El “videoclip” como negocio e instrumento ideológico de dominio
político
<<Cuenta Illescas que “las
élites se toman muy en serio algo tan aparentemente divertido y banal como la
cultura popular”. Su libro, "La dictadura del
videoclip", revela cómo la industria musical
y sus estrellas son cómplices de los poderes dominantes. Por no hablar
de los violentos y machistas contenidos de muchos videoclips>>. (Salvador
López Arnal).
<<No creo en Carlos
Marx>>. (Shakira).
<< ¿Cómo acabó Katy Perry trabajando para el Pentágono y Shakira para el
presidente de los Estados Unidos? ¿Por qué hay tan pocos artistas comprometidos
en plena crisis? ¿Cómo se ponen “de moda” las canciones que todos conocemos?
¿Qué relación hay entre los videoclips y la falta de conciencia crítica de gran
parte de la juventud? En esta obra multidisciplinar se exponen las conexiones
ocultas entre las estrellas del pop, la industria cultural, el narcotráfico, la
alta política y el capitalismo global. Analizando la propiedad y el
funcionamiento de las grandes empresas que crean la música de masas, se desvela
cómo la élite de la clase dominante reproduce en los jóvenes valores e
ideologías funcionales para renovar su poder. Con la difusión de Internet, el
videoclip se ha transformado en el producto cultural más consumido por la
juventud internacional, por encima de libros, películas, videojuegos o
programas de TV. En base al análisis de los 500 vídeos más vistos en YouTube,
se exponen las constantes y las ausencias más notables del contenido de este
flujo audiovisual, que condiciona la vida de millones de jóvenes. Además, el
libro narra la biografía crítica de las 20 estrellas más importantes del pop,
señalando controvertidos aspectos de su camino hacia el poder. También analiza
la música que nada a contracorriente, exponiendo la censura que enfrenta y
esbozando sus posibilidades futuras. Un libro explosivo que, de un modo
sumamente entretenido y con sentido del humor, reúne claridad expositiva,
profundidad teórica y rigor científico. Una obra original que no se parece a
nada de lo que haya leído y que resultará imprescindible, no sólo para quien
busque entender críticamente la producción del pop actual, sino también para
aquellos activistas o educadores interesados en construir un mundo
mejor>>. (Reseña del editor).
01.
Así nos lava la mente la dictadura del videoclip
Jon E.
Illescas desmenuza
en un ensayo, cómo la clase dominante ejerce su control político a través de la
industria cultural, fomentando la competitividad y el hedonismo instantáneo del consumismo.
Lady Gaga con unas gafas Carrera en
el videoclip 'Bad Romance'
"Quiero
tener un millón y un jacuzzi en el baño, / una mansión, el Mercedes de año. /
Quiero un harén lleno de bailarinas / bañándose en una piscina". Con estas
demandas acude al médico el protagonista de la canción “Mi televisor” del grupo
de pop cubano Moneda Dura. La canción cuenta el proceso en el
que alguien empieza a desear cosas que nunca había deseado antes, solamente por
el hecho de verlas, día a día, en la televisión, como objetos que se asocian a
modelos de vida positivos.
La
industria del videoclip, en efecto, promueve valores y deseos como aquellos que,
de forma irónica muestra la canción cubana, desde la riqueza hasta una forma de
hedonismo que pasa por la cosificación y la sumisión de la mujer. Los
videoclips, a la manera de las dictaduras, imponen una forma de vivir y de
pensar, como de forma rigurosa y exhaustiva lo analiza el libro “La dictadura del videoclip”.
Industria musical y sueños prefabricados de Jon E. Illescas recientemente
publicado por la editorial El Viejo Topo,
con ilustraciones a cargo de Miguel Brieva. Un ensayo que es el resultado de siete años de
investigación y análisis de los quinientos videoclips más vistos en la historia
de Youtube, que analiza la música mainstream de forma muy amena e incluso
entretenida, acercándose a un fenómeno cultural del que todos, en mayor o
menor medida somos consumidores, activos o pasivos.
Una
interpretación del videoclip
“La dictadura del videoclip” analiza el
modo en que se ejerce el control social a través de la cultura, y lo
hace tomando como herramienta teórica la noción gramsciana de “hegemonía”. Para
Antonio Gramsci, la hegemonía se construye o bien por medio del
consenso, o bien por medio de la fuerza. Como señala Jon E. Illescas, "la primera se refiere a los medios de
propaganda que la clase dirigente utiliza para convencer a la clase productora
de que vive en el mejor de los mundos posibles, mientras se ahogan en el pago
de las facturas y la hipoteca". Cuando la clase dirigente no es capaz
de convencer, entonces hace uso de la fuerza coercitiva.
