03. La guerra Irano-Iraki

 

          Cabe destacar aquí, la estrecha relación de intereses económicos y políticos entre la familia cristiana de los Bush y la islámica de los Bin Laden  desde 1968. Unos vínculos que se consolidaron, cuando sus respectivos descendientes: George W. Bush Jr. y Osama Bin Laden jr., crearon en 1977 la empresa “Arbusto Oil Co”. Tres años después, la misma sinrazón humana inducida por los intereses económicos que han hecho a la historia del capitalismo, durante la década de los ochenta ocurrió que los EE.UU. se vieran movidos a comprometerse en una nueva guerra. Esta vez  ahogando en sangre la revolución del mismo signo religioso islamista en Irán, cuyo líder político y militar fue el integrista Imán Jomeini. Y para esa finalidad, el capital imperialista liderado por EE.UU., utilizó los servicios del régimen irakí presidido por el déspota nacionalista árabe, Sadam Hussein. La coalición imperialista entre norteamericanos, ingleses y franceses que respaldó al régimen sunita y laico del partido Baaz en guerra contra Irán, temía por entonces al régimen talibán en ese país,  tal como hoy temen a los terroristas islámicos asentados en Irak.

 

El número de muertos en ambos bandos durante aquella confrontación entre Irán e Irak, fue de un millón. Y si bien las huestes dirigidas por Sadam Hussein resultaron victoriosas, a raíz de su gran esfuerzo bélico la economía de Irak quedó material y financieramente exhausta. Con un PBI que por entonces era de 66.000 millones de dólares a precios de mercado, Irak montó un ejército de más de un millón de hombres, cuyo mantenimiento le supuso un gasto de 15 mil millones de dólares anuales —casi el 23% de su PBI!—, a cuyas tropas no podía licenciar siquiera parcialmente mientras se mantuviera el estado de guerra con Irán. Sin el despliegue de esa fuerza militar reclutada entre la sociedad civil irakí, el proyecto nasserista que lideraba Sadam Hussein era prácticamente imposible. Pero, contradictoriamente, la presencia de semejantes fuerzas militares asociadas a un proyecto burgués nacional hegemónico en esa zona, resultaba y aún resulta into­lerable para el imperialismo, lo cual explica la actual guerra civil en Siria, un país de cuño nacionalista y laico dirigido unipersonalmente por ese otro nasserista como Saddam Hussein, llamado Bachar al Assad. Una guerra inducida y desatada por la misma coalición imperialista entre Francia, EE.UU. y Gran Bretaña.

 

          Y lo que ha pasado tras la guerra irano-iraki, es que Sadam Hussein propuso que el enorme costo de los servicios prestados por su país al sistema capitalista mundial —que ahogó en sangre la revolución iraní—, fuera compartido por el conjunto de la "comunidad internacional" aumentando el precio del petróleo. Y a esta proposición la coalición imperialista se negó, en común acuerdo de intereses económicos con sus fieles aliados musulmanes de Kuwait: los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. La intransigencia de esas tres potencias petroleras, ha sido una maniobra para provocar el conflicto político urdido por el imperialismo, con la finalidad de iniciar la cuenta atrás de una estrategia bélica de debilitamiento del potencial militar y de la influencia política del régimen nacionalista laico irakí, a fin de ponerle en el sitio que ocupaba antes de ser utilizado para desangrar la Revolución iraní. Desde la perspectiva de intereses del bloque político conformado por EE.UU., Francia e Inglaterra, el millón de muertos irakíes bien valió esa misa. Repitió la misma táctica que usó a principios de 1986, cuando en pleno apogeo de la guerra entre irán e Irak, Arabia Saudí hizo descender los precios del petróleo para debilitar la economía iraní, frenando su ofensiva que había iniciado con la toma del puerto de FAO —hasta ese momento en territorio Irakí— y posteriormente, en julio de 1987, para obligarle a reconocer y aceptar la resolución 598 de la ONU que le ordenó el alto el fuego con Irak. ¿Con qué otro propósito estratégico procedieron de esas tres potencias imperialistas aliadas, que no fuera el de acabar repartiéndose entre sus respectivas empresas privadas los segundos yacimientos petrolíferos más ricos del mundo bajo la superficie territorial de Irán e Irak en manos de sus respectivos estados nacionales?

 Esta política rapiñosa de la triple alianza imperialista entre Francia, EE.UU. e Inglaterra en torno a la guerra irano‑iraki, ha sido muy bien sintetizada por Henry Kissinger, cuando afirmó a principios de 1984, que la salida ideal para los EE.UU. sería ¡¡que perdieran los dos beligerantes!!, a lo que se hizo eco posteriormente el Ministro israelí de defensa Isaac Rabin, cuando declaró que “Israel aspira a que no haya un vencedor en esta guerra". Y el caso es que la cuenta atrás de esta estrategia, llegó al punto cero durante la entrevista entre la por entonces embajadora americana, April Glaspie acreditada en Bagdad y Sadam Hussein, el 25 de julio de 1990, en su momento publicada por la prensa occidental y cuyos pormenores fueron incluidos por Pierre Salinger y Eric Laurent en "El Dossier secreto de la guerra del Golfo". En esa entrevista Sadam Hussein dijo, entre otras cosas, lo siguiente:

<<Cuando una política planificada y deliberada supone la baja del precio del petróleo sin ninguna razón comercial, significa que otra guerra ha empezado contra Irak (...) Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos están a la cabeza de esta política. (...) Y para colmo, mientras nosotros estábamos en guerra, Kuwait empezó a extender su territorio a expensas de nosotros (se refiere a la utilización de los pozos petrolíferos de la zona fronteriza de Rumaylah en litigio). He leído las declaraciones americanas sobre sus amigos (alude a Los Emiratos y Kuwait) en esta región; evidentemente cada cual tiene derecho a elegir sus amigos. No tenemos nada que decir. Pero usted sabe que no fueron los americanos quienes defendieron a sus amigos en la guerra contra Irán. Y le aseguro que si los iraníes hubieran invadido la región, las tropas americanas no hubieran podido detenerles sin utilizar armas nucleares. (...) ¿Es esta la recompensa por haber asegurado la estabilidad en la región y por haberla protegido de una marea sin precedentes?>> (Op. Cit. Cap. IV)

 

Y tras referirse a las penalidades por las que atravesaba su pueblo, Sadam no se anduvo con precauciones diplomáticas y amenazó a EE.UU. con una ola de atentados terroristas, que podrían ser utilizados —a falta de pruebas fehacientes— como pretexto para una posible extensión del conflicto a Irak, a fin de acabar con el proyecto antiimperialista pequeñoburgués en ese país:

<<Ustedes pueden venir a Irak con misiles y aviones pero no presionen hasta el punto de que nos veamos obligados a dejar cualquier precaución.  Cuando vemos que se intenta herir nuestro orgullo y privarnos de una vida mejor, entonces dejamos de ser prudentes y la muerte será nuestra elección>> (Ibíd)

 

Seguidamente Sadam aludió a una próxima reunión con los Kuwaities, y que si se llegaba a un acuerdo satisfactorio para Irak, las cosas no irían a mayores,

 <<Pero si no somos capaces de encontrar una solución, será normal que Irak no acepte perecer>>. (Ibíd)

Ante lo que la embajadora pareció dar el visto bueno diciendo:

<<Usted tiene la exclusiva>> (Ibíd)

El 31 de julio, el subsecretario de Estado norteamericano para asuntos del Oriente Medio, fue al Capitolio para responder ante el Subcomité dedicado a este asunto, en una reunión que fue difundida exprofeso por la "BBC World Service" para que fuera escuchada en Bagdad. Allí se planteó el siguiente diálogo:

<<—Si, por ejemplo, Irak atraviesa la frontera de Kuwait, sea cual sea la razón, ¿cuál sería nuestra posición con respecto a la utilización de las fuerzas americanas?

—Esta es la clase de hipótesis en la que no puedo entrar. Baste decir que nos veríamos fuertemente afectados, pero no puedo aventurarme en el terreno del "si".

—En una circunstancia como ésta, sin embargo, ¿es correcto decir que no tenemos un tratado, un compromiso, que nos obligaría a comprometer a las fuerzas americanas?

—Exacto!>> (Ibíd).

 

De este modo, la embajadora norteamericana Glaspie y el subsecretario para asuntos del Oriente Medio, Kelly, trasmitieron engañosamente a Sadam Hussein la señal que podía traducirse en garantizarle la impunidad si eventualmente decidiera invadir Kuwait, sugiriendo que los EE.UU. no intervendrían. Y ya se sabe lo que pasó después que Sadam mordió ese anzuelo. No ha sido más que una sutil provocación con fines bélicos y geopolíticos precisos. Y en efecto, cuando el 02 de agosto de 1990 Saddam Husein decidió invadir Kuwait, las cosas no discurrieron tal y cómo Glaspie le había prometido. Posiblemente, la invasión de Kuwait por parte de Irak, estuviese relacionada en un principio con el petróleo, pero en realidad hubo más en esa decisión. Y es que en meses anteriores, ambos países habían tenido una serie de disputas; Irak alegaba que desde 1980, Kuwait había estado robándole petróleo desde su yacimiento de Rumaylah, situado bajo la superficie de ambos territorios. Por otra parte, Irak, que dependía del valor del combustible para pagar su deuda externa contraída en la guerra contra Irán (casi 40.000 millones de dólares, con intereses de 3.000 millones por año), se sentía afectado por la superproducción petrolífera de Kuwait y otros países del golfo, que al mantener barato el precio de ese insumo actuaban en perjuicio de los intereses de Irak. Además, otra posible causa de la invasión a Kuwait fue la necesidad iraquí de acceder al Golfo Pérsico desde su puerto de Umm Qasr, Segundo de Irak en escala de tamaño y bienes enviados al puerto de Basora. Es para Irak de importancia estratégica, ya que se encuentra en el borde occidental de la península de al-Faw, donde la desembocadura del canal de Shatt al Arab entra en el Golfo Pérsico. Está separada de la frontera de Kuwait por una pequeña ensenada. Antes de la Primera Guerra del Golfo Pérsico, el tráfico entre Kuwait e Irak discurrió sobre un puente.

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