07. La Revolución de 1848
<<En el año 1848, la burguesía era ya
incapaz de jugar un papel comparable (al que
cumplieron luchando por hacer realidad los jacobinos). No se mostraba lo suficientemente dispuesta ni audaz como para asumir
la responsabilidad de acabar con el orden social (feudal) que se oponía a su dominación. (Y se
apoyó en él). Entretanto, hemos podido
llegar a conocer el por qué. Su tarea consistía más bien —y de eso se
daba ella cuenta claramente— en incluir en el viejo sistema, garantías que eran
necesarias, no para su dominación política, sino simplemente para un reparto
del poder con las fuerzas del pasado. La burguesía había extraído algunas
lecciones de la experiencia de la burguesía francesa: estaba corrompida por su
traición (a su propia revolución) y
amedrentada por sus fracasos. No solamente se guardaba muy bien de empujar a
las masas al asalto contra el viejo orden, sino que buscaba un apoyo en el
viejo orden, con tal de rechazar a las masas que la empujaban hacia
delante>>. (L. D. Trotsky: “Resultados
y Perspectivas” Cap. III. A principios de 1906. Lo entre paréntesis nuestro)
Se impone, pues, rememorar lo más brevemente posible este proceso.
A mediados del siglo XIX, Inglaterra era el país económicamente más desarrollado
de Europa, con la mitad de vías férreas del continente, el uso generalizado
del carbón y de maquinaria movida por la energía del vapor, la mecanización
de la hilatura y el tejido, la fundición de hierro a gran escala en base al
carbón de coque y el pudelado en altos
hornos, la producción de acero y de gran maquinaria, la instalación de líneas
telegráficas y el uso del alumbrado de gas en las ciudades. En todo este progreso
le seguían por entonces en importancia, Francia y Bélgica, además de ciertas
regiones alemanas, como Sajonia y Renania-Westfalia, donde llegó a concentrarse
el 90% de la construcción de maquinas de vapor alemanas. Le seguían Italia
(el Piamonte, Lombardía y la Toscana) y luego España limitada a la
región Catalana, donde la industria textil estaba en pleno desarrollo.
El fracaso de las cosechas a raíz de la
plaga de la patata y la escasez de alimentos, incrementó los precios de los
productos básicos, derrumbó el poder
adquisitivo de los salarios y extendió la miseria por toda la sociedad
europea[1].
Esta crisis se superpuso en 1847, con la crisis
mundial del comercio a raíz de la crisis
típica de superproducción de capital en Inglaterra, motorizada por el
progreso tecnológico y el desarrollo industrial en ese país, donde, como en
todos los ciclos económicos
periódicos, la sobreacumulación
absoluta de capital[2]
derivó en un movimiento especulativo
que acabó provocando la caída de las cotizaciones en los mercados bursátiles,
la desaparición del crédito bancario, la paralización industrial, el cierre de
empresas en quiebra, la extensión del paro, el déficit fiscal y presupuestario
del Estado y la agudización generalizada de la miseria preexistente en las
capas más bajas de la sociedad.
Tal fue la base económica sobre la que
cabalgó aquella revolución continental iniciada en febrero de 1847, que se
propagó desde Italia hasta los montes Cárpatos en Rusia, comprometiendo
seriamente el por entonces relativamente reciente y ya caduco poder político y social semifeudal de
las monarquías parlamentarias en Francia, Prusia, Austria, Baviera,
Sajonia y algunos Estados de la Confederación germánica; una revolución que se
combinó con luchas de emancipación política en los territorios polacos ocupados
por Prusia; los de Bohemia, Hungría y la Lombardía italiana ocupados por el
reino austríaco; afectando al resto de los Estados italianos: el reino de
Cerdeña en el Piamonte, los territorios papales y el reino de Nápoles. Este
escenario era por entonces eminentemente rural, donde predominaba la gran
propiedad en manos de la nobleza. Pero también se insinuaba en él, un
incipiente desarrollo industrial.
