La deriva política totalitaria del capitalismo terminal, y el cambio sustituto por la revolución socialista

 

          Entre los años del Siglo XIX durante la revolución industrial de la burguesía incipiente en Europa, además de que tardó en arrancar se desarrolló con gran dificultad y lentitud, dado que por entonces era un territorio demasiado rural, científica y culturalmente subdesarrollado y con unas clases dominantes todavía poco dispuestas a la innovación y al cambio. Por ello, hasta finales de ese siglo no empezaron a consolidarse allí los primeros núcleos significativos de industrialización.

 

          No obstante, en 1868 surgió la Asociación Internacional de los Trabajadores, primera gran organización obrera internacional, con la finalidad de propagar sus ideas y fundar los primeros núcleos socialistas obreros. ¿Por qué obreros? Pues, porque tanto el capital industrial y comercial como el capital bancario que rinden interés monetario, son formas de relación social derivadas de los intercambios comerciales entre burgueses, dado que las ganancias bajo el capitalismo no sólo pueden derivar de relaciones sociales desiguales mediadas por la explotación del trabajo ajeno remunerado, sino que además:

                   <<En todas partes, el obrero [antes de haber cobrado su salario] adelanta al capitalista el valor de uso de su fuerza de trabajo; es decir que le permite al comprador [su patrón] que consuma [esa fuerza] antes de haber recibido el pago de su precio correspondiente. Así en todas partes es el obrero el que abre crédito al capitalista. Que este crédito no es imaginario lo revela no solo la pérdida ocasional del salario acreditado cuando el capitalista se declara en quiebra, sino también una serie de efectos de carácter duradero. Con todo, que el dinero [del capitalista] funcione como medio de compra o como medio de pago [al obrero por su trabajo], es una circunstancia que en nada afecta a la naturaleza del intercambio mercantil. El precio de la fuerza de trabajo se halla estipulado contractualmente, por más que al igual que el alquiler de una casa, se lo realice con posterioridad [a la firma del contrato]. Esa fuerza de trabajo del obrero está vendida aunque sólo más tarde su patrón le pague por ella. Para concebir la relación en su pureza, sin embargo, es útil suponer por el momento que el poseedor de la fuerza de trabajo percibe de inmediato cada vez, al venderla, el precio estipulado contractualmente>>. (K. Marx: “El capital” Libro I Sección IIª Cap. IV Aptdo. 2 Ed. Siglo XXI  Pp. 214. Lo entre corchetes nuestro).

 

          La propiedad privada desde los tiempos en que se ha ido formado incipientemente la burguesía, se considera como un atributo o prerrogativa del individuo que según se considera, proviene del orden natural entendido como aquel estadio en el que todos los sujetos son libres e iguales por naturaleza, de modo que el dominio social del propietario sobre cualquier cosa es un derecho natural inherente a la persona humana, del que el individuo goza y representa la exteriorización y proyección de su personalidad sobre las cosas que le pertenecen. O sea que el ius utendi es el derecho de uso sobre una cosa o persona dependiente. Y servirse de esa cosa o persona da lugar al interés, ya sea personal o colectivo sobre esa cosa o persona. De acuerdo pues con esa función social del derecho, tal interés resulta ser legítimo siempre y cuando esa conducta no viole preceptos legales ya establecidos, o derechos de otros propietarios. Por ejemplo, bajo el principio del ius utendi no podría el propietario de un bien inmueble justificar la tenencia de una plantación de marihuana, al estar prohibida por la mayoría de los ordenamientos jurídicos. De la misma forma, un empresario no puede justificar bajo este principio, ruidos excesivos típicos de una actividad industrial en una zona residencial, que hagan intolerable la vivencia de sus vecinos.

          El ius fruendi es el derecho que ostenta el propietario de una cosa, a gozar y disponer de ella sin más limitaciones que las establecidas por las leyes. Además, esta facultad de goce se extiende a los frutos o productos que pueda producir la cosa propia. Así, por ejemplo, tratándose de un manzanar, las manzanas no son productos fabricados sino frutos naturales. Y el fruto civil que percibe el propietario del manzanar, es la renta que obtiene por haber dado ese manzanar en arrendamiento al inquilino que se apropia de las manzanas. Tratándose de dinero, el monto que percibe el propietario del manzanar es en concepto de alquiler.

          Veamos ahora el fruto civil percibido por el propietario de unas cosas —en este caso medios técnicos de producción— que los cede día que pasa y por tiempo determinado a otros sujetos de condición asalariada, para que los usen produciendo con ellos determinados productos, de los cuales ese propietario se apropia, a cambio de un salario que acuerda con ellos a instancias de un contrato de trabajo, como es el caso bajo el capitalismo entre el propietario de las esas cosas llamadas herramientas o maquinarias instrumentales, y sus asalariados dependientes encargados de utilizarlas para fabricar dichos productos.       

          A continuación demostraremos aquí que históricamente, la propiedad privada capitalista se ha encargado de enterrar en el mundo las virtudes de la igualdad, la libertad y la seguridad de las personas dependientes de sus respectivos patronos. Y ni que decir tiene donde fue a parar la fraternidad entre ellos.

 

          ¿Qué es la igualdad para la doctrina de los DD.HH bajo el capitalismo? Según el artículo 3 de la constitución francesa en 1795: "La igualdad consiste en que la ley es la misma para todos, así en cuanto protege como en cuanto castiga". Tal es el espíritu y la letra omnipresentes en todas las constituciones burguesas desde entonces hasta hoy. ¿Qué es lo que norman, rigen, regulan y consagran las leyes vigentes bajo el capitalismo? El comportamiento de los seres humanos como almas propietarias. O sea, su relación social contractual por mediación de la cual, por ejemplo, los propietarios privados de medios de producción desde los orígenes del capitalismo hasta hoy, ofrecen dinero en forma de salario a cambio de trabajo asalariado:

<<Para que perdure esta relación es necesario que el poseedor de la fuerza de trabajo la venda siempre por un tiempo determinado [durante jornadas diarias de la misma duración] y nada más, ya que si la vende toda junta de una vez para siempre, se vende a sí mismo, se transforma de hombre libre en esclavo, de poseedor de mercancía (su fuerza potencial de trabajo) en simple mercancía. Como persona [el asalariado] tiene que comportarse constantemente con respecto a su fuerza de trabajo, como con respecto a su propiedad [sobre ella] y, por tanto, a su propia mercancía [para que su patrón la utilice sumando riqueza y ganancia en los productos fabricados durante cada jornada laboral], y únicamente está en condiciones de hacer eso, en la medida en que la pone a disposición del comprador —se la cede para su consumo— sólo transitoriamente cada día y por un tiempo determinado [según lo acordado en el contrato de trabajo], no renunciando, por tanto, a su propiedad sobre ella [sobre su fuerza de trabajo]>>.  (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. IV Aptdo. 3 Compra y venta de la fuerza de trabajo. Ed. Siglo XXI/1978 Cap. IV Pp. 204. Lo entre corchetes nuestro).

Este galimatías dialéctico basado en la igualdad formal que figura en la normativa jurídica y en los contratos de trabajo, desfigura la realidad cuando por ejemplo en ese acto, parece supuestamente que se intercambian equivalentes, pero a la postre resulta ser éste un intercambio desigual, porque la ganancia capitalista crece sin cesar a expensas del salario, paradoja que tiene su fundamento no precisamente en el ámbito de la relación contractual sino en el trabajo efectivo y real ¿Dónde ha venido radicando la desigualdad entre patronos y obreros en favor de los primeros? Para descubrir el secreto de este galimatías, hay que comenzar por decir que la fuerza o capacidad de trabajo en todo individuo vivo, está contenida en su cuerpo y para ejercerla en forma de trabajo, necesita esencialmente a cambio cierta cantidad en medios de subsistencia:

<<Por tanto, el tiempo de trabajo necesario [previo] para la producción de la fuerza [potencial] de trabajo [desplegada posteriormente en cada jornada de labor por el obrero en cualquier fábrica de propiedad privada burguesa], se resuelve en el tiempo de trabajo necesario para la producción de los medios de subsistencia o, dicho de otra manera, el valor de la fuerza de trabajo [potencial del asalariado] es el valor contenido en los medios de subsistencia necesarios para la conservación del poseedor de aquella>>. (Ed. Siglo XXI/1978 Cit. Libro I Cap. IV Pp. 207. El subrayado y lo entre corchetes nuestro).

<<Considerándolo según su forma real, el dinero —esa parte del capital que el capitalista gasta para adquirir capacidad de trabajo humano— no representa nada más que los medios de subsistencia existentes en el mercado o lanzados en él en ciertas condiciones (within certain terms) que entran en el consumo individual del obrero>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. VI (inédito): “Resultados del proceso inmediato de producción”  13ª. Edición. Ed. Siglo XXI/1990 Pp. 12).

 

Pero no basta con esto, porque la reproducción potencial de la fuerza de trabajo en un individuo, también exige determinada formación técnica previa que justifique el monto del salario percibido según su mayor o menor cualificación para los fines de su empleo rentable, incluyendo el necesario gasto personal en medios de subsistencia para el consumo de sus descendientes en su familia: medios de vida, vestimenta, mobiliario del hogar, etc., que se consumen en distintos lapsos de tiempo, unos más prolongados que otros. Dicho esto, hay que tener en cuenta, además, que la fuerza de trabajo desplegada por el obrero no se paga por adelantado sino cada semana o mensualmente, después de que esa fuerza haya sido utilizada como trabajo efectivo por el patrón, durante cada jornada de labor acordada en el contrato. Esto significa que el asalariado adelanta al capitalista el valor de uso de su fuerza de trabajo, gastándola trabajando para su patrón antes de percibir a cambio el salario acordado con él:

<<En todas partes, pues, el obrero adelanta al capitalista el valor de uso de su fuerza de trabajo, antes de haber recibido el pago de su precio (salario) correspondiente. En todas partes, pues, es el obrero el que abre crédito al capitalista>> (Ed. cit. Libro I. cap. IV Pp. 212).

    

Así las cosas, el capitalista se vale del asalariado para los fines de producir un valor de uso útil, cuyo valor de cambio sea rentable o sea mayor al costo de producirlo. Por lo tanto, producir una cosa para venderla por un precio equivalente o menor al costo de producirla, carece para él de sentido. Quiere producir una mercancía destinada a la venta, cuyo valor de cambio supere al de los salarios. Teniendo en cuenta que el valor de los medios técnicos de trabajo utilizados por el asalariado para tal fin —como máquinas materias primas y auxiliares (combustibles y lubricantes), necesarios para la producción— es trasladado al producto fabricado. ¿De dónde sale, pues, la rentabilidad del capitalista que justifique comercialmente la fabricación de un producto para su venta en el mercado? De la diferencia entre el valor de cambio creado por el trabajo del obrero empleado, respecto del relativamente menor valor de uso de ese trabajo pagado por el capitalista bajo la forma de salario. Por ejemplo:

 <<El hecho de que sea necesaria media jornada laboral para [producir los medios de vida del asalariado cuyo consumo permite] mantenerlo vivo durante 24 horas, en modo alguno impide al obrero trabajar durante una jornada completa. El valor [de uso] de su fuerza [potencial] de trabajo [contenido en el salario contratado] y su valorización en el proceso laboral [de producción] son, pues, dos magnitudes diferentes [la segunda necesariamente mayor que la primera]. El capitalista tenía muy presente esa diferencia de valor cuando [al firmar el contrato] adquirió la fuerza de trabajo>>. (K. Marx: “El Capital” Ed. Siglo XXI/1978. Libro I. Cap. V.  Pp. 234. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros) […….]

 [……]<<¿Qué es una jornada laboral?”. ¿Durante qué espacio de tiempo el capital tiene derecho a consumir la fuerza de trabajo cuyo valor diario ha pagado?”. ¿Hasta qué punto se puede prolongar la jornada laboral más allá del tiempo de trabajo necesario para reproducir la fuerza de trabajo misma?” A estas preguntas, como hemos visto, responde el capital: La jornada laboral comprende diariamente pocas horas de descanso sin las cuales la [propia] fuerza de trabajo [por cansancio] rechaza terminantemente la prestación de nuevos servicios. Ni qué decir tiene, por de pronto, que el obrero a lo largo de su vida no es otra cosa que fuerza de trabajo utilizada por su patrón para beneficio propio, y que en consecuencia todo su tiempo disponible es, según la naturaleza y el derecho, tiempo de trabajo para esa utilización. Dejando a un lado el tiempo para su educación humana, para su desenvolvimiento intelectual, para el desempeño de funciones sociales, para el trato social, para el libre desenvolvimiento de las fuerzas vitales físicas y espirituales etc, etc, e incluso para santificar el domingo>> (K. Marx: El capital”  Libro I Cap. VIII. Ed. cit. Apartado 5. “La lucha por la jornada normal de trabajo. Leyes coercitivas para la prolongación de la jornada laboral,  Pp. 318 [……]

[….,..]<<La producción capitalista, que en esencia es producción de plusvalor y absorción de plustrabajo por el patrón burgués, produce por tanto, con la prolongación de la jornada laboral, no sólo atrofia de la fuerza humana a la que despoja —en lo moral y en lo físico de sus condiciones normales de desarrollo y actividad. Produce el agotamiento y muerte prematuros de la fuerza de trabajo misma. Prolonga durante un lapso dado, el tiempo de producción del obrero reduciéndole la duración de su vida>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. VIII: La jornada laboral. Apartado 5: “Leyes coercitivas para la prolongación de la jornada laboral, desde mediados del Siglo XIV a fines del Siglo XVVII”. Pp. 318 a 320 [……]

 

Como han hecho los terratenientes en los tiempos del esclavismo, algo parecido han venido haciendo los burgueses bajo el capitalismo con sus trabajadores. “Libertad, igualdad y fraternidad”. Tal fue el lema de la República francesa en 1793, que en el siglo XIX, se convirtió en el grito de republicanos y liberales a favor de la democracia y el derrocamiento de gobiernos feudales opresores y tiránicos de todo tipo. Los “próceres” de aquella revolución retomaron ese lema sin que la Monarquía de Julio lo adoptara. Fue establecido por primera vez como lema oficial del Estado en 1848, por el gobierno de la Segunda República francesa. Prohibido durante el Segundo Imperio, la Tercera República francesa lo adoptó como lema oficial del país en 1880, ratificado posteriormente por las constituciones francesas de 1946 y 1958). Durante la ocupación alemana de Francia en la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno de Vichy  sustituyó ese lema por la frase Travail, famille, patrie (“Trabajo, familia, patria”), para ilustrar el nuevo rumbo del gobierno. Desde los tiempos de la Primera república francesa hasta el día de hoy, bajo este falso lema la burguesía internacional ha venido escamoteando el verdadero fundamento de su sistema de vida. Absolutamente nada que ver con ninguna de las tres virtudes humanas a las que todavía tan hipócrita, cínica y criminalmente se sigue abrazando.

 

          En 1872 se produjeron en España dos acontecimientos importantes: Primero Sagasta declaró ilegal a esa asociación obrera y, por tanto, dio lugar a su clandestinidad. Segundo, como consecuencia se produjo una doble línea de desarrollo teórico y organizativo: la anarquista, liderada a nivel internacional por Mijaíl Bakunin y la socialista descrita por Carlos Marx. Así, mientras los anarquistas se caracterizaron por una tendencia a organizarse de manera más asamblearia y abierta llamada “acción directa”, rechazando al Estado y a la política institucional entendidos en el sentido convencional, los socialistas españoles se caracterizaron desde el primer momento por el esfuerzo, es decir por dotarse de una organización formal y por intentar basar su acción política y sindical, en una estrategia apoyada en los desarrollos teóricos del pensamiento socialista y, sobre todo, por su disposición a participar en las instituciones democráticas del Estado. Así los socialistas españoles presentaron candidatos a los Ayuntamientos y al Parlamento de la Nación, y cuando lo exigieron las circunstancias no rechazaron la colaboración con otras fuerzas políticas reformistas del capitalismo.

          En 1873, Pablo Iglesias ingresó en la Asociación General del Arte, una asociación de oficio que perseguía la mejora de las condiciones laborales y sociales de los trabajadores en las imprentas, que pronto se convirtió en un importante núcleo de difusión de las ideas socialistas, en el resto de las distintas empresas propiedad de la burguesía, lo cual fue dando cuerpo a la idea de fundar un partido socialista revolucionario en España, de características similares a las que, por mediación de Marx y Engels, se estaban organizando en otros países europeos.

          El Partido Socialista Obrero Español se fundó clandestinamente en Madrid, el 2 de mayo de 1879, en una comida de fraternidad organizada por la fonda Casa Labra situada en la calle Tetuán de Madrid, en torno a un núcleo de veinticinco intelectuales y obreros: dieciséis tipógrafos encabezados por Pablo Iglesias, cuatro médicos, un doctor en ciencias, dos joyeros, un marmolista y un zapatero.

          El primer programa del nuevo partido político fue aprobado en una asamblea de 40 personas, el 20 de julio de ese mismo año. Tuvo un arranque inicial lento y trabajoso favorecido por la carencia de un régimen democrático estable, bajo la orientación autoritaria e intolerante de las clases burguesas dominantes y el escaso desarrollo industrial español. El mismo Pablo Iglesias afirmó algunos años después, que el Partido prácticamente no pudo ser “conocido ni dio verdaderas señales de vida hasta 1886”. Precisamente en ese mismo año apareció el primer número del periódico El Socialista, portavoz oficial del PSOE, que se ha venido publicando casi ininterrumpidamente hasta la fecha, por entonces difundido por los propios afiliados, y que pronto se convirtió en un importante elemento de propaganda y nexo de unión, entre las 28 Agrupaciones socialistas que por entonces ya existían en otras tantas ciudades españolas.

 

          El PSOE contó desde ese primer momento, con un texto programático básico redactado por una comisión nombrada en la reunión fundacional el 2 de mayo de 1879. La versión definitiva sería aprobada en el primer Congreso del Partido, celebrado en Barcelona corriendo el año 1888. Fue un breve texto de 300 palabras en su primera versión, que según parece fue revisada previamente por los mismos Marx y Engels, habiendo permanecido vigente hasta nuestros días con leves modificaciones.

 

          El programa “máximo” constó de una breve introducción analítica sobre la realidad de las clases sociales y su conflicto, donde planteó básicamente tres aspiraciones políticas:

1º. La posesión del poder político por la clase trabajadora.

2º. La transformación de la propiedad individual o corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad común de la nación.

3º. La constitución de la sociedad sobre la base de la federación económica, de la organización científica del trabajo y de la enseñanza integral para todos los individuos de ambos sexos.

 

          Desde su fundación en 1879, el Partido fue aumentando el número de sus militantes y asentando su base teórica. La necesidad de defender adecuadamente los derechos de los trabajadores, impulsó la creación de una organización sindical socialista. Así nació la Unión General de Trabajadores (UGT), cuyo Congreso fundacional se celebró en Barcelona corriendo el año 1888.

 

          Los acontecimientos de 1898 produjeron una gran conmoción en los círculos políticos e intelectuales españoles. De ese contexto político y moral surgió una de las generaciones intelectuales más fructíferas de la historia de España. La generación del 98 planteó una reflexión sobre nuevos supuestos regeneracionistas, que para superar la sensación de decadencia que invadió al país por los desastres de Cuba y Filipinas, acabaron con los restos del imperio colonial español.

 

          En las elecciones de 1910, Pablo Iglesias obtuvo un escaño y se convirtió en la primera voz del movimiento obrero español, que se pudo oír en el Parlamento. Esta progresiva implantación del socialismo español, fue permitiendo plantear una importante crítica social y una creciente contestación popular a las limitaciones políticas de la Restauración, cuyo sistema permitía que los derechos civiles fueran burlados y que se produjese el reparto de poder político estatal, entre los partidos políticos liberal y conservador permitiéndoles el turno en el desempeño de las tareas de Gobierno.

 

          La condición no beligerante de España durante la Ia Guerra Mundial en 1914, hizo posible un cierto desarrollo económico que permitió amasar fortunas a sectores de la burguesía, mientras que los trabajadores sufrían una tremenda subida de precios, que disminuía por días la capacidad adquisitiva de sus salarios. El malestar ante esta situación, junto a la creciente demanda de libertades más efectivas, crearon un ambiente de movilización social a favor de un cambio político, a cuyo frente se pusieron el PSOE y la UGT, encabezando un movimiento huelguístico que conmocionó a la burguesía en agosto de 1917, y que fue duramente reprimido.

 

          Los acontecimientos de la Revolución Rusa en octubre de 1917 y la fundación de la III Internacional por Vladimir Ilich Lenin, introdujeron elementos de división revolucionaria en el movimiento obrero. En España, el intento de "dirigismo" de la Internacional Leninista suscitó un vivo debate en el PSOE, que dio lugar a que los partidarios de Lenin en este Partido lo abandonaran para fundar el Partido Comunista de España (PCE). La comparación de las fuerzas del socialismo español con la de otros partidos socialistas europeos, revelaba el grado de debilidad que aún caracterizaba la situación política del PSOE; las específicas circunstancias económicas, políticas e ideológicas que se daban en España, junto a la tendencia de “enclaustramiento”, explican este desfase en gran medida.

 

          A partir de 1921 se fue perfilando un nuevo periodo en la historia de España, hasta la escisión comunista de 1921 seguida contestatariamente por la Dictadura de Primo de Rivera en 1923. La muerte de Pablo Iglesias en 1925 y el gobierno de Felipe Gonzáles en 1974 durante el XXVI Congreso de esta formación política en Suresnes, marcaron el carácter y dominio ya por entonces de la gran burguesía omnipotente durante todo este periodo, que se ha venido prolongando hasta hoy día. Como que la deriva ideológico-política de este partido, llegó hasta quedar hoy sometido al poder de la coalición nacional autoritaria de los grandes empresarios agrupados en el Ibex 35, dirigiendo la dictadura del capital. Así las cosas, según Pablo Simón atribuyó a Marx haber dicho en febrero de 1852 que:

                   <<En una sociedad capitalista el gobierno democrático es esencialmente inviable, y solo sería posible con una transformación radical de las bases políticas mismas [empezando por prohibir la propiedad privada de los medios de producción y el dinero bancario, como fundamento social, económico y político de la “Libertad, la igualdad y la fraternidad” entre los pueblos]. Esta idea como condición absoluta para instaurar un genuino gobierno democrático, partió de su argumentación acerca del Estado, que para la tradición liberal-burguesa dominante ya por entonces, ese poder fue un representante de la comunidad (o lo público) en su conjunto, frente a los objetivos y preocupaciones de los propietarios privados. Pero de acuerdo con Marx y Engels, esta idea [de lo público] es ilusoria. Porque al tratar a todo el mundo de acuerdo con los principios que protejen la libertad individual y su derecho a la propiedad privada, el Estado puede que actúe “neutralmente”. Pero genera efectos que son parciales [no generales]. Es decir, de hecho defienden los intereses de los propietarios [burgueses en perjuicio de los no propietarios]. Para Marx, el movimiento en favor del sufragio universal y de la igualdad política de los votantes [en tanto que un ciudadano equivale a un voto], pudo ser en términos generales un paso adelante de suma importancia. Sin embargo su potencial emancipador estuvo severamente limitado por las desigualdades de clase [entre los ciudadanos electores y los políticos institucionalizados, que se disputan el poder como candidatos a ser electos]. Por lo tanto, las restricciones que éstos últimos subrepticiamente se propusieron en el acto de la elección política, económica y social de muchas personas, en realidad su premisa clave fue que el voto es un instrumento incapaz de marcar el devenir verdaderamente democrático de la sociedad, (de donde nació el conocido slogan: “si votar sirviera de algo [en semejantes condiciones políticas] debería estar prohibido”). Y aunque es cierto que en los escritos de Marx existen diferentes visiones sobre esta materia, la dominante fue que apuntó al Estado y a la burocracia como que existen para coordinar una sociedad sometida al interés de la clase granburguesa dirigente. Los elementos más elaborados sobre esta cuestión, están presentes en la obra de Marx titulada: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte>>. (Ver en Pablo Simón: “La democracia según K. Marx. El subrayado y lo entre corchetes nuestro. GPM). Marx creía que el gobierno democrático era esencialmente in­viable en una sociedad capitalista y que solo sería posible, con una transformación de las bases mismas de la sociedad. Esta idea partió de su argumentación sobre el Estado. Para la tradición liberal el Estado es un representante de la comu­nidad (o lo público) en su conjunto, frente a los objetivos y preocupa­ciones privadas de los individuos. Pero, de acuerdo con Marx y Engels, esta idea es ilusoria. Porque al tratar formalmente igual a todo el mundo, de acuerdo con principios que protegen la libertad individual y su derecho vigente a la propiedad privada, el Estado puede que actúe «neutralmente», pero genera efectos que son parciales. Es decir, defiende inevitablemente los privilegios de los propietarios burgueses.

                   Así las cosas, Karl Marx ha planteado en El 18 Brumario de Luis  Bonaparte”, que los agentes del Estado no solo coordinan la vida política bajo el interés de la clase burguesa dominante en la sociedad civil. El ejecutivo, en determinadas circunstancias, tiene la capacidad de tomar la iniciativa política. Pero el inte­rés de Marx, incluso al discutir esta idea, era referirse esencialmente al Estado como fuerza absoluta coercitiva. Destacaba la importancia de su red de in­formación como un mecanismo de vigilancia, y la forma en que su autonomía política se entrelaza con su capacidad para minar los movimientos sociales que cuestionan el statu quo —básicamente el obrero—. Más aun, la dimensión represiva del Estado se complementa con su ca­pacidad para sostener la creencia en la inviolabilidad de ese mismo statu quo. Lejos de ser, por tanto, el fundamento para la arti­culación del interés público, el Estado transfor­ma «las metas universales en otra forma de interés privado»: La dictadura de la burguesía.

 

El capital que nos gobierna

                        Partiendo de esta idea del Estado, Marx consideró indefendible pensar que la distribución de la propiedad no tie­ne nada que ver con la constitución del poder político. Esto lo tratará en sus innumerables ensayos políticos y, especialmente en los más discutidos, como El Manifiesto Comu­nista. Para Marx y Engels hay una dependencia direc­ta en el Estado del poder económico, social y político ejercido por la clase burguesa do­minante. Se trata de una «superestructura» que se levanta sobre los cimientos de las relaciones económicas y sociales.

Marx y Engels redactando el Manifiesto comunista, por Valeri Polyakov. (DP)

         

          El Estado en la sociedad capitalista ha servido y sirve directamente a los inte­reses de la clase económica burguesa dominante. Por su parte, la noción de un Estado con acción política autónoma es suplantada por el énfasis en el poder de clase que la burguesía recoge en el famoso eslogan del Manifiesto comunista elaborado por Marx y Engels que Weydemeyer publicó en enero de 1852, Marx explicó de qué modo la burguesía francesa todavía incipiente a instancias de Napoleón Bonaparte, logró convertir la monarquía legítima y la monarquía de julio, en monarquía absoluta. Fue un avance de la burguesía europea para convertir su tendencia objetiva hacia el ejercicio de su dominio absoluto de la sociedad en todo el mundo, es decir, hacia la dictadura del capital que se ha prolongando hasta el día de hoy:

       <<Cada interés común (gemeinsame) se desglosaba inmediatamente de la sociedad, se contraponía a esta como interés superior, se contraponía a esta como interés superior general (allgemeines) [en general o generalmente], se sustraía a la propia actuación de los individuos de la sociedad y se convertía en objeto de la actividad del gobierno [a instancias de los políticos profesionales del Estado ad hoc para fines gananciales] desde el puente, la casa-escuela y los bienes comunales de un municipio rural cualquiera, hasta los ferrocarriles, la riqueza nacional y las universidades nacionales de Francia. Finalmente, la república parlamentaria, en su lucha contra la revolución, vióse obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los medios y la centralización de los bienes usufructuados.  Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina en vez de destrozarla. Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación [tal como sigue siendo hoy día], consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor.

       Pero bajo la monarquía absoluta, durante la primera revolución bajo Napoleón, la burocracia no era más que el medio para preparar la dominación de clase de la burguesía. Bajo la restauración, bajo Luis Felipe, bajo la república parlamentaria, era el instrumento de la clase social burguesa, por mucho que ella aspirase también, a su propio poder político absoluto.

       Es bajo el segundo Bonaparte cuando el Estado parece haber adquirido una completa autonomía. La máquina del Estado se ha consolidado ya de tal modo frente a la sociedad burguesa, que basta con que se halle a su frente el jefe de la Sociedad del 10 de diciembre, un caballero de industria venido de fuera y elevado sobre el pavés por una soldadesca embriagada, a la que compró con aguardiente y salchichón, y a la que tiene que arrojar constantemente salchichón. De aquí la pusilánime desesperación, el sentimiento de la inmensa humillación y degradación que oprime el pecho de Francia y contiene su aliento. Francia se siente como deshonrada.

       Y sin embargo el poder del Estado no flota en el aire. Bonaparte representa a una clase, que es, además, la clase más numerosa de la sociedad francesa: los campesinos parcelarios.

       Así como los Borbones eran la dinastía de los grandes terratenientes y los Orleans la dinastía del dinero, los Bonapartes son la dinastía de los campesinos, es decir, de la masa del pueblo francés. El elegido de los campesinos no es el Bonaparte que se somete al parlamento burgués, sino el Bonaparte que lo dispersa. Durante tres años consiguieron las ciudades falsificar el sentido de la elección del 10 de diciembre, y estafar a los campesinos la restauración del Imperio. La elección del 10 de diciembre de 1848, no se consumó hasta el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851.

