptar las preceptivas formas de lucha para procesarlo y 3) garantizar la independencia política de ese partido. Este último requisito es el que los spartaquistas soslayaron convirtiendo la lucha espontánea de los explotados en un fetiche. Así lo dejó sintetizado la propia Rosa en su obra de 1904 titulada: “Problemas organizativos de la socialdemocracia”:

<<…el ejército proletario es reclutado y adquiere conciencia de sus objetivos en el curso de su lucha (espontánea. Da igual en qué tipo de organización política milite)>>. (Op. Cit. Cap. I. Lo entre paréntesis nuestro).

 

          Si consideramos, como es incontrovertiblemente cierto, que toda lucha se asimila a cualquier proceso de trabajo, comparemos el concepto inmediatista y empírico del vocablo “conciencia” —que adoptaron los spartaquistas al interior del SPD—, acudiendo al esclarecedor pasaje de la obra de Marx, donde distingue entre el proceso de trabajo propio de los animales y el de los seres humanos:

<<Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzarlo existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente que supeditar su voluntad>> (K. Marx: El Capital” Libro I Cap. V. El proceso de trabajo. El subrayado nuestro)

 

Otro tanto es preceptivo que suceda, sin duda, a la hora de construir una organización revolucionaria, cuyo carácter objetivamente transformador también deber ser necesariamente producto de un proceso de trabajo presidido por un proyecto teórico previo, ajustado a la finalidad que se persigue.

 

En “Reforma o Revolución”, Rosa en modo alguno pasó por alto la importancia de la teoría en el proceso revolucionario. Acordando con Lenin, señaló allí la importancia de la teoría como primordial condición para la práctica política revolucionaria, acusando a oportunistas como Eduard Bernstein de:

<<…mellar el arma de la crítica con la cual, aun siguiendo materialmente sujeto al yugo de la burguesía, el obrero la derrota, puesto que la convence del carácter efímero y temporal de la sociedad actual, de la inevitabilidad del triunfo proletario, hecha ya la revolución en el reino del espíritu>>  (Op. Cit. Pp. 90)

 

          Pero descuidó pensar, en que, para no mellar el arma de la crítica teórica revolucionaria, ésta debe unificarse con la práctica política consecuente. Dos categorías distintas pero esencialmente compatibles y contrarias a que cualquiera otra tercera parte interfiera y desbarate su afinidad electiva. Por ejemplo, el ácido sulfúrico es un compuesto químico altamente corrosivo, formado por la unión entre dos átomos de hidrógeno y cuatro de azufre que así permanece estable:  

 <<Si se pone un trozo de piedra caliza en (contacto con) una solución diluida de ácido sulfúrico, éste toma la cal y resulta yeso; en cambio, ese ácido (ya) débil de forma gaseosa se desprende. Aquí hay una separación, se ha dado una nueva síntesis y resulta justificado usar el término “afinidad electiva” (entre la cal y el ácido sulfúrico), puesto que realmente parece que una relación resulte preferida a la otra y se elija aquella en lugar de esta>> (Johann Wolfgang von Goethe: “Las afinidades electivas” Cap. I. Ed. “Icaria” S.A./1984 Pp. 56. Lo entre paréntesis nuestro, Cfr. Versión digitalizada)

 

          Goethe apeló a la química para explicar lo que suele suceder entre las personas, cuando en la relación previa entre dos afines irrumpe una tercera que destruye tal afinidad. Y ante la observación de uno de los personajes de su obra, quien no veía en el experimento una elección sino una necesidad natural, objetiva, ajena a  la voluntad de las partes comprometidas en el experimento, Goethe explica que, en la química, como entre los seres humanos:

 <<La ocasión crea relaciones, igual que hace al ladrón (“y ¿cómo es él, en qué lugar se enamoró de ti…”); y si hablamos de vuestros cuerpos naturales, me parece que la elección está meramente en las manos del químico que (deliberadamente) reúne estas (tres) substancias. Pero una vez que están juntas, ¡Dios tenga compasión de ellas! En el caso presente, solo me duele por el pobre ácido gaseoso, que tiene que volver a dar vueltas por el infinito>>. (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)

 

