¿Lo necesario para todos, o lo que conviene sólo a unos cuantos?
<<Hegel
ha sido el primero en exponer rectamente la relación entre libertad (de acción) y necesidad (es decir, el hecho de actuar, no supone por eso ser
libre, si lo que se hace no es estrictamente necesario). Para él la libertad es la comprensión de la necesidad. (….) La
libertad de la voluntad no significa, pues, más que la capacidad de poder
decidir con conocimiento de causa. Cuanto más libre es el juicio (certeza)
de un ser humano respecto de un
determinado punto problemático, con tanta mayor necesidad estará
determinado el contenido de ese juicio (su concepto y la consecuente
voluntad de resolver el problema);
mientras que (por el contrario) la
inseguridad debida a la ignorancia y que elige con aparente arbitrio
entre posibilidades de decisión diversas y contradictorias (es decir,
contingentes), prueba con ello su propia
libertad, su situación de dominado por el objeto al que precisamente
tendría que dominar. La libertad consiste, pues, en el dominio sobre nosotros
mismos y sobre la naturaleza exterior, basado
en el conocimiento de las (distintas) necesidades
naturales (que exigen de nosotros mismos en cada caso un determinado
comportamiento)>>. (F. Engels:
“Antidühring” Cap. XI: “Moral y
derecho. Libertad y necesidad” Ed. Grijalbo/1977 Pp. 117/118. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros. Versión digitalizada Pp.
104).
01.
Introducción
La burguesía en general, no conoce otra libertad que la ejercida
para los fines de acumular riqueza
explotando trabajo ajeno. De aquí proviene aquél viejo refrán que reza:
“tanto tienes, tanto vales” (y puedes). Otra cosa es la necesidad objetiva, es decir, lo que sucede
independientemente de la mera querencia y voluntad humana. Por ejemplo: las crisis
económicas cíclicas periódicas del capitalismo y sus consecuentes recesiones. ¿Puede
alguien afirmar con conocimiento de causa, que son el producto de la voluntad
humana? Sin excepción, todas ellas han venido teniendo invariablemente su necesaria causa material inmediata,
en una insuficiente
producción de ganancia global,
respecto de lo que en esos precisos momentos cuesta producirla. Fenómeno este
último que hunde sus raíces en la propiedad
privada sobre los medios de producción y de cambio, que a su vez genera
el hecho que se llama competencia
intercapitalista, y de la cual resulta el proceso de la creciente
productividad del trabajo, potencialmente contenida en el adelanto
científico-técnico incorporado a los medios materiales de producción.
Este resultado práctico de la propiedad y la competencia, remite
a la siguiente pregunta: ¿en qué consiste la creciente productividad del trabajo? Y la respuesta es: sustituir sucesivamente cada vez más trabajo vivo —creador
de valor económico equivalente a salarios más un plus de valor ganancial—, por trabajo muerto contenido en un relativo
mayor número de medios técnicos de producción, cada vez más eficaces y
onerosos. De esta necesidad objetiva
resulta, que aun cuando bajo
condiciones normales de producción, es decir en ausencia de recesión
económica, el empleo de trabajo humano no deja de aumentar, disminuye respecto a los medios
de producción que ese trabajo pone en movimiento. Este hecho determina, inevitablemente, que la
producción de plusvalor o ganancia aumenta pero cada vez menos, a medida que disminuye relativamente el trabajo vivo empleado para
producirla. Al mismo tiempo que el costo
o gasto en medios técnicos para generar esa ganancia de incremento menguante,
aumenta en una relativa proporción
sucesivamente mayor. He aquí
la causa material o necesidad histórica
objetiva —que ninguna voluntad política pudo ni puede impedir—, de las
crisis y consecuentes recesiones
económicas periódicas que se han venido sucediendo desde los orígenes
del capitalismo, cada vez más prolongadas
y difíciles de superar. Y la consecuencia necesaria que cabe destacar a
raíz de este hecho, es que la recuperación de la producción que inaugura el
siguiente ciclo económico, dejando atrás la recesión que le precedió, por
efecto de la misma fatalidad inevitable, comienza empleando una masa de capital
global disponible, de magnitud mayor respecto a la invertida al inicio de la
recuperación del ciclo anterior. O sea, que la acumulación de riqueza relativa en manos de la
burguesía, no deja de aumentar, dando pábulo a la creciente distribución social
desigual de la riqueza.
