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Las previsiones de Marx y la paradoja de la industrialización financiarizada de nuestro tiempo

       <<El obrero que a diferencia del artesano, no posee instrumentos de trabajo y dificilmente puede cambiar de ocupación, debido a la especialización engendrada por la división del trabajo, debe someterse a las exigencias de su empleador. Al obligar al obrero a producir cada vez más por un salario más reducido, el capitalista, que sólo existe por el obrero que trabaja para él, tiende paradójicamente a destruirlo. La producción en función de la ganancia y no del trabajador es la ley del capital, y el obrero que no puede obtener a cambio de un trabajo de animal de carga, más que lo estrictamente necesario para vivir, no puede acomodar su vida a su producción, que se desarrolla en detrimento de su ser; lejos de poder desarrollarse produciendo libremente en plena armonía consigo mismo y con los demás, no tiene en la vida otra perspectiva que la servidumbre y el embrutecimiento. Y al capitalista como sólo le interesa la ganancia, se preocupa tan poco del obrero sin trabajo, como de una mercancía de la cual no tiene necesidad, y abandona al desocupado al cuidado de la policía, tanto como a la caridad pública y privada.

       Al dejar de trabajar cada día tras hacerlo para el patrón, el obrero se convierte en una carga para la sociedad, obligado a asegurar su mantenimiento y, por ello convertido en un objeto, no sólo inútil sino perjudicial. Por tal “razón” David Ricardo y James Mill declararon que los desocupados constituían un peligro social, y también por esa razón proclamó Malthus la necesidad de extirpar el excedente de población.

       Esta hostilidad del capitalismo frente a la clase obrera resulta de la naturaleza misma de la alienación, que de indiferente se vuelve hasta necesariamente hostil. Al transformarse el trabajo asalariado en mercancía, es decir, en capital, el producto alienado del trabajo del obrero se convierte en una fuerza extraña que lo domina y avasalla.

       Este régimen deshumaniza y envilece, por lo demás, no sólo al obrero, sino también al capitalista, el cual al sufrir igualmente los efectos del régimen de la propiedad privada, cae él también bajo la influencia del mundo alienado.

       La alienación del producto del trabajo tiene entre los obreros efectos no sólo objetivos, sino subjetivos, que se traducen en sentimientos de privación, de explotación, de opresión que, transformándose en cólera y odio, dan origen a conflictos sociales, [que la burguesía no podrá impedir y lo que se acerca cada vez más, será, inevitablemente, su bancarrota como clase social dominante, dejando paso en la historia por fin y con total seguridad, a La libertad, la igualdad y la fraternidad entre los seres humanos]. (Auguste Cornú: “Karl Marx – Federico

Engels” Ed. Ciencias sociales. La Habana, Cuba/1976. Tomo tres Pp. 176 a 178. Lo entre corchetes nuestro. No hay versión digitalizada).                                                                                                              

 

          ¿Qué es la libertad? Aquella cuyo ejercicio no menoscaba o restringe la libertad de los demás, diferenciada de comportamientos que no respetan los derechos ajenos, vigentes hasta hoy desde el reinado de Luis XV entre febrero de 1710 y mayo de 1774, que todavía permanecen bien encubiertos para que no lo parezca. Así las cosas, para que la libertad sea un ejercicio efectivo y real entre los seres humanos, se impone que la igualdad sea la misma para todos. Para demostrarlo remitámonos ahora a la más radical de las constituciones burguesas, la de 1793, que mucho más tarde inspiró la Declaración Universal de los DD.HH. en 1948. Allí se dice que los llamados derechos humanos atañen a las personas en tanto que individuos: los droits de l’homme. Tal como aparecen literalmente consagrados en el artículo 2 de la mencionada Constitución francesa de 1793, "Ces droits, etc. (les droits naturels et imprescriptibles) sont: l’égalité, la liberté, la sûreté, la proprieté" [Estos derechos, etc. (los derechos naturales e imprescriptibles son: la igualdad, la libertad, la seguridad y la propiedad)].

          La propiedad privada se considera como un atributo o prerrogativa del individuo, que según se afirma proviene del orden natural, entendido como aquel estadio en el que todos los sujetos son libres e iguales por naturaleza. El dominio es un derecho natural inherente a la persona humana, del que el individuo goza y representa la exteriorización y proyección de su personalidad, como propietario sobre las cosas que le pertenecen. El ius utendi es el derecho de uso sobre una cosa. Y servirse de la cosa propia da lugar al interés, ya sea personal o colectivo sobre esa cosa. Y de acuerdo con la función social del derecho, el interés resulta ser legítimo siempre y cuando esa conducta no viole preceptos legales ya establecidos, o viole derechos de otros propietarios. Por ejemplo, bajo el principio del ius utendi no podría el propietario de un bien inmueble justificar la tenencia de una plantación de marihuana, al estar prohibida por la mayoría de los ordenamientos jurídicos. De la misma forma, un empresario no puede justificar bajo este principio ruidos excesivos típicos de una actividad industrial, en una zona residencial que hagan intolerable la vivencia de sus vecinos.

          El ius fruendi es el derecho que ostenta el propietario de una cosa, a gozar y disponer de ella sin más limitaciones que las establecidas por las leyes. Además, esta facultad de goce se extiende a los frutos o productos que pueda producir la cosa propia. Así, por ejemplo, tratándose de un manzanar, las manzanas no son productos fabricados sino frutos naturales. Y el fruto civil que percibe el propietario del manzanar, es la renta que obtiene por haber puesto ese manzanar en arrendamiento al inquilino que se “apropia” de las manzanas. Tratándose de dinero, el monto que percibe el propietario del manzanar es en concepto de alquiler.

          Veamos ahora el fruto civil percibido por el propietario de unas cosas —en este caso medios técnicos de producción— que los cede día que pasa y por tiempo determinado a otros sujetos de condición asalariada, para que los usen produciendo con ellos determinados productos, de los cuales el propietario se apropia, a cambio de un salario que acuerda con ellos a instancias de un contrato de trabajo, como es el caso bajo el capitalismo entre el propietario de las esas cosas llamadas herramientas o maquinarias instrumentales, y sus asalariados dependientes encargados de utilizarlas para fabricar dichos productos a cambio de un salario.      

          A continuación demostraremos aquí que históricamente, la propiedad privada capitalista se ha encargado de enterrar en el mundo las virtudes de la igualdad, la libertad y la seguridad de las personas. Y ni que decir tiene donde fue a parar la fraternidad entre ellas.

          ¿Qué es la igualdad para la doctrina de los DD.HH bajo el capitalismo? Según el artículo 3 de la constitución francesa en 1795: "La igualdad consiste en que la ley es la misma para todos, así en cuanto protege como en cuanto castiga". Tal es el espíritu y la letra omnipresentes en todas las constituciones burguesas desde entonces hasta hoy. ¿Qué es lo que norman, rigen, regulan y consagran las leyes vigentes bajo el capitalismo? El comportamiento de los seres humanos como almas propietarias. O sea, su relación social contractual por mediación de la cual, por ejemplo, los propietarios privados de medios de producción desde los orígenes del capitalismo hasta hoy, ofrecen dinero en forma de salario a cambio de trabajo asalariado:

      <<Para que perdure esta relación es necesario que el poseedor de la fuerza de trabajo la venda siempre por un tiempo determinado [durante jornadas diarias de la misma duración] y nada más, ya que si la vende toda junta de una vez para siempre, se vende a sí mismo, se transforma de hombre libre en esclavo, de poseedor de mercancía (su fuerza potencial de trabajo) en simple mercancía. Como persona [el asalariado] tiene que comportarse constantemente con respecto a su fuerza de trabajo, como con respecto a su propiedad [sobre ella] y, por tanto, a su propia mercancía [para que su patrón la utilice sumando riqueza y ganancia en los productos fabricados durante cada jornada laboral], y únicamente está en condiciones de hacer eso, en la medida en que la pone a disposición del comprador —se la cede para su consumo— sólo transitoriamente cada día y por un tiempo determinado [según lo acordado en el contrato de trabajo], no renunciando, por tanto, a su propiedad sobre ella [sobre su fuerza de trabajo]>>.  (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. IV Aptdo. 3. Compra y venta de la fuerza de trabajo. Ed. Siglo XXI/1978 Cap. IV Pp. 204. Lo entre corchetes nuestro).           

          Este galimatías dialéctico basado en la igualdad formal que figura en la normativa jurídica y en los contratos de trabajo, desfigura la realidad cuando por ejemplo en ese acto, parece supuestamente que se intercambian equivalentes, pero a la postre resulta ser éste un intercambio desigual, porque la ganancia capitalista crece sin cesar a expensas del salario, paradoja que tiene su fundamento no precisamente en el ámbito de la relación contractual sino en el trabajo efectivo y real ¿Dónde ha venido radicando la desigualdad entre patronos y obreros en favor de los primeros? Para descubrir el secreto de este galimatías, hay que comenzar por decir que la fuerza o capacidad de trabajo en todo individuo vivo, está contenida en su cuerpo y para ejercerla en forma de trabajo, necesita esencialmente a cambio cierta cantidad en medios de subsistencia:

    <<Por tanto, el tiempo de trabajo necesario [previo] para la producción de la fuerza [potencial] de trabajo [desplegada posteriormente en cada jornada de labor por el obrero en cualquier fábrica de propiedad privada burguesa], se resuelve en el tiempo de trabajo necesario para la producción de los medios de subsistencia o, dicho de otra manera, el valor de la fuerza de trabajo [potencial del asalariado] es el valor contenido en los medios de subsistencia necesarios para la conservación del poseedor de aquella>>. (Ed. Siglo XXI/1978 Cit. Libro I Cap. IV Pp. 207. El subrayado y lo entre corchetes nuestro).

         <<Considerándolo según su forma real, el dinero —esa parte del capital que el capitalista gasta para adquirir capacidad de trabajo humano— no representa nada más que los medios de subsistencia existentes en el mercado o lanzados en él en ciertas condiciones (within certain terms) que entran en el consumo individual del obrero>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. VI (inédito): “Resultados del proceso inmediato de producción”  13ª. Edición. Ed. Siglo XXI/1990 Pp. 12).

          Pero no basta con esto, porque la reproducción potencial de la fuerza de trabajo en un individuo, también exige determinada formación técnica previa que justifique el monto del salario percibido según su mayor o menor cualificación para los fines de su empleo rentable, incluyendo el necesario gasto personal en medios de subsistencia para el consumo de sus descendientes en su familia: medios de vida, vestimenta, mobiliario del hogar, etc., que se consumen en distintos lapsos de tiempo, unos más prolongados que otros. Dicho esto, hay que tener en cuenta, además, que la fuerza de trabajo desplegada por el obrero no se paga por adelantado sino cada semana o mensualmente, después de que esa fuerza haya sido utilizada como trabajo efectivo por el patrón, durante cada jornada de labor acordada en el contrato. Esto significa que el asalariado adelanta al capitalista el valor de uso de su fuerza de trabajo, gastándola trabajando para su patrón antes de percibir a cambio el salario acordado con él:

      <<En todas partes, pues, el obrero adelanta al capitalista el valor de uso de su fuerza de trabajo, antes de haber recibido el pago de su precio (salario) correspondiente. En todas partes, pues, es el obrero el que abre crédito al capitalista>> (Ed. cit. Libro I. cap. IV Pp. 212).

          Así las cosas, el capitalista se vale del asalariado para los fines de producir un valor de uso útil, cuyo valor de cambio sea rentable o sea mayor al costo de producirlo. Por lo tanto, producir una cosa para venderla por un precio equivalente o menor al costo de producirla, carece para él de sentido. Quiere producir una mercancía destinada a la venta, cuyo valor de cambio supere al de los salarios. Teniendo en cuenta que el valor de los medios técnicos de trabajo utilizados por el asalariado para tal fin —como máquinas materias primas y auxiliares (combustibles y lubricantes), necesarios para la producción— es trasladado al producto fabricado. ¿De dónde sale, pues, la rentabilidad del capitalista que justifique comercialmente la fabricación de un producto para su venta en el mercado? De la diferencia entre el valor de cambio creado por el trabajo del obrero empleado, respecto del relativamente menor valor de uso de ese trabajo pagado por el capitalista bajo la forma de salario. Por ejemplo:

      <<El hecho de que sea necesaria media jornada laboral para [producir los medios de vida del asalariado cuyo consumo permite] mantenerlo vivo durante 24 horas, en modo alguno impide al obrero trabajar durante una jornada completa. El valor [de uso] de su fuerza [potencial] de trabajo [contenido en el salario contratado] y su valorización en el proceso laboral [de producción] son, pues, dos magnitudes diferentes [la segunda necesariamente mayor que la primera]. El capitalista tenía muy presente esa diferencia de valor cuando [al firmar el contrato] adquirió la fuerza de trabajo>>. (K. Marx: “El Capital” Ed. Siglo XXI/1978. Libro I. Cap. V.  Pp. 234. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros) […….]

[……]<<“¿Qué es una jornada laboral?”. “¿Durante qué espacio de tiempo el capital tiene derecho a consumir la fuerza de trabajo cuyo valor diario ha pagado?”. “¿Hasta qué punto se puede prolongar la jornada laboral más allá del tiempo de trabajo necesario para reproducir la fuerza de trabajo misma?” A estas preguntas, como hemos visto, responde el capital: La jornada laboral comprende diariamente pocas horas de descanso sin las cuales la [propia] fuerza de trabajo [por cansancio] rechaza terminantemente la prestación de nuevos servicios. Ni qué decir tiene, por de pronto, que el obrero a lo largo de su vida no es otra cosa que fuerza de trabajo, y que en consecuencia todo su tiempo disponible es, según la naturaleza y el derecho, tiempo de trabajo para la autovalorización del capital perteneciente a su patrón. Dejando a un lado el tiempo para su educación humana, para su desenvolvimiento intelectual, para el desempeño de funciones sociales, para el trato social, para el libre desenvolvimiento de las fuerzas vitales físicas y espirituales etc, etc, e incluso para santificar el domingo>> (K. Marx: “El capital”  Libro I Cap. VIII. Ed. cit. Apartado 5. “La lucha por la jornada normal de trabajo. Leyes coercitivas para la prolongación de la jornada laboral,  Pp. 318 [……]

[….,..]<<La producción capitalista, que en esencia es producción de plusvalor y absorción de plustrabajo, produce por tanto, con la prolongación de la jornada laboral, no sólo atrofia de la fuerza humana a la que despoja —en lo moral y en lo físico de sus condiciones normales de desarrollo y actividad. Produce el agotamiento y muerte prematuros de la fuerza de trabajo misma. Prolonga durante un lapso dado, el tiempo de producción del obrero reduciéndole la duración de su vida>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. VIII: La jornada laboral. Apartado 5: “Leyes coercitivas para la prolongación de la jornada laboral, desde mediados del Siglo XIV a fines del Siglo XVVII”. Pp. 318 a 320 [……]

          Como han hecho los terratenientes en los tiempos del esclavismo, algo parecido han venido haciendo los burgueses bajo el capitalismo con sus trabajadores. “Libertad, igualdad y fraternidad”: Tal fue el lema de la República francesa en 1793, que en el siglo XIX, se convirtió en el grito de republicanos y liberales a favor de la democracia y el derrocamiento de gobiernos feudales opresores y tiránicos de todo tipo. Los “próceres” de aquella revolución retomaron ese lema sin que la Monarquía de Julio lo adoptara. Fue establecido por primera vez como lema oficial del Estado en 1848, por el gobierno de la Segunda República francesa. Prohibido durante el Segundo Imperio, la Tercera República francesa lo adoptó como lema oficial del país en 1880, ratificado posteriormente por las constituciones francesas de 1946 y 1958). Durante la ocupación alemana de Francia en la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno de Vichy  sustituyó ese lema por la frase Travail, famille, patrie (“Trabajo, familia, patria”), para ilustrar el nuevo rumbo del gobierno. Desde los tiempos de la Primera república francesa hasta el día de hoy, bajo este falso lema la burguesía internacional ha venido escamoteando el verdadero fundamento de su sistema de vida. Absolutamente nada que ver con ninguna de las tres virtudes humanas a las que todavía tan hipócrita, cínica y criminalmente se sigue abrazando.

          ¿Qué es la libertad? Segun el artículo 6 de la Constitución en 1793, es "el poder de todo ser humano que haga lo que no atente contra la libertad de los demás". Pero según hemos visto, la libertad del capitalista que se apropia del valor de cambio contenido en el producto fabricado por el obrero, no es la misma que al obrero le permite el salario que, a cambio de su trabajo recibe de su patrón. O sea, que la relación social entre patronos y obreros supone dos distintos grados de libertad, como resultado del embeleco que contiene oculto la palabra “igualdad” (formal) montado expresamente, para beneficio del timador burgués contenido de modo engañoso en los términos del contrato de trabajo. Y si como es cierto que los patronos en realidad son más libres que los asalariados, es falso que sus respectivos derechos civiles, económicos y políticos puedan ser iguales, de lo cual se infiere la imposibilidad de que entre estas dos clases sociales, puedan germinar las virtudes humanas de la libertad, la igualdad y la fraternidad. O sea, que como le dijera Marx a Engels en abril de 1868:

      <<...En fin, dando por sentado que estos tres elementos: salario del trabajo, renta del suelo y ganancia son las fuentes de ingreso de las tres clases, a saber: la de los terratenientes, la de los capitalistas (ya sean industriales, comerciales o financieros) y la de los obreros asalariados: como conclusión LA LUCHA DE CLASES, en la cual el movimiento (de la sociedad burguesa) se descompone y es el desenlace de toda esta mierda...>>. (Carta de Marx a Engels del 30/04/1868. Editora Política/La Habana 1983 Pp. 218. Lo entre paréntesis nuestro).

          Ahora bien, ya hemos dicho que: de todos los derechos de los individuos "libres", el más elemental y originario derecho que cada uno puede ejercer libremente, además de los objetos de su propiedad, es la de su relativo cuerpo y/o del comportamiento de otras personas por tiempo determinado. Ese derecho de cualquiera para disponer de lo que es suyo, es un ejercicio de poder. Así, por ejemplo, el capitalista dispone libremente de su capital privado invertido en medios de producción, para que sean puestos en movimiento por empleados a cambio de un salario. En este sentido, ambos contratantes son dos personas aparentemente "libres" e "iguales"; libres porque en su condición de almas propietarias, ambas disponen discrecionalmente de lo que es suyo. Cada una de las dos partes dispone a instancias de sus respectivas voluntades, de las cosas suyas propias de que disponen como propietarios. El capitalista sus medios de producción y el asalariado su cuerpo propio, a instancias de un contrato de trabajo y de acuerdo con la ley vigente al respecto. Pero como acabamos de insistir cuatro párrafos más arriba una vez más en demostrar, esas libertades son desiguales a la hora de ejercer efectivamente esa “libertad”. Porque una vez que el asalariado firma su contrato de trabajo, cede en la fábrica su libertad de acción en favor de su patrón:

       <<En toda la Edad Media, una gran posesión de tierras fue la condición necesaria para que la nobleza feudal pudiera contar con campesinos tributarios obligados a prestaciones gratuitas. Y hoy día, hasta un niño de seis años puede ver que la riqueza [en manos de la burguesía] domina personas exclusivamente por medio de las cosas de que dispone>> (F. Engels: “Anti Dühring” Cap. V. Teoría del valor. Ed. Grijalbo. México/1977. Pp. 193).   

