04. La Invasión norteamericano-británica
de Afganistán e Irak
<<Las
informaciones revelan las redes financieras desarrolladas desde hace
20 años mancomunadamente por las familias Bush y Ben Laden. Un mundo
oculto de comerciantes, traficantes de armas y drogas. Un mundo donde
se cruzan el banquero nazi Francois Genoud y antiguos directores de
la CIA y de los servicios secretos de Arabia Saudita. ¿No será que
esta llamada “Guerra contra el Terrorismo” oculta intereses
inimaginables?>>. (Thierry Meyssan: Red Voltaire 16/10/2001)
Ya hemos dicho en anteriores trabajos,
que las guerras en la más moderna sociedad de clases, siempre han sido un negocio. Esto es lo que el cineasta Michael
Moore
ha venido a demostrar en un importante documental. Y en efecto, según la
película basada en la novela del escritor Ray
Douglas Bradbury
titulada: “Fahrenheit 9/11”, se alude allí al grado de temperatura en que “la libertad de los pueblos arde”, es decir, que desaparece
consumida por el fuego de los intereses entre poderosos propietarios
particulares confabulados unos contra otros. Metáfora cuyo significado es, que
los capitalistas se han venido cagando sobre los conceptos de pueblo y patria:
<<A partir de ahí, la película da
pistas sobre las verdaderas “razones” que impulsaron al gobierno de Bush jr. para volver a invadir Afganistán en 2001 e Irak en 2003, acciones que,
según Moore, corresponden más a la protección de los intereses de las
petroleras norteamericanas (especialmente “Arbusto Oil Co”) que al deseo de liberar a los
respectivos pueblos o evitar potenciales amenazas. El documental insinúa
que la (segunda) guerra con
Afganistán no tuvo como principal
objetivo capturar a los líderes de Al Qaeda
sino favorecer la construcción de un oleoducto, y que Irak no era en el momento
de la invasión una amenaza real para Estados Unidos, sino una fuente potencial
de beneficios para las empresas norteamericanas>>. https://es.wikipedia.org/wiki/Fahrenheit_9/11
(El subrayado y lo entre paréntesis
nuestros).
Y
efectivamente, en 2001, después de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos —que el gobierno
de este país bajo la presidencia de George W. Bush Jr. atribuyó cínicamente a terroristas
de Al Qaeda—, la OTAN
liderada por fuerzas estadounidenses y británicas invadió
Afganistán ejecutando la llamada Operación
Libertad Duradera,
como parte de la Guerra
contra el terrorismo declarada por el gobierno de Estados Unidos en ese
país. Lo hizo después de haber financiado el armamento usado allí por esos
mismos terroristas contra el Afganistán aliado de la ex URSS. El pretexto de la
invasión, esta vez, fue
capturar a su amigo Osama bin Laden y derrocar al régimen talibán que le había
proporcionado apoyo y refugio. La pragmática y oportunista Doctrina Bush de los Estados
Unidos, declaró que, como política, no distinguiría entre organizaciones
terroristas y naciones o gobiernos que les dan refugio.
Y dos años después, en 2003, aprovechando la
debilidad militar del Irak triunfante —pero arruinado a raíz de la guerra
contra Irán— y pretextando falsamente que su régimen poseía armas de
destrucción masiva, la coalición integrada esta vez por las fuerzas armadas de
los EE.UU. y Gran Bretaña —en menor medida apoyadas por España, Polonia y
Australia—, invadió Irak conocida por “operación nuevo amanecer”. La correlación
desigual de fuerzas determinó la rápida derrota de Irak, el derrocamiento de Sadam
Husein, su captura en diciembre de 2003 y su ejecución en diciembre de 2006. Pero
la coalición invasora que intentó establecer ahí un gobierno democrático, debió
enfrentase a una enconada resistencia militar de los distintos grupos étnicos
nacionales, que a su vez divididos entre sí desencadenaron la guerra civil
entre islamistas sunitas y
chiitas iraquíes. Las
estimaciones del número de muertos derivados de este emprendimiento —según las
distintas fuentes—, fluctuó entre más
de 150.000 y 1 millón de personas. Y en cuanto al costo de financiar esa guerra de ocupación, se
ha estimado en más de £ 4.500 millones (U$S 9.000 millones) para el Reino
Unido, y más de U$S 845.000 millones para los Estados Unidos.
Como consecuencia de la deriva en este proceso bélico-genocida
de dominio territorial de Irak por parte de la coalición anglo-norteamericana entre
2006 y 2013, desde junio de 2014 este país se convirtió en el escenario de una
guerra entre la coalición imperialista y la alianza de los yihadistas radicales
con los militantes
suníes leales a la antigua dictadura baazista de Sadam Husein, dando pábulo a lo que hoy —en el
ex territorio de Irak fraccionado—, se conoce por Daesh o Estado Islámico y su estrategia de expansión
territorial. Los terroristas empezaron atacando a la ciudad irakí de Samarra el día 5 de ese mes de junio de 2014. El 9 por la noche se apoderaron de Mosul
y el 11 de Tikrit. A fines de ese mes, el Estado Irakí había
perdido el control de toda su frontera occidental con Jordania y Siria,
inaugurando un califato que incluyó prematuramente
a Siria e Irak, donde Abu
Bakr al-Baghdadi
comandante del grupo yihadista radical, fue ungido “califa líder de todos los
musulmanes”, de modo que Irak pasó así a formar parte de la lista junto a otros
176, catalogados ese año como Estados
fallidos.
Así
las cosas, cabe afirmar hoy sin equívoco alguno, que la política ensayada
por el capital imperialista de apoyo al terrorismo islámico, para combatir
al nacionalismo árabe y así acabar apoderándose de Irak, derivó hacia la peligrosa
situación actual en el Medio y Cercano Oriente, hasta el punto de que, como
se ha visto, ya hizo pie en Europa. Tal es el resultado de aquella “libertad,
igualdad y fraternidad” consagrada por los filósofos de la Ilustración y proclamada
por la Revolución Francesa. Un embeleco que los pobres embaucados del mundo han venido aceptando, sin comprender
su verdadero significado. Desde 1789 hasta hoy, en que vinieron decidiendo
—tan estúpida como “democráticamente”— delegar
su inexistente voluntad política y con carácter vitalicio, en taimada
exclusividad a los más ricos. En contubernio, faltaría más, con los intelectuales
y políticos profesionales a su servicio para fines de dominio. ¿Qué libertad,
pues? La de los acaudalados empresarios comerciando sin fronteras en la hoy
conocida globalización. ¿Qué igualdad? La del intercambio entre cosas equivalentes.
¿Qué fraternidad? La que acabamos de exponer en este trabajo.
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