Marxismo y stalinismo a la luz de la historia

 

<<…El capitalismo es la sociedad del engaño y el pillaje mutuo…>> (K.Marx-F.Engels: "Manifiesto del Partido Comunista" Febrero de 1848). <<...Estuve enfermo durante todo el año pasado (aquejado de antrax y forúnculos). De no haber sido por ello, mi libro El Capital”, la economía política, ya se habría publicado. Espero ahora terminarlo al fin dentro de unos meses y asestar, en el plano teórico, un golpe a la burguesía del cual no se recuperará jamás....>> (K. Marx: "Carta a Karl Klings" 04/10/1864).

 

01. Introducción

           

         La tan escueta como certera definición del capitalismo, así como la diagnosis de muerte sobre la categoría social llamada burguesía que preceden a este texto, se han visto confirmadas en toda regla. Desde que la obra central de Marx viera la luz, ningún teórico amancebado a esa clase todavía dominante, pudo demostrar fehacientemente que lo escrito ahí distara una sola micra de la certeza científica. La prueba está en que, el único recurso que han podido esgrimir como arma de combate ideológico —conscientes del peligro que supone a sus intereses la difusión del marxismo—, fue y sigue siendo la barrera de silencio “sanitario” que, desde entonces, “las furias del interés privado” han venido erigiendo en torno suyo, tanto como para poder seguir garantizando el predominio político del pensamiento único burgués en la conciencia de los explotados

 

         Para idénticos fines pero en contraste con ese silencio, más recientemente los ideólogos a sueldo y prebendas del capital, han venido haciendo mucho ruido propagandístico, tratando de identificar al marxismo con el stalinismo. Muy especialmente desde la caída del muro de Berlín en 1989 y la disolución de la URSS en 1992. Año en el que ese moderno profeta de tres al cuarto llamado Francis Fukuyama, anunció “el fin de la historia”.

 

         Y en la tarea de urdir y componer semejante amalgama[1], todos ellos se pusieron de acuerdo en hacer hincapié sobre uno de esos típicos vaivenes de la historia en una etapa todavía no resuelta, donde los infaltables oportunistas al acecho —como fue el caso de Stalin desde febrero de 1917— no habiendo podido resistir la marea revolucionaria que pugnaba por resolver la contradicción social en curso, muy a regañadientes se mantuvieron entre bambalinas, a la espera del momento propicio del proceso revolucionario, para interrumpirlo liderando el polo contrarrevolucionario que actuó en sentido regresivo. El hecho de que ese mujik llamado Stalin compartiera eventualmente la dirección política que implantó en Rusia por primera vez la dictadura democrática de las mayorías explotadas y oprimidas, sobre las minorías opresoras, no significa que hubiera compartido el mismo pensamiento marxista y desempeñado el mismo papel político que Lenin. Al contrario, fue el mejor gestor político de la burguesía al interior del partido comunista de la URSS, el gran organizador de derrotas, como así lo calificara Trotsky en su obra del mismo nombre publicada en setiembre de 1929, donde lo demostró.

 

         Para comprender la diferencia fundamental entre ambos pensamientos y su práctica política consecuente —nada que ver la una con la otra—, es necesario centrar la atención por un momento, en algo tan sencillo como la relación social entre asalariados y patronos. Una relación en la cual ha venido destacando históricamente la lucha entre esos dos términos contrapuestos, es decir, antagónicos e históricamente irreconciliables. En toda relación —sea matemática, biológica, física, química o social— intervienen necesariamente dos componentes que se contradicen u oponen el uno al otro. Por tanto, lo que hay que dilucidar es la esencia de esa contradicción, o sea, si la relación entre sus contrarios es complementaria y conciliable, o irreconciliable. Por ejemplo: un macho de león se distingue o es diferente de una hembra por su distinto sexo respectivo, pero comparten una misma naturaleza biológica. Por tanto, se complementan dialécticamente para reproducirla. De esa relación  surge la fuerza orgánica que hace a la supervivencia de su propia especie.