          ¿Qué es la seguridad? La Constitución de 1793 estipula que, "La seguridad consiste en la protección que la sociedad otorga a cada uno de sus miembros para la conservación de su persona, de sus derechos y de su propiedad". Segun Marx, la seguridad es el supremo concepto social de la sociedad burguesa, el concepto de la policía según el cual, la sociedad, entendida como un conjunto de relaciones entre propietarios privados, existe sólo si la policía garantiza a todos y cada uno de sus miembros, la conservación de su persona y de sus derechos en tanto que propietarios privados.

          El concepto de seguridad bajo el capitalismo significa, pues, que la sociedad no está por encima del egoísmo, sino que lo preserva. Y en tanto que la sociedad está fundada sobre las desigualdades reales de las almas propietarias, por lógica debe privar —y de hecho prevalece— el egoísmo de los más iguales (la burguesía) sobre los menos (el proletariado). Por tanto, la Declaración de los DD.HH. aprobada por la ONU el 10/12/1948, establece que la única libertad y seguridad prevista por esa filosofía, es la de los propietarios. Y que la igualdad de las almas en tanto que se someten al cumplimiento de unas leyes de común aplicación, cuya esencia es la propiedad con fines gananciales crecientes a expensas del trabajo ajeno, resulta que esas leyes implícitamente perpetúan las desigualdades reales en perjuicio de los que sólo pueden disponer poco más que de su cuerpo propio. O sea, que favorecen a los propietarios de los medios de producción y del dinero bancario. Por lo tanto, la burguesía en cualquier parte del mundo sólo está dispuesta a respetar la seguridad y el derecho a la vida de sus semejantes asalariados, en la medida en que renuncien a su verdadera libertad y se sometan a las condiciones de explotación que exige la ley de la propiedad que garantiza el beneficio capitalista, de tal modo que sus reclamos, por justos que sean no hagan peligrar la continuidad del sistema, garantizando así la distribución cada vez más escandalosamente desigual de la riqueza:

      <<El 1% de la población mundial dispone hoy del 80% de ella. Según la consultoría Wealth-X and UBS, la riqueza de los multimillonarios en el Mundo desde 2009 se duplicó, alcanzando los 6,5 trillones de dólares en 2013: U$S 6.500.000.000.000.000.000. ¿De dónde pudo salir esa riqueza si no de la ganancia a expensas del trabajo no remunerado sustraído a los asalariados? ¿Y qué decir de la corrupción generalizada entre las minorías sociales que siguen ejerciendo el poder económico y político? ¿Y del contubernio entre políticos y empresarios? ¿Y de la creciente miseria absoluta de una mayoría de asalariados y autónomos en general? ¿Y del engaño mutuo y la mentira sistemática como medio de medrar a expensas de los demás? ¿Y del fraude de las “acciones preferentes” de Bankia? ¿Y de los desahucios: 362.776 lanzamientos en España entre 2008 y 2012? ¿Y del despido masivo, el trabajo precario y a tiempo parcial? ¿Y de las guerras genocidas de rapiña? ¿Y de la corrupción generalizada por la “democracia representativa”, que hace a ese contubernio de intereses privados entre políticos profesionales a cargo del Estado y empresarios? ¿Y de las muertes prematuras por cada vez más accidentes, crímenes y delincuencia, enfermedades curables y suicidios, a raíz de la situación crítica insostenible de cientos de millones de personas en más de 150 países? ¿Y de la desgracia de 65,3 millones de refugiados en 165 países? De esto se desprende que la justicia del sistema jamás actúa en contra de estos intereses materiales. Más aun cuando se trata de cuantiosos beneficios económicos y políticos geoestratégicos, como los que ahora mismo están en juego>>. https://www.europapress.es/internacional/noticia-ciento-poblacion-mundial-acapara-82-ciento-riqueza-180122154309.html).

          Ahora bien: ¿De dónde sale el beneficio capitalista que hace a la creciente distribución desigual de la riqueza? Como hemos dicho siguiendo a Marx, ese beneficio resulta de la diferencia entre el valor de cambio contenido en los productos fabricados por el trabajo a cargo de personal asalariado, y el valor de uso de su fuerza de trabajo equivalente al salario pagado por el capitalista. Según este razonamiento, hay dos formas de aumentar el beneficio de la patronal en perjuicio del asalariado: el plusvalor absoluto y el plusvalor relativo son esas dos formas. El plusvalor absoluto consiste en aumentar la masa de plusvalor mediante el alargamiento de la jornada de labor, más allá del tiempo en que cada obrero produce el equivalente al valor de los medios de vida que necesita para reproducir su fuerza de trabajo. De ahí el calificativo de “absoluto” referido a un tiempo de trabajo adicional creador de un plus de valor que se apropia el capitalista. Suponiendo, por ejemplo, que la jornada de labor es de ocho horas y la tasa de explotación de la fuerza de trabajo es equivalente al 100% del salario, el plusvalor será creado durante las últimas cuatro horas de la jornada de ocho  horas, porque durante las primeras cuatro el asalariado producirá el equivalente a su salario. ¿Qué pasa si la jornada de labor aumenta de 8 a 10 horas? Pasa que el tiempo en que el asalariado produce los medios de vida equivalentes al salario que percibe para el mantenimiento de su fuerza de trabajo, sigue siendo de cuatro horas, pero el tiempo de plustrabajo aumenta de 4 a 6 horas. Por tanto, el plusvalor aumenta del 100% al 150% y la ganancia del capitalista se incrementa en el equivalente al valor creado en esas dos horas adicionales de trabajo ejecutado inadvertida y gratuitamente por el asalariado.

          Y en cuanto al plusvalor relativo (respecto del salario), consiste en crear más plusvalor manteniendo el mismo salario y la misma duración de la jornada de labor, pero aumentando la eficacia productiva del trabajo. ¿Cómo? Acelerando el ritmo de los medios técnicos entre una operación y la siguiente, de modo tal que cada operario sea forzado a producir más por unidad de tiempo empleado en ello, o bien que produzca lo mismo que antes pero en la mitad de tiempo. O sea aumentando la intensidad del trabajo:

      <<Resulta pues sumamente ventajoso hacer que los mecanismos de los medios técnicos funcionen infatigablemente, reduciendo al mínimo posible los intervalos de reposo: la perfección en la materia sería trabajar siempre (se ha introducido en el mismo taller a los dos sexos y a las tres edades, explotados en rivalidades, de frente y, si podemos hablar en estos términos, arrastrados sin distinción por el motor mecánico hacia el trabajo prolongado, hacia el trabajo de día y de noche, para acercarse cada vez más al movimiento perpetuo>>. (Barón Dupont: “Informe a la cámara de París, 1847. Cita de Benjamín Coriat en su obra: “El Taller y el cronómetro” Ed. Siglo XXI/1982 Cap. III Pp. 38).

          Por ejemplo, si la capacidad productiva o eficacia técnica de la maquinaria se duplica, el valor de la fuerza de trabajo equivalente al salario se producirá en 2 horas en vez de 4. Así, el tiempo de producción del plusvalor capitalizado por la patronal, aumentará de 4 a 6 horas. Lo cual suponiendo que la jornada laboral sigue siendo de 8 horas y la eficacia del trabajo aplicado a la maquinaria se duplica, resulta que la producción del valor contenido en el salario medido en términos de tiempo de trabajo se reduce de 4 a 2 horas, aumentando así el tiempo (seis horas) en que el obrero pasa de tal modo inadvertido y gratuito a trabajar gratis para el capitalista. O sea, que durante las 8 horas de la jornada de labor, el obrero ha trabajado 2 horas para sí mismo y las restantes seis horas gratuitamente para el capitalista:

      <<Así las cosas, la producción capitalista no solo es producción de mercancías: es, en esencia, producción de plusvalor (ganancia para el patrón). El obrero no produce para sí sino para el capital. Por tanto ya no basta con que produzca en general. Tiene que producir plusvalor. Sólo es productivo el trabajador que produce plusvalor para el capitalista o que sirve para la autovalorización del capital. Si se nos permite ofrecer un ejemplo al margen de la esfera de la producción material, digamos que un maestro de escuela es un trabajador productivo cuando, además de cultivar las cabezas infantiles, se mata trabajando para enriquecer al empresario. Que este último haya invertido su capital en una fábrica de enseñanza en vez de hacerlo en una fábrica de embutidos, no altera en nada la relación. El concepto de trabajador productivo, por ende, en modo alguno implica meramente una relación entre actividad y efecto útil, entre el trabajador y el producto del trabajo, sino además una relación específicamente social, que pone en el trabajador la impronta de (ser convertido en) medio directo de valorización del capital (incremento de ganancia). De ahí que ser trabajador productivo no constituya ninguna dicha (para él), sino una maldición>>. (K. Marx: “El Capital” Ed. cit. Libro I Sección V Cap. XIV Pp. 616. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).

          Según lo razonado hasta aquí, tanto la libertad como la igualdad formal de las personas, se supeditan y reducen esencialmente al derecho de propiedad. El artículo 16 de la Constitución desde 1793 dice que: "El derecho de ‘propiedad’ es el derecho de todo ciudadano a gozar y disponer ‘a su antojo’, de sus bienes, de sus rentas, de los frutos de su trabajo y de sus actividades”. En buen romance, pues, el derecho de propiedad es el derecho de cada individuo a procurarse y si es posible incrementar su patrimonio personal, sin preocuparse por los demás, es decir, independientemente de la sociedad. ¿Y qué es la sociedad? Marx respondió a esta pregunta diciendo que:

      <<Aquella libertad individual y esta aplicación suya, constituyen el fundamento de la sociedad burguesa. Sociedad que hace que todo individuo encuentre en otros individuos, no la realización, sino, por el contrario, la limitación de su libertad. Y proclama por encima de todo, el derecho humano "a disponer de sus ingresos fruto de su trabajo y de su industria”>>. (K. Marx: “La cuestión Judía” Versión digitalizada Pp. 24 segundo párrafo).

          En general, la producción de plusvalor relativo basado exclusivamente en el creciente adelanto tecnológico contenido en los medios de producción, consiste en poner al asalariado en condiciones de producir más plusvalor con el mismo gasto de energía vital en un mismo tiempo. O sea trabajar más intensamente por cada unidad de tiempo empleado en la producción. Pero dado que este progreso técnico supone un costo creciente, la mayor productividad bajo el capitalismo determina la tendencia contrarrestante, a intensificar el trabajo físico del asalariado por unidad de tiempo empleado en el uso de tales medios de producción.

            Pues bien, en este punto del proceso de explotación, la creciente intensidad del esfuerzo —físico y mental— exigido a los asalariados en cada jornada laboral diaria, entra en contradicción lógica con su duración, dando pábulo a la ley según la cual, la eficiencia de la fuerza humana de trabajo, está en razón inversa al tiempo en que opera, de modo que la tendencia de la patronal a extender la jornada de labor, tiene un límite a partir del cual, el esfuerzo adicional que se le exige al trabajador para hacer posible dicha eficiencia, se agota antes de finalizar cada jornada: 

      <<Con todo, se comprende fácilmente que en el caso de un trabajo [excesivo] que no se desenvuelve en medio de paroxismos pasajeros, sino con una uniformidad regular, reiterada día tras día, ha de alcanzarse un punto nodal en que la extensión de la jornada laboral y la intensidad del trabajo [con vistas a obtener la mayor productividad con más esfuerzo] se excluyan recíprocamente, de tal modo que la prolongación de la jornada sólo sea compatible con un menor grado de intensidad en el trabajo y, a la inversa, que un grado mayor de intensidad sólo pueda conciliarse con la reducción de la jornada laboral. (K. Marx: "El Capital" Libro I Sección cuarta Cap. XIII Página 499).

          Pero esta ley no se resuelve como en la física, sino históricamente a instancias de la lucha entre patronos y asalariados.  La contradicción y la consecuente lucha social, explican la evolución de la legislación laboral al respecto, que aparece ante la conciencia de la sociedad como una revelación de las luchas obreras por la reducción de la jornada de labor. Parece, pues, como si tales luchas fueran producto del factor histórico-moral, es decir, de una voluntad política asentada en consideraciones de pura justicia distributiva. Las investigaciones de Marx niegan esta falacia de sentido común, al demostrar que estas luchas están objetivamente determinadas.

          En los "Manuscritos de 1861/63” (MEGA II, 3, 6 Pp. l906 citado por Ernest Mandel en "Marx y El Porvenir del Trabajo Humano" Revista "Inprecor" Nº 50 octubre/1986 Pp.7), Marx llega a la previsora conclusión de que en un punto determinado de la acumulación —y a este punto se llegó posteriormente con el "Fordismo" y el Taylorismo"— se establece una relación inversa entre la intensidad y la extensión de la jornada de labor:

      <<Y esto —dice Marx— no es un asunto especulativo. Cuando el hecho se manifiesta hay un medio muy experimental de demostrar esta relación: cuando, por ejemplo, aparece como físicamente imposible para el obrero proporcionar durante doce horas la misma masa de trabajo que efectúa ahora durante diez o diez horas y media. Aquí, la reducción necesaria de la jornada normal o total de trabajo, resulta de una mayor condensación del trabajo, que inclu­ye una mayor intensidad, una mayor tensión nerviosa, pero al mismo tiempo un mayor esfuerzo físico. Con el aumento de los dos factores —velocidad y amplitud (número o masa) de las máquinas— se llega necesariamente a una encrucijada, en la que la intensidad y la extensión del trabajo ya no pueden crecer simultáneamente, porque el aumento de una excluye necesariamente el de la otra...>> (Op. cit. El subrayado nuestro). 

          Comprobaciones empíricas contemporáneas permiten confirmar este aserto. Mediante un estudio riguroso de las estadísticas comparadas de mortalidad en los EE.UU., los doctores Eyers y Sterling, han demostrado que:  

<<...después de la adolescencia, la mortalidad [de los asalariados] está más relacionada con la orga­nización capitalista de la producción que con la organización médica en los hospitales....Una conclusión general, es que un gran componente de la patología física y muerte del adulto, no deben ser considerados actos de Dios ni de nuestros genes, sino una medida de la tragedia causada por nuestra organización económica y social...>> Stress-Related. “Mortality and Social Organization". En "Salud Panamerica­na" Vol. 8‑l. El subrayado nuestro).

            Estos autores consideran al "estrés" como el eslabón entre las "noxas" (daños) sociales y el deterioro biológico del cuerpo humano. Eyers y Sterling definen al "estres" como:

<<...los cambios que ocurren en un sujeto llamado a responder a una situación externa, para enfrentar a la cual, él no tiene capacidad o está dudoso de tenerla...Ello produce un estado de alerta psicológica y física que se inicia en la conciencia, en el cerebro y pone en tensión el cuerpo…>>. (Op. cit)

          Las estadísticas de mortalidad reconocen al "estrés" en el suicidio, el homicidio y los accidentes, así como en enfermedades crónicas como el infarto, la cirrosis, el  cáncer y la hipertensión. Según un informe de CC.OO., los acciden­tes laborales en España aumentaron un 46% en l988, o sea, 326.308 accidentes más que el año anterior. A pesar de la gravedad de los datos, la situación de la salud laboral en España puede ser todavía más trágica: al menos un 30% de los trabajadores de este país, escapan a  las estadísticas oficiales sobre siniestralidad, ya que se trata de trabajos marginales a tiempo parcial. Según CC.OO., "...los que tienen contrato temporal, se accidentan dos veces más que el personal fijo...".  

          En otras palabras, la tendencia del capital a aumentar la plusvalía relativa, es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas "objetivas" expresado en las máquinas, los sistemas mecánicos, los sistemas semi-automatizados, la automatización en gran escala, los robots, tiene efectos contradictorios sobre el trabajo. Reduce la cualificación, suprime empleos, presiona a la baja los salarios por la presión que ejerce sobre los empleados el aumento del ejército de reserva de parados. Pero simultáneamente, la extensión de la mecanización tiende a aumentar la intensidad del esfuerzo en el trabajo por unidad de tiempo (a la vez físico y psíquico, o al menos uno de los dos), y ejerce, pues, una presión objetiva hacia la reducción de la jornada de trabajo.               

          Las distintas formas de lucha con que el proletariado ha venido desbaratando la "organización científica del trabajo", responden a todas estas "noxas" sociales. Entre ellas el ausentismo, el sabotaje durante el proceso de producción tipificado como "faltas de cuidado", "defectos", "porcentajes crecientes de desperdicios"; actitudes que Benjamín Coriat ha visto como "una resistencia a entrar en la fábrica" y que pueden ser actos voluntarios o resultantes de una fatiga excesiva:

<<Si entre todas las luchas obreras, la de 1971 en el taller de los “térmicos” en Renault-Le Mans señaló un punto de ruptura, fue porque funcionó, a su manera,  como un perfecto “analizador, poniendo al descubierto una triple evidencia:

Ante todo la de la vulnerabilidad la de la vulnerabilidad de los aparatos de producción moderna, racionalizados y especializados: unas cuantas decenas de obreros que se declaran en huelga en un taller donde se produce una pieza esencial paralizan por efectos…en cadena, no sólo la fábrica de Le Mans, sino la casi totalidad de la compañía.

Después se confirma, a pesar de  las disparidades de salario, primas y situaciones de trabajo, la posibilidad de “masificación” de la lucha obrera, la unidad fundamental de sus aspiraciones, el riesgo de hegemonía que acompaña en lo sucesivo el movimiento del obrero-masa;

 Por último, y detalle importante, los obreros de Le Mans son franceses y esencialmente de origen rural; la huelga surge allí donde tradicionalmente la línea de montaje y la organización científica del trabajo pensaban encontrar unos márgenes y para su expansión y desarrollo.

       Parece que el trabajo parcelado y repetitivo encuentra aquí  una especie de límite “social”, una crisis de su eficacia como técnica de dominio sobre el trabajo……..>>. (Benjamín Coriat "El Taller y El Cronómetro"  Cap. 8 II Ed. Siglo XXI Cap. Aptdo. 8 Pp.124/130. No hay versión digitalizada).

Versión textual de Michael Hudson:

          Más que ningún otro economista de su siglo, Marx logró vincular los tres tipos más importantes de crisis que estaban sucediendo. Sus Teorías de la Plusvalía explicaban las dos formes principales de crisis a que habían apuntado sus predecesores, y en torno a las cuales se libraron las revoluciones burguesas de 1848. Esas crisis eran resultado de supervivencias en Europa de la época feudal de la aristocracia terrateniente y las grandes fortunas bancarias.

          Financieramente, Marx apuntó a la tendencia de las deudas a crecer exponencialmente con independencia de la capacidad de pago de la economía, y aun a mayor velocidad que la economía misma. El incremento de la deuda y el crecimiento de los intereses, eran autónomos respecto de la dinámica del capital industrial y del trabajo asalariado, en que se centraba el volumen I de “El Capital”. Las deudas se expanden por sí propias, siguiendo reglas puramente matemáticas: la “magia del interés compuesto”.

