Los atentados en Paris y la frágil memoria histórica de los súbditos franceses

El Daesh y la coalición imperialista: dos bandos en pugna de una misma clase social

            <<La definición de crimen contra la humanidad o crimen de lesa humanidad, recogida en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, comprende las conductas tipificadas como asesinato, exterminio, deportación o desplazamiento forzoso, tortura, violación, prostitución forzada, esclavitud sexual, esterilización forzada y encarcelación o persecución por motivos políticos o religiosos, ideológicos, raciales, étnicos, de orientación sexual u otros definidos expresamente: desaparición forzada, secuestro o cualquier acto inhumano que cause graves sufrimientos o atente contra la salud mental o física de quienes sufren semejante barbarie, causado con pleno conocimiento de las consecuencias que supone dicho ataque.

            “Leso” alude al hecho de ser agraviado, lastimado, ofendido. ¿Cómo calificar, pues, la conducta de adaptarse a las circunstancias impuestas soportando todos los agravios, y bajo tales condiciones que cada cual atienda  exclusivamente a sus intereses personales, según el precepto del sálvese quien pueda?>>. GPM.

 

01.       Introducción

 

          Sí. Los ataques terroristas islámicos en París del pasado viernes 13 de noviembre, deben ser condenados sin paliativos como crímenes de lesa humanidad. Pero limitarse a descargar el oprobio sobre los ejecutores yihadistas que los cometieron, es la más estúpida trampa política en que se pueda caer. Porque los verdaderos culpables directos del terror no son ellos, sino sus mandantes capitalistas en el Cercano y Medio Oriente, que se benefician económicamente de esos hechos criminales aleccionando ideológicamente a sus ignorantes subordinados. Aquí está la trampa de los yihadistas. Y quienes del otro lado de la trinchera montan la trampa, tampoco son los periodistas venales a sueldo en los medios de comunicación de masas, ni los educadores en las escuelas y Universidades de cada país. Son los dueños de las empresas privadas de esos medios de difusión y los altos funcionarios de los aparatos ideológicos del Estado en cada país, quienes chantajean a sus subordinados obligándoles a mentir siguiendo la línea política editorial y los programas educativos de tales aparatos, bajo el chantaje sostenido que les supone quedarse sin trabajo.  

  

          Y el caso es que esos “asesinos” yihadistas, no dejan de ser ignorantes víctimas del mismo engaño que vienen padeciendo las mayorías sociales subalternas asalariadas en todo el mundo, urdido durante más de dos siglos por sus superiores jerárquicos en disputa unos contra otros —ya sean laicos o religiosos— en la escala del poder económico, político, social e institucional, que siguen detentando para los fines de su propio disfrute. Y porque el comportamiento de aquellos y estos mandatarios, se han venido rigiendo por sistemas de leyes económicas objetivas que nadie ha inventado, donde los que ordenan y mandan viven tan enajenados como los que les obedecen, sólo que esa enajenación a los que mandan les hace sentirse muy bien.

          No hay que ignorar, pues, el hecho de que mucho tiempo antes de que por primera vez se hayan podido escuchar los acordes de la “Marsellesa” en julio de 1795, los explotados y oprimidos de todas las latitudes hemos venido siendo gobernados por unos barbaros manipuladores, los mismos que por intereses creados hoy día siguen moviendo los hilos políticos del vigente sistema económico-social de vida, apelando al mismo birlibirloque de los trileros engañabobos, para lograr así seguir pasando, incluso, por ser los salvadores de la humanidad.