En febrero de 1847, el hambre de la población desencadenó en
París una manifestación multitudinaria, que derivó en motín y acabó convertida
en insurrección. De tal magnitud, que el día 24 las tropas no podían controlar
la ciudad. El Rey abdicó y los burgueses republicanos tomaron el Parlamento,
haciéndose cargo de la situación y proclamando un Gobierno Republicano
Provisional. Este hecho extendió la agitación política incontrolable al resto
del Continente, y lo resuelto en Francia fue emulado en el reino de los
Habsburgo en Austria, Hungría, Croacia, Bohemia y Galitzia (Ucrania), la
Confederación alemana y los territorios italianos.
En noviembre de ese mismo
año y a modo de proyecto de programa para la “Liga de los
Comunistas”, Federico Engels escribió "Principios
del Comunismo". Durante el segundo congreso de esta
organización, celebrado entre el 29 de noviembre y el 8 de diciembre, se
decidió la redacción de lo que pasaría a la historia bajo el nombre de "Manifiesto
del Partido Comunista". Designados para esa tarea, Marx y
Engels comenzaron la redacción del histórico documento con los "Principios…" de Engels sobre
la mesa de trabajo. Engels describe allí el proceso durante el cual el
artesanado gremial fue transformado
en proletariado moderno. Y refiriéndose a la etapa capitalista de la manufactura, explica que este modo de producción había ya trascendido el marco de la propiedad feudal y gremial para adquirir una nueva forma: la propiedad privada pura típica
del capitalismo incipiente.
Pero en esta etapa temprana de su desarrollo, el
capitalismo no presentaba aun
las condiciones técnicas ni sociales
necesarias para poder ser, a su vez, revolucionado. Por una parte, la cooperación y la división
manufacturera del trabajo, no habían acabado el proceso de transformación de
los viejos artesanos en asalariados modernos. Por otra parte, la manufactura
tampoco garantizaba del todo el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo
necesaria, para iniciar el proceso de transformación revolucionaria de tipo
socialista:
<<En
efecto, para la manufactura y para el primer período de desarrollo de la gran
industria, no era posible ninguna otra forma de propiedad además de la
propiedad privada, no era posible ningún orden social además del basado en esta
propiedad. Mientras no se pueda conseguir una cantidad de productos que no sólo
baste para todos, sino que quede cierto excedente para aumentar el capital
social y seguir fomentando las fuerzas productivas, deben existir
necesariamente una clase dominante que disponga de las fuerzas productivas de
la sociedad y una clase pobre y oprimida. La constitución y el carácter de
estas clases dependen del grado de desarrollo de la producción. La sociedad de
la Edad Media, que tiene por base el cultivo de la tierra, nos da el señor
Feudal y el Siervo; las ciudades de las postrimerías de la Edad Media nos dan
el maestro artesano, el oficial y el jornalero; en el siglo XVII el propietario
de manufactura y el obrero de ésta; en el siglo XIX el gran fabricante y el
proletario>> (F. Engels: "Principios
del Comunismo". Fines de octubre y principios de noviembre de 1847)
Dicho esto, Engels pasa a
ubicarse con su intelecto en la sociedad de su tiempo, para anunciar que, con
el afianzamiento del maquinismo y la
gran industria, las fuerzas productivas de la sociedad europea han superado la etapa de la manufactura
y alcanzado el grado de desarrollo
necesario para iniciar el proceso de superación del capitalismo. Y como
prueba de veracidad de esta afirmación, Engels esgrime tres razones:
1)
El desarrollo de la fuerza productiva alcanzado por la gran industria, que
permite el excedente necesario para revolucionar la sociedad burguesa;
2)
La aparición del proletariado moderno en trance de convertirse, por obra de las
leyes del capitalismo, en una mayoría de la sociedad, cuyo empobrecimiento relativo
aumenta, contradictoriamente, con el cada vez mayor crecimiento de la riqueza
que crea mediante su trabajo;
3)
La progresiva inadecuación de las relaciones de producción burguesas a las
fuerzas productivas en desarrollo, revelada por las crisis periódicas.