          Podemos ver en Norteamérica y en Europa cómo las cargas de los intereses, la recompra de acciones, el apalancamiento de las deudas y otras maniobras financieras, se comen los beneficios y previenen la inversión en plantas y equipos, derivando ingresos hacia operaciones financieras económicamente vacías. Marx llamó al capital financiero “imaginario” o “ficticio”, en la medida en que no procede del seno de la economía industrial y porque —al final— sus demandas de pago no pueden ser satisfechas. Llamó a ese incremento financiero una “forma vacía de capital.” [1] Ficticio, porque consistía en bonos, hipotecas, préstamos bancarios y otros títulos rentistas, sobre los medios de producción y sobre el flujo de salarios, beneficios e inversión en capital tangible.

          El segundo factor que llevaba a crisis económicas era más a largo plazo: la renta agraria ricardiana. Los terratenientes y los monopolistas cargaban a la economía con un “impuesto de propiedad”, extrayendo rentas resultantes de privilegios que (como el interés) eran independientes del modo de producción. La renta agraria crecería a medida que las economías llegaran a ser más grandes y más prósperas. Una parte cada vez mayor del excedente económico (beneficios y plusvalía), sería derivada hacia los propietarios de la tierra, de los recursos naturales y de los monopolios. Esas formas de renta económica resultaban de privilegios que no tenían ningún valor intrínseco o coste de producción. Al final, contribuirían a empujar al alza los niveles salariales, dejando margen cero para los beneficios. Marx llamó a eso el “Armagedón ricardiano”.

          Esas dos fuerzas que contribuían a las crisis, señaló Marx, eran una herencia de los orígenes feudales de Europa: señores de la tierra que conquistaban territorios y se apropiaban de recursos naturales e infraestructuras; y bancos que seguían siendo, y por mucho, usureros y depredadores en su actividad de hacer préstamos de guerra a los Estados y de explotar a los consumidores con mezquindad usurera. La renta y el interés eran en muy buena medida productos de las guerras. Como tales eran fenómenos externos a los medios de producción y a su coste directo (esto es, al valor de los productos).

          Pero, sobre todo —huelga decirlo—, Marx apuntó a la forma de explotación del trabajo asalariado por sus empleadores. Y esto, en efecto procedía del proceso de producción capitalista. Bertell Ollman acaba de explicar tan bien esa dinámica, que no será necesario repetirla aquí.

La crisis económica actual en Occidente: extracción financiera y rentista que conduce a la deflación por deuda

          Bertell Ollman ha mostrado cómo analizaba Marx las crisis económicas a partir de la incapacidad del trabajo asalariado, para comprar todo lo necesario que él produce. Esa es la contradicción interna característica del capitalismo industrial. Cómo se explica en el volumen I de “El Capital” de Marx, que los empleadores buscan maximizar los beneficios pagando a los trabajadores lo menos posible. Eso lleva a una excesiva explotación del trabajo asalariado, causando subconsumo y saturación de los mercados.

          Nosotros queremos centrarnos aquí en la cuestión siguiente: hasta qué punto la actual crisis financiera es holgadamente independiente del modo industrial de producción. Como observó Marx en los volúmenes II y III de su obra: “El Capital”, así como en “Teorías sobre la plusvalía”, la actividad bancaria y la extracción de rentas son hostiles de varias maneras al capitalismo industrial. Nuestro debate versa sobre cómo analizar la crisis actual de las economías occidentales. Para nosotros se trata, por lo pronto y sobre todo, de una crisis financiera. La crisis bancaria y el endeudamiento proceden, y por mucho, de los préstamos inmobiliarios e hipotecarios, así como del tipo de fraude masivo que a Marx le parecía característico de las altas finanzas de su tiempo, particularmente de la financiación de canales y ferrocarriles.

          De manera que para responder a la cuestión antes planteada sobre si Marx estaba o no en lo cierto, habría que decir que Marx, sin ninguna duda, suministró las herramientas necesarias para analizar las crisis que las economías industriales capitalistas han venido padeciendo en los últimos doscientos años. Pero la historia no ha discurrido del modo que Marx esperaba. Lo que él esperaba era que todas las clases actuaran conforme a sus intereses de clase. Que es el único modo de proyectar razonablemente el futuro. La tarea histórica y el destino del capitalismo industrial, escribió Marx en el Manifiesto comunista, era liberar a la sociedad de las “excrecencias” del interés y de la renta (sobre todo de la renta de la tierra y de los recursos naturales, junto con la renta monopólica) que el capitalismo industrial había heredado de la sociedad medieval y aun de la sociedad antigua. Esas inútiles cargas rentistas a la producción son falsos costes, costes que ralentizan la acumulación de capital industrial. No proceden del proceso productivo, sino que son una herencia de los señores feudales, de la guerra en que le permitieron conquistar a Inglaterra y otros reinos europeos, para fundar aristocracias terratenientes hereditarias. Por otro lado, las cargas financieras en forma de capital usurero han sido para Marx, una herencia de las familias banqueras que amasaron fortunas con préstamos bélicos y usura.

          El concepto marxiano del ingreso nacional difiere radicalmente de la actual contabilidad en términos de ingreso y producto nacional. Todas las economías occidentales miden sus ganancias en términos de Producto Interior Bruto (PIB). Este formato contable incluye al sector de Finanzas, Seguros y Bienes Raíces (FIRE), por sus siglas en inglés) como parte del producto de la economía. Y lo hace porque trata a la renta e interés como “ingresos ganados”, al mismo nivel que salarios y beneficios industriales: como si las finanzas privatizadas, las compañías de seguros y los bienes raíces fueran parte del proceso de producción. Marx los consideraba externos a ese proceso. El ingreso dimanante de ese sector no era “ganado”, sino “no-ganado”. Compartía ese concepto con los fisiócratas, con Adam Smith, con Stuart Mill y con otros grandes economistas clásicos. Marx no hacía aquí sino empujar a la teoría económica clásica hasta sus últimas consecuencias lógicas.

          En interés de la clase en auge de los capitalistas industriales estaba en liberar a las economías de esta herencia del feudalismo, de los innecesarios costes de producción falsos, de los precios por encima del valor real de coste. El destino del capitalismo industrial —eso creía Marx— era el de racionalizar las economías librándolas de la clase ociosa de banqueros y terratenientes por la vía de socializar la tierra, nacionalizar los recursos naturales y la infraestructura básica, e industrializar el sistema bancario. Y todo ello a los fines de financiar la expansión industrial, en vez de la usura improductiva.

          Si el capitalismo hubiera cumplido ese destino, lo que habría subsistido primordialmente serían las crisis entre los empleadores y los trabajadores industriales, explicadas en el volumen I de “El Capital”: la explotación del trabajo asalariado hasta el punto en que los explotados no pueden comprar sus productos. Pero, al propio tiempo, el capitalismo industrial habría preparado el camino al socialismo, porque los industrialistas necesitaban sacudirse el yugo político de la aristocracia terrateniente y del poder financiero de la banca. Necesitaban promover reformas políticas de tipo democrático para derrotar a los intereses creados que controlaban el Parlamento, y a su través el sistema fiscal. La organización de los trabajadores y su conquista del derecho al sufragio, promoverían sus intereses y así se pasarían del capitalismo al socialismo.

          Y China, en efecto, ha ejemplificado ese camino. Pero no se ha dado en Occidente.

          Los tres tipos de crisis descritos por Marx se están dando. Pero Occidente se halla ahora en una depresión crónica, la que se conoce como deflación por deuda. En vez de una banca industrializada como Marx esperaba, es la industria la que se ha financiarizado. En vez de una democracia que liberara a las economías de la renta de la tierra, de la renta de los recursos naturales y de la renta monopólica, lo que tenemos son unos rentistas que han contraatacado tomando el control de los gobiernos, de los sistemas jurídicos y de las políticas fiscales occidentales. Resultado: estamos asistiendo a un regreso involutivo hacia la problemática precapitalista tan bien descrita por Marx en los volúmenes II y III de El Capital y en sus Teorías sobre la plusvalía.

          Aquí se ubica el debate entre Bertell Ollman y nosotros, quienes proponemos unas finanzas y unas rentas que ganan la mano al capitalismo industrial, para imponer una depresión dimanante de la deflación por deuda. Ese sobreendeudamiento empeora los problemas del capital/trabajo, al debilitar la posición política y económica del trabajo. Y para empeorar las cosas, los partidos obreros occidentales, a diferencia de lo que ocurría antes de la Ia Guerra Mundial, ya no luchan por cuestiones económicas.

Nuestras diferencias con Ollman y John E. Roemer: Nosotros nos centramos en los costes no productivos.

          Bertell sigue a Marx cuando se centra en el sector productivo: alquilar trabajo para producir productos, pero tratando de lograr el mayor margen posible y batir al propio tiempo por ventas a los rivales. Esa es la gran contribución de Marx al análisis del capitalismo y de su modo de producir: emplear trabajo asalariado con beneficio. Concordamos con ese análisis.

          Sin embargo, nosotros nos centramos en las causas de la crisis actual, que son independientes y autónomas respecto de la producción: títulos rentistas de renta económica, de ingreso sin trabajo: precios “vacíos” sin valor. Ese foco puesto en la renta y el interés difiere del de Bertell Ollman y —ni que decir tiene— del de [John E. Roemer]. Cualquier modelo de la crisis está obligado a incorporar las finanzas, los bienes raíces y otras formas de búsqueda de renta, además de la industria y el empleo.

          El gasto creciente en deuda puede rastrearse matemáticamente, lo mismo que la simbiosis de finanzas, seguros y bienes raíces (el sector FIRE). Pero las interacciones son demasiado complejas para resumirlas en un único “modelo” económico. A mí me preocupa particularmente que el modelo de Roemer encuentre seguidores aquí en China, porque pasa por alto precisamente las tendencias que del modo más peligroso, amenazan a la China de nuestros días: las prácticas financieras occidentales y sus políticas fiscales pro-rentistas.

          China ha empleado el último medio siglo en resolver el problema planteado en el volumen I de “El Capital” —las relaciones entre el trabajo y los empleadores— reciclando el excedente económico hacia nuevos medios de producción, a fin de generar más producto, niveles de vida más altos y, lo más evidente de todo, más infraestructuras (carreteras, ferrocarriles, aerolíneas) y más vivienda.

          Pero precisamente ahora está sufriendo problemas financieros, a causa de una creación de crédito destinada al mercado de valores, en vez de a la formación de capital tangible y a la elevación de los niveles de consumo. Y, claro está, China ha experimentado un enorme boom en los bienes raíces. Los precios de la tierra están subiendo en China, casi al nivel en que están en Occidente.

          ¿Qué habría dicho Marx sobre eso? Yo creo que habría alertado a China y le habría aconsejado no recaer en los problemas precapitalistas de especulación financiera con los bienes raíces —conversión de la creciente renta de la tierra en interés— y no permitir que los precios inmobiliarios crezcan sin frenos ni gravámenes fiscales.

          La planificación soviética fracasó a la hora de tomar en cuenta la renta de emplazamiento, a la hora de planificar el lugar de construcción de viviendas y fábricas. Pero al menos la era soviética no forzó al trabajo o a la industria a pagar intereses, ni estimuló el aumento del precio de la vivienda. Los bancos del Estado simplemente creaban crédito allí donde se necesitaba para expandir los medios de producción, para construir fábricas maquinaria y equipo, viviendas y edificios de oficinas.

          Lo que a mí me preocupa de las consecuencias políticas del modelo de [John E. Roemer], es que se centra exclusivamente en lo que Marx dijo sobre el sector de producción y las relaciones emplea- dor-trabajo. No se pregunta de dónde vienen las “dotaciones”, o de cómo ha cambiado tan radicalmente China en esta última generación. Pasa, así pues, por alto el peligro de un capitalismo industrial en vías de involución hacia una economía de renta e interés. Y por lo mismo, subestima el peligro que para China y otras economías socialistas, representa adoptar las prácticas occidentales reminiscentes del feudalismo, de burbuja financiera (deuda apalancada para elevar los precios) y riqueza en forma de cargas de renta terrateniente.

          Esas dos dinámicas —interés y renta— representan una privatización de la banca y de la tierra que son, en realidad, utilidades públicas. Marx esperaba que el capitalismo industrial lograría esa transición. ¡Las economías socialistas deberían lograrla!

          China no tiene la menor necesidad de crédito bancario exterior, (salvo para cubrir el coste de importaciones y el coste en el comercio exterior, de la inversión en otros países). Pero las reservas del comercio exterior chino son ya lo suficientemente grandes para que sea básicamente, independiente del dólar norteamericano y del euro. Entretanto, las economías norteamericana y europea están sufriendo de deflación crónica por deuda, y de una depresión que reducirá su capacidad para servir como mercados para sus propios productos y para los chinos.

          Las actuales economías desarboladas por la deuda, plantean precisamente la cuestión del tipo de crisis que están viviendo los países capitalistas. El análisis de Marx ofrece instrumentos para entender sus problemas financieros, bancarios y de extracción de renta. Sin embargo, el grueso de los marxistas todavía ve el desplome financiero y de hipotecas basura de 2008, como si resultara en última instancia de una actividad de los empleadores tendente a exprimir el trabajo asalariado. El capital financiero es visto como un derivado de esa explotación, y no como la dinámica autónoma que tan bien fue capaz de describir Marx.

          Los costes de sostener la creciente carga deudora (intereses, amortización y recargos), deflacionan el mercado de mercancías absorbiendo un creciente volumen de negocio viable e ingreso personal. Eso deja menos para el gasto en bienes y servicios, causando excesos de superabundancia que llevan a crisis, en las que las empresas pugnan por dinero. Los bancos fracasan a medida que proliferan las bancarrotas. Al agotar los mercados, el capital financiero se hace hostil a la expansión de los beneficios, y a la inversión en capital físico tangible.

          A pesar de esa esterilidad, el capital financiero ha logrado una posición dominante sobre el capital industrial. Las transferencias de propiedad de deudores a acreedores —incluso la privatización de empresas y activos públicos— resultan inevitables a medida que el crecimiento de los títulos financieros, rebasa la capacidad de la producción y de las ganancias productivas para seguir sus pasos. Y en la estela de los desplomes, llegan entonces las ejecuciones hipotecarias, lo que permite a las finanzas tomar el control de compañías industriales y aun de Estados.

          China ha resuelto bien el problema del “volumen I”: el de expandir el mercado interno para el trabajo, invirtiendo el excedente económico en formación de capital y aumento de los niveles de vida. Eso la confronta con las economías occidentales, que han fracasado a la hora de resolver ese problema. Y que han fracasado también a la hora de resolver los problemas de los “volúmenes II y III”: finanzas y renta de la tierra. Sin embargo, pocos marxistas occidentales han aplicado esas teorías de Marx al presente declive y al problema rentista que va con él. Siguiendo a Marx, creen que  la tarea de resolver ese problema corresponde al capitalismo industrial, desde los tiempos de las revoluciones burguesas de 1848.

          Ya en su trabajo: “Miseria de la filosofía (1847)”, Marx describió el odio que los capitalistas sentían por los terratenientes, cuyas rentas hereditarias chupaban ingresos que iban a parar a una clase ociosa. Cuando una generación después, en 1881, recibió un ejemplar de Progress and Poverty (Progreso y pobreza) del economista norteamericano Henry George, Marx escribió a John Swinton que gravar fiscalmente la renta de la tierra era un último intento para salvar al régimen capitalista. Despreció el libro [de George] como si sus argumentos hubieran quedado ya despachados con su propia crítica a Pierre Joseph Proudhon en 1847: “Nosotros interpretamos que estos economistas exigen pasar al Estado la renta de la tierra, a modo de substituto de los impuestos. Eso es una franca expresión del odio sentido por el capitalista industrial, contra el propietario terrateniente que le parece cosa inútil, una excrecencia parasitaria del cuerpo general de la producción burguesa. [2]

El capitalismo industrial ha fracasado en punto a liberar las economías del interés y de la extracción de renta por los elitistas

          Como programa que era del capital industrial, el movimiento de fiscalización de la tierra no llegó hasta el punto de abogar por los derechos de los trabajadores y sus niveles de vida. Marx había criticado a Proudhon y a otros críticos de los terratenientes diciendo que, una vez que te libras de la renta (y del interés usurero bancario), aún tienes que enfrentarte al problema de los industriales que explotan el trabajo asalariado, y buscan minimizar el pago de sus salarios agostando el mercado para los bienes que producen. Ese es el problema económico “último” que habría que resolver, presumiblemente mucho después de que el capitalismo industrial hubiera resuelto los problemas de la renta y el interés.

          Vistas las cosas retrospectivamente, Marx fue demasiado optimista respecto del futuro del capitalismo industrial. Como ha observado antes, Marx vio como misión histórica del capitalismo industrial, la de liberar a las economías de la renta y el interés usurero. El sistema financiero de nuestros días ha generado un hipercrecimiento del crédito, al tiempo que las rentas elevadas están empujando el precio del trabajo norteamericano fuera de los mercados mundiales. Los salarios se están estancando, mientras que el Uno Por Ciento (1%) viene monopolizando el crecimiento de la riqueza y del ingreso desde 1980, (sin invertir en nuevos medios de producción). De manera que todavía tenemos los “problemas de los volúmenes II y III” (de “El Capital”), y no sólo el “problema del volumen I”. Nos las vemos ahora con un caso de fallo múltiple de órganos.

          En vez de financiar más formación de capital, los mercados de valores y de bonos lo que hacen son transferencias de propiedad de compañías, bienes raíces e infraestructuras ya existentes. Cerca del 80% del crédito bancario se presta a compradores de bienes raíces, hinchando una burbuja hipotecaria. En vez de gravar fiscalmente al alza el valor rentista y de emplazamiento de la tierra, (que John Stuart Mill describió como lo que hacen los terratenientes “cuando duermen”), las economías actuales dejan fiscalmente intacto el ingreso rentista, “libre” para que sirva de garantía a los bancos. El resultado es que los bancos juegan ahora el papel desempeñado por los terratenientes en tiempos de Marx: hacerse con el creciente valor rentista del suelo. Y eso invierte el dogma central de la economía política clásica: arrebata al Estado esa renta junto con las rentas dimanantes de los recursos naturales y de los monopolios.

          Las economías industriales se están viendo asfixiadas por la dinámica financiera y otras dinámicas rentistas. Deuda hipotecaria creciente, préstamos estudiantiles, endeudamiento con tarjetas de crédito, deuda por la compra de automóviles, anticipos sobre el salario; todas esas cosas han metido el miedo en el cuerpo a los trabajadores a la hora de plantearse una huelga, o aun de protestar por las condiciones laborales. En la medida en que crecen los salarios, tiene que pagarse crecientemente a los acreedores (y ahora, a monopolios privatizados de aseguradoras médicas y compañías farmacéuticas), en vez de gastar en los bienes de consumo que producen. La dependencia que tiene el mundo del trabajo respecto de la deuda agrava, así pues, el “problema del volumen I”: la incapacidad del trabajo para comprar el producto que produce. Y para terminar de rizar el rizo, cuando los trabajadores tratan de integrarse en la “sociedad de propietarios” de la clase media, comprando sus hogares con hipotecas en vez de pagar alquiler, el precio que pagan les aprisiona en una servidumbre por deuda.