          Y para tales fines, echando mano a todo lo que les pueda “justificar” en el presente, han traído ahora una vez más de aquél pasado histórico la misma cantinela cogida de los pelos, esgrimiéndola como un argumento ad nauseam estos últimos días por los medios de comunicación de masas (¡¡ah, los periodistas, esos mensajeros a sueldo y prebendas!!), sin duda como tapadera de los crímenes que sus mandantes han venido cometiendo desde entonces hasta hoy. Por ejemplo, tras los sucesos del otro día, los muertos a manos de los yihadistas en París no pasaron de ser 130. Y los heridos poco más de 350. Nada comparable con los millones desparramados sobre los inmensos territorios13 millones de Kilómetros cuadrados— colonizados por Francia durante su segundo imperio en 1830, hasta las décadas de los años 20 y 30 del Siglo XIX. ¿Cuántos han sido los millones de muertos allí a manos del ejército francés imperial en el Norte y Occidente de África, en Argelia, el Congo y África ecuatorial, en Madagascar y en Somalia? ¿Cuantos más en Laos, Camboya y Vietnam sobre ese suelo asiático que se apropiaron en el siglo XX? Estamos hablando del “moderno” capitalismo francés que hizo historia en aquellas horribles plantaciones sobre las cuales escarneció a sus habitantes, y con cuyo trabajo forzoso cimentaron su inmensa fortuna los antecesores de quienes hoy, todavía siguen detentando “democráticamente” el poder político y la riqueza ajena en ese país imperialista.

          Por lo visto y tal como se acaba de comprobar con toda crudeza, la gran burguesía internacional que todavía campa por sus respetos en todo el mundo, ha venido educando a sus súbditos en la estricta disciplina, de que sólo se sientan sinceramente comprometidos con sus compatriotas como en los matrimonios, “tanto en la riqueza y en la pobreza como en la salud y en la enfermedad”; o sea, que a ricos y a pobres en tanto que ciudadanos de una misma patria, se les presupone iguales en el cumplimiento de ese “sagrado precepto”. Tildando de traidores a quienes no respeten esa obligada norma de comportamiento. Tal es el caldo de cultivo en que se han venido cocinando todas las guerras en los últimos doscientos años de historia.

          ¿Qué causas explican, pues, la supuesta “traición” de esa parte minoritaria de la juventud francesa, hoy día abducida por el terrorista Emirato Islámico? Sin duda el paro, la marginación y penuria relativa crecientes al interior de la “patria común”, sumado todo eso en las mujeres, a la prohibición de llevar velo por la calle.  

02. La Guerra de Afganistán

          La deriva de este fenómeno multinacional hacia la conversión de piadosos musulmanes en terroristas islámicos, comenzó cuando durante la presidencia de Jimmy Carter entre 1977 y 1981, EE.UU. decidiera en 1980 proveer de armas y apoyar militarmente a esos sectarios y violentos muyahidines islamistas afganos, dirigidos por los llamados "señores de la Guerra", precursores de lo que sería la organización terrorista islámica “Al Qaeda”, durante la primera guerra en Afganistán. Así fue como EE.UU. pudo llevar a cabo la llamada “operación ciclón”, cuyas empresas fabricantes de armas hicieron pingues beneficios   vendiéndolas a los “ulama”, la casta  sacerdotal afgana que antes de la  Revolución de Saur en 1978, junto al último califa prebélico, prácticamente codirigían el Estado de ese país. De ahí el carácter integrista o fusión entre la sociedad  civil y el Estado, que imperó en los países del cercano y medio Oriente hasta entonces, donde como resultado de su influencia y poder, los ulama lograron controlar vastas extensiones y acumular una gran riqueza. A ellos se les otorgaba la facultad de  administrar el beneficio del “wakf”, así como la recaudación y administración del impuesto llamado “khums”, una obligación religiosa impuesta al ejército, de aportar al Estado islámico la quinta parte del botín de guerra sustraído a los infieles en los países que conquistaban —mediante la guerra—, cuyo depositario era el califa o sultán que lo representaba:

<<Como resultado de esta influencia y poder, los “ulama” lograron controlar vastas extensiones, tener cierta autonomía y acumular una gran riqueza>>. (Roberto Marín Guzmán: “El fundamentalismo islámico en el Medio Oriente Contemporáneo” Ed. Universidad de Costa Rica/2005. Cap. I Pp. 56).

 

          Fue aquél un conflicto que se prolongó durante nueve años, y en el que se vio involucrada la URSS en apoyo a la revolución  a raíz de la intervención norteamericana, que se cobró entre 600.000 y 2.000.000 de muertos. O sea, que el terrorismo islámico de hoy en el Cercano y medio Oriente, fue un engendro bélico con fines económicos gananciales precisos, proyectado y ejecutado por el capital imperialista del “democrático” capitalismo Occidental.