       Los campesinos parcelarios formaban una masa inmensa, cuyos individuos  vivían en idéntica situación, pero sin que entre ellos existieran muchas relaciones. Su modo de producción los aislaba a unos de otros, en vez de establecer uniones mutuas entre ellos. Este aislamiento fue fomentado por los malos medios de comunicación de Francia, y por la pobreza de los campesinos. Su campo de producción, la parcela, no admitió división alguna del trabajo ni aplicación alguna de métodos científicos; no admitió, por tanto, multiplicidad de desarrollo ni diversidad de talentos, ni riqueza de relaciones sociales. Cada familia campesina se bastaba sobre poco más o menos a sí misma, producía directamente ella misma la mayor parte de lo que consumía, y así obtenía sus medios de subsistencia, más  bien en intercambio con la naturaleza que en contacto con la sociedad. La parcela, el campesino y su familia; y al lado otra parcela, otro campesino y otra familia. Una cuantas unidades de estas formaban una aldea y unas cuantas aldeas un departamento. Así se formó la gran masa de la nación francesa, por la simple suma de unidades del mismo nombre, al modo como, por ejemplo, las patatas de un saco forman un saco de patatas. En la medida en que millones de familias viven en condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, sus intereses y cultura de otras clases las oponen a estas de un modo hostil, aquella forman una nueva clase. Por cuanto existe entre los campesinos parcelarios una articulación puramente local y la identidad de sus intereses no engendra entre ellos ninguna comunidad, ninguna unión nacional ni ninguna organización política, no forman una clase social. Son, por tanto, incapaces de hacer valer su interés de clase en su propio nombre, ya sea por medio de un parlamento o por medio de una asamblea. No pueden representarse sino que tienen que ser representados. Su representante tiene que aparecer como su señor, como una autoridad por encima de ellos, como un poder ilimitado de gobierno que los proteja de las demás clases sociales. Su representante tiene que aparecer al mismo tiempo como su señor, como una autoridad por encima de ellos, como un poder ilimitado de gobierno que los proteja de las demás clases y les envíe de todo lo alto la lluvia y el sol. Por consiguiente, la influencia política de los campesinos parcelarios encuentra su última expresión  en el hecho de que el poder ejecutivo someta bajo su mando a la sociedad.

       La tradición histórica hizo nacer en el campesino francés la fe milagrosa de que un hombre llamado Napoleón le devolvería todo su esplendor, y se encontró con un individuo que se hizo pasar por un tal hombre providencial. Por ostentar el nombre de Napoleón.

Pero entiéndase bien. La dinastía de Bonaparte no representa al campesino revolucionario, sino al campesino conservador; no representa al campesino que pugna por  salir de su condición social de vida [paupérrima], la parcela, sino al que, por el contrario, quiere consolidarla; no a la población campesina que con su propia energía y unida a las ciudades, quiere derribar el viejo orden, sino a la que, por el contrario, sombríamente retraída en este viejo orden quiso verse salvada y promocionada en unión de su parcela, por el fantasma del Imperio. No representa la ilustración sino la superstición del campesino, no su juicio sino su prejuicio, no su porvenir sino su pasado, no sus Cévennes modernas sino su moderna Vendée.

       Los tres años de dura dominación de la república parlamentaria habían curado a una parte de los campesinos franceses de la ilusión napoleónica y los habían  revolucionado, aun cuando solo fuese superficialmente; de la conciencia moderna pugnó con la conciencia tradicional de los campesinos franceses. El proceso se desarrolló bajo la forma de una lucha incesante entre los maestros de escuela y los curas. La burguesía abatió a los maestros. Por vez primera los campesinos hicieron esfuerzos para adoptar una actitud independiente frente a la actividad del gobierno. Esto se manifestó en el conflicto constante de los alcaldes con los prefectos. La burguesía destituyó a los alcaldes. Finalmente los campesinos de diversas localidades se levantaron durante el período de la república parlamentaria contra su propia progenie, el ejército. La burguesía los castigó con el estado de sitio y ejecuciones. Y esta misma burguesía clama ahora acerca de la estupidez de las masas, de la vile multitude que la ha traicionado frente a Bonaparte. Fue ella misma la que consolidó con sus violencias las simpatías de la clase campesina por el imperio, la que ha mantenido celosamente el estado de cosas que forman la cuna de la religión campesina. Claro está que la burguesía tiene que temer la estupidez de las masas, mientras siguen siendo conservadoras y su consecuencia en cuanto se hacen revolucionarias.

En los levantamientos producidos después del Coup d’état, una parte de los campesinos franceses protestó con las armas en la mano contra su propio voto del 10 de diciembre de 1848. La experiencia adquirida desde 1848 les había abierto los ojos. Paro habían entregado su alma a las fuerzas infernales de la historia, y ésta lo cogía por la palabra. La mayoría estaba aún tan llena de prejuicios, que fue precisamente en los departamentos más rojos donde la población campesina votó abiertamente por Bonaparte. Según ellos, la Asamblea Nacional le había impedido caminar. Ahora no había hecho más que romper  las ligaduras que las ciudades habían puesto a la voluntad del campo. En algunos sitios abrigaban incluso la idea grotesca  de colocar, junto a un Napoleón, una Convención…………>>.

 

A todo esto sigue Marx:

<<El desarrollo económico de la propiedad parcelaria ha invertido de raíz la relación de los campesinos con las demás clases sociales de la sociedad. Bajo Napoleón la parcelación del suelo en el campo complementaba la libre concurrencia y la gran industria incipiente de las ciudades. La clase campesina era la protesta omnipresente contra la aristocracia terrateniente que se acababa de derribar. Las raíces que la propiedad parcelaria echó en el suelo francés quitaron al feudalismo toda sustancia nutritiva. Sus mojones formaban el baluarte natural  de la burguesía contra todo golpe de mano de sus antiguos señores. Pero en el transcurso del siglo XIX pasó a ocupar el puesto de los señores feudales el usurero de la ciudad, las servidumbres feudales  del suelo fueron sustituidas  por la hipoteca, y la aristocrática propiedad territorial fue suplantada por el capital burgués. La parcela del campesino sólo es ya el pretexto que permite al capitalista sacar como pueda su salario. Las deudas hipotecarias que pesan sobre el suelo francés imponen a los campesinos de Francia un interés tan elevado como los intereses anuales de toda la deuda nacional británica. La propiedad parcelaria, es esta esclavitud bajo el capital a que conduce inevitablemente su desarrollo, ha convertido a la masa de la nación francesa en trogloditas. Dieciséis millones de campesinos (incluyendo las mujeres y los niños) viven en cuevas, una gran parte de las cuales sólo tienen una abertura, otra parte dos solamente, y las privilegiadas tres. Las ventanas son para una casa, lo que los cinco sentidos para la cabeza. . El orden burgués que a comienzos del siglo puso al Estado de centinela de la parcela recién creada y la abonó con laureles, se ha convertido en un vampiro que le chupa la sangre y la médula y la arroja a la caldera de alquimista del capital. El Code Napoleón no es ya más que el código de los embargos, de las subastas y de las adjudicaciones forzosas. A los cuatro millones (incluyendo niños, etc) de pobres oficiales, vagabundos, delincuentes y prostitutas que cuenta Francia, hay que añadir cinco millones cuya existencia flota al borde del abismo y que o bien viven en el mismo campo o desertan constantemente, con sus harapos y sus hijos, del campo a las ciudades y de las ciudades al campo. Por tanto, el interés de los campesinos no se halla ya, como bajo Napoleón, en consonancia, sino en contraposición con los intereses de la burguesía, con el capital. Por eso los campesinos encuentran su aliado y jefe natural en el proletariado urbano, que tiene por misión derrocar al orden burgués. Pero el gobierno fuerte y absoluto —que es la segunda idee napoléonienne que viene a poner en práctica el segundo Napoleón— está llamado a defender por la violencia este orden “material”. Y este ordre matériel es también el tópico en todas las proclamas de Bonaparte contra los campesinos rebeldes.

Junto a la hipoteca que el capital le impone, pesan sobre la parcela los impuestos. Los impuestos son la fuente de vida de la burocracia, del ejército, de los curas y de la corte; en una palabra de todo el aparato del poder ejecutivo. Un gobierno fuerte e impuestos fuertes son cosas idénticas. La propiedad parcelaria se presta por naturaleza para servir de base a una burocracia omnipotente e innumerable. Crea un nivel igual de relaciones y de personas en toda la faz del país. Permite también, por tanto, la posibilidad de influir por igual sobre todos los puntos de esta masa igual desde un centro supremo. Destruye los grados intermedios aristocráticos entre la masa del pueblo y el poder del Estado. Provoca, por tanto, desde todos los lados, la ingerencia directa de este poder estatal y la interposición de sus órganos inmediatos. Y finalmente, crea una sobrepoblación parada que no encuentra cabida ni en el campo ni en las ciudades y que, por tanto, echa mano de los cargos públicos como una respetable limosna, provocando la creación de nuevos cargos. Con los nuevos mercados que abríó a punta de bayoneta, con el saqueo del continente, Napoleón devolvió los impuestos forzosos con sus intereses. Estos impuestos eran entonces un acicate para la industria del campesino, mientras que ahora privan a la industria de sus últimos recursos y acaban de imponerle indefenso a la pauperización. Y de todas las idées napoléoniennes, la de una enorme burocracia, bien galoneada, bien cebada, es la que más agrada al segundo Bonaparte. ¿Y cómo no habría de agradarle, si se ve obligado a crear, junto a las clases reales de la sociedad, una casta artificial para que el mantenimiento de su régimen sea un problema de cuchillo y tenedor? Por eso, una de sus primeras operaciones financieras, consistió en elevar nuevamente los sueldos de los funcionarias a su viejo nivel y en crear nuevas sinecuras……..>>. (K. Marx en: El 18 brumario de Luis Bonaparte”. Cfr. Cap. VII. Pinchar en el segundo de los títulos publicados que apareceran y, seguidamente, confrontar este texto con el cap. VII).                

 

 La propiedad privada es un atributo de poder personal y social efectivo y absoluto bajo el capitalismo, ejercido por los empresarios en contubernio con los políticos profesionales institucionalizados en cada Estado nacional, ya sea sobre cosas suyas propias y/o, por añadidura, bajo el dominio ejercido sobre personas empleadas por ellos jerárquicamente dependientes en su relación con ellas. Así las cosas, de hecho: 1) la magnitud del salario que cualquier obrero acuerda en el contrato de trabajo con su empleador, de hecho está en relación de medida económica inversamente proporcional a la plusvalía o ganancia de su patrón, es decir, que al aumentar el salario disminuye relativamente la ganancia del capitalista y viceversa. 2) El límite mínimo del salario, está determinado por el mínimo histórico de medios de vida, que el obrero necesita para reproducir su energía y fuerza diaria de trabajo en condiciones de uso óptimo. Necesidades que varían en cada momento y lugar. Por lo tanto, 3) El límite máximo del salario también está objetivamente determinado, ya que cualquier aumento sólo es posible en tanto y cuanto no disminuya la masa de plusvalor producido, que haga descender relativamente esa ganancia de modo tal que el capitalista entre en pérdidas e inicie el proceso de desinversión productiva material, dejando a sus asalariados en el paro y la miseria relativa más absoluta. Tal como así ha venido sucediendo.

 

Dicho esto con más precisión la cosa se explica así: el incremento de los salarios reales encuentra su límite máximo, en el mínimo plusvalor compatible con la máxima rentabilidad del capital vigente en el mercado, mientras que el mínimo salario relativo está determinado por el costo laboral compatible con el mayor rendimiento del trabajo en términos gananciales. Entre estos dos límites queda fijado el campo de la relación entre las dos clases sociales universales, en pugna por la participación en la productividad del trabajo dentro del sistema capitalista. Teniendo en cuenta todos estos elementos, siguiendo a Marx se comprueba que durante cada jornada de trabajo, el valor de la fuerza desplegada por el asalariado y la plusvalía obtenida por el patrón, fluctúan dentro de unos márgenes estrictamente acotados. Si nos salimos de ellos en cualquier supuesto con visos de realidad, estaremos violando las leyes objetivas del propio capital y los resultados a que lleguemos serán engañosos, totalmente faltos de toda veracidad científica para explicar el cambio desigual permanente que se ha venido verificando desde un principio entre las dos partes competidoras: explotadoras y explotadas.

 

De todos estos antecedentes históricos descritos por Marx, se desprende que el modo de producción capitalista no ha consistido ni consiste en una sociedad de productores libres asociados en régimen de cooperación fraternal colectiva, actuando racionalmente en función de sus necesidades sociales, sino al contrario. Se trata de millones de individuos divididos y enfrentados entre países, y dentro de un mismo país entre empresas privadas, donde los burgueses se dedican a disputarse la capitalización de su ganancia explotando trabajo ajeno. Para ello, ordenan a sus empleados que procedan a producir con total independencia de las demás empresas, pasando seguidamente a competir en el mercado, cada cual con arreglo a la magnitud de lo producido y al valor de sus productos. Allí la competencia inter-capitalista convierte esos valores particulares en precios de mercado —que Marx dio en llamar precios de producción— a instancias de lo cual resulta que cada empresa logra capitalizar una parte alícuota de la ganancia global producida, según la magnitud del capital con el que cada una de ellas participa en ese común negocio de explotar trabajo ajeno, dando forma a la Tasa General Promedio de Ganancia capitalista.

 

        Ahora bien, si entendemos por libertad individual bajo el capitalismo a la autodeterminación de cada sujeto, está claro que la libertad de los asalariados acaba, cuando firma el contrato de trabajo y entrega su piel de trabajador, para que su respectivo patrón se la curta durante cada jornada de labor, mientras que la autodeterminación del burgués acaba recién cuando lleva su producto al mercado. Porque es allí donde los patronos de cada empresa ya no pueden decidir lo que cada uno de ellos ganará finalmente. Es el mercado la especie de cofradía práctica seglar en la que los capitalistas declinan su libertad, delegando en la oferta y la demanda el reparto de la ganancia global entre sus distintas empresas en cada país. Pero no es solo eso, sino que el resultado del proceso de acumulación del capital global en virtud de esa misma anarquía de la producción —presidida por la ley económica del valor—, desemboca sin poder evitarlo en las crisis económicas periódicas.

 

        Es allí, pues, en los mercados, donde los capitalistas pierden su autodeterminación como sujetos, aunque no dejan de ejercer dominio en sus respectivas empresas y, a través de ellas, incluso en los distintos Estados nacionales. Pero entonces, mientras los explotados sigamos tolerando semejante situación, el poder de sus patronos permanecerá cosificado en una sociedad humana totalmente enajenada, donde lo que pasa en ella y los que allí viven, no depende de los sujetos sino de una cosa semoviente, como es el caso de las empresas en los mercados, incluyendo los instrumentos de producción y los medios de cambio (en dinero) al interior de cada país:

      <<¿Por qué la burguesía se aquerenció al hecho de gobernar semejante estado de cosas? También fue Marx quien respondió con total certeza científica a este interrogante, sentenciando que tanto a los capitalistas propietarios de los medios de producción y de cambio, como a sus eventuales y oportunos clientes —los distintos “representantes” políticos que se alternan en la tarea de representar la voluntad popular—, esa enajenación mientras la ley del valor lo permite, les hace sentir muy bien>>. (K. Marx 7-10 de agosto de 1844. Ver en:

 

        Ergo, ¿es cierto que la democracia moderna bajo el capitalismo, es una forma de organización social que atribuye la titularidad del poder al conjunto mayoritario de la sociedad?  ¡No! Porque sin duda y en realidad, esa “democracia” ha sido y sigue siendo la dictadura del capital en posesión y privacidad de una minoría relativa bajo el capitalismo por mediación de los mercados. ¿Qué debemos hacer, pues, las víctimas mayoritarias de semejante enajenación humana? Si como es verdad —y así lo ha venido demostrando la historia desde sus orígenes—, la humanidad avanzó venciendo tantas dificultades, ¿por qué no deberá sernos posible hoy a las mayorías sociales que somos los asalariados en esta sociedad, ejercer el poder alcanzar a subir un peldaño más en la escalera del progreso humano? Porque emancipándonos y haciendo lo propio con los capitalistas, de la cada vez más insoportable locura de la cosificación, que sólo beneficia a cada vez menos individuos, That´s the question. ¿Y porque ha sido Aristóteles quien ha definido con absoluta certeza, el verdadero significado de la “democracia” desde sus orígenes, reconociendo que el número de los que gobiernan no es lo decisivo en la definición de los tipos de régimen?:

       <<"No debe considerarse —dejó dicho— que la democracia es de un modo absoluto como algunos suelen hacerlo actualmente, es decir, como el régimen según el cual el elemento soberano es la multitud, pues también en las oligarquías y en todas partes la soberanía es ejercida por el elemento más numeroso”9. El número no es lo primordial, de la misma forma que el criterio de mayoría —como ya vimos— no era verdaderamente especificante, ya que se cumplía igualmente en los diversos regímenes10.

       Lo que caracteriza de verdad a la oligarquía y a la democracia, es que en la primera gobiernan los ricos y, en la segunda los pobres11. Efectivamente, "el que sean pocos o muchos los que ejercen la soberanía es un accidente, en el primer caso las oligarquías, en el segundo las democracias. Porque en todas partes los ricos son pocos y los pobres muchos. Lo que hace a la diferencia entre la democracia y la oligarquía es la pobreza y la riqueza. Y necesariamente, cuando el poder se ejerce en virtud de la riqueza, ya sean pocos o muchos se trata de una oligarquía; y cuando mandan los pobres, se trata de una democracia; pero acontece, como dijimos, que unos son pocos y otros muchos, pues los pocos tienen prosperidad, aunque de la libertad participen todos; y éstas son las causas por las que unos y otros reclaman el poder12. Lo que caracteriza a un régimen es lo que caracteriza a la clase social de los que lo gobiernan. El número es sólo un "accidente", una consecuencia fáctica que se da "en todas partes", o —como dice en otro lugar— una "coincidencia”13. Por todo esto, Aristóteles ha concluido que "el régimen es una democracia, cuando los libres y pobres, siendo los más, ejercen la soberanía, y una oligarquía cuando la ejercen los ricos y nobles, siendo pocos"14>>. (Alfredo Cruz Prados: “La política de Aristóteles y la democracia” II. (Pp. 11).

 

          Por todo esto, Aristóteles concluyó que:

       <<"El régimen es una democracia cuando el poder político se atribuye a libres pobres simplemente por ser mayoría, y una oligarquía cuando el poder político está en manos de unas pocas personas, generalmente de la misma clase social, y cuando es ejercida por la fuerza de los pocos ricos y nobles". (Op. cit. Pp.12).

 

         Según este criterio de Aristóteles, que ha sabido distinguir con total certidumbre y verdad, la diferencia entre democracia y oligarquía, resulta que la mayoría social a los efectos del ejercicio del poder no es lo primordial, ya que ambas realidades en su tiempo se han venido ejerciendo según sus respectivos regímenes sociales predominantes: la democracia en virtud de conceder el poder a una mayoría distinguida de pobres electos, a diferencia de la oligarquía cuyo gobierno estuvo ejercido por un sector social aristocrático de poder superior. O sea, que tanto la democracia como la oligarquía no se han regido por el mayor número de sus representados, sino por el poder atribuido o ejercido de hecho a sus poderosos representantes.  

 

        Dicho esto, ¿no estamos cumpliendo con nuestro deber revolucionario y emancipador social humanamente igualitario, al apuntar con el dedo acusador, para señalar hoy a ese minoritario ejército de intelectuales “ad hoc”, quienes ejerciendo el poder omnímodo en sus empresas privadas y/o en los distintos Estados nacionales de todo el Mundo, tras ser debidamente adoctrinados para esos menesteres por los aparatos ideológicos de sus respectivos Estados nacionales, aprenden a ejercer ese poder político social sobre las minorías sociales relativas dependientes para los fines de enriquecerse explotando trabajo ajeno con fines gananciales?. Nos referimos, por ejemplo, a esa minoría de catedráticos en “economía aplicada” y demás servidores institucionalizados, quienes diciendo defender los “intereses del pueblo”, lo cierto es que pugnan subrepticiamente por  preservar al todavía vigente sistema capitalista explotador y genocida en su conjunto, por la cuenta que la ellos es trae?.

 

        Estos señores que de palabra consagran por igual a empresarios y asalariados —a los primeros porque crean puestos de trabajo y a los segundos porque son los creadores directos de la riqueza—así es como rinden el falso culto a la relación entre unos y otros, es decir, al sistema capitalista. ¡Para que perdure! Esto es lo que procuran los burgueses liberales, sindicatos y partidos políticos en general, oportunamente coincidiendo con la tan conocida muletilla según la cual, el empresario capitalista es tan necesario como el obrero, porque genera empleo asalariado. Como si el acto de organizarse para el trabajo social —que nació con el comunismo primitivo—, no pudiera concebirse sin el “servicio” al moderno propietario privado del capital y el dinero bancario. Algo así como sostener el absurdo de que sin delincuentes no puede haber justicia, confundiendo el sustantivo justicia, que de por sí no induce a ningún delito, con el verbo “ajusticiar” que lo presupone, como es el caso de la corrupción política consuetudinaria. Y que no se nos venga a decir, invocando al stalinismo de raíz pequeñoburguesa socialdemócrata, que el socialismo revolucionario también corrompe. 

 

        Suelen afirmar los políticos, que “no todos son corruptos” y que “la mayoría de ellos no lo son”. Pero mienten miserablemente al suponer que esa mayoría se resiste a la tentación porque son honestos. El acto de corromper no está al alcance de todos los empresarios, de igual forma que tampoco se corrompen todos los políticos. Como reza el muy selecto precepto bíblico: “Muchos serán los llamados y pocos los elegidos para entrar en el Reino de los cielos”. Todo depende de lo que le cuesta corromper al corruptor respecto del rédito que obtiene corrompiendo. Esto por una parte. Pero por otra parte, también el acto de corromper depende de la posibilidad real del potencial corrupto para cumplir con la posibilidad de lograrlo, es decir, del lugar que ocupa en la escala jerárquica y del poder político que se lo permite. Y en este mercado de la corrupción, a los honestos como a los diamantes que se los encuentra por debajo de los 4.000 metros de profundidad, lo cierto es que en todas las sociedades divididas en clases sociales, siempre se confirmó eso de que “la ocasión hace al ladrón”. Y en todas ellas la corrupción política jamás empezó con el enriquecimiento ilícito, sino con la tergiversación de la verdad sobre la realidad en la conciencia colectiva, que así es doblegada por la conveniencia personal de las minorías empresariales en contubernio con los políticos profesionales estatizados, lo cual dio pábulo al relativismo postmodernista, como así lo dejó dicho Ramón de Campoamor:

      <<En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira>>.

 

        Así, operando con la misma negación de la lógica racional en materia económica y social, los modernos sofistas al servicio del capitalismo que profesan, por las ganancias que atesoran, conciben la demanda de productos para el consumo, como la fuerza que mueve a la producción y no al revés. Como si fuera posible demandar efectivamente lo que todavía no existe. Y como si bajo el capitalismo la producción no estuviera presidida por el móvil de la ganancia merced a la explotación más despiadada. Porque siguiendo a Keynes, piensan de tal modo por el revés de la trama real, ninguneando a Marx para poder sostener que las crisis económicas periódicas no suceden por superproducción de capital sobrante, que así se desvaloriza, dejando sin sentido su inversión productiva, sino que ocurre por carencia de productos para su consumo. O sea, que confunden la verdadera causa por su consecuencia.

 

        No. Por eso al fundamento marxista ni lo mencionan. Aprovechan todos los medios de información y comunicación públicos y privados afines, para difundir la especie de que las crisis se superan desde el Estado democrático mediante políticas económicas productivas que generan riqueza y consumo general actuando a su vez como incentivo de la producción. En síntesis, que para estos “catedráticos” de medio pelo, el capitalismo es un sistema del bienestar general, que de no ser por los empresarios y políticos liberales corruptos, puede ser tan perfectible y humanitario como que según ellos, las crisis no sólo se pueden superar, sino hasta suprimir; o sea, que al sistema se lo puede reformar políticamente, de modo que produzca “sine die” con arreglo al consumo humano en general, convirtiendo a la sociedad en algo parecido a lo que el profeta cristiano Isaías se imaginó del paraíso terrenal. Todo muy bucólico:

      <<Habitará el lobo con el cordero y el leopardo se acostará con el cabrito. Y comerán juntos el becerro y el león. Y un niño pequeño los pastoreará>> La Sagrada Biblia (Isaías: Versículo 11 Pag. 950.     

 

        Ya lo hemos dicho y volvemos a insistir en ello aquí, porque sigue siendo necesario: Toda corrupción política persigue una inconfesable finalidad económica. Pero su condición de existencia es la previa corrupción ideológica que la justifica, es decir la falsedad consagrada. Y esta verdad señala tanto a la corrupta ideología de la derecha política liberal conservadora, como a la que sostienen los líderes al “mando” del cotarro reformista de izquierda. Ambos igualmente poseídos por el espíritu del capitalismo, demuestran en todo lo que dicen su desprecio por la verdad científica.

 

        Pugnan porque no cambie el viento de la historia ni que se dé vuelta la taba de su suerte. Por eso no polemizan con Marx. Simplemente lo boicotean por la cuenta que les trae. La expresión  ganancia del capital está prohibida en su vocabulario. Su holgada condición relativa en esta sociedad, les induce a profesar el arte del escamoteo en materia de ideas sobre la realidad, tales como que los explotados podamos tener intereses políticos estratégicos propios, naturalmente contrarios a los de nuestros explotadores. Unos intereses que tienden e inducen, a la tarea de acabar para siempre con la maldita distribución clasista cada vez más desigual de la riqueza, que los explotadores mientras tanto se reparten y “a vivir que son dos días”. En definitiva, unos intereses emancipadores del ser humano genérico, es decir, sin distinción de clases sociales.

 

        De este concepto esclarecedor, conservadores liberales y reformistas también suelen huir por igual como de la peste. Porque permite distinguir al género humano respecto de los demás animales irracionales, con los que por propio interés ellos se asemejan cada vez más día que pasa. Se trata de un concepto dignificante del ser humano que Marx atribuye precisamente al sujeto trabajador, porque aun siendo parte de la naturaleza, tiene la capacidad de transformarla. ¿Cómo? Así lo dice Marx:

      <<Una araña ejecuta operaciones que recuerdan las del tejedor. Y una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja, es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en cera. Al consumarse el proceso de trabajo surge un resultado que antes de su comienzo ya existía en la imaginación del obrero, o sea, idealmente. El obrero no solo efectúa un cambio de forma de lo natural; en lo natural al mismo tiempo efectiviza su propio objetivo. Objetivo que él sabe que determina, como una ley, el modo y manera de su accionar y al que tiene que subordinar su voluntad>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. V Ed. Siglo XXI/1978 Pp. 216. Ver al principio de la versión digitalizada)  

 

        Donde la expresión cambio de forma y el verbo “determinar”, adoptan un significado preciso: una forma —específica y distinta de su forma natural— que determina una conducta laboriosa según la idea previamente dibujada en la conciencia del trabajador, a la cual por necesidad de que es verdad, subordina su voluntad. Y para eso, antes de ejecutar cualquier acción sobre cada parte constitutiva del objeto a transformar, concibe lo que quiere hacer según la idea que, siempre por necesidad, previamente se hace del producto terminado. En síntesis, que si hay algo que distingue a la libertad propia del ser humano genérico, respecto del resto del reino animal atado a las cosas que le brinda la naturaleza de su entorno, es la conciencia como íntima certeza de lo que hay que hacer necesariamente. Ergo, no puede haber libertad humana posible, sin tomar previamente conciencia de la necesidad de actuar sobre cualquier parcela de la realidad, con arreglo a un determinado fin,  como conditio sine qua non para transformarla.  

 

        Cierto. A menudo sucede que el primer modelo “ideal” de algo que cualquier sujeto se propone realizar con su trabajo, no sea precisamente el que requiere su necesidad y difiera de ella. O sea, que no sea el verdaderamente necesario. De lo contrario se caería en una concepción religiosa, mágica, divina o mística de la creación. Para no caer en ese error, se nos exige a los humanos pasar por la experiencia de la prueba y el error, es decir, por la existencia en la vida social. Por eso Marx y Engels en “La Ideología alemana” han dejado dicho que:

<<No es la conciencia lo que determina la vida, sino la vida lo que determina la conciencia>>  (Versión digitalizada Pp. 4)  

 

        Pero en última instancia, sin la plena certeza consciente debidamente confirmada por la verdad científica, que bajo determinadas circunstancias exige a la conciencia social determinarse en un preciso sentido unívoco y no en cualquier otro, según lo que es necesario hacer, no puede haber perspectiva de vida racional posible, ni libertad propia del ser humano genérico. Y esta exigencia está implícita en la tarea previa de conocer la verdad de cualquier realidad a transformar, un ejercicio necesario de la conciencia, como condición necesaria e imprescindible para poder transformarla materialmente de un modo preciso y no de cualquier otro. Con la mentira no se transforma necesariamente nada sino que se conserva lo que hay. Por eso es que los capitalistas en general, tanto como sus lacayos, los teóricos y políticos que les hacen la cohorte, son unos mentirosos compulsivos sin poder evitarlo, porque de eso y para eso viven. Pero no son libres, porque sólo la verdad sobre la realidad hace a la libertad de actuar sobre ella. Ya sea para conservarla hasta donde resulte racional, o para transformarla cuando deviene irracional. Teniendo en cuenta que todo lo racional es verdadero. 