          Las compañías industriales se benefician del trabajo, no sólo empleándolo, sino prestando a los consumidores. General Motors hizo el grueso de sus beneficios durante años con su filial de crédito, GMAC (General Motors Acceptance Corporation), lo mismo que General Electric a través de su brazo financiero. Los beneficios realizados por Macy’s y otros minoristas a través del préstamo de sus tarjetas de crédito, a veces significaron la totalidad de sus ganancias.

          Esa privatización de las rentas y su transformación en un flujo de pagos de intereses, (desplazando la carga fiscal hacia el ingreso asalariado y hacia los beneficios empresariales), significa un fracaso del capitalismo industrial en punto a liberar a la sociedad de las herencias del feudalismo. Marx esperaba que el capitalismo industrial actuara en interés propio industrializando la banca, como estaba ya haciendo Alemania conforme a las orientaciones a que había urgido del reformador francés Henry Saint-Simon. Sin embargo, el capitalismo industrial ha fracasado a la hora de romper las cadenas de las prácticas bancarias usureras preindustriales. Y en la esfera de la política fiscal, no ha gravado con impuestos la renta de la tierra y de los recursos naturales. Ha hecho lo inverso de la idea, pregonada por los reformadores clásicos de “mercado libre”, en el sentido de libre de renta económica y de préstamo monetario depredador. La consigna del “mercado libre” significa ahora exactamente lo contrario: libertad de la clase rentista para extraer intereses y rentas a su buen placer.

¿Modo de producción o modo de parasitismo?

        Lejos de estar al servicio del capitalismo industrial, lo que hace el actual sector financiero es desangrarlo hasta la agonía. Lejos de perseguir beneficios empleando trabajo para producir bienes con margen, ni siquiera quiere alquilar trabajo o embarcarse en el proceso de producción y desarrollar nuevos mercados. El epítome de esta economía postindustrial es Enron: sus ejecutivos no querían en absoluto capital, y nada de empleo, sólo vendedores de pupitre (y contables falsarios).

          El modo de acumulación de riqueza característico de nuestro tiempo, tiene que ver con medios financieros  más que industriales: va a lomos de la ola de la inflación de precios de activos financiada con deuda, en pos de “ganancias de capital”. Eso parecía harto improbable en la época de Marx, la era del patrón oro. Sin embargo, hoy el grueso de los académicos marxistas todavía se concentran en su crisis del “volumen I”, ignorando prácticamente la realidad del fracaso del capitalismo industrial en punto a liberar a las economías de las dinámicas rentistas, sobrevivientes del feudalismo europeo y de las tierras coloniales conquistadas por Europa.

          Los marxistas que han trabajado en Wall Street han aprendido sus lecciones de los volúmenes II y III en “El Capital”. Pero el marxismo académico ha ignorado el sector FIRE (Finanzas, Seguros y Bienes Raíces, por sus siglas en inglés). Es como si el interés y la extracción de renta fueran problemas secundarios en relación con la dinámica del trabajo asalariado.

          La gran cuestión de nuestro tiempo es si el capitalismo rentista pos-feudal, lejos de servirlo, lo que terminará es asfixiando al capitalismo industrial. El propósito de las finanzas de nuestros días no es explotar el trabajo, sino conquistar y adueñarse de la industria, de los bienes raíces y del Estado. El resultado es una oligarquía financiera, no capitalismo industrial, ni, menos, una tendencia evolutiva hacia el socialismo.

Acerca de cómo la igualdad formal social bajo el capitalismo, se trueca en desigualdad real

          Para demostrarlo remitámonos ahora a la más radical de las constituciones burguesas, la de 1793, que más tarde inspiró la Declaración Universal de los DD.HH. en 1948. Allí se dice que los llamados derechos humanos atañen a las personas en tanto que individuos: los droits de l’homme. Tal como aparecen literalmente consagrados en el artículo 2 de la mencionada Constitución francesa de 1793, "Ces droits, etc. (les droits naturels et imprescriptibles) sont: l’égalité, la liberté, la sûreté, la proprieté" [Estos derechos, etc. (los derechos naturales e imprescriptibles) son: igualdad, libertad, seguridad y propiedad)].

          ¿Qué es la igualdad para la doctrina de los DD. HH bajo el capitalismo? Según el artículo 3 de la constitución francesa en 1795: "La igualdad consiste en que la ley es la misma para todos, así en cuanto protege como en cuanto castiga". Tal es el espíritu y la letra omnipresentes en todas las constituciones burguesas desde entonces hasta hoy. ¿Qué es lo que supuestamente norman, rigen, regulan y consagran las leyes vigentes bajo el capitalismo? El comportamiento de los seres humanos como almas propietarias. O sea, su relación social contractual por mediación de la cual intercambian cosas de su propiedad. Una relación cuyo fundamento consiste en que los capitalistas ofrecen un salario y los obreros su fuerza de trabajo:

       <<Para que perdure esta relación, es necesario que el poseedor de la fuerza de trabajo la venda siempre por un tiempo determinado (durante jornadas diarias de la misma duración) y nada más, ya que si la vende toda junta de una vez para siempre, se vende a sí mismo, se transforma de hombre libre en esclavo, de poseedor de mercancía (su fuerza de trabajo) en simple mercancía (su trabajo hasta la muerte). Como persona (el asalariado) tiene que comportarse constantemente con respecto a su fuerza de trabajo, como con respecto a su propiedad (sobre ella) y, por tanto, a su propia mercancía, y únicamente está en condiciones de hacer eso en la medida en que diariamente la pone a disposición del comprador [su correspondiente patrón desde ese momento] —que se la cede diariamente para su consumo— sólo transitoriamente por un lapso determinado (según lo acordado en el contrato de trabajo), no renunciando, por tanto, a su enajenación, a su propiedad sobre ella>>.  (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. IV Aptdo. 3 Compra y venta de la fuerza de trabajo. Ed. Siglo XXI/1978 Pp. 204. Lo entre paréntesis nuestro).

            Este galimatías dialéctico basado en la igualdad formal donde supuestamente se intercambian equivalentes, a la postre resulta ser éste un intercambio desigual, donde la ganancia capitalista crece a expensas del salario, paradoja que tiene su fundamento no precisamente en el ámbito de la relación contractual. ¿Dónde radica la desigualdad? Para descubrir el secreto de este galimatías, hay que comenzar por decir que la fuerza o capacidad de trabajo en todo individuo vivo que la pone a disposición de su patrón, está contenida en su cuerpo, y para ejercerla en forma de trabajo necesita esencialmente cierta cantidad de medios de subsistencia:

      <<Por tanto, el tiempo de trabajo necesario para la producción de la fuerza de trabajo (del obrero), se resuelve en el tiempo de trabajo necesario para la producción de sus correspondientes medios de subsistencia o, dicho de otra manera, el valor de la fuerza de trabajo es el valor de los medios de subsistencia necesarios para la conservación del poseedor de aquella puesta al servicio de quien desde ese momento pasa a ser su patrón>>. (Ed. Cit. Pp. 209).

          Pero no basta con esto, porque la reproducción de la fuerza de trabajo en un individuo, también exige determinada formación técnica previa que justifique el monto del salario percibido según su mayor o menor cualificación para los fines de su empleo rentable, incluyendo el necesario gasto en medios de subsistencia para consumo de sus descendientes en su familia: medios de vida, vestimenta, mobiliario del hogar, etc., que se consumen en distintos lapsos de tiempo, unos más prolongados que otros, de modo que entre todos ellos, unos deben pagarse diariamente, otros semanalmente o cada trimestre, etc., etc. Dicho esto, hay que tener en cuenta, además, que la fuerza de trabajo del obrero no se paga por adelantado sino mensualmente, después de que esa fuerza ha sido utilizada diariamente como trabajo por el patrón durante cada jornada de labor, acordada en el contrato. Esto significa que el asalariado adelanta al capitalista el valor de uso de su fuerza de trabajo, y que seguidamente la gasta trabajando para su patrón antes de recibir a cambio el salario acordado con él:

      <<En todas partes, pues, el obrero adelanta al capitalista el valor de uso de su fuerza de trabajo, antes de haber recibido el pago de su precio (salario) correspondiente. O sea que en todas partes es el obrero el que abre crédito al capitalista>> (Ibíd Pp. 212).

         

          Así las cosas, el capitalista se vale del asalariado para los fines de producir un valor de uso útil cuyo valor de cambio sea rentable para su patrón. Producir una cosa para venderla por un precio equivalente o menor al costo de producirla, carece para él de sentido. Quiere producir una mercancía destinada a la venta, cuyo valor de cambio supere al de los salarios, medios técnicos de trabajo, materias primas y auxiliares (combustibles y lubricantes), necesarios para su producción. ¿De dónde sale, pues, la rentabilidad del capitalista que justifique comercialmente la fabricación de un producto para su venta en el mercado? De la diferencia entre el valor de cambio creado por el trabajo del obrero empleado para tal fin, respecto del valor de uso de ese trabajo pagado por el capitalista bajo la forma de salario. Por ejemplo:

      <<El hecho de que sea necesaria media jornada laboral para (producir los medios de vida del asalariado cuyo consumo permite) mantenerlo vivo durante 24 horas, en modo alguno impide al obrero trabajar durante una jornada completa. El valor (de uso) de su fuerza (potencial) de trabajo (contenido en el salario contratado) y su valorización en el proceso laboral (de producción) son, pues, dos magnitudes diferentes (la segunda necesariamente mayor que la primera). El capitalista tenía muy presente esa diferencia de valor cuando adquirió la fuerza de trabajo del obrero>>. (K. Marx: Ibíd Pp. 234. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).

            “Libertad, igualdad, fraternidad”. Tal fue el lema de la República francesa en 1793, que en el siglo XIX, se convirtió en el grito de republicanos y liberales a favor de la democracia y el derrocamiento de gobiernos feudales opresores y tiránicos de todo tipo. Los “próceres” de aquella revolución retomaron ese lema sin que la Monarquía de Julio lo adoptara. Fue establecido por primera vez como lema oficial del Estado en 1848, por el gobierno de la Segunda República francesa. Prohibido durante el Segundo Imperio, la Tercera República francesa lo adoptó como lema oficial del país en 1880, ratificado posteriormente por las constituciones francesas de 1946 y 1958). Durante la ocupación alemana de Francia en la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno de Vichy  sustituyó ese lema por la frase Travail, famille, patrie (“Trabajo, familia, patria”), para ilustrar el nuevo rumbo del gobierno. Desde los tiempos de la Primera república francesa hasta el día de hoy, bajo este falso lema la burguesía internacional ha venido escamoteando el verdadero fundamento de su sistema de vida. Absolutamente nada que ver con ninguna de las tres virtudes humanas a las que todavía tan hipócrita, cínica y criminalmente se sigue abrazando.

          ¿Qué es la libertad? Segun el artículo 6 de la Constitución en 1793, es "el poder del hombre de hacer todo lo que no atente contra la libertad de los demás". Pero según hemos visto, la libertad del capitalista que se apropia del valor de cambio contenido en el producto fabricado por el obrero, no es la misma que al obrero le permite el salario que, a cambio de su trabajo recibe de su patrón. O sea, que la relación social entre patronos y obreros supone dos distintos grados de libertad, como resultado del embeleco que contiene oculto la palabra “igualdad” (formal) montado expresamente, para beneficio del timador burgués [su patrón] contenido en los términos del contrato de trabajo. Y si como es cierto por lo dicho hasta este punto, que los patronos son más libres que los asalariados, también es mentira que sus respectivos derechos civiles, económicos y políticos puedan ser iguales, de lo cual se infiere que entre estas dos clases sociales puedan germinar las virtudes humanas de la igualdad y la fraternidad. O sea, que como le dijera Marx a Engels en abril de 1868:

      <<...En fin, dando por sentado que estos tres elementos: salario del trabajo, renta del suelo y ganancia [del capitalista] son las fuentes de ingreso de las tres clases, a saber: la de los terratenientes, la de los capitalistas (ya sean industriales, comerciales o financieros) y la de los obreros asalariados: como conclusión LA LUCHA DE CLASES, en la cual el movimiento (de la sociedad burguesa) se descompone y es el desenlace de toda esta mierda...>>. (Carta de Marx a Engels del 30/04/1868.  Editora Política/La Habana 1983 Pp. 218. Lo entre paréntesis nuestro).

          Ahora bien, ya hemos dicho que: de todos los objetos exteriores al espíritu y la voluntad de los individuos "libres", el más elemental y originario sobre el que cada uno tiene el derecho natural a ejercer libremente su propiedad, es su relativo cuerpo. Así, por ejemplo, el capitalista dispone libremente de su capital privado para emplearlo bajo la forma de salario, y el obrero de su cuerpo bajo la forma de capacidad o fuerza (potencial) de trabajo, convertido durante cada jornada de labor en trabajo efectivo, es decir ganancial. En este sentido, ambos contratantes son dos personas "libres" e "iguales"; libres porque en su condición de almas propietarias, disponen discrecionalmente de lo que es suyo; e iguales porque ambas partes equiparan las dos cosas exteriores de que disponen como propietarios, mediante sus respectivas voluntades expresadas en un contrato y de acuerdo con la ley vigente al respecto.

          Según lo razonado hasta aquí, tanto la libertad como la igualdad formal de las personas, se supeditan y reducen esencialmente al derecho de propiedad. El artículo 16 de la Constitución de 1793 dice que: "El derecho de ‘propiedad’ es el derecho de todo ciudadano a gozar y disponer ‘a su antojo’, de sus bienes, de sus rentas, de los frutos de su trabajo y de sus actividades”. En buen romance, pues, el derecho de propiedad es el derecho de cada individuo a procurarse y si es posible incrementar su patrimonio personal, sin preocuparse por los demás, es decir, independientemente de la sociedad. ¿Y qué es la sociedad? Marx respondió a esta pregunta diciendo que:

       <<Aquella libertad individual y esta aplicación suya, constituyen el fundamento de la sociedad burguesa. Sociedad que hace que todo individuo encuentre en otros individuos, no la realización, sino, por el contrario, la limitación de su libertad. Y proclama por encima de todo, el derecho humano "a disponer de sus ingresos fruto de su trabajo y de su industria”>>. (K. Marx: “La cuestión judía” Ver Pp. 24. Lo entre paréntesis nuestro).

            ¿Qué es la seguridad? Al respecto la Constitución de 1793 estipula que, "La seguridad consiste en la protección que la sociedad otorga a cada uno de sus miembros para la conservación de su persona, de sus derechos y de su propiedad". Segun Marx, la seguridad es el supremo concepto social de la sociedad burguesa, el concepto de la policía según el cual, la sociedad, entendida como un conjunto de relaciones entre propietarios privados, existe sólo si la policía garantiza a todos y cada uno de sus miembros, la conservación de su persona y de sus derechos en tanto que propietarios privados.

          El concepto de seguridad bajo el capitalismo significa, pues, que la sociedad no está por encima del egoísmo, sino que lo preserva. Y en tanto que la sociedad está fundada sobre las desigualdades reales de las almas propietarias, por lógica debe privar —y de hecho prevalece— el egoísmo de los más iguales (la burguesía) sobre los menos (el proletariado). Por tanto, la Declaración de los DD.HH. aprobada por la ONU el 10/12/1948, establece que la única libertad y seguridad prevista por esa filosofía, es la de los propietarios. Y que la igualdad de las almas en tanto que se someten al cumplimiento de unas leyes de común aplicación, cuya esencia es la propiedad con fines gananciales crecientes a expensas de trabajo ajeno, resulta que perpetúa las desigualdades reales en perjuicio de los que sólo pueden disponer poco más que de su cuerpo propio. O sea, que favorecen a los propietarios de los medios de producción y de cambio en perjuicio de sus obreros. Por lo tanto, la burguesía en cualquier parte del mundo sólo está dispuesta a respetar la seguridad y el derecho a la vida de sus semejantes asalariados, en la medida en que renuncien a su verdadera libertad y se sometan a las condiciones de explotación que exige la ley de la propiedad y garantiza el beneficio capitalista, de tal modo que sus reclamos, por justos que sean no hagan peligrar la continuidad del sistema, garantizando así la distribución cada vez más escandalosamente desigual de la riqueza:

       <<El 1% de la población mundial dispone hoy del 80% de ella. Según la consultoría Wealth-X and UBS, la riqueza de los multimillonarios en el Mundo desde 2009 se duplicó, alcanzando los 6,5 trillones de dólares en 2013: U$S 6.500.000.000.000.000.000. ¿De dónde pudo salir esa riqueza si no de la ganancia de os patronos a expensas del trabajo no remunerado sustraído a los asalariados? ¿Y qué decir de la corrupción generalizada entre las minorías sociales que siguen ejerciendo el poder económico y político? ¿Y del contubernio entre políticos y empresarios? ¿Y de la creciente miseria absoluta de una mayoría de asalariados y autónomos en general? ¿Y del engaño mutuo y la mentira sistemática como medio de medrar a expensas de los demás? ¿Y del fraude de las “acciones preferentes” de Bankia? ¿Y de los desahucios: 362.776 lanzamientos en España entre 2008 y 2012? ¿Y del despido masivo, el trabajo precario y a tiempo parcial? ¿Y de las guerras genocidas de rapiña? ¿Y de la corrupción generalizada por la “democracia representativa”, que hace a ese contubernio de intereses privados entre políticos profesionales a cargo del Estado y empresarios? ¿Y de las muertes prematuras por cada vez más accidentes, crímenes y delincuencia, enfermedades curables y suicidios, a raíz de la situación crítica insostenible de cientos de millones de personas en más de 150 países? ¿Y de la desgracia de 65,3 millones de refugiados en 165 países? De esto se desprende que la justicia del sistema jamás actúa en contra de estos intereses materiales. Más aun cuando se trata de cuantiosos beneficios económicos y políticos geoestratégicos, como los que ahora mismo están en juego>>.

          Ahora bien: ¿De dónde sale el beneficio capitalista que hace a la creciente distribución desigual de la riqueza? Como hemos dicho siguiendo a Marx, resulta de la diferencia entre el valor de cambio contenido en los productos fabricados por el trabajo a cargo de personal asalariado, y el valor de uso de su fuerza de trabajo equivalente al salario pagado por el capitalista. Según este razonamiento, hay dos formas de aumentar el beneficio de la patronal en perjuicio del asalariado: el plusvalor absoluto y el plusvalor relativo son esas dos formas. El plusvalor absoluto consiste en aumentar la masa de plusvalor mediante el alargamiento de la jornada de labor, más allá del tiempo en que cada obrero produce el equivalente al valor de los medios de vida que necesita para reproducir su fuerza de trabajo. De ahí el calificativo de “absoluto” referido a un tiempo de trabajo adicional creador de un plus de valor que se apropia el capitalista. Suponiendo, por ejemplo, que la jornada de labor es de ocho horas y la tasa de explotación de la fuerza de trabajo es equivalente al 100% del salario, el plusvalor será creado durante las últimas cuatro horas de la jornada de ocho  horas, porque durante las primeras cuatro el asalariado producirá el equivalente a su salario. ¿Qué pasa si la jornada de labor aumenta de 8 a 10 horas? Pasa que el tiempo en que el asalariado produce los medios de vida equivalentes al salario que percibe para el mantenimiento de su fuerza de trabajo, sigue siendo de cuatro horas, pero el tiempo de plustrabajo aumenta de 4 a 6 horas. Por tanto, el plusvalor aumenta del 100% al 150% y la ganancia del capitalista se incrementa en el equivalente al valor creado en esas dos horas adicionales de trabajo ejecutado inadvertida y gratuitamente por el asalariado.

