Economía política capitalista y política económica de sus gobiernos:

 ¿Qué es lo determinante?

Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan.

Siempre me matan, me matan, ay, siempre me matan.

Ayer vi a un hombre mirando, mirando el sol que salía.

Ayer vi a un hombre mirando, mirando el sol que salía.

El hombre estaba muy serio porque el hombre no veía.

Ay, los ciegos viven sin ver cuándo sale el sol.

Cuándo sale el sol, cuando sale el sol.

Ayer vi a un niño jugando a que mataba a otro niño.

Ayer vi a un niño jugando a que mataba a otro niño.

Hay niños que se parecen a los hombres trabajando.

Ay, quién les dirá cuando crezcan, que los hombres no son niños.

Que no lo son, que no lo son, que no lo son.

                                                                                Nicolás Guillén.

 

El pasado 29/06/2016 a las 19:41 Hs. el señor Juan escribió:

            Estimados camaradas. Escribo desde México. Soy parte de un colectivo de personal de salud. Estamos inmuscuidos, además, en la lucha de los maestros. ¿Tendrán algún trabajo en relación a la salud y la educación?

Saludos.

El 30/07/2016 a las 12:14 Hs. el GPM escribió:

          Señor Juan:

          Simplemente decirle al respecto de su inquietud, que el desarrollo científico-técnico incorporado a los medios de producción de riqueza material, agotó ya las posibilidades de obtener ganancias crecientes globales aumentando la productividad, de modo que la acumulación de capital que antes beneficiaba a todos los capitalistas —aunque a unos más que a otros según la masa de capital invertido en explotar trabajo ajeno— hoy sólo es posible reduciendo los salarios reales a cambio de trabajo temporal durante largas jornadas, o bien a instancias de la pura especulación con dinero invertido en productos llamados “derivados financieros” —cuya valorización depende del precio de otros que eventualmente varía según la oferta y la demanda de cada momento en los llamados mercados de riesgo, de modo que allí lo que unos ganan otros lo pierden. Por ejemplo, invertir en la compra de oro con la esperanza de que aumentará oportunamente su actual cotización. Y lo mismo con otros derivados financieros de los llamados activos subyacentes además del oro, como es el caso de los productos agrícolas-ganaderos, otros metales y demás materias primas: productos energéticos, divisas, acciones, etc., etc., sobre cuyos precios se especula con fines gananciales.

          Demás está decir que los capitalistas jamás han tenido vocación especulativa. Se han visto forzados a ello cíclicamente, por la necesaria deriva económica del aparato productivo capitalista que, sin mediar la voluntad de nadie desemboca espontáneamente en las recesiones económicas periódicas. Un proceso que acaba siendo crónico y terminal para el sistema, según aumenta la productividad potencialmente contenida en los medios técnicos, lo cual expulsa mano de obra y determina que las ganancias crecientes de explotar trabajo ajeno, disminuyan paulatinamente respecto de lo que cuesta producirlas. Hasta que dejan de ser rentables y estallan las crisis, seguidas de períodos cada vez más prolongados en condiciones de semi-parálisis del aparato productivo. Todo ello a causa de sustituir inversión de capital en mano de obra, por técnicas cada vez más eficaces incorporadas a los medios de producción, en régimen de propiedad privada pura, de modo que la especulación sustituye a la explotación laboral y es involuntaria, o sea, objetivamente inducida.

          Tales actividades especulativas sustitutas de la producción de riqueza, han dado pábulo al concepto de financiarización, que consiste en convertir cualquier producto del trabajo o servicios —como el crédito que otorga un banco—, en instrumentos financieros intercambiables por dinero. En el caso del oro se trata de capitalizar ese metal vendiéndolo por encima de lo que costó comprarlo, y en el segundo caso un préstamo bancario usando ese dinero para comprar un derivado cuya venta a término permita obtener un rédito mayor, por encima de la tasa de interés que cobra el banco. Así, ante la retracción de las ganancias en los ámbitos de la producción y venta de riqueza material —a raíz de la creciente productividad contenida en los medios técnicos que sustituyen el empleo de trabajo humano—, tras el estallido de las crisis las actividades empresariales pasan a regirse primordialmente según criterios gananciales de tipo especulativo. Pero esta predilección no obsta que en los ámbitos de la producción bajo condiciones recesivas, se imponga rentabilizar el capital no ya a instancias de la cesante productividad, sino  atacando las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados. Tal como en octubre de 2010 el ex presidente de la Confederación Económica de Organizaciones Empresariales españolas (CEOE), hoy en prisión acusado de blanqueo de dinero, fraude y alzamiento de bienes entre otros delitos, así lo dejó muy claramente manifestado:

<<Los trabajadores deben trabajar más y, desgraciadamente, ganar menos>>.