Por tanto, dada la relación contractual entre capitalistas
y asalariados —entendidos como personas iguales ante la ley jurídica debidamente sancionada, para los fines de preservar el sistema—, la
consecuencia económico-práctica que resulta de esta formal relación jurídica de
producción es, que los asalariados jamás dejan de vivir en condiciones de penuria relativa históricamente
creciente, como resultado de una distribución de la riqueza cada vez más desigual entre las
dos clases sociales universales. En estos hechos consumados radica el origen y
la causa constitutiva, del antagonismo
históricamente irreconciliable contenido en la relación entre estas dos
clases sociales bajo el capitalismo. Una realidad presidida por la lógica objetiva contenida en la
relación social, entre los propietarios del capital y los portadores del
trabajo asalariado —que tampoco depende de la voluntad de nadie—, y en virtud
de la cual también es un hecho necesario y tangible, que durante las sucesivas recesiones económicas cíclicas,
se haya venido verificando el hecho de que, por efecto del paro masivo y el
descenso de los salarios acusado por los asalariados activos, la penuria
relativa del proletariado en condiciones de producción normales, pase con la
misma inevitable fatalidad durante las recesiones, a ser absoluta y creciente. Tal es la realidad que ahora mismo está
ratificando el sistema capitalista en la etapa postrera de su existencia,
agudizando la contradicción social tendente
a su no menos necesaria resolución histórica progresiva, con la misma o
mayor fuerza irresistible que fue necesario desplegar en su momento, para conformar
su origen superando al feudalismo. En suma, que todos estos hechos denotan y
confirman, el carácter histórico provisional
de existencia del capitalismo como sistema de vida.
02.
La presunta causa que supuestamente imposibilita la unidad política de los
asalariados
En el segundo apartado del capítulo II
de su obra titulado: “El último reducto del esencialismo: la economía”, Ernesto
Laclau y Chantal Mouffe han intentado impugnar la tesis marxista según la cual,
las condiciones de la producción capitalista tendente a la pauperización de la clase obrera en general y de la empleada
en particular, es la causa objetiva que les induce a unirse políticamente como
clase social explotada:
<<Cuanto mayores sean la riqueza social, el capital en
funciones, el volumen y vigor de su crecimiento (acumulación) y, por tanto, también, la magnitud absoluta de la población obrera (empleada), y la
fuerza productiva de su trabajo (moviendo cada vez más eficaces medios
técnicos de trabajo), tanto mayor será la plus-población relativa
o ejército industrial de reserva (en condiciones de paro). La fuerza
de trabajo disponible se desarrolla
por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital (físico invertido). La magnitud proporcional del ejército
industrial de reserva (en paro),
pues, se acrecienta a la par que las potencias de la riqueza (creada, en
poder de la burguesía y su distribución desigual). Pero cuanto mayor sea este ejército de reserva en proporción al
ejército de reserva activo, tanto mayor será la masa de plus-población consolidada o las capas obreras cuya
miseria está en razón inversa a la tortura de su trabajo (dado que la
presión de los desocupados les obliga a trabajar más tiempo y con mayor
intensidad, a cambio de menores salarios). Cuanto
mayores sean, finalmente, las capas de la clase obrera (activa) formadas por menesterosos enfermizos y el
ejército industrial de reserva (en paro). Tanto mayor será el pauperismo oficial. Esta es la ley general absoluta de la acumulación capitalista>>. (K. Marx: “El capital” Ed. Siglo XXI/1980 Libro I Vol. III Cap. XXIII Pp.
803. Versión digitalizada)
Hoy estas previsiones de Marx se
cumplen rigurosamente. Lo que Marx ha llamado pauperismo oficial se define por ingresos
salariales que no alcanzan a satisfacer las necesidades más esenciales de una
familia, y cuyos miembros activos son forzados a trabajar durante largas
jornadas de trabajo, y los gobierno toleran que se extiendan más allá de las
legalmente previstas oficialmente, sometidos a ritmos de trabajo insoportables:
<<Resulta
pues sumamente ventajoso hacer que los mecanismos de los medios técnicos funcionen
infatigablemente, reduciendo al mínimo posible los intervalos de reposo: la
perfección en la materia sería trabajar siempre (se ha introducido en el mismo
taller a los dos sexos y a las tres edades, explotados en rivalidades, de
frente y, si podemos hablar en estos términos, arrastrados sin distinción por
el motor mecánico hacia el trabajo prolongado, hacia el trabajo de día y de
noche, para acercarse cada vez más al movimiento perpetuo>>. (Barón Dupont: “Informe a la cámara de París, 1847. Cita de Benjamín Coriat
en su obra: “El Taller y el cronómetro” Ed.