          Y en cuanto al plusvalor relativo (respecto del salario), consiste en crear más plusvalor manteniendo el mismo salario y la misma duración de la jornada de labor, pero aumentando la eficacia productiva del trabajo. ¿Cómo? Acelerando el ritmo de los medios técnicos entre una operación y otra, de modo tal que cada operario sea forzado a producir más por unidad de tiempo empleado en ello, o bien que produzca lo mismo que antes pero en la mitad de tiempo. O sea aumentando la intensidad del trabajo:

       <<Resulta pues sumamente ventajoso hacer que los mecanismos  de los medios técnicos funcionen infatigablemente, reduciendo al mínimo posible los intervalos de reposo: la perfección en la materia sería trabajar siempre (se ha introducido en el mismo taller a los dos sexos y a las tres edades, explotados en rivalidades, de frente y, si podemos hablar en estos términos, arrastrados sin distinción por el motor mecánico hacia el trabajo prolongado, hacia el trabajo de día y de noche, para acercarse cada vez más al movimiento perpetuo>>. (Barón Dupont: “Informe a la cámara de París, 1847. Cita de Benjamín Coriat en su obra: “El Taller y el cronómetro” Ed. Siglo XXI/1982 Cap. III Pp. 38).

           

            Por ejemplo, si la capacidad productiva o eficacia técnica de la maquinaria se duplica, el valor de la fuerza de trabajo equivalente al salario se producirá en 2 horas en vez de 4. Así, el tiempo de producción del plusvalor capitalizado por la patronal, aumentará de 4 a 6 horas. Lo cual suponiendo que la jornada laboral sigue siendo de 8 horas y la eficacia del trabajo aplicado a la maquinaria se duplica, resulta que la producción del valor contenido en el salario medido en términos de tiempo de trabajo se reduce de 4 a 2 horas, aumentando así el tiempo (seis horas) en que el obrero pasa de tal modo inadvertido y gratuito a trabajar gratis para el capitalista. O sea, que durante las 8 horas de la jornada de labor, el obrero trabaja 2 horas para sí mismo y las restantes seis horas gratuitamente para el capitalista:

       <<La producción capitalista no solo es producción de mercancías: es, en esencia, producción de plusvalor (ganancia). El obrero no produce para sí sino para el capital. Por tanto ya no basta con que produzca en general. Tiene que producir plusvalor. Sólo es productivo el trabajador que produce plusvalor para el capitalista o que sirve para la autovalorización del capital. Si se nos permite ofrecer un ejemplo al margen de la esfera de la producción material, digamos que un maestro de escuela es un trabajador productivo cuando, además de cultivar las cabezas infantiles, se mata trabajando para enriquecer al empresario. Que este último haya invertido su capital en una fábrica de enseñanza en vez de hacerlo en una fábrica de embutidos, no altera en nada la relación. El concepto de trabajador productivo, por ende, en modo alguno implica meramente una relación entre actividad y efecto útil, entre el trabajador y el producto del trabajo, sino además una relación específicamente social, que pone en el trabajador la impronta de (ser convertido en) medio directo de valorización del capital (incremento de ganancia). De ahí que ser trabajador productivo no constituya ninguna dicha (para él), sino una maldición>>. (K. Marx: “El Capital” Ed. cit. Libro I Sección V Cap. XIV Pp. 616. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).

La sociedad y el individuo: ¿Dónde está la corrupción que corrompe?

            Que el capitalismo se basa esencialmente en la producción de ganancia no es así sólo porque lo haya dicho Marx. El 13 de setiembre de 1970 el conocido neoliberal Milton Friedman (1912-2006), publicó un artículo en el periódico “The New York Times Magazine”, donde declaró que la producción de ganancias crecientes es una responsabilidad de las empresas:

       <<La "responsabilidad” [de los ejecutivos de las empresas]... por lo general será producir tanta ganancia como sea posible observando las reglas básicas de la sociedad, tanto las que están contenidas en las leyes como aquellas en las costumbres éticas (leyes y costumbres basadas en la consagración del egoísmo personal de la propiedad privada)>>.

 

Friedman también expresó allí que:

<<….las únicas entidades que pueden tener responsabilidades (ante las leyes vigentes) son los individuos... Una empresa no puede tener responsabilidades. Por lo tanto la pregunta es: ¿Es que los ejecutivos empresariales, siempre y cuando cumplan con las leyes, tienen otras responsabilidades por las actividades empresariales además de maximizar la ganancia para sus accionistas? Y mi respuesta es que, no, ellos no la tienen." Un relevamiento realizado el año 2011 en diversos países, reveló que los niveles de aceptación para dicho punto de vista fue del 30% al 80% entre el "público informado">> («The Social Responsibility of Business is to Increase Its Profits». Lo entre paréntesis nuestro).

            Evidentemente Milton Friedman confundió interés con responsabilidad, palabras que no significan lo mismo. Las leyes bajo el capitalismo consagran la propiedad privada y el intercambio —ya sea en los mercados de cada país o entre países—, donde la función fundamental de las distintas empresas consiste en obtener cada una para sí, la parte alícuota mayor posible de la ganancia global que circula entre ellos. Cada una naturalmente interesada en capitalizar dichos réditos vendiendo en el mercado respectivo sus propios productos, según el valor contenido en ellos. Y el caso es que no resulta ser lo mismo vender periódicos que, por ejemplo, tomates enlatados. Porque la calidad, tanto como el prestigio y los réditos empresariales de un periódico, se miden no sólo por la veracidad de sus noticias, sino también y sobre todo, por el comportamiento en sociedad de sus propietarios. Y esta es una de las contradicciones del capitalismo que la burguesía no puede resolver, mal que les pese a los dueños del New York Times, cuyos directivos para fines gananciales propios, han seguido al pie de la letra eso de que —según Milton Friedman— ninguna empresa puede responsabilizarse del modo en que se maximicen sus ganancias, sino que los responsables de ello son los propietarios quienes, con tal finalidad, violen las leyes. Y el caso es que:

       <<El New York Times ha ido publicando una serie de artículos sobre Emilio Botín, presentado por tal rotativo como el banquero más influyente de España y Presidente del Banco de Santander, que tiene inversiones financieras de gran peso en Brasil, Gran Bretaña y Estados Unidos, además de en España. En EE.UU. el Banco de Santander es propietario de Sovereign Bank. Lo que le interesa al rotativo estadounidense (que es de donde salen sus ganancias) no es, sin embargo, el comportamiento bancario del Santander, sino el de su Presidente y el de su familia, así como su enorme influencia política y mediática en España. Un indicador de esto último es que ninguno de los cinco rotativos más importantes del país ha citado o hecho comentarios sobre esta serie de artículos publicados en el diario más influyente de EE.UU. y uno de los más influyentes del mundo (que lo es precisamente por encargarse de difundir el morbo y las consecuentes ganancias que suponen para engrosas el patrimonio de los dueños de tal periódico este tipo de noticias).Una discusión importante de tales artículos, es el ocultamiento por parte de Emilio Botín y de su familia de unas cuentas secretas establecidas desde la Guerra Civil española en la banca suiza HSBC. Por lo visto, en las cuentas de tal banco había 2.000 millones de euros que nunca se habían declarado a las autoridades tributarias del Estado español.         Pero, un empleado de tal banco suizo, despechado ante el maltrato recibido por tal banco, decidió publicar los nombres de las personas que depositaban su dinero en dicha banca suiza, sin nunca declararlo en sus propios países. Entre ellos había nada menos que 569 españoles, incluyendo a Emilio Botín y su familia, con grandes nombres de la vida política y empresarial (entre ellos, por cierto, el padre del President de la Generalitat, el Sr. Artur Mas; José María Aznar; Dolores de Cospedal; Rodrigo Rato; Narcís Serra; Eduardo Zaplana; Miguel Boyer; José Folgado; Carlos Solchaga; Josep Piqué; Rafael Arias-Salgado; Pío Cabanillas; Isabel Tocino; Jordi Sevilla; Josu Jon Imaz; José María Michavila; Juan Miguel Villar Mir; Anna Birulés; Abel Matutes; Julián García Vargas; Ángel Acebes; Eduardo Serra; Marcelino Oreja...). Según el New York Times, esta práctica es muy común entre las grandes familias, las grandes empresas y la gran banca. El fraude fiscal en estos sectores es enorme. Según la propia Agencia Tributaria española, el 74% del fraude fiscal se centra en estos grupos, con un total de 44.000 millones de euros que el Estado español (incluido el central y los autonómicos) no ingresa. Esta cantidad, por cierto, casi alcanza la cifra del déficit de gasto público social de España respecto de la media de la UE-15 (66.000 millones de euros), es decir, el gasto que España debería gastarse en su Estado del Bienestar (sanidad, educación, escuelas de infancia, servicios a personas con dependencia, y otros) por el nivel de desarrollo económico que tiene y que no se gasta porque el Estado no recoge tales fondos. Y una de las causas de que no se recojan es, precisamente, el fraude fiscal realizado por estos colectivos citados en el New York Times. El resultado de su influencia personal (la de los directivos de tales empresas) es que el Estado no se atreve a recogerlos. En realidad, la gran mayoría de investigaciones de fraude fiscal de la Agencia Tributaria se centra en los autónomos y profesionales liberales, cuyo fraude fiscal representa —según los técnicos de la Agencia Tributaria del Estado español— sólo el 8% del fraude fiscal total. Es también conocida la intervención de autoridades públicas para proteger al Sr. Emilio Botín de las pesquisas de la propia Agencia Tributaria.

       El caso más conocido es la gestión realizada por la exvicepresidenta del Gobierno español, la Sra. De la Vega, para interrumpir una de tales investigaciones. Pero el Sr. Botín no es el único. Como señala el New York Times, hace dos años, César Alierta, presidente de Telefónica, que estaba siendo investigado, dejó de estarlo. Como escribe el New York Times con cierta ironía, "el Tribunal desistió de continuar estudiando el caso porque, según el juez, ya había pasado demasiado tiempo entre el momento de los hechos y su presentación al tribunal". Una medida que juega a favor de los fraudulentos es la ineficacia del Estado así como su temor a realizar la investigación. Fue nada menos que el Presidente del Gobierno español, el Sr. José Mª Aznar, que en un momento de franqueza admitió que "los ricos no pagan impuestos en España". Tal tolerancia por parte del Estado con el fraude fiscal de los superricos, se justifica con el argumento de que, aun cuando no pagan impuestos, las consecuencias de ello son limitadas porque son pocos. El Presidente de la Generalitat de Catalunya, el Sr. Artur Mas, ha indicado que la subida de impuestos de los ricos y súper ricos tiene más un valor testimonial que práctico, pues su número es escaso. La solidez de tal argumento, sin embargo, es nula. En realidad, alcanza niveles de frivolidad.

       Ignora la enorme concentración de las rentas y de la propiedad existente en España (y en Catalunya), uno de los países donde las desigualdades sociales son mayores y el impacto redistributivo del Estado es menor. Los 44.000 millones de euros al año que no se recaudan de los super ricos por parte del Estado, hubieran evitado los enormes recortes de gasto público social que el Estado español está hoy realizando.

       Pero otra observación que hace el New York Times sobre el fraude fiscal y la banca, es el silencio que existe en los medios de información sobre tal fraude fiscal. El rotativo cita a Salvador Arancibia, un periodista de temas financieros en Madrid, que trabajó para el Banco Santander, quien señala como causas de este silencio el hecho de que el Banco Santander gasta mucho dinero en anuncios comerciales, siendo la banca uno de los sectores más importantes en la financiación de los medios, no sólo comprando espacio de anuncios comerciales, sino también proveyendo créditos —aclara el Sr. Salvador Arancibia— "...medidas de enorme importancia en un momento como el actual, donde los medios están en una situación financiera muy delicada". De ahí que tenga que agradecer al diario que se atreva a publicarlo, porque hoy, artículos como los que publica el New York Times y el mío propio, no tienen fácil publicación en nuestro país. Es lo que llaman "libertad de prensa">>. (Palabras todas estas aquí citadas, atribuidas por un anónimo publicista a Vicenç Navarro López, catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y Profesor de Public Policy en The Johns Hopkins University. Lo entre paréntesis nuestro). Confrontar.

       En todos estos delitos de los que se inculpa a los sujetos mencionados en este párrafo, empezando por el extinto Emilio Botín, el derecho burgués imperante ha soslayado la verdad de que no hayan sido ni son los individuos, quienes hacen al sistema económico capitalista corrupto y delictivo, sino precisamente al revés. Como que la comisión de todo delito siempre ha estado necesariamente predeterminada, por la naturaleza pro-delictiva de la organización económica, social y política corrupta vigente. Así abordó Marx esta cuestión en el prólogo al primer libro de su obra central titulada: “El Capital”:

       <<Dos palabras para evitar posibles equívocos. No pinto de color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase (en el contexto de una determinada sociedad).  Mi punto de vista con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social (capitalista), menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo una creatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas>>. (Ed. cit. Pp. 8. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).

            Esto es tan indubitable y categóricamente cierto, como lo que hizo aquél anónimo autor del “Génesis” en la primera parte de las Sagradas Escrituras, cuando atribuyó al todopoderoso, profético y vengativo Dios de los cristianos, haber creado el corrupto y corruptor Paraíso Terrenal junto a Eva y Adán —a quienes también previamente dio vida—, prohibiéndoles comer de un tentador fruto prohibido, puesto allí precisamente ¡a sabiendas de que iban a pecar! para poder condenarles en lo sucesivo fuera del Eden, a “ganarse el pan con el sudor de su frente”.

          La moraleja o enseñanza que cabe sacar de tal pasaje bíblico aplicado a la corrupta y decadente sociedad actual, es que las víctimas de la explotación, el engaño, la corrupción y la violencia —con ese regusto cinematográfico escatológico tan burgués, proclive a lo más irracional y monstruoso—, es que la humanidad jamás podrá emanciparse de semejantes lacras inhumanas y genocidas que recrudecen durante las crisis económicas periódicas —cada vez más trágicas y a la postre imposibles de superar—, mientras las mayorías sociales sigamos tolerando este sistema de vida corrompido y corruptor. Y no podremos hacerlo si en la lucha por liberarnos humanamente de toda esta porquería histórica para siempre, no liberamos también a los explotadores, a los sofistas, a los corruptos y a los violentos que, en última instancia, todos ellos se dedican a preservar el mismo sistema de vida esencialmente basado en la explotación, el engaño, la corrupción y la violencia genocida. Porque todo eso es lo que les hace sentir bien mientras puedan eludir ser víctimas de los mismos males que propician, dedicándose a descargarlos sobre los demás. Y contribuir a que tal propósito humanitario superior se cumpla, será imposible sin que las víctimas de tales barbaridades decidamos acabar con el actual sistema económico, jurídico y político de vida ya caduco, que lleva en sí mismo todos esos desechos humanos socialmente contaminantes, allí donde sigan disimuladamente amparados por la oculta realidad del capitalismo, que las leyes y la moral pública vigente consagran.

          Y para tal propósito humanitario el remedio está, insistimos, en dejar fuera de la ley a la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio en las grandes y medianas empresas capitalistas. De este modo, la sociedad podrá empezar a sacudirse la condición sistémica fundamental corrupta y corruptora de la sociedad. Pero, al mismo tiempo, es imprescindible legitimar el obligado control democrático y permanente de los productores libres asociados a escala estatal, nacional e internacional, sobre la producción y la contabilidad en todas las empresas. Tanto como para garantizar que el reparto de lo producido por la sociedad en esta etapa del proceso histórico —cada vez más avanzado de la productividad del trabajo social—, se haga según el criterio jurídico-político de que, a cada individuo en edad y disposición de trabajar, se le recompense según su capacidad, de modo que la sociedad pueda recibir de cada cual según su trabajo.

          Pero además y en lo que respecta a la actual forma de gobierno vigente a escala planetaria, es necesario acabar con la corrupta y corruptora “democracia” representativa que, apelando a la máxima de Maquiavelo: “divide et impera”, efectivamente impide la unión política de las mayorías sociales explotadas, dispersas entre distintos partidos políticos que, aparentemente confrontados unos contra otros para ganarse con promesas la voluntad política de los electores durante cada comicio, en realidad estratégicamente todos ellos sin excepción no dejan de ser proclives a sostener el actual sistema de vida. Así las cosas, frente al engaño de los explotadores los explotados debemos unirnos en torno a la verdad, para luchar por imponer la democracia directa como en los tiempos de Clístenes. Donde los más importantes asuntos de Estado y las distintas  leyes que hacen a la convivencia en la sociedad sin clases, se aprueben por mayoría en Asambleas convocadas por distrito, imponiendo democráticamente esta norma en todos los países a escala planetaria, y donde desde la mayor hasta la menor atribución de responsabilidad de los cargos políticos electos en los tres poderes de los respectivos Estados nacionales, sea proporcional a los votos obtenidos por cada candidato, todos ellos revocables en cualquier momento según el mismo procedimiento democrático directo, en caso de que cualquiera de esos cargos públicos —ya sean individuales o de grupo— decidan ejecutar actos de gobierno en contra de lo más mínimo convertido en ley democráticamente acordada por el pueblo llano.

          Vayan estas palabras dirigidas a los cientos —si no miles de millones— de ciudadanos de condición social subalterna en el Mundo, que todavía sometidos a la mentira temen a la verdad universal y se niegan a luchar por ella, sometidos al chantaje permanente de sus actuales inmediatos superiores jerárquicos, defensores a ultranza del llamado Pensamiento Único Burgués en todo el Orbe:

     <<Hasta que se crea una situación (insufrible) que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: ¡Demuestra lo que eres capaz de hacer!>>.  (K. Marx: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”. Obra publicada en mayo de 1852. Cap. I. Ed. Ariel-Barcelona/1982 Pp. 16-17. Lo entre paréntesis nuestro) Versión digitalizada

            Y en ese trecho entre lo tolerado y lo intolerable, ahora mismo estamos los individuos explotados y oprimidos en su inmensa mayoría, cada vez más cerca de rebelarse ante lo insufrible.

             Un saludo: GPM.

