02. El átomo-individuo según Demócrito y según Epicuro

 

         Alude usted al capítulo 07 de nuestro trabajo publicado en setiembre de 2009, donde hicimos hincapié en el valioso aporte de la filosofía de Epicuro a la humanidad, con su reivindicación de la libre individualidad frente a las rígidas y totalitarias leyes vigentes en las ciudades-Estado de la Grecia clásica, adelantándose así con 19 siglos de antelación, al empirismo inglés moderno de John Locke y David Hume. Decimos allí que al haber reivindicado la libertad creadora de cada una de las partes elementales de la sociedad, frente a la fatal necesidad del todo  político y religioso existente —que, durante la época que le tocó vivir se atribuyó a la naturaleza y a los dioses—, Epicuro demostró que la conciencia universal se va forjando a través de las crisis por las que necesariamente atraviesa la humanidad en la sociedad de clases, donde las grandes ideas que inspiran las acciones transformadoras del mundo, surgen durante esas crisis. Y con Marx recalcamos:

<<Esta reivindicación del individuo fue lo que alumbró en Epicuro la idea del "contrato social" como garantía de la seguridad individual, que posteriormente planteara Thomas Hobbes para evitar "la guerra de todos contra todos">>[1][2].

 

         Demócrito sólo reconoció en los átomos —cualquiera fuere su naturaleza específica— dos tipos de movimiento: la caída en línea recta y la repulsión según su distinto peso y extensión. Ante semejante propuesta, Epicuro pensó, al contrario, que si el espacio restringe relativizando de tal modo las distintas formas de manifestación de la materia, les niega su propia determinación formal específica, es decir, su libertad, razón por la cual anunció su rebelde alternativa, proponiendo que los átomos gravitan desviándose de la línea recta, en sentido más o menos oblicuo según su naturaleza particular específica. Y aquí es pertinente responder a esta pregunta: ¿Pueden comprenderse las diferencias de pensamiento entre estos dos filósofos de la naturaleza, desvinculadas de la respectiva realidad sociopolítica que les toco experimentar? 

 

         Y en este pasaje de la lectura que atraviesa el legado de Epicuro, Marx advierte que bajo tales condiciones restrictivas de su libertad, todo átomo de materia (homologado al concepto de individuo en cada tipo de sociedad clasista), es la negación no solo del vacío espacial que ocupa en lucha por emanciparse de su relativismo que le constriñe y limita, sino que se distingue de —y opone a— toda otra forma atómica de materia que ocupa su espacio correspondiente. Y de todo lo cual concluye: 

<<Así como el átomo se libera de su existencia relativa (condicionada por) —la línea recta— a medida que prescinde de ella y se separa de ella, así también toda la filosofía epicúrea se aleja del ser limitativo, en todo aquello en que el concepto de individualidad abstracta, la autonomía y la negación de todo vínculo con otra cosa, debe ser representada en su existencia>>. (K. Marx: Diferencia…” Segunda Parte I Pp. 31. Lo entre paréntesis nuestro)




         Esta tendencia del átomo a desviarse de la línea recta, en el sistema filosófico de Epicuro constituye el concepto de autoconciencia, según la cual esa nano-materia se auto-determina calificada como individualidad abstracta. Entendiendo aquí por individualidad —tanto la del átomo en la física como la del individuo en la sociedad— lo que cada cosa (y cada individuo) es distinguiéndose de las (los) demás. Y es abstracta en tanto que se desentiende de lo universal. Pero esta individualidad no obsta para que los átomos afines por naturaleza material específica se vinculen y los que no, se rechacen o repelen. Y esta repulsión está implícita en el concepto mismo del átomo en general intrínsecamente, es decir, respecto de si mismos:

<<…si yo me comporto conmigo mismo como con algo inmediatamente otro, el mío es un comportamiento material. [2]Es (ésta) la suprema exterioridad (como extrañamiento del propio yo) que puede ser pensada. En el rechazo de los átomos, su materialidad, que fue puesta por (Demócrito según) la caída en línea recta, y su determinación formal, que lo fue por (Epicuro según) la desviación, se reúnen (sin embargo) sintéticamente>>. (K. Marx: Op. cit. Pp. 34)

 

            La repulsión es, pues, una consecuencia del principio epicúreo de la declinación, donde el concepto de átomo como forma o esencia genérica, es decir, abstracta, deviene en sí mismo contradictorio con su materia específica en su existencia, de modo que así, resulte ser formalmente él mismo y su contrario. Tal como sucede con los sexos masculino y femenino, que no dejan de ser lo mismo por su esencial forma humana, pero al mismo tiempo distintos según su constitución física específica. Por tanto, para evitar esta extrañación de sí mismos, Epicuro propone que los átomos tienden a vincularse. De ahí, por ejemplo, el contrato de matrimonio:    

<<Así hallamos formas más concretas del rechazo empleadas por Epicuro: en materia económica, política, el contrato y, en materia social, la amistad, que él ha exaltado como lo supremo>>. (K. Marx: Op. cit Pp. 35).

 

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[1] Un contrato social que la burguesía falsificó. Porque si tal como Hobbes lo imaginara nadie puede quedarse con una sola partícula de libertad más que otro, sin que se desencadene la guerra de todos contra todos, ¿quién puede negar que las leyes del contrato social bajo el sistema capitalista han venido violando sistemáticamente ese principio de la libertad igual para todos? ¡¡Ahí está la historia de la creciente desigualdad en la distribución de la riqueza y el poder, las crisis económicas y las guerras, que dan una respuesta categórica y terminante a esta pregunta!! 

[2] En tal comportamiento anida el principio activo de la enajenación: el ser según otro de sí mismo que se identifica con él sometiéndose a su arbitrio. Esto es lo que pasa en la sociedad actual con el resultado del tramposo contrato de trabajo, según el cual el asalariado acepta trabajar sin contraprestación equivalente, durante la parte de la jornada de labor en que genera plusvalor o ganancia para el capitalista, demostrando así que el trabajo carece de valor, dado que solo se le reconoce a los medios de vida que reproducen la capacidad de trabajar, es decir, al salario.