Siglo XXI/1982 Cap. III Pp. 38),
Y
al respecto de las consecuencias provocadas por semejantes condiciones de
trabajo, un estudio riguroso de las estadísticas comparadas de mortalidad en
los EE.UU., Eyers y Sterling, han demostrado que:
<<...después
de la adolescencia, la mortalidad está más relacionada con la organización
capitalista que con la organización médica....Una conclusión general, es que un
gran componente de la patología física y muerte del adulto, no deben ser
considerados actos de Dios ni de nuestros genes, sino una medida de la tragedia
causada por nuestra organización económica y social..." Estos autores
consideran al "stress" como el eslabón entre las "noxas"
(daños) sociales y el deterioro biológico (catabolismo). Eyers y Sterling
definen el "stress" como "...los cambios que ocurren en un
sujeto llamado a responder a una situación externa, para enfrentar la cual él
no tiene capacidad o está dudoso de tenerla...Ello produce un estado de alerta
psicológica y física que se inicia en la conciencia, en el cerebro y pone en
tensión el cuerpo…>> ("Stress‑Related, Mortality and Social
Organization" En: "Salud
Panamericana" Vol. 8‑l).
Los accidentes de
toda índole y las muertes prematuras, tienen sus causas en la super-explotación
al que ha venido siendo sometida la clase obrera desde los tiempos del “Taylorismo”. Pues bien,
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe niegan la teoría marxista de la pauperización y
sus consecuencias, intentando demostrar que la tendencia objetiva a la unidad política de la clase obrera
es falsa. Y para ello se han basado en los estudios realizados por los
norteamericanos D. Gordon R. Edward y M Reich en: “Segmented Work, Divided
Workers” (“Trabajo segmentado,
trabajadores divididos”) Cambridge/1982,
que citan en su trabajo y según los cuales:
<<La
evolución de las formas de control (patronal) en el proceso de trabajo, en combinación con el racismo y el sexismo,
han creado una segmentación del mercado de trabajo que ha cristalizado en la
división de la clase obrera en facciones con tendencias políticas opuestas
según sus respectivos intereses. Estos señores han identificado la existencia
de tres mercados de trabajo correspondientes a tres diferentes divisiones de la
clase obrera. El primero incluye a la mayoría de las ocupaciones de tipo
profesional. Es el dominio de los sectores medios que gozan de un empleo
estable con posibilidades de promoción y de salarios relativamente altos. Estas
características suelen también encontrarse en el primer mercado subordinado,
con la diferencia de que los obreros de este sector —la clase obrera
«tradicional» conjuntamente con los obreros semi-cualificados del sector
terciario— sólo posee calificaciones específicas adquiridas en la empresa, y
que su trabajo es repetitivo y ligado al ritmo de las máquinas. En tercer lugar
encontramos el «mercado secundario» que es el de los obreros no cualificados,
que no tienen posibilidades de promoción, ninguna seguridad de empleo y bajos
salarios. Estos trabajadores no están sindicados, su cambio de empleo es
rápido, y la proporción de mujeres y negros es alta>>. (Op. Cit. Ver Pp.143).
Estos señores omitieron deliberadamente
haber tenido en cuenta, que la competencia intercapitalista y el consecuente
aumento en la productividad del trabajo, tal como hemos explicado más arriba,
desemboca en crisis periódicas y consecuentes recesiones, cuyos efectos nocivos
atacan profundamente las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados, de
modo que aun cuando en distinta magnitud, afectan gravemente a todas las categorías del trabajo social en que la clase
obrera aparece dividida, según la específica naturaleza de sus respectivos
trabajos y su distinta cualificación. Y más aún si se trata de crisis y consecuentes recesiones
terminales como la de 1929 y la última de 2008 que todavía se prolonga.
