Einstein convoca a la lucha por la emancipación humana universal.
Sin distinción de clases sociales
01¿Por
qué el socialismo?
Albert
Einstein: “Monthly Review”, Nueva
York, mayo de 1949.
¿Debe
quién no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el
socialismo? Por una serie de razones creo que sí.
Permítasenos
primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento
científico. Puede parecer que no hay diferencias metodológicas esenciales entre
la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir
leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para
hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea
posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El
descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil, porque
la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores
que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha
acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia
humana —como es bien sabido— ha sido influida y limitada en gran parte por
causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por
ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia debieron su
existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y
económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se
aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y
designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con
el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases
una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente
estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en
su comportamiento social.
Pero
la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos
superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó "la fase
depredadora" del desarrollo humano. Los hechos económicos observables
pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son
aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es
precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo
humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre
la sociedad socialista del futuro.
En
segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia,
sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los
seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos
fines. Pero los fines por si mismos son concebidos por personas con altos
ideales éticos y —si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos— son
adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma
semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.
Por
estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos
cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son
los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la
organización de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la
sociedad humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido
gravemente dañada. Es característico de tal situación que los individuos se
sientan indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al
que pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia
personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la
amenaza de otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la
existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización
supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi
visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: "¿por qué se opone usted tan
profundamente a la desaparición de la raza humana?"
Estoy
seguro que hace tan sólo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una
declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado
inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la
esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del
aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa?
¿Hay una salida?
Es
fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo
intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente de que
nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que
no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.
El
ser humano es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario,
procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él,
para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades
naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus allegados,
para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar
sus condiciones de vida. Solamente la existencia de éstos diferentes, y
frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del ser
humano, su combinación específica determina el grado con el cual un individuo
puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la
sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en
lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente
emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se
encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que
crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares
de comportamiento. El concepto abstracto "sociedad" significa para el
ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con
sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El
individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él
depende tanto de la sociedad —en su existencia física, intelectual, y emocional—
que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es
la "sociedad" la que provee al hombre de alimento, hogar,
herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento y la mayoría del
contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las
realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se
ocultan detrás de la pequeña palabra "sociedad".
Es
evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un
hecho que no puede ser suprimido —exactamente como en el caso de las hormigas y
de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las
abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle por los instintos
hereditarios, en cambio el patrón social y las correlaciones de los seres
humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer
combinaciones, el regalo de la comunicación oral ha hecho posible progresos
entre los seres humanos que son dictados por necesidades biológicas. Tales
progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la
literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de
arte. Esto explica que, en cierto sentido, el ser humano puede influir en su
vida y el pensamiento consciente y los deseos pueden jugar un papel en este
proceso. El ser humano adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una
constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo
los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además,
durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad
con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta
constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que
determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la
sociedad, tal como la antropología moderna nos ha enseñado con la investigación
comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social
de los seres humanos en una y otra cultura puede diferenciarse grandemente,
dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización
que predominan en cada sociedad. Es en esto en lo que los que se están
esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los
seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse
o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.
Si
nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del ser
humano deben ser cambiadas para hacer la vida en sociedad tan satisfactoria
como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay
ciertas condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la
naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos,
inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos
siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones
relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su
existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente
productivo son absolutamente necesarios. Los tiempos —que, mirando hacia atrás,
parecen tan idílicos— en los que individuos o grupos relativamente pequeños
podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es sólo una leve
exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad
planetaria de producción y consumo.
Ahora
he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye
la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del
individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su
dependencia de la sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho
positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que
amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra
parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están
acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por
naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos,
cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de
deterioro. Los presos a sabiendas de su propio egoísmo (no los presos en las cárceles, sino los que sobreviven
supuestamente “libres” pero cautivos de ese egoísmo: GPM), se sienten inseguros,
solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. (Por
consiguiente, deben comprender que: GPM)
El ser humano sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como
es, dedicándose a la sociedad. (Pero no a ésta: GPM)
La anarquía
económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la
verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de
productores que se están esforzando incesantemente (despojados por circunstancias que no controlan: GPM) privados de los frutos de su trabajo colectivo —no por la fuerza, sino
en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas. A este
respecto, es importante señalar que los medios de producción —es decir, la
capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo
tanto como el capital adicional— puede legalmente ser, y en su mayor parte es,
propiedad privada de particulares.
En aras
de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré "trabajadores" a
todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción —aunque
esto no corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios
de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador.
Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se
convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es
la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos
medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es
"libre", lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor
real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la
demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de
trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en
teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su
producto.
El
capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la
competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico
y el aumento de la división del trabajo, animan la formación de unidades de
producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este
proceso es una oligarquía del capital privado, cuyo enorme poder no se puede
controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de
forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos
son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o
influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los
propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia
es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses
de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo las
condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan,
directa o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa,
radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de
los casos absolutamente imposible para el ciudadano individual, obtener
conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.
La
situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del
capital, está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la
producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen
de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo
es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este
sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas
políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo
mejorada de "contrato de trabajo libre" para ciertas categorías de
trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia
mucho de capitalismo "puro". La producción está orientada hacia el
beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad
y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un
"ejército de parados". El trabajador está constantemente atemorizado
con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no
proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está
restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico
produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo
para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre
capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la
utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La
competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a ése
amputar la conciencia social de los individuos que mencioné antes.
Considero
esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema
educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva
exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como
preparación para su carrera futura.