 

         Otro tanto y al margen de los sexos, cabe decir de la relación entre demócratas y republicanos en los EE.UU., en tanto que son fuerzas políticas distintas, cada una con intereses compartidos al interior de su respectiva formación, al mismo tiempo que contraria a los intereses de la otra. Así, ambos partidos políticos constituyen una relación dialéctica, es decir, antagónica. Pero esencialmente, o sea, en términos de clase social, son de la misma naturaleza, dos partes constitutivas de un todo idéntico, en tanto que representan y asumen los intereses de una misma clase social: la burguesía. Estamos en tal caso, ante una  relación dialéctica cuyos términos son tácticamente antagónicos pero estratégicamente aliados y, por tanto, históricamente conciliables y complementarios.

 

         Pero el devenir histórico de la sociedad humana dividida en clases, es un hecho incontrovertible cuya fuerza impulsora y sentido directriz, está científicamente probado que no ha surgido ni puede surgir, de relaciones económicas, sociales y políticas entre partes antagónicas complementarias, sino incompatibles e históricamente irreconciliables. Si Hegel no pudo concebir la existencia de contradicciones antagónicas de naturaleza históricamente irreconciliable, fue porque se lo ha impedido su propia condición de clase pequeñoburguesa, y el carácter teológico, idealista y armonicista de su filosofía, desplegada pensando la contradicción entre la naturaleza divina y la humana, entre Dios y el Mundo —supuestamente creado por él—, como hecho a su imagen y semejanza, o sea: inmutable y  eterno. Este principio teológico explica por qué en su “Sistema filosófico”, Hegel no dejara resquicio alguno por donde pudiera colarse lo afirmado por él mismo previamente en su “Lógica”, contexto en el cual sí que dejó margen a la posibilidad de que las contradicciones operen un cambio de naturaleza en el ser de las cosas. Esta prejuiciosa incongruencia de Hegel, explica que tal posibilidad real, debiera ser teóricamente demostrada por un ateo con el genio científico de Marx, a instancias del concepto superador de contradicción antagónica irreconciliable.

 

         La dialéctica entre clases explotadoras y explotadas a lo largo del tiempo —como es el caso más actual entre burguesía y proletariado— ha venido demostrando, pues, que tales términos de la relación no sólo han sido como siguen siendo hoy, contradictorios y antagónicos, sino también lógica e históricamente irreconciliables. Por tanto, proclamar el progreso de la humanidad y para eso proponer que el proletariado se integre y participe en los partidos políticos y en las instituciones de Estado burguesas, creyendo en que así es posible la convivencia humana en paz y progreso, constituye un error que los explotados hemos venido pagando muy caro, producto de una concepción armonicista, ilusoria y falsa de las contradicciones sociales, desmentida categóricamente por la historia.

 

         Así las cosas y a los fines del progreso social de la humanidad, el problema a resolver en las actuales condiciones, no está en el antagonismo táctico estratégicamente complementario, entre fracciones políticas de una misma clase social que rivalizan por el poder al interior de las instituciones del Estado capitalista, que así deja intacto al sistema. El problema consiste en el antagonismo estratégicamente irreconciliable entre distintas clases sociales, en nuestro caso entre burguesía y proletariado. Si echamos la vista atrás en la historia, comprobaremos que resolver o solucionar el problema de las contradicciones sociales irreconciliables en cada período histórico de la humanidad, ha venido siendo hasta hoy día la condición sine qua non de todo progreso humano posible. Una condición que todas las clases dominantes que lo han sido, pugnaron por evitar que se cumpla. Y para tal fin han venido utilizando todos los medios a su alcance. Pero no han podido. No lo han conseguido. Porque la fuerza emancipadora contenida en la contradicción con sus explotados se lo ha impedido. Y al final, ya se ha visto el resultado: tanto el esclavismo como el feudalismo han quedado atrás. Y ahora tenemos ante nosotros un desafío como el de nuestros antepasados. Una realidad como la actual, donde la burguesía es empujada irresistiblemente por el capitalismo —que ella personifica— a exacerbar cada vez más su contradicción con el proletariado. He aquí el carácter irreconciliable de la contradicción.