Bajo tales circunstancias, la ganancia insuficiente respecto del mayor gasto en
producirla induce a la super-explotación de los asalariados, que consiste en
combinar los menores salarios con la mayor extensión de cada jornada laboral y
los más intensos ritmos de trabajo. Una realidad que la burguesía sólo podrá
volver a superar apelando a la destrucción y muerte masiva de una Tercera
Guerra Mundial, lo cual supone que la humanidad ahora mismo corra el riesgo, de
que la vida desaparezca para siempre de este Planeta, tal como lo hemos
expuesto en nuestra última publicación.
O sea, que cuando el desarrollo de la
fuerza productiva del trabajo contenida en los medios técnicos de producción, agota las posibilidades de la
burguesía en cuanto a seguir convirtiendo salario en plusvalor, con fines
gananciales que justifiquen la inversión de producirlo, cuando este límite se
alcanza la experiencia ha demostrado, que el pauperismo oficial se afirma y generaliza,
de modo que esa división política supuestamente
permanente de la clase obrera —para los fines de su control y dominio—,
se diluye como un azucarillo en el agua y la tendencia que se impone,
irresistiblemente, es la que alumbra en las conciencias de los explotados: su
necesidad de unidad política para la lucha común eficaz contra la burguesía.
Así las cosas, el hecho de que Ernesto
Laclau y Chantal Mouffe hayan adecuado convenientemente
su pensamiento, a la peregrina idea de que el capitalismo es eterno y progresivamente reformable,
semejante sinrazón interesada obedece al arbitrario principio subjetivista y
pragmático, que concibe la realidad con arreglo a una voluntad y consecuente
acción humana incondicionadas, nada que ver con el concepto hegeliano de
libertad como comprensión o conocimiento
de lo que es objetivamente necesario. Porque si tenemos en cuenta la
verdad de que objetivamente necesario es todo lo que sucede independientemente
de la voluntad de nadie, el hecho de que ambos autores hayan acordado en apelar
convenientemente a un pensamiento subjetivista y falaz, acomodaticio y
pragmático, para poder pasar caprichosamente sobre la realidad del capitalismo como
por sobre ascuas, su comportamiento lo dice todo.
Pero lo más grave de tal modo de ser, es que nada
de lo expresado por nosotros sintéticamente aquí hasta este punto, según las
previsiones del pensamiento de Marx corroborado
por la historia, fue abordado
críticamente por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. A falta de razones
convincentes que justifiquen sus infundadas proposiciones, ambos han decidido eludir
pronunciarse críticamente acerca del concepto dialéctico-científico hegeliano-marxista
de necesidad histórica objetiva;
No han podido impugnar la idea de que la relación social entre burguesía y
proletariado no solo es por sí misma
contradictoria y antagónica, sino también históricamente irreconciliable. Por
tanto, con su silencio han reconocido ser incapaces
de desmentir la verdad, de que la relación entre capital y trabajo tienda
necesariamente a resolverse, eliminando naturalmente al polo dialéctico conservador de la contradicción, el capital, que por su propia supervivencia
se opone al desarrollo progresivo de la historia humana. Esa cosa, el capital, es
el polo dialéctico conservador convenientemente representado por la burguesía, al
que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe se han abrazado por pura conveniencia vital
compartida. Y esa misma causa de la
conveniencia, es la que les ha inducido a negar la contradicción entre
burguesía y proletariado, procurando conservarla.
¡¡Y no puede haber otra causa que esa,
la conveniencia!! Porque cualquier ser humano que comulgue con la verdad sobre
la realidad acontecida desde la
Revolución francesa, no puede negar que sin proletariado no pudo ni
puede haber burguesía, en tanto que, por el contrario, los asalariados sí podemos vivir mucho mejor y en paz
con nuestros semejantes, prescindiendo de esa clase social explotadora,
corrupta, mentirosa y beligerante por excelencia, que es lo que ha venido demostrando
ser a lo largo de su historia la burguesía. De no ser por el mismo interés
clasista que les ha venido uniendo a sus demás colegas en los aparatos
ideológicos estatales del mundo en el que dictaron cátedra, sería inexplicable que
Laclau y Mouffe propugnaran eso que dieron en llamar “pluralismo democrático
radical”, donde capitalistas y proletarios coexisten bucólicamente bajo la
férrea dictadura “democrático-representativa” de los primeros. En definitiva, que
ambos han procurado sumarse agradecidos, a la tarea contra natura de eternizar la contradicción entre
burguesía y proletariado, conciliando lo necesario e históricamente inconciliable.