 

        Es en esta pulsión de la conciencia que exige de cada individuo la permanente búsqueda de la verdad sobre la realidad, donde radica esencialmente lo que distingue al ser humano genérico del resto de los animales irracionales. Pues bien, si como resulta ser cierto que es la vida social lo que determina la conciencia de los individuos, y la conciencia individual socialmente asumida es el atributo que distingue a cada ser humano genérico respecto de los animales irracionales, cabe preguntar: ¿qué ha hecho la vida social desde la revolución Francesa a esta parte, si no ratificar el carácter cada vez más explotador, mentiroso y genocida del capitalismo?

 

        ¿Y qué han resultado ser a la luz de su comportamiento en la historia, tanto los empresarios en general como los partidos políticos institucionalizados incluyendo naturalmente al PSOE como a los demás por el estilo en todo el Mundo? Una sarta de animales irracionales oportunistas y corruptos que, al respecto de la conciencia social solo saben invocarla, pero de hecho la niegan sistemática y radicalmente consagrando a este irracional y explotador sistema económico y político de vida —podrido hasta los tuétanos— como si fuera el “non plus ultra” de la vida en sociedad.

 

En síntesis: que tal como ya lo hemos dejado negro sobre blanco el pasado enero de este año, según el pensamiento de Marx, Engels, Henryk Grossmann y John Francis Bray, el hecho de que hoy todavía subsista en el Mundo la propiedad privada de los medios de producción y el dinero bancario en poder de los empresarios industriales, comerciales y de servicios, es una realidad histórica intolerable. Porque tales condiciones no han hecho más que determinar históricamente, que los intercambios desiguales de la relación entre patronos y obreros —que han propiciado el reparto también desigual de la riqueza desde los orígenes del capitalismo—, no han hecho más que agudizarse a expensas de la penuria relativa de los asalariados, que no ha dejado de aumentar y en estas estamos ahora mismo, donde se verifica que:

1) El 0,6 % de la población adulta en el Planeta, dispone del 39,3 % de la riqueza creada en el mundo.

2) Más de una tercera parte de esa riqueza, está controlada por una super élite opulenta de apenas 29 millones de personas. Justo por debajo de ellos, una segunda división minoritaria de 344 millones de personas (el 7,5 % de la población mundial) ostenta otro 43,1 % de la riqueza total en el globo terráqueo.

3) Sumando ambos valores porcentuales medidos en términos de población y tenencia de riqueza, resulta que el 8,1 % de la población mundial posee el 82,4 % de la riqueza en el Planeta.

4) Y si analizamos la pirámide por la parte baja de sí misma, la conclusión a que se llega es aún más desoladora: porque alrededor de 3.184 millones de personas, el 69,3 % de la población mundial, con una riqueza inferior a los 10.000 dólares, acumula solo el 3,3 %.

5) El dato es aún más preocupante al descubrir que 4.219 millones de personas, el 91,8 % de la población adulta mundial, tan sólo acumula el 17,7 % de la riqueza total. Cfr.: https://www.elblogsalmon.com/economia/una-super-elite-mueve-los-hilos-de-la-economia-mundial.

6) 2015 será recordado como el primer año de la serie histórica, en que la riqueza del 1% de la población mundial alcanzó la mitad del valor del total de activos. En otras palabras: el 1% de la población mundial, aquellos que tienen un patrimonio valorado en 760.000 dólares, poseen tanto dinero —líquido o invertido— como el 99% restante de esa población mundial. Esta enorme brecha entre privilegiados y el resto de la humanidad acorralada en la miseria, lejos de disminuir ha seguido ampliándose desde el inicio de la Gran Recesión, en 2008. Cfr.: http://economia.elpais.com/economia/2015/10/13/actualidad/1444760736_267255.html?rel=mas.

 

Éste ha sido el resultado histórico de la todavía vigente propiedad privada ejercida por los empresarios en la sociedad civil de todo el Mundo. ¿Y qué ha sucedido con la llamada democracia representativa en las instituciones estatales? Que a la hora de gobernar, la inmensa mayoría social de los llamados “ciudadanos de a pie” —arrastrados hacia la miseria por la desigualdad de los intercambios en su relación social con sus patronos capitalistas—, tampoco pintan nada. Porque no pueden hacer más que votar en las elecciones periódicas delegando eventualmente el poder en políticos profesionales oportunistas y corruptos, que se disputan el gobierno de las distintas naciones para que en su condición de candidatos presuntamente les representen, cuando en realidad ellos se representan despóticamente a sí mismos en contubernio con sus colegas empresarios, enriqueciéndose mutuamente sin límites a expensas del trabajo ajeno.

          Así las cosas, la todavía vigente propiedad privada sobre los medios materiales de producción y el dinero bancario, que inevitablemente ostentan los patronos burgueses y que, a instancias de los políticos profesionales en los distintos países ha, derivado en poder político sobre la inmensa mayoría en el mundo de terceras personas dependientes de su trabajo asalariado —por tiempo determinado—, ha sido y sigue siendo el fundamento de la dictadura que la clase social burguesa ha venido ejerciendo sobre el proletariado bajo el capitalismo, tal como lo dejara por primera  vez negro sobre blanco Federico Engels:

<<Pero hoy [en 1847], cuando merced al desarrollo de la gran industria, en primer lugar se han constituido capitales y fuerzas productivas en proporciones sin precedentes, y existen medios para aumentar en breve plazo hasta el infinito estas fuerzas productivas; cuando, en segundo lugar, estas fuerzas productivas se concentran hoy en manos de un reducido número de burgueses, mientras la gran masa del pueblo se va proletarizando y empobreciendo, con la particularidad de que su situación se hace más cada vez más precaria e insoportable en la medida en que aumenta la riqueza de los burgueses; cuando en tercer lugar, estas poderosas fuerzas productivas, que se multiplican con tanta facilidad hasta rebasar el marco de la propiedad privada y del burgués, provocando continuamente las mayores conmociones del orden social, sólo ahora la supresión de la propiedad privada se ha hecho posible e incluso absolutamente necesaria>>. (Federico Engels a fines de octubre y principios de noviembre de 1847 en su obra: “Principios del Comunismo” publicada por Ed. l’eina/1989. Pp. 85). Versión digitalizada ver en apartado XV último párrafo).

          Por  lo tanto, si como es cierto y verdad que todo principio activo mueve a la realización de un fin, teniendo en cuenta que la finalidad del capitalismo es la acumulación de ganancia económica explotando trabajo ajeno cada vez más productivo, más allá de lo señalado por F. Engels ocurrió contradictoriamente, que la creciente productividad del trabajo asalariado sólo ha sido posible a instancias de medios materiales técnicos cada vez más eficaces sustitutos de trabajo humano —única fuerza esta última creadora de valor económico—, y dado que tales instrumentos materiales se limitan a trasladar su costo de mercado al producto, en forma de amortización por desgaste, o sea que no generan ganancia ninguna tal como así lo dejó negro sobre blanco K. Marx en sus “Líneas fundamentales de la crítica de la economía”, escrito entre 1857 y 1858:

 

Se nos ha venido inculcando eso de que el capitalismo es la forma de vida basada en la libre concurrencia mercantil, que se concreta en el libre cambio de una mercancía por otra equivalente. O sea la igualdad en los intercambios mercantiles, lo cual es totalmente falso:

<<Por favorables que sean las condiciones en que se haga el intercambio (entre capitalistas) de una mercancía por otra, mientras subsistan las relaciones (desiguales) entre el trabajo asalariado y el capital, siempre existirán la clase de los explotadores y la clase de los explotados. Verdaderamente es difícil comprender la pretensión de los librecambistas (burgueses), imaginándose que un empleo más ventajoso del capital hará desaparecer el antagonismo entre los capitalistas industriales y los trabajadores asalariados. Por el contrario, ello no puede acarrear sino una manifestación aún más neta de la oposición entre estas dos clases sociales.

Señores: No os dejéis engañar por la palabra abstracta de libertad. ¿Libertad de quién? No es la libertad de cada individuo con relación a otro individuo. Es la libertad del capital para machacar al trabajador>> (K. Marx: Miseria de la filosofía. Respuesta a la ‘Filosofía de la miseria’ del Señor Proudhon. Apéndices: ‘Discurso sobre el librecambio’. Pronunciado por K. Marx el 7 de enero de 1848 en una sesión pública de la Asociación Democrática de Bruselas. Ed. cit. Pp. 186. Lo entre paréntesis nuestro. Versión digitalizada  bajo el mismo subtítulo en Pp. 11 de 13).

 

Así las cosas, desde que la moderna sociedad burguesa salió de entre las ruinas de la sociedad feudal, para incursionar en el Mundo hasta llegar a ser la clase internacional minoritaria más explotadora, enriquecida y dominante desde la época en que se ha distinguido por haber simplificado las contradicciones de clase, entre capitalistas y trabajadores asalariados hasta que……:

<<…….Tan pronto como el trabajo [humano ganancial explotado] en forma inmediata, [ha ido siendo sustituido por maquinaria] dejando así de ser la gran fuente de la riqueza [y consecuente ganancia capitalista], el tiempo de [ese] trabajo [físico e intelectual de los asalariados cada vez menos empleados], deja y tiene que dejar de ser su medida y, en consecuencia, el valor de cambio [de la riqueza producida] tiene que dejar de ser la medida del valor de uso del trabajo. El plustrabajo de la masa [asalariada] ha dejado de ser así condición para el desarrollo de la riqueza general. Así como también el no-trabajo de [los relativamente pocos capitalistas todavía usufructuarios dirigentes del tinglado explotador], ha dejado de ser condición de las fuerzas generales del cerebro humano. Con ello se derrumba la producción de riqueza basada sobre el valor de cambio, el proceso de producción inmediato pierde la forma de [producir miseria relativa en los explotados al mismo tiempo que ganancia para los explotadores], y el antagonismo [entre las dos clases sociales universales desaparece]. Aquí entra entonces [a manifestarse] el desarrollo de los individuos [libres e iguales], y por lo tanto la reducción del tiempo de trabajo necesario, no para crear plustrabajo sino para reducirlo en la sociedad a un mínimo, al que corresponde entonces la función artística, etc., de los individuos gracias al tiempo devenido libre y a los instrumentos [supletorios de trabajo vivo] creados para todos ellos. [De modo tal que así, la burguesía deja como clase explotadora de seguir existiendo]>>. (K. Marx: “Líneas fundamentales de la crítica de la economía Política”. En alemán “Grundrisse”. Ed. Grijalbo. Segundo volumen: El proceso de circulación del capital. Tomo II Cap. III Pp. 91. El subrayado y los entre corchetes nuestros. Confrontar esta parte citada del texto traducido por la mencionada Editorial, con la versión digitalizada en las páginas 228 y 229).

 

Por su parte, en su obra escrita entre 1927-1928 titulada: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista”, Henryk Grossmann ha demostrado que el capitalismo alcanza su límite histórico-objetivo absoluto, cuando el incremento de los medios técnicos de producción empleados y la productividad del trabajo a mayor velocidad que el de la población productiva empleada, se expresa capitalísticamente en su contrario: o sea, en que la población obrera crece siempre más rápidamente que la necesidad de valorización [ganancia] del capital invertido en funciones. Donde también aumenta la sustitución de obreros por la maquinaria empleada en su lugar. Y es que:

<<El incremento de los medios materiales de producción llamados capital constante [maquinaria, herramientas, materias primas y auxiliares, talleres, fábricas, oficinas, medios de transporte, etc] y la productividad del trabajo a mayor velocidad que la de la población, se expresa capitalistamente en su contrario: en que la población obrera crece siempre más rápidamente que la necesidad de valorización del capital”106. Por tanto, el desplazamiento de los obreros por la maquinaria y el surgimiento del ejército de reserva descrito por Marx en el tomo I de El capital (capítulo XIII: “Maquinaria y gran industria”), constituye un hecho de naturaleza técnica, provocado por el mayor crecimiento de MP [medios de producción] en proporción con FT [fuerza de trabajo], la que en cuanto tal no representa ningún fenómeno específico del capitalismo. Todo progreso técnico descansa en un aumento de la productividad del trabajo, o sea, que éste [el trabajo] es ahorrado, liberado, con respecto a un cierto producto técnico material [la maquinaria] supuesto como dado [y necesariamente requerido por la cuenta que les ha traído a los capitalistas]. Que la máquina sustituye trabajo humano, es un hecho irrefutable que no requiere mayores “demostraciones”, pues se desprende del propio concepto material y técnico de la máquina, en tanto que es un medio destinado a economizar trabajo. Esta “liberación” de trabajo asalariado se produce en todos los modos de producción, e incluso tendrá lugar en una economía planificada socialista por cuanto ésta también recurrirá a los progresos de la técnica. De aquí se desprende la imposibilidad de que Marx dedujera de este hecho “natural”, el derrumbe del modo de producción capitalista. Y por cierto, la sustitución de obreros como consecuencia del perfeccionamiento técnico introducido en la maquinaria, ni se menciona en el capítulo XXIII del Libro 1 tomo II de “El capìtal”, donde Marx dedujo la ley del derrumbe capitalista a partir de la ley general de la acumulación de ganancia. Marx aquí no resalta las variaciones de la composición técnica de los medios de trabajo capital, es decir, la relación entre medios de producción MP y fuerza de trabajo FT, sino que hace hincapié en la composición orgánica dineraria, o sea en la relación entre [capital constante] c [maquinaria] y [capital variable] v [fuerza de trabajo]. “El factor más importante en este examen es la composición del capital y los cambios que experimenta la misma en el transcurso del proceso de acumulación”. A lo que se agrega con el fin de ampliar la explicación: “Cuando se habla sin más ni más de la composición del capital, nos referimos siempre a su composición orgánica107. Empero la composición técnica tan sólo conforma un aspecto de la composición orgánica; ésta última constituye algo más. Se trata de una composición de valor, que se halla determinada por la composición técnica [o sea, la evolución de la relación físico-técnica de la maquinaria con los obreros encargados de ponerla en movimiento], cuyas modificaciones refleja [que hasta cierto punto va en aumento]. Con ello Marx transforma la faz técnica del proceso de trabajo, la relación entre MP: FT —independiente de todo modo de producción específico—, en una relación de valor c [capital constante para invertirlo en maquinaria] con v [capital variable, es decir: salarios], o sea, que considera esa relación técnica en su forma específicamente dineraria-capitalista. Así. en el interior del modo de producción capitalista, los medios de producción MP [maquinaria] y FT [fuerza de trabajo], se presentan ambas como partes integrantes del capital, como valores que deben ser valorizados, es decir arrojar una ganancia. El aspecto característico y el factor impulsor de la producción capitalista, no es el proceso técnico de producción, sino el proceso de valorización [ganancia capitalista]. Éste se interrumpe allí donde los empresarios se encuentran con que la valorización se ha terminado [por carencia de capital adicional suficiente], aun cuando el ángulo de las necesidades materiales y su satisfacción —el proceso técnico de la producción— continúa siendo necesario y deseable. Los obreros son despedidos al ser sustituidos por maquinaria. Pero el desplazamiento de los obreros, el surgimiento del ejército de reserva del que Marx habla en el capítulo de la acumulación (y de esto se ha hecho caso omiso en la literatura sobre el tema), sucede no por el hecho teórico de la introducción de la maquinaria, sino por la insuficiente valorización del capital invertido [precisamente por carencia de ganancia adicional suficiente para tal fin], que hace su presentación en una cierta fase avanzada de la acumulación. De modo que la causa que lo genera, encuentra su origen exclusivamente en el modo de producción específicamente capitalista. Los obreros son desplazados no porque sean expulsados por las máquinas, sino porque a una determinada altura de la acumulación, la ganancia se torna demasiado pequeña y por consiguiente ya no rinde, de modo que no alcanza para poder adquirir las adicionales máquinas suficientes, etcétera108>>. (Henrik Grossmann: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalísta.” Biblioteca del pensamiento socialista. Ed. Siglo XXI Cap. I México DF: “El hundimiento del capitalismo en las exposiciones científicas surgidas hasta la fecha”. Pp. 85 a 88. Primera edición en alemán 1929. Primera edición en español 1979. El subrayado y lo entre corchetes nuestro: GPM).

 

  Y en efecto: La ganancia capitalista ha venido surgiendo del valor adicional producido por cada obrero empleado para tal fin durante cada jornada de labor. Es un excedente ganancial respecto del salario a instancias de la creciente productividad laboral, que aumenta con cada progreso científico-técnico incorporado a los instrumentos materiales técnicos de trabajo —movidos por el proletariado en cada jornada laboral— haciendo así posible a la burguesía usufructuarlo. Es un rédito global obtenido en cada país que —por mediación de la oferta y la demanda en el mercado bajo condiciones normales— la competencia intercapitalista se encarga de repartirlo entre los capitalistas, según la masa de capital con que cada fracción empresarial participa en ese común negocio, de medrar a expensas de otros seres humanos. Se trata, pues, de un proceso objetivo, que no depende de la voluntad de nadie en particular, sino de todos los burgueses en general, como personificaciones del sistema. Es un rédito global obtenido en cada país que —por mediación de la oferta y la demanda en el mercado bajo condiciones normales— donde la competencia interburguesa se encarga de repartirlo entre los capitalistas, según la masa de capital con que cada fracción empresarial participa en ese común negocio, de medrar a expensas de otros seres humanos. Se trata, pues, de un proceso objetivo, que no depende de la voluntad de nadie en particular, sino de todos los burgueses en general, como personificaciones del sistema.

 

          Pero bajo tales condiciones, de la misma forma sucede que a instancias de la creciente productividad del trabajo, los instrumentos materiales —cada vez más eficaces— sustituyan más y más mano de obra, que así su empleo no deja de aumentar, pero naturalmente cada vez menos. Y dado que la ganancia del capital crece a expensas del trabajo asalariado empleado, el decreciente incremento de su empleo respecto de los medios técnicos materiales en movimiento sustituyendo trabajo humano, determinan que el proceso de explotación, ganancia y acumulación de capital, se interrumpa periódicamente por carencia de empleo asalariado y en consecuencia, por falta de rentabilidad suficiente respecto de lo que cuesta producirla.

          Dicho esto último y tomando en consideración la evolución del dinero ganancial de la burguesía, como consecuencia de la mayor intensidad y eficacia del trabajo humano por unidad de tiempo empleado en el uso de la maquinaria, debe operarse una consecuentemente mayor capacidad o poder adquisitivo de ese dinero, a la vez que una disminución creciente del precio de las mercancías, o sea, un salario de mayor poder de compra y más medios de vida, es decir, un salario incrementado. Finalmente ese aumento del salario real y su mayor poder adquisitivo, sin que exista un ejército de reserva requiere que el trabajo se venda por su valor. Pero si observamos este proceso más detenidamente, comprobaremos que esta tendencia creciente del poder adquisitivo salarial no se prolonga indefinidamente, sino que se agota en un período transitorio, que corresponde a una determinada fase temporal de desarrollo en el curso de la acumulación capitalista y que, según el esquema de Henrik Grossman ha regido no más allá de los primeros 34 años. Y en efecto: Toda esta “lógica” da pábulo a las crisis económicas de superproducción de capital, es decir, exceso de producción de mercancía por carencia dineraria de demanda durante la cual, la penuria relativa de ganancia agudiza las disputas entre lobbies económicos que, sin solución de continuidad, se trasladan a los partidos políticos de cada país, saltando desde allí a la escena internacional, donde unos países lidian con otros por la misma causa. Trastornos económicos y consecuentes conflictos políticos, que con cada vez más frecuencia, la burguesía mundial no ha conseguido superar, si no es mediante guerras entre bloques de países, cada vez más destructivas y genocidas según el progreso del conocimiento científico se va incorporando a los instrumentos bélicos, a instancias de la llamada “economía de guerra”.

<<Superado este nivel de desarrollo de la acumulación, y a partir de un determinado momento del mismo proceso, necesariamente nos encontramos con un punto de inflexión en la dinámica de los salarios. A partir de este punto los salarios tienen que descender y por ende todo el mecanismo de los salarios también remite de forma sostenida y periódica, a pesar de su ascenso inicial (véase supra, pp. 112-113). De esto se sigue que a medida que se acumula el capital, tiene que empeorar la situación del obrero, sea cual fuera —alta o baja— su remuneración. Esta es la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista.  

Como consecuencia, a partir de un determinado punto, el crecimiento del salario real finaliza; y luego de un estancamiento transitorio se produce un rápido descenso del mismo. Pero dado que como a consecuencia de la creciente intensidad del trabajo que se opera con el desarrollo del modo de producción capitalista, se torna necesaria una masa siempre creciente de medios de vida para la reproducción de la fuerza de trabajo, de lo cual resulta que la propia paralización del crecimiento de los salarios (y más aún su retroceso), representa un descenso por debajo del valor de la fuerza de trabajo necesaria. Y a partir de esto se vuelve imposible la reproducción plena de esa fuerza de trabajo. Pero esto equivale al empeoramiento de la situación de la clase obrera, un aumento no sólo de su miseria social, sino también de su miseria física. Así, su pauperización no es por tanto en ningún caso, un fenómeno que corresponda exclusivamente al pasado del movimiento obrero, según la interpretación que Kautsky y Rosa Luxemburgo ofrecen de la teoría marxiana del salario. La pauperización  no se manifiesta sólo en el período del capitalismo en el que no existía todavía una organización obrera (sindicatos). En realidad, puede ser y es el resultado de la fase madura de la acumulación de capital.

La pauperización es el punto conclusivo necesario del desarrollo al cual tiende inevitablemente la acumulación capitalista, de cuyo curso no puede ser apartada por ninguna reacción sindical por poderosa que esta sea. Aquí se encuentra fijado el límite objetivo de la acción sindical. A partir de un cierto punto de la acumulación, el plusvalor requerido no resulta suficiente para proseguir la acumulación con salarios fijos. O el nivel de los salarios es deprimido por debajo del nivel anteriormente existente, o la acumulación se estanca, es decir, sobreviene el derrumbe del mecanismo capitalista. De esta manera el desarrollo conduce a desplegar y agudizar las contradicciones internas entre el capital y el trabajo a un punto tal que la solución solo puede ser encontrada a través de la lucha entre estos dos momentos…………             

………..

El desarrollo de las fuerzas productivas no sólo se manifiesta a través de la puesta en movimiento de una masa cada vez mayor de medios de producción (MP) en relación con la fuerza de trabajo vivo empleado (FT), que así forzosamente remite. O sea, por el constante incremento que se opera en la masa de medios de producción [maquinaria] debido no sólo a las innovaciones tecnológicas, sino que también lo hace por la participación íntegra de la fuerza de trabajo en este desarrollo. Aquí, pues, se trata de “no quedar excluido de los frutos de la civilización, de las fuerzas productivas ya adquiridas” (véase supra Pag. 8). Resulta decisivo, por tanto, que junto con el crecimiento de MP también sea reproducida en su totalidad (FT), es decir, que el salario real crezca en la misma medida en que crece la intensidad del trabajo. Sin embargo, en el mismo momento en que dentro de la relación c:v fracasa la valorización, el capital comienza a reducir el valor de los salarios, o sea de v, por debajo de la fuerza de trabajo. Pero al hacer esto impide la reproducción de FT en su totalidad. Si en virtud de ello la fuerza más poderosa e importante, la fuerza de trabajo humano se ve excluida de los frutos de la civilización en constante desarrollo, entonces simultáneamente se demuestra que nos acercamos cada vez más a aquella situación, que se viera vislumbrada por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista diciendo: “La burguesía no es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni si siquiera en el marco de su propia esclavitud”109*>>. (Henrik Grossmann: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista” Ed. Siglo XXI. Capítulo “Consideraciones finales” Pp. 379).

 

 

En síntesis, que a partir de un determinado punto del proceso capitalista, el crecimiento del salario real se detiene; y luego de un estancamiento transitorio se produce un rápido descenso del mismo. Y dado que como consecuencia de la creciente intensidad del trabajo que se requiere para el necesario desarrollo de la producción, se torna necesaria una masa siempre creciente de medios de vida para la reproducción de la fuerza de trabajo, resulta que la propia paralización del crecimiento de los salarios (y más aun su retroceso), representa un descenso del salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo empleado, resulta que la propia paralización del crecimiento de los salarios y más aun su retroceso, supone un retroceso por debajo del valor de la fuerza del trabajo, de modo que se vuelve imposible la reproducción plena de la fuerza de trabajo. Así las cosas:

<<La pauperización es el punto conclusivo necesario del desarrollo, al cual tiende inevitablemente la acumulación capitalista, de cuyo curso no puede ser apartada por ninguna reacción sindical, por poderosa que ésta sea. Aquí se encuentra fijado el límite objetivo de la acción sindical. A partir de un cierto punto de la acumulación, el plusvalor disponible no resulta suficiente para proseguir acumulando capital con salarios fijos. O el nivel de los salarios es deprimido por debajo del nivel anteriormente existente, o la acumulación se estanca, es decir, sobreviene el derrumbe del mecanismo capitalista. De esta manera el desarrollo conduce a desplegar y agudizar las contradicciones internas entre el capital y el trabajo, a un punto tal que la solución sólo puede ser encontrada, a través de la lucha entre estos dos momentos.

Ya vimos que Karl Kautsky comprobó la paralización del proceso ascendente de los salarios —en parte incluso hasta un retroceso del salario real— en el transcurso del último decenio anterior a la primera guerra mundial para todos los países capitalistas tradicionales. Por su parte, resulta evidente que la clase obrera no pudo mejorar su situación en la post guerra  ni en Alemania, ni en Inglaterra ni en Francia, como tampoco en los restantes países. Y esto no requiere que sea probado aquí. Sí en cambio tuvo que combatir con el máximo despliegue de sus fuerzas simplemente para conservar el nivel de vida imperante hasta ese entonces, y para defenderse de los constante ataques emprendidos en su contra por el capital. Es precisamente la constante ofensiva del capital, renovada con mayor intensidad aún, la que anuncia el hecho y constituye un síntoma de la mera supervivencia del capitalismo; revela que subsiste únicamente gracias al deterioro de las condiciones de vida de la clase obrera, poniendo de manifiesto con ello que luego de haber cumplido con su misión histórica de desarrollar las fuerzas productivas, de estímulo para dicho desarrollo se ha convertido en una traba suya. El desarrollo de las fuerzas productivas no sólo se  manifiesta a través de la puesta en función de una masa cada vez mayor de medios de producción (MP) en relación con la fuerza de trabajo (FT), o sea, por el constante incremento que se opera en la masa de medios de producción debido a las innovaciones tecnológicas, sino que también lo hace por la participación íntegra de la fuerza de trabajo en este desarrollo.        Aquí, pues, se trata de “no quedar excluido de los frutos de la civilización y de las fuerzas productivas ya adquiridas” (véase supra p. 8). Resulta decisivo, por tanto, que junto con el crecimiento de MP, también sea reproducida en su totalidad FT, es decir que el salario real crezca en la misma medida en que crece la intensidad del trabajo. Sin embargo, en el mismo momento en que dentro de la relación c : v fracasa la valorización, el capital comienza a reducir el nivel de los salarios, o sea de v, por debajo del valor de la fuerza de trabajo. Pero al hacer esto impide la reproducción de FT en su totalidad. Si en virtud de ello la fuerza productiva más poderosa e importante, la fuerza de trabajo humana, se ve excluida de los frutos de la civilización en constante desarrollo, entonces simultáneamente se demuestra que nos acercamos cada vez más a aquella situación que fuera vislumbrada por Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista”. (Henrik Grossmann: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista Pp. 386. Capítulo:“La tendencia al derrumbe y la lucha de clases”).  

 <<Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Pero para oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo en pleno régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeñoburgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad, ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni siquiera en el marco de la  esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad”>>. (Karl Marx-Federico Engels: Op. cit. Cap. I: “Burgueses y Proletarios” Ed. Progreso: l’eina Pp. 48).

 

  El vocablo  pauperismo se define y designa, por la situación de pobreza en que se encuentra la totalidad o una fracción considerable de la población, en un determinado país o región del Mundo. A pesar de la imprecisión de las estadísticas a escala internacional que se han realizado en este campo, se ha calculado que el pauperismo afecta los dos tercios de la población mundial que hoy alcanza los 6.000 millones de personas. O sea que la indigencia en estos momentos suma 4.000 millones, y las estimaciones más recientes de las Naciones Unidas indican, que para el año 2025 será de 8.500 millones, teniendo en cuenta que el medio más común para medir el pauperismo, es el ingreso promedio anual de medios de vida por habitante, calculado entre el valor neto de los productos fabricados y los servicios prestados por habitante y año, en un determinado país.

 

          A todo esto, según ha reportado eldiario.es el día 03/09/2019 a las 16:07hs., el número de superricos se ha triplicado en España en una década. Los declarantes de bases imponibles de más de 30 millones de euros alcanzan los 611 según los datos de 2017 publicados este martes por la Agencia Tributaria. Los ricos madrileños, que no pagan impuesto de patrimonio, se ahorraron casi mil millones en un año, el 99% del total de las bonificaciones autonómicas. Una quinta parte del patrimonio en España está invertido en “ladrillo”. El número de "superricos" en España, aquellos que declaran poseer bienes susceptibles de pagar el impuesto de patrimonio por valor de más de treinta millones de euros, alcanzó los 611 en 2017 según los datos publicados este martes por la Agencia Tributaria.