Y fundamenta esta
“progresiva inadecuación” del modo siguiente:
<<Pero
hoy, cuando merced al desarrollo de la gran industria, en primer lugar se han
constituido capitales y fuerzas productivas en proporciones sin precedentes y
existen medios para aumentar en breve plazo hasta el infinito estas fuerzas
productivas; cuando, en segundo lugar, estas fuerzas productivas se concentran
en manos de un reducido número de burgueses, mientras la gran masa del pueblo
se va convirtiendo cada vez más en proletarios, con la particularidad de que su
situación se hace más precaria e insoportable en la medida en que aumenta la
riqueza de los burgueses; cuando, en tercer lugar, estas poderosas fuerzas
productivas, que se multiplican con tanta facilidad hasta rebasar el marco de
la propiedad privada y del burgués, provocan continuamente las mayores
conmociones del orden social, sólo ahora la supresión de la propiedad privada
se ha hecho posible e incluso absolutamente necesaria>> (F. Engels: Op.
cit.)
Sobre estas ideas comunes,
Marx y Engels redactaron el "Manifiesto
del Partido Comunista" publicado en febrero de 1848, donde
incorporaron el análisis sobre el hecho
recurrente de las crisis periódicas, como la condición más importante y decisiva que
exigía revolucionar la sociedad capitalista en dirección al socialismo. Porque
en estos fenómenos de las crisis, aparecen concentradas
todas las contradicciones del capitalismo bajo la forma de una verdadera
rebelión objetiva de las fuerzas
productivas contra las relaciones
burguesas de propiedad:
<<Desde
hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que
la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las
actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan
la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis
comerciales que, con su retorno periódico plantean, en forma cada vez más
amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante
cada crisis comercial se destruye sistemáticamente, no sólo una parte
considerable de productos elaborados, sino incluso de las fuerzas productivas
ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época
anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia
de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un
estado de súbita barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora
mundial, la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el
comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee
demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria,
demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el
régimen de la sociedad burguesa; por el contrario, resultan ya demasiado
poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su
desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo,
precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia
de la propiedad burguesa>>. (K.Marx-F.Engels: "Manifiesto del Partido Comunista".
Cap. I)
Las fuerzas productivas
superan las trabas de las relaciones de producción capitalistas al interior de
las mismas relaciones de producción capitalistas. Tal es el significado de las
crisis. Es ésta otra forma de decir, que el capitalismo no puede existir sino a
condición de revolucionar constantemente los medios de producción, que es lo
que Marx y Engels se encargaron de señalar en el mismo texto antes de referirse
al fenómeno de las crisis. De hecho, tras los efectos catastróficos de cada
ciclo periódico, el sistema entra en el siguiente operando en base a una masa
de capital social mayor y una composición
técnica y orgánica más alta. Y cuanto mayor es el capital comprometido
y mayor su composición técnica al principio de cada ciclo periódico respecto
del anterior, más formidables son las trabas que la razón todavía enajenada de las fuerzas sociales productivas,
debe superar en cada crisis, y sucesivamente más doloroso el costo en
desgracias humanas y destrucción de riqueza
ya creada. Todo esto, a causa de que, en las crisis, la racionalidad de las fuerzas sociales productivas, sigue
siendo no según su razón histórica de
ser, esto es, según su concepto,
sino según la sinrazón de la
acumulación de capital, según la consustancial
irracionalidad de las relaciones de producción capitalistas.