Estoy
convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males, el
establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo
orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción
son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una
economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la
comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para
trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación
del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría
desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres
en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra
sociedad actual.
Sin
embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía
socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa
esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar
algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible,
con una centralización de gran envergadura del poder político y económico,
evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden
estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso
democrático al poder de la burocracia?
Albert Einstein.
02. El concepto de sociedad libre de explotadores y
burócratas
La respuesta a estos dos interrogantes planteados por Einstein
al final de este trascendental manifiesto político, fue legada por Lenin a la posteridad
desde su lecho de muerte, y que según parece ha pasado inadvertida para
Einstein. Se trata de una herencia revolucionaria malograda, que los más
destacados biógrafos de ese gran estadista difundieron fielmente para escarnio
de todos los déspotas burocráticos soviéticos que han envilecido a esa democracia
revolucionaria en la URSS hasta desbaratarla. Y uno de esos biógrafos de Lenin
ha sido Moshe Lewin en su obra titulada: “El último combate de Lenin”. Un combate agónico librado precisamente contra esa
maldita lacra burocrática remanente
del zarismo, que subrepticia e imperceptiblemente arraigó en el espíritu de
algunos “bolcheviques”, convertidos en verdaderos déspotas oportunistas ávidos
de poder personal, quienes finalmente consiguieron imponer esa lacra en la
flamante República federada soviética desde
la muerte de Lenin del 24 de enero de 1924. Este ha sido el tema que nos ha
ocupado para redactar el próximo capítulo 18 de nuestro trabajo que vamos
publicando por entregas titulado: “Marxismo
y stalinismo a la luz de la historia”. Una herencia revolucionaria que con su inteligencia científica y
riguroso sentido humanitario, Einstein ha tenido el valor moral y político de arriesgarse
a exaltar púbicamente en 1949. La misma que nosotros hemos querido hacer nuestra
proponiendo el siguiente programa político:
1)
Expropiación de todas las grandes y medianas empresas privadas industriales,
comerciales y de servicios, sin compensación alguna.
2)
Cierre y desaparición de la Bolsa de Valores.
3)
Control obrero colectivo permanente y democrático de la
producción y de la contabilidad en todas las empresas,
garantizando la transparencia informativa en los medios de difusión,
para el pleno y universal conocimiento de la verdad en todo momento y en
todos los ámbitos de la vida social.
4)
El que no trabaja no come.
5)
De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.
6)
Régimen político de gobierno basado en la democracia directa, donde los
más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas por
distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según el método de
representación proporcional, sean revocables en cualquier momento de la
misma forma.
Y conste que para concretar tal
propósito programático no se trata sin más de formar células de milicias
civiles clandestinas, con vistas a formar un cuerpo de ejército que se proponga
acabar derrocando al sistema capitalista por la fuerza de las armas. Para
vencer se trata antes de convencer con la verdad, actuando a la luz del día
para unificar la voluntad política de las mayorías sociales
asalariadas, en torno a los fundamentos científicos humanitarios de un programa
político, que logre conjugar el verbo hacer en la primera
persona del plural. De esto se trata para empezar y nada más que de esto, que
no es poco. Y para eso hay que vencer la estrechez del individualismo
inculcado por la burguesía a través de generaciones enteras, y reivindicar el concepto
de comunidad solidaria como condición ineludible de
existencia de individuos nobles. Tal como lo ha señalado Einstein en su
manifiesto. Porque es el carácter específico de la sociedad lo
que hace al carácter de los individuos y no al revés:
<<….la personalidad que finalmente emerge
(en cada
individuo) está determinada en gran
parte por el ambiente en el cual se encuentra durante su desarrollo, por la estructura
de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su
valoración (ética y moral imperante en esa sociedad) de los tipos particulares de
comportamiento. El concepto abstracto "sociedad" significa para el
ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con
sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El
individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él
depende tanto de la sociedad —en su existencia física, intelectual, y emocional—
que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad.
Es la "sociedad" la que provee al hombre de alimento, hogar,
herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento y la mayoría del
contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las
realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se
ocultan detrás de la pequeña palabra "sociedad">>. (Op.
Cit. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro).
He aquí la importancia
decisiva del concepto “sociedad”. Pero tipos de sociedades desde los tiempos
más remotos hubo muchas y está claro que debieran conocerse. Sobre todo los
tipos de sociedad estructuradas desde los tiempos en que se dividieron
en clases sociales, dominantes y dominadas, donde como ha dicho Einstein “la
existencia física, intelectual y emocional” de las clases dominadas
estuvo determinada por la expresa voluntad política de las clases
dominantes propietarias de la tierra. Como en el esclavismo y el
feudalismo. Aquellas dos sociedades no dejaron de ser dominadas por los terratenientes
y los mercaderes.
¿Ha cambiado esto en la
actual sociedad capitalista? Esencialmente No. Lo que ha cambiado en cierto
sentido “cultural” ha sido la forma en que las clases dominantes
bajo el capitalismo determinan el comportamiento de las clases subalternas de
condición asalariada. Bajo el esclavismo y el feudalismo predominó la fuerza.