          Este es uno de los tributos cedidos a las comunidades autónomas, que pueden llegar a evitar por completo su cobro. Es el caso de la Comunidad de Madrid, acusada habitualmente de aprovechar las ventajas de la capitalidad para atraer a millonarios y empresas (lo que se conoce como "dumping fiscal").

          Si se compara la cifra de superricos de este año con la que se recogió en 2007, los grandes patrimonios se han casi triplicado, al crecer más de un 162%. Un año antes, en 2006, sólo hubo 200 contribuyentes en ese tramo, con lo que la subida ha sido de más del triple. Durante ese mismo periodo se ha producido una crisis económica que, entre otras cosas, ha supuesto un aumento de la brecha de desigualdad de la riqueza en España.

          De esos 611 multimillonarios, un total de 413 se ahorraron 406 millones de euros en concepto de bonificaciones autonómicas, la mayoría en la Comunidad de Madrid, donde nadie paga impuesto de patrimonio, no importa cuál sea su riqueza.

          Si se tiene en cuenta al total de potenciales declarantes, no solo los que tienen más de 30 millones, las bonificaciones autonómicas ese ejercicio ascendieron a 1.008 millones. Casi el 99% de las mismas se produjo en la Comunidad de Madrid (cuyo nuevo gobierno ha prometido otra bajada "histórica" de impuestos). Es prácticamente la misma cantidad que se recaudó en toda España en 2017, que ascendió a 1.112 millones de euros.

          Así, en la región que ahora preside Isabel Díaz Ayuso, 16.856 potenciales declarantes del impuesto de patrimonio (con carácter general aquellos con un patrimonio de más de 700.000 euros exceptuando hasta 300.000 euros de la vivienda habitual) dejaron de pagar a Hacienda en 2017 995,5 millones

            Las otras comunidades que bonificaron este impuesto en 2017, aunque en mucha menor medida, son La Rioja (donde dejaron de ingresarse 7,6 millones) y Catalunya (donde se bonificaron casi 200.000 euros). 

          Precisamente, Catalunya y Madrid absorben más del doble de toda la riqueza nacional declarada en Patrimonio (669.062 millones), un 29% del total en el primer caso y un 26% en el segundo.

          Es posible eludir el pago de este impuesto a través de mecanismos como tener la fortuna invertida en una sicav, uno de los instrumentos preferidos por los ricos para pagar menos a Hacienda. Pero además, no se paga impuesto de patrimonio por el total de la riqueza. Así, para calcular la base imponible, o riqueza neta, que es por lo que se tributa, se suma el conjunto de los bienes y derechos con contenido económico de los que sea titular el sujeto pasivo (casas, tierras, joyas, depósitos, obras de arte...), y se le resta el valor de las cargas y gravámenes que recaigan sobre los bienes, como deudas e hipotecas. En el caso de la vivienda habitual, quedan exentos los primeros 300.000 euros, que también se restan. 

          Adicionalmente, cada comunidad puede establecer un patrimonio mínimo exento, pero en caso de no hacerlo, la norma común es que sea de 700.000 euros (500.000 en Extremadura y Catalunya; 600.000 en la Comunidad Valenciana, 400.000 en Aragón). 

          Por lo demás, en España hay 60.337 millonarios, personas que declaran tener un una base imponible en el impuesto sobre patrimonio superior a 1,5 millones de euros.

            Una quinta parte concentrada en ladrillo

          En cuanto a la naturaleza de estos patrimonios, aproximadamente una quinta parte de los casi 700.000 millones declarados por los españoles más ricos en 2017 se concentraba en bienes inmuebles, informa EFE. Dado que el impuesto lo declararon 202.437 contribuyentes, el patrimonio medio se situó en 3,3 millones de euros.

          La mayor parte de este patrimonio -497.281 millones, un 74,3 % del total- se encuentra en capital mobiliario, es decir, en acciones, deuda pública o depósitos en cuentas bancarias. La siguiente partida son los bienes inmuebles -130.771 millones, un 19,5 % del total-, la mayoría de naturaleza urbana.

          Estos contribuyentes declararon asimismo 12.424 millones de euros en seguros y rentas; 11.318 millones en patrimonio afecto a actividades económicas y 1.370 millones en bienes suntuarios, que se distribuyen en objetos de arte y antigüedades (571 millones) y otros como vehículos o joyas (800 millones).

          Aumenta la brecha de la desigualdad

          En paralelo a esta radiografía de la riqueza en España, según un informe de Intermón Oxfam, desde el año 2008, la participación en la riqueza neta del 50% de personas más pobres ha disminuido en España en más de 4 puntos porcentuales, mientras que la del 1% de personas más ricas "se ha ampliado en casi 7 puntos".

En los años de recuperación económica, desde 2014 a 2018, "esta distribución de la riqueza apenas ha variado", denuncia Oxfam. El estudio arroja una cifra de la desigualdad actual: el 10% de las personas más pudientes en España concentra más riqueza neta (un 55%) que todo el resto de la población junta. En 2009 concentrada un 47%.

          Casi la mitad de toda esa riqueza del 10% más rico está en manos del 1% con más ingresos. Acumulaban el 24% de la riqueza neta nacional en 2018, apunta Oxfam, un porcentaje que ha engordado desde la crisis. En 2009 era del 17%.

          La otra cara de la moneda es la participación del 50% con menos ingresos en la riqueza nacional. En su caso, su acumulación de riqueza se contrae: del 11,5% en 2009 al 7% el año pasado.

          El de patrimonio es otro de los impuestos de la discordia en España. Denostado (como el impuesto de sucesiones) por quienes creen que supone una doble tributación –primero cuando se obtiene el bien, después por mantenerse– y considerado como un mecanismo redistributivo por otros.

          Entre los años 2008 y 2010 este impuesto quedó suprimido, pero luego, y a raíz precisamente de la crisis, se restableció. Este tributo a la riqueza nació en España en 1977, junto al Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF), y se regula por una ley de 1991. 

          Frente al ruido partidista, no olvidamos que nuestra función principal es vigilar al poder venga de donde venga. Hacemos preguntas incómodas, examinamos las cuentas públicas y controlamos las promesas que hacen los políticos. Ayúdanos a cumplir con nuestra labor de servicio público.

     La lucha de clases no es algo continuo, es decir “in crescendo” ni mucho menos acumulativo “per se”, sino que se produce dentro de un movimiento afectado por flujos y reflujos, alzas y bajas en la conflictividad. Cuando la lucha de clases gana en extensión e intensidad, es indudable que la conciencia de clase de los asalariados tiende crecer, pero en momentos de semiparálisis o retroceso en la combatividad obrera ocurre lo contrario y es en esa situación donde la vanguardia política del proletariado mantiene un rasgo distintivo con el resto de su clase al mantener los principios revolucionarios.

     Los comunistas, tienen que ser la parte más consciente y decidida del conjunto de la clase obrera, deben de impulsar, acompañar y encabezar las acciones de los asalariados en contra del modo de producción capitalista allí donde un conflicto les sorprenda:

       <<Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto.

Los comunistas son, pues, prácticamente la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que se ha de abocar el movimiento proletario.>> (C. Marx y F. Engels: “El manifiesto comunista. Cap. II”)

 

Pero precisamente porque los comunistas llevan de ventaja la clara visión de las condiciones de la lucha, estos no pueden contribuir a conducirlas eventualmente hacia callejones sin salida que supongan quedarse dentro del sistema capitalista. Hay que luchar porque las contradicciones del sistema nos empujan a ello, pero esa lucha tiene que estar presidida por la inteligencia, la responsabilidad y la sensatez. La vanguardia revolucionaria tiene la obligación de decir la verdad en todo momento a los trabajadores, tiene que aprovechar el momento en que la burguesía no puede integrar a los proletarios en su sistema de vida, para hacer la debida propaganda a favor del socialismo, como la única garantía de mejores y perdurables condiciones de vida y de trabajo:

<<...Aun prescindiendo por completo del esclavismo general que entraña el sistema de salarios, la clase obrera (...) no debe olvidar que lucha contra los efectos, no contra las causas de esos efectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente, pero no cambiar su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la enfermedad. No debe, por tanto, entregarse por entero a esta inevitable guerra de guerrillas, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o por las fluctuaciones del mercado. Debe comprender que el sistema actual, aun con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendrar simultáneamente las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para la reconstrucción económica de la sociedad. En vez del lema conservador de “¡un salario justo por una jornada de trabajo justa!”, deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: “¡Abolición del sistema de trabajo asalariado!”>> (K. Marx: “Salario, precio y ganancia. Cap. XIV”)

 

Y continua diciendo más adelante:

<<Las tradeuniones trabajan bien como centros de resistencia contra las usurpaciones del capital. (...) Pero, en general, son deficientes por limitarse a una guerra de guerrillas (luchas defensivas por reivindicaciones inmediatas) contra los efectos del sistema existente, en vez de esforzarse, al mismo tiempo, por cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas organizadas como palanca para la emancipación final de la clase obrera; es decir, para la abolición definitiva del sistema del trabajo asalariado>>. (K. Marx: ibídem.) El subrayado y lo entre paréntesis es nuestro.

 

La táctica debe de estar inscrita en una estrategia socialista, hay que explicar con paciencia, con el convencimiento de que lo utópico no es el socialismo sino pensar que en el capitalismo se pueden mantener las cosas tal y como están. En las grandes empresas como Daimler-Chrysler, Opel, Philips, Deutsche Bank etc. los trabajadores pactan trabajar más por menos para mantener sus puestos de trabajo:

<<En muchos casos, como en el gigante Siemens, no sólo se va a pasar de las 35 horas reguladas a las 40, sino que van a desaparecer las pagas extras de Navidad y verano. Todo con tal de no perder su empleo. (...) A las empresas les conviene este tipo de pactos pero, pero no se sabe por cuánto tiempo los aceptarán, ya que los países del Este, conscientes de que su atracción reside en la mano de obra barata, están dispuestos a rebajar más la paga de sus trabajadores. “Es todo inútil” dice el director del WIFO, el instituto de investigación económica de Austria. “Aumentar las horas laborales no supone más competitividad. Los gastos por hora trabajada seguirán siendo más bajos en Europa del este o en Asia”>>. Diario “El Mundo” 5/7/04

 

Cuando hablamos de la inteligencia, la responsabilidad y la sensatez, nos estamos refiriendo, también, a que, en las luchas que se plantean con un claro carácter de resistencia a los ataques del capital, los comunistas tienen que combinar la denuncia del sistema capitalista como único causante de nuestros problemas, para inducir al movimiento a salir de él; pero, al mismo tiempo, no pueden desdeñar una táctica conducente a salir lo mejor parados en lo inmediato, del trance en que nos pone el capital en momentos de crisis.

Dice el refrán que nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta que truena, y es un hecho comprobable que, cuando las cosas van relativamente bien para los empresarios, los trabajadores y las respectivas secciones sindicales, por lo general, se desentienden de la responsabilidad social de ejercer el llamado control obrero de la producción, es decir que aceptan como normal y natural el secreto de los libros de cuentas que imponen los empresarios. Sólo en momentos de crisis los patronos se avienen a mostrar los balances parciales, circunscritos al periodo de dificultades financieras como táctica conducente para adocenar como corderitos a los trabajadores para sus maniobras.

La división manufacturera dentro de la empresa ha conseguido la parcelación técnica de las tareas: dirección, técnicos, administración, taller, almacén etc., y, a la vez, la estanqueidad en la información entre distintos estamentos. Esto es así, porque la burguesía ha conseguido introducir en la conciencia de los trabajadores que son unos mandados y que sus demandas terminan cuando el capital deja de ganar lo que le exigen las leyes del capital. En lo que afecta a las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados, la democracia, la justicia y la sociedad de la información, se detienen a las puertas de las empresas. Consideramos cómplices de la patronal a los dirigentes sindicales que no insisten ante sus representados sobre la necesidad de estar alertas y activos en la tarea de controlar al patrón, sea en tiempos de bonanza económica como de crisis. Si los asalariados comprendieran la necesidad de esta tarea, no existiría ningún empresario, pequeño, mediano o grande, que pueda engañar impunemente sobre la verdadera realidad de sus respectivas empresas, dado que las tareas administrativas y técnicas son realizadas por asalariados. Además, esta labor de control de la gestión es lo que, tarde o temprano, los trabajadores, se van a ver obligados a hacer cuando la historia les ponga en la tesitura que no les permita dar un paso más hacia atrás.

  En el caso concreto que usted nos plantea, pensamos, a modo de sugerencia, que lo primero que hay que intentar conseguir, peleándolo en el sindicato para que presione por ello a la empresa, es la realización de una auditoría con participación de una comisión de asalariados elegida democráticamente, para determinar el real estado de las cuentas de la empresa. Esto es determinante para saber, a ciencia cierta, si ha disminuido ―y en qué porcentaje― el fondo de acumulación de la empresa respecto del periodo anterior, es decir, el excedente o ganancia bruta (antes de impuestos) resultante de la diferencia entre el valor de venta anual de lo producido y la suma del capital total invertido más la renta personal del patrón en ese mismo período. Esto permite conocer si se está o no ante un proceso de pérdidas netas  y, por tanto, de una real descapitalización de la empresa o, por el contrario, se trata de un simple decremento de las ganancias netas sin menoscabo para el patrimonio de la empresa y/o para el fondo de consumo de sus dueños.

Si se está ante este último caso, es obvio que se debe presionar simultáneamente ante la dirección de la empresa y el sindicato, para demandar que las perdidas las asuma íntegramente el patrón, sin perjuicio de las condiciones salariales de los trabajadores antes de la situación de “crisis”. Si, por el contrario, la situación es de pérdidas absolutas, la táctica correcta pasaría por salir del trance en las mejores condiciones posibles, desarrollando los siguientes puntos:

1.    En el caso de haberse investigado y llegar a la conclusión de una errónea, negligente o dolosa gestión por parte de la dirección, denunciar públicamente el hecho y no aceptar sin más la reducción salarial y/o despidos; siempre luchar por las condiciones más ventajosas para los trabajadores dadas las condiciones anteriores. Por ejemplo: si la propuesta empresarial es una reducción salarial del 5%, los trabajadores deben proponer un 2 o un 3% y con contrapartidas como la de ofrecer la jubilación en condiciones ventajosas a los que rocen la edad para ello, rechazar la contratación eventual etc.

2.    En aras de la tan cacareada “solidaridad” entre clases que plantean los patrones en todas las situaciones difíciles, sacando a colación el cuento del famoso barco en el que todos, trabajadores y empresarios, viajamos, sería de “justicia” exigir que los patrones reduzcan en la misma proporción su fondo de consumo hasta que la situación de la empresa se normalice y todos puedan recuperar las condiciones anteriores, etc. Pero, como usted comprenderá, no es ésta una situación general de la que cualquier sector de los asalariados pueda salir en las mejores condiciones de un conflicto. A la persistencia del paro masivo que divide y debilita su posición negociadora en general, se agrega el hecho de que ―a tenor de su informe― estamos ante un conflicto particular, aislado del resto de las empresas del ramo. Todo esto, en el marco de una legislación laboral que permite a los capitalistas las más agresivas arbitrariedades que se conozcan desde la segunda postguerra mundial. En semejantes circunstancias, cualquier lucha que logre imponerse ―siquiera en la más mínima parte― a las pretensiones patronales, no deja de ser un triunfo que prepara las mejores condiciones para futuras luchas ―porque, sin duda las habrá―, y esto es muy importante.

3.    Obviamente, habrá que apelar al sindicato, pero siempre bajo presión de la lucha y sin delegar en ellos la representación exclusiva ante la parte contraria, exigiendo en todo momento que las negociaciones se lleven a cabo en presencia de la comisión interna delegada, con expreso mandato de no aceptar ni firmar nada sin consultar antes al resto de los compañeros. Nunca olvidar que en la etapa del capitalismo tardío, normalmente los sindicalistas institucionalizados tienden a oficiar de representantes del capital ante los trabajadores y no al revés, como formalmente lo parece; sólo ante movimientos de masa de magnitud y bajo estricto control obrero permanente sobre cada uno de los pasos que dan, se avienen a legitimar las demandas de los trabajadores ante la patronal y el Estado.

4.    Por contraste, en todo y por todos los revolucionarios deben comportarse honestamente ante los trabajadores, contar con ellos en todo momento, decir siempre la verdad y no hacer demagogia.

5.    Los asalariados deberán esperarlo todo de su lucha, porque, “nadie hará por los trabajadores lo que ellos no sepan hacer por sí mismos”. Su dignidad como clase históricamente revolucionaria radica, sobre todo, en que, por lo general, nunca deja de luchar ―como es éste el caso―, a pesar de llegar a ser consciente de que, objetivamente, los problemas que tienen planteados los trabajadores son irresolubles en este sistema de vida, y que su situación relativa dentro de la sociedad, tiende a empeorar. Por eso, el propio Marx no huyó de esta verdad ante los trabajadores, como lo demostró en su informe ante la Asociación Internacional en junio de 1865:

<<Estas pocas indicaciones bastarán para poner de relieve que el propio desarrollo de la industria moderna contribuye por fuerza a inclinar la balanza cada vez más a favor del capitalista y en contra del obrero, y que, como consecuencia de esto, la tendencia (objetiva) general de la producción capitalista no es a elevar el nivel medio de los salarios (relativos), sino, por el contrario, a hacerlo bajar, o sea, a empujar más o menos el valor de la fuerza de trabajo a su límite mínimo. Pero si la tendencia de las cosas, dentro de este sistema es tal, ¿quiere decir que la clase obrera deba renunciar a defenderse contra las usurpaciones del capital y cejar en sus esfuerzos por aprovechar todas las posibilidades que se le ofrezcan para mejorar temporalmente su situación? Si lo hiciese, veríase degradada a una masa uniforme de seres humanos desgraciados y quebrantados sin salvación posible>>. (K. Marx: “Salario, Precio y Ganancia. 27/06/1865).

Con el permiso de nuestro interlocutor Rubén Juste de Ancos en éste su trabajo, queremos brevemente contribuir en señalar aquí, que la presunta soberanía popular, a través del voto bajo el régimen de la democracia representativa durante cualquier elección periódica, en modo alguno el poder efectivo de los representantes elegidos según el voto ya escrutado, procurarán satisfacer los intereses de sus mayoritarios electores. Porque la verdad es que invariablemente por la cuenta que les trae, una vez conseguido ese poder fáctico a disposición de los sujetos electos ya elegidos, éstos de ningún modo han de ejercer el poder político según los intereses expresados por las mayorías representadas en las urnas. Dicho más claramente: la legitimidad del poder trasmitido por los electores a los candidatos a ser elegidos por vía “democrática”, no garantiza a los electores que el ejercicio de ese poder trasmitido por las urnas a los elegidos, se corresponda con lo prometido por ellos una vez aupados al poder político efectivo. Y esto es así, porque los verdaderos intereses de los elegidos, no están en las necesidades de los electores, sino en el mayor poder económico concentrado por esos bribones consuetudinarios que son los elegidos, quienes han venido haciendo contubernio con el poder económico concentrado en organizaciones como el Ibex35, es decir, en primera instancia con los propietarios privados de los medios de producción y el dinero bancario. He aquí por qué Marx y Engels se hayan adelantado en concluir que, bajo el capitalismo la “democracia” es la dictadura del capital. Y en efecto, como bien insistieran dejando escrito negro sobre blanco los compañeros Carlos Aznares e Iñakí Gil de San Vicente:  La democracia burguesa es la forma externa de la dictadura del capital

       A todo esto:

<<El obrero que a diferencia del artesano, no posee instrumentos de trabajo y que dificilmente puede cambiar de ocupación, debido a la especialización engendrada por la división del trabajo, debe someterse a las exigencias de su empleador. Al obligar al obrero a producir cada vez más por un salario más reducido, el capitalista, que sólo existe por el obrero que trabaja para él, tiende paradójicamente a destruirlo. La producción en función de la ganancia y no del trabajador es la ley del capital, y el obrero que no puede obtener a cambio de un trabajo de animal de carga, más que lo estrictamente necesario para vivir, no puede acomodar su vida a su producción, que se desarrolla en detrimento de su ser; lejos de poder desarrollarse produciendo libremente en plena armonía consigo mismo y con los demás, no tiene en la vida otra perspectiva que la servidumbre y el embrutecimiento. Y al capitalista como sólo le interesa la ganancia, se preocupa tan poco del obrero sin trabajo, como de una mercancía de la cual no tiene necesidad, y abandona al desocupado al cuidado de la policía, y la caridad pública y privada.

Al dejar de trabajar el obrero se convierte en una carga para la sociedad, obligado a asegurar su mantenimiento y, por ello convertido en un objeto, no sólo inútil sino perjudicial. Por tal “razón” David Ricardo y James Mill declararon que los desocupados constituían un peligro social, y también por esa razón proclamó Malthus la necesidad de extirpar el excedente de población.

       Esta hostilidad del capitalismo frente a la clase obrera resulta de la naturaleza misma de la alienación, que de indiferente se vuelve hasta necesariamente hostil. Al transformarse el trabajo asalariado en mercancía, es decir, en capital, el producto alienado del trabajo del obrero se convierte en una fuerza extraña que lo domina y lo avasalla.

       Este régimen deshumaniza y envilece, por lo demás, no sólo al obrero, sino también al capitalista, el cual al sufrir igualmente los efectos del régimen de la propiedad privada, cae él también bajo la influencia del mundo alienado.

       La alienación del producto del trabajo tiene entre los obreros efectos no sólo objetivos, sino subjetivos, que se traducen en sentimientos de privación, de explotación, de opresión, que, transformándose en cólera y odio, dan origen a conflictos sociales, [que la burguesía no podrá impedir y lo que se acerca cada vez más, será, inevitablemente, su bancarrota como clase social dominante, dejando paso en la historia por fin y con total seguridad, a “La libertad, la igualdad y la fraternidad entre los seres humanos”]. (Auguste Cornú: “Karl Marx – Federico Engels” Ed. Ciencias sociales. La Habana, Cuba/1976. Tomo tres Pp. 176-178. Lo entre corchetes nuestro. No hay versión digitalizada).

Pues bien, después de haber llegado Marx con todas las de la ley científica hace ya más de 170 años a semejante conclusión, frente al actual descalabro del sistema, ¿quién puede demostrar fehacientemente, que la propiedad privada capitalista se deba y pueda conservar indefinidamente? Y en lo que concierne a los políticos profesionales a cargo de los distintos Estados nacionales en el mundo entero, si como es cierto que callan ante esta necesidad cada vez más imperiosa, está claro que lo hacen con tanta “valentía” y “sentido común” por la cuenta que les trae>>.                                                                                                                                                                                                                                                                                                          GPM.

       Porque:

       <<Mientras no se pueda conseguir una cantidad de productos que no solo basten para todos, sino que quede cierto excedente para aumentar el capital social y seguir fomentando las fuerzas productivas, deben existir necesariamente una clase dominante que disponga de las fuerzas productivas de la sociedad, y una clase pobre y oprimida. La constitución y el carácter de estas clases, dependen del grado de desarrollo de la producción. La sociedad de la Edad Media, que tuvo por base el cultivo de la tierra, nos dio al señor feudal y al siervo; las ciudades en las postrimerías de la Edad Media nos dieron al maestro artesano, al oficial y al jornalero: En el Siglo XVII al propietario de manufactura y al obrero de ésta; finalmente en el Siglo XIX al gran fabricante [burgués] y al proletario.

<<Es claro, pues, que hasta el momento en que las fuerzas productivas no se habían desarrollado aun, al punto de proporcionar una cantidad de bienes suficiente para todos y, para que la propiedad privada sea ya una traba y un obstáculo para el progreso, hoy [en 1872 año en el que Marx y Engels escribieron estas líneas], cuando merced al desarrollo de la gran industria, en primer lugar se han constituido capitales y fuerzas productivas en proporciones sin precedentes, y existen medios para amentar en breve plazo hasta el infinito estas fuerzas productivas; cuando en segundo lugar, estas fuerzas productivas se concentran en manos de un reducido número de burgueses, mientras la gran masa del pueblo se va convirtiendo cada vez más en proletarios, con la particularidad de que su situación  se hace más precaria e insoportable, en la medida en que aumenta la riqueza de los burgueses [tal como a lo largo y ancho del mundo está ahora mismo sucediendo en las postrimerías del sistema]; y cuando en tercer lugar, estas poderosas fuerzas productivas, que se multiplican con tanta facilidad hasta rebasar el marco de la propiedad privada y del burgués, provocando contínuamente las mayores conmociones del orden social, sólo ahora la supresión de la propiedad privada se ha hecho posible e incluso absolutamente necesaria>>. (K. Marx – F. Engels: “Manifiesto del Partido Comunista” publicado en junio de 1872. Ed. l´eina/1989. Apartado XV tercer párrafo Pp. 84-85. Versión digitalizada Pp. 114. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros).

                                                                                                                                                                               GPM.

 

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NOTAS

09. Cfr. Pol. 1290 a

10. Cfr. Pol. 1294 a

11. Cfr. Pol. 1279 b

12. Cfr. Pol 1279 b-1280 a

13. Cfr. Pol 1290 b

14. Cfr. Pol. 1290 b

106: Das Kapital, I, p. 663 (T. I/3 pp. 804).

107: Ibid, p.628 (t. 1/3, pp.759/760).

108: “La acumulación capitalista —ha dejado dicho Marx— produce de manera constante, antes bien y precisamente en proporción a su energía y a su volúmen, una población obrera relativamente excedentaria, esto es, excesiva para las necesidades medias de valorización del capital y por tanto supérflua”. (Das Kapital, I, p. 646 (t. I/3, p. 784). Del  ejército industrial de reserva  se dice que “crea” ese excedente para las variables necesidades medias de valorizaciones del capital y por tanto supérflua” (Das Kapital, I, p. 646 [t.1/3. P. 784]). Véase también  ibid., pp. 650, 654 [t. 1/6, pp. 787, 791, etc. No es la explulsión a causa de la máquina,  sino a raíz de la insuficiente valorización lo que constituye el núcleo de la teoría marciana de la acumulación. Marx no deja nunca de resaltar la oposición entre el hecho técnico, natural  de la relación MP y FT que es su forma específica capìtalista. “La ley según la cual el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, se reduce progresivamente en proporción a la eficacia, la masa de sus medios de producción que es necesario gastar. “La ley de la producción capitalista […]  se reduce sencillamente a lo siguiente: La relación entre capital, acumulación y tasa del salario, no es otra cosa sino la relación entre el trabajo impago [ganancial] transformado en capital, y el trabajo suplementario requerido para poner en movimiento el capital adicional. En modo alguno se trata, pues,  de una relación entre dos magnitudes recíprocamente independientes —por una parte la magnitud del capital, por otra el número de la población obrera; que en última instancia nos encontramos por el contrario, ante la relación entre el trabajo impago y trabajo pago de la misma población obrera (ibid., p. 637 [t. 1/3, p.770]. ¡La relación pv:v, o sea la tasa de plusvalor, es así, pues, un problema de valorización! Que según el pensamiento marciano la crisis, la perturbación y, en fin, el derrumbe del capitalismo sea provocado por la insuficiente valorización [ganancia], no puede negarlo tampoco Rosa luxemburgo. “En todo el capítulo se trata de la población obrera y su crecimiento —escribe— Marx que habla constantemente de las ‘necesidades de colocación’ [valorización (E.)], del capital. A estas se acomoda, según Marx el crecimiento de la población obrera; de ellas depende el grado de demanda de obreros, el nivel de los salarios, el que la coyuntura sea brillante o apagada, el que haya prosperidad o crisis. ¿Pero qué son estas necesidades de colocación de las que Marx habla constantemente y a las que Bauer no alude siquiera en su mecanismo?”Antikritik”, p. 117 [AC., p.440. e IAC  p 82]. Rosa Luxemburgo responde a estas preguntas en unas páginas más adelante (ibid., p. 122 [AC., p. 442 e IAC p.85]) donde dice que la acumulación se acomoda a “sus necesidades de valorización variables, esto es, a las posibilidades del mercado”. ¡Aquí tenemos por fin el gran descubrimiento! ¡Solo que es en todo caso notable que Marx hable “continuamente” de valorización, cuando se refiere a las posibilidades del mercado! Como si Marx hubiese tenido un miedo morboso a llamar las cosas por su nombre y hubiese preferido cubrirlas con un  velo y decir siempre b cuando quería decir a. Dificilmente se pueda superar la insípida escolástica de Rosa Luxemburgo. Que en el sistema marxiano la valorización insuficiente, desempeñe un papel decisivo en el fracaso del  mecanismo capitalista, lo debe admitir también Bujarin. Así él dice que “el movimiento de la ganancia” es la “máxima propulsora de la economía capitalista” (Der imperialismus…cit., p, 122 [pp. 204]. Pero Bujarin no advierte que la insuficiente valorización se presenta espontáneamente, como consecuencia necesaria de las leyes internas del modo capitalista de producción y, con ello, al igual que en el caso de Rosa luxemburgo el fracaso es remitido a circunstancias puramente casuales. Y exteriores, a saber: que la guerra acarrea la ruina económica (Ibid p. 123 pp. 204-205]).

Es cierto que la guerra puede provocar la ruina, es cierto que la valorización puede fracasar si no existe consumo alguno, pero con tal formulación se oculta la verdadera problemática, que consiste en mostrar cómo puede desaparecer la ganancia, la valorización, aunque se proponga el caso más favorable para el capitalismo, o sea, un estado de equilibrio en el que siempre aparece asegurado un consumo incesante de las mercancías, donde ninguna guerra puede actuar destructivamente desde el exterior sobre el mecanismo, donde, en fin el derrumbe de la valorización se presenta pues necesariamente a partir del curso interno del mismo mecanismo.