Si con Hegel entendemos por
decadente algo que existe y se manifiesta, pero no ya por sí mismo al perder su razón de ser —y esto
es lo que sucede durante las crisis— ese algo sigue vigente, pero deja de ser necesario y, por
tanto "real efectivo" o efectivamente real, para pasar a ser
"real actual" y, por tanto, contingente,
esto es, que puede seguir existiendo o dejar de existir en cualquier momento,
en tanto que ya ha sido superado por
la razón histórica (en este caso las fuerzas productivas), en pugna por
crear otra realidad racional
todavía inexistente. En tal sentido, para Hegel “real efectivo” es todo aquello
que tiene ya razón de ser aunque
todavía no exista, al mismo tiempo que lo decadente sigue existiendo, pero deja de ser efectivamente real en tanto que ha perdido razón de existir.
Habida cuenta de que la “razón de ser” de lo todavía inexistente, no es otra
que razón científica probada
que justifica su existencia. Siendo así, —y así lo comprendemos nosotros tal
como Marx y Engels lo comprendieron al escribir el “Manifiesto”—, entonces cabe afirmar que la decadencia del
capitalismo empezó con la primera gran crisis de su historia en 1825. Pero que
se manifestó políticamente
por primera vez entre febrero y junio de 1848 en las calles de Paris, donde el
capitalismo demostró haber
empezado a perder su razón histórica de ser en este Mundo.
De todo este proceso debe
sacarse la siguiente conclusión: una vez que la RAZÓN científica ha determinado
cual es el correspondiente polo de la dialéctica social, que marca el pulso y
la dirección de la historia para superar
un determinado período ya perimido de su devenir —en este caso el capitalismo—
desde el momento en que las sucesivas crisis periódicas demuestran que las
relaciones capitalistas de producción se erigen en trabas cada vez más formidables para el libre desarrollo de las fuerzas productivas, es la necesidad histórica la que da su
veredicto inapelable y dicta férreamente las pautas de comportamiento político a la clase social mayoritaria de la sociedad, que
encarna el polo progresivo del devenir histórico. A estas pautas se han ceñido
Marx y Engels hasta la muerte sin desviarse un milímetro.
Hasta ese momento, todas las revoluciones sociales en el curso de la historia,
habían consistido en cambiar un modo
de vida social y político por otro superior,
renovando sus correspondientes clases dominantes, siempre minoritarias
por otras, respecto de la siempre mayoritaria masa del pueblo trabajador explotado y oprimido. Esto fue
así desde los tiempos de los faraones egipcios 3.150 años antes de Cristo. Se
trataba de sustituir una clase explotadora socialmente
minoritaria por otra.
El “Manifiesto Comunista” fue
publicado pocos días antes de la Revolución alemana de febrero en 1848. En el
capítulo II de esa obra, Marx y Engels dicen literalmente:
<<Todos los movimientos
han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El
movimiento proletario es un movimiento propio de la inmensa mayoría en
provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la
sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar
toda la superestructura (jurídica, política y moral) formada
por las capas de la sociedad oficial (todavía feudal)>> (Op. cit. Lo entre paréntesis
y el subrayado nuestro).
Y en el capítulo III
precisan de modo categórico y terminante, el propósito político irrefutablemente progresivo de ese
movimiento aun por cumplir en la
historia de la humanidad:
<<Como
ya hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera es la
elevación del proletariado a clase (políticamente) dominante, la conquista de la democracia>>
(Ibíd. Subrayado nuestro).
Volviendo a los
acontecimientos que se avecinaban ese año de 1848 en Europa, según la propuesta
que Marx y Engels formularon en febrero,
de ningún modo propusieron al proletariado hacer inmediatamente la revolución social proletaria, subvirtiendo por completo la base económica del sistema capitalista.