 

          Pero al mismo tiempo y dado que bajo condiciones depresivas la producción de riqueza material se desincentiva, los accionistas de las empresas exigen a sus gerentes que maximicen el valor bursátil de sus acciones, haciendo prevalecer la rentabilidad de carácter puramente especulativo en detrimento de cualquier otra necesidad social. Por ejemplo, los derivados financieros, como es el caso de las letras de cambio. En épocas de expansión económica en que la competencia intercapitalista se agudiza, este recurso al crédito bancario permite a las empresas comprar y poner en uso más medios técnicos de última generación, antes de ejecutar el pago de su compra en la fecha de vencimiento de la promesa de pago, incentivando así el proceso productivo de conversión de salario en ganancia. Al independizarse del dinero fiduciario suplantándolo como medio de circulación por las letras de cambio, a instancias del endoso se aceleran los procesos productivos de las empresas comprometidas en ese método de ingeniería financiera, que permite comprar maquinaria bajo promesa de pago a término y, por tanto, durante ese lapso de tiempo también se acelera la conversión de los productos fabricados, en dinero más un plus de valor, es decir, capital acumulado:

<<Las letras de cambio son, indiscutiblemente, medios de circulación (currency) indepen­dientes del dinero, puesto que su propiedad puede transferirse de unos a otros por medio del endoso” (p. 92 [93]). Puede suponerse por término medio que cada letra de cambio circulante lleva dos endosos y salda, por tanto, antes de su vencimiento, dos pagos (lo cual facilita y anticipa o adelanta, la posibilidad de ampliar la escala de la producción de las empresas). Por donde puede concluirse que, solamente mediante el endoso, las letras de cambio operaron en 1839 una transferencia de propiedad (sobre nuevos medios de producción) por valor de dos veces 528 millones, o sea, 1.056 millones de libras esterlinas, más de tres millones diariamente. Es evidente, pues, que las letras de cambio y los depósitos bancarios, mediante la transferencia de propiedad de mano en mano y sin recurrir para nada al dinero, (a instancias de esos derivados que lo sustituyen) realizan funciones de dinero por un vo­lumen diario de 18 millones de libras esterlinas, por lo menos>> (J. W. Bosanquet, “Metallic, Paper and Credit Currency”, Londres, 1842 p. 93. Citado por Marx en “El Capital” Libro III Cap. XXV. Crédito y capital ficticio. Ed. Siglo XXI/1977 T. 7 Pp. 513. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).

 

          Pero el caso es que tal aceleración de los procesos productivos, durante los cuales la creciente productividad del trabajo contenida en los medios técnicos, permite que partes crecientes del salario colectivo sean convertidas en plusvalor capitalizado, contradictoriamente también tal aceleración acorta el tiempo que discurre entre las fases cíclicas de expansión económica y las crisis de superproducción de capital, precursoras de las consecuentes recesiones económicas periódicas. Porque la creciente productividad que convierte salario en plusvalor, exige que el empleo en mano de obra aumente cada vez menos respecto de los medios técnicos que pone en movimiento. Por tanto, el plusvalor obtenido aumenta en proporción cada vez más decreciente, mientras el costo de producirlo aumenta relativamente cada vez más.

 

          Tal es el fundamento económico de las crisis económicas y sus consecuentes recesiones periódicas —que ninguna política económica puede impedir— durante las cuales, desde el punto de vista del sistema en su conjunto, aquellos instrumentos financieros derivados del dinero —como las letras de cambio que Marx llamó  “capital ficticio”—, al mismo tiempo que como sucede con los políticos institucionalizados, se corrompen y envilecen. Y es que dichas ganancias son ficticias por su carácter especulativo, o sea que no se trata de ganancias del capital en su conjunto, sino de las que algunos capitalistas obtienen especulando a expensas de otros. Son ganancias parasitarias y, por tanto, artificiales, que inmediatamente tras el estallido de las crisis tienden a predominar, al mismo tiempo que las ganancias globales efectivas y reales, derivadas de la productividad en la producción, desaparecen.