Y para tal fin sacaron de su chistera esa “cosa” que llamaron “democracia
radicalizada”, donde para dar cabida en ese engendro institucional a la pequeñoburguesía,
le añadieron la palabra “plural”:
<<Esto
nos ha conducido a redefinir el proyecto socialista en términos de una
radicalización de la democracia; es decir, como articulación de las luchas
contra las diferentes formas de subordinación —de clase, de sexo, de raza, así
como de aquellas otras a las que se oponen los movimientos ecológicos,
antinucleares y anti-institucionales—. Esta democracia radicalizada y plural,
que proponemos como objetivo de una nueva izquierda (sin ruptura con la
socialdemocracia de la Segunda Internacional), se inscribe en la tradición del proyecto político «moderno» formulado
a partir del Iluminismo, e intenta prolongar y profundizar la revolución
democrática iniciada en el siglo XVIII, continuada en los discursos socialistas
del siglo XIX, y que debe ser extendida hoy a esferas cada vez más numerosas de
la sociedad y del Estado>>. (“Hegemonía
y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia” Introducción.
El subrayado y lo entre paréntesis nuestro. Versión digitalizada. Ver
Pp. 6).
Así
es cómo estos señores han dejado negro sobre blanco, que reivindican las luchas
contra todas las “formas de subordinación”. Pero contradictoriamente negaron la mayor confesando pertenecer a lo que
ellos llaman una “nueva izquierda” de filiación política pequeñoburguesa, cuya
fundamental preocupación ha sido y es, abrevar en los comederos del gran
capital, mediando en la relación política entre la burguesía propiamente dicha
realmente dominante y el proletariado, dejando así en el papel, intacta y
permanente la relación entre los explotadores y los explotados, es decir, la
principal forma clasista de subordinación social de los explotados para fines
mutuos gananciales de los explotadores. Y para tal fin procedieron tan
arbitraria y pragmáticamente como se aferraron a la idea contenida en la
palabra “contingencia”, cuyo significado alude a lo que puede hacerse realidad
o no, según las circunstancias. Finalmente y para completar su acendrado culto
por el engendro policlasista, decidieron adoptar —no menos oportunistamente— lo
que Antonio Gramsci por otras causas estratégicas distintas
y totalmente contrarias a la las suyas, empleó la expresión “hegemonía”, es decir, el poder
de influencia sobre un colectivo de sujetos, para conseguir una determinada
finalidad política:
<<Determinar cuál es esa
lógica específica de la contingencia, es una de las tareas centrales de
este libro. Por eso la ampliación de las áreas de aplicación del concepto, de
Lenin a Gramsci, fue acompañada de la expansión del campo de las articulaciones
contingentes y de la retracción (retroceso) al horizonte de la teoría de la categoría
de «necesidad histórica», que había constituido la piedra angular del marxismo
clásico. Según argumentaremos en los dos últimos capítulos, es la expansión y
determinación de la lógica social implícita en el concepto de «hegemonía» —en
una dirección que va, ciertamente, mucho más allá de Gramsci— la que nos provee
de un anclaje a partir del cual las luchas sociales contemporáneas son
pensables en su especificidad, a la vez que nos permite bosquejar una nueva política para la izquierda (burguesa), fundada en el proyecto de una
radicalización de la democracia (representativa, lo cual supone dejar
intangibles las raíces del sistema capitalista)>>. (Ernesto Laclau y Chantal Mouffe: “Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la
democracia”. Ver Pp. 11. Lo entre paréntesis y el
subrayado nuestros).