No. Se trataba de quitar barreras sociales al desarrollo del capitalismo
eliminando definitivamente los resabios feudales, tanto en el campo como en
la ciudad, tarea para la cual la burguesía había fracasado; se trataba
de contribuir a facilitar la acumulación
del capital productivo agrario e industrial francés y europeo,
preservándole del parasitismo
dominante retardatario de la renta territorial y de la tasa de interés
(dos resabios del sistema económico feudal), que permitiera extender lo más
rápidamente posible y con el menor coste social y humano, el dominio de las relaciones capitalistas al mayor espacio
geográfico de Europa, para convertir todo el trabajo social explotable en
asalariado;
Se trataba de acabar definitivamente con el feudalismo
en el campo, exigiendo que las tierras confiscadas se mantuvieran como
propiedad estatal y fueran utilizadas para crear colonias obreras, “por medio
de las cuales el principio de la propiedad común se plasme inmediatamente de
modo firme y extienda en detrimento de la propiedad privada y la consecuente
proliferación de una clase campesina pequeñoburguesa, evitando así que la ley
del valor le hiciera pasar por el mismo ciclo de empobrecimiento y
endeudamiento en el que todavía se encontraba desde los tiempos de Napoleón
Bonaparte, cuya política permitió reproducir el latifundio.
¿Para qué todas estas medidas? Para que, con el desarrollo del capital, se incrementara la masa asalariada
hasta convertirla en mayoría social
absoluta de la sociedad. Tal es el fundamento
científico de la proposición política
contenida en la expresión del “Manifiesto”:
“conquista de la democracia”. Se trataba, en fin, de favorecer en todo, los
efectos de la ley del valor, para acercar el horizonte temporal de la
transformación del proletariado en clase mayoritaria de la sociedad, creando
las condiciones más favorables a la revolución socialista: la dictadura democrática del proletariado.
Según el yerno de Marx, Paul Lafarge, en ese
momento Marx ya había desentrañado la Ley General de la acumulación
capitalista, según la cual, el desarrollo
de las fuerzas productivas del trabajo social bajo el capitalismo,
determina que, aun cuando relativamente
menos que el capital constante, el capital variable, es decir, el
proletariado, no deja históricamente
de aumentar en términos absolutos:
<<Engels me dijo que, en 1844, Marx le había
expuesto en el Café de la
Régence de París —uno de los primeros centros de la revolución de 1789—
el determinismo económico de su teoría sobre la concepción materialista de la
historia>> H. M. Enzensberger: "Conversaciones
con Marx y Engels" Tomo 1 Ed. Anagrama/1974 Pp. 40)
La "Liga de los
comunistas" alemanes creada en 1847, no pretendió, pues, en 1848,
cambiar inmediatamente el carácter
social burgués de la revolución europea. Su objetivo inmediato
consistió en derrocar a la burguesía
en ese momento a cargo del poder
político del Estado, por no haberse atrevido a tocarle un pelo a la
Aristocracia terrateniente en 58 años. Pero en modo alguno se propuso expropiar
a los capitalistas implantando un régimen que representara exclusivamente los
intereses económicos del proletariado. Esto aparece expresado en el punto IV del
"Manifiesto
comunista", donde Marx y Engels actualizaron políticamente la
letra y el espíritu de lo que —según el método dialéctico y la terminología
hegeliana— habían dicho en 1845:
<<Nosotros
llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas
actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa
actualmente existente>> (K. Marx-F. Engels: "La ideología alemana")
Las condiciones o premisas
del "movimiento real" en la sociedad europea de 1848, eran el carácter todavía relativamente
minoritario del proletariado (respecto del campesinado y los intereses
socialmente mayoritarios de la pequeño burguesía rural y urbana). En ese punto
IV del "Manifiesto" se dice
que los comunistas luchan dentro del "movimiento real" por defender
los intereses inmediatos de la clase obrera (sus mejores condiciones de vida y
de trabajo), pero sin perder de vista la necesidad de luchar dentro del
"movimiento actual" por el futuro racional de ese movimiento, esto
es, por la racionalidad socialista,
por la "esencia inmediatamente devenida en existencia" de las fuerzas
productivas que impulsen objetivamente la dictadura del proletariado. Pero,
dadas las condiciones de la época, la
esencia socialista de las fuerzas productivas no podía devenir inmediatamente
en existencia. Había todavía tareas democrático burguesas que cumplir.