Ilustración de Miguel Brieva para el
libro 'La dictadura del videoclip'
En
estos tiempos, caracterizados por Illescas como la dictadura del videoclip, no
es necesario acudir a la violencia para que las clases subalternas apoyen los
valores y la ideología dominante; a través de la cultura —y concretamente desde
la música y sus videoclips— se impone como sentido
común un discurso que es siempre
favorable a los intereses de la clase
burguesa dominante. En este sentido, Illescas explica que, por medio de
"una propaganda mucho más seductora que la empleada por las dictaduras al
uso, la clase dominante modelará a los dominados desde la industria
cultural", a través de discursos que el consumidor cultural absorbe acríticamente, normalizando la
violencia, el machismo, el egoísmo o la desigualdad como parte de la naturaleza
humana.
El videoclip como reproductor ideológico
El
videoclip hegemónico emite un mensaje demoledoramente individualista, apunta
Illescas en “La dictadura del videoclip”. En los vídeos musicales se fomenta la
competitividad, se invita a vivir de forma hedonista el presente y a
buscar el placer más intenso y lo más inmediatamente posible. Un
placer que sirva para escapar del dolor de un presente prosaico. Como una
suerte de carpe diem, el
hedonismo capitalista que reproduce y legitima el videoclip hegemónico, sirve
para construir un relato en el que la riqueza es sinónimo de felicidad y goce.
Y de paso se debilitan valores humanistas como la generosidad o el afecto. Todo
se convierte en goce inmediato, cosificando al otro y
utilizándolo como un producto de usar y tirar.
El individualismo y la riqueza son dos
de los valores capitalistas que con más frecuencia aparecen en el videoclip
hegemónico. Como observa Jon E. Illescas, la pobreza apenas aparece
en los videoclips. Y las consecuencias políticas de su invisibilización
son inmediatas: si la pobreza se oculta es fácil que se excluya del debate
público. Como se apunta en el libro:
<<Esto es lo que consigue la élite burguesa por
acción u omisión con los vídeos de las estrellas del pop, silencia a todos los
que padecen la lógica pecuniaria del sistema y sobreamplifica a los que (se
supone) la gozan. Resultado en la mente del adolescente: el capitalismo no es
tan malo, hay mucha gente que triunfa y se pega la vida padre. Así que... ¿por
qué se quejarán tanto esos ruidosos izquierdistas?>>.
“La dictadura del videoclip”, de Jon
E. Illescas
Otro de
los valores que la industria del videoclip legitima, es lo que Jon E. Illescas
denomina el patriarcado visual. El cuerpo de la mujer aparece
objetualizado, convertido en un objeto diseñado para el placer visual del
hombre. Los videoclips suelen mostrar "bailarinas ligeras de ropa, jóvenes
con diminutos bikinis, provocativos modelos rozándose en ropa interior al paso
de los cantantes". El cuerpo de la mujer se cosifica como un objeto de
consumo siempre disponible para un 'fast food' sexual.
Por
otro lado, el videoclip hegemónico construye el modelo de lo que podemos
denominar 'black capitalism'. Por medio de cantantes afroamericanos,
generalmente procedentes de barrios marginales, se construye la idea de que el
éxito es posible, de que se puede escapar de la pobreza a través de las reglas
del capitalista, aunque a veces eso implique delinquir, hacer uso de la
violencia o el tráfico de drogas. La oligarquía, se apunta en 'La dictadura del
videoclip', produce nuevos referentes para las poblaciones de los guetos,
modelos despolitizados que muestran salidas siempre individuales, nunca
políticas o colectivas, a los problemas que padecen. La construcción de una
estrella de rap que ha
escapado de la pobreza, desplaza del imaginario otros referentes como Martin Luther King, Malcom X o Angela Davis.
El videoclip como catálogo
Pero,
por encima de todo, de lo que se trata es de consumir. Con un público
cada vez más hastiado de la publicidad convencional, la estrategia del “product placement” se ha convertido en un método que se aplica en toda la
industria audiovisual, tanto en cine como en televisión o en los
videoclips. Como señala Illescas, el videoclip se ha convertido "en un
catálogo que nos invita a ir de compras al centro comercial más próximo",
y lo ejemplifica con el clip 'Bad Romance' de Lady Gaga. En este
videoclip se insertan hasta nueve anuncios: vodka Nemiroff, videoconsola
Nintendo, ordenador portátil HP, equipos Hi-Fi Philippe Stark, auriculares
Heartbeats, gafas de sol Carrera, ropa Burberry, lencería La Perla o zapatos
Alexander McQueen.
En
general los productos anunciados en los videoclips están
dirigidos a un público joven. Aunque, como señala Illescas, algunas veces un
solo anunciador paga la producción total del videoclip, como es el caso, por
ejemplo, de 'Papi' de Jennifer López, donde la marca de automóviles Fiat se convierte en
el auténtico protagonista del metraje.
El
videoclip se concibe, pues, como un discurso audiovisual donde generar un
espacio publicitario, que transforme al espectador en un mero consumidor que lo
compra.