El optimismo de Marx sobre la capacidad del capitalismo industrial para someter las finanzas a sus propias necesidades

            Luego de ofrecer un compendio de citas para documentar el modo en que el “capital usurero” parasitario se multiplicaba a interés compuesto, Marx anunció en un tono de optimismo darwiniano que el destino del capitalismo industrial era movilizar el capital financiero, para financiar su expansión económica convirtiendo a la usura en un vestigio obsoleto del modo de producción “antiguo”. Es como si “en el curso de su evolución el capital industrial tendiera, pues, a someter esas formas y a transformarlas en funciones derivadas o especiales de sí mismo”. Lejos de crecer para terminar dominando al capital industrial, el capital financiero quedaría subordinado a la dinámica del capital industrial:

          “Allí donde la producción capitalista ha manifestado todas sus variadas formas y ha llegado a convertirse en el modo de producción dominante” —concluía Marx sus notas manuscritas de las Teorías sobre la plusvalía— “el capital portador de interés es dominado por el capital industrial, y el capital comercial se convierte meramente en una forma de capital industrial derivada del proceso de circulación.” [3]

          Marx esperaba que las economías actuaran a largo plazo en interés propio, para incrementar los medios de producción y evitar el ingreso rentista improductivo, el subconsumo y la deflación por deuda. Creyendo que cualquier modo de producción estaba configurado por las necesidades tecnológicas, políticas y sociales de progreso de las economías, Marx esperaba que la banca y las finanzas llegarían a subordinarse a esa dinámica:

          “No hay duda” —escribió— “de que el sistema de crédito servirá como poderosa palanca durante la transición del modo capitalista de producción, a la producción por medio del trabajo asociado; pero sólo como un elemento en conexión con otras grandes revoluciones orgánicas del propio modo de producción.” [4]

          El problema financiero se resolvería por sí mismo, a medida que el capitalismo industrial movilizara productivamente el ahorro, subordinando al capital financiero y poniéndolo al servicio de sus necesidades. Y eso es lo que estaba pasando entonces en Alemania y en Francia.

          Parecía que el papel del sistema bancario como asignador de crédito, allanaría el camino a una organización socialista de las economías. Marx aceptó el libre comercio en la idea de que el capitalismo industrial transformaría y modernizaría a los países atrasados. Lejos de eso, lo que hizo el libre comercio fue traer consigo las finanzas rentistas occidentales, y la occidental privatización del suelo y de los recursos naturales. Incluso trajo consigo el derecho de uso de las monedas y de los sistemas financieros de esos países como casinos. Y en las naciones acreedoras avanzadas, el fracaso de EEUU y de las economías europeas a la hora de recuperarse de su crisis financiera de 2008, viene de dejar intactas las deudas de las “hipotecas basura”, cuyos recargos absorben los ingresos. Los bancos han sido rescatados, no las economías industriales, cuyas deudas quedaron intactas. .

          Irving Fisher acuñó el término de deflación por deuda en 1933. Dijo que ocurre cuando el servicio de la deuda (intereses y amortización) para pagar a los bancos y a los tenedores de bonos, desvía el ingreso e impide gastarlo en bienes de consumo e inversión en infraestructura, educación, salud y otras partidas de bienestar social. [5]

          Ningún observador de la época de Marx fue tan pesimista como para esperar que el capital financiero le ganaría la mano al capitalismo industrial, asolando a las economías como se está viendo en el mundo de nuestros días. Reflexionando sobre la crisis financiera de 1857, Marx mostró hasta qué punto resultaba impensable entonces nada parecido al rescate de los especuladores financieros, acometido en 2008 por Bush y Obama:

          “El entero sistema artificial de expansión forzada del proceso de reproducción no puede, claro está, remediarse permitiendo que algún banco, digamos, el Banco de Inglaterra, proporcione con papel a todos los especuladores el capital faltante, y compre todas las mercancías depreciadas a sus antiguos valores nominales.” [6]

          Cuando Marx escribió esta reductio ad absurdum no podía imaginar ni en sueños que esta sería precisamente la política de la Reserva Federal en otoño de 2008. El Tesoro estadounidense se hizo cargo a expensas del contribuyente, de todas las pérdidas de la especulación aventurera de A.I.G. y otros “capitalistas de casino” asociados. A lo que siguió la compra a valor nominal por la Reserva Federal de los paquetes de hipotecas basura.

La política socialista respecto de la reforma financiera y fiscal

          Marx dejó dicho que el destino histórico del capitalismo industrial, era el de liberar a las economías de las finanzas improductivas y depredadoras: de la especulación, del fraude y del desvío del ingreso para pagar intereses, sin financiar nuevos medios de producción. Conforme a esa lógica, el destino de las economías socialistas tenía que ser el de tratar la función bancaria de creación de crédito, como una función pública que tenía que servir a propósitos públicos: incrementar la prosperidad y los medios de producción, a fin de ofrecer una vida mejor a las poblaciones. Las naciones socialistas han liberado a sus economías de las contradicciones internas del capitalismo industrial, que asfixian al trabajo asalariado.

          China ha resuelto el problema del volumen I. Pero aún debe enfrentarse a los problemas de los “volúmenes II y III”, irresueltos en Occidente: las finanzas privatizadas, las rentas de la tierra y de los recursos naturales. Las economías occidentales buscan extender esas prácticas neoliberales de servirse de las finanzas, como palanca de pillaje del excedente económico, a fin de financiar la transferencia de propiedad con interés y de convertir los beneficios, las rentas, los salarios y otros ingresos, en interés.

          El fracaso en punto a socializar la banca (o a completar siquiera su industrialización) es la tragedia más notoria del capitalismo industrial occidental. Llegó a ser también la tragedia de la Rusia pos-soviética luego de 1991, que permitió la financiarización de sus recursos naturales y de su economía industrial al tiempo que dejaba sin gravar fiscalmente la renta de la tierra y de los recursos naturales. Las cúspides de comando fueron vendidas a oligarcas nacionales y a inversores occidentales que compraban a crédito con sus propios bancos o en asociación con bancos occidentales. Ese crédito bancario fue lisa y llanamente creado sobre teclados de ordenador. Esa creación de crédito debería ser una utilidad pública, pero se ha independizado de la regulación pública en Occidente. Y ese crédito está llegando ahora a China y a las economías pos-soviéticas como instrumento de apropiación de recursos.

          La Eurozona parece incapaz de salvarse a sí propia de la deflación por deuda, y análogamente, los EEUU y la Gran Bretaña cojean y trastabillan a medida que se desindustrializan. Por eso albergan la esperanza de que la China socialista los salvará, libre como está hasta ahora de la plaga financiera, de la liquidación de activos y de la deflación por deuda. Los economistas occidentales neoliberales sostienen que esta finaciarización del otrora capitalismo industrial es “progreso” y aun el fin de la historia. Sin embargo, habiendo visto a China crecer mientras sus economías seguían estancadas desde 2008 (salvo para el Uno por Ciento), su esperanza es que el mercado de la China socialista pueda salvar a sus economías financiarizadas, demasiado hundidas en la deuda para salvarse por sí mismas.

Notas:

 [1] En volumen III de Capital (cap. xxx; Chicago 1909: p. 461) y volumen III de Teorías sobre la plusvalía.

[2] Karl Marx, The Poverty of Philosophy [1847] (Moscú, Progress Publishers, n.d.): 155.

[3] Karl Marx, Theories of Surplus Value, III: 468

[4] Capital III (Chicago, 1909), p. 713.

[5] Véase Irving Fisher, “The Debt-Deflation Theory of the Great Depression,” Econometrica (1933), p. 342. Online en: http://fraser.stlouisfed.org/docs/m.... Fisher usó el término para referirse a bancarrotas que aniquilaban el crédito bancario y la capacidad de gasto, y así, la capacidad de las economías para invertir y contratar a nuevos trabajadores. Discuto técnicamente este asunto en mi libro “Killing the Host” (ISLET 2015), capítulo 11, así como en: “Saving, Asset-Price Inflation and Debt Deflation”, reproducido como capítulo 11 de mi libro The Bubble and Beyond (ISLET 2012), pp. 297-319).

[6] Capital III (Moscú: Foreign Languages Publishing House, 1958), p. 479.

Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella.

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La precariedad de las condiciones de trabajo

 

                    La precariedad de las condiciones de trabajo, junto con la vulnerabilidad económica de una enorme y heterogénea masa de población, que no estaba circunscrita a los grupos tradicionalmente marginales de la sociedad, obligó a tener que volver a considerar la naturaleza misma del contrato social como medio fundamental del trabajo asalariado, y a reflexionar sobre las bases políticas e históricas en que se vino fundamentando.

 

          Esta crisis del vínculo social que se expresa en la incapacidad de los sistemas de protección social, hasta entonces vigentes para lograr ofrecer no sólo cobertura frente a las necesidades de la pura subsistencia, sino también para dotar de sentido vital y proporcionar una identidad socialmente reconocida, al conjunto de la ciudadanía más empobrecida, es la que acaba expresándose política y prácticamente en la ley francesa sobre Revenu Minimum  d’Insertion (RMI) aprobada en diciembre de 1988.

 

          Tal y como se concibió esta ley francesa en su origen, se trataba de reconocer el derecho a unos ingresos mínimos que hicieran posible a  ese país continuar insertado en el tejido social, aun cuando ni la fuente ni la legitimidad de esos ingresos pudiera atribuirse a una previa contribución a la caja de la seguridad social, vía empleo, de los futuros beneficiarios, sino que se trataba de reconocer que, por el hecho mismo de ser miembro de la sociedad francesa, se podía tener «derecho» a una renta mínima garantizada sobre la contrapartida de quedar incorporado a algún programa de trabajo social, en una reedición actualizada del contrato social originario, que quedaba plasmada en un documento contractual —el contrato de inserción— firmado por la persona beneficiaria del RMI y por los Servicios Sociales.

 

          Esta relación ya desde el origen, entre el concepto de exclusión y las políticas de inserción, pone de relieve el carácter dinámico, estructural y colectivo que encierra la noción, puesto que la realidad de la exclusión puede ser modificada y alterada sólo si se actúa al mismo tiempo sobre las actitudes, motivaciones o conductas de las personas excluidas y, también, sobre los fundamentos en los que reposa la sociedad excluyente. Como dos caras de la misma moneda que en unos casos presenta su cara más sonriente y en otros muestra su cruz más dolorosa. Ya no bastarían pues, los viejos paradigmas que estudiaban la marginalidad como una realidad exótica, extraña y cargada de atipicidad, en línea con lo que fueron los primitivos estudios sobre desviación de la Escuela de Chicago; ni tampoco era suficiente el análisis de la pobreza en tanto que privación esencialmente material y económica, puesto que a la insuficiencia de los ingresos se podían unir otras muchas carencias, de hecho, la experiencia muestra que en el marco de las sociedades contemporáneas, en muchas ocasiones, unos ingresos irregulares, precarios o inestables pero relativamente elevados, no acaban de representar una protección suficiente frente a los riesgos y la inseguridad que emergen de las condiciones sociales del presente.

 

          Por todas estas razones, junto a la dimensión económica de la exclusión, que la asimila al concepto de pobreza, se insiste cada vez más en la dimensión relacional que remite a la pérdida de redes de apoyo y sostén, así como sobre la dimensión política que hunde sus raíces en la cuestión de la ciudadanía, como expresión efectiva y real de una serie de derechos reconocidos. Esta triple dimensión es la que se encuentra recogida en la definición de exclusión social ofrecida por J. Estivill (2003) cuando dice que «puede ser entendida como una acumulación de procesos confluyentes con rupturas sucesivas que, arrancando del corazón de la economía, la política y la sociedad, van alejando e “inferiorizando” a personas, grupos, comunidades y territorios con respecto a los centros de poder, los recursos y los valores dominantes». Si el término pobreza indicaba una posición en base a la desigualdad y al tener más o menos, la referencia topológica del excluido no remite tanto al hecho de estar más arriba o más abajo en la escala de la desigualdad, sino al hecho de quedar «fuera» y apartado de los que se hallan «dentro». Este es el sentido de la primera acepción del verbo «excluir» en el diccionario de la Real Academia de la Lengua: «quitar a una persona o cosa del lugar que ocupaba». Este apartamiento territorial, que te desplaza del sitio que ocupabas, del lugar que te correspondía y te traslada geográficamente a otro lado, te manda afuera, te vuelve excéntrico y periférico, es sin duda un elemento que está presente en cada forma con-creta de exclusión. Es la participación misma como actor y parte de la sociedad, la que se encuentra amenazada y puesta en entredicho. El excluido es, ante todo, aquél a quien se le niega el acceso, el derecho a entrar y sentarse para participar en el banquete general. Las razones por las cuales alguien resulta excluido se producirán en base a circunstancias de lo más diverso: en ocasiones será la renta, en otras será la cultura, la edad, el género, la condición étnica, la nacionalidad, etc.

 

          En todo caso, será la naturaleza de las barreras más o menos insalvables que impiden el acceso a los derechos civiles, políticos y sociales que la mayoría de los miembros de la sociedad disfrutan, las que se constituirán en el objeto de estudio y análisis preferente, de modo que estudiando tales barreras para la inclusión social, se pueda llegar a determinar cuáles habrían de ser las políticas sociales más eficaces para modificarlas, disminuir-las o incluso eliminarlas. En este sentido, el espaldarazo definitivo al concepto de exclusión, como herramienta para el análisis de la realidad y como instrumento de acción social, vendrá de la mano de su incorporación a los planes de actuación frente a la pobreza que se diseñan desde las instituciones europeas. En 1975 se puso en marcha el Primer Programa Europeo de Lucha contra la Pobreza, en donde se partía de una visión algo indefinida de la misma, según la cual se entendía por personas pobres a aquellos «individuos, familias y grupos de personas cuyos recursos (materiales, culturales y sociales) son tan escasos que están excluidas de los modos de vida mínimos aceptables en el Estado miembro donde viven». Junto a esta definición, relativamente próxima al concepto de exclusión, el Segundo Programa (1985-1989), representa un avance de la visión más cuantitativa y economicista de la misma como estrategia para tratar de hacerla operativa y facilitar así la comparabilidad entre países, con lo que los pobres pasan a ser aquellas «personas que disponen de ingresos inferiores a la mitad de los ingresos medios per cápita equivalentes en su país».

 

          Esto no significa en ningún momento que se pierda de vista la existencia de otros factores, más allá de los ingresos que actúan sobre las personas empobrecidas y hacen que su existencia no pueda revestir unas «condiciones de vida mínimamente aceptables». De hecho, el Plan siguiente (1989-1994) que pasaría a ser conocido como Pobreza-3 para evitar el alambicado nombre de «Programa Comunitario para la Integración Económica y Social de los grupos menos favorecidos», dio lugar entre otros resultados a la creación de un «Observatorio Europeo sobre la Lucha contra la Exclusión Social». A partir de ahíla noción de exclusión social no ha hecho sino expandirse desde mediados de los 90, de modo que ha quedado recogida prácticamente en todos los textos fundamentales de la política social de la Unión Europea: Tratado de Maastricht, Libros Verde y Blanco sobre Política Social, Programas de Acción Social, Carta Europea de los Derechos Sociales, etc.

 

          En definitiva, se habla de exclusión social para referirnos a un proceso dinámico y cambiante que cursa con una quiebra de la identidad personal y que normalmente hunde sus raíces en un debilitamiento, mayor o menor, e los dos ejes básicos en los que se fundamenta la inserción social; a) el eje socio-relacional merced al cual disponemos de una serie de apoyos, vínculos sociales y contactos, con familiares, amigos, vecinos, colegas, etc. que constituyen nuestro capital relacional, y b) el eje que nos inserta por lo económico y lo laboral, habitualmente merced a un empleo por el que recibimos un salario que se constituye en el componente fundamental de nuestro capital económico, aquella base material con que intentamos afrontar las contingencias materiales de la existencia.

 

          Tanto en términos de capital económico, como de capital social, pueden darse situaciones muy diferentes en cantidad y calidad. Aquellas personas que disfrutan de buenos trabajos, prestigiosos, estables y bien pagados, y que además disponen de un amplio abanico de relaciones, contactos y amistades de todo tipo, se encuentran mucho mejor cubiertos frente al riesgo y la inseguridad.

         

          Habitualmente ocupan el espacio de la integración social. Más allá de este espacio, se encuentran quienes disponen de empleos precarios, mal pagados, irregulares e inestables, lo que a veces se acompaña también de relaciones débiles, escasas, o mal situadas socialmente, que apenas si pueden brindar protección y refugio en caso de que las cosas empeoren aún más. Esta zona de vulnerabilidad se hace aún mayor cuando las políticas sociales se vuelven más escasas y la protección social garantizada por las instituciones sociales frente a la enfermedad, la vejez, el desempleo, etc., no llega a todos los ciudadanos. Cuando esto sucede en su grado más extremo, nos encontramos con que aquellas personas que no cuentan con recursos económicos suficientes, ni con una red social de apoyo mínima, y que además no se encuentran cubiertas por políticas de protección social eficaces, terminan por habitar en el espacio degradado y mísero de la exclusión.

         

          Según hemos expresado gráficamente en otras ocasiones, el proceso de exclusión avanza o retrocede a través de estos tres espacios de integración, vulnerabilidad y exclusión, según se debilite o fortalezca la capacidad de incorporación social que emergen del mercado de trabajo y de los vínculos sociales. Todo ello matizado por el efecto de contención de la vulnerabilidad y de reforzamiento de la cohesión social que aporten las políticas sociales.

 

Nuevas tecnologías y exclusión social

 

          Ahora bien, según lo que llevamos expuesto, conviene detenerse en algunos de los rasgos más característicos que se perciben en el hecho de la exclusión. La exclusión social es un proceso, una realidad dinámica y cambiante, tanto da que la consideremos en términos globales o personales, individuales. La exclusión no tiene por qué considerarse un lugar definitivo, inevitable, cerrado y terminal. Puede y debe ser abordado como un lugar de paso, un espacio del que se puede retornar y que se puede reducir hasta su mínima expresión. Puede y debe tener un carácter reversible de hecho, Así sucede en la mayoría de los casos en los que se interviene con metodologías apropiadas, con recursos suficientes, en procesos personalizados y a largo plazo.

 

          Una cuestión de grados, se puede estar más o menos excluido. De hecho, tal y como pusieron de relieve hace años los Basaglia (La mayoría marginada en 1977): la inmensa mayoría de los seres humanos estamos de un modo u otro excluidos, de alguno u otro espacio. Sin embargo, cuando nos referimos con propiedad a la exclusión como problema social y de derechos humanos, nos referimos al hecho de que existan personas cuyas condiciones de vida, no revistan los mínimos de dignidad y bienestar que son considerados imprescindibles en la actualidad.

 

          Es un dato estructural, que no puede ser eliminado con actuaciones puntuales y momentáneas, o mucho menos, confiando en la premisa de que una modificación en la conducta de algunos individuos afectados, puede eliminarla. Como señala Serge Paugam «no se trata de un fenómeno de orden individual, como lo entendían los discípulos de la tesis de la “pobreza voluntaria”, sino más bien de un fenómeno social cuyo origen ha de investigarse en los principios mismos de funcionamiento de las sociedades modernas» (1996:10) y que remite por tanto a causas sociales, como puedan ser, la urbanización demasiado rápida, el desarraigo ocasionado por la movilidad profesional, la violencia omnipresente en los medios de comunicación y en las relaciones sociales e internacionales, las desigualdades de renta, etc

.