Bajo el capitalismo “democrático” pasó normalmente a predominar la disuasión a
instancias de los aparatos ideológicos del sistema y sus medios de información,
públicos y privados, donde la violencia es el recurso político periódico
excepcional de última instancia. Pero esencia social y política de
la más moderna clase dominante desde la Revolución Francesa hasta nuestros
días, sigue siendo del mismo carácter despótico que bajo el esclavismo y el
feudalismo. Es la dictadura del capital que la burguesía ejerce permanentemente
bajo el disfraz de la “democracia”:
<<El carácter
distintivo específico de todo “buen” empresario, viene determinado no precisamente por su capacidad de innovar en
la producción, sino por su astucia en sacar el más ventajoso resultado
económico de cada negocio. Habida cuenta de que astucia es sinónimo de
sagacidad, treta o artimaña, es decir, habilidad para engañar y al mismo tiempo
impedir ser engañado. Es el arte de la simulación tradicionalmente
representada en los ofidios, que aparecen en el símbolo del comercio desde los
tiempos en que los excedentes económicos al consumo y el uso de la moneda,
difundieron el intercambio dentro ya de la sociedad dividida en clases
sociales, a partir de la etapa esclavista griega en los siglos V y IV antes de
Cristo, que dieron pábulo a la posibilidad del intercambio desigual,
donde aparecen confrontadas las dos partes constitutivas en cada trato
mercantil, con distintos intereses en competencia unos con otros, y donde una
de las partes trata de medrar en perjuicio de la otra. Tal como puede verse a
las dos serpientes enroscadas en el Báculo de Hermes:
Esta
representación eminentemente tramposa, ventajista y criminal de las relaciones
sociales, contrasta con la más arcaica que le precedió durante el llamado
“comunismo primitivo”, donde prevaleció la colaboración en el trabajo colectivo
y el simple trueque de mercancías entre distintas comunidades, basado en la
equidad y la justicia distributiva, cultura económica que luego volvió
fugazmente a florecer entre los Incas del Perú durante los siglos XV y XVI. La
distinción entre estas dos formas de comportamiento social, fueron las que
indujeron en Marx y Engels a sentenciar que:
“El
capitalismo es la sociedad del engaño y el pillaje mutuo” (“Manifiesto Comunista” Febrero de 1848)>>. Cfr.:
Y dado que la eficacia de
toda simulación y engaño se basa en el llamado “secreto comercial” que en la
sociedad capitalista es un derecho humano legitimado el caso
es que entre los secretos mejor guardados de los capitalistas desde los tiempos
de la “Ilustración”, destaca la preocupación por embellecer la realidad del
capitalismo, utilizando la llamada “democracia representativa” que
divide, dispersa y anula la voluntad de tal modo delegada
durante las elecciones periódicas por las
clases subalternas —en su inmensa mayoría de condición asalariada—, entre diversas
opciones político-partidarias de izquierda, derecha y centro—, aparentemente
distintas pero todas ellas esencialmente conservadoras del mismo
sistema de vida explotador y corrupto. Así es cómo los burgueses han conseguido
mantenerse indefinidamente en el poder como clase dominante, actualizando
la más remota máxima de dividir la fuerza de la clase mayoritaria subalterna
para reducirla a su mínima expresión política y así dominarla mejor. Un método
tan eficaz en los antiguos tiempos romanos del emperador Julio César, como en la
más moderna Francia del corso Napoleón.
Pero desde que todas estas
astucias políticas fueran ventiladas por
Marx y Engels corriendo el Siglo XIX, antes de que Einstein pusiera sus pies
sobre territorio norteamericano en 1932 John
Edgar Hoover
a cargo en ese momento del FBI, ya sabía que aquél judío-alemán era comunista
y en Europa había sido miembro de organizaciones comunistas. Así que para poder
expulsarlo del país Hoover inició sobre él una investigación exhaustiva. En el año 2000
el periodista Fred Jerome —autor de “El expediente Einstein”, tras hurgar en los archivos del FBI—, pudo
comprobar que ese servicio secreto estuvo a punto de deportar a Einstein; de
hecho el senador Joseph McCarthy, presidente del comité de
actividades antiamericanas del Congreso, le puso el mote de “enemigo de
América”. Y hasta el momento de su muerte no dejó de recaer sobre él la
sospecha de haber sido un espía de Stalin. Pero nunca se pudo aportar la más mínima prueba de ello.
No han podido con él y aquí está hoy entre
nosotros más vivo que nunca después de su muerte, para escarnio de todos los
explotadores y sus lacayos: esa caterva cómplice de políticos, jueces, fiscales
y demás altos cargos advenedizos a su servicio, ocupando alternativamente las
distintas instituciones estatales de todos los países en el decadente Mundo
actual, casi a punto ya de derrumbarse. Aunque sin nombrarlos, Einstein acabó coincidiendo
con Marx, Engels y Lenin, en que para alcanzar el rigor epistemológico, tanto
en las ciencias naturales como en las sociales, es necesario asumir que la
verdad de la realidad no está en el sujeto humano según lo que percibe a través
de los cinco sentidos, sino en la naturaleza intrínseca de esa realidad, que se
oculta debajo de esa apariencia, que es el presupuesto del conocimiento pero no
su condición suficiente; por tanto, el sujeto humano solo con su pensamiento puede
descubrir la esencia de esa
realidad, su razón de ser, que mientras
tanto permanece oculta tras la engañosa percepción sensible:
<<La materia prima sensorial, la única fuente de
nuestro conocimiento, puede llevarnos, por hábito, a la fe y a la esperanza,
pero no al conocimiento, y todavía menos a la captación de las relaciones
expresables en forma de leyes>> (A. Einstein: “Mis creencias”. Pp. 8. Año 1944: “La
teoría del conocimiento de Bertrand Russell”).