La cultura del Pentágono y el “soft power”
Una
joven de clase trabajadora descubre que su novio la ha engañado y, despechada,
y acaso para superar este difícil trance, decide alistarse a los marines,
aprovechando la igualdad de oportunidades que ofrece el ejército de los Estados
Unidos. Así empieza el videoclip 'Part of me' de Katy Perry, que
seguidamente pasa a ofrecer una serie de imágenes, no carentes de épica, de lo
que supone formar parte del ejército de los Estados Unidos. Se trata de
auténtica propaganda militar; no solo por su contenido, que habla
por sí mismo, sino también porque el videoclip fue cofinanciado por el
Pentágono, que "amablemente dispuso al equipo artístico de todo el
material bélico necesario para la grabación (tanques, helicópteros, metralletas
de última generación, lugares de entrenamiento, etc.) y los extras (80 marines
del ejército que cambiaron sus maniobras habituales por las necesarias para el
rodaje con una estrella de pop)".
El
videoclip de Katy Perry es, en palabras de Illescas, una "exaltación
del ejército de los Estados Unidos" que busca la
identificación de las jóvenes, que "perdidas en un mercado laboral
inhóspito y con unas expectativas de vida quebradas tras las deslocalizaciones
industriales y los recortes sociales, son reclamadas por un videoclip que aboga
para que cambien de vida alistándose en el ejército".
Sin
embargo, el caso de Perry no es un ejemplo aislado. Otros grupos o solistas muy
populares entre el público adolescente, como One Direction o Justin Bieber, han asimismo puesto su música al servicio de los
intereses de los Estados Unidos. En realidad, los Estados Unidos —y esta es una
de las ideas clave de “La dictadura del videoclip”— se ha servido de la
industria musical para desplegar una suerte de “soft power” (o poder blando), esto es, el
establecimiento de su hegemonía política en el sistema-mundo sin la necesidad
del uso de métodos coercitivos.
La
música —y su conversión en imagen a través de la industria del videoclip— ha
sido utilizada por la clase dirigente global para lograr un consenso en el que
las clases dominadas se identifiquen con los valores y la ideología de sus
amos. La función de la dictadura del videoclip no es otra que imponer, de
forma blanda, ese consenso que beneficia a las clases dirigentes. Los
cantantes, músicos, directores de cine y el conjunto de personas que trabajan
en la industria del videoclip funcionan, por activa o por pasiva, como marionetas
del poder político y económico. La música no es inocente y “La dictadura del
videoclip” de Jon E. Illescas, es un libro excelente para responder a una
pregunta que debería ser crucial: ¿qué hace la música popular con nosotros?
02.
Prólogo del libro: “La dictadura del
videoclip”
¿Por qué realizar un libro sobre los
videoclips y su influencia ideológica? ¿Qué tienen de particular estas
desenfadadas producciones audiovisuales? ¿Acaso no son simplemente eso, alegres
anuncios para la promoción de los artistas y sus canciones? ¿Qué tienen que ver
con la ideología y la política? ¿Nos hemos vuelto locos realizando un imposible
ejercicio de literatura conspiranoica? Hagamos dos flashbacks para contextualizar la respuesta.
15 de julio de 2012. Una fecha
histórica. Ese día tuvo lugar un acontecimiento que marcaría un antes y un
después en la historia de la cultura popular. Ciertamente lo que sucedió esa
mañana de verano no apareció en los periódicos ni en los avances informativos
de la televisión, no tuvo eco en el “New
York Times” ni “El País”, tampoco
en la CNN, la BBC o Al-Jazeera. Nadie lo esperaba, pero pasado un
tiempo todos esos poderosos medios dedicarían amplios reportajes al fenómeno de
masas que acababa de nacer. Ese domingo de julio fue el día en que la
discográfica surcoreana YG subió a su canal oficial de YouTube el que pronto se
convertiría en el vídeo más visto de todos los tiempos. Superando por goleada
antiguos hitos de Justin Bieber, Madonna o Michael Jackson. Por supuesto, se
trata de Gangnam Style del artista
PSY, conocido popularmente como “el del baile del caballito”. Aquel
interpretado por un peculiar cantante oriental que ocultaba su mirada tras unas
gafas de sol negras marfil. Aquel que embutido en un estrafalario traje azul
recorría los barrios pijos de Seúl, mientras pegando saltos a modo de jinete
(sin caballo) perseguía a mujeres ligeras de ropa. Ya saben, la “alta cultura”
a la que nos tienen acostumbrados los grandes medios.
Mientras escribo estas líneas el
citado vídeo musical acumula un total de más de 2.400 millones de
visualizaciones sólo en su cuenta oficial, a 30 de octubre de 2015. Un público semejante
a la suma de todos los habitantes de China, la Unión Europea, Estados Unidos,
Rusia y Japón. A los más de dos mil millones de Gangnam Style habría que sumar
el medio millón de vídeos que la propia YouTube certifica se han realizado
basándose en esta popular producción. Es necesario volver a repetirlo, ahora en
cifras, para despejar al lector cualquier posible sospecha de errata. No menos
de 500.000 propietarios de cuentas de todo el mundo subieron sus propios
videoclips basándose en el vídeo oficial de Gangnam Style.