 

          Sin embargo, y dado que el dinero fiduciario nunca deja —en todo o en parte— de tener su respaldo en los metales preciosos u otros activos subyacentes, sin los cuales tampoco podría existir el sistema crediticio —que a su vez se sostiene sobre la propiedad de los medios de producción, incluido el suelo y el subsuelo, siempre a instancias de la explotación de trabajo asalariado—, de todo esto se desprende que el sistema crediticio es:

<<….por una parte, una forma inmanente del modo de producción capitalista y, por la otra, una fuerza impulsora de su desarrollo hacia su forma última y suprema posible (el derrumbe del sistema)>> (K. Marx: Op. Cit. T. 7 Pp. 781. Lo entre paréntesis nuestro).

 

            Dicho lo dicho hasta este punto, apostamos a que Ud. no ha podido ver jamás a ningún político profesional institucionalizado, periodista venal o catedrático universitario especializado, analizar la realidad económica del capitalismo tal como nosotros acabamos de hacerlo brevemente aquí siguiendo a Marx. ¿Por qué? Pues, porque en materia de economía política, a estos señores les está terminantemente prohibido pensar, de modo que como dijera Ramón de Campoamor:

<<En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira>>.

 

          O sea, que según el criterio interesado de los ideólogos a sueldo y prebendas del sistema capitalista, la objetividad de la economía política como ciencia, esto es, independiente de la subjetividad de nadie en particular, oficialmente NO EXISTE. De modo que para discernir acerca de esa parcela de la realidad, solo cabe hacerlo a la luz negra del llamado pensamiento único burgués que atraviesa el prisma subjetivo y relativista nunca tan interesado de la “política económica”. Esa disciplina engañosa, déspota y corrupta, implementada por los políticos profesionales de turno, eventualmente a cargo de las instituciones estatales capitalistas.

 

          Por ejemplo, si fuera verdad que la causa de las crisis radica en el déficit de la demanda solvente, el problema podría solucionarse como han venido preconizando por todo el mundo formaciones políticas de medio pelo —como I.U., P.S.O.E y últimamente “Podemos” en España—, insistiendo en su estrategia de conciliar el artículo 33 de la Constitución —que consagra la propiedad privada capitalista—, con el 131 que habla de la planificación. O sea, medidas de política económica que supuestamente garantizan el llamado “Estado del Bienestar”. Tal fue el planteamiento que Keynes le propuso ejecutar al por entonces presidente Franklin Delano Roosevelt durante la “gran depresión” de los años treinta en EE.UU., aun a costa de que el Estado incurra en Déficit presupuestario e incremente la deuda estatal. Consistió en privilegiar el Gasto público y subir los salarios, para generar la Demanda agregada, en la creencia de que así se incentivaría la Inversión productiva, disminuyendo el Desempleo. Keynes omitió tener en cuenta dos cuestiones: 1) que las crisis capitalistas típicas no son crisis de sub-consumo por carencia de poder adquisitivo de las mayorías sociales, sino crisis de superproducción de capital por rentabilidad insuficiente y, 2) que dichas crisis sólo se pueden superar en condiciones de ganancias crecientes superiores al costo de producirlas. Así fue cómo Keynes decidió ignorar las leyes de la economía política, confiando en que el gobierno podía moderar y hasta eliminar los ciclos económicos, interviniendo en ellos con medidas de política económica presuntamente expansiva[1]. Pero lo cierto y verdad es que la crisis terminal del capitalismo mundial desatada el 24 de octubre de 1929, sólo se pudo superar apelando a la mayor destrucción y muerte causada hasta entonces por una guerra mundial, como fue la que tuvo lugar entre 1939 y 1945. 

 

          A todos estos representantes ideológicos y políticos, que para explicar las crisis capitalistas utilizaron la teoría sub-consumista —originaria del economista pequeñoburgués Johann Karl Rodbertus, Marx les llamaba "caballeros del ‘sencillo’ sentido común":

