06. Epílogo

         ¿Dónde radica la causa de semejante realidad desquiciada? En el secuestro y envilecimiento del concepto de libertad, por quienes detentan y se disputan el poder y la riqueza en el mundo, pugnando vanamente por ser unos más “libres” a costa de otros. Todos ellos sometidos por igual a los dictados de la ciega ley del valor capitalista. La misma dictadura que les obliga a la escandalosa manipulación semántica del verdadero significado que contiene la palabra libertad, íntimamente vinculada al género humano sin distinción de clases sociales ni jerarquías entre individuos de tales clases. Y al contrario, la mentirosa significación de esa palabra que ha venido envileciendo fácticamente la burguesía internacional, desde que se pudo sacudir los despojos del feudalismo, es la “libertad” del más acaudalado y poderoso. Una mezquina idea que la burguesía francesa también ha venido escondiendo detrás de la música y la letra de la Marsellesa, toda vez que se canta en ese país y el cualquier otra parte. En realidad, se  trata de la libertad de comercio y circulación de productos y capitales, sin límites de fronteras nacionales desde la más reciente “globalización”. En el caso que comentamos aquí, ha prevalecido la libertad del comercio con armas. Porque sin armas en una sociedad competitiva que se resuelve mediante guerras, no puede haber “libertad” desigual. Y sin “libertad” desigual basada en la propiedad desigual, el capitalismo no se sostiene. Tal es el meollo de la cuestión en torno al genuino concepto de la palabra “libertad”.

 

          El Estado Islámico no fabrica armas, pero las puede comprar a cambio del petróleo que subyace bajo el suelo que los dirigentes burgueses terroristas en Irak pisan hoy, y sobre el que esa gentuza campa por sus respetos, conquistado mediante las armas diseñadas, fabricadas y provistas por el gran capital imperialista. Ergo: cuando la “libertad” es un simple atributo de la propiedad privada que detenta cada cual, todo depende de la riqueza debidamente registrada que se ostenta, de modo tal que, desde esta perspectiva, es inevitable que unos seres humanos resulten ser más o menos “libres” que otros, según la magnitud de la propiedad que detentan, convertidos así, todos ellos, en bestias pardas. Tal como hoy se ha puesto, una vez más, en evidencia.  Porque:

<< ¿…en qué se distingue nuestra historia de la libertad de la historia de la libertad del jabalí, si sólo se halla en la selva?>>  (“En torno la crítica de la filosofía del derecho de Hegel  Cfr. Pp. 3)

 

          Así, tanto la igualdad como la fraternidad —en el sentido estrictamente humano de ambos términos— también resultan ser virtudes utópicas, quiméricas, imposibles. He aquí al descubierto el fiasco que desde julio de 1795, la burguesía internacional ha venido hipócritamente solapando, bajo el estúpido y estrecho sentimentalismo que despierta la música y la letra de “La Marsellesa”, en los ingenuos y sumisos ciudadanos franceses de a pie. Quienes por lo visto quieren seguir ignorando lo que es necesario saber, para poder llegar a ser realmente libres, iguales y fraternos, es decir, auténticos seres humanos. ¿Queremos capitalismo? Pues, ¡¡toma capitalismo!!

 

          En este punto de nuestro escueto y comprensible relato, se impone finalmente volver a insistir en formular la siguiente pregunta: ¿Son compatibles los tres conceptos de “libertad”, “igualdad” y “fraternidad”, con el hecho de consagrar jurídica y políticamente la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio? TERMINANTEMENTE ¡¡NO!! Y el que afirme lo contrario, a ver cómo se las arregla para demostrarlo esgrimiendo pruebas tangibles, teóricas e históricas, a la luz de los hechos manifiestos brevemente sintetizados aquí.

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