Esto sería igual a decir que todo
habitante de Mánchester o de Lisboa hubiera hecho su propia versión del popular
vídeo y lo hubiera colgado en la red. Incluidos niños y ancianos. Todos
bailando al ritmo de los sintéticos compases del extravagante artista
surcoreano.
Entre la multitud de parodias y
traducciones a los más diversos idiomas que se han realizado allende las fronteras
por empresas o usuarios amateurs, las hay de procedencias tan diversas como
Brasil, India, Argelia o España, desde el Oppa
Cai Shen Dao-Gangnam Style Chinese (la
versión del año nuevo chino) hasta el Murcianico Style. Desde versiones
eróticas interpretadas por bailarinas brasileñas, hasta parodias interpretadas
por soldados estadouni-denses en Afganistán. Así es como el videoclip de la
superestrella surcoreana fue número uno en decenas de países, desde Estados
Unidos a la India, pasando por Grecia, Italia, Francia, España, México, Brasil
o Venezuela, por citar sólo algunos de ellos.
Ahora retomemos nuestro viaje en el
tiempo. Vayámonos ligeramente más atrás, pero sin salir del mismo año. Pero
cambiemos de ubicación geográfica, desplacémonos desde Corea del Sur a los
Estados Unidos. Más concretamente desde Seúl a Virginia. En el condado de
Arlington junto al mítico río Potomac, en las imponentes oficinas del
Pentágono, a algún funcionario se le ha ocurrido la brillante idea de utilizar
a una famosa cantante para realizar un vídeo musical que difunda los intereses
geoestratégicos del gobierno de Estados Unidos entre la juventud. La artista
elegida es Katy Perry. Ésta no es una mujer cualquiera, es la estrella del pop
más famosa de Estados Unidos y la personalidad con la cuenta de Twitter con más
seguidores del mundo entero, por encima del propio Barak Obama. Dicho y hecho,
cuando se trata del Pentágono no hay trecho. El 16 de febrero de 2012 comienza
el rodaje del videoclip en la base de los marines en Penleton (California) y el
21 de marzo, Universal, la discográfica más importante del mundo propiedad del
gigante mediático francés Vivendi, estrena en la cuenta oficial de Perry el
vídeo. Se titula Part of Me y está dirigido por el reputado director Ben Mor,
especialista en grabar con superestrellas como Pitbull, Britney Spears o Black
Eyed Peas. Objetivo del Departamento de Defensa: 1) fomentar el alistamiento de
chicas de clase trabajadora en el cuerpo de los Marines y 2) propagar la imagen
del gigante norteamericano como gendarme planetario en las cabezas de todos los
seguidores internacionales de la popular cantante.
Llegados a este punto podríamos
preguntarnos qué ha ocurrido con el formato video-clip desde que Michael
Jackson saliera por la MTV asustando a su novia y bailando con zombis en
Thriller, allá por el año 1983. ¿Qué ha sucedido con ese divertido e
intrascendente formato de la cultura pop que mostró al mundo los pronunciados
escotes de Madonna, las fálicas guitarras de Prince o las melenas al viento de
Bon Jovi? ¿Qué tendrán los vídeos actuales que incluso el Pentágono se esfuerza
por insertar su propaganda en ellos?
En el presente el videoclip se ha
transformado en la mercancía cultural más consumida por la juventud global, por
encima de los bestsellers de la literatura juvenil, los videojuegos, los
programas de TV o el cine de Hollywood. A la aparente gratuidad de su consumo,
hay que sumar su inmediatez, la brevedad del metraje y el encantamiento que
produce en los jóvenes, dada su irresistible mezcla de música, sexo y
espectáculo. Así el vídeo musical funciona no sólo como publicidad para los
artistas, sino (sobre todo) como el cebo que atrae la atención del joven
público, para que una vez frente a la pantalla, esa atención sea transformada
en mercancía que venden las empresas propietarias (Universal, Sony, Warner,
etc.) y difusoras (YouTube, Daily Motion, Vevo, etc.) a las empresas anunciantes
(Coca-Cola, Adidas, Apple, etc.).
Algunos piensan erróneamente que el
vídeo musical murió, cuando la popular MTV dejó de ser su principal canal de
difusión. Al contrario, resucitó con más fuerza que nunca en el mundo online. En
Internet las posibilidades de medición del consumo de los espectadores de
vídeos musicales, con los populares cookies que las empresas instalan en
nuestros sistemas, han aumentado exponencialmente con respecto al mundo offline.
O lo que es lo mismo, es el formato audiovisual que mejor garantiza la
transformación del público adolescente, en consumidores de otros productos.
Jamás el vídeo musical había sido
consumido por un público tan numeroso, ni tan internacional como en nuestros
días. Las estrellas de la música con sus vídeos, influyen poderosamente en los
valores y la ideología de los jóvenes. Marcan su estilo de vida, moldeando sus
prioridades, sus objetivos y sus sueños. Pero también ayudan a potenciar las
fobias y a decidir lo que queda fuera de sus intereses, mediante la producción
del silencio comunicativo. Y por toda esa capacidad de influir en la juventud
internacional, el videoclip reclama la atención del poder económico y político
por igual.