Este aserto es científicamente válido tanto en la física y en la química como en la sociedad. Por lo tanto, el riguroso conocimiento de esas materias a través del pensamiento, es la condición de que los seres humanos puedan incidir —para bien y para mal— sobre la realidad. Y tal parece que así fue cómo Einstein se fue acercando al materialismo dialéctico marxista, tras haber abrazado desde 1896 la filosofía política de la Socialdemocracia tradicional, a la que abandonó tras haber leído “Materialismo y empiriocriticismo”, obra escrita entre enero y octubre de 1908, donde Lenin desmontó las teorías subjetivistas empíricas, místicas y oscurantistas de Ernst Mach y Richard Avenarius.
Esta misma concepción marxista del conocimiento
científico es la que los capitalistas en la actual etapa postrera del
sistema, han asimilado y la vienen usando para convertir las fuerzas de la
naturaleza en armas destructivas y letales para la población mundial, tal como
lo hemos expuesto en el capítulo 05
de nuestro trabajo inmediatamente anterior titulado: “Los secretos mejor guardados de la
burguesía van saliendo a la luz pública”. Y en este cometido
de la crítica radical a las supercherías del pensamiento único burgués, sigue con
nosotros el compañero Albert junto a Marx, Engels y Lenin, sin haber disparado
un solo tiro en su vida contra sus semejantes. Haciendo el mayor daño póstumo
que sea posible hacerle a este sistema de vida corrupto y genocida, aportando
su sabio, valiente y heroico compromiso ideológico y político con el futuro de
la humanidad que nunca le olvidará.
Mucha tinta está corriendo últimamente
acerca de que el físico-matemático Einstein fue más y peor que un plagiario y
un impostor. Porque no solo se le ha venido acusando en los últimos tiempos de haberse
atribuido sin mérito alguno que lo justifique, la teoría de la relatividad
especial. No hay lacra moral que sus detractores hayan olvidado arrojar sobre
su persona, como así concluye, por ejemplo, uno de ellos que acaba su alegato
imputándole haber sido:
<<….un gris funcionario
de una oficina de patentes, donde hacía sobre todo peritajes de
aparatos eléctricos, por eso todas las ideas del efecto fotoeléctrico las copió
de patentes de ideas como la de Heinrich Hertz y
otros autores que llegaban a la oficina.
En definitiva, el hombre que el “Sistema oficial” nos presenta como el más sabio de la
historia de la humanidad, era un mugriento, un tramposo, un mal estudiante
repetidor y copión, que se licenció con 4,91 de puntaje, un estafador
científico, un maltratador de mujeres, un adúltero, un mal padre y mal marido,
uno de los promotores de la bomba nuclear, un espía a favor de la URSS, un
perseguido durante algunos años por el FBI, un oportunista con cuatro
nacionalidades, un violinista frustrado y un doctorando
al que rechazaron tres tesis doctorales ("¡estoy harto nunca seré doctor!", escribía a sus amigos en
1903). Y por si esto fuera poco, tardó 5 años en hacer una tesis de 29 páginas
con todo copiado de otros autores.
Einstein fue todo un montaje político, mediático y
científico y hasta estos últimos años casi nadie se ocupó de comprobar que
había detrás del enlatado mito del "genio" despeinado y con la mirada
perdida. Einstein fue la mayor estafa científica de la
historia y es hora que el mundo lo sepa>>:http://programacontactoconlacreacion.blogspot.com.es/2012/04/einstein-el-mas-grande-plagiario-de-la.html.
Como acabamos de explicar, Einstein fue un revolucionario socialista confeso al menos desde 1949, cuando publicó su alegato en la “Monthly Review”. Sin embargo, desde que
falleció corriendo ya el año 1955 en medio de la euforia económica expansiva
tras la descomunal destrucción de riqueza creada y el genocidio provocados por
la Segunda Guerra Mundial, el “sistema oficial” capitalista que salió fortalecido de aquella barbarie bélica —cuando Mr. Marshall se
paseaba repartiendo millones de dólares americanos por la Europa devastada en
plena reconstrucción— tampoco tuvo reparos en elevar a ese judío-alemán hasta las
más altas cotas de prestigio científico y popularidad. Porque las más
prometedoras perspectivas económicas así lo permitían.
Pero ahora, en medio de la
crisis
económica terminal más larga y
profunda de toda su historia, este mismo “Sistema oficial” —a instancias de sus
más fieles colaboradores—, tal parece que quiere derribar a Einstein lo más rápidamente
posible de ese pedestal, degradando su autoridad científica, moral y
política hasta verla enterrada
cuanto antes bajo toneladas de lodo y estiércol propagandístico
político-literario, como es el caso que acabamos de citar. ¿Por qué será?
03.
El engañoso juego de la división de poderes en el Estado y en los medios de
comunicación
Las dos contingencias
históricas comparativas a las que acabamos de aludir, entre la salida de la recesión
desde los años treinta a instancias de la Segunda Guerra Mundial, y la actual
crisis que todavía no se sabe con certeza en qué derivará, nos trae a colación
el papel que han venido jugando en la sociedad civil capitalista los medios de comunicación de masas. En su mayoría son empresas de servicios. Y así como en el Planeta cada
Estado Nacional está dividido en los tres distintos poderes constituyentes: ejecutivo,
legislativo y judicial —cada cual con sus propias competencias aunque
transversalmente atravesados por el capital privado—, asimismo las empresas al
servicio de la comunicación de masas también se dividen según el medio a través del cual difunden su información, ya sea sobre papel, por radio o por televisión, este último combinando la información con diversas formas de
entretenimiento que da forma a la llamada cultura del espectáculo. Pero estas
empresas también están divididas tácticamente según su distinta filiación política característica o distintiva, ya sea de izquierda, de derecha o de centro, teniendo cada una de ellas por referente ideológico y político táctico
a los partidos políticos que representan. Y desde esas —en apariencia—
“distintas” filiaciones compiten entre sí por alcanzar la máxima representación
e influencia en las instituciones estatales de cada país.