109: Karl Marx, Manifiesto del partido comunista, en Obras Escogidas cit., t. 1 p. 121. [E.]50. También Alexander Parvus se expressa en forma parecida: No existe ni puede existir un desarrollo objetivo que, por sí mismo [¡], y con exclusión de la lucha política revolucionaria del proletariado, convierta la producción capitalista en ruinas, de modo tal que a la clase burguesa sólo le quede resignarse a que los obreros tomen el poder […] La ley histórica […] es el producto de las luchas políticas”. La teoría del derrumbe automático es tan errónea como la hipótesis de la transformación gradual del capitalismo”. (Parvus, Der Sozialismus und die soziale Revolution. [El socialismo y la revolución social] Berlín, 1910, p. 11].

 

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En un capitalismo global así, la apuesta por la innovación tecnológica produce desempleo y el desempleo abre las puertas a la estrategia de aumentar la explotación en términos absolutos. Es decir, lo que define al capitalismo actual es su tendencia a la pauperización del trabajo. Por eso el capital no puede avanzar sin atacar de forma cada vez más brutal y directa a los trabajadores en todo el mundo, desde Rusia a Argentina, desde España a Chile. Con la guerra comercial y las tensiones crecientes hacia la guerra generalizada, la pauperización no puede sino hacerse aun más patente. Solo negando la realidad social de nuestra clase se puede relativizar lo que nuestros barrios viven desde hace años. La pauperización, como las olas en la orilla, vuelve constantemente para recordarnos que el capitalismo es hoy la principal amenaza que sufre la Humanidad.

 

Este párrafo es parte del valioso trabajo publicado por la organización Nuevo Cursobajo el título: “Qué es la pauperización”, en la que nosotros previamente hemos contribuido a poner en conocimiento. Razón suficiente por la cual recomendamos también la lectura del texto escrito y publicado por nuestros compañeros.

                                                                                                                                                                                                      GPM.

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Tendencia histórica decreciente de la Tasa General de Ganancia Media y necesidad de la revolución

<<La pauperización [de los asalariados] es el punto conclusivo necesario del desarrollo al cual tiende inevitablemente la acumulación capitalista, de cuyo curso no puede ser apartada por ninguna reacción sindical por poderosa que ésta sea. Aquí se encuentra fijado el límite objetivo de la acción sindical. A partir de un cierto punto de la acumulación, el plusvalor disponible de la burguesía no resulta suficiente para proseguir acumulando capital con salarios fijos. O los salarios son deprimidos por debajo del nivel anteriormente existente, o la acumulación se estanca, es decir, sobreviene el derrumbe del mecanismo capitalista. De esta manera, el desarrollo [del proceso] conduce a desplegar y agudizar las contradicciones internas entre el capital y el trabajo a un punto tal, que la solución sólo puede ser encontrada a través de la lucha entre estos dos momentos>> (Henryk Grossmann: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista”. Consideraciones finales. Ed. siglo XXI/1979. Pp. 386. No hay versión digitalizada).

          

          En nuestro trabajo inmediatamente anterior a éste titulado: “La propiedad privada y los intercambios desiguales” entre patronos propietarios y asalariados, siguiendo el pensamiento de Marx, Engels y Bray, nosotros demostramos de qué modo los capitalistas, mediante la creciente productividad del trabajo consiguieron convertir el salario en ganancias crecientes para sí mismos, despojando a los asalariados de toda propiedad social a instancias de la llamada Tasa General de Ganancia Media Dicha fórmula es la relación entre la masa de ganancia global G’ obtenida  por los capitalistas que cotizan en la bolsa de valores de cualquier país. En esencia es la misma relación aritmética entre ingresos y gastos con que operan los miembros en cualquier casa de familia:

 

G’ = p/(c + v)

 

          En el numerador de esta fórmula  prepresenta el plusvalor o masa de ganancia obtenida por los capitalistas explotadores de trabajo ajeno, durante un determinado lapso de tiempo. En el denominador la letra calude al llamado capital constante [invertido en medios materiales utilizados, como el suelo cultivable o urbano consolidado, edificios, máquinas, herramientas de mano, mobiliario, de oficina, materias primas y auxiliares [combustibles, lubricantes, etc.]. Constante porque se limita a trasladar su valor al producto. Finalmente ves el coste del llamado capital variable o salarios. Variable en razón de que según aumenta el grado de productividad contenido en los medios técnicos sustitutos de trabajo humano, el valor del salario invertido por la patronal, varía en sentido relativo cada vez más decreciente. ¿Por qué decreciente? Pues, porque la ganancia obtenida a expensas del salario, sólo puede surgir del trabajo humano explotado durante cada jornada de labor, que no puede exceder las 24 hs de cada día. Así las cosas, la ganancia de los patronos aumenta sucesivamente a expensas del salario, según el progreso científico-técnico es incorporado a los medios de trabajo. Pero ese incremento ganancial es cada vez menor, porque dado que el salario acordado es un límite fijo, según se transforma en plusvalor ganancial aumenta cada vez menos. He aquí el fundamento de la tendencia capitalista históricamente decreciente de la Tasa General de Ganancia Media G’.

 

          La principal función histórico-trascendental asignada por la Ley del valor a la Tasa General de Ganancia Media G’ en cada país, consiste en determinar los límites que la propia lógica interna del capital pone periódicamente al principio activo que anima la producción de riqueza y acumulación de plusvalor, según progresan las fuerzas sociales productivas al interior del sistema, a instancias de la competencia intercapitalista que induce a la utilización de instrumentos mecánicos cada vez más eficaces sustitutos de trabajo vivo, y que por mediación del trabajo humano explotado permiten convertir salario en plusvalor —dado que por sí mismos estos medios materiales técnicos no generan ganancia ninguna, en virtud de que se limitan a trasladar su valor al producto fabricado, según lo que se conoce por amortización, es decir, devaluación natural por desgaste.

 

          Estos límites de la ganancia capitalista son los que han venido desencadenando las crisis económicas periódicas de superproducción de capital; cada vez más formidables y difíciles de superar por la burguesía, según progresan las fuerzas productivas del trabajo al interior de las relaciones de producción, y aumenta el acervo de capital físico global en funciones sustituto del trabajo humano, contradicción que explica la científicamente prevista tendencia al derrumbe del modo de vida basado en tales relaciones capitalistas de producción. El desarrollo sistemático de esta idea descubierta por Marx, aparece en sus "Fundamentos" [en alemán: “Grundrisse”], donde da a entender que la Ley de la caída tendencial de la Tasa General Media de Ganancia, es la conclusión más importante de toda su obra:

<<…Esta es, desde todos los puntos de vista, la ley más importante de la economía política moderna y la más esencial para comprender las relaciones más difícultosas. Desde el punto de vista histórico es la ley más importante. Es una ley que, a pesar de su simplicidad, no ha sido comprendida nunca hasta la fecha y aún menos conscientemente expresada>>. [Ed. Grijalbo/1978. Primera Parte Sección III Pp. 136. Versión digitalizada ver en Pp. 281. El subrayado nuestro].

 

          El fundamento o fuerza de esta lógica, está contenida en la relación matemática dialéctica [contradictoria], entre una magnitud de tiempo de trabajo humano de límite fijo = 100% de cada jornada laboral —que naturalmente no puede sobrepasar las 24 Hs. de cada día—, y otra en la que según se incrementa la productividad del trabajo vivo contenida en los medios de producción cada vez más eficaces, disminuye el tiempo en que el asalariado reproduce el valor de su salario acordado en el contrato con su patrón:

<<Pero el trabajo pretérito encerrado en la energía o fuerza de trabajo [potencial del obrero], y el trabajo vivo que éste puede ejecutar —sus costos diarios de mantenimiento y su rendimiento— son dos magnitudes completamente diferentes. La primera determina su valor de cambio (el salario acordado en el contrato de trabajo), la otra conforma su valor de uso [como despliegue de fuerza viva del obrero en la jornada de labor]. El hecho de que sea necesaria [por ejemplo]) media jornada laboral para mantenerlo activo durante 24 horas, en modo alguno impide al obrero trabajar durante una jornada completa [generando así ganancia para el capitalista]>>. (K, Marx: “El Capital” Libro I. Tomo I. Cap V. Ed. Siglo XXI. SA/1978 Pp. 234. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro).

 

        Por esto Marx le decía en 1875 a Engels, que los socialdemócratas eran incapaces de comprender el carácter dialéctico de las matemáticas y de la naturaleza. En la ya citada parte de sus “Grundrisse”, Marx hizo un ejercicio de cálculo matemático elemental, partiendo de la siguiente proposición que le sugirió la simple observación enpírico-geométrica de dividir una línea en dos segmentos representativos de las dos partes temporales en cada jornada de labor bajo el capitalismo, que luego expresó en términos aritméticos, de modo que la magnitud porcentual en que puede aumentar el tiempo de trabajo excedente creador de plusvalor a expensas del tiempo de trabajo necesario equivalente al salario, está férreamente condicionada o limitada por la duración de la jornada laboral = 100%.

 

          Supongamos una jornada de trabajo de diez horas diarias y una tasa de plusvalía del 100%, es decir, que la parte de trabajo necesario que crea el valor del salario equivale a 5 horas y otras 5 al plusvalor o trabajo excedente capitalizado por el patrón. Por tanto, bajo tales condiciones el obrero colectivo trabaja media jornada de labor (50%) para él y la otra media (50%) para el capitalista:

1/2 + 1/2 = 2/2 = 100%

 

          A partir de estas condiciones, supongamos que la productividad del trabajo se duplica. Ahora, para reproducir reponiendo su fuerza de trabajo, es decir, para vivir un día completo, el asalariado deberá trabajar 1/4 de jornada, la mitad que antes; y eso es lo que le pagará el capitalista. Pero le seguirá haciendo trabajar las mismas horas convenidas en el contrato de trabajo:

       <<Por ende, la economización de trabajo mediante el desarrollo de la fuerza humana productiva [a instancias de medios de producción cada vez más eficaces por unidad de tiempo empleado], en la economía capitalista de ningún modo tiene por objeto reducir la jornada laboral. Se propone, tan sólo, reducir el tiempo de trabajo necesario para la producción de determinada cantidad de mercancías (las que el asalariado necesita para reproducir su energía diaria). El hecho de que el obrero, habiéndose acrecentado la fuerza productiva de su trabajo, produzca, por ejemplo, en una hora, 10 veces más mercancías que antes, o sea, que para fabricar cada pieza de mercancía necesite 10 veces menos tiempo de trabajo que antes, en modo alguno impide que se le haga trabajar doce horas (la jornada completa), como siempre, y que en las doce horas deba producir 1.200 piezas en vez de las 120 de antes>>. (K. Marx: “El Capital Libro I Sección IVa Cap. X).

 

          La diferencia entre 1/2 y 1/4 = 1/4, que en el ejemplo de Marx corresponde a la transformación de trabajo necesario [salario] en excedente [plusvalor ganancial del que se apropia el capitalista], a raíz del incremento en la fuerza productiva del trabajo por mediación de los medios técnicos más avanzados. En este punto del proceso, el capitalista se habrá apropiado ¼ de jornada más, respecto del plusvalor de origen que era de media jornada = 2/4, y que ahora pasa a ser de [2/4 + 1/4] = 3/4. Ahora, para vivir un día, el asalariado colectivo debe trabajar 3/4 de jornada para el patrón y sólo 1/4 para él.

 

          Si observamos esto más detenidamente, veremos que la fuerza productiva del trabajo se ha duplicado, pero el plusvalor sólo se ha incrementado en 1/4 de la jornada laboral, o sea que sólo ha reducido el remanente de trabajo necesario (salario) en esa fracción. Esto es así, porque la proporción en que la fuerza productiva del trabajo incrementa el valor del capital convertido en plusvalor, depende de la relación originaria entre trabajo necesario y trabajo excedente:

<<El trabajo objetivado que está contenido en el precio de la fuerza de trabajo [salario contratado], es siempre igual a una fracción del día completo, está siempre expresado aritméticamente en la forma de un quebrado, es siempre una proporción numérica, nunca un número simple>>. [K. Marx: “Grundrisse” III. Ed. cit.] K. Marx: Grundrisse III. Ed. cit.]

 

          ¿Por qué debe ser así? Porque como sucede con toda proporción, la magnitud en que puede variar en nuestro caso el tiempo de trabajo excedente ganancial del capitalista respecto del trabajo necesario que hace salario del obrero—, está condicionada o limitada por la magnitud total de la jornada laboral, o sea el 100%, que no puede sobrepasar el límite natural de las 24 Hs, cada día, de modo que, según progresa la fuerza productiva del trabajo a instancias de los medios materiales técnicos cada vez más eficaces, el plusvalor aumenta a expensas o en perjuicio del salario. O sea, que a instancias de la productividad del trabajo se opera un trasiego de riqueza en términos de valor económico, creada por los asalariados, que imperceptiblemente pasa al bolsillo de sus patronos.

 

          De esto se desprende que, cuanto mayor sea el plusvalor ya capitalizado a expensas del salario y, por tanto, menor sea la fracción de la jornada de trabajo necesario restante (salario) que queda por ser transformado en plusvalor (aumentando la productividad), tanto menor será el incremento del plusvalor que el capital obtendrá de cada progreso de la fuerza productiva del trabajo asalariado, y mayor todavía deberá ser el valor del capital constante a invertir para obtener sucesivos incrementos de plusvalor cada vez más irrisorios.

 

          Conclusión: El plusvalor aumenta, pero en proporción sucesiva menor, cuanto más se desarrolla la fuerza productiva del trabajo, esto es, el incremento del capital constante (suelo, máquinas, herramientas manuales, materias primas, etc.), respecto de la fuerza humana de trabajo contratada cada vez más exigua sustituida por medios materiales técnicos:

<<Es decir, que cuanto más desarrollado está ya el capital, cuanto más plustrabajo ha creado ya, tanto más formidablemente tiene que desarrollar la fuerza productiva, para autovalorizarse en una pequeña proporción, o sea, para aumentar la plusvalía, ya que su límite continúa siendo siempre la relación entre la fracción del día de trabajo que expresa el trabajo necesario (equivalente al salario) y el día de trabajo completo (donde necesariamente fracciones residuales cada vez más pequeñas de salario, son convertidas en plusvalor capitalizable>>. (K. Marx: Op. Cit. Lo entre paréntesis nuestro).

 

          Un plusvalor cuyo incremento se reduce cada vez más, al mismo tiempo que los costos de producirlo aumentan de forma exponencial. Hasta que el proceso llega a un punto nodal en el cual, el incremento de la ganancia o plusvalor obtenido por una determinada masa de capital invertido, es nulo o decreciente y por tanto, no rentable. Y aquí entra en juego la Tasa General de ganancia Media que se forma en el mercado de cada país a instancias de la oferta y la demanda efectivas, como relación entre la ganancia global y los costos de producirla. Por ejemplo, cuando la masa de capital acumulado en funciones pasa de 1.000 a 1.150 unidades monetarias, y la tasa de ganancia del 15 al 9%, quiere decir que habiendo invertido 1.000€ al 15% obtuvo 150€, mientras que con esos 1.150 a una tasa del 9% pasaría a obtener sólo 103€. En semejantes condiciones, la nueva inversión del plusvalor de 150 no se realiza, porque ahora, para volver a ganar poco más que esos 150€ de plusvalor, el capitalista tendría que invertir un capital mayor a las 1.150 unidades monetarias disponibles. Exactamente 525 más (1.000+150+525 = 1.675 x 9% = 150,75) lo cual significa una pérdida neta de capital. No sólo porque no le compensa sino porque no dispone de esa masa de valor adicional y, por tanto, tiene forzosamente que pedir un crédito bancario, de modo que, entonces, su ganancia ni siquiera sería ya del 9% sino menos, el equivalente a la diferencia con la tasa de interés a pagar por el préstamo. A este fenómeno Marx le llamó "Sobreacumulación absoluta de capital". Porque aumentó más de lo que se incrementó la masa de ganancia obtenida con él.

 

          En el ejemplo, los 150€ que se detraen de la producción por falta de rentabilidad, se invierten en la especulación. Un fenómeno que se generaliza en la sociedad, y que, a diferencia de la esfera de la producción, donde todos los capitalistas ganan —aunque unos más que otros según la distinta masa de capital con que cada cual participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno—, en la especulación lo que unos capitalistas ganan, otros lo pierden, de lo cual resulta ese otro fenómeno que acentúa y acelera la centralización de la propiedad del capital global, en cada vez menos manos. Al mismo tiempo que la distribución de la riqueza en favor de los capitalistas, respecto de los asalariados, se acrecienta exponencialmente.

 

          Así las cosas, cuanto mayor sea el capital adicional [ganancia]) que la patronal acumula antes de cada incremento de la productividad del trabajo contenida en los sucesivos adelantos científico-técnicos incorporados a los medios de producción de última generación, tanto menor será la fracción de la jornada de trabajo, en que los asalariados reproducen el equivalente a su salario —susceptible de convertirse en ganancia y,  por consiguiente, según esta dinámica tanto menor será el crecimiento del plusvalor capitalizado por la patronal, merced al incremento de la productividad del trabajo vivo empleado, en una menor dimensión respecto del gasto de capital en maquinaria.

 

          Según se desarrolla esta determinada dinámica social, el plusvalor aumenta, pero en una proporción cada vez menor respecto al desarrollo de la fuerza productiva mecánica que se incorpora al proceso de producción sustituyendo al trabajo humano vivo. Por consiguiente, cuanto más desarrollado sea el capital constante [empleado en términos de capacidad productiva mecánica sustituta de trabajo humano vivo], cuanto más plusvalor haya creado ya, tanto más formidablemente deberá desarrollar [en lo sucesivo] la fuerza productiva del trabajo vivo, para valorizarse a sí mismo acumulando capital en una cada vez más] ínfima proporción, vale decir, para agregar plusvalía a la ya creada. Y esto es así, porque su barrera es siempre la proporción entre la fracción del día —que expresa el trabajo vivo necesario equivalente al salario cada vez más relativamente reducido— y la jornada entera de trabajo. Únicamente puede moverse dentro de este límite. Cuanto menor sea la fracción de la jornada de labor que corresponde al trabajo vivo necesario [equivalente al salario], cuanto mayor sea el plustrabajo convertido en plusvalor ya acumulado por los patronos capitalistas, tanto menos puede el incremento de la fuerza productiva contenido en los medios técnicos de trabajo, reducir sensiblemente el trabajo necesario equivalente al salario para convertirlo en plusvalor, ya que el denominador como plus trabajo no pagado, ha crecido hasta el límite absoluto rentable. De este modo, la autovalorización de trabajo ajeno como creación de plusvalor del capital, se vuelve  cada vez más difícil en la medida en que ya esté valorizado en poder de la burguesía bajo la forma de capital acumulado. Al mismo tiempo que buena parte de la clase obrera sustituida por el trabajo mecánico se pauperiza por salarios cada vez más irrisorios y carencia de trabajo.

 

          Dicho más concretamente, cuanto más se haya desarrollado la fuerza productiva del trabajo vivo y más riqueza se haya creado ya en su inmensa mayor parte capitalizada por la burguesía en general—, más y más difícil se torna seguir aumentando esa riqueza por no resultar rentable, y el sistema capitalista tiende objetivamente hacia su colapso definitivo. Situación terminal ante la cual, la gran burguesía internacional liderada entonces por los EE.UU., sólo ha podido salir destruyendo bélicamente buena parte de la riqueza creada. Tal como sucedió a instancias de la Segunda Guerra Mundial entre 1939 y 1945, asesinando a 70 millones de personas, incluyendo entre ellas a las 170.000 víctimas mortales de la energía nuclear, que la burguesía norteamericana incorporó a las bombas lanzadas en 1948 sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki:

<<El total del valor del capital comprometido en la producción se expresará en cada parte del mismo, como proporción disminuida entre el capital intercambiado por trabajo vivo y la parte del capital existente como capital constante o fijo [maquinaria y materia prima). Tomemos por vía de ejemplo a la industria manufacturera. En la misma proporción en que crece el capital fijo, la maquinaria etc., ha de crecer aquí la parte de las materias primas (transformables en producto terminado), mientras que mengua la parte intercambiada por trabajo vivo (sustituido por el empleo de maquinaria). En relación con la  magnitud del valor alcanzada por el presupuesto (capital invertido en la producción) —y de aquella parte del capital que en la producción actúa como capital fijo— cae, pues, la tasa de beneficio>>. (K. Marx: Grundrisse Tomo II Cuaderno VII Pp. 279/280)

 

El curso del capitalismo postrero 

<<A partir de cierto momento, el desenvolvimiento de las fuerzas productivas [basado en la creciente sustitución de trabajo humano por trabajo mecánico] se vuelve un obstáculo para el capital [porque la ganancia de los capitalistas sólo puede surgir del trabajo humano explotado]; por tanto la relación del capital [con el trabajo humano] se torna en una barrera para el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo. El capital, es decir, el trabajo asalariado, llegado a este punto entra en la misma relación con el desarrollo de la riqueza social y de las fuerzas productivas, que el sistema corporativo [en los tiempos el comunismo primitivo, seguido de] la esclavitud y la servidumbre de la gleba bajo el feudalismo. Y en su calidad de traba [para el desarrollo histórico-social de la humanidad], se la elimina necesariamente. Con ello se quita la última figura servil de la actividad humana: la del trabajo asalariado por un lado y el capital por el otro. Y este despojamiento mismo es el resultado del modo de producción adecuado al capital; las condiciones materiales y espirituales para la negación del trabajo asalariado y el capital, las cuales son la negación de formas precedentes de solución social, son a su vez resultados del proceso de producción característico del capital. En agudas contradicciones crisis y convulsiones [que se suceden unas a otras cada vez más difíciles de superar], se expresa la creciente inadecuación del desarrollo productivo de la sociedad a sus relaciones capitalistas de producción hasta hoy vigentes. La violenta aniquilación de capital, no por circunstancias ajenas al mismo sistema, sino como condición de su autoconservación, es la forma más contundente en que se le da advice to be gone and to give room to a higher state of social production [Se le advierte que se vaya y deje lugar a un estadio superior de producción social]>>. (Versión digitalizada ver en Pp. 282. El subrayado y lo entre corchetes nuestro). 

 

          Esta es la situación por la que ahora mismo atraviesa el capitalismo en su etapa postrera, donde a raíz de la histórica competencia intercapitalista y su consecuencia inmediata: la creciente sustitución de trabajo humano por trabajo mecánico, acabó por dejar sin sentido y posibilidad real a la acumulación de capital explotando trabajo humano en régimen de vínculo jurídico con su respectivo patrón, a instancias del contrato laboral llamado trabajo por cuenta ajena. Ante la inevitable caída tendencial de la Tasa de ganancia, incluso la relación social jurídicamente vinculante, fue reemplazada por otra entre patronos empresarios y trabajadores particulares meramente eventuales y precarios llamados autónomos o por cuenta propia.

 

          En nuestro trabajo publicado en setiembre de 2017 bajo el título de: La llamada “economia colaborativa” sustituta del marco normativo laboral-empresarial capitalista, hemos dejado dicho allí que bajo ese régimen super-explotador jurídica y políticamente tolerado:

 <<…solo te pagan por el trabajo que efectivamente haces y, por lo tanto, para conseguir una nómina o un sueldo lo suficientemente digno, tienes que estar mucho más tiempo pendiente de que te llamen, que cuando uno está en una empresa con trabajo estable, teniendo en cuenta que sus jornadas de trabajo son mucho más largas, no tienen derecho al descanso como todos los demás y estar disponibles las 24 Hs de cada día, su tiempo de vacaciones no está pagado, el tiempo que está de baja tampoco. Por tanto es un trabajo mucho más precarizado donde además tampoco sabes muy bien quien es tu empleador. Es la plataforma, es el cliente que contrata los servicios, en muchos casos es una indefinición muy grave que recae sobre una mayor precarización y una mayor fragilidad de los trabajadores. El problema de este tipo de relaciones es que está fuera del marco jurídico laboral. Las empresas ganan dinero sacando a estos trabajadores del marco [jurídico] laboral, por lo tanto uno de los elementos fundamentales está en que este trabajo queda fuera del marco laboral-legal, donde para los empleadores son trabajadores, son entidades prestadoras de servicios, con las cuales mantienen una relación mercantil pero en realidad esa relación es un fraude de ley, porque tienen un control sobre ellos y de esta manera se ahorran una serie de prestaciones sociales que cualquier empleador está obligado a ofrecer a sus empleados, como vacaciones pagadas, pago de horas extras, indemnización por despido, etc. Así las empresas se ahorran costos para ganar más dinero…>>.  (http://www.lasexta.com/programas/el-intermedio/gonzo/jose-moises-martin-sobre-la-economia-colaborativa-no-podemos-cerrar-los-ojos-a-una-realidad-que-precariza-a-miles-de-personas_201706275952c3e60cf26ceeda38a6fe.html).

 

La super-explotación de los falsos asalariados autónomos

¿Qué es un falso autónomo?

Es aquel trabajador que, pese a mantener una relación de dependencia con la empresa en la que presta sus servicios, por lo que tendría que tener un contrato laboral como un trabajador por cuenta ajena, es obligado a darse de alta [informal] en el régimen de autónomos.

¿Qué criterios sirven para establecer que estamos ante un caso de falso autónomo?

El salario lo debe fijar la organización tanto las cantidades como los posibles pluses, así como las tareas y el horario a realizar. El empresario es el que decide cómo y cuándo se hace el trabajo, y no el trabajador. Además, el material con el que realiza su trabajo puede no ser suyo sino de la empresa. Sin embargo, para ser considerado falso autónomo no hace falta que se cumplan todos y cada uno de estos criterios.

¿Por qué se acepta esta práctica?

Con la crisis, a muchos trabajadores sólo les ofrecían este tipo de fórmulas. Desesperados, aceptaban por temor a perder la oportunidad laboral. En otros casos, el trabajador piensa que al darse de alta en el régimen de autónomos todo es legal.

Pero, ¿lo es?

Rotundamente no. Lo único legal en este caso es suscribir un contrato laboral.

¿Tiene un falso autónomo los mismos derechos que un trabajador contratado legalmente?

Para nada. Sus derechos se reducen al mínimo. Trabajará al igual que el resto de sus compañeros. Pero al no estar contratado no tendrá la protección del convenio colectivo de la empresa o del sector. Es decir, ni vacaciones, ni días de asuntos propios, ni Seguridad Social. Y, además, el empresario podrá despedirlo de un día para otro sin tener que presentar justificación alguna ni pagarle un finiquite. Y no tendrá derecho a recibir una prestación por desempleo cuando se quede sin trabajo.

¿Qué es un trabajador económicamente dependiente (Trade)?

Son aquellos que realizan una actividad económica y profesional lucrativa de forma habitual, personal y directa para un cliente del que reciben al menos el 75% de sus ingresos totales. La diferencia con el falso autónomo radica fundamentalmente en la independencia. Los autónomos Trade tienen que disponer de su propio material y desarrollan su actividad con criterios organizativos propios.

¿Qué opciones tiene si es un falso autónomo?

Si se encuentra en esta situación, conviene que busque asesoramiento. Webs como la de Stop Falsos Autónomos pueden ofrecérsela. Recopile todas las pruebas que pueda (conversaciones, correos, testigos), ya que si acude a los tribunales las necesitará. También puede recurrir a la Inspección de Trabajo.

 

Las grandes empresas y sus proveedores autónomos

 

          Las empresas que emplean a más de 1.000 asalariados son las que más tardan en pagar a los trabajadores autónomos por cuenta propia, según el último informe de morosidad que elabora la Federación Nacional de Trabajadores Autónomos (ATA). Según esta organización, las empresas más grandes se demoran cuatro meses en hacer frente a los pagos de facturas que deben pagar a sus proveedores en régimen de autónomos.

 

          Por el contrario cuanto menor es el tamaño de la empresa, menos tardan en pagar las facturas. Así, las empresas que tienen entre 250 y 1.000 trabajadores pagan a sus proveedores en 119 días de media. De hecho, si se desciende hasta los negocios que cuentan con entre 50 y 250 empleados, los plazos medios de pago descienden hasta los 73 días y hasta los 58 en el caso de las que tienen entre 9 y 50 proveedores.

 

          Como nota paradigmática del informe, llama la atención que las transacciones entre los propios autónomos y con empresas de menos de 10 trabajadores sean las únicas que cumplen con lo que establece la Ley: las transacciones entre los autónomos se sitúan en 45 días y en 48 en el caso de las microempresas, aquellas que cuentan con entre uno y nueve trabajadores a su cargo.

 

          No obstante, desde ATA hace hincapié en que, independientemente de su tamaño, la empresa privada ha reducido sus periodos medios de pago, siendo las empresas de entre 9 y 50 trabajadores las que han reducido más este tiempo de espera en pagar: ocho días menos que hace seis meses. Por su parte, los autónomos han bajado el tiempo de espera en seis días.

 

          Finalmente, en líneas generales de pago dentro del sector privado, el periodo medio se sitúa en 79 días, incumpliendo los 60 que establece la Ley, y seis días por debajo de la cifra registrada en diciembre de 2015. (Cfr.: Periódico “Cinco Días”. Empresas grandes: las que peor pagan a los autónomos).