De este modo, el libro que tiene en
sus manos se propone analizar este popular formato, como vehículo de reproducción
ideológica y de construcción de consenso político, sin olvidar su fundamento
comercial. Examinaremos el video clip dominante, como resultado de la Lógica
económica de la industria musical que la produce y, como producto de la lógica
política de la clase que controla su producción. Para ello señalaremos sus
conexiones económicas y Políticas más allá de la industria musical o el
conjunto de la industria cultural. Lo que nos llevará a terrenos donde se
conectan todos los poderes capitalistas, como son la política de Estado, los
servicios secretos o el mundo del narcotráfico.
En este sentido, responderemos
preguntas como: ¿Afecta la crisis económica global —desatada en 2007— a las
multinacionales discográficas en claro desarrollo oligopólico y éstas, a su
vez, en la forma y el contenido de los vídeos? ¿Por qué hay tan pocos
videoclips que en su mensaje se comprometan con el mundo que nos rodea, que
hablen de la crisis, las desigualdades, el hambre o el cambio climático?
¿Existe algún interés político o de clase para realizar un tipo de videoclips y
no otros? ¿El origen ilícito de algunos capitales de la industria musical modifica
el contenido de los vídeos? En definitiva: ¿Qué dependencias existen entre el
modo de producción capitalista (la base económica) y los vídeos musicales (la
superestructura)?
Con este libro espero responder en la
medida de mis posibilidades a éstas y otras preguntas derivadas. Porque
ciertamente he de señalar las numerosas dificultades y el secretismo, que me
encontré a la hora de entrevistar y obtener información de los profesionales
del sector, en especial de aquellos que trabajaban dentro de las discográficas
más importantes. Por eso desde aquí me gustaría agradecer con especial afecto,
a todos aquellos que dentro de la industria de la música colaboraron con la
investigación con el único propósito, de hacer avanzar el conocimiento para
mejorar el maltrecho planeta donde vivimos.
Porque en un mundo gobernado por la
mentira, que no sólo encontramos en la gran mayoría de la política o la
contabilidad de las grandes empresas, sino que ensucia nuestro día a día
marcado por una sociedad, donde la competencia y el afán de lucro son la lógica
ganadora de las relaciones interpersonales, la verdad siempre es
revolucionaria. Mucho más si con un poco de esfuerzo, solidaridad y valentía,
decidimos compartirla construyendo una sociedad superior, donde la sinceridad
deje de ser la excepción y se transforme en compañera habitual de nuestra vida
pública.
Por último, cabe señalar que el ejemplar
que sostiene es fruto de una larga investigación que tuvo su concreción
académica en la tesis doctoral Industrias
culturales y juventud en el sistema-mundo. El videoclip mainstream como mercancía y como reproductor de
ideología (2014) dirigida por Juan Antonio Ríos Carratalá y por Ángeles Diez
Rodríguez, el primero como catedrático de la Universidad de Alicante y, la
segunda, como profesora de la Universidad Complutense de Madrid.
Jon
E. Illescas.
03. Introducción
Antes de introducirnos de lleno en el
contenido del libro y explicar resumidamente cuáles son sus partes es necesario
realizar algunas aclaraciones que serán claves para el desarrollo de la
argumentación y ayudarán al lector a situarse dentro del marco de la
exposición.
Para evitar equívocos es bueno que
cuanto antes sepa que vive bajo una dictadura
musical. Suena duro, pero así es. Como ni usted ni yo elegimos la música
que suena en las radios, las discotecas, los hilos musicales de los centros comerciales
o las oficinas de trabajo, o sea, la música que conoce todo el mundo lo quiera
o no, eso significa que alguien la elige por nosotros. Olvídese de todos esos eslóganes
y conocidos cantos de sirena de los economistas ortodoxos, clamando que en
realidad es el público el que define las modas o que el mercado responde a sus
demandas. Como podrá comprobar a lo largo de este libro, no existe un escenario
más alejado de la realidad.
La industria musical en mayúsculas, la
gobernada por las grandes corporaciones y lo que aquí llamaremos industrias
culturales hegemónicas, es uno de los negocios más oscuros del mundo actual (y
la competencia, como sabe, es fuerte). En verdad, esta industria está
controlada por una oligarquía mediática de magnates y altos ejecutivos que con
sus decisiones modelan el gusto de las masas. Lo que las mayorías creen que les
gusta libremente es lo que esta élite del poder ha decidido que le guste
previamente. Gracias a su férreo control sobre la obra de los artistas que
eligen que se transformarán en estrellas y a las redes de distribución
internacionales que dominan, son capaces de ejercer este dominio cultural sobre
miles de millones de personas, en especial las más jóvenes. En realidad, la
lógica de este “lúgubre” enunciado se puede argumentar sencillamente, aunque necesitaré
del libro que tiene entre manos para darle las suficientes razones y ejemplos
para que crea que efectivamente es cierto.