Siguiendo este
razonamiento y si como es cierto que toda táctica es el medio instrumental a través del cual se persigue una finalidad o estrategia, pues dado que la estrategia particular de cualquier
empresa privada consiste en competir con las demás para maximizar sus ganancias en el mercado, de aquí se deduce, lógicamente, que todas ellas coinciden
en la tarea general de contribuir al sostenimiento de la estrategia política común
conservadora del sistema mercantil capitalista. Y como es ésta exactamente la misma estrategia fundamental o de primer orden que persiguen las demás empresas comerciales, industriales y de
servicios en general —junto a los
tres poderes constitutivos del Estado en cada país—, resulta que así las cosas,
cabe concluir que las minorías sociales dirigentes en todas estas instituciones —públicas y privadas— participan de algún
modo en las ganancias que naturalmente obtienen explotando el trabajo que
aportan a la sociedad las mayorías asalariadas que no dirigen nada, sino que al contrario y por el ya conocido “artículo 33”, delegan el
poder político en esas minorías consensualmente representadas.
Pues bien, a esta oligarquía que ejerce el poder político tanto desde los aparatos ideológicos del Estado como a través de los medios privados y públicos masivos de comunicación se le llama “democracia”. O sea, la democracia de las minorías sociales
explotadoras y de los políticos, jueces y fiscales corruptos a su servicio, tal
como ya es imposible ocultarlo. Y es que la crisis se va llevando por delante toda
esta inmundicia ideológica metida en la cabeza de los asalariados. Y nosotros
contribuimos a esa saludable extirpación de buen grado, para que por encima de
cualquier oculto privilegio predomine por fin la justicia distributiva del ser humano
genérico, sin distinción de clases
sociales.
04. Lo que todo asalariado
debiera saber y difundir….
…en lugar de limitarse a envilecer su espíritu con los estúpidos jueguitos electrónicos de los móviles, las
drogas y la industria del espectáculo…
Salario real y salario relativo
El salario real es el sueldo en metálico que perciben
mensualmente los empleados, dividido por la suma de los precios que conforman
la canasta familiar. Y la participación de ese salario en el reparto de la
riqueza, es inversamente proporcional a la plusvalía que mes a mes acumulan los
capitalistas; de lo cual resulta el llamado salario relativo. El límite mínimo que el capitalista
debe invertir en salarios, está determinado por el mínimo histórico de los
medios de vida que cada obrero necesita diariamente, para reproducir la fuerza de trabajo
que gasta durante cada jornada de labor —en condiciones de uso productivo óptimo—
así como para el mantenimiento de su prole. Necesidades que varían en cada
momento y lugar. En cuanto al límite
máximo del salario, también está objetivamente
determinado, ya que cualquier aumento salarial sólo es posible, en
tanto y cuanto no disminuya la masa de ganancia hasta un punto, en que a los
capitalistas no les resulte redituable y se vean obligados a desinvertir en
salarios generando paro.
Dicho esto con más precisión la cosa
se explica así: el incremento de los salarios
reales encuentra su límite máximo, en el mínimo plusvalor que garantiza
la rentabilidad del capital invertido por los patronos capitalistas, mientras
que el mínimo salario relativo
está determinado por el costo laboral de obtener el mayor rendimiento del
trabajo. Entre estos dos límites queda fijado el campo de la lucha entre las dos clases sociales
universales por la participación en la productividad del trabajo y la riqueza
resultante dentro del sistema
capitalista. Teniendo en cuenta todos estos elementos, comprobaremos siguiendo
a Marx, que durante cada jornada de labor, el valor retribuido de la fuerza de
trabajo y la plusvalía, fluctúan dentro de unos márgenes estrictamente acotados que no dependen de la voluntad de
nadie. Si al analizar esta realidad nos salimos de tales márgenes, estaremos
violando ilusoriamente las leyes objetivas
del sistema capitalista, de modo que los resultados a que lleguemos serán
engañosos, totalmente faltos de veracidad científica.
Un procedimiento para aumentar la
plusvalía capitalista, consiste en extender la jornada de labor haciendo
trabajar al obrero en cada jornada durante más tiempo, a cambio del mismo
salario. A esta forma de aumentar la producción de plusvalía se la denomina plusvalía absoluta, porque crece
respecto de sí misma, independientemente del tiempo de trabajo que crea valor equivalente
al salario. Dicho de otra forma, consiste en trabajar más tiempo a cambio del
mismo salario. En la etapa infantil o
temprana del capitalismo, bajo condiciones en que el desarrollo técnico
y la productividad del trabajo aumentaban lentamente, los noveles patronos capitalistas
sólo podían aumentar sus ganancias haciendo trabajar a sus empleados durante
más horas, o bien aumentando el número de éstos, es decir, que el incremento de
la plusvalía total se conseguía como consecuencia de la extensión de la jornada total
colectiva de los asalariados.
Pero a partir de determinado
momento, según fue avanzando el
progreso científico técnico inducido por la competencia
intercapitalista incorporado a los medios de trabajo, se hizo posible, también,
la aplicación de métodos no ya extensivos sino intensivos para aumentar la producción de plusvalía,
consiguiendo que el trabajo del obrero produzca más valor en la misma unidad de tiempo utilizando
más eficaces y costosos medios de producción. A esto Marx le llamó plusvalía relativa.