 

          El coste económico, social y político del primer conflicto bélico en Afganistán, causó al Estado soviético burocratizado por el stalinismo un daño tan tremendo, que aceleró el agotamiento final de la URSS y su implosión en febrero de 1990[1]. Tal fue la sinrazón política que hoy sigue moviendo a la burguesía internacional de los Estados imperialistas, contra los pobres e ignorantes “terroristas” del llamado “Estado Islámico”, debidamente aleccionados por sus superiores jerárquicos. Y no precisamente por causas religiosas, sino por intereses económicos contantes y sonantes.

 

03. La guerra Irano-Iraki

 

          Cabe destacar aquí, la estrecha relación de intereses económicos y políticos entre la familia cristiana de los Bush y la islámica de los Bin Laden  desde 1968. Unos vínculos que se consolidaron, cuando sus respectivos descendientes: George W. Bush Jr. y Osama Bin Laden jr., crearon en 1977 la empresa “Arbusto Oil Co”. Tres años después, la misma sinrazón humana inducida por los intereses económicos que han hecho a la historia del capitalismo, durante la década de los ochenta ocurrió que los EE.UU. se vieran movidos a comprometerse en una nueva guerra. Esta vez  ahogando en sangre la revolución del mismo signo religioso islamista en Irán, cuyo líder político y militar fue el integrista Imán Jomeini. Y para esa finalidad, el capital imperialista liderado por EE.UU., utilizó los servicios del régimen irakí presidido por el déspota nacionalista árabe, Sadam Hussein. La coalición imperialista entre norteamericanos, ingleses y franceses que respaldó al régimen sunita y laico del partido Baaz en guerra contra Irán, temía por entonces al régimen talibán en ese país,  tal como hoy temen a los terroristas islámicos asentados en Irak.

 

El número de muertos en ambos bandos durante aquella confrontación entre Irán e Irak, fue de un millón. Y si bien las huestes dirigidas por Sadam Hussein resultaron victoriosas, a raíz de su gran esfuerzo bélico la economía de Irak quedó material y financieramente exhausta. Con un PBI que por entonces era de 66.000 millones de dólares a precios de mercado, Irak montó un ejército de más de un millón de hombres, cuyo mantenimiento le supuso un gasto de 15 mil millones de dólares anuales —casi el 23% de su PBI!—, a cuyas tropas no podía licenciar siquiera parcialmente mientras se mantuviera el estado de guerra con Irán. Sin el despliegue de esa fuerza militar reclutada entre la sociedad civil irakí, el proyecto nasserista que lideraba Sadam Hussein era prácticamente imposible. Pero, contradictoriamente, la presencia de semejantes fuerzas militares asociadas a un proyecto burgués nacional hegemónico en esa zona, resultaba y aún resulta into­lerable para el imperialismo, lo cual explica la actual guerra civil en Siria, un país de cuño nacionalista y laico dirigido unipersonalmente por ese otro nasserista como Saddam Hussein, llamado Bachar al Assad. Una guerra inducida y desatada por la misma coalición imperialista entre Francia, EE.UU. y Gran Bretaña.

 

          Y lo que ha pasado tras la guerra irano-iraki, es que Sadam Hussein propuso que el enorme costo de los servicios prestados por su país al sistema capitalista mundial —que ahogó en sangre la revolución iraní—, fuera compartido por el conjunto de la "comunidad internacional" aumentando el precio del petróleo. Y a esta proposición la coalición imperialista se negó, en común acuerdo de intereses económicos con sus fieles aliados musulmanes de Kuwait: los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. La intransigencia de esas tres potencias petroleras, ha sido una maniobra para provocar el conflicto político urdido por el imperialismo, con la finalidad de iniciar la cuenta atrás de una estrategia bélica de debilitamiento del potencial militar y de la influencia política del régimen nacionalista laico irakí, a fin de ponerle en el sitio que ocupaba antes de ser utilizado para desangrar la Revolución iraní. Desde la perspectiva de intereses del bloque político conformado por EE.UU., Francia e Inglaterra, el millón de muertos irakíes bien valió esa misa. Repitió la misma táctica que usó a principios de 1986, cuando en pleno apogeo de la guerra entre irán e Irak, Arabia Saudí hizo descender los precios del petróleo para debilitar la economía iraní, frenando su ofensiva que había iniciado con la toma del puerto de FAO —hasta ese momento en territorio Irakí— y posteriormente, en julio de 1987, para obligarle a reconocer y aceptar la resolución 598 de la ONU que le ordenó el alto el fuego con Irak. ¿Con qué otro propósito estratégico procedieron de esas tres potencias imperialistas aliadas, que no fuera el de acabar repartiéndose entre sus respectivas empresas privadas los segundos yacimientos petrolíferos más ricos del mundo bajo la superficie territorial de Irán e Irak en manos de sus respectivos estados nacionales?