Epílogo

          Así las cosas, gracias a oportunistas políticos de la talla de Ferdinand Lassalle, la historia del capitalismo ha demostrado que la burguesía pudo forjar su libertad económica —es decir, el dominio de sus relaciones de propiedad— coqueteando con la nobleza en las estructuras políticas de la sociedad conservadora feudal que le precedió. El proletariado, en cambio, no logra hacer prevalecer las relaciones sociales suyas propias, sin eliminar en ellas a la propiedad privada burguesa y a sus respectivos Estados nacionales. Precisamente porque la forma específicamente obrera de libertad política, le niega de hecho el ejercicio de toda propiedad económica privada. O sea, que a diferencia de la burguesía, que conquistó el poder político después de minar durante años el poder económico de la nobleza terrateniente, el proletariado no puede comenzar a revolucionar la base económica de la sociedad capitalista, si antes no logra destruir sus instituciones políticas. Las revoluciones del proletariado son, pues, intentos políticos siempre económicamente prematuros, donde cada derrota es, ni más ni menos que la expresión política de un todavía insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas. Así, en cada fracaso de la clase obrera está la conciencia de sus propios límites; pero en el necesario esfuerzo de autocrítica política teórica, se prepara su capacidad futura de hacer cada vez menos prematuro su proyecto de conquistar la emancipación humana universal, sin privilegios políticos para nadie:

<<Las revoluciones proletarias, como las del Siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario  para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas; retroceden constantemente aterradas ante la ilimitada inmensidad de sus propios límites, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: ¡Demuestra lo que eres capaz de hacer!>>. (K. Marx: “El 18 Brumario de Napoleón Bonaparte” Cap. I).

 

          ¿Puede la estupidez política del proletariado actual juzgarse, al margen de las condiciones embrutecedoras de vida y de trabajo a las que ha venido siendo sometido por aquél capitalismo temprano hasta hoy, incluyendo naturalmente las limitaciones de su vida política? Para contestar a esta pregunta, otra vez aparece el problema de la división social entre teoría y práctica. Por ejemplo, al describir los efectos del proceso laboral de transformación técnica y social a que los simples artesanos medievales fueron sometidos por la burguesía incipiente, comenzando por la cooperación en el trabajo, que se divide en distintas y sucesivas operaciones a cargo de otros tantos obreros, hasta la aplicación del maquinismo industrial que les limita y sustituye cada vez más, Marx dice que…:

<<Es un producto de la división manufacturera del trabajo, el que las potencias intelectuales del proceso material de la producción [contenidas en la maquinaria], se les contrapongan [a cada obrero] como propiedad ajena y poder que los domina. Este proceso de escisión [entre teoría y práctica) comienza en la cooperación simple [entendida como una división del trabajo productivo asalariado en distintas y sucesivas tareas individuales cada vez más simples y rápidas], donde los propietarios de los medios de producción frente a los obreros individuales, representan la unidad y la voluntad [ajenas] que hacen al cuerpo social [colectivo] del trabajo [explotado]. Se desarrolla en la manufactura, la cual mutila al trabajador haciendo de él un obrero parcial [ejecutor reiterativo de un mismo y constante movimiento corporal]. Esta división del trabajo entre los obreros se consuma en la gran industria que separa del trabajo físico a la ciencia [incorporada a los medios de trabajo], como potencia productiva autónoma que le compele a servir al capital [representado en la maquinaria] (…) La reflexión y la imaginación están sujetas a error, pero el hábito de mover la mano o el pie [repetida y constantemente de la misma forma], no dependen de la una ni del otro movimiento. Se podría decir así, que en lo tocante a las manufacturas su poder consiste en desembarazarse de su espíritu, de tal manera que se puede […] considerar al taller como una máquina cuyas partes constitutivas son seres humanos [realizando las tareas más simples dictadas por la maquinaria]. Es un hecho que a mediados del Siglo XVIII, algunas manufacturas para ejecutar ciertas operaciones —que pese a su sencillez constituían secretos industriales—, preferían emplear obreros medio idiotas>>. (K. Marx: “El Capital”  Libro I  Cap. XII aptdo. 5: “El carácter capitalista de la manufactura”. El subrayado y lo entre corchetes nuestros.).

 

            Pues bien, esa inducida idiotez de la clase obrera en Alemania, empleada por la burguesía empresarial en los procesos de producción material semi-mecanizada, se ha trasladado a la vida política en el resto del mundo facilitada por la más moderna “democracia”, donde el pueblo no delibera ni gobierna sino que es gobernado por representantes políticos preparados ad hoc para ello en los aparatos ideológicos del Estado burgués, electos en sucesivos comicios periódicos, en contubernio corrupto con los empresarios. Teniendo en cuenta esta experiencia política —similar a la de Alemania en 1860 y coetánea a la del Risorgimento italiano, cuando Antonio Gramsci concluyó en que toda revolución proletaria en aquellos momentos, pasaba por resolver el problema de la separación entre teoría y práctica al interior del movimiento de la clase obrera, pero que la dificultad para superar este divorcio entre los hombres de accióny los hombres de la pluma, no era tanto un hecho atribuible a la presunta incapacidad de los intelectuales revolucionarios para hacerse entender por el pueblo, sino al insuficiente desarrollo cultural de la clase subalterna, fuertemente condicionada por la insuficiente fuerza productiva del trabajo en ese momento de la historia de la acumulación capitalista y, al mismo tiempo, consecuentemente por reflejos ideológicos contradictorios entre una estructura económica laboral corporativa y feudal en franco trance de disolución, y otra sustituta puramente capitalista que aún no acababa de imponerse por completo:

       <169> Unidad de la teoría y de la práctica. El trabajador medio opera prácticamente, pero no tiene una clara conciencia teórica de este operar-conocer el mundo; incluso su conciencia teórica puede estar “históricamente” en contraste con su operar. O sea, él tendrá dos conciencias teóricas, una implícita en su operar y que realmente lo une a todos sus colaboradores en la transformación práctica del mundo [durante la producción], y otra “explícita” y superficial que ha heredado del pasado. La posición práctico-teórica, en tal caso, no puede dejar de volverse “política”, o sea, cuestión de “hegemonía” [que determina optar por una de las dos conciencias]. La conciencia de formar parte de la fuerza hegemónica (o sea la conciencia política) de teoría y práctica, es la primera fase de una ulterior y progresiva “autoconciencia”, o sea, de unificación de la práctica y la teoría. Tampoco la unidad de teoría y práctica es un dato de hecho mecánico, sino un devenir histórico, que tiene su fase elemental y primitiva en el sentido de “distinción”, de “alejamiento”, de “independencia” [en el proceso hegemónico de optar entre esas dos conciencias]. He ahí por qué en otra parte señalé que el desarrollo del concepto-hecho de hegemonía, representó un gran progreso “filosófico” además de político-práctico. 

Sin embargo, en los nuevos desarrollos del materialismo histórico, la profundización del concepto de unidad entre la teoría y la práctica no está más que aún en su fase inicial: todavía existen residuos de mecanicismo. Se habla aun de la teoría como “complemento” de la práctica, casi como accesorio, etc. Pienso que también en este caso la cuestión debe ser planteada históricamente, o sea, como un aspecto de la cuestión de los intelectuales. La autoconciencia [del proletariado como resultado de su opción política hegemónica entre las dos conciencias], significa históricamente creación de una vanguardia de intelectuales; “una masa” no se distingue y no se hace “independientemente” sin organizarse y no hay organización sin intelectuales, o sea sin organizadores y dirigentes. Pero este proceso de creación de los intelectuales, es largo y difícil como se ha visto en otras partes. Y durante mucho tiempo, o sea, hasta que la “masa” de los intelectuales no alcance una cierta amplitud [y proyección], esto es, hasta que las grandes masas no alcancen un cierto nivel de cultura, [la teoría] aparece siempre como una separación entre los intelectuales [algunos de ellos, o un grupo de ellos] y las grandes masas: de ahí la impresión de “accesorio y complementario”. El insistir en la “práctica”, o sea, después de haber, en la “unidad” afirmada, no distinguido sino separado la práctica de la teoría (operación puramente mecánica), significa históricamente, que la fase histórica es aun relativamente elemental, es todavía la fase económico-corporativa [prerrevolucionaria], en la que se transforma el cuadro general de la “estructura” [todavía vigente]>>. (Antonio Gramsci: “Cuadernos de la Cárcel”. Vol. 3 Cuaderno 8. 1931-1932. Copia fiel).

 

          Y el caso ahora mismo es, que la humanidad vuelve a estar en las mismas circunstancias económicas y sociales críticas terminales del sistema, Pero esta vez y dado que durante todo el tiempo transcurrido —la propiedad privada y su consecuente competencia intercapitalista, han venido determinando la creciente sustitución de trabajo vivo explotado por automatismos mecánicos—, lo cual derivó en la paulatina disminución de las ganancias crecientes a la vez que dejaba buena parte de los asalariados del Mundo en la miseria más absoluta, hasta dejar al sistema capitalista una vez más sin sentido de seguir existiendo. Pero lo peor es que bajo tales condiciones terminales del sistema, la competencia interburguesa entre países tampoco ha dejado de existir sino que arrecia el consecuente desarrollo científico-técnico incorporado a los instrumentos bélicos, de  modo tal que todos los habitantes del Planeta pasamos a estar amenazados, por la guerra nuclear y su llamada doctrina de la destrucción mutua asegurada, capaz de lograr que desaparezca todo rastro de vida humana sobre la faz de la Tierra. Al mismo tiempo que muy alegremente triunfa en la juventud del mundo entero, la última y más embrutecedora tecnología precursora del entretenimiento, a instancias de los llamados pokémons y demás estupideces inducidas por los medios privados y públicos de comunicación, incorporadas a los teléfonos móviles.

 

          Un sistema en el que la irrisoria minoría de los medianos y grandes empresarios en corrupto contubernio con sus colegas políticos institucionalizados en cada país, ambas partes predominantes constitutivas en sus respectivos Estados nacionales hasta el día de hoy, han venido falsariamente llenándose los bolsillos al tiempo que abren la boca para exaltar al humanismo, la paz y la no violencia, plenamente conscientes de que la propiedad privada sobre los medios de producción y el dinero bancario, han sido y son las dos condiciones económicas existenciales del capitalismo —tan explotador como beligerante desde sus mismos orígenes, y que como tales farsantes que son ellos mismos han sido quienes férreamente unidos en torno a sus mutuos intereses personales y de partido, que así nos siguen gobernando abrazados a la defensa incondicional del sistema ocultando deliberadamente la verdad de esta realidad, a la vez que usurpan en los hechos aquellas tres virtudes humanas teologales por la cuenta que  les trae. ¿Queremos seguir tan ciega como irresponsablemente tolerando la existencia del capitalismo? Pues, ¡¡TOMA CAPITALISMO!! Que a fuerza de sufrir sus inevitables consecuencias los explotados lleguemos a saber lo que es necesario hacer, y así será inevitable que ocurra. Tal como así lo dejaran negro sobre blanco Marx y Engels dirigiéndose muy especialmente a la clase burguesa dominante y, por necesaria extensión, a la clase subalterna obrera en noviembre de 1847:

<<…Os aterráis de que queramos abolir la propiedad privada [burguesa]. Pero, en vuestra sociedad actual, la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros [de condición social asalariada]; precisamente porque [la propiedad capitalista sobre los medios de producción y el dinero bancario] no existe para esas nueve décimas partes. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir, sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad [la que vosotros usufructuáis]. 

En una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra propiedad. Efectivamente eso es lo que queremos.

       Según vosotros, desde el momento en que el trabajo no puede ser convertido en capital, en dinero, en renta de la tierra, en una palabra, en poder social susceptible de ser monopolizado; es decir, desde el instante en que la propiedad personal no puede transformarse en propiedad burguesa, desde ese instante la propiedad queda  suprimida.

       Reconocéis, pues, que por personalidad no entendéis sino al burgués. Y esta personalidad ciertamente debe ser suprimida.

       El comunismo no arrebata a nadie la propiedad de apropiarse de los productos sociales; no quita más que el poder de sojuzgar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno.

       Se ha objetado que con la abolición de la propiedad privada [capitalista] cesaría toda actividad y sobrevendría una indolencia general.

       Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que adquieren no trabajan. Toda la objeción se reduce a esta tautología: no hay trabajo asalariado [explotado] donde no hay capital.

       Todas las objeciones dirigidas [por la burguesía] contra el modo comunista de apropiación y de producción de bienes materiales, se hacen extensivas igualmente respecto a la apropiación y a la producción de los productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la desaparición de la producción [capitalista] de clase [burguesa dominante] equivale a la desaparición de toda producción, la desaparición de la cultura de [esa] clase significa para él la desaparición de toda cultura.

       La cultura [burguesa] cuya pérdida deplora, no es para la inmensa mayoría de los seres humanos [explotados] más que el adiestramiento que los transforma en máquinas.

       Mas no discutáis con nosotros mientras apliquéis a la abolición de la propiedad burguesa, el criterio de vuestras nociones burguesas de libertad, cultura, derecho, etc.        Vuestras ideas son productos de las relaciones de producción y de propiedad burguesas, [tanto] como vuestro derecho no es más que la voluntad [dictatorial] de vuestra clase erigida en ley; voluntad cuyo contenido está determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase capitalista [dominante].

       La concepción interesada que os ha hecho erigir en leyes eternas de la Naturaleza y de la Razón, las relaciones sociales dimanadas de vuestro modo de producción y de propiedad —relaciones históricas que surgen y desaparecen en el curso [histórico] de la producción—, la compartís con todas las clases dominantes hoy desaparecidas. Lo que concebís para la propiedad antigua [esclavista y feudal, su existencia transitoria], no os atrevéis a concebirlo para la propiedad burguesa [a la que consideráis eterna]…>>. Confrontar con el (“Manifiesto del Partido Comunista”). Versión digitalizada Pp. 25-35).

       La gestión colectiva de la producción no puede correr a cargo de los hombres tales como lo son hoy, hombres que dependen cada cual de una rama de toda la producción, estan aferrados a ella, son explotados por ella, desarrollan nada más que un aspecto de sus aptitudes a cuenta de todos los otros y sólo conocen una rama o parte de alguna rama de toda la producción. La industria de nuestros días está ya cada vez menos en condiciones de emplear tales hombres. La industria que funciona de modo planificado merced al esfuerzo común de toda la sociedad, presupone con más motivo hombres con aptitudes desarrolladas universalmente, hombres capaces de orientarse en todo el sistema de la producción. Por consiguiente, desaparecerá del todo la división del trabajo, minada ya en la actualidad por la máquina, la división que hace que uno sea campesino, otro zapatero, un tercero obrero fabril, y un cuarto especulador de la bolsa. La educación dará a los jóvenes la posibilidad de asimilar rápidamente en la práctica todo el sistema de producción, y les permitirá pasar sucesivamente de una rama de la producción a otra según sean las necesidades de la sociedad o sus propias inclinaciones. Por consiguiente la educación los liberará de ese carácter unilateral que la división actual del trabajo impone a cada individuo. Así, la sociedad organizada sobre bases comunistas dará a sus miembros la posibilidad de emplear en todos los aspectos sus facultades desarrolladas universalmente. Pero, con ello desaparecerán inevitablemente las diversas clases sociales. Por tanto, de una parte, la sociedad organizada sobre bases comunista es incompatible con la existencia de clases y, de la otra, la propia construcción de esa nueva sociedad brinda los medios para suprimir las diferencias de clase.

       De ahí se desprende que ha de desaparecer igualmente la oposición entre la ciudad y el campo. Unos mismos hombres se dedicarán al trabajo agríclola y al industrial, en lugar de dejar que lo hagan dos clases diferentes. Ésto es una condición necesaria de la asociación comunista, ya por razones muy materiales. La dispersión de la población rural dedicada a la agricultura, a la par de la concentración de la población industrial en las grandes ciudades, corresponde sólo a una etapa todavía inferior de desarrollo de la agricultura y la industria y es un obstáculo para el progreso, cosa que se hace ya sentir con mucha fuerza.

       La asociación general de todos los miembros de la sociedad al objeto de utilizar colectiva y racionalmente las fuerzas productivas; el fomento de la producción  en proporciones suficientes para cubrir las necesidades de todos; la liquidación del estado de cosas en que las necesidades de unos se satisfacen a costa de otros; la supresión completa de las clases sociales y del antagonismo entre ellas. El desarrollo universal de las facultades de todos los miembros de la sociedad merced a la eliminación de la anterior división del trabajo, merced al cambio de actividad, a la participación de todos en el usufructo de los bienes creados por todos y, finalmente, mediante la fusión de la ciudad con el campo, serán los principales resultados para proceder a la supresión de la propìedad privada.

       XXI ¿Qué influencia ejercerá el régimen social comunista en la familia?

       Las relaciones entre los sexos tendrán un carácter puramente privado, perteneciente sólo a las personas que toman parte en ellas, sin el menor motivo para la ingerencia de la sociedad… Eso es posible merced a la supresión de la propiedad privada y a la educación de los niños por la sociedad, con lo cual se destruyen las dos bases del matrimonio actual ligadas a la propiedad privada: la dependencia de la mujer respecto del hombre y la dependencia de los hijos respecto de los padres. En ello reside, precisamente, la respuesta a los alaridos altamente moralistas de los burguesotes con motivo de la comunidad de las mujeres que, según éstos, quieren implantar los comunistas. La comunidad de las mujeres es un fenómeno que pertenece enteramente a la sociedad burguesa y existe hoy plenamente bajo la forma de prostitución. Pero la prostitución descansa en la propiedad privada y desapare- cerá junto con ella. Por consiguiente la organización comunista, en lugar de implantar la comunidad de las mujeres, la suprimirá>> (K. Marx-F. Engels: “Manifiesto del Partido Comunista”…….Principios del Comunismo: Escrito por Federico Engels Pp.75 a 94.

                                                                                                                                         GPM.

 

El sueldo máximo de los funcionarios públicos en los orígenes de la democracia representativa

 

       <<La crisis de las colonias británicas en Norteamérica desde 1775 precipitó una revolución: la revolución americana que alumbró la primera democracia moderna, los Estados Unidos de América. Tras el triunfo de esta primera revolución, la revolución francesa de 1789 introdujo [por primera vez bajo el capitalismo] las prácticas políticas de la democracia representativa en Europa [donde “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”]. La declaración de independencia norteamericana y la declaración francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, quizás sean los dos textos políticos más destacados de ambas revoluciones>>. (http://www.cierre.org/CUADERNOS/art%2049/origen.htm. Paginas. 2 y 3. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros).

 

       Tanto el ejercicio de la representación política en un órgano de  gobierno, como el de la propiedad de dinero —ambos atributos por una parte de los empresarios y por otra de los altos cargos públicos—, se traducen en poder fáctico institucional ya sea personal o colectivo, lo cual inspiró en Lord Acton haber dicho que: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. El 27 de agosto de 1789 —13 años después de que el 4 de julio de 1776 el pueblo norteamericano proclamara la Independencia de los Estados Unidos—, los altos agentes públicos electos supuestamente representantes de la voluntad del pueblo en la Asamblea nacional francesa, aprobaron y publicaron la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, consagrando descaradamente los principios constitucionales de libertad, igualdad y fraternidad, que presuntamente serían la base de la futura Constitución en ese país. El reinado de Luis Felipe I conocido como la Monarquía de Julio por el mes en que ocurrió la Revolución de 1830, le colocó en el trono de Francia tras deponer al rey Carlos X, Fue una monarquía constitucional que en 1848 tuvo a François Guizot como primer ministro y jefe del gobierno. Guizot había sido líder del pequeño partido de los Doctrinarios, que durante la Restauración borbónica en Francia entre 1814 y 1830, desde una postura realista partidaria de la monarquía, quisieron conciliar a la Dinastía Borbónica con la Revolución francesa, al mismo tiempo que contradictoriamente opusieron la resistencia de su autoridad a cualquier reforma liberal-burguesa que se planteara. Su política no era del gusto de la opinión popular ni del creciente movimiento republicano. 

 

       Además de la crisis económica, industrial y financiera, el sentimiento de desilusión y el creciente descontento popular por el bloqueo de los monarcas a las reformas liberal-demócratas, exacerbaron las demandas de socialistas y republicanos, quienes sentían que dichas reformas populares no se hacían con rapidez suficiente, y las mociones de reforma electoral que presentaban socialistas y republicanos en la Asamblea Nacional, nunca eran aprobadas. En esa época la sociedad estaba dividida en tres partes: la iglesia, la monarquía y la población, esta última víctima de leyes impositivas aplicadas sin equidad ni justicia social, mientras que ni la iglesia ni la monarquía pagaban impuestos, al tiempo que el Estado no estimulaba el desarrollo económico y por el contrario, el pueblo mantenía a la iglesia y a la monarquía con el pago de tributos. Así las cosas, entre el 8 de julio y el 25 de diciembre de 1847, los radicales y demócratas partidarios del sufragio universal, celebraron en toda Francia 70 manifestaciones llamadas “banquetes”, reclamando la libertad de reunión y de expresión, así como exigir una reforma electoral que erradicase el sufragio censitario (que permitía el derecho de votar sólo a los sectores más favorecidos de la sociedad, en detrimento del derecho democrático al sufragio universal. Los organizadores liberales idearon un nuevo banquete para el 22 de febrero de 1848, pero el primer ministro Guizot lo prohibió. Desde el diario republicano “Le National”, Armand Marrast hizo un llamamiento a la ciudadanía para salir a la calle a protestar por estas vulneraciones de la libertad popular.

 

       Este manifiesto fue clave para las movilizaciones que se produjeron en la Plaza de la Concordia, desde donde se pedían más reformas. El 23 de febrero de 1848, las manifestaciones continuaron, pero en esta ocasión tuvieron un componente más radical. Se levantaron barricadas por todo París y la Guardia Nacional se unió a los exaltados. El monarca, temiendo una gran revuelta, optó por apartar a Guizot pero ya era demasiado tarde. La tropa al mando de sus superiores jerárquicos había disparado y herido a cincuenta personas, entre las que había dos mujeres. La Revolución de 1848 se puso en marcha y poco a poco fueron cayendo todos los fuertes monárquicos. Luis Felipe tenía intención de abdicar en su nieto, pero la presión popular forzó a que el Estado adoptase la fórmula republicana. Así, el 25 de febrero de 1848 se proclamó la II República Francesa y se encendió la mecha revolucionaria en el resto de países europeos, siendo el comienzo de una época de cambios generalizados por todo el continente:

       <<La que dominó bajo Luis Felipe no fue la burguesía francesa sino una fracción dominante de ella: los banqueros, los reyes de la Bolsa, los reyes de los ferrocarriles, los propietarios de minas de carbón, de hierro, de explotaciones forestales y una parte de la propiedad territorial aliada a ellos: la llamada aristocracia financiera. Ella ocupaba el trono, dictaba leyes en las Cámaras y adjudicaba los cargos públicos (comprándolos), desde los ministerios hasta los estancos.

       La burguesía industrial propiamente dicha constituía una parte de la oposición oficial, es decir, sólo estaba representada en las Cámaras como una minoría. Su oposición se manifestaba más decididamente a medida que se destacaba más el absolutismo de la aristocracia financiera y a medida que la propia burguesía industrial creía tener asegurada su dominación sobre la clase obrera, después de las revueltas de 1832, 1834 y 1839 [24], ahogadas en sangre. Grandin, fabricante de Ruán, que tanto en la Asamblea Nacional Constituyente, como en la Legislativa había sido el portavoz más fanático de la reacción burguesa, era en la Cámara de los Diputados el adversario más violento de Guizot. León Faucher, conocido más tarde por sus esfuerzos impotentes de llegar a ser un Guizot de la contrarrevolución francesa, sostuvo en los últimos tiempos de Luis Felipe una guerra con la pluma a favor de la industria, contra la especulación y su caudatario, el Gobierno. Bastiat desplegaba una gran agitación en contra del sistema imperante, en nombre de Burdeos y de toda la Francia vinícola>> (Karl Marx: “Las luchas de clases en Francia”. De 1848 a 1850. Cap. I: La derrota de junio de 1848).

 

       He aquí la génesis de lo que acabó siendo el contubernio entre la incipiente grande y mediana burguesía empresarial en la sociedad civil, y los políticos profesionales institucionalizados en cada Estado nacional. En el latín es donde podemos establecer que se encuentra el origen etimológico del término corrupción. En concreto, emana del vocablo “corruptio”, que se encuentra conformado por los siguientes elementos: el prefijo “con“ —por ejemplo uno con otro, que es sinónimo de “conjunto” y de ahí el concepto de contubernio, que tiene su fuente etimológica en el latín (contubernĭum), utilizado para definir un acuerdo o una asociación que resulta censurable o indigna. El término puede aplicarse sobre pactos ilícitos, conspiraciones u otros entendimientos que merecen repudio. Un maridaje corruptor y corrupto que se propagó en casi toda Europa y América, pero que a la postre abrevó en todo el Mundo hasta hoy. Aunque contradictoriamente tuvo su origen durante los prolegómenos de la Comuna de Paris en 1871, cuando la clase obrera francesa por experiencia había llegado a comprender que no podía ejercer el poder de su libertad frente a sus explotadores, mientras siguiera subsistiendo la tradicional componenda de los empresarios en la sociedad civil con los agentes públicos en cada Estado nacional, causante de ese contubernio. Así, el pueblo llano para no volver a perder su dominación recién conquistada…:

       <<….tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no podía seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera…, de una parte tenía que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento. ¿Cuáles eran las características del Estado hasta entonces? En un principio, por medio de la simple división del trabajo, la sociedad burguesa creó los órganos especiales destinados a velar por sus intereses comunes. Pero, a la larga, estos órganos, a la cabeza de los cuales figuraba el poder estatal [en manos de políticos profesionales] persiguiendo sus propios intereses específicos, se convirtieron de servidores de la sociedad en señores de ella. Esto puede verse, por ejemplo, no sólo en las monarquías hereditarias, sino también en las repúblicas “democráticas”. No hay ningún país en que los “políticos” formen un sector más poderoso y más separado de la nación que en Norteamérica. Allí cada uno de los dos grandes partidos que alternan en el Gobierno, está a su vez gobernado por gentes que hacen de la política un negocio, que especulan con las actas de diputado en las asambleas legislativas de la Unión y de los distintos Estados federados, o que viven de la agitación en favor de su partido y son retribuidos con cargos cuando éste triunfa. Es sabido que los [asalariados] norteamericanos llevan treinta años esforzándose por sacudir este yugo, que ha llegado a ser insoportable y que, a pesar de todo, se hunden cada vez más en este pantano de corrupción. Y es precisamente en Norteamérica donde podemos ver mejor cómo progresa esta independización del Estado y sus políticos profesionales frente a la sociedad, de la que originariamente debieran ser un simple instrumento. Allí [en la Comuna] no hubo dinastía, ni nobleza, ni ejército permanente —fuera del puñado de hombres que montan la guardia contra los indios—, ni burocracia con cargos permanentes o derechos pasivos [como ahora según acabamos de ver].Y, sin embargo, también en Norteamérica nos encontramos con dos grandes cuadrillas de especuladores políticos que alternativamente se posesionan del poder estatal y lo explotan por los medios y para los fines más corrompidos; y la nación es impotente frente a estos dos grandes cárteles de políticos [empresarios y agentes estatales] pretendidos servidores suyos, pero que, en realidad, la dominan y la saquean [un actual ejemplo de saqueo lo tenemos hoy en España al interior del Partido Popular, con más de 900 de sus miembros imputados por corrupción política, y cuyo presidente Mariano Rajoy Brey recibe anualmente 79.756,00 euros, mensualmente 6.646,00, semanalmente 1.533,00 y diariamente 218,00]. (https://webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/71gcf/1.htm. Confrontar con párrafo 21. El subrayado y lo entre corchetes nuestro).

Contra esta [delincuencial] transformación del Estado y de sus órganos por servidores de la sociedad que debían serlo y, sin embargo [merced a la democracia representativa], convertidos en señores de ella —transformación inevitable en todos los Estados anteriores—, empleó la Comuna de París dos remedios infalibles. En primer lugar, cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza por elección, mediante sufragio universal concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos [democracia directa]. En segundo lugar, todos los funcionarios estatales, altos y bajos, estaban retribuidos como los demás trabajadores (nada de privilegios): EL SUELDO MÁXIMO INDIVIDUAL ABONADO POR LA COMUNA FUE DE 6.000 FRANCOS [comparemos este modesto ingreso en 1871, con el que hoy céteris páribus cobran nuestros políticos profesionales, teniendo en cuenta que según progresa la productividad del trabajo, el poder adquisitivo del dinero aumenta relativamente respecto del valor contenido en los productos fabricados]. Con este sistema se ponía una barrera eficaz al arribismo y la caza de cargos, y esto sin contar con los mandatos imperativos que, por añadidura, introdujo la Comuna para los diputados a los cuerpos representativos.