            O sea, que según la naturaleza de las sustancias que se unan o relacionen, resulta una cosa u otra. Pues bien, los “químicos” que sin previsión alguna experimentaron con esa mezcla entre el Partido político marxista de Eisenach y el Sindicato de trabajadores alemanes, de la cual sintetizó el Sozialdemokratische Partei Deutschlands (Partido Socialdemócrata Alemán), fueron el marxista Wilhelm Liebknecht y el socialdemócrata August Bebel, quienes quisieron ver en esa mezcla una afinidad electiva proclive a la revolución socialista. Dos conceptos de la práctica política en modo alguno afines el uno al otro, sino al contrario, cuya síntesis resultante de mezclar ambos, permitió al Sindicato de trabajadores alemanes actuar con el partido marxista, como la piedra caliza con el ácido sulfúrico, convertido así en un gas evanescente sin eficacia política ninguna, condenado a vagar sin oficio ni beneficio por el éter.

 

          Y si quisiéramos ver el experimento de esta misma relación desde el punto de vista físico-mecánico —donde cada producto es el resultado de relacionar el trabajo humano colectivo con instrumentos idóneos y adecuados a una finalidad específica—, decir que los revolucionarios de la Liga “Spartacus” procedieron tan errónea e infructuosamente, como lo harían unos empresarios capitalistas que decidieran emplear el trabajo asalariado en mover medios técnico-mecánicos propios de una fábrica de embutidos, queriendo producir automóviles.

 

          Liebknecht y Bebel no repararon en que un partido político verdaderamente revolucionario, con un proyecto político teóricamente diseñado para una finalidad científicamente prevista, no se puede construir vinculándose orgánicamente ningún sindicato, no apto para destruir la relación capitalista entre obreros y patronos, sino para conservarla. Porque esa es, precisamente, la condición de existencia de cualquier sindicato: limitarse a luchar dentro del sistema por mejores condiciones de vida y de trabajo de sus afiliados, dejando intacta la relación con sus patronos. Una organización que así, solo puede reclutar mayorías obreras contrarrevolucionarias, tal como resultó siendo el caso en el SPD.

 

El instrumento idóneo para la lucha efectivamente superadora de la sociedad capitalista es, por tanto, el partido revolucionario sin más aditamentos. Un partido verdaderamente independiente que siga sus propios principios fundamentados en la moderna ciencia social, donde prevalezca un criterio de reclutamiento basado en la calidad ideológica y política de sus militantes, en su comprensión de la teoría revolucionaria basada en la moderna ciencia social, no en la mera cantidad de adeptos formados en la tradicional concepción burguesa de la sociedad. Unos militantes que participen y actúen no como meros asalariados y sindicalistas, sino como teóricos del partido revolucionario ante los de su misma condición asalariada, convirtiendo la cantidad en calidad:

<<Por eso, todo lo que sea rebajar la ideología socialista, todo lo que sea alejarse de ella equivale a fortalecer la ideología burguesa. Se habla de espontaneidad. Pero el desarrollo espontáneo del movimiento obrero marcha precisamente hacia su subordinación a la ideología burguesa, marcha precisamente por el camino del programa del “Credo”, pues el movimiento obrero espontáneo es tradeunionismo (sindicalismo), es Nur-Gewerkschaftlerei (sólo sindicalismo), y el tradeunionismo implica precisamente la esclavización ideológica de los obreros por la burguesía. Por esto es por lo que nuestra tarea, la tarea de la socialdemocracia, consiste en combatir la espontaneidad, consiste en apartar el movimiento obrero de esta tendencia espontánea del tradeunionismo a cobijarse bajo el ala de la burguesía y atraerlo hacia el ala de la socialdemocracia revolucionaria>>. (V.I. Lenin: “¿Qué Hacer?” Cap. II.)      

 

          Tal es la función propia de un partido revolucionario; la imprescindible tarea tiende a destruir políticamente la relación económica y social desigual entre patronos y obreros, como conditio sine que non para construir una verdadera sociedad entre iguales. Y la organización hecha a la medida de esta función, es el único medio o instrumento que garantiza la suficiente libertad de acción, para convertir la crítica teórica científica en práctica política revolucionaria aplicada sobre los cimientos del edificio ideológico y político de la sociedad burguesa. 