 Esta política rapiñosa de la triple alianza imperialista entre Francia, EE.UU. e Inglaterra en torno a la guerra irano‑iraki, ha sido muy bien sintetizada por Henry Kissinger, cuando afirmó a principios de 1984, que la salida ideal para los EE.UU. sería ¡¡que perdieran los dos beligerantes!!, a lo que se hizo eco posteriormente el Ministro israelí de defensa Isaac Rabin, cuando declaró que “Israel aspira a que no haya un vencedor en esta guerra". Y el caso es que la cuenta atrás de esta estrategia, llegó al punto cero durante la entrevista entre la por entonces embajadora americana, April Glaspie acreditada en Bagdad y Sadam Hussein, el 25 de julio de 1990, en su momento publicada por la prensa occidental y cuyos pormenores fueron incluidos por Pierre Salinger y Eric Laurent en "El Dossier secreto de la guerra del Golfo". En esa entrevista Sadam Hussein dijo, entre otras cosas, lo siguiente:

<<Cuando una política planificada y deliberada supone la baja del precio del petróleo sin ninguna razón comercial, significa que otra guerra ha empezado contra Irak (...) Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos están a la cabeza de esta política. (...) Y para colmo, mientras nosotros estábamos en guerra, Kuwait empezó a extender su territorio a expensas de nosotros (se refiere a la utilización de los pozos petrolíferos de la zona fronteriza de Rumaylah en litigio). He leído las declaraciones americanas sobre sus amigos (alude a Los Emiratos y Kuwait) en esta región; evidentemente cada cual tiene derecho a elegir sus amigos. No tenemos nada que decir. Pero usted sabe que no fueron los americanos quienes defendieron a sus amigos en la guerra contra Irán. Y le aseguro que si los iraníes hubieran invadido la región, las tropas americanas no hubieran podido detenerles sin utilizar armas nucleares. (...) ¿Es esta la recompensa por haber asegurado la estabilidad en la región y por haberla protegido de una marea sin precedentes?>> (Op. Cit. Cap. IV)

 

Y tras referirse a las penalidades por las que atravesaba su pueblo, Sadam no se anduvo con precauciones diplomáticas y amenazó a EE.UU. con una ola de atentados terroristas, que podrían ser utilizados —a falta de pruebas fehacientes— como pretexto para una posible extensión del conflicto a Irak, a fin de acabar con el proyecto antiimperialista pequeñoburgués en ese país:

<<Ustedes pueden venir a Irak con misiles y aviones pero no presionen hasta el punto de que nos veamos obligados a dejar cualquier precaución.  Cuando vemos que se intenta herir nuestro orgullo y privarnos de una vida mejor, entonces dejamos de ser prudentes y la muerte será nuestra elección>> (Ibíd)

 

Seguidamente Sadam aludió a una próxima reunión con los Kuwaities, y que si se llegaba a un acuerdo satisfactorio para Irak, las cosas no irían a mayores,

 <<Pero si no somos capaces de encontrar una solución, será normal que Irak no acepte perecer>>. (Ibíd)

Ante lo que la embajadora pareció dar el visto bueno diciendo:

<<Usted tiene la exclusiva>> (Ibíd)

El 31 de julio, el subsecretario de Estado norteamericano para asuntos del Oriente Medio, fue al Capitolio para responder ante el Subcomité dedicado a este asunto, en una reunión que fue difundida exprofeso por la "BBC World Service" para que fuera escuchada en Bagdad. Allí se planteó el siguiente diálogo:

<<—Si, por ejemplo, Irak atraviesa la frontera de Kuwait, sea cual sea la razón, ¿cuál sería nuestra posición con respecto a la utilización de las fuerzas americanas?