Piense por un momento en los asuntos
de la vida pública en los que tiene voz y voto. Desde luego usted puede
expresarse electoralmente cada cuatro años (otra cosa es lo que los políticos
hagan con su voto). Quizás también en alguna asociación de vecinos, asociación
de padres en el colegio, partido político, sindicato u ONG. ¿Pero qué capacidad
de elección tiene cuando se trata de los productos y servicios puestos a la
venta por una empresa privada? Comprar o no comprar, ¿verdad? Eso nos dirá el
discurso oficial. Y es cierto, usted puede no comprar. Es decir, nadie le
meterá la mano en su cartera para que pague por algo que no quiere. ¿Verdad?
Pero, ¿qué sucede cuando todo lo que encuentra en el mercado es lo mismo o muy
parecido? ¿Qué ocurre cuando usted tiene la idea de comprarse una camiseta de
color verde oliva con bolsillos dorsales y al recorrerse todas las tiendas de
un centro comercial, descubre sorprendido que no hay nada parecido? ¿Puede
votar para que las empresas tomen en consideración su necesidad e inviertan en
la confección de su soñada prenda? En cuanto a la producción cultural, ¿qué
puede hacer si cada fin de semana observa la cartelera del cine con apatía y
ninguna película le merece la pena? ¿Alguien en Hollywood tomará nota por
usted? ¿Se reúnen todos los cinéfilos y votan cada cuatro años a los ejecutivos
de los grandes estudios en razón de su programa de producción y difusión
cinematográfica? Con el negocio musical ocurre lo mismo. Usted no tiene ni voz
ni voto en las canciones que serán seleccionadas para inundar su vida social.
Podrá elegir lo que escucha en casa, pero no lo que escucha en los espacios
habitados por la mayoría.
En realidad las mercancías culturales,
como cualquier otro bien o servicio realizado para su venta, se producen en
primer lugar no para hacer felices a las personas sino para que los empresarios
que inviertan en ellas las vendan y ganen dinero. Mucho dinero. Así que la
razón última que prevalece es ésta y el producto no es sino un medio para este
fin. Por eso, el medio (la cultura) puede modelarse de la forma más adecuada
para conseguir el objetivo único de obtener beneficios. Si en la industria
musical el medio es la música y el fin es el mismo que en el resto de empresas
privadas (enriquecerse), esto significa que la razón de la industria musical,
como la de cualquier otra industria privada, es la razón del capital. Y el
capital, pese a lo que se suele decir, no es simplemente dinero.
El capital es una relación social
entre personas mediada por cosas, en la que el capitalista o propietario de los
medios de producción (fábricas, máquinas, materias primas, herramientas, dinero
suficiente, etc.), contrata a trabajadores por un salario, para que produzcan
mercancías que serán de su propiedad y con las que mediante su venta en el
mercado ganará una cantidad de dinero superior a la que invirtió (ganancias).
La personificación del capital son los capitalistas, esto es, los empresarios
(ahora también denominados “emprendedores” desde el discurso oficial). Así que
si, pongamos por caso, los cerebros de la industria descubren que una forma de
ganar más dinero mediante la música es ahorrando en la utilización de músicos e
instrumentos, tenga la certeza de que tendremos canciones con menos músicos y
con casi ningún instrumento para rato (¿le suena la música dance?). Y dará igual si la música producida a partir
de este ahorro, es mejor o peor para los oídos, tiene
mayor o menor calidad artística, hace felices o infelices a la mayoría. Lo que
importará es que su empleo será mejor para el capital y por ende para la
riqueza de los capitalistas de las empresas musicales.
Por otra parte, como seguro sabrá
desde que comenzó la crisis y con ella to dos los escándalos de corrupción que
saltaron a la palestra mediática, los grandes empresarios mantienen una
connivencia necesaria con el poder político. Esta connivencia les garantiza
poder desarrollar sus negocios “libremente” (después del pago con sobres,
maletines, etc.). Pues bien, los grandes “emprendedores” de la música no son
ninguna excepción y, como comprobará mantienen importantes conexiones con la
alta política (y también, en algunos casos, con las mafias del narcotráfico).
Así que en esta obra navegaremos por
las tumultuosas aguas del negocio musical, sin perder de vista nuestro hilo
conductor: cómo el videoclip dominante ayuda a reproducir entre los jóvenes,
una cultura y unas ideologías funcionales para el sistema en su conjunto. Para
ello dividí el libro en cinco grandes secciones temáticas, las cuatro primeras
mantendrán una dialéctica entre pasado y, sobre todo, presente, mientras que la
quinta y última nos impulsará desde los anteriores al futuro.
En la primera sección nos
introduciremos en el mundo del videoclip. De este modo, en el primer capítulo
expondré qué es el vídeo musical contando una breve historia de su desarrollo y
exponiendo diversos datos de consumo para entender la influencia de este
formato audiovisual en las mentes de los jóvenes. En el segundo capítulo
conoceremos a sus protagonistas principales, y por eso nos encontraremos con
las biografías críticas de las 20 estrellas del vídeo musical más importantes
de la primera década de existencia de YouTube (2005/2015). En el tercer
capítulo, partiendo de la perspectiva marxista emplea da a lo largo del libro,
conoceremos las principales empresas que hay detrás de la producción y difusión
de este formato audiovisual.