De ahí la decisión táctica de aliarse con el partido de la pequeñoburguesía
democrática en contra del contubernio entre la gran burguesía y la aristocracia
financiera acreedora de los pequeños propietarios:
<<Los
comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase
obrera; pero, al mismo tiempo, defienden también, dentro del movimiento actual,
el porvenir de ese movimiento. Dentro de Francia, los comunistas se suman al
Partido Socialista Democrático (liderado por de Ledru Rollín) contra la burguesía conservadora y
radical, sin renunciar, sin embargo, al derecho de criticar las ilusiones y los
tópicos legados por la tradición revolucionaria.
En Suiza apoyan
a los radicales, sin desconocer que este partido se compone de elementos
contradictorios, en parte de socialistas democráticos al estilo francés, y en
parte de burgueses radicales.
Entre los
polacos apoyan al partido que ve en esa revolución agraria la condición de esa
liberación; es decir, al partido que provocó en 1846, la insurrección de
Cracovia.[3]
En Alemania lucha al lado de la burguesía, en tanto que ésta actúa
revolucionariamente contra la monarquía absoluta, la propiedad territorial
feudal y la pequeñoburguesía reaccionaria>>. (K. Marx-F.
Engels: “Manifiesto Comunista” Cap.
IV Lo entre paréntesis es nuestro).
[1] Entre 1845 y 1849 la plaga de la patata echó a perder las cosechas, lo que fue especialmente grave en Irlanda (Gran Hambruna irlandesa). Este suceso coincidió con la carestía general en Francia de 1847 que, al igual que en otros países de Europa, originó graves conflictos internos y una fuerte oleada migratoria.
[2] De un
incremento de capital invertido, siempre lógicamente resulta un incremento en
la masa de plusvalor obtenido. Pero la continuidad del proceso de acumulación
del capital, la decisión de continuar con el proceso de inversión por parte de
los capitalistas, no depende del crecimiento en la masa absoluta de plusvalor
obtenido. Lo que determina esta decisión no es el hecho de ganar más, sino de que el incremento de plusvalor obtenido compense la masa incrementada de
capital invertido. Y esto depende de la composición
orgánica del capital y de la tasa de ganancia.
Por ejemplo, cuando la masa de capital acumulado pasa de 1.000 a 1.150 unidades
monetarias, y la tasa de ganancia del 15 al 9% quiere decir que habiendo
invertido 1.000 al 15% obtuvo 150, mientras que con esas 1.150 a una tasa del
9% pasaría a obtener sólo 103. En semejantes condiciones, la nueva inversión
del plusvalor de 150 no se realiza, porque ahora, para volver a ganar poco más
que esas 150 de plusvalor, el capitalista tendría que invertir un capital mayor
que las 1.150 disponibles. Exactamente 525 más (1.000+150+525 = 1.675 x 9%
= 150,75) lo cual le significaría una pérdida neta de ganancia respecto de la
rotación anterior. No sólo porque no le compensa sino porque no dispone de esa
masa de valor adicional, con lo que tiene que pedir un crédito, de modo que,
entonces, su ganancia no sería ya siquiera del 9% sino menos, porque debería
restarle la tasa de interés a pagar por el préstamo. A este fenómeno Marx le
llama "Sobreacumulación absoluta de capital". Tal es la causa y
origen de las crisis. La causa es el descenso en la tasa de ganancia. El origen
es la sobreacumulación o exceso de capital respecto de la ganancia obtenida,
que no de mercancías de consumo final ofrecidas respecto de la demanda efectiva
o solvente.
[3] Los principales iniciadores de la insurrección que se preparaba en las provincias polacas en febrero de 1846 con el fin de lograr la liberación nacional de Polonia, eran los demócratas revolucionarios polacos.