—Esta es la clase de hipótesis en la que no puedo entrar. Baste decir que nos veríamos fuertemente afectados, pero no puedo aventurarme en el terreno del "si".

—En una circunstancia como ésta, sin embargo, ¿es correcto decir que no tenemos un tratado, un compromiso, que nos obligaría a comprometer a las fuerzas americanas?

—Exacto!>> (Ibíd).

 

De este modo, la embajadora norteamericana Glaspie y el subsecretario para asuntos del Oriente Medio, Kelly, trasmitieron engañosamente a Sadam Hussein la señal que podía traducirse en garantizarle la impunidad si eventualmente decidiera invadir Kuwait, sugiriendo que los EE.UU. no intervendrían. Y ya se sabe lo que pasó después que Sadam mordió ese anzuelo. No ha sido más que una sutil provocación con fines bélicos y geopolíticos precisos. Y en efecto, cuando el 02 de agosto de 1990 Saddam Husein decidió invadir Kuwait, las cosas no discurrieron tal y cómo Glaspie le había prometido. Posiblemente, la invasión de Kuwait por parte de Irak, estuviese relacionada en un principio con el petróleo, pero en realidad hubo más en esa decisión. Y es que en meses anteriores, ambos países habían tenido una serie de disputas; Irak alegaba que desde 1980, Kuwait había estado robándole petróleo desde su yacimiento de Rumaylah, situado bajo la superficie de ambos territorios. Por otra parte, Irak, que dependía del valor del combustible para pagar su deuda externa contraída en la guerra contra Irán (casi 40.000 millones de dólares, con intereses de 3.000 millones por año), se sentía afectado por la superproducción petrolífera de Kuwait y otros países del golfo, que al mantener barato el precio de ese insumo actuaban en perjuicio de los intereses de Irak. Además, otra posible causa de la invasión a Kuwait fue la necesidad iraquí de acceder al Golfo Pérsico desde su puerto de Umm Qasr, Segundo de Irak en escala de tamaño y bienes enviados al puerto de Basora. Es para Irak de importancia estratégica, ya que se encuentra en el borde occidental de la península de al-Faw, donde la desembocadura del canal de Shatt al Arab entra en el Golfo Pérsico. Está separada de la frontera de Kuwait por una pequeña ensenada. Antes de la Primera Guerra del Golfo Pérsico, el tráfico entre Kuwait e Irak discurrió sobre un puente.

 

       

04. La Invasión norteamericano-británica de Afganistán e Irak

<<Las informaciones revelan las redes financieras desarrolladas desde hace 20 años mancomunadamente por las familias Bush y Ben Laden. Un mundo oculto de comerciantes, traficantes de armas y drogas. Un mundo donde se cruzan el banquero nazi Francois Genoud y antiguos directores de la CIA y de los servicios secretos de Arabia Saudita. ¿No será que esta llamada “Guerra contra el Terrorismo” oculta intereses inimaginables?>>. (Thierry Meyssan: Red Voltaire 16/10/2001)

 

          Ya hemos dicho en anteriores trabajos, que las guerras en la más moderna sociedad de clases, siempre han sido un negocio. Esto es lo que el cineasta Michael Moore ha venido a demostrar en un importante documental. Y en efecto, según la película basada en la novela del escritor Ray Douglas Bradbury titulada: Fahrenheit 9/11, se alude allí al grado de temperatura en que “la libertad de los pueblos arde”, es decir, que desaparece consumida por el fuego de los intereses entre poderosos propietarios particulares confabulados unos contra otros. Metáfora cuyo significado es, que los capitalistas se han venido cagando sobre los conceptos de pueblo y patria:

    <<A partir de ahí, la película da pistas sobre las verdaderas “razones” que impulsaron al gobierno de Bush jr. para volver a invadir Afganistán en 2001 e Irak en 2003, acciones que, según Moore, corresponden más a la protección de los intereses de las petroleras norteamericanas (especialmente “Arbusto Oil Co”) que al deseo de liberar a los respectivos pueblos o evitar potenciales amenazas. El documental insinúa que la (segunda) guerra con Afganistán no tuvo  como principal objetivo capturar a los líderes de Al Qaeda sino favorecer la construcción de un oleoducto, y que Irak no era en el momento de la invasión una amenaza real para Estados Unidos, sino una fuente potencial de beneficios para las empresas norteamericanas>>. https://es.wikipedia.org/wiki/Fahrenheit_9/11 (El subrayado y lo entre paréntesis nuestros).