Está claro que, para Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, en la
historia de la humanidad nada ha tenido ni tiene que hacer la necesidad objetiva económicamente
determinada —tal como lo concibieran Marx y Engels— sino que, al
contrario, su preocupación y pulso directriz —por la cuenta que les ha venido
trayendo— ha estado y seguirá presidido por lo contingente y subjetivo, entendiendo por tal contingencia al
liderazgo eventualmente protagonizado por un colectivo relativamente minoritario
de sujetos oportunistas, verdaderos bon
vivant con capacidad política de hegemonizar el dócil comportamiento de la gran masa humana
restante, convertida en objeto manipulable para fines ajenos a sus propios
intereses de clase explotada. Todos los que así piensan y actúan, como Ernesto
Laclau y Chantal Mouffe, pasan de puntillas sobre lo que, por ejemplo, sucede
con la ganancia global una vez producida por los distintos capitales agrupados
en grandes y medianas empresas, que cotizan en la bolsa de valores. Y el caso
es que el reparto de tal ganancia no depende de la contingente voluntad de
nadie, sino que corre por cuenta de esa cosa
tan objetiva como impersonal e independiente de toda voluntad humana, llamada
mercado, que a instancias de
la oferta y la demanda global finalmente se distribuye, según la masa
de capital y consecuente capacidad
de producción, con que cada una de tales empresas participa en el común
negocio de explotar trabajo ajeno, según así lo determina la llamada Tasa General de Ganancia Media. Es
ésta la misma forma objetiva de distribución, que se confirma en la física
experimental con el distinto volumen de líquido contenido en los llamados vasos
comunicantes, según su distinta capacidad.
03.
El concepto gramsciano de “Hegemonía” y la “democracia radical” de Laclau y
Mouffe
Hecha esta importante aclaración,
decir que, para Rosa Luxemburgo, Antonio
Gramsci y hasta cierto momento
de su vida el propio Karl Kautsky, el concepto de “hegemonía” estuvo siempre
inspirado no en la estrategia de integración del proletariado al sistema
capitalista, sino bien al contrario, en la de ruptura política con la burguesía, Una estrategia que se
proyectó generacionalmente desde Marx y Engels hasta Lenin, es decir, como
parte de la alternativa política necesaria
y efectivamente revolucionaria frente al poder hegemónico impersonal, ejercido por la ley objetiva del valor a
instancias de los mercados, en favor de la clase burguesa dominante bajo el
sistema capitalista.
Estamos hablando de la lucha contra el
poder
fetichista
de la burguesía, reforzado por las instituciones políticas de control sobre los
explotados, que hacen a la “cultura” de masas a través de los aparatos ideológicos del Estado,
los medios privados y públicos de
comunicación de masas y, más recientemente, la industria del entretenimiento. Y para combatir todas
estas formas de explotación y dominio político clasista, con el propósito de lograr
la finalidad efectivamente revolucionaria,
tanto Rosa Luxemburgo como Gramsci jamás en sus vidas dejaron de aportar a la
lucha eficaz de la clase obrera, por alcanzar un poder político hegemónico y
auténticamente democrático, ejercido desde la perspectiva que este último denominó
“guerra de posiciones”, cuyo objetivo
estratégico consistió en eliminar de
la sociedad la raíz económica, social y política de los “valores”
establecidos por la burguesía. Y dado que cada filosofía de valores exige sus
respectivas estructuras organizativas para los fines de su ejecución política
práctica, tanto Rosa Luxemburgo como Antonio Gramsci, coincidieron en que esa
forma de lucha debía tener como conditio sine qua non de eficacia
revolucionaria, un accionar al margen
e independientemente de las instituciones políticas oficiales del
sistema:
<<Siguiendo
la línea de Maquiavelo, Gramsci argumenta que el 'Príncipe moderno' —el partido revolucionario—
es la fuerza que permitirá que la clase obrera desarrolle intelectuales
orgánicos y una hegemonía alternativa dentro de la sociedad civil [es decir, fuera de las
instituciones políticas del sistema]. Para
Gramsci, la naturaleza compleja de la sociedad civil moderna implica que la
única táctica capaz de minar la hegemonía de la burguesía y llevar al
socialismo es una 'guerra de posiciones' (análoga a la guerra de trincheras),
la 'guerra en movimiento' (o ataque frontal) llevado a cabo por los bolcheviques fue una
estrategia más apropiada a la sociedad civil 'primordial' existente en la Rusia
Zarista.
A pesar de
su afirmación de que la frontera entre las dos es borrosa, Gramsci alerta
contra la adoración al estado que resulta de identificar a la sociedad política
con la sociedad civil, como en el caso de los jacobinos y los fascistas. Él cree
que la tarea histórica del proletariado es crear una 'sociedad regulada' y
define al 'estado que tiende a desaparecer' como el pleno desarrollo de la
capacidad de la sociedad civil para regularse a sí misma>>. (Wikipedia. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros).