<<Decir que las crisis provienen de la falta de un consumo en condiciones de pagar, de la carencia de consumidores solventes, es incurrir en una tautología cabal. El sistema capitalista no conoce otros tipos de consumidores que los que pueden pagar, exceptuando el consumo sub forma pauperis [propio de los indigentes] o el del "pillo" (roba gallinas). Que las mercancías sean invendibles significa únicamente que no se han encontrado compradores capaces de pagar por ellas, y por tanto consumidores (ya que las mercancías, en última instancia, se compran con vistas al consumo productivo o individual. Pero si se quiere dar a esta tautología una apariencia de fundamentación profunda diciendo que la clase obrera recibe una parte demasiado exigua de su propio producto, y que por ende el mal se remediaría no bien (a instancias de la política económica del gobierno de turno) recibiera una fracción mayor de dicho producto, no bien aumentara su salario, pues, bastará con observar que invariablemente las crisis son preparadas por un período en el que el salario sube de manera general y la clase obrera obtiene realiter (realmente) una porción mayor del producto destinado al consumo. Desde el punto de vista de estos caballeros del "sencillo" (!) sentido común, esos períodos, a la inversa, deberían conjurar las crisis. Parece, pues que la producción capitalista implica condiciones que no dependen de la buena o mala voluntad, condiciones que sólo toleran momentáneamente esa prosperidad relativa de la clase obrera, y siempre en calidad de ave de las tormentas, anunciadora de la crisis>>. (K. Marx: "El Capital" Libro II Cap. XX Ed. Siglo XXI/1976 T. 5 Pp. 502. Lo entre paréntesis nuestro).

 

          Pues bien, tal como hemos venido sosteniendo, desde que la última gran crisis económica mundial estallara en los EE.UU. corriendo el mes de agosto de 2007, la humanidad experimenta hoy por segunda vez en la historia moderna, la “última forma suprema posible del capitalismo”. Y el caso que nos ha ocupado en este trabajo es, que bajo tales circunstancias Ud. nos ha preguntado qué pasará en el Mundo con los actuales sistemas públicos de salud, educación y dependencia. Pasará que si los asalariados seguimos permaneciendo despreocupados e ignorantes de la realidad en nuestro entorno; como el ciego del poema de Guillén que miraba el Sol sin verlo: políticamente divididos entre las distintas opciones de gobierno que los diversos partidos burgueses en cada país nos ofrecen, sin darnos cuenta que tales opciones son esencialmente las mismas que nos han conducido hasta aquí —conservando el actual sistema de explotación y dominio—, así será imposible impedir que, bajo semejante losa de embrutecimiento político y dada la más enorme masa de capital privado sobrante —jamás acumulado desde los orígenes del sistema—, la burguesía seguirá presionando hasta conseguir dar cauce a que buena parte del capital acumulado excedentario y ocioso en sus manos, se apodere de esos servicios públicos allí donde todavía lo sean, privatizándolos para ocuparlo lucrativamente con fines puramente gananciales en perjuicio de las mayorías. Más aun teniendo en cuenta que la deuda pública de los principales Estados nacionales en los países de la cadena imperialista, roza hoy casi el 100% de sus respectivos PIB y algunos incluso lo superan. Cada vez más carentes de solvencia presupuestaria para sufragar sus propios gastos de mantenimiento, incluyendo los de educación, sanidad y dependencia[2].

 

          Mientras tanto, los propietarios en poder del 60% de la riqueza mundial —que no pasan de ser el 1% de la población en este Planeta—, se siguen disputando entre ellos el otro 40%. Como si todavía no tuvieran lo suficiente. Amenazando en esa disputa con desatar una tercera gran guerra que, dado el inaudito potencial destructivo contenido en la tecnología bélica hoy disponible, puede acabar con todo rastro de vida, junto con la estupidez humana compartida por quienes en su condición de mayorías sociales explotadas y oprimidas, es de su responsabilidad histórica evitarlo.

 

          Unas mayorías que, por lo visto, como diera genialmente a entender Nicolás Guillen, desde hace mucho miran sin poder ver salir el sol de su propia y genuina libertad por ninguna parte, porque prefieren seguir ignorando la realidad que lo eclipsa y clama por su transformación revolucionaria. Y porque  así es cómo siguen sin tener en cuenta, que todas esas oscuras y terribles acechanzas sólo desaparecerán, dejando fuera de la ley a la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, en un régimen político de democracia directa.

 

          ¡¡NO HAY NI PUEDE HABER OTRA OPCIÓN POLÍTICA ESTRATÉGICA CADA VEZ MÁS NECESARIA Y POSIBLE!! Dicho esto en lo que a nosotros respecta, ya por enésima vez.