 

Y efectivamente, en 2001, después de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos —que el gobierno de este país bajo la presidencia de George W. Bush Jr. atribuyó cínicamente a terroristas de Al Qaeda—, la OTAN liderada por fuerzas estadounidenses y británicas invadió Afganistán ejecutando la llamada Operación Libertad Duradera, como parte de la Guerra contra el terrorismo declarada por el gobierno de Estados Unidos en ese país. Lo hizo después de haber financiado el armamento usado allí por esos mismos terroristas contra el Afganistán aliado de la ex URSS. El pretexto de la invasión, esta vez, fue capturar a su amigo Osama bin Laden y derrocar al régimen talibán que le había proporcionado apoyo y refugio. La pragmática y oportunista Doctrina Bush de los Estados Unidos, declaró que, como política, no distinguiría entre organizaciones terroristas y naciones o gobiernos que les dan refugio.

 

Y dos años después, en 2003, aprovechando la debilidad militar del Irak triunfante —pero arruinado a raíz de la guerra contra Irán— y pretextando falsamente que su régimen poseía armas de destrucción masiva, la coalición integrada esta vez por las fuerzas armadas de los EE.UU. y Gran Bretaña —en menor medida apoyadas por España, Polonia y Australia—, invadió Irak conocida por “operación nuevo amanecer”. La correlación desigual de fuerzas determinó la rápida derrota de Irak, el derrocamiento de Sadam Husein, su captura en diciembre de 2003 y su ejecución en diciembre de 2006. Pero la coalición invasora que intentó establecer ahí un gobierno democrático, debió enfrentase a una enconada resistencia militar de los distintos grupos étnicos nacionales, que a su vez divididos entre sí desencadenaron la guerra civil entre islamistas sunitas y chiitas iraquíes. Las estimaciones del número de muertos derivados de este emprendimiento —según las distintas fuentes—, fluctuó entre más de 150.000 y 1 millón de personas. Y en cuanto al  costo de financiar esa guerra de ocupación, se ha estimado en más de £ 4.500 millones (U$S 9.000 millones) para el Reino Unido, y más de U$S 845.000 millones para los Estados Unidos.

 

Como consecuencia de la deriva en este proceso bélico-genocida de dominio territorial de Irak por parte de la coalición anglo-norteamericana entre 2006 y 2013, desde junio de 2014 este país se convirtió en el escenario de una guerra entre la coalición imperialista y la alianza de los yihadistas radicales con los militantes suníes leales a la antigua dictadura baazista de Sadam Husein, dando pábulo a lo que hoy —en el ex territorio de Irak fraccionado—, se conoce por Daesh o Estado Islámico y su estrategia de expansión territorial. Los terroristas empezaron atacando a la ciudad irakí de Samarra el día 5 de ese mes de junio de 2014. El  9 por la noche se apoderaron de Mosul y el 11 de Tikrit. A fines de ese mes, el Estado Irakí había perdido el control de toda su frontera occidental con Jordania y Siria, inaugurando un califato que incluyó prematuramente a Siria e Irak, donde Abu Bakr al-Baghdadi comandante del grupo yihadista radical, fue ungido “califa líder de todos los musulmanes”, de modo que Irak pasó así a formar parte de la lista junto a otros 176, catalogados ese año como Estados fallidos.

 

Así las cosas, cabe afirmar hoy sin equívoco alguno, que la política ensayada por el capital imperialista de apoyo al terrorismo islámico, para combatir al nacionalismo árabe y así acabar apoderándose de Irak, derivó hacia la peligrosa situación actual en el Medio y Cercano Oriente, hasta el punto de que, como se ha visto, ya hizo pie en Europa. Tal es el resultado de aquella “libertad, igualdad y fraternidad” consagrada por los filósofos de la Ilustración y proclamada por la Revolución Francesa. Un embeleco que los pobres embaucados del mundo han venido aceptando, sin comprender su verdadero significado. Desde 1789 hasta hoy, en que vinieron decidiendo —tan estúpida como “democráticamente”— delegar su inexistente voluntad política y con carácter vitalicio, en taimada exclusividad a los más ricos. En contubernio, faltaría más, con los intelectuales y políticos profesionales a su servicio para fines de dominio. ¿Qué libertad, pues? La de los acaudalados empresarios comerciando sin fronteras en la hoy conocida globalización. ¿Qué igualdad? La del intercambio entre cosas equivalentes. ¿Qué fraternidad? La que acabamos de exponer en este trabajo.