<<El
moderno príncipe, el mito-príncipe no puede ser una persona real, un individuo
concreto, puede ser solamente un organismo; un elemento de sociedad complejo,
en el cual ya tiene principio el concretarse de una voluntad colectiva,
reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo es dado ya por
el desarrollo histórico (necesariamente predeterminado por las
leyes objetivas del sistema capitalista) y
es el partido político, la primera célula en que se agrupan gérmenes de
voluntad colectiva que tienden a hacerse universales y totales>>. (A.
Gramsci: “Cuadernos de la
Cárcel”. Tomo 5 Cuaderno
13. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros).
Rosa Luxemburgo y Gramsci también
coincidieron, en que la unidad político-partidaria de la clase obrera, no
depende de ninguna ocasional
contingencia, sino que está predeterminada por el conocimiento militante
de las leyes objetivas del propio
sistema, de lo cual resulta que los partidos políticos revolucionarios
fungen como universidades alternativas al sistema capitalista, donde prevalece
fundamentalmente la enseñanza del concepto de libertad como conocimiento o
comprensión de la necesidad. Y para ello apuntaron subversivamente hacia un
nuevo modelo de convivencia social, bajo el poder auténticamente democrático de las mayorías absolutas asalariadas, en modo alguno “plural” en
el sentido de policlasista. Concepto éste último que abarca o engloba los
intereses de la burguesía en tanto que clase social minoritaria dominante y totalitaria, es decir, antidemocrática.
El hecho de que a semejante realidad social
policlasista Ernesto Laclau y Chantal Mouffe le llamaran “plural”, a sabiendas de
que esa forma de vida objetivamente implica la coexistencia de una clase dominante y otra subalterna, al
interior de unas instituciones que garantizaban la hegemonía política de la
clase dominante y que a eso le hayan llamado “democracia radical posmarxista”, con
ese gesto apenas si ambos logran ocultar su oportunismo reformista burgués de
medio pelo:
<<En este punto es necesario decirlo
sin ambages: hoy nos encontramos ubicados en un terreno claramente
posmarxista. Ni la concepción de la subjetividad y de las clases que el
marxismo elaborara, ni su visión del curso histórico del desarrollo
capitalista, ni, desde luego, la concepción del comunismo como sociedad
transparente de la que habrían desaparecido los antagonismos, pueden seguirse
manteniendo hoy. Pero si nuestro proyecto intelectual en este libro es posmarxista,
está claro que él es también posmarxista. Es prolongando ciertas intuiciones y
formas discursivas constituidas en el interior del marxismo, inhibiendo y
obliterando otras, como hemos llegado a construir un concepto de hegemonía que,
pensamos, puede llegar a ser un instrumento útil en la lucha por una democracia
radicalizada, libertaria y plural. Aquí la referencia a Gramsci, si bien
parcialmente crítica, es capital. >>. (Op. Cit. Pp. 13)
El terreno al que Ernesto
Laclau y Chantal Mouffe aluden en este pasaje de su obra y dieron en llamar
eufemísticamente “posmarxista”, es el que sirvió y sigue sirviendo de soporte material a los
aparatos ideológicos del Estado, en los diversos países y sus respectivas universidades,
donde alternativamente ambos optaron por recalar y, de cuyo erario público y
privado medraron durante casi toda su existencia, a cambio de difundir e
inculcar la filosofía liberal del “pensamiento único” burgués, coqueteando
del modo más oportunista y rastrero con un pseudo-marxismo reformista deliberadamente
degenerado, que para ellos en particular fue un medio de alcanzar la celebridad
y un confortable modo de vida. A esta misma profesión teórica y política
revisionista, pragmática y acomodaticia de arrimar el ascua a su sardina, han venido
dedicando y dedican su vida, sin excepción, los integrantes de ese ejército de catedráticos
en las universidades de todos los países del Mundo.
Y
como no podía ser de otra manera, a esta concepción del mundo supuestamente
reformista del capitalismo y de la vida política, que deja las cosas como están
según los valores tradicionales de la burguesía en la sociedad actual, han
adherido los dirigentes y demás miembros de la reciente formación política oportunista llamada “Podemos”, falsificando
miserablemente la filosofía política de cuño marxista clásico, a la que adhirieron
solidariamente Rosa Luxemburgo y Gramsci.