 

         Y tal es la causa de que los burgueses se vean obligados a disimularla, a negar de palabra el carácter históricamente irreconciliable de su contradicción con los explotados en los hechos. Por eso pregonan la unidad. Constantemente hablan en primera persona del plural. ¿Para qué? Pues, para conservar esa relación, para que aparente ser una relación complementaria, para preservar así, en ella, su existencia como clase políticamente dominante. Para seguir usufructuándola a expensas de sus explotados. Toda la historia del capitalismo ha estado jalonada por semejante contradicción entre las palabras de los burgueses y sus actos. Y para eso han venido, precisamente, contando con la valiosa colaboración de la pequeñoburguesía. Como le dijera Marx a Pável Vasílevich Annenkov en carta fechada en Londres el 28 de diciembre de 1846:

<<Ese pequeño burgués diviniza la contradicción, porque la contradicción es el núcleo de su ser>>.

        

         Según se irá viendo en este trabajo, el ritual pequeñoburgués de consagrar la relación entre burguesía y proletariado, de mantenerla viva y sin resolver, en esto radica igualmente la naturaleza del stalinismo como aliado estratégico del capitalismo. Al igual que también lo es la socialdemocracia. El común carácter pequeñoburgués de ambos movimientos políticos, les identifica con el capital en la tarea de conservar esa contradicción entre explotadores y explotados.

 

         Para ello la burocracia stalinista que se hizo con el poder tras la muerte de Lenin, creó un bloque histórico de poder político aliándose con la pequeñoburguesía agraria de los koljoses, dando así el primer paso para reponer el sistema capitalista en la URSS, hasta que lo ha conseguido. A partir de ese momento, el socialismo desapareció como tal disolviéndose refundido en la socialdemocracia tradicional, dedicado a conservar la contradicción entre burguesía y proletariado en todo el Mundo. ¿Cómo? En aparente y engañosa relación de incompatibilidad con su contraparte de la derecha política liberal. Cuando en realidad son dos formaciones políticas que, bajo el disfraz de una falsa controversia,  se alternan en el ejercicio del poder en todo el Mundo sobre un tipo de Estado y una forma de gobierno, desde donde dicen actuar en favor de los intereses generales, ocultando así el hecho de que ambas responden, exclusivamente, a los intereses de una sola clase social con la que comparten mesa y mantel: la burguesía.

 

         Se trata de la misma farsa que desde los tiempos de la llamada “ilustración”, la clase capitalista dominante sigue representando sobre las tablas de ese teatro bufo que es el típico Estado burgués, a dúo con sus lacayos, los políticos profesionales. Y desde ahí la proyectan hacia las bases sociales subalternas explotadas que arrastran sus miserias por la vida. Un símil de esta realidad, fue lo que Ramón María del Valle-Inclán en su conocida obra literaria: “Luces de Bohemia”, proyectó el siglo pasado magistralmente sobre sus personajes, inspirados en la sociedad española de los años 20. Y lo hizo moviéndolos sobre un escenario, donde la farsa de los opulentos se combina tan armoniosamente con la tragedia de los desarraigados, como el hambre con la corrupción política. Hasta el punto en que esa combinación se desvela para mostrarse sin tapujos como un esperpento.

 

¿Puede alguien negar hoy, que la burguesía internacional siga moviendo a sus políticos profesionales en todo el Mundo, para que no dejen de representar por arriba la misma farsa, mientras por abajo el sistema económico reproduce la misma tragedia? ¿Puede alguien negar que se repita y colme así en todas partes, el más absurdo, cínico, grotesco y criminal extremo de lo esperpéntico?

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[1] Amalgama: Mezcla de cosas esencialmente distintas. Del verbo amalgamar, que significa conjugar. Sinónimo de coordinar, combinar, armonizar, conciliar, asociar, compatibilizar, compaginar, relacionar, unir, enlazar, articular, conjuntar, reunir, aglutinar.