       En el capítulo tercero de su obra titulada “La guerra civil en Francia”, Marx describe con todo detalle esta labor encaminada a hacer saltar el viejo poder estatal sustituyéndolo por otro nuevo y realmente democrático. Sin embargo es necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de esta sustitución, por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el Estado se ha trasplantado del campo filosófico a la conciencia general de la burguesía, e incluso a la de muchos obreros. Según la concepción filosófica, el Estado es la “realización de la idea”, o sea, traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios en la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la eterna verdad y la eterna justicia. De aquí nace una veneración supersticiosa del Estado y de todo lo que con él se relaciona, veneración supersticiosa que va arraigando en las conciencias con tanta mayor facilidad, cuanto que la gente se acostumbra ya desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad, no pueden gestionarse ni salvaguardarse de otro modo que como se ha venido haciendo hasta aquí, es decir, por medio del Estado y de sus funcionarios bien retribuidos. Y se cree haber dado un paso enormemente audaz, con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y entusiasmarse por la república democrática. En realidad, el Estado (capitalista) no es más que una máquina para la opresión de una clase social por otra, lo mismo en la república democrática burguesa que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, es un mal que se transmite hereditariamente al proletariado triunfante en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, lo mismo que hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los lados peores de este mal, entretanto que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo este trasto viejo del Estado.

       Últimamente, las palabras [que conforman la expresión] “dictadura del proletariado” han vuelto a sumir en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura [verdaderamente democrática] del proletariado!>>. (Federico Engels: Introducción a la obra de K. Marx: “La guerra civil en Francia”. Londres, en el vigésimo aniversario de la Comuna de París, 18 de marzo de 1891. Publicado en la revista Die Neue [El Nuevo]. El subrayado y lo entre corchetes nuestro).

 

       El contubernio delincuencial entre políticos profesionales institucionalizados y empresarios, ha tenido invariablemente por antecedente histórico inmediato, la promiscua relación existencial entre dos distintos poderes: Uno de carácter económico-social determinado por la propiedad privada sobre los medios de producción y el dinero bancario, que la burguesía sigue todavía ostentando en la sociedad civil. El otro de naturaleza esencialmente política como resultado de la democracia representativa en cada Estado nacional a escala planetaria, donde los supuestamente representados en su condición de absoluta mayoría social, durante cada acto electoral, malogran inútilmente su voluntad política mayoritaria decidiendo ingenua y estúpidamente delegar su poder concentrado, dispersándolo entre los distintos partidos políticos en su calidad de representantes, cuyos dirigentes se disputan ese poder ofreciéndose a gobernar y, para tal fin, prometen comportarse con justa equidad, cuando lo cierto es que su exclusivo cometido como clase social dominante, no resultó ni sigue resultando ser otro que forrarse ellos mismos. Y para tal cometido han comenzado por dividirse tácticamente como partidos políticos que se disputan entre ellos el ejercicio del gobierno en las instituciones de cada Estado nacional, apelando para tal fin a las elecciones periódicas. Ocultando así que tal aparente división, dispersa y debilita estratégicamente a la clase social subalterna. Así lo dejó dicho el emperador romano Julio César y después de él Napoleón Bonaparte: “Divide et impera” [divide y vencerás]. Esta concepción se refiere a una estrategia de la clase burguesa minoritaria y dominante, que tiende a dividir, debilitar y malograr la estrategia de la clase obrera mayoritaria subalterna.

 

       La institucionalización de este contubernio entre políticos profesionales estatizados y empresarios oriundos de la sociedad civil, se ha visto reforzada entre otras iniciativas político-económicas, por ejemplo en España, a instancias de la llamada “Sociedad Estatal de participaciones industriales” (SEPI), cuya función primordial ha consistido en que sus funcionarios interactúen al interior de los mercados bursátiles y otros, para los fines de obtener la mayor rentabilidad institucional y al mismo tiempo personal de sus intervenciones, enriqueciéndose ellos mismos.   

 

Sintética explicación del proceso histórico decadente hasta el extremo ya insostenible del capitalismo.

 

     En el desarrollo socioeconómico de la humanidad, la producción de mercancías, la economía de mercado entendida como la distribución de los recursos materiales entre las diversas ramas de la producción, en respuesta a leyes económicas objetivas que operan a espaldas de los productores, no se corresponden a la naturaleza humana en general ni han existido de una vez para siempre. En su obra central: “El capital” Marx demostró fehacientemente por qué causas el modo capitalista de producción estuvo predestinado por esas mismas leyes hacia la decadencia y caída histórica inevitable del sistema. Evidentemente, las leyes económicas objetivas que han venido rigiendo las diversas esferas de la economía capitalista desde sus orígenes: salarios, precios, arrendamiento, ganancia, interés, crédito, bolsa, etc., son numerosas y complejas. Pero en último término todas proceden de una única ley descubierta por el propio Marx y examinada por él hasta el final. Es la ley del valor-trabajo que, ciertamente mueve desde su base material hasta la superestructura política la economía capitalista. La esencia de esa ley es simple. La sociedad pone a su disposición cierta reserva de fuerza de trabajo viva, que aplicada a la naturaleza engendra productos necesarios para la satisfacción de las necesidades humanas. Como consecuencia de la división del trabajo entre los distintos productores privados —ya sean individuales o asociados e independientes—, al principio sus diversos productos tomaron la forma de mercancías, que sus propietarios comenzaron intercambiando entre sí en una proporción determinada, según sus respectivos valores creados por el tiempo de trabajo contenido en ellas, primero directamente por trueque y más tarde por mediación de intermediarios comerciales. Es lo que Marx llamó trabajo abstracto, o sea trabajo humano en general, entendido como simple gasto de energía humana, base y medida del valor contenido en sus productos, y cuyo regulador ha sido y sigue siendo el mercado, ámbito en el cual se negocian y concretan los intercambios mercantiles. Allí es donde se decide si cada producto contiene o no la calidad y el correspondiente valor, que determina las proporciones en que se intercambian las diversas clases de mercancías que hacen a su compra-venta. 

 

       En estos hechos ha quedado comprendida, por una parte, la competencia intercapitalista con fines gananciales, cuya consecuencia necesaria inmediata fue el llamado secreto comercial, valiosa información de carácter científico-técnico materializada en los medios de producción y/o en las tareas administrativas de las empresas, que para garantizar los propósitos de obtener el mayor enriquecimiento relativo y la desigualdad creciente en el reparto la riqueza, ha sido y sigue siendo celosamente sustraída al conocimiento ajeno:

 <<Antes de la era industrial, los artesanos innovadores guardaban celosamente sus "trucos del oficio" en los pequeños talleres familiares. Sin embargo, a medida que la industria se trasladó del taller artesanal a la (gran) fábrica, surgió la necesidad de un sistema jurídico que obligase a los empleados guardar la promesa de confidencialidad respecto de un determinado proceso de fabricación o pieza de maquinaria secretos>>.http://www.wipo.int/wipo_magazine/es/2013/03/article_0001.html

       Pero por otra parte, el trabajo asalariado ha hecho también a las relaciones sociales estratégicamente antagónicas e irreconciliables entre la clase explotada y la clase explotadora bajo el capitalismo, determinadas por la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio (dinero bancario). Una exigencia histórica sistémica objetiva y fundamental, propia de la competencia intercapitalista en todos los mercados, que derivó inevitablemente en el desarrollo incesante de la productividad del trabajo en general, basado en la inevitable y creciente sustitución de trabajo humano por maquinaria. De esta forma y sin que medie la voluntad de nadie, es decir, objetivamente, dado que la ganancia capitalista sólo puede surgir exclusivamente del trabajo humano explotado, el proceso fatalmente debe llegar a un punto, en el que la obligada sustitución de trabajo vivo por maquinaria deje al capitalismo sin sentido de seguir existiendo.   

       <<A partir de cierto momento (del proceso), el desenvolvimiento de las fuerzas productivas se vuelve un obstáculo para el capital [en poder de los explotadores, ávidos de seguir acumulando ganancias crecientes que sólo pueden surgir del trabajo asalariado]; por tanto, la relación del capital [con el trabajo] se torna en una barrera para el desarrollo de las fuerzas productivas. El capital, es decir, el trabajo asalariado [explotado], habiendo llegado a este punto entra en la misma relación con el desarrollo de la  riqueza social y de las fuerzas productivas, que bajo el sistema corporativo, la servidumbre de la gleba [en el feudalismo] y la esclavitud, en su calidad de traba se la elimina necesariamente ...Las condiciones materiales y espirituales para la negación del trabajo asalariado y del capital, las cuales son ya la negación de formas precedentes de la producción social que no es libre, son a su vez resultados del proceso de producción característico del capital. En agudas contradicciones, crisis, convulsiones, se expresa la cre­ciente inadecuación del desarrollo productivo de la sociedad (capitalista) a sus relaciones sociales de producción hasta hoy vigentes. La violenta aniquilación de capital, no por circunstancias ajenas al mismo [sistema], sino como condición de su auto-conservación, es la forma más con­tundente en que se le da el consejo de que se vaya y deje lugar a un estadio superior de producción social>>. (K. Marx: "Líneas Fundamentales de la Crítica de la Economía Política" (Grundrisse) l857/l858 Ed. Grijalbo/1978 Barcelona-Bs.As.-México D.F. Vol. 22 Pp.136-137. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros).

 

       En medio de este inevitable proceso de descomposición terminal objetiva del sistema capitalista, lo singular ha sido el emergente fenómeno de la subjetividad encarnada en individuos ultraminoritarios de la población, agrupados en la sociedad civil como empresarios y en los Estados nacionales como políticos profesionales institucionalizados. Los primeros hechos en la sociedad civil a la prosecución de ganancias crecientes y, los segundos, una vez debidamente instruidos por los aparatos ideológicos del Estado en sus respectivos países, para que una vez cumplida la exigencia de asimilar el pensamiento único burgués como “el non plus ultra” de la sabiduría universal para el ejercicio del poder en materia de gobierno, olviden el concepto histórico de la palabra democracia —según la entendiera y proclamara Abraham Lincoln como “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”—, sustituyendo esa forma directa del poder político verdaderamente democrático, por la meramente representativa forma de ejercerlo fácticamente, solo sustentada en la meritocracia intelectual adquirida por los candidatos a gobernar, cuyas promesas electorales —según se fueron agravando las contradicciones del sistema—, sin dejarlas de proclamar engañosamente han sido no menos sistemáticamente incumplidas:

       <<Una ideología triunfa (políticamente) cuando la sociedad deja de percibirla como ideología y empieza a considerarla como sentido común. Si una persona va a un hotel de gran lujo, le preguntarán por el tamaño de su cartera, pero nadie le pedirá sus credenciales académicas. ¿Se imagina el amable lector, o lectora, que, antes de operarse, alguien le preguntara a su cirujano cuánto dinero tiene en el banco? No, esa pregunta no es de sentido común, nos dirían. Y es que el sentido común en nuestra sociedad es más capitalista y más meritocrático, que democrático. Si tienes mucho dinero, no te preguntan por tus títulos académicos, porque en el mercado basta con el dinero. Si te presentas a una oposición a un puesto de profesor, no te preguntan por tu dinero, porque en el mundo académico suele bastar con el conocimiento. Sin embargo, si tienes muchos votos te preguntarán por el título académico, y por los conocimientos, y por si has cotizado alguna vez en la vida a la Seguridad Social, porque para mucha gente los votos, por sí solos, no legitiman ninguna jerarquía, ni ningún poder, social. Los años que pasamos en el sistema educativo, los procesos de selección laboral, nos han socializado en los valores meritocráticos antes que en los democráticos. Nuestra sociedad se ha hecho coherentemente meritocrática, pero no se ha hecho coherentemente democrática. De manera casi inconsciente desafiamos cotidianamente la jerarquía, temporal, que nace del voto, en tanto que somos muy respetuosos con otros poderes, u otras jerarquías, como la del dinero o la del conocimiento>>. (José Andrés Torres Mora, parafraseando a Cristopher Lasch en: “La rebelión de las élites y la traición a la democracia”).

 

       En la sociedad capitalista, tanto la jerarquía personal que confiere el dinero que se ostenta, como la del supuesto “conocimiento” de la realidad por su propietario para obtenerlo, son unas entre tantas supercherías usurpatorias que la burguesía ha elevado a la más alta y meritoria condición humana de vida. Y desde el momento en que se impuso a escala planetaria la llamada democracia representativa, su realidad manifiesta no ha hecho más que demostrar en la práctica, ser la negación política más absoluta del genuino significado etimológico contenido en la palabra Democracia. En nuestro trabajo publicado el pasado diciembre de 2016 bajo el título: “Breve historia de la democracia directa, y su posterior falsificación, convertida en democracia representativa”, empezamos diciendo que:

       <<El origen del vocablo democracia se remonta a la etapa esclavista en Atenas, inmediatamente posterior al gobierno timocrático liderado por Solón (638 a C – 558 a C), palabra formada por los términos del alfabeto griego “timé” que significa honor y “kratia” (gobierno), donde tal virtud del honor por lo general se sustentaba en el respectivo patrimonio personal dinerario del agraciado. En la segunda mitad del siglo VI, Atenas cayó bajo la tiranía del aristócrata Pisístrato, al que le sucedieron sus herederos Hipias e Hiparco. Pero en el año 510 a. C y a pedido de Clístenes de Atenas (570 a C – 507 a C) el rey espartano Cleómenes I logró que los atenienses derrocaran a la tiranía. Poco después, empero, Esparta y Atenas iniciaron relaciones hostiles, y Cleómenes I instauró a Iságoras como arconte pro-espartano. Ante tales circunstancias y con el fin de evitar que Atenas se convirtiera en un “gobierno de paja” (transitorio) cayendo bajo el reinado en Esparta, Clístenes propuso a sus conciudadanos atenienses —pequeños y medianos esclavistas propietarios de tierras—, que acabaran con la tiranía de los aristócratas terratenientes encabezando una revolución política, para instaurar un régimen de gobierno en el que todos los ciudadanos compartieran el poder, independientemente de su status económico y social de modo que así, Atenas se convirtiera en una democracia>>.

       La democracia representativa vigente bajo el capitalismo a escala mundial, dio pábulo a credenciales de políticos profesionales —previamente instruidos en los aparatos ideológicos del sistema—, electos eventualmente para ejercer distintas funciones de gobierno en los tres poderes de cada Estado nacional, sedicentemente separados en apariencia cada uno en su sitio a cargo de sus respectivas funciones al interior de cada país. Pero de hecho, esa formal y aparente compartimentación institucional jamás pudo resistirse a los intereses creados en la sociedad civil por la ley económica del valor, que así acabó por atravesar esa formalidad al interior de las instituciones políticas estatales, hasta dejarla en papel mojado haciendo a la ya consuetudinaria corrupción política del contubernio entre la sociedad civil y el Estado, es decir, entre empresarios privados y agentes públicos (congresistas, ejecutivos, jueces o fiscales). Todos a una convirtiendo esa “democracia” en una dictadura permanente del capital ejercida sobre las mayorías sociales. ¿Sus consecuencias? Las sucesivas guerras destructivas y genocidas de rapiña como la de 1914-1918 seguida por la de 1939-1945, por ejemplo, auspiciadas subrepticiamente por la competencia entre los intereses creados que, a caballo de la ley económica del valor, galopó ese contubernio entre “representantes” políticos y grandes o medianos empresarios de los países inducidos a delinquir por completo a espaldas de sus respectivos pueblos vilmente “representados”. Y como eso todo lo demás. A la luz de estos hechos provocados por la competencia intercapitalista entre bloques de países, de cuyas consecuencias han sido víctimas propicias sus mayorías sociales explotadas, ¡hay que ser un consumado inconsciente político irresponsable, para seguir tolerando semejante “democracia”! Porque todos los empresarios y políticos profesionales, sin excepción, de boquilla han venido proclamando en el Mundo la libertad, la igualdad y la justicia social. Pero en realidad no han hecho más que promover justamente lo contrario. Y en efecto, el resultado de toda esta declamada superchería está hoy a la vista, en todo lo que por inevitable necesidad económica férreamente determinada por la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, lo conseguido a instancias de la no menos predestinada competencia intercapitalista fue, a saber:

1) Que ahora mismo el 0,6 % de la población adulta del Planeta, dispone del 39,3 % de la riqueza creada en el mundo.

2) Más de una tercera parte de esa riqueza, está controlada por una super élite de apenas 29 millones de personas. Justo por debajo de ellos, una segunda división de la élite mundial representada por 344 millones de personas (el 7,5 % de la población mundial) ostenta otro 43,1 % de la riqueza total del globo terráqueo.

3) Sumando ambos valores porcentuales medidos en términos de población y tenencia de riqueza, resulta que el 8,1 % de la población mundial posee el 82,4 % de la riqueza en el Planeta.

4) Si analizamos la pirámide por la parte baja de sí misma, las conclusiones son aún más desoladoras: alrededor de 3.184 millones de personas, el 69,3 % de la población mundial, con una riqueza inferior a los 10.000 dólares, acumula el 3,3 % de la riqueza del Planeta.

5) El dato es aún más preocupante al descubrir que 4.219 millones de personas, el 91,8 % de la población adulta mundial, tan sólo acumula el 17,7 % de la riqueza total. Cfr.: https://www.elblogsalmon.com/economia/una-super-elite-mueve-los-hilos-de-la-economia-mundial.

6) 2015 será recordado como el primer año de la serie histórica, en el que la riqueza del 1% de la población mundial alcanzó la mitad del valor del total de activos. En otras palabras: el 1% de la población mundial, aquellos que tienen un patrimonio valorado en 760.000 dólares, poseen tanto dinero —líquido o invertido— como el 99% restante de esa población mundial. Esta enorme brecha entre privilegiados y el resto de la humanidad acorralada en la miseria, lejos de disminuir ha seguido ampliándose desde el inicio de la Gran Recesión, en 2008. Cfr.: http://economia.elpais.com/economia/2015/10/13/actualidad/1444760736_267255.html?rel=mas. Éste ha sido el resultado histórico de la democracia representativa, donde los representados han venido siendo cada vez más pobres y desiguales, para que los representantes políticos corruptos y sus aliados empresariales opulentos, hasta hace bien poco hayan podido participar de su enriquecimiento mutuo sin límites.

       Y en efecto, si ese enriquecimiento relativo creciente de los explotadores burgueses y sus secuaces políticos institucionalizados pudo ser momentáneamente posible, ha sido en primer lugar merced a que la competencia intercapitalista tuvo por resultado el proceso productor de ganancias crecientes, llamado por Marx plusvalor absoluto, consistente en prolongar la jornada de labor. O sea, el hecho de que los obreros en su contrato de trabajo, hayan acordado con su patrón cobrar un salario equivalente al valor de los medios de vida producidos durante una parte de cada jornada de labor, eso no ha obstado para que se les haga trabajar la jornada entera, de cuya diferencia originariamente ha venido surgiendo la ganancia de los capitalistas.     

       Pero posteriormente y a raíz de la misma competencia interburguesa, dado el consecuente desarrollo científico técnico incorporado a medios mecánicos de producción cada vez más rápidos y eficaces, los patronos exigieron a sus trabajadores subordinados un mayor gasto de energía humana productiva puntual por cada unidad de tiempo empleado en su trabajo, generando así lo que se conoció —también a instancias del propio Marx— por producción de plusvalor relativo. Es decir, relativo al tiempo de trabajo empleado en producir ese plus de valor capitalizado por los propietarios de tales medios de trabajo.

 

       Desde entonces, el incesante progreso científico-técnico incorporado a la maquinaria —inducido por la competencia intercapitalista—, no ha hecho más que sustituir trabajo humano por maquinaria hasta culminar hoy en el fenómeno de la robotización, que tiende a dejar casi por completo sin sentido económico, la ganancia del capital mediante la conversión de salario en plusvalor, dado que la maquinaria se limita a trasladar su valor al producto fabricado según se amortiza por desgaste. O sea, que no produce ganancia y no sólo en la gran industria[i]. Si a esto añadimos que las crisis cíclicas del sistema son cada vez más recurrentes y comprometen a un capital industrial ocioso por falta de rentabilidad, las dificultades para superar las consecuentes recesiones económicas no dejan de aumentar, de modo que para obtener réditos la burguesía deba pasar forzosamente al ataque brutal sobre las condiciones de vida y de trabajo de los explotados. Un criminal recurso que atenta no sólo contra el salario directo de los trabajadores activos. También contra el salario indirecto: prestaciones de los servicios públicos estatales, como es el caso en general del llamado estado del bienestar en materia de salud, educación o dependencia, así como los llamados salarios diferidos, importe que el Estado deduce de la nómina mensual de los trabajadores activos, reteniéndolo supuestamente para el futuro pago de sus pensiones por jubilación, que en los hechos malversa deliberadamente transfiriéndolo “sotto voce” a la banca privada, para que esa parte de la burguesía, pueda sostenerse usufructuando la tasa de interés que la burguesía le cobra a sus clientes prestatarios:

       <<Los fondos de pensiones —nada más y nada menos que 56.000 millones de euros— son reclamados (al Estado español) por la patronal bancaria para que le aporte financiación. El gobierno del PSOE ya resolvió aportar 150.000 millones de euros de dinero público para la banca. Ahora destinará también una parte del fondo de pensiones, es decir, del salario diferido de los trabajadores que, en lugar de dedicarlo a subir las míseras pensiones como debería ser su destino natural, se destinará a financiar al parasitario capital bancario>>.  (“El Salario diferido: una estafa para los trabajadores” C.G.T. adif 25/02/2009).

 

       ¿Puede alguien demostrar con pruebas fehacientes e irrefutables, que todo lo dicho aquí hasta este punto no haya sido el resultado de la corrupción humana inducida por el sistema de vida capitalista, que corrompe a escala planetaria precisamente por haber hundido sus raíces, en la propiedad privada de los medios de producción y el dinero bancario?                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         

    GPM.

Principios del comunismo

 

      I. ¿Qué es el comunismo?

      El comunismo es la doctrina  de  las condiciones para su libertad del proletariado.

      II. ¿Qué es el proletariado?

      El proletariado es la clase social que consigue sus medios de subsistencia exclusivamente de la venta de sus medios de trabajo, y no del rédito de ningún capital; es la clase social cuyas dichas y penas, vida y muerte y toda su existencia, dependen de la demanda de trabajo, es decir de los períodos de crisis y de prosperidad de los negocios, de las fluctuaciones de una competencia desenfrenada. Dicho en pocas palabras, el proletariado, o la clase de los proletarios, es la clase trabajadora del siglo XIX.

      III. ¿Quiere decir que los proletarios no han existido siempre? NO. Las clases pobres y trabajadoras han existido siempre, siendo pobres en la mayoría de los casos. Ahora bien, los pobres, los obreros que viviesen en las condiciones que acabamos de señalar, o sea los proletarios, no han existido siempre, del mismo modo que la competencia no ha sido siempre libre y desenfrenada.

      IV. ¿Cómo apareció el proletariado?

      El proletariado nació a raíz de la revolución industrial, que se produjo en Inglaterra en la segunda mitad del siglo pasado. Y se repitió luego en todos los países civilizados del mundo. Dicha revolución se debió el invento de la máquina de vapor, de las diversas máquinas de hilar, del telar mecánico y de toda una serie de  otros dispositivos mecánicos. Estas máquinas, que costaban muy caro y, por eso, sólo estaban al alcance de los grandes capitalistas, transformaron completamente el antiguo modo de producción y desplazaron a los obreros anteriores, puesto que las máquinas producían mercancía más baratas y mejores que las que podían hacer éstos con ayuda de sus ruecas y telares imperfectos. Las máquinas pusieron la industria enteramente en manos de los grandes capitalistas y redujeron a la nada el valor de la pequeña propiedad de los obreros (instrumentos, telares etc.), de modo que los capitalistas pronto se apoderaron de todo, y los obreros se quedaron con nada. Así se instauró en la producción de tejidos el sistema fabril. En cuanto se dio el primer impulso a la introducción de máquinas y al sistema fabril, éste último se propagó rápidamente en las demás ramas de la industria, sobre todo en el estampado de tejidos, la impresión de libros, la alfarería y la metalurgia. El trabajo empezó a dividirse más y más entre los obreros individuales de tal manera que el que antes efectuaba todo el trabajo pasó a realizar nada más que una parte del mismo. Esta división del trabajo permitió fabricar los productos más rápidamente y por consecuencia de modo más barato. Ello redujo la actividad de cada obrero a un procedimiento mecánico, muy sencillo, constantemente repetido, que la máquina podía realizar, con el mismo éxito e incluso mucho mejor. Por tanto todas estas ramas de la producción cayeron, una tras otra, bajo la dominación del vapor, de las máquinas y del sistema fabril, “exactamente del mismo modo que la producción de hilados y de tejidos. En consecuencia, ellas se vieron enteramente en manos de los grandes capitalistas, y los obreros quedaron privados de los últimos restos de su independencia. Poco a poco el sistema fabril extendió su dominación no ya sólo a la manufactura, en el sentido estricto de la palabra, sino que comenzó a apoderarse más y más de las actividades artesanas, ya que también en esta esfera los grandes capitalistas desplazaban cada vez más a los pequeños maestros, montando grandes talleres en los que era posible, ahorrar muchos gastos e implantar una detallada división del trabajo. Así llegamos a que, en los países civilizados, casi en todas las ramas del trabajo se afianzó la producción fabril y casi en todas estas ramas la gran industria desplazó a la artesanía y a la manufactura. Como resultado de ello se arruinó más y más la antigua clase media, sobre todo los pequeños artesanos, cambiando completamente la anterior situación de los trabadores y surgiendo clases nuevas que absorvieron paulatinamente a todas las demás, a saber:

      La clase de los grandes capitalistas, que son ya en todos los países, casi únicos poseedores de todos los medios de existencia, como igualmente de las materias  primas y de los instrumentos (máquinas, fábricas etc.) necesarios para la producción de los medios de existencia. Es la clase de los burgueses, es decir, la burguesía.

      La clase de los completamente desposeídos, de los que en virtud de ellos se ven forzados a vender su trabajo a los burgueses, al fin de recibir en cambio los medios de subsistencia necesarios para vivir. Esta clase se denomina la clase de los proletarios, o sea, el proletariado.

      V. ¿En qué condiciones se realiza esta venta del trabajo de los proletarios burgueses? El trabajo es una mercancía como otra cualquiera, y su precio depende, por consiguiente, de las mismas leyes que el de cualquier otra mercancía. Pero, el precio de una mercancía, bajo el dominio de la gran industria o de la libre competencia, que es lo mismo, como lo veremos más adelante es, por término medio, siempre igual a los gastos de producción de dicha mercancía. Por tanto, el precio del trabajo es también igual al costo de producción del trabajo. Ahora bien, el costo de producción del trabajo, consta precisamente de la cantidad de medios de subsistencia indispensables, para que el obrero esté en condiciones de mantener su capacidad de trabajo y para que la clase obrera no se extinga. El obrero no percibirá de su trabajo más que lo indispensable para ese fin; el precio del trabajo o del salario será, por consiguiente, el más bajo, constituirá el mínimo de lo indispensable para mantener la vida. Pero, por cuanto en los negocios existen períodos mejores y peores, el obrero percibirá unas veces más y otras veces menos por sus mercancías, Y al igual que el fabricante quien, por término medio contando los tiempos buenos y los malos, no percibe por sus mercancías ni más ni menos que su costo de producción, el obrero percibirá, por término medio, ni más ni menos que ese mínimo. Esta ley económica del salario se aplicará más rigurosamente, en la medida en que la gran industria vaya penetrando en todas las ramas de la producción.

      VI. ¿Qué clases trabajadoras existían antes de la revolución industrial? Las clases trabajadoras han vivido en distintas condiciones, según las diferentes fases de desarrollo de la sociedad, y han ocupado posiciones distintas respecto de las clases poseedoras y dominantes. En la antigüedad, los trabajadores eran esclavos de sus amos, como lo son todavía en un gran número de países atrasados e incluso en la parte meridional de los EE.UU. En la Edad media eran siervos de los nobles propietarios de tierras, como lo son todavía en Hungría, Polonia y Rusia. Además, en la Edad Media hasta la revolución industrial, existían en las ciudades oficiales artesanos que trabajaban al servicio de la pequeña burguesía y, poco a poco, en la medida del progreso de la manufactura, comenzaron a aparecer obreros de manufactura que iban a trabajar contratados por grandes capitalistas.

      VII. ¿Qué diferencia hay entre el proletario y el esclavo?

      El esclavo está vendido de una vez y para siempre, en cambio el proletario, tiene que venderse él mismo cada día y cada hora. Todo esclavo individual, propiedad de un señor determinado, tiene ya asegurada su existencia por miserable que sea, por interés de éste. En cambio el proletario individual es, valga la expresión, propiedad de toda la clase de la burguesía. Su trabajo no se compra más que cuando alguien lo necesita, por cuya razón no tiene la existencia asegurada. Esta existencia está asegurada únicamente a toda la clase de los proletarios. El esclavo está fuera de la competencia. El proletario se halla sometido a ella y siente todas sus fluctuaciones. El esclavo es considerado como una cosa, y no miembro de la sociedad civil. El proletario es reconocido como persona, como miembro de la sociedad civil. Por consiguiente, el esclavo puede tener una existencia mejor que el proletario, pero este último pertenece a una etapa superior. Éste se libera cuando de todas las relaciones de la propiedad privada no suprime más que una, la relación de esclavitud gracias a lo cual, sólo entonces se convierte en proletario; en cambio, el proletario sólo puede liberarse suprimiendo toda la propiedad privada en general.

      VIII. ¿Qué diferencia hay entre el proletario y el siervo?

      El siervo posee en propiedad y usufructo, un instrumento de producción y una porción de tierra, a cambio de lo cual entrega una parte de su producto o cumple ciertos trabajos. El proletario trabaja con instrumentos de producción pertenecientes a otra persona, por cuenta de ésta, a cambio de una parte del producto. El siervo da, al propietario le dan. El siervo tiene la existencia asegurada, el proletario no. El siervo está fuera de la competencia. El proletariado está sujeto a ella. El siervo se libera ya refugiándose en la ciudad y haciéndose artesano, ya dando a su amo dinero en lugar de trabajo o productos a su señor, transformándose en libre arrendatario, ya expulsando a su señor feudal y haciéndose él mismo propietario. Dicho en breves palabras, se libera entrando de una manera u otra de la clase poseedora y en la esfera de la competencia, la propiedad privada y todas las diferencias de clase.