 

De este razonamiento cabe concluir, que Rosa Luxemburgo y demás colegas de la “Liga Spartakus”, sin duda destacaron con insuperable brillantez, tanto en haber comprendido el proyecto político marxista, como en su hábil, sincera y honesta intención de realizarlo. Su fatal error consistió, en haber errado en su concepción organizativa; en no haberse puesto a tiempo manos a la obra para romper sus vínculos políticos con la contrarrevolución enquistada en el SPD. Independizarse de él y crear el instrumento adecuado a los fines de guiar el proceso de la lucha de clases en dirección al socialismo era lo correcto y preciso. Pero para tales objetivos proclamados, optaron en cambio por seguir usando el “arma mellada” de la socialdemocracia burguesa. Lo intentaron infructuosamente desde el cepo de un partido reaccionario. Y no es ninguna paradoja sino la consecuencia de una imprevisión teórica, que como resultado de esa errónea opción política, acabaran brutal y vilmente asesinados por sus propios “camaradas” de partido, los máximos dirigentes de ese engendro: Philipp Scheidemann, Friedrich Ebert y Gustav Noske, quien pasó a la historia como “el perro sangriento de la revolución alemana”.

 

          Tras la derrota definitiva de Alemania en 1919 y ser declarado el armisticio, los Aliados (Francia, Reino Unido y Estados Unidos), se reunieron el 18 de enero en la Conferencia de Paz de París para acordar sus términos con Alemania, el desaparecido Imperio austrohúngaro —entonces ya dividido en la República de Austria, Hungría, Checoslovaquia, Polonia y Yugoslavia—, el decadente Imperio otomano y el Reino de Bulgaria. Para tales efectos, los Aliados vencedores redactaron y firmaron tratados con cada una de las potencias vencidas; el Tratado de Versalles que se le impuso a Alemania, fue asumido por la llamada República de Weimar, que entró en vigor en 1920 y, según el artículo 231, este país y sus aliados fueron declarados responsables de la guerra de acuerdo con el siguiente texto:

<<Los gobiernos aliados afirman, y Alemania acepta, la responsabilidad de Alemania y sus aliados por haber causado todos los daños y pérdidas a los cuales los gobiernos aliados y asociados se han visto sometidos como consecuencia de la guerra impuesta a ellos por la agresión de Alemania y sus aliados>>.    

 

          Creada una “Comisión de reparaciones de guerra” cuyo monto quedó por definir, Alemania fue conminada a entregar todos los barcos mercantes de más de 1.400 Tm. de capacidad y la cesión anual de 200.000 Tm. de nuevos barcos, en sustitución de la flota mercante que las potencias triunfantes perdieron durante el conflicto; se le obligó, también, a entregar anualmente 44 Tm. de carbón, 371.000 cabezas de ganado y la mitad de su producción química y farmacéutica durante cinco años. Además de afrontar el pago de 132.000 millones de marcos alemanes. Pese a que los militares alemanes se negaron a aceptar la derrota y los acuerdos impuestos por los vencedores de la contienda, el gobierno comenzó a cumplir los costes que le impuso el tratado, lo cual fue causa de la hiperinflación que acabó implantando el régimen totalitario nazi en ese país.

 

          Los bolcheviques en Rusia comprendieron que a la hora de marcar el curso de la historia en un determinado país, cumplir con la condición de independizar organizativamente el ejercicio político de la teoría  revolucionaria, es decisivo. Este principio ha sido confirmado por la experiencia histórica durante la revolución alemana. De otro modo no se explica que los obreros de ese país tomaran el poder construyendo sus propios organismos de democracia directa: los consejos de fábrica, para delegarlo mansamente inmediatamente después, en la democracia burguesa de la Constituyente dominada por el SPD. El estado de ánimo de los obreros alemanes en octubre de 1918 era revolucionario, pero su conciencia política y firme determinación para completar la revolución, permanecieron paralizados por su sometimiento a la disciplina política de ese partido contrarrevolucionario, tal como se demostró. Esto es lo que la burguesía en alianza con la nobleza no pudo conseguir en Rusia, dado que las masas de ese país estaban teóricamente instruidas en los principios básicos del marxismo, comprobando que esos mismos principios animaban la política del partido revolucionario bolchevique. Y es que la lucha de los explotados es flujo y movimiento, pero, según la distinta concepción de esa lucha asumida por determinados grupos políticos de vanguardia al principio de la acumulación de fuerzas políticas de los explotados, ese movimiento también cristaliza en organizaciones dirigentes revolucionarias y contrarrevolucionarias.