En la segunda sección mostraré al
lector algunas herramientas teóricas necesarias, para entender las secciones
tercera, cuarta y quinta. Esto es, para entender por qué el videoclip dominante
es como es y funciona como funciona y no podría ser de ninguna otra forma en la
sociedad actual. Ésta es la única parte teórica del libro, debido a que se
trata de una obra de divulgación científica, pero no se asuste porque intenté
redactarla del modo más ágil y con numerosos ejemplos prácticos para facilitar
su comprensión. Le animo a que se la lea para entender en toda su profundidad
el resto del libro y, sobre todo, porque ciertos términos que expondré le
pueden ser útiles para entender la sociedad que le rodea en su día a día. Esta
segunda sección se divide en sólo dos capítulos, el cuarto, que explica los
conceptos claves para entender la base económica en la que se desarrolla el
vídeo dominante y, la quinta, que se centra en exponer las herramientas
conceptuales que nos permitirán entender su influencia cultural e ideológica.
En la tercera sección nos dirigiremos
al meollo del asunto y analizaremos una muestra con los 500 videoclips más
vistos en YouTube en su primera década de existencia. Es la sección con más
capítulos, con un total de cinco. En el primero de ellos, el sexto del libro,
expondré los diversos tipos de vídeos dominantes que identifiqué a lo largo del
análisis de la muestra. En el capítulo séptimo mostraré las constantes más
habituales del flujo del vídeo musical y, en el octavo, sus ausencias más
notables para el objetivo de nuestro análisis. En el capítulo nueve expondré
cómo este flujo afecta a la sexualidad de los chicos y las chicas, con sus
semejanzas y sus diferencias, además de caracterizar cómo representa a cada
sexo, donde analizaremos fenómenos contradictorios según el tipo de vídeos
musicales como: el empoderamiento femenino, el machismo y la misoginia. En el
último capítulo de la tercera sección veremos el tipo de música que sirve de
fundamento para la producción del videoclip dominante y descubriremos su
relación con la reproducción cultural e ideológica, además de analizar los
efectos cognitivos de su consumo en los jóvenes.
En la cuarta sección, compuesta por
dos capítulos, expondré cómo los vídeos y sus protagonistas, las estrellas del
pop, logran el consenso capitalista de los jóvenes del mundo, mientras
analizamos las conexiones políticas y económicas que permanecen ocultas a los
ojos del gran público. Así en el capítulo once, explicaré cómo el flujo del
videoclip dominante funciona como un currículum oculto, por el cual los jóvenes
estudiantes aprenden valores e ideologías por encima de los adquiridos en los
centros educativos oficiales. En el capítulo doce conoceremos las conexiones de
estos pedagogos tan especiales llamados estrellas del pop, con la élite
política y económica internacional.
Para finalizar, en la quinta y última
sección, compuesta también de dos capítulos, partiremos en la búsqueda de otro
tipo de vídeos musicales diferentes a los dominantes, opuestos en valores y/o
ideologías. Así, en el capítulo trece, veremos dónde se produce este flujo
díscolo y con qué limitaciones cuenta en la gran industria y en la difusión
internacional. También observaremos la importancia que el poder ha otorgado a
la música durante siglos, centrándonos en los casos más importantes de la
historia reciente, destacando las acciones punitivas que la clase dominante ha
emprendido contra los artistas, cuando éstos han osado utilizar la música en
defensa de los oprimidos. Tanto desde los gobiernos como desde el interior de
la industria musical. Al final del capítulo expondré una fábula contemporánea
que ayudará a ilustrar y sintetizar gran parte de lo visto hasta el momento. En
el capítulo que cierra el libro, el catorce, analizaremos la producción a
contracorriente y a partir de ella viajaremos del presente al futuro posible.
Así expondré los argumentos que sostienen la necesidad de crear una industria
cultural contra-hegemónica, para afrontar con garantías gran parte de los desafíos
que enfrentamos como habitantes del planeta. Al finalizar, esbozaré una
propuesta de cómo podrían ganarse la vida los artistas y cuál sería el
funcionamiento de la producción y el consumo musical en una sociedad post-capitalista,
socialista y democrática. Por último, señalaré resumidamente los pasos que creo
necesarios dar para construirla.
Jon E. Illescas.
04.
Epílogo
Mantener a los explotados en la
permanente ignorancia sobre su propia realidad. Tal es el cometido de las tres
partes políticas constitutivas de la clase burguesa dominante, ya sean de
derecha, izquierda o centro. Y para eso están los aparatos ideológicos del
Estado, los medios de comunicación de masas y la industria del entretenimiento.