El progreso de las fuerzas
productivas —su mayor eficacia— tiene, pues su fundamento, en utilizar más
eficaces medios técnicos para conseguir que la fuerza de trabajo colectiva produzca
más riqueza o valor por unidad de tiempo o, lo que es lo mismo, que cada
operario mueva más medios de trabajo simultáneamente. Pero tal proceso no tiene
su origen en el ámbito de la producción sino en el mercado, donde los
capitalistas compiten ofreciendo sus productos en términos de costes, calidad y
precios, cada uno procurando para sí acaparar una cuota parte mayor en el
reparto del plusvalor global producido. Un fenómeno que tiene su efecto en la
productividad del trabajo y se traduce en un descenso del valor incorporado a cada unidad de mercancía creada,
ya que ese valor está determinado por el tiempo de trabajo socialmente
necesario para producirla[1].
Una de las consecuencias de la mayor productividad del trabajo, es que las
mercancías que cada asalariado necesita para vivir se obtengan en cada vez menos
tiempo y se abaraten sin perjuicio de su calidad, de lo cual resulta que la
fuerza de su trabajo se desvalorice en igual medida que los medios de vida
necesarios para reproducirla y, por tanto, la ganancia de los patronos aumente.
Este método descrito hasta aquí llamado plusvalía
relativa, es uno de los dos procedimientos determinados por el sistema
capitalista para aumentar la ganancia y, por tanto el capital global en
funciones.
Bajo estas condiciones proyectadas a
todas las ramas de la industria, el poder adquisitivo de los salarios tiende a aumentar
porque las mercancías que componen la canasta familiar de los asalariados también
se abaratan. Y dado que estamos hablando del capital global y de precios
promedio, si los salarios nominales se mantuvieran constantes sin otra
contrapartida que les afecte, el progreso en la productividad del trabajo
beneficiaría exclusivamente a los asalariados. Pero como no estamos en el
socialismo sino en el capitalismo, los capitalistas presionan con el paro
derivado del progreso técnico que expulsa
mano de obra sustituida por medios de producción eficaces, lo cual determina
que un cada vez menor número
de operarios pongan en movimiento un mayor número de ellos. El resultado de
esta movida es que la sustitución de mano de obra por maquinaria crea un exceso de oferta en el mercado
de trabajo, presionando a la baja el precio de los salarios, hasta
alcanzar el mínimo posible, al
mismo tiempo que aumenta el ritmo del trabajo impuesto en las fábricas por la
más acelerada cadencia de la maquinaria entre una operación y la siguiente, y
así hasta lograr que el gasto en
trabajo físico y mental del obrero, alcance el límite máximo posible de rendimiento al menor coste, de lo
cual resulta que los capitalistas reditúan el máximo posible de plusvalor. En
estos términos entre el capital y el trabajo sigue planteada la lucha económica de clases en
nuestros días.
La lógica impulsora del desarrollo técnico bajo el
capitalismo, consiste, pues, en utilizar sucesivamente más eficaces medios de producción de modo tal que aumente la
productividad del trabajo y se abarate el valor del salario, es decir la parte pagada de la jornada total
del obrero. Así, una parte cada vez
mayor de la jornada de labor diaria se dedica a producir plusvalor que se apropian los
capitalistas, a cambio de un salario cada vez más reducido sin perjuicio de su
poder adquisitivo. Cuando Marx hablaba de la depauperación del
proletariado, implícitamente se estaba refiriendo a que el salario relativo, es decir, la relación existente entre lo
recibido por cada obrero en concepto de salarios y la totalidad del valor
incorporado a las mercancías creadas por él mismo en cada jornada de labor completa, disminuye a medida que
aumenta la eficacia productiva de su trabajo:
<<El
punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el
trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el
contrato de trabajo es "libre", lo que el trabajador recibe (en
concepto de salario) está determinado no
por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades
mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en
relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar (con medios
más eficaces y a ritmos cada vez más rápidos). Es importante entender que incluso en teoría el salario del
trabajador no está determinado por el valor de su producto (sino por el
mínimo que él y su familia necesitan para vivir. Y a semejante situación tiende
objetivamente el capitalismo a instancias de la ley del valor)>>. (A. Einstein: “Por qué el socialismo”. El subrayado y
lo entre paréntesis nuestro).
Este pasaje de la obra de Einstein da pie para suponer
que probablemente haya leído la parte de los “Grundrisse” (Fundamentos) que Marx escribió entre 1857 y 1858, donde demuestra matemáticamente la
tendencia al derrumbe económico del capitalismo como consecuencia del incesante desarrollo
tecnológico que deja sin sentido de
oportunidad la conversión de salario en plusvalor. Una simple tendencia que no se puede
consumar sin la intervención política
revolucionaria del proletariado. Cfr. con la versión castellana editada por Siglo XXI en Tomo I Cuaderno III Pp.
168 a 172
Sintetizando ese trabajo de Marx, decir que para
una mejor comprensión de lo expuesto hasta aquí, podríamos representar la
jornada de labor en un segmento, donde, por ejemplo, la mitad represente al
tiempo de trabajo de cada jornada equivalente al salario diario[2],
y la otra mitad al tiempo de trabajo
excedente o plusvalía. Si como consecuencia de una mayor productividad
del trabajo lo mínimo que el obrero necesita para vivir se obtiene en un menor
tiempo de trabajo necesario, la consecuencia inevitable será que crezca la
parte de cada jornada en la que el asalariado crea plusvalía que se apropian
los patronos. Así, la plusvalía aumenta respecto al trabajo equivalente al
salario. Por eso Marx la denominó plusvalía
relativa, porque según aumenta la productividad crece más respecto al
trabajo equivalente al salario, es decir, aumenta a expensas de él. Aun cuando
el poder adquisitivo del salario se mantenga constante, a raíz de que la
productividad del trabajo también abarata en la misma proporción las mercancías
que conforman la canasta familiar del obrero. Donde el aumento de la plusvalía relativa —basada en la mayor
intensidad del trabajo— no excluye a la plusvalía absoluta, basada en la
extensión de la jornada de labor; pudiendo hasta cierto punto aplicarse
las dos simultáneamente al mismo proceso productivo[3].