 

Una vez que el proletariado alemán decidió estúpidamente volver a confiar en la burguesía, delegando en la Constituyente burguesa el poder que habían conquistado luchando desde su doble poder en los Consejos Obreros, el jefe del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), Friedrich Ebert, en ese momento presidente de la nueva República Alemana, declaró terminada la revolución y, haciendo suyo el pensamiento de Eduard Bernstein declaró:

<<Al estar el partido de la clase obrera en el poder, la clase obrera ha tomado el poder político, la transformación de las relaciones sociales (llamada socialización) es, de ahora en adelante, cuestión de tiempo: se trata de un proceso progresivo y pacífico. Hay que desarrollar todavía el capital, pues sólo un capital llevado al último estadio de su desarrollo, podrá ser "socializado". Para ello hay que hacer reinar el orden y aplastar a los "spartaquistas"...>> (Jean Barrot y Denis Authier: "La izquierda comunista en Alemania" Cap. VI. Ed. Zero, S.A./1978 Pp. 107. Subrayado nuestro).

 

¿Quién puede negar que aquél error teórico deslizado por Engels en ese texto de su ‘Introducción’ a “La lucha de clases en Francia”, prolongado por Eduard Bernstein en 1899, no fuera el que motorizó la acción política de la contrarrevolución dirigida por socialdemocracia alemana desde el poder conquistado en 1918 gracias al voto de los asalariados? ¿Quién puede negar que tal error teórico sirviera a ese partido para justificar la contrarrevolución en Alemania? Para nosotros no cabe duda que quienes en el curso de aquellos acontecimientos asesinaron a Rosa Luxemburgo arrastrando su cadáver por las calles de Berlín antes de arrojarlo junto con el de Karl Liebnektch al río Spree, han llegado al colmo de la vileza sintiéndose respaldados por la autoridad intelectual y moral de Engels a instancias teóricas de Bernstein .

 

De haber podido protagonizar aquellos decisivos acontecimientos en Alemania que signaron también el mismo destino a la Revolución rusa de Octubre, estamos seguros de que Engels hubiera enmendado políticamente aquel desliz teórico suyo hacia el revisionismo político reformista, optando por luchar hasta las últimas consecuencias junto a Rosa Luxemburgo y Liebnektch.  

 

Como hemos visto, Engels publicó su Introducción a “Las luchas de clases en Francia”, poco antes de morir el 5 de agosto de 1895. La Obra de Eduard Bernstein (1850-1932): “Las premisas del socialismo y las tareas de la Socialdemocracia”, apareció tres años y medio después, el 14 de marzo de 1899, publicada por la revista “Die Neue Zeit” dirigida por Karl Kautsky. No sería casual que el revisionismo de Bernstein y Kautsky se hubiera inspirado en los errores teóricos que Engels deslizó en ese texto póstumo suyo. En su “¿Qué Hacer?” publicado en 1902, Lenin aludió a las consecuencias prácticas de los errores teóricos, precisamente en el apartado del Cap. I donde se refiere a la importancia de la lucha teórica:

<<Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. Jamás se insistirá bastante sobre esta idea en unos momentos en que a la prédica de moda del oportunismo se une la afición a las formas más estrechas de la actividad práctica. Y para la socialdemocracia rusa, la importancia de la teoría es mayor aún, debido a tres circunstancias que se olvidan con frecuencia. En primer lugar, nuestro partido sólo empieza a organizarse, sólo comienza a formar su fisonomía y dista mucho de haber ajustado sus cuentas con las otras tendencias del pensamiento revolucionario que amenazan con desviar el movimiento del camino justo. Por el contrario, precisamente los últimos tiempos se han distinguido (como predijo hace ya mucho Axelrod a los "economistas") por una reanimación de las tendencias revolucionarias no socialdemócratas. En estas condiciones, un error "sin importancia" a primera vista puede tener las más tristes consecuencias, y sólo gente miope puede considerar inoportunas o superfluas las discusiones fraccionales y la delimitación rigurosa de los matices. De la consolidación de tal o cual "matiz" puede depender el porvenir de la socialdemocracia rusa durante muchísimos años>>. (Op. cit. Cap. I: Engels sobre la importancia de la lucha teórica).