 

          Así las cosas, desde la comprensión acerca de lo que es objetivamente necesario hacer, hasta que la acción política consecuente determine la libertad igual para todos, es necesario comenzar dando un primer paso. Y ese paso se da logrando la unidad de las mayorías explotadas y oprimidas en torno a esos dos principios básicos de la libertad igual para todos, que hace a la convivencia pacífica en sociedad, emancipando así a los propios burgueses de su sistémico egoísmo beligerante. Pero para que esas dos virtudes de la libertad y la igualdad puedan alcanzar históricamente a todos los individuos y acaben prevaleciendo en el futuro sobre la tendencia al dominio egoísta de unos individuos sobre otros, la propiedad común sobre los medios de producción y la colaboración deben comenzar por prevalecer sobre la propiedad privada y la competencia, dos vicios estos últimos sobre los cuales la burguesía vino cabalgando apuntalada por la simulación y el engaño que, a juzgar por su alcance y los más terribles resultados, han demostrado llegar al extremo de la práctica sistemática más inhumana y genocida de todos los tiempos.

 

          Al principio de la nueva sociedad socialista mundial, la libertad económica igual para todos los trabajadores no podrá ser posible, dada la distinta remuneración según la capacidad de trabajo de cada cual, que es una herencia propia de la sociedad dividida en clases sociales, donde incluso se da el caso de que los miembros de distintas familias pertenecientes a la misma clase, gozan de más libertad económica que otros con menores ingresos. Un problema que deberá resolver la sociedad socialista futura y sin duda lo resolverá, una vez que ese 60% de la riqueza en poder hoy del 1% de la población mundial, pueda ser repartido más equitativamente. Para tal fin habrá que reducir la escala de la producción y el consumo en los países de la actual cadena imperialista, en favor de los países económicamente dependientes industrialmente menos desarrollados, empezando por los más pobres. Teniendo en cuenta que una redistribución más equitativa de la riqueza para los fines del consumo, exige una correspondiente y proporcional redistribución geopolítica de los recursos técnicos productivos necesarios. Una tarea sólo posible al margen del puto mercado. Pero esto sólo será posible, cuando las Naciones Unidas respondan cabalmente con hechos tangibles a ese nombre. No como ahora, que ese organismo está a disposición discrecional de las 65 familias de magnates que dirigen las relaciones internacionales.

 

          En la seguridad de haber respondido a su inquietud, reciba Ud. un cordial saludo: GPM.       

 

         

 

      

 

 

 

 

 

         

   

 

         

 

         

 

 

 

 

 

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[1] El extremo izquierdo de esta postura es una variante del proyecto stalinista impuesto en la URSS tras la muerte de Lenin que se mantuvo intacto hasta 1990, cuyas reminiscencias siguen latiendo en el actual Partido Comunista de Rusia y demás flecos del stalinismo ortodoxo subsistentes en el mundo. Esta variante aplicada desde los tiempos de la COMINTERN a los países capitalistas, consiste en la expropiación del gran capital para instaurar una "república popular" que sintetice políticamente, en nombre del socialismo, la alianza estratégica entre la pequeñoburguesía y el proletariado con vistas a estabilizar la explotación del trabajo asalariado en pequeña y mediana escala. El proyecto consiste en que la masa total de asalariados del "Estado nacional y popular", se dediquen a garantizar la sobrevivencia de la pequeña empresa capitalista, una parte de ellos desde el sector privado de la economía nacional, produciendo directamente plusvalor para sus pequeños patronos, la otra desde las grandes empresas estatizadas, contribuyendo con su trabajo excedente a subvencionar la ineficiencia típica de la pequeña producción. Un proyecto "socialista" inspirado en Sismondi, Proudhon, Rodbertus y Lassalle, basado en el atraso de las fuerzas productivas, cuya ineficacia económica conduce paradójicamente al sub-consumo que sus preconizadores tanto critican en la sociedad capitalista "no planificada", sólo que aquí alcanza incluso a la demanda solvente, como se demostró en la URSS y demás países del llamado "socialismo real" como Cuba, donde la gente dispone de dinero para comprar, pero no hay suficientes productos en oferta

[2] Marx llamó “capital excedentario”, a la masa de dinero adicional disponible por las empresas privadas, que deja de invertirse en salarios, suelo, edificios, mobiliario, máquinas, herramientas, materias primas y auxiliares, por falta de rentabilidad prevista suficiente que justifique tal inversión.