En fin, que al aumentar la plusvalía aumenta la tasa de explotación, aunque el salario
del obrero conserve el mismo poder adquisitivo.
Históricamente el salario real
o poder adquisitivo de la fuerza de trabajo, ha ido en aumento, es decir que la
canasta básica fue creciendo
paulatinamente. El capital ha cumplido una función progresiva en la medida que
ha posibilitado la tendencia al aumento del salario real, aunque paradójicamente el salario relativo haya disminuido. Esto ha sido factible
gracias a que el aumento en la plusvalía relativa posibilitó al capital
compartir con la clase obrera una porción del segmento abatido por el aumento
en la productividad del trabajo, siempre que ese reparto sea compatible con la
tasa de ganancia. Así, el incremento de los salarios reales encuentra su límite
máximo, en el mínimo plusvalor que deja de justificar la inversión de capital
para producirlo, mientras que el máximo plusvalor encuentra su límite, en el
deterioro físico del obrero que malogra la productividad potencial contenida en
los medios de trabajo. Entre estos dos límites queda fijado el campo de la lucha
por la participación en la productividad del trabajo entre las dos clases
sociales del sistema capitalista.
En una situación con tendencia
sostenida al alza en la tasa de ganancia, la inversión en capital fijo y
circulante aumenta, el paro remite ante la consecuente mayor oferta de empleo y
el capital está —aunque no predispuesto— sí en condiciones económicas de ceder
mejoras a los trabajadores, una participación en el progreso de la fuerza
productiva del trabajo. En tales circunstancias, esas mejoras se vuelven
realmente posibles dentro del sistema. Aun cuando no de modo automático o
mecánico, esta situación objetiva acaba por trasladarse al plano subjetivo, en
las empresas y en los sindicatos; los asalariados se ven estimulados a luchar
por mejorar su salario relativo y sus demandas se traducen así necesariamente
en conquistas: El salario relativo de los trabajadores aumenta históricamente
(por encima de los niveles anteriores, porque el desarrollo de la fuerza
productiva lo permite) aun cuando lógicamente menos que la ganancia del
capital.
En el punto más alto de la fase
expansiva, e inmediatamente después de la crisis, cuando la economía
capitalista entra en la onda de crecimiento lento y buena parte del capital
adicional comienza a ser expulsado de la producción porque la ganancia prevista
no compensa su inversión. Es entonces
cuando el paro aumenta en la misma proporción en que el crecimiento de la
inversión se retrae. Es el momento en que la patronal inicia su ofensiva sobre
las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados, que así inevitablemente
pierden las conquistas logradas con sus luchas durante la fase anterior de
crecimiento acelerado. El descenso de la tasa de ganancia y la consecuente desinversión
productiva en medios técnicos y fuerza de trabajo—, provocan un exceso de
oferta neta de todos los componentes del capital, incluida la fuerza de
trabajo, que así se desvalorizan, al tiempo que el crecimiento del paro favorece la super-explotación del trabajo y el consecuente incremento
del plusvalor por la vía no ya del
aumento en la productividad sino del descenso de los salarios reales y el correspondiente deterioro de su poder adquisitivo,
es decir, la pauperización absoluta
de los asalariados. Así las cosas y como resultado de todos estos movimientos, la
tasa de ganancia comienza a aumentar y el proceso
de acumulación de capital inicia un nuevo ciclo periódico en su fase de recuperación, con una mayor capacidad técnica incorporada
a los medios de producción que al
inicio del ciclo periódico anterior. O sea, con una composición orgánica más alta como relación económica entre la inversión dineraria
en medios técnicos y la masa de operarios contratada; relación de valor que no deja de aumentar como
condición del incremento en la productividad del trabajo. Lo cual determina que
el plusvalor aumente cada vez menos respecto de los costes de producirlo en
todas las ramas de la industria. O sea que la Tasa General de Ganancia como
relación entre los ingresos en ganancias y los costes de producirla disminuye, reproduciendo
así las mismas condiciones que conducen a nuevas crisis.
Así, según esta deriva del sistema
evoluciona entre sucesivos ciclos (de crisis, depresión, recuperación y
expansión), llega un momento en este proceso, donde la acumulación del capital
global alcanza su máximo grado, es decir, el fenómeno que Henryk
Grossmann dio en
llamar “sobresaturación de capital”; una situación a la que se llega cuando la
productividad técnica contenida en los medios de producción movidos por el
trabajo humano contratado, agota
la magnitud del salario colectivo
para los fines de su conversión en plusvalor.
En este trance las dificultades de la burguesía para continuar el proceso de
acumulación de capital apelando al progreso técnico se acrecientan, dado que el
límite físico de la jornada
laboral media —que naturalmente no puede sobrepasar las 24 horas de cada día— a
medida que el progreso de las fuerzas
productivas determina el aumento en la composición técnica y orgánica
del capital[4].
Esto supone que el número de asalariados
empleados desciende cada vez más respecto de los medios
técnicos que pone en movimiento, de modo tal que así, el aumento del plusvalor
relativo tiende a ser también cada
vez menor, porque crece a expensas de una magnitud fija que es la jornada de labor.