 

05. De aquellos vientos vinieron estas tormentas

 

Ahora y a raíz de los últimos atentados yihadistas en París, el actual presidente de Francia, François Hollande, ha declarado la guerra a los “terroristas islámicos”, como si la política de terror colectivo hubiera podido alguna vez estar inspirada y ser inducida por unos cuantos pobres desgraciados ignorantes de la realidad, que acaban siendo siempre víctimas propicias de ella. Como si esa odiosa y criminal inclinación al pillaje, jamás hubiera estado íntimamente vinculada con los intereses materiales de los poderosos. Esos que como el señor Hollande, siguen aferrados al sistema capitalista de vida porque comparten riqueza y poder con los más acaudalados. Su declaración de guerra en nombre del pueblo francés al día de  hoy, es una verdadera impostura. Una más entre tantas, envuelta en una farsa de proyección humanitaria sangrienta, que le convierte a él mismo en un terrorista.

 

Y es que este señor, habiendo completado sus estudios en la Escuela Nacional de Administración con el séptimo mejor expediente de su promoción en 1980, ocho años después fue elegido miembro de la 1ª circunscripción de Corrèze, nombrado Secretario de la Comisión de Hacienda, Economía y Plan General, así como Relator del presupuesto de defensa, autor de un informe sobre la fiscalidad del patrimonio y análisis de los costes del ejército francés de ocupación en la guerra irano-iraki que se saldó con un millón de muertos entre los dos bandos. Y luego, con la excusa de liberar una ciudad de las garras del ejército de Gadafi, la coalición militar liderada por Francia y Reino Unido, armó en 2011 a grupos yihadistas que antes habían participado en la guerra contra EEUU en Afganistán. Según ha reportado la agencia EFE, hace unos días el Presidente sirio Bachar al Asad, acusó a Francia de “apoyar y al mismo tiempo combatir el terrorismo”. Antes que él, su antecesor inmediato, Nicolás Sarkozy, hizo exactamente lo mismo.  Como resultado de esa política, Libia está a punto de convertirse en un Estado fallido —si no lo es ya— fragmentado y dividido entre milicias armadas combatiendo entre sí por el dominio territorial: unas extremistas islámicas, otras para recuperar el antiguo nacionalismo árabe Baazista y otras a favor del Occidente imperialista, cuyo saldo en número de muertos supera la cifra de 50.000.

          Todo este desbarajuste genocida coincidió en el tiempo con la guerra civil que se desató en Siria desde principios de 2011 y aún continúa, donde la fuerzas armadas del gobierno en ese país presidido por el nacionalista árabe Bashar Al-Asad, siguen combatiendo contra grupos armados rebeldes confabulados con los yihadistas del Estado Islámico de Irak y el Levante. Estos grupos integran el “Ejército libre sirio formado por desertores del ejército en ese país agredido, en alianza estratégica desde 2013 con el llamado Frente islámico, respaldado políticamente y armado por Arabia Saudí. El gobierno sirio cuenta con el apoyo de Rusia, aliado suyo desde tiempos de la Unión Soviética. También es apoyado por  la República islámica de Irán, así como por la organización libanesa Hezbolá. Por el contrario, los enemigos de Siria son EE.UU, Turquía, Arabia Saudí y otros países occidentales menores del Golfo Pérsico.  

          La consecuencia inmediata de este conflicto, sin duda urdido y creado por la burguesía imperialista, se tradujo en el desplazamiento forzoso de más de tres millones de personas buscando refugio en Europa, cuyos respectivos gobiernos, claramente desconcertados, no saben cómo resolver.