          Es una realidad multidimensional. La cual pone de relieve la existencia de una serie de componentes que pueden confluir en exclusión social y que remiten a campos de la práctica en los cuales puede expresarse la exclusión de forma visible, así por ejemplo, junto a una dimensión económica de la exclusión que recoge buena parte de la vieja sociología de la pobreza, entendida como pobreza material, existirían otras dimensiones que se refieren a aspectos culturales, sociales, políticos, administrativos, etc. Todo esto se traducirá en una severa dificultad para operativizar un concepto que se encuentra atravesado por una amplia serie de dimensiones, que en cada caso se organizan en proporción y cantidad diversa.

 

          Es un hecho esencialmente relacional. No es tanto un problema de distribución desigual (que lo es también), o de afirmación de las diferencias interindividuales, como un problema de relaciones personales sobre la base de la eliminación, subordinación o dominación de terceras personas. End.

 

Así se está hundiendo el empleo en España, comunidad a comunidad: en un mes se han perdido dos años.

Andalucía, Canarias y la Comunidad Valenciana están liderando las caídas. España en su conjunto ha perdido en un mes, el empleo que había creado en los dos últimos años.

Roberto Pérez SEGUIR Zaragoza Actualizado: 18/04/2020 13:39hs.

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       Destruidos empleos en Andalucía, más de 100.000 en la Comunidad Valenciana, 130.000, en Cataluña, otros tantos y en Madrid… La lista es tan desoladora como el resumen de conjunto: en solo un mes, en marzo, el empleo que ha destruido en toda España la crisis del coronavirus equivale, prácticamente, a todo el que se había creado en el último bienio en 2018 y 2019. Y es solo el principio, porque el hundimiento del mercado laboral suma y sigue. Y, en las regiones más turísticas, aún está por llevar el grueso del envite.

       En los últimos días, la Seguridad Social ha desvelado los datos de detalle que muestran a las claras cuánto empleo se destruyó en marzo en cada región. Las cifras por autonomías que dio hace 15 días eran de medias mensuales, que ofrecían un cálculo edulcorado del desplome. Las nuevas estadísticas, sin embargo, reflejan cuánto se ha perdido realmente, cuántos ocupados había en cada región el último día de febrero y cuántos de esos quedaban el último día de marzo. Y eso sin contar los afectados por los ERTE, que al tener los contratos suspendidos, sus puestos siguen apareciendo en alta en la Seguridad Social.

       Así se está desplomando el mercado laboral en toda España, comunidad a comunidad, con referencia a algunas de las provincias especialmente castigadas. Cádiz ha sido la más golpeada en términos relativos: una destrucción del 8,3% del empleo en solo un mes.

Canarias: destruida el 6,5% de la ocupación.

       En porcentaje, ha sido la autonomía que más empleo perdió en marzo. En Canarias se destruyeron en marzo 53.511 empleos, sin contar los ERTE. En solo un mes, el Archipiélago perdió el 6,5% del empleo, que tenía antes de que estallara la crisis del coronavirus en España.

Andalucía: -193.851 empleos en 30 días

       La economía andaluza es la segunda más golpeada por la crisis. En marzo se destruyeron en esta región, exactamente, 193.851 puestos de trabajo, siempre sin contar los afectados por los ERTE. En apenas 30 días se volatilizó el 6,2% de su mercado laboral. Andalucía, en un mes, ha retrocedido a niveles de hace tres años en términos de ocupación. Cádiz es la provincia más castigada, y no solo de Andalucía sino de toda España en términos relativos: 31.185 puestos de trabajo fulminados, el 8,3% de toda la ocupación que tenía.

Comunidad Valenciana

       Con un desplome de la ocupación del 5,3% en marzo, la Comunidad Valenciana es la tercera más golpeada en esta primera fase de la crisis económica del coronavirus. En esta región se perdieron en marzo 103.079 empleos. Por provincias, la más golpeada es Alicante, con una destrucción del 6,7%. Solo Cádiz y Málaga (-7,3%) presentan tasas peores en el desplome laboral de marzo.

Madrid hace frente a la crisis

       Pese a ser la Comunidad golpeada más precozmente y con más crudeza por la pandemia, su economía no figura entre las más castigadas por la crisis económica del coronavirus. En marzo perdió el 4,1% de su ocupación, idéntico porcentaje que arrojó la media nacional. Eso sí, en cifra absoluta el número es también contundente: 134.294 empleos destruidos en marzo.

Cataluña: -130.000 empleos

       En Cataluña, la primera fase de la crisis fulminó en marzo 130.513 puestos de trabajo, el 3,8% de la afiliación que tenía justo antes de que estallara la pandemia en España. De ellos, 97.444 se destruyeron en la provincia de Barcelona, 12.201 en la de Gerona, 12.080 en la de Tarragona y 8.788 en la de Lérida, la más castigada de las provincias catalanas en términos relativos, en porcentaje.

Castilla-La Mancha

       El primer mes de crisis del coronavirus se ha llevado por delante más de 30.000 puestos de trabajo en Castilla-La Mancha. En marzo, exactamente, se destruyeron en esta región 32.657 empleos netos, sin contar los ERTE. En 30 días perdió el 4,6% de sus afiliados a la Seguridad Social.

Aragón y Murcia

       En Aragón se perdieron 23.418 empleos en marzo. En apenas treinta días se han ido al traste todos los puestos de trabajo que Aragón había creado en los dos últimos años. Además, ya son al menos 65.000 los trabajadores afectados por ERTE.

       En Murcia, el primer mes de crisis del coronavirus, se ha llevado por delante 26.245 puestos de trabajo, el 4,4% de los que tenía.

Castilla y León, Galicia y País Vasco

       En Galicia se destruyeron en marzo 32.353 empleos netos, una caída del -3,2%, siempre sin contar los afectados por los ERTE. La provincia más castigada ha sido Pontevedra (-13.906), seguida de La Coruña (-13.566).

       En Castilla y León, el primer mes de la crisis económica del coronavirus ha fulminado 29.600 puestos de trabajo, el 3,2% de la afiliación que tenía justo antes de que la pandemia estallara en España.

       En el País Vasco, por su parte, marzo destruyó 22.994 puestos, un 2,4%. Es de las comunidades menos azotadas hasta el momento en términos de empleo.

 

Baleares, Cantabria y Asturias

       Por su parte, en Baleares se han destruido 4.861 empleos, pero hay que tener en cuenta que en este caso el gran impacto se teme para los próximos meses, cuando esta Comunidad registra la gran oleada anual de contrataciones coincidiendo con el turismo estival.

       En Cantabria, por su parte, se han destruido en solo un mes 7.936 puestos de trabajo, un 3,7% de los que tenía un mes antes. Y en Asturias se perdieron en marzo 11.078 empleos, el 3% de su ocupación total.

Extremadura, Navarra y La Rioja

       La Comunidad Foral ha perdido 6.917 puestos de trabajo en solo un mes, y eso que se cuenta entre las autonomías donde el impacto laboral fue menos severo en marzo. En Navarra la caída del empleo ha sido del 2,4%. En La Rioja, el mes pasado se destruyeron el 3,3% de los puestos de trabajo, un total de 4.295 fulminados. Y en Extremadura, un porcentaje similar, una caída del 3,8%, lo que ha supuesto la destrucción de 14.912 empleos solo durante el mes de marzo, en el primer envite de la crisis del coronavirus.

Ceuta y Melilla

       En las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla se han destruido 859 y 606 puestos de trabajo, respectivamente; el 3,7% y el 2,5% de los que tenían antes de la crisis.

 

 

Albert Einstein

 

¿Debe quién no es un experto en cuestiones económicas y sociales, opinar sobre el socialismo para imponer el comunismo revolucionario?

Por una serie de razones creo que sí.

 

          Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede parecer que no hay diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos, para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil, porque la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por separado. 

 

          Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana —como es bien sabido— ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes Estados de la historia debieron su existencia a la conquista de territorios ajenos. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su comportamiento social.

 

          Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó "la fase depredadora" del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos, no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.

 

          En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines, e incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por si mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y —si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos— son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.

 

          Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo, que la sociedad humana está pasando por una crisis, y que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal situación, que los individuos se sientan indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto, la amenaza de otra guerra que, en mi opinión, pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad; y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: "¿por qué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?"

 

          Estoy seguro que hace tan sólo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior, y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?

 

          Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos, son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.

 

          El ser humano es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de éstos diferentes y frecuentemente contradictorios objetivos, por el carácter especial del ser humano y su combinación específica, determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto "sociedad" significa para el ser humano individual, la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la sociedad —en su existencia física, intelectual, y emocional— que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la "sociedad" la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente, que se ocultan detrás de la pequeña palabra "sociedad".

 

          Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral, ha hecho posible progresos entre los seres humanos que son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido, el ser humano puede influir en su vida y que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.

 

          El ser humano adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos de su especie. Además, durante su vida adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad, como la antropología moderna nos ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la suerte del ser humano, pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.

 

          Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del ser humano en general deben ser cambiadas, para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios. Los tiempos —que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos— en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes, se han ido para siempre. Es sólo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.

 

          Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de la sociedad. Pero no ven la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal, que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El ser humano sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad para comprenderla y así poder progresivamente hacerla cada vez más perfeccionable.

 

          La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente privados de los frutos de su trabajo colectivo, no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas según los intereses de una minoría sin distinción de naciones. A este respecto, es importante señalar que los medios de producción —es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional— puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.

 

          En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré "trabajadores" a todos los que no comparten la propiedad de los medios de producción, aunque esto no corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es "libre", lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador, no está determinado por el valor de su producto.

 

          El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente, los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directamente o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible para el ciudadano individual, obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.

 

          La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital, está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital), son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de "contrato de trabajo libre" para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo "puro". La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar, puedan encontrar empleo; existe casi siempre un "ejército de parados". El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital, que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a ése amputar la conciencia social de los individuos que mencioné antes.

 

          Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.

 

          Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males: el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar, y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.

 

          Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia minoritaria llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo de lo contrario pueden estar protegidos los derechos del individuo, y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?

 

Albert Einstein

Cfr. con “Monthly Review”, Nueva York, mayo de 1949

                                                                               GPM.

 

Breve historia de la más reciente propiedad privada capitalista en España

      <<En un Estado, es decir, en una sociedad en la que hay leyes, la libertad sólo puede consistir en poder hacer lo que se debe querer y en no estar obligado a hacer lo que no se debe querer>>. (Montesquieu: “El espíritu de las leyes”. Cap. III Pp. 15. El subrayado nuestro).

     <<La corrupción no es algo de un partido ni de una organización concreta, sino que va unida a la condición humana>>. (Mariano Rajoy Brey: 16/09/2016 en Bratislava. Lo entre paréntesis nuestro). La “condición humana” de Mariano Rajoy ha sido su propia corrupción>>.  

               Lo que Montesquieu ha querido significar en este pasaje de su obra mal que le pese a gentuza como los Marianos Rajoy Brey que acabamos de citar, es que en toda sociedad racional y sin excepción para nadie, no es lícito que el querer de cada cual se ponga por encima de su deber ser según la ley. Pero ha omitido la verdad del conocido refrán que dice: “hecha la ley, hecha la trampa”. ¿Está esa trampa en la condición humana, tal como sostiene el católico y consuetudinario mentiroso liberal burgués, Mariano Rajoy, según consta en el mitológico primer capítulo de las Sagradas Escrituras, a tenor del pecado original supuestamente cometido por Adán y Eva en el Paraíso Terrenal? La prueba que desmiente semejante superchería, está en la histórica y ejemplar sociedad iroquesa constituida en el Siglo XII:

            <<¡Admirable constitución esta de la gens, con toda su ingenua sencillez! Sin soldados, gendarmes ni policía, sin nobleza, sin reyes, virreyes, prefectos o jueces, sin cárceles ni procesos, todo marcha con regularidad. Todas las querellas y todos los conflictos los zanja la colectividad a quien conciernen, la gens o la tribu, o las diversas gens entre sí; sólo como último recurso, rara vez empleado, aparece la venganza de sangre, de la cual no es más que una forma civilizada de nuestra pena de muerte, con todas las ventajas y todos los inconvenientes de la civilización (…) Tal era el aspecto de los hombres y de la sociedad humana antes de que se produjese la escisión en clases sociales>> (F. Engels: “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” Cap. III. Ed. Progreso Moscú/1986 Pp. 281. Versión digitalizada Pp. 47).    

               El caso es, en realidad, que esa trampa del querer a costa de otros, se montó cuando el derecho a la propiedad privada individual generó la competencia económica, dando pábulo a las clases burguesas y la consecuente desigualdad social en el reparto de la riqueza. Y a propósito del tiempo y las trampas, cabe destacar que desde hace más de tres siglos se nos ha venido inculcando la idea de que el interés privado —que induce a la desigualdad económica entre individuos y familias en la sociedad civil—, está de hecho en relación de armónica identidad con los intereses generales de todos los individuos como ciudadanos iguales ante la ley. Pero Montesquieu, considerado sin discusión como el padre del constitucionalismo moderno, al decir que el derecho privado se encuentra en intrínseca dependencia y subordinación, respecto del derecho público estatal, ha venido a significar que esa supeditación legal de lo privado a lo público no es natural o espontánea y por tanto consentida, sino políticamente forzada. Ergo, reconoció la tendencia de los propietarios privados, a contradecir y hasta violar una y otra vez, la ley del derecho público a la igualdad de oportunidades de los individuos, lo cual niega o vulnera esa supuesta supeditación voluntaria de los intereses particulares a los generales. Y por esto mismo Hegel apostilló, que el Estado es una necesidad externa de intervención en la sociedad civil, es decir, algo ajeno a la naturaleza egoísta de la propiedad privada personal, que supuestamente irrumpe en ella y la condiciona con arreglo a los intereses personales. O sea, que al exigir qué y cómo debe ser la sociedad civil, la ley estatal de naturaleza verdaderamente social sanciona la intrínseca propensión de los propietarios privados a no respetarla.

          Tal es el fundamento del derecho público coercitivo basado en el interés general, como condición de que el querer de cada cual, es decir, su interés privado particular, sea siempre según su deber determinado por la Ley que el Estado social dicta e impone como representación del interés general. Y de tal determinación Montesquieu concluyó que, todo comportamiento particular al margen de la Ley —que supuestamente vela por el interés general—, es corrupto y disoluto, un mal ejemplo que tiende a propagarse disolviendo la sociedad y su Estado, en el sálvese quien pueda de cada individuo o grupo de individuos propietarios, ya sea por sí solos o asociados:

<<…Cuando en un gobierno popular caen las leyes en el olvido, y como esto sólo puede provenir de la corrupción de la república, está ya perdido el Estado (en tanto que representante de los intereses generales)>>. (Montesquieu: Op. Cit. Pp. 38. (Lo entre paréntesis nuestro).

            En semejantes condiciones carentes de un poder público eficaz que salvaguarde los intereses generales, sobreviven miserablemente hoy a duras penas dos mil millones de personas en más de sesenta países, cuyos gobiernos son incapaces de garantizar las mínimas normas de seguridad y supervivencia a la mayoría de sus habitantes. Son los llamados Estados fallidos, síntoma indiscutible de la decadencia sistémica terminal del capitalismo, en un proceso que ha discurrido entre el llamado Siglo de las Luces y el  soterrado mundo de las sombras, donde hoy se urden las tramas corruptas del sistema que alumbran la verdadera realidad actual....:

<<….Bajo el reino arbitrario y brutal de milicias, de grupos criminales y de señores de la guerra. Si esas nociones son vagas y discutidas, si los expertos se pelean sobre los calificativos y si algunos gobiernos se escandalizan al ser rebajados de tal manera, la realidad de un archipiélago de Estados vulnerables o fracasados es obvia para todos. Según las fuentes y las definiciones, entre 20 y 60 países se moverían en ese "entre dos luces" de la humanidad>> (Gabriel Mario Santos Villareal: “Estados fallidos. Definiciones conceptuales”. México/2009. Pp. 3).

            ¿Hay alguna duda de que todo este proceso histórico ha sido presidido por la todavía vigente consagración de la propiedad privada capitalista, en combinación sistémica delincuencial con la “democracia representativa”? Para responder a este interrogante, es necesario entrar en materia desde los tiempos de la tardía Edad media feudal, en que los reyes católicos promulgaron la llamada “ley de Toro” que, corriendo el año 1505 implantó el Mayorazgo como derecho individual hereditario, privilegiando al primogénito respecto de los demás descendientes en cada familia.

          Durante la transición del feudalismo al capitalismo, en 1747 Montesquieu hizo valer el deber ser del nuevo espíritu jurídico en el Estado moderno burgués, sentenciando que:

<<Las leyes deben quitar a los nobles el derecho de primogenitura a fin de que, mediante el reparto continuo de las herencias, las fortunas (de los herederos) tornen a ser iguales>>. (Montesquieu: Op. cit. Pp. 86)

               En 1843 Marx publicó su “Crítica a la filosofía hegeliana del derecho estatal”, donde contribuyó a reforzar este razonamiento de Montesquieu, en salvaguarda del poder conferido al Estado burgués republicano moderno, frente al denostado privilegio feudal atribuido al primogénito en las familias de la nobleza. Consideró que su derogación fue un progreso en la historia de la humanidad. Pero inmediatamente señaló, que al emancipar a la sociedad civil erradicando el privilegio feudal del mayorazgo, la flamante república burguesa elevó la propiedad privada a la más alta jerarquía del poder social y político real. No puso ningún límite a ese derecho, hasta el extremo de consagrar la explotación del trabajo asalariado y su inevitable consecuencia: la creciente desigualdad económica entre las dos clases sociales universales:

       << ¿Qué poder (y privilegio) tiene y ejerce el Estado político (feudal) sobre la propiedad privada en el (derecho al) mayorazgo? El de aislarlo de la familia y la sociedad, el de llevarlo a (ejercer irrestrictamente) su abstracta (e incondicional) autonomía (personal: la del primogénito). ¿Cuál es, por tanto, el poder del Estado político (capitalista) sobre la propiedad privada (al abolir el mayorazgo)? El propio poder de la propiedad privada, su ser (egoísta) hecho existencia (libre de toda restricción). ¿Qué le queda al Estado político (burgués) frente a este (nuevo) ser? La ilusión de que es él quien determina, cuando en realidad es determinado (porque la propiedad privada rige tanto en la sociedad civil como en el Estado). Ciertamente (al quitarle el derecho a la primogenitura) el Estado (capitalista) doblega la voluntad de la familia y de la sociedad, pero solo para dar existencia a la voluntad de una propiedad privada sin familia ni sociedad (la propiedad privada pura, individual). Y (lo hace) para reconocer esta existencia como la suprema del Estado político, como la suprema existencia ética (personal, elitista, despótica y totalitaria)>>. (K. Marx: Op. cit. Pp. 136. Lo entre paréntesis nuestro).