04. Epílogo
Por
último, queremos insistir aquí en lo previsto por Marx que sucedería necesaria
y fatalmente, utilizando para ello las cuatro operaciones aritméticas
elementales en 1857, y que ahora mismo está sucediendo por segunda vez en todo el Mundo. Nos referimos a la crisis terminal del sistema capitalista
en 1929, y a la espantosa idea que bajo tales circunstancias alumbró en la gran
burguesía internacional de entonces, para los fines de poder continuar con el común negocio de
explotar trabajo ajeno. Esa idea consistió en hacer realidad la
“contingencia” de una Segunda Guerra Mundial, que destruyó gran parte de lo
construido por las fuerzas sociales productivas hasta ese momento, retrotrayendo
así la situación económica del capitalismo a condiciones anteriores ya
superadas. Una idea que se concretó, además, llevándose por delante la vida de
70 millones de personas. ¿Hay alguna
duda acerca de lo que la barbarie de la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio
es capaz de hacer, con la irrisoria minoría de sus propietarios que la
usufructúan en todo el Mundo, dirigiendo férreamente desde la sombra las
instituciones políticas del sistema?
En
nuestro trabajo anterior a éste bajo el título: <<Como en las “Palabras
para Julia” de Paco Ibáñez>>, estamos seguros
de haber despejado al respecto cualquier duda, acerca de los peligros que ahora
mismo se ciernen sobre la humanidad, ante la posibilidad de que los burócratas políticos
corruptos presionados por los intereses económicos internacionales que les
manejan, vuelvan a desatar otra Guerra Mundial de proporciones apocalípticas,
dado el poder destructivo de sus medios bélicos que podrían hacer desaparecer
toda forma vida en este Planeta. ¿Qué hacemos, seguimos ocupándonos de nuestros
mezquinos asuntos personales y familiares, “cada uno en su casa y el Dios
capital en la de todos”?
Como
dejó dicho Hegel con toda razón, la comprensión o el conocimiento de lo que es
necesario hacer, ha sido la causa que permitió a ciertos seres humanos
consagrarse a la virtud de la libertad en toda su historia. Pero esta razón
científica no se suele hoy impartir en las escuelas y universidades del
sistema capitalista, donde está prohibido pensar más allá de lo que simplemente
aparenta o parece ser. Por el
contrario, la única causa que ha venido regimentando y todavía mueve cada vez
más brutalmente a los burgueses desde sus orígenes, ha sido y sigue siendo la maximización de las ganancias. Esta
es su “libertad” por excelencia
y no conocen otra, dejándose regir por la ley del valor económico a su
disposición para explotar trabajo ajeno. O sea, que para ellos, la “libertad” pasa
por su propiedad sobre cosas. Es la cosificación de la libertad que le supone
al “burgués demócrata y plural”, la cuasi
omnímoda facultad o prerrogativa de mandar sobre terceras personas de condición
asalariada —dentro y fuera de su lugar de trabajo— que para eso está la engañosa
industria de la publicidad, completando el ejercicio de ese odioso requisito
clasista cosificado, explotador y potencialmente genocida bestial, que jamás ha
tenido ni tiene nada que ver con el verdadero y legítimo concepto de libertad,
propio del ser humano genérico.
A
ver quién puede demostrar con pruebas históricas tangibles al canto, dónde y
desde cuando la consigna de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, ha estado
vigente. ¡¡A la mierda, pues, con el sistema capitalista y su democracia
representativa, falsa y corrompida ya mismo!! ¡¡Ésta es la consigna que debiera
prevalecer en la conciencia y determinación
política ciudadana de las mayorías sociales explotadas!!
¿Qué
tontería es esa de seguir en todos los países votando a unos políticos oportunistas
—cualesquiera sean las siglas de su filiación y promesas electorales—, para comprobar
luego que se someten a las directrices de sus mandantes, los capitalistas, haciendo
justamente lo contrario que prometieron? ¿No es esto lo que ha hecho
recientemente y así sigue cumpliendo con esa máxima, el actual primer ministro
Alexis Tsipras en Grecia, como antes sus antecesores en todo el Mundo? ¿O es
que la próxima sería la primera vez? ¿No será que nosotros, los explotados, somos
tan imbéciles y redomados como masoquistas empedernidos? ¿Queremos capitalismo?
¡¡Pues toma capitalismo!!