06. Epílogo

¿Dónde radica la causa de semejante realidad desquiciada? En el secuestro y envilecimiento del concepto de libertad, por quienes detentan y se disputan el poder y la riqueza en el mundo, pugnando vanamente por ser unos más “libres” a costa de otros. Todos ellos sometidos por igual a los dictados de la ciega ley del valor capitalista. La misma dictadura que les obliga a la escandalosa manipulación semántica del verdadero significado que contiene la palabra libertad, íntimamente vinculada al género humano sin distinción de clases sociales ni jerarquías entre individuos de tales clases. Y al contrario, la mentirosa significación de esa palabra que ha venido envileciendo fácticamente la burguesía internacional, desde que se pudo sacudir los despojos del feudalismo, es la “libertad” del más acaudalado y poderoso. Una mezquina idea que la burguesía francesa también ha venido escondiendo detrás de la música y la letra de la Marsellesa, toda vez que se canta en ese país y el cualquier otra parte. En realidad, se  trata de la libertad de comercio y circulación de productos y capitales, sin límites de fronteras nacionales desde la más reciente “globalización”. En el caso que comentamos aquí, ha prevalecido la libertad del comercio con armas. Porque sin armas en una sociedad competitiva que se resuelve mediante guerras, no puede haber “libertad” desigual. Y sin “libertad” desigual basada en la propiedad desigual, el capitalismo no se sostiene. Tal es el meollo de la cuestión en torno al genuino concepto de la palabra “libertad”.

 

El Estado Islámico no fabrica armas, pero las puede comprar a cambio del petróleo que subyace bajo el suelo que los dirigentes burgueses terroristas en Irak pisan hoy, y sobre el que esa gentuza campa por sus respetos, conquistado mediante las armas diseñadas, fabricadas y provistas por el gran capital imperialista. Ergo: cuando la “libertad” es un simple atributo de la propiedad privada que detenta cada cual, todo depende de la riqueza debidamente registrada que se ostenta, de modo tal que, desde esta perspectiva, es inevitable que unos seres humanos resulten ser más o menos “libres” que otros, según la magnitud de la propiedad que detentan, convertidos así, todos ellos, en bestias pardas. Tal como hoy se ha puesto, una vez más, en evidencia.  Porque:

<< ¿…en qué se distingue nuestra historia de la libertad de la historia de la libertad del jabalí, si sólo se halla en la selva?>>  (“En torno la crítica de la filosofía del derecho de Hegel  Cfr. Pp. 3)

 

          Así, tanto la igualdad como la fraternidad —en el sentido estrictamente humano de ambos términos— también resultan ser virtudes utópicas, quiméricas, imposibles. He aquí al descubierto el fiasco que desde julio de 1795, la burguesía internacional ha venido hipócritamente solapando, bajo el estúpido y estrecho sentimentalismo que despierta la música y la letra de “La Marsellesa”, en los ingenuos y sumisos ciudadanos franceses de a pie. Quienes por lo visto quieren seguir ignorando lo que es necesario saber, para poder llegar a ser realmente libres, iguales y fraternos, es decir, auténticos seres humanos. ¿Queremos capitalismo? Pues, ¡¡toma capitalismo!!

 

En este punto de nuestro escueto y comprensible relato, se impone finalmente volver a insistir en formular la siguiente pregunta: ¿Son compatibles los tres conceptos de “libertad”, “igualdad” y “fraternidad”, con el hecho de consagrar jurídica y políticamente la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio? TERMINANTEMENTE ¡¡NO!! Y el que afirme lo contrario, a ver cómo se las arregla para demostrarlo esgrimiendo pruebas tangibles, teóricas e históricas, a la luz de los hechos manifiestos brevemente sintetizados aquí.   

 

 

  

 

                   

         

 

          

           

        

         

         

   



[1] Fecha en la que Gorbachov puso en marcha su “perestroika” liquidando el PCUS, al mismo tiempo que convocó a elecciones parcialmente “pluralistas”. Y en mayo Boris Yeltsin —quien había sido expulsado del PCUS en 1987—, fue elegido presidente del Parlamento ruso. Desde esa posición de poder contrarrevolucionario, se impulsaron las medidas que precipitaron el fin de la Unión Soviética el 25 de diciembre de 1991, día en que la bandera roja soviética fue arriada en el Kremlin de Moscú, reemplazada por la rusa que ondea en la actualidad. Ver: http://www.nodo50.org/gpm/guerra2001/04.htm