               Pero con esto no está todo dicho, porque falta demostrarlo. Y para esto es necesario discernir acerca de cuál es el verdadero sujeto soberano de la voluntad en esta emergencia histórica que consagra el derecho burgués a ejercer irrestrictamente la propiedad privada. O sea, que hace falta señalar dónde reside el principio activo de ese derecho. Pues, bien, ya hemos visto que, bajo el mayorazgo, el requisito para ejercer la voluntad del derecho a la herencia, le venía dado al heredero como individuo desde fuera de sí mismo. ¿Residía en la voluntad del testador? ¡Residía en la propiedad privada sobre los bienes que legaba, registrados a nombre del primogénito! Éste fue el principio activo del mayorazgo. O sea, que el verdadero sujeto del derecho a la herencia y la verdadera voluntad de ejercitarlo, en realidad no emanaba del sujeto beneficiado, sino de la propiedad privada sobre los bienes que le eran legados. Y tal como así ha sido y sigue siendo al interior de la sociedad dividida en clases, la “libertad” supuestamente basada en la voluntad de los individuos con arreglo a la ley, resulta ser falsa superficialidad, un embeleco. Porque no es la supuesta “libre” voluntad reglada del sujeto propietario sino su propiedad, lo que le permite ejercerla, lo que realmente determina el comportamiento de las almas propietarias en los individuos. Nadie puede disponer libremente de lo que no sea propiedad suya. Ergo: la libertad del propietario no está en él —en su persona—, sino en la propiedad que desde fuera de sí mismo se le atribuye y por eso la detenta. De este modo:

         <<La propiedad privada se ha convertido en el (verdadero) sujeto (impulsor y determinante) de la voluntad (humana, que solo pueden ejercer los individuos-propietarios.  Por lo tanto), la voluntad (deja de ser subjetiva en tanto que) ya no es más que el predicado de la propiedad privada (la que se le atribuye desde fuera de sí mismo al sujeto propietario). La propiedad privada ya no es (tampoco) un objeto preciso (que necesite) de la libre disposición (personal del heredero beneficiado), es el predicado preciso de la propiedad privada (o sea, lo que se predica, atribuye o infiere de ella en términos de voluntad)>>. (K. Marx: Op. cit. Pp. 137. (Lo entre paréntesis nuestro).

            Tal es la forma del mundo al revés, donde la libre voluntad de los individuos es la que sólo pueden ejercen algunos, ya sea merced a la propiedad sobre determinados objetos en la sociedad civil, ya sea mediante los atributos de mando jerárquico en las instituciones estatales. La propiedad privada es, pues, el verdadero sujeto que hace a la voluntad supuestamente “libre” de los propietarios, de tal modo enajenados bajo el capitalismo. Tal como aparece legislado ese atributo en el derecho burgués moderno, tanto en el privado que impera en la sociedad civil, como en el público que hace al distinto alcance de la voluntad individual sobre cosas y terceras personas subalternas, según la escala jerárquica de mando en las instituciones estatales. Un mundo en el que, merced a la práctica del intercambio mercantil ya durante la etapa postrera del feudalismo, la “voluntad” de los sujetos deviene como voluntad y libertad de su propiedad privada en la sociedad civil, la que cada uno detenta porque le viene dada desde fuera de sí mismo y así puede disponer a cambio de un equivalente. Es éste, pues, el mundo de la enajenación humana general respecto de las cosas. Una cosificación del comportamiento social general, o sea, el de cada individuo en su relación social con los demás. Donde cada uno es en la vida no por sí mismo, sino por lo que le permiten ser las cosas de su propiedad.

       <<La esencia de la voluntad humana desde los tiempos del incipiente capitalismo, se muestra en el hecho de que todo propietario es como persona en la sociedad, no por sus propias facultades o virtudes personales, sino por las cosas de su propiedad que puede disponer, ejercitando ese derecho sobre ellas llamado patrimonio. Sin propiedad privada, pues, no puede haber voluntad jurídicamente valida. Y dado que en la sociedad capitalista —a diferencia de sus antecesoras esclavista o feudal—, la propiedad privada solo puede recaer sobre cosas, he aquí la cosificación de la voluntad humana en este sistema de vida, donde como reza el refrán: “tanto tienes, tanto vales”. Ergo, tanto puedes. El poder en general es, sin duda, por tanto, un subproducto de la propiedad privada sobre cosas, medidas en términos de valor económico. Dicho más claramente, la voluntad humana bajo el capitalismo ha sido secuestrada por la propiedad privada:

         <<Mi voluntad ya no posee, se halla poseída (por la propiedad que detento). Tal es precisamente el cosquilleo romántico de la gloria del mayorazgo: la propiedad privada, o sea la arbitrariedad privada en su figura más abstracta (ajena al individuo que la posee), la voluntad más mezquina, inmoral, bruta, aparece como la suprema enajenación de la arbitrariedad, como la lucha más dura y sacrificada con la debilidad humana; y como debilidad humana se presenta aquí la humanización de la propiedad privada (que determina la deshumanización del propietario). El mayorazgo es la propiedad privada convertida por sí misma en religión, abismada en sí misma, extasiada ante su autonomía y su gloria>>. (K. Marx: Op cit. Pp. 138. Lo entre paréntesis nuestro).

               Ha quedado claro que bajo el esclavismo y el feudalismo, la voluntad “libre” de cierta minoría de individuos, permaneció sujeta casi exclusivamente a la propiedad territorial como el principal medio de producción existente hasta entonces. Sin la propiedad sobre la tierra el esclavismo y el feudalismo no hubieran sido posibles. Del mismo modo ha quedado igualmente claro bajo el capitalismo, que la distinta jerarquía en el ejercicio de la voluntad humana presuntamente  “libre” en general —tanto en la sociedad civil como en el Estado— estuvo y sigue férreamente sujeta al ejercicio de la propiedad privada sobre cosas materiales, que hacen a las jerarquías sociales de mando sobre terceras personas. Y esas cosas de carácter fundamental son los medios de producción y de cambio en la sociedad civil, que a su vez hacen a la escala jerárquica en los ámbitos estatales. Una autoridad ejercida por determinados individuos, que los ciudadanos delegan con su voto en los comicios periódicos. Así fue cómo la historia ha dado fe de la certeza, en cuanto a que el concepto de propiedad privada permitió a una minoría de esclavistas y señores feudales en la sociedad antigua, tanto como a los capitalistas en la sociedad moderna, ejercer su voluntad política supuestamente “libre” (en realidad enajenada), para despojar a las mayorías por mediación alternativa del engaño y la violencia. Tanto más cuanto mayor alcanzó a ser sucesivamente su censo de riqueza en propiedad, al interior de la sociedad civil y/o el rango jerárquico de poder disponer privadamente sobre las cosas y el personal en las instituciones políticas del Estado:

<<La Constitución política (en la Revolución francesa) culmina por tanto en la constitución de la propiedad privada. La suprema convicción política es la convicción de la propiedad privada (individual)>>. (K. Marx: Op. cit. Pp. 134)

               Fue precisamente John Locke quien introdujo el concepto de individuo propietario, cuya propiedad privada aparece como un derecho natural, base sobre la cual todavía se sostiene el constitucionalismo político liberal del Estado burgués. Una constitución que consagra el derecho “humano” de cada individuo a su propiedad privada, si es posible rebasando el límite de la que ostentan los demás individuos, como signo distintivo de su poder personal superior, tanto en  la sociedad civil como en el Estado. Incluyendo naturalmente al poder judicial, que así pasa subrepticiamente a depender del Poder ejecutivo y éste, a su vez, del poder económico concentrado en determinadas minorías acaudaladas. Tal como sucediera en 2013, por ejemplo en España, con la reforma del Consejo General del Poder Judicial durante el mandato del Partido Popular, cuya mayoría absoluta de representantes políticos en el Congreso de los diputados, le permitió poner a ese órgano judicial bajo el dominio del poder ejecutivo, ejerciendo en última instancia ese poder delegado, al dictado de los grandes capitales en medio de la última recesión económica, que parece haber llegado para quedarse. Un dominio cuyos diputados hicieron valer en su condición de propietarios privados mayoritarios de los escaños en el Congreso, para poder así haber impuesto esa reforma. He aquí la verdad del capitalismo descubierta por Marx, según la cual la democracia representativa es, en última instancia,  la dictadura de la propiedad privada sobre el capital en manos de una minoría opulenta.

          ¿Dónde si no en el poder económico manifiesto de la propiedad privada del capital en la sociedad civil, está el sustento del poder político en el Estado? ¿Cabe dudar, pues, de que bajo la sociedad de clases la “libertad” individual haya sido y siga siendo un atributo político esencial y exclusivo de la propiedad privada? ¿Cabe dudar a estas alturas de la historia moderna, de que el Estado “democrático” haya sido y siga siendo, sistemáticamente sometido a la voluntad política dictatorial de la propiedad privada, detentada desde la sombra por la minoría de capitalistas más acaudalados que hoy deciden el futuro inmediato de la humanidad agrupados en el llamado ”Club de Bilderberg?

          Desde fines de marzo de 1871, el perro sangriento que devoró a la Comuna de París estuvo encarnado en Louis Adolphe Thiers y demás secuaces suyos: Jules Favre, Ernesto Picard, Agustín Pouyer-Quertier y Jules Simon. Todos ellos en virtud de la propiedad sobre sus respectivos mandatos políticos, decidieron discrecionalmente repartirse en concepto de comisión, buena parte los dos mil millones de francos que costó a los ciudadanos franceses, el hecho de que estos sujetos gestionaran ante Alemania un préstamo al Estado francés por esa cantidad, bajo la condición de que tal coima no se hiciera efectiva, hasta después de conseguirse el aplastamiento de la “Comuna” y la “pacificación de París” por las tropas prusianas. ¿Cuántos crímenes y actos de corrupción desde el ejercicio del poder en virtud de la propiedad sobre cargos políticos —como éstos—, se han podido venir cometiendo hasta hoy en el Mundo impunemente, en nombre de la bendita palabra: naturaleza cuyo significado bajo el capitalismo tanto se parece a esta otra: facilidad?

          ¿Puede alguien dudar, pues, de que la corrupción política haya tenido su origen y resultado en el maridaje entre la democracia representativa —que hace a la propiedad privada periódica discrecional de ciertos individuos sobre los altos cargos que detentan en las instituciones del Estado burgués— por una parte, y la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción y de cambio que hacen al poder político personal de otros tantos sujetos en la sociedad civil por otra?  ¿Puede alguien dudar de que este maridaje siga siendo posible, a instancias de la prerrogativa exclusiva de los más altos representantes políticos electos, actuando en secreto contubernio con los propietarios del capital global en cada país? ¿Puede alguien dudar de que todo esto haya consistido y consista, en que ambas partes conviertan la cosa pública en propiedad privada individual? ¿Cabe dudar de que los tan cacareados ideales de “libertad, igualdad y fraternidad” hayan sido y sigan siendo un maldito timo? ¿Cabe dudar, en definitiva, que bajo semejante estado de cosas los ciudadanos de a pie hayamos venido siendo —y así seguimos—, políticamente contando como un cero a la izquierda en esta historia? 

          ¿Por qué tenaz e insensata estupidez seguir negándonos, entonces, a que como mayorías sociales seamos nosotros quienes, de una vez por todas, decidamos realmente poner las cosas en su sitio implantando la verdadera y genuina democracia? Pero ponerlas una vez más por encima de nosotros mismos, eso no. Porque así los bribones nos seguirían aplastando con el peso muerto de la historia “democrático-representativa” sobre nuestras cabezas. Hay que poner las cosas en el sitio justo, según el conocimiento de lo que es necesario hacer para tal fin, que nos concientiza, eleva y proyecta a la condición de sujetos auténticamente libres. Porque la genuina libertad democrática no ha sido nunca más que esto: actuar como mayorías absolutas con el previo conocimiento de la verdad sobre la realidad para transformarla, con arreglo al ser humano genérico, sin distinción de clases sociales.

          Y aquí vuelve con toda su fuerza esclarecedora el genio inmortal de Shakespeare: “Ser o no ser. Esta es la cuestión”. Pero ser en un mundo donde resplandezca la verdad, dejando atrás la ficción del engaño y el sometimiento político a la dictadura económica de la sinrazón capitalista. Y para eso es necesario, ante todo, comprender en su plenitud esencial la realidad que exige ser transformada, apoderándose de ella para ponerla en armonía con la LIBERTAD y la igualdad UNIVERSAL descosificadas.

          Las escandalosas fechorías cometidas por numerosos miembros de formaciones políticas como el Partido Popular a cargo del gobierno en la España más reciente, haciendo negocios con empresarios a expensas del erario público, son las mismas que desde la segunda mitad de los años veinte auspició Stalin el siglo pasado con sus secuaces en la ex URSS tras la muerte de Lenin. Todas ellas han sido y son de la misma naturaleza social perversa. Y todas sin excepción han sido inducidas por la propiedad privada. Ya sea de modo encubierto a instancias del llamado “enchufismo” de los políticos profesionales en disputa por ocupar las instituciones estatales en cada país, ya sea del modo más abierto y manifiesto por los empresarios, dueños directos de los medios de producción y de cambio en la sociedad civil. La propiedad privada hace a la competencia intercapitalista, y está última genera necesariamente 1) la creciente desigualdad social entre las dos clases sociales universales y 2) las disputas comerciales entre capitalistas y políticos agrupados en distintos países, que suelen desembocar en guerras de rapiña por apropiarse del “territorio enemigo”, incluyendo los medios de producción y de cambio allí localizados.

          Bajo condiciones económicas de acumulación de capital explotando trabajo asalariado en la sociedad civil, la clase propietaria de los medios de producción y de cambio convierte a los distintos Estados nacionales en mercados, donde las distintas empresas compiten entre sí para poner el poder político de las instituciones estatales al servicio de sus respectivos intereses económicos particulares. Para tal fin, los capitalistas compran la voluntad de los políticos profesionales que gobiernan esos Estados. Les corrompen. Un modus operandi que no sería posible sin la democracia representativa que les posibilita lograr ese propósito de un modo indirecto: por mediación del sufragio universal que delega la voluntad política de los electores, en determinados sujetos electos organizados en distintos partidos políticos, quienes prometen representarles en las instituciones estatales. Es esta una tramposa y delincuencial conjugación de la praxis política entre candidatos a ser representantes, y electores que les votan para que supuestamente les representen. Tramposa y delincuencial, porque tras cada acto electoral los candidatos electos dejan en papel mojado sus promesas, para lucrarse atendiendo a los intereses de los empresarios capitalistas. Burlan así la voluntad popular y el interés general. Un negocio que se acuerda y ejecuta en la discrecional intimidad que permiten los muy bien alfombrados y amueblados despachos de las distintas dependencias estatales, donde los políticos y los empresarios convierten secretamente la cosa pública en cosa privada.

          Tal es la ceremonia y el embeleco sobre el cual se ha podido venir sosteniendo, durante dos siglos, el sistema de vida basado en la explotación de trabajo ajeno y el reparto cada vez más desigual de la riqueza. Incluso en épocas de crisis[1][1]. Hablar de un máximo histórico de desigualdad social relativa entre ricos y pobres, no significa que ese proceso haya llegado a su límite, sino que la desigualdad ya no se nutre tanto de la plusvalía relativa (que aumenta por efecto de la productividad a expensas del salario sin perjuicio de su poder adquisitivo)[2][2], sino más bien de la plusvalía absoluta que solo aumenta por el mayor esfuerzo en el trabajo y la penuria creciente de los más pobres: el aumento de su miseria en perjuicio de su vida[3][3]. Un fenómeno ligado a la ignorancia, que a su vez induce a la pasividad y la sumisión: dos preciadas “virtudes ciudadanas” cuyo cultivo en la conciencia de los explotados la gran burguesía encarga a los más hábiles administradores políticos, formados en esos estratos intermedios de la sociedad, es decir, la pequeña burguesía intelectual. De modo que:

<<Mientras la clase oprimida —en nuestro caso el proletariado— no está madura para liberarse ella misma (porque desconoce la verdad sobre la realidad en que vive), su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda (a instancias de partidos reformistas estatizados, como es hoy el caso en España de “Izquierda Unida”, “Podemos” y demás “mareas” adosadas)>>. (F. Engels: “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” Cap. IX Barbarie y Civilización Pp. 105. Versión digitalizada Pp. 100. Lo entre paréntesis nuestro.).

 

          La propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, ha demostrado ser el resultado del instinto animal más primario en que se ha convertido buena parte del género humano, tras haber dejado su impronta en la destrucción y el holocausto de las dos guerras mundiales. Un proceso que actualmente se prolonga en conflictos bélicos que sacuden a países como es el caso de Gaza, Palestina, Siria, Irak, Sudán del sur, Afganistán, Yemen, Chad, Libia, Burundi, República centroafricana, Somalia y Nigeria, con un total de 65 millones de refugiados en otros tantos países. La mayoría de ellos por causas que radican en la disputa económica del gran capital multinacional, por la propiedad y el control de recursos naturales:      

       <<Ergo, en la presente emergencia histórica la consigna es, porque así debe ser: propiedad privada sí, pero sólo sobre los medios de consumo que momentáneamente cada cual con su capacidad en el trabajo sepa ganarse. No precisamente como “Los hombres de la viga” construyendo el “Rockefeller Center” durante la gran depresión económica de los años treinta el siglo pasado, tal como lo muestra la siguiente fotografía. Desafiando a la ley física de la gravedad en octubre de 1932 a 270 metros de altura, casi todos ellos inmigrantes irlandeses preparándose para el almuerzo donde trabajaban por unos pocos dólares al día. Ignorantes de la forma en que más abajo y muy cómodamente instalados en sus despachos, unos pocos individuos propietarios asociados capitalizaban la ganancia menguante, obtenida con el producto del riesgoso esfuerzo humano ajeno.

       Por aquí sin embelecos retóricos engañabobos, ha discurrido la intención de este trabajo divulgativo nada original, fundamento indiscutible de seis necesidades sociales y políticas, de cada vez más urgente realización a escala internacional:

 1) Expropiación de todas las grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin compensación alguna.

 2) Cierre y desaparición de la Bolsa de Valores y los paraísos fiscales.

 3) Control obrero colectivo permanente y democrático de la producción y de la contabilidad en todas las empresas, privadas y públicas, garantizando la transparencia informativa en los medios de difusión para el pleno y universal conocimiento de la verdad, en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.

 4) El que no trabaja en condiciones de hacerlo, no come.

 5) De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.

 6) Régimen político de gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según el método de la representación proporcional, sean revocables en cualquier momento de la misma forma.

        Teniendo en cuenta que desatender la urgencia de lo que es cada vez más necesario hacer, supone agudizar y prolongar todas las fatales y dolorosas consecuencias de esa renuncia:

         <<Hace ochenta y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada en el principio de que todas las personas son creadas iguales.

       Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como lugar de último descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa.

       Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí ya lo han consagrado, muy por encima de lo que nuestras pobres facultades podrían añadir o restar. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí digamos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Somos, más bien, nosotros, los vivos, quienes debemos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que los que aquí lucharon hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que de estos muertos a los que honramos tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron la última medida colmada de celo. Que resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra>>. (Confrontar con: https://es.wikipedia.org/wiki/Discurso_de_Gettysburg).

                                                                                                                                                                                                                                                                                                              GPM.