 

     << ¿En qué descansa su carácter inevitable en la sociedad capitalista? ¿Por qué es más profundo que las diferencias de las particularidades nacionales y el grado de desarrollo del capitalismo? Porque en todo país capitalista existen siempre, al lado del proletariado, extensas capas de pequeña burguesía, de pequeños propietarios. El capitalismo ha nacido y sigue naciendo, constantemente, de la pequeña producción. Una serie de nuevas "capas medias" son inevitablemente formadas, una y otra vez por el capitalismo (apéndices de las fábricas, trabajo a domicilio, pequeños talleres diseminados por todo el país para hacer frente a las exigencias de la gran industria, por ejemplo de la industria de bicicletas y automóviles, etc.). Esos nuevos pequeños productores son periódicamente arrojados, de modo no menos infalible, a las filas del proletariado. Es muy natural que la concepción del mundo pequeñoburguesa irrumpa una y otra vez en las filas de los grandes partidos obreros. Es muy natural que así suceda, y así sucederá siempre hasta llegar a la revolución proletaria. Y sería un profundo error pensar que la revolución socialista debe postergarse, hasta que la mayoría de la población se proletarice "por completo". La experiencia que hoy vivimos, a menudo sólo en el campo ideológico, es decir las discusiones sobre las enmiendas teóricas a Marx; lo que hoy surge en la práctica sólo en problemas aislados y parciales del movimiento obrero, tales como las diferencias tácticas con los revisionistas y la división que se produce en base a ellas, todo ello lo experimentará en escala incomparablemente mayor la clase obrera cuando la revolución proletaria agudice todos los problemas en litigio, concentre todas las diferencias en los puntos que tienen la importancia más inmediata para determinar la conducta de las masas, y en el fragor del combate haga necesario separar los enemigos de los amigos, echar a los malos aliados para asestar golpes decisivos al enemigo. (V. I. Lenin: “Marxismo y revisionismo” Pp. 39)



[1] Los bonos de guerra son un instrumento financiero “patriótico” que emplean los Estados nacionales para financiar las operaciones militares durante una guerra en la que sus clases dominantes deciden intervenir. Al igual que cualquier bono devenga intereses. Y el Estado que los emite y vende, adquiere una deuda con el particular o institución que los compra, debiendo devolverle al acreedor su dinero prestado más los intereses correspondientes. Estos bonos pueden estar garantizados o no, y tener una duración de corto, mediano o largo plazo. Pero aún estando garantizados, si el Estado emisor pierde la guerra y se arruina, el comprador de esos bonos corre el riesgo de perder el dinero invertido.

[2] El SPD recién decidió hacerse cargo del poder en solitario obligado por las circunstancias, cuando la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial se llevó por delante a la Aristocracia gobernante del Sacro Imperio Romano Germánico.

[3] <<Eisner es un bolchevique, un Judío que no es alemán, no se siente alemán, subvierte todos los pensamientos y sentimientos patrióticos. Es un traidor a esta tierra>>. Así le definió un joven aristócrata  austríaco de nacimiento—, que había vuelto del frente de guerra en Francia, frustrado ante la derrota de su patria adoptiva. E hizo público el epitafio para justificar haberle asesinado el 21 de febrero de 1919, por ser pacifista.

[4] Tras la revolución rusa de febrero (1917), el General alemán Groener conspiró con el General ruso de origen cosaco Pavló Skoropadski, quien después de que los bolcheviques tomaran Kiev, el 23 de abril de 1918 dio un golpe de Estado en Ucrania, organizando ambos la defensa de esa región contra la ofensiva soviética. Todo un paradigma de internacionalismo militar burgués.