O sea, que como reza el dogma de la santísima trinidad cristiana, “tres
personas distintas y un solo dios verdadero”: el capital. Así es como los
explotados desperdiciamos nuestro tiempo libre que debiéramos utilizar en buena
parte, para conocer este mundo tal como es y no como aparenta. Porque así es
cómo todavía somos llevados de las narices para mantenernos divididos, entre
las tres fracciones
representativas de la esa misma clase
social que, a instancias de sus respectivos partidos políticos parecen ser distintas, sólo porque
compiten para ejercer alternativamente el poder en las instituciones estatales,
e incluso a pesar de que no pocas veces en toda esta historia, la competencia económica sigue desembocando
en guerras civiles al interior de ciertos países, cuando no en guerras
mundiales, donde nosotros, los asalariados en el nombre de “la patria” y por esa
misma regla de tres, fungimos como carne de cañón.
Y así es, en fin, cómo se ha conformado
una realidad en la que todo parece cambiar, pero el sistema capitalista
permanece tan incólume como
invariable a pesar de todo. Que de esto se trata fundamentalmente para ese juego
de trileros que
se traen políticos y empresarios, una mayoría de escritores, maestros de
escuela primaria, profesores de la secundaria y catedráticos de universidad,
geólogos, meteorólogos, artistas, periodistas y deportistas de élite. Todos
ellos amancebados en tormo al enjambre maldito del llamado “pensamiento único”, que les ha
venido permitiendo medrar a expensas nuestras. Y no precisamente desde hace
poco, sino que casi podría decirse sin lugar a equívocos, desde los tiempos de
la Revolución Francesa. Que ahí empezó todo el embeleco este del
capitalismo, vaya uno a saber por inspiración de qué desconocido filósofo pragmático
vividor, en los albores de la llamada “Ilustración”.
Un embuste que ha consistido en inculcar
la falsa idea de que, tanto los asalariados propietarios de su fuerza de
trabajo, como sus respectivos patronos capitalistas, son iguales en tanto y cuanto que, en el contrato de trabajo que
suscriben, ambas partes acuerdan intercambiar valores equivalentes contenidos en las respectivas mercancías
que ofrecen, a saber: el asalariado la energía
potencial de su organismo, a cambio de que su respectivo patrón
capitalista le pague el salario
equivalente a los medios de vida necesarios para reponerla. Una supuesta
igualdad que, si se piensa un poco, surge a la luz el engaño escondido en esa relación de equidad social contractual,
desde el momento en que la potencial energía
contenida en los medios de vida consumidos por el obrero, se despliega convertida
en fuerza efectiva de trabajo
durante cada jornada de labor, donde:
<<El (hecho de) que para alimentar y mantener en pie la
fuerza de trabajo (de cada asalariado) durante
veinticuatro horas, haga falta media
jornada de trabajo (lo que se tarda en producir los medios de consumo
necesarios, en aquellos tiempos seis horas en dos turnos de 12), no
quiere decir, ni mucho menos, que el obrero no pueda trabajar durante una jornada entera (generando así un plus de
valor que el patrono capitalista se embolsa sin contraprestación alguna)>>.
(K. Marx: “El Capital” Libro
I Cap. I Aptdo. 2: El proceso de valorización. El subrayado y lo entre
paréntesis nuestros: GPM.).
Todos los demás “principios” hipócritamente
proclamados por la clase social capitalista desde la Revolución Francesa en
1789 —como el de libertad y fraternidad— han servido desde entonces para ocultar
otros tantos principios activos
de irracionalidad y hasta criminales embelecos de apariencia humanoide, nada
que ver con el ser humano genérico.
Estamos, pues, ante una especie antropomórfica degenerada por el individualismo
de la propiedad privada capitalista, concebida a imagen y semejanza del ser
humano ensimismado en su privacidad,
enajenada de su originaria condición
social comunitaria, convertida en egoísta, tramposa, competitiva y
potencialmente beligerante, en relación tendencial conflictiva con el resto
de sus semejantes. Así es cómo el capitalismo consiguió construir lo que desde
aquella revolución se conoce por sociedad
civil. Un ámbito de la vida humana genérica corrompido por la propiedad
privada sobre los medios de producción y de cambio, cuyo efecto corrosivo
el sistema trasladó naturalmente a las estructuras políticas representativas
del mal llamado interés general,
que también usurpó y corrompió en todos los Estados nacionales sin excepción,
convirtiendo la cosa pública en cosa privada a disposición de los más altos
funcionarios políticos electos, es decir, en objeto de negocio para beneficio
mutuo con empresarios, en la soledad discrecional de los muy bien amueblados
y alfombrados despachos ministeriales.
Y como no podía ser de otra manera, la
misma tarea corrosiva del sistema logró llevar a término el emputecimiento
humano, contaminando a ese conglomerado de sujetos igualmente alienados que
animan la industria de los videoclips. Un negocio más para fines gananciales
privados, que al mismo tiempo ha venido muy eficazmente sirviendo a los fines
de mantener el dominio político de los explotados, entre toda la barbarie que los
burgueses trajeron al mundo “manando sangre y cieno de la cabeza a los pies”.
Grupo de Propaganda Marxista.