      IX. ¿Qué diferencia hay entre el proletario y el artesano?

      X. ¿Qué diferencia hay entre el proletario y el obrero de manufactura?

      El obrero de manufactura entre los siglos XVI y XVIII, poseía en casi todas partes instrumentos de producción: su telar, su rueca para la familia y un pequeño terreno que cultivaba en las horas libres. El proletario actual no tiene nada de eso. El obrero de manufactura vive casi siempre en el campo y se halla en relaciones más o menos patriarcales con su señor o su patrono. El proletario suele vivir en grandes ciudades y no lo unen a su patrono más que relaciones de dinero. La gran industria arranca al obrero de manufactura de sus condiciones patriarcales; éste pierde la propiedad que todavía poseía y sólo entonces se convierte en proletario.

      XI ¿Cuáles fueron las consecuencias directas de la revolución industrial y de la división de la sociedad en burgueses y proletarios?

      En primer lugar, en virtud de que el trabajo de las máquinas reducía más y más los precios de los artículos industriales, en casi todos los países del mundo el viejo sistema de la manufactura  o de la industria basada en el trabajo manual, fue destruido enteramente. Todos los países semibárbaros que todavía quedaban más o menos al margen del desarrollo histórico y cuya industria se basaba todavía en la manufactura, fueron arrancados violentamente de su aislamiento. Comenzaron a comprar mercancías más baratas a los ingleses, dejando que se muriesen de hambre sus propios obreros de manufactura. Así, países que durante milenios no conocieron el menor progreso, como, por ejemplo, la India, pasaron por una completa revolución, e incluso la China marcha ahora de cara la revolución. Las cosas han llegado a tal punto, que una nueva máquina que se invente ahora en Inglaterra podrá, en el espacio de un año, condenar al hambre a millones de obreros de China. De este modo, la gran industria ha ligado los unos a los otros a todos los pueblos de la tierra, ha unido en un solo mercado mundial todos los pequeños mercados locales, ha preparado por doquier el terreno para la civilización y el progreso, y ha hecho las cosas de tal manera que todo lo que se realiza en los países civilizados, debe necesariamente repercutir en todos los demás, por lo tanto, si los obreros de Inglaterra o de Francia se liberan ahora, ello debe suscitar revoluciones en todos los demás países, revoluciones que tarde o temprano culminarán también allí en la liberación de los obreros.

      En segundo lugar, en todas partes en que la gran industria ocupó el lugar de la manufactura, la burguesía aumentó extraordinariamente su riqueza y poder, y se erigió en primera clase del país. En consecuencia, en todas las partes en las que se produjo ese proceso, la burguesía tomó en sus manos el poder político y desalojó a las clases que dominaban antes: la aristocracia, los maestros de gremio y la monarquía absoluta, que representaba a la una y a los otros. La burguesía acabó con el poderío de la aristocracia y de la nobleza, suprimiendo al mayorazgo o la inaliebilidad de posesión de tierras, como también todos los privilegios de la nobleza. Destruyó el poderío de los maestros de gremio, eliminando todos los gremios y los privilegios gremiales. En el lugar de unos y otros puso la libre competencia, es decir, un estado de la sociedad en la que cada cual tenía derecho a dedicarse a la rama de la industria que le gustase, y nadie podía impedírselo a no ser la falta de capital necesario para tal actividad. Por consiguiente la implantación de la libre competencia es la proclamación pública de que, de ahora en adelante, los miembros de la sociedad no son iguales entre sí únicamente en la medida en que no lo son sus capitales, que el capital se convierte en la fuerza decisiva y que los capitalistas se erigen así en la primera clase de la sociedad, Ahora bien, la libre competencia es indispensable en el período inicial del desarrollo de la gran industria, porque es el único régimen social  con el que la gran industria puede progresar. Tras de aniquilar de este modo el poderío social de la nobleza y de los maestros de gremios, puso fin también el poder político de la una y de los otros. Llegada a ser la primera clase de la sociedad, la burguesía se proclamó también la primera clase de la esfera política. Lo hizo implantando el sistema representativo basado en la igualdad burguesa ante la ley y en el reconocimiento legisla de la libre competencia. Este sistema fue instaurado en los países europeos bajo la forma de la monarquía constitucional. En dichas monarquías sólo tienen derecho de voto los poseedores de cierto capital, es decir, únicamente los burgueses. Estos electores burgueses eligen a los diputados, y estos diputados  valiéndose del derecho a negar los impuestos, eligen un gobierno burgués.

      En tercer lugar, la revolución industrial ha creado en todas partes el proletariado en la misma medida que la burguesía. Cuantos más ricos se hacían los burgueses, más numerosos eran los proletarios. Visto que sólo el capital puede dar ocupación a los proletarios y que el capital sólo aumenta cuando emplea trabajo, el crecimiento del proletariado se produce en exacta correspondencia con el capital. Al propio tiempo la revolución industrial agrupa a los burgueses y a los proletarios en grandes  ciudades, en la que es más ventajoso fomentar la industria, y con esa concentración de grandes masas en un mismo lugar le inculca a los proletarios la conciencia de su fuerza. Luego, en la medida del progreso de la revolución industrial, en la medida en que se inventan nuevas máquinas, que eliminan el trabajo manual, la gran industria ejerce una presión creciente sobre los salarios y los reduce, como hemos dicho, al mínimo, haciendo la situación del proletariado cada vez más insoportable, Así, por una parte, como consecuencia del descontento creciente del proletariado y, por la otra, del crecimiento del poderío de éste, la revolución industrial prepara la revolución social 

que ha de realizar el proletariado.

      XII. ¿Cuáles han sido las consecuencias siguientes de la revolución industrial?

      La gran industria creó con la máquina de vapor y otras máquinas, los medios de aumentar la producción industrial, rápidamente a bajo costo y hasta el infinito. Merced a esta facilidad de aumentar la producción, la libre competencia consecuencia necesaria de esta gran industria, adquirió pronto un carácter extraordinariamente violento; un gran número de capitalistas se lanzó a la industria, en breve plazo se  produjo más de lo que se podía consumir. Como consecuencia, no se podían vender las mercancías fabricadas y sobrevino la llamada crisis comercial; las fábricas tuvieron que parar. Los fabricantes quebraron y los obreros se quedaron sin pan. Y en todas partes se extendió la mayor miseria. Al cabo de cierto tiempo se vendieron los productos sobrantes, las fábricas volvieron a funcionar, los salario subieron y, poco a poco, los negocios marcharon mejor que nunca. Pero no por mucho tiempo, ya que pronto volvieron a producirse demasiadas mercancías y sobrevino una nueva crisis que transcurrió exactamente de la misma manera que la anterior. Así, desde comienzos del presente siglo, en la situación de la industria se han producido contínuamente oscilaciones entre períodos de prosperidad y períodos de crisis, y casi regularmente,  cada cinco o siete años se ha producido tal crisis, con la particularidad de que cada vez acarreaba las mayores calamidades para los obreros, una agitación revolucionaria general y un peligro colosal para todo el régimen existente.

      XIII. ¿Cuáles son las consecuencias de estas crisis comerciales que se repiten regularmente?

      En primer lugar la de la gran industria, que en el primer período del desarrollo creó la libre competencia, la ha rebasado ya; que la competencia y, hablando en términos generales, la producción industrial en manos de unos u otros particulares, la producción industrial en mano de unos u otros particulares se ha convertido en una traba a la que debe y ha de romper; que la gran industria, mientras siga sobre la base actual, no puede existir sin conducir cada siete años a un caos general que supone cada vez un peligro para toda la civilización y no sólo sume en la miseria a los proletarios, sino que arruina a muchos burgueses; que, por consiguiente, la gran industria debe destruirse ella misma, lo que es absolutamente imposible, o reconocer que hace prescindible una organización completamente nueva de la sociedad,, en la que la producción industrial no será más dirigida por unos u otros fabricantes en competencia entre sí, sino por toda la sociedad con arreglo a un plan determinado con la  y de conformidad con las necesidades de todos los miembros de la sociedad.

      En segundo lugar, que la gran industria y la posibilidad, condicionada por ésta,, de ampliar hasta el infinito la producción permiten crear un régimen social en el que se producirán tantos medios de subsistencia que cada miembro de la sociedad estará en condiciones de desarrollar y emplear libremente todas las fuerzas y facultades..........

de modo que precisamente la peculiaridad de la gran industria y la posibilidad, condicionada por esta, de ampliar hasta el infinito la producción permiten crear un régimen social en el que se producirán tantos medios de subsistencia, que cada miembro de la sociedad estará en condiciones de desarrollar y emplear libremente todas sus fuerzas y facultades; de modo que precisamente la peculariedad de la gran industria que en la sociedad que en la sociedad moderna engendra toda la miseria y todas las crisis comerciales será en la otra organización justamente la que ha de acabar con esa miseria y esas fluctuaciones preñadas de tantas desgracias.

      Por lo tanto está probado claramente:

      1) Que en la actualidad todos estos males se deben únicamente al régimen social, el cual ya no responde más a las condiciones existentes;

      2)  por vía de la construcción de un nuevo orden social.

      XIV. ¿Cómo debe ser ese nuevo orden social?

      Ante todo la administración de la industria y de todas las ramas de la producción en general, dejará de pertenecer a unos u otros individuos en competencia. En lugar de esto, las ramas de la producción pasarán a manos de toda la sociedad, es decir, serán administradas en beneficio de toda la sociedad, con arreglo a un plan general y con la participación de todos los miembros de la sociedad. Por tanto, el nuevo orden social suprimirá la competencia y la sustituirá por la asociación. En vista de que la dirección de la industria, al hallarse en manos de particulares, implica necesariamente la existencia de la propiedad privada y por cuanto la competencia no es  otra cosa que ese modo de dirigir la  industria, en el que la gobiernan propietarios privados, la propiedad va unida inseparablemente a la dirección individual de la industria y a la competencia. Así la propiedad privada debe también ser suprimida y ocuparán su lugar el usufructo colectivo de todos los instrumentos de producción y el reparto de los productos de común acuerdo, lo que se llama la comunidad de bienes. La supresión de la  propiedad privada es incluso la expresión más breve y más característica de esta transformación de todo el régimen social, que se ha hecho posible merced al progreso de la industria. Por eso los comunistas la plantean con razón como su principal reivindicación.

      XV. ¿Esto quiere decir que la supresión de la, todo cambio de las relaciones propiedad privada no era posible antes?

      No, no era posible. Toda transformación del orden social, todo cambio de las relaciones de propiedad es consecuencia necesaria de la aparición de nuevas fuerzas productivas que han dejado de corresponder a las viejas relaciones de propiedad. Así ha surgido la misma propiedad privada. La propiedad privada no ha existido siempre. Cuando a fines de la Edad Media surgió el nuevo modo de producción bajo la forma de la manufactura, que no encuadraba en el marco de la propiedad feudal y gremial, esta manufactura, que no correspondía ya a las viejas relaciones de propiedad, dio vida a una nueva forma de propiedad: la propiedad privada.. En efecto, para la Manufactura y para el primer período de desarrollo de la gran industria, no era posible ninguna otra forma de propiedad además del basado en esta propiedad. Mientras no se pueda conseguir una cantidad de productos que no solo baste para todos, sino que se quede cierto excedente para aumentar el capital social y seguir fomentando las  fuerzas productivas, deben existir necesariamente una clase dominante que disponga de las fuerzas productivas de la sociedad y una clase pobre y oprimida. La constitución y el carácter de estas clases dependen del grado de desarrollo de la producción. La sociedad de la Edad Media, que tiene por base el cultivo de la tierra, nos da el señor feudal y el siervo; las ciudades de las postrimerías de la Edad Media nos dan el maestro artesano,  el oficial y el jornalero: En el Siglo XVII, el propietario de manufactura y el obrero de ésta; en el siglo XIX el gran fabricante y el proletario. Es claro que hasta el presente, las fuerzas productivas no se han desarrollado (sigue en pag. 85 arriba………)

      XVI. ¿Será posible suprimir por vía pacífica la propiedad privada?

      Sería de desear que fuese  así, y los comunistas como es lógico serían los últimos en oponerse a ello. Los comunistas saben que todas las conspiraciones, además de inútiles, son incluso perjudiciales. Están perfectamente al corriente que no se pueden hacer las revoluciones premeditada y arbitrariamente y que estas han sido siempre y en todas partes una consecuencia necesaria de circunstancias que no dependían en absoluto de la voluntad y a dirección de unos u otros partidos o clases enteras. Pero al propio tiempo, ven que se viene aplastando por la violencia el desarrollo del proletariado en casi todos los países  civilizados y que, con ellos, los enemigos mismos de los comunistas trabajan con todas sus energías para la revolución. Si todo ello termina, en fin de cuentas, empujando al proletariado subyugado a la revolución, nosotros los comunistas, defenderemos con los hechos, no meno que como ahora lo hacemos de palabra, la causa del proletariado.

      XVII. ¿Será posible suprimir de golpe la propiedad privada? No, no será posible, del mismo modo que no se pueden aumentar de golpe las fuerzas productivas existentes, Por eso, la revolución del proletariado, que se avecina según todos los indicios, sólo podrá transformar paulatinamente la sociedad actual, y acabará con la propiedad privada únicamente cuando haya creado la necesaria cantidad de medios de producción.

      XVIII. ¿Qué via de desarrollo tomará esa revolución? Establecerá, ante todo, un régimen democrático y, por tanto. Directa o indiréctamete, la dominación política del proletariado. Diréctamente en Inglaterra, donde los proletarios constituyen ya la mayoría del pueblo. Indiréctamente en Francia y en Alemania, donde la mayoría del pueblo no consta únicamente de proletarios, sino, además, de pequeños campesinos y pequeños burgueses de la ciudad, que se encuentran sólo en la fase de transformación en proletariado y que, en lo tocante a la satisfacción de sus intereses políticos, dependen cada vez más del proletariado, por cuya razón han de adherirse pronto a las reivindicaciones de éste. Para ello, quizá, se necesite una nueva lucha que, sin embargo, no puede tener otro desenlace que la victoria del proletariado. La democracia sería absolutamente inútil para el proletariado si no la utilizara inmediatamente como medio para llevar a cabo amplias medidas que atentasen directamente contra la propiedad privada y asegurasen la existencia del proletariado. Las medidas más importantes, que dimanan necesariamente de las condiciones actuales, son:

1) restricción de la propiedad privada mediante el impuesto progresivo, el alto impuesto sobre las herencias, la abolición del derecho de herencia en las líneas laterales (hermanos, sobrinos, etc), préstamos forzosos, etc.).

2) Expropiación gradual de los propietarios agrarios, fabricantes, propietarios de ferrocarriles y buques, parcialmente con ayuda de la competencia por parte de la industria estatal y, parcialmente de modo directo, con indemnización de asignados.

3) Confiscación de los bienes de todos los emigrados y todos los rebeldes contra la mayoría del pueblo.

4) Organización del trabajo y ocupación de los proletarios en fincas, fábricas y talleres nacionales, con lo cual  se eliminará la competencia entre los obreros y los fabricantes que  para todos los miembros de la sociedad tendrán que pagar salarios tan altos como el Estado.

5) Igual deber obligatorio de trabajo para todos los miembros de la sociedad. Hasta la supresión completa de la propiedad privada. Formación de ejércitos industriales, sobre todo para la agricultura.

6)  Centralización de los créditos y la banca en las manos del Estado a través del Banco Nacional, con capital del Estado. Cierre de todos los bancos privados.

7) Aumento del número de fábricas, talleres, ferrocarriles y buques nacionales, cultivo de todas las tierras que están sin labrar y mejoramiento del cultivo de las demás tierras, en consonancia con el aumento de los capitales y del número de obreros que dispone la nación.

8) Educación de todos los niños en establecimientos estatales y a cargo del Estado, desde el momento en que puedan prescindir del cuidado de la madre. Conjugar la educación con el trabajo fabril.

9) Construcción de grandes palacios en las fincas del Estado para que sirvan de vivienda a las comunas de ciudadanos que trabajen en la industria y la agricultura y unan las ventajas de la vida en la ciudad y en el campo, evitando así el carácter unilateral y los defectos de la una y la otra.

10) Destrucción de todas las casas y barrios insalubres y mal construídos.

11) Igualdad del derecho de herencia para los hijos legítimos y naturales.

12) Concentración de todos los medios de transporte en manos de la nación.

      Por supuesto todas estas medidas no podrán ser llevadas a la práctica de golpe. Pero cada una entraña necesariamente la siguiente. Una vez emprendido el primer ataque radical contra la  propiedad privada, el proletariado se verá obligado a seguir siempre adelante y a concentrar más y más en las manos del Estado todo el capital, toda la agricultura, toda la industria, todo el transporte y rodo el cambio. Éste es el objetivo al que conducen las medidas mencionadas. Ellas serán aplicables y surtirán su efecto centralizador exáctamente en el mismo grado en que el trabajo del proletariado multiplique las fuerzas productivas del país. Finalmente, cuando todo el capital, toda la producción y todo el cambió estén concentrados en las manos de la nación, la propiedad privada dejará de existir, de por sí el dinero se hará supérfluo, la producción aumentará y los hombres cambiarán tanto que se podrán suprimir también las últimas formas de relaciones de la vieja sociedad.

      XIX. ¿Es posible esta revolución en un solo país?

      No, La gran industria, al crear el mercado mundial, ha unido ya tan estrechamente todos los pueblos del globo terrestre, sobre todo los pueblos civilizados, que cada uno depende de lo que ocurre en la tierra del otro. Además, ha nivelado en todos los países civilizados el desarrollo social a tal punto, que en todos estos países la burguesía y el proletariado se han erigido en las dos clases decisivas de la sociedad, y la lucha entre ellas se ha convertido en la principal lucha de nuestros días. Por consecuencia, la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, en América, en Francia y en Alemania. Ella se desarrollará en cada uno de estos países más rápidamente o más lentamente, dependiendo del grado en que esté en cada uno de ellos más desarrollada la industria, en que se hayan acumulado más riquezas y se dispongan de mayores fuerzas productivas. Por eso será más lenta y difícil en Alemania y más rápida y fácil en Inglaterra. Ejercerá  igualmente una influencia considerable en los demás países del mundo, modificará de raíz y acelerará extraordinariamente su anterior marcha del desarrollo. Es una revolución universal y tendrá por eso un ámbito universal.      

      XX. ¿Cuáles serán las consecuencias de la supresión de la propiedad privada?

      Al quitar a los capitalistas privados el usufructo de todas las fuerzas productivas y medios de comunicación, así como el cambio y el reparto de los productos, al administrar todo eso con arreglo a un plan basado en los recursos disponibles y la necesidades de toda la sociedad, ésta suprimirá, primeramente todas las consecuencias nefastas ligadas al actual sistema de dirección de la gran industria, la producción ampliada que es, en la sociedad actual una superproducción y una causa de tan poderosa miseria, será entonces muy insuficiente y deberá adquirir proporciones mucho mayores. En lugar de engendrar la miseria, la producción superior a las nacesidades perentorias de la sociedad, permitirá satisfacer las demandas de todos los miembros de ésta, engendrará nuevas demandas y creará, a la vez, los medios de satisfacerlas.

      La gran industria, liberada de las rabas de la propiedad privada, se desarrollará en tales proporciones que, comparado con ellas, su estado actual parecerá tan mezquina como la manufatura al lado de la gran industria moderna. Este avance de la industria brindará a la sociedad suficiente cantidad de productos para satisfacer las necesidades de todos. Del mismo modo, la agricultura, en  la que, debido al yugo de la propiedad privada y al fraccionamiento de las parcelas, resulta difícil el empleo de los perfeccionamientos  ya existentes y de los adelantos de la ciencia, experimentará un nuevo auge y ofrecerá a disposición de la sociedad una cantidad suficiente de productos. Así, la sociedad producirá lo bastante para organizar la distribución con vistas a cubrir las necesidades de todos sus miembros. Con ello quedará supérflua la división de la sociedad en clases distintas y antagónicas. Dicha división, además de supérflua, será incluso incompatible con el nuevo régimen social. La existencia de clases se debe a la división del trabajo, y esta última, bajo su forma actual, desaparecerá enteramente, ya que, para elevar la producción industrial y agrícola al mencionado nivel no bastan sólo los medios auxiliares mecánicos y químicos. Es preciso desarrollar correlativamente las aptitudes de los hombres que emplean estos medios. Al igual que en el siglo pasado, cuando los campesinos y los obreros de las manufacturas, tras ser incorporados a la gran industria, modificaron todo su régimen de vida y se volvieron completamente otros, la dirección colectiva de la producción por toda la sociedad y el nuevo progreso de dicha producción que resultará de ello necesitarán hombres nuevos y los formarán. La gestión colectiva de la producción no puede correr a cargo de los hombres tales como lo son hoy, hombres que dependen de cada cual de una rama determinada de la producción, están aferrados a ella, desarrollan nada más que un aspecto de sus aptitudes a cuenta de todos los otros y sólo conocen una rama o parte de alguna rama de toda la producción. La industria de nuestros días está ya cada vez menos en condiciones de emplear tales hombres. La industria que funciona de modo planificado merced al esfuerzo común de toda la sociedad presupone con más motivo hombres con actitudes desarrolladas universalmente, hombres capaces de orientarse en todo el sistema de la producción. Por consiguiente desaparecerá del todo la división del trabajo, minada ya en la actualidad por la máquina, la división que hace que uno sea campesino, otro zapatero, un tercero obrero fabril y un cuarto, especulador de la bolsa. La educación dará a los jóvenes la posibilidad de asimilar rápidamente en la práctica todo el sistema de producción y les permitirá pasar sucesivamente de una rama de la producción a otra, según sean las necesidades de la sociedad o sus propias inclinaciones. Por consiguiente, la educación los liberará de ese carácter unilateral que la división del trabajo impone a cada individuo. Asi la sociedad organizada sobre bases comunistas, dará a sus miembros la posibilidad de emplear en todos los aspectos sus facultades desarrolladas universalmente. Pero con ello desaparecerán inevitablemente las distintas clases. Por tanto, de una parte, la sociedad organizada sobre bases comunistas es incompatible con la existencia de clases y, de la otra, la propia construcción de esa sociedad brinda los medios para suprimir las diferencias de clase. De ahí se desprende que ha de desaparecer igualmente las oposiciones entre la ciudad y el campo. Unos mismos hombres se dedicarán al trabajo agrícola y al industrial, en lugar de dejar que lo hagan dos clases diferentes. Esto es una condición necesaria de la asociación comunista ya por razones muy materiales. La dispersión de la población rural dedicada a la agricultura, a la par con la concentración de la población industrial en las grandes ciudades corresponde a una etapa todavía inferior de la  agricultura y la industria y es un obstáculo para el progreso, cosa que se hace ya sentir con mucha fuerza.

      La asociación general de todos los miembros de la sociedad al objeto de utilizar colectiva y racionalmente las fuerzas  productivas; el fomento de la  producción en proporciones suficientes para cubrir las necesidades de todos;  la liquidación del estado de cosas en el que las necesidades de unos se satisfacen a costa de otros, ; la supresión completa de las clases y del antagonismo entre ellas, el desarrollo universal de las facultades de todos los miembros merced a la eliminación de la anterior división del trabajo, mediante la educación industrial, merced al cambio de actividad, a la participación de todos en el usufructo de los bienes creados por todos y, finalmente, mediante la fusión de la ciudad con el campo, serán los principales resultados de la supresión de la propiedad privada.

      XXI. ¿Qué influencia ejercerá el régimen social comunista en la familia?

      Las relaciones éntrelos sexos tendrán un carácter puramente privado, perteneciente sólo a las personas que toman parte en ellas, sin el menor motivo para la ingerencia de la sociedad. Eso es posible merced a la supresión de la propiedad privada.  Y a la educación de los niños por la sociedad, con lo cual se destruyen las dos bases del matrimonio actual ligadas a la propiedad privada: la dependencia de la mujer respecto del hombre y la dependencia  de los hijos respecto de los padres. En ello reside, precisamente, la respuesta a los alaridos altamente moralistas de los burguesotes con motivo de la comunidad de las mujeres que, según estos quieren implantar los comunistas. La comunidad de las mujeres es un fenómeno que pertenece enteramente a la sociedad burguesa y existe hoy plenamente bajo la forma de prostitución. Pero la prostitución descansa en la propiedad privada y desaparecerá junto con ella. Por consiguiente, la organización comunista, en lugar de implantar la comunidad de las mujeres, a suprimirá.

      XXII. ¿Cuál será la actitud de la organización comunista hacia las nacionalidades existentes?

—Queda

      XXIII.

      Queda

      XXIV. ¿Cuál es la diferencia entre los comunistas y los socialistas?

      Los llamados socialistas se dividen en tres categorías. La primera consta de partidarios de la sociedad feudal y patriarcal que ha sido destruida y sigue siéndolo a diario por la gran industria, el comercio mundial y la sociedad burguesa creada por ambos. Esta categoría saca los males de la sociedad moderna la conclusión de que hay que restablecer la sociedad feudal y patriarcal, ya que estaba libre de estos males. Todas sus respuestas persiguen, directa e indirectamente, este objetivo. Los comunistas lucharán siempre enérgicamente contra esa categoría de socialistas reaccionarios, pese a su fingida compasión de la miseria del proletariado y las amargas lágrimas que vierten con tal motivo, puesto que estos socialistas:

1) se proponen un objetivo absolutamente imposible.

2) se esfuerzan por restablecer la dominación de la aristocracia, los maestros de gremio y los propietarios de manufacturas, con su séquito de monarcas absolutos, funcionarios, soldados y curas, una sociedad que, cierto, estaría libre de los vicios de la sociedad actual, pero, en cambio acarrearía, cuando menos otros tantos males y, además, no ofrecería la menor perspectiva de liberación, con ayuda de la organización comunista de los obreros oprimidos;

3) muestran sus verdaderos sentimientos cada vez que el proletariado se hace revolucionario y comunista. Se alían inmediatamente a la burguesía contra los proletarios. La segunda categoría consta de partidarios de la sociedad actual, a quienes los males necesariamente provocados por ésta, inspiran temores en cuanto a la existencia de la misma. Ellos quieren por consiguiente, conservar la sociedad actual, pero suprimir los males ligados a ella. A tal objeto unos proponen medidas de simple beneficencia; otros, grandiosos planes de reforma que, so pretexto de organización de la sociedad, se plantean el mantenimiento de las bases de la sociedad actual. Los comunistas deberán igualmente combatir con energía contra estos socialisas burgueses, puesto que estos trabajan para los enemigos de los comunistas, que defienden la sociedad que los comunistas quieren.

      XXV. ¿Cuál es la actitud de los comunistas hacia los demás partidos políticos de  nuestra ápoca? Esta actitud es distinta entre los diversos países. En Inglaterra, Francia y Bélgica, en las que domina la burguesía, los comunistas todavía tienen intereses comunes con diversos partidos democráticos, con la particularidad de que esta comunidad de intereses es tanto mayor, cuanto más los demócratas se acercan a los objetivos de los comunistas en las medidas socialistas que los demócratas defienden ahora en todas partes, es decir, cuanto más clara y explícitamente defienden los intereses del proletariado y cuanto más se apoyan en el proletariado. En Inglaterra, por ejemplo, los cartistas, que constan de obreros se aproximan inconmensurablemente más a los comunistas que a los pequeñoburgueses democráticos o los también llamados radicales.

      En norteamérica donde ha sido proclamada la Constitución democrática, los comunistas deberán apoyar al partido que quiere encaminar esta constitución contra la burguesía y utilizarla en beneficio del proletariado, es decir, al partido de la reforma agraria nacional. En Suiza los radicales  aunque constituyen todavía un partido de composición muy heterogénea, son, no obstante, los únicos con los que los comunistas pueden concretar acuerdos, y entre estos radicales los más progresistas son los de Vand y los de Ginebra. Finalmente, en Alemania está todavía por delante la lucha decisiva entre la burguesía y la monarquía absoluta. Pero como los comunistas no pueden contar con una lucha decisiva contra la burguesía antes de que esta llegue al poder, les conviene a los comunistas ayudarle a que conquiste lo más pronto posible la dominación, a fin de derrocarla a su vez lo más pronto posible. Por tanto, en la lucha de la burguesía liberal contra los gobiernos, los comunistas deben estar siempre del lado de la primera, precaviéndose no obstante contra  el autoengaño en que incurre la burguesía y sin fiarse en las  aseveraciones seductoras de ésta acerca de las benéficas consecuencias que, según ella, traerá al proletariado la victoria de la burguesía. Las únicas ventajas que la burguesía brindará a los comunistas serán: 1) diversas concesiones que aliviarían a los comunistas la defensa, la discusión y la propagación de sus principios y, por tanto,, aliviarán la cohesión del proletariado en una clase organizada, estrechamente unida y dispuesta a la lucha, y 2) la seguridad de que el día en que caigan los gobiernos absolutistas, llegará la lucha entre los burgueses y los proletarios. A partir de ese día, la política del partido de los comunistas será aquí la misma que en los países donde domina ya la burguesía.

                                                                                                                                                                                                         GPM.