Dicho de otra forma: según el progreso técnico se va
incorporando al mayor volumen
de medios de producción movilizados por un cada
vez menor número de asalariados, el margen de ganancia posible bajo tales condiciones se ve inevitablemente reducido y
cada vez más, con tendencia objetiva a provocar el colapso del sistema:
<<Una vez que se ha visto
claro en estas interconexiones internas, cualquier creencia teórica en la
necesidad peramente de las condiciones existentes se derrumba ante el colapso
práctico. Las clases dominantes, pues, tiene así en este caso un interés absoluto
en perpetuar esta confusión y esta vacuidad de ideas. De otro modo ¿por qué se
les pagaría a estos sicofantes charlatanes, que no tienen más
argumento científico que el afirmar que en Economía Políticas está
terminantemente prohibido pensar?>>
Los actuales “catedráticos” en
economía aplicada que medran viviendo de lo que viven, deben saber a qué
sicofantes charlatanes se refirió Marx en este pasaje de su carta a Ludwig
Kugelmann el 11 de julio de 1868. Y recordar que en este contexto del
pensamiento de Marx, estamos hablando no de capitales particulares sino del capital social global. Así, de
lo anterior se deduce que para recuperar la tasa de ganancia según se pasa de
la fase depresiva de un ciclo de los negocios a la recuperación en el
siguiente, el precio de la fuerza de trabajo debe descender cada vez más por
debajo de los niveles históricos de su valor, con tendencia a alcanzar el
mínimo de subsistencia. Dicho de otro modo, entre el nivel salarial alcanzado
en el punto más alto de cada fase expansiva y el nivel más bajo que corresponde
a la fase depresiva inmediatamente antes de iniciada la recuperación del ciclo siguiente,
esa diferencia en pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores debe ser
sucesivamente creciente.
Todo esto significa, como acabamos
de ver, que teniendo en cuenta estos
dos límites mencionados del salario relativo máximo y mínimo,
el progresivo aumento de la relación entre lo que se invierte en materias
primas, materias auxiliares, maquinaria etc., es decir, medios de producción (MP), respecto de lo invertido en salarios o
fuerza de trabajo (FT), queda objetivamente determinado por
el correlativo incremento cada vez
más menguante del plusvalor con tendencia objetiva al cero absoluto. Situación
que acontece cuando toda la
producción se automatiza[5].
Así, la acumulación de capital que se procesa convirtiendo salario en
plusvalor, tiene que llegar necesariamente
a un punto, en el que no puede proseguir sin anular la participación del
trabajo en la productividad, es decir, que el salario real tiene que reducirse necesariamente hasta el
mínimo histórico del salario relativo, entendido como la participación de los
trabajadores en el producto de su trabajo que exceda al mínimo físico de
subsistencia. Llegado a este punto, el capital deja de cumplir la función
progresiva que justifica a la burguesía como condición de clase dominante. Porque
el salario deja de ser la fuente del plusvalor que es la razón de ser de los
capitalistas.
En síntesis, según avanza el proceso
histórico de la acumulación capitalista, para salir de cada depresión los
ataques del capital sobre las condiciones de existencia de los asalariados
deben ser cada vez más formidables, y el salario relativo cada vez menor, al
tiempo que mayor la intensidad y, eventualmente, la extensión del tiempo al que
son sometidos en el trabajo. La prueba está en que durante los últimos treinta
años, las condiciones de vida y de trabajo del proletariado mundial respecto de
las condiciones de vida de la burguesía, no han hecho más que deteriorarse, lo cual
ha venido determinado por la cada vez más desigual participación relativa del
proletariado en el reparto de la riqueza.
Ahora bien, los ataques de la
burguesía en la fase depresiva de cada ciclo periódico, no se producen de forma
brusca y brutal, sino paulatina; las vueltas de tuerca que la patronal ejecuta
sobre la tasa de explotación se extienden en el tiempo según se reconstruye el
ejército industrial de reserva (paro) que regula el nivel de los salarios, en
este caso siempre a la baja, así hasta que el salario relativo desciende —según
aumenta el paro— hasta alcanzar la medida que provoca un descenso en los salarios reales, o cambio
cualitativo cada vez más a la baja en las condiciones de vida de los trabajadores.
Esa medida llega a su límite bajo
condiciones pacíficas, cuando los trabajadores se niegan a seguir aceptando recortes en las condiciones de
vida y de trabajo, y la patronal no
puede evitar imponerlas, porque el insuficiente nivel de la tasa de ganancia
le obliga a ello. En tales circunstancias, esas luchas económicas defensivas se
trasladan inmediatamente del terreno económico al terreno político, en tanto
esa disputa por el salario relativo —como bien decía Rosa
Luxemburgo— constituye
objetivamente un "asalto subversivo
al carácter mercantil de la fuerza de trabajo" (Marx). En tales
circunstancias, estas luchas configuran una perspectiva con vistas a una
inevitable situación revolucionaria. Esta perspectiva es la que estuvo a la
orden del día en numerosos países imperialistas y dependientes durante la
década de los setenta y ochenta, tras el comienzo, en 1968, de la onda larga
depresiva que siguió a la expansión de posguerra, y que la burguesía no acaba
de superar todavía.
Desde principios del siglo pasado y como consecuencia de una
acumulación de contradicciones de tal magnitud, en donde la cantidad muta en
cualidad, el proceso de centralización del capital global ha dado paso a la
fusión del capital industrial con el bancario, apareciendo el capital
financiero, que se
caracteriza por la exportación de capital sobrante en los países más desarrollados, y
su consiguiente internacionalización[6].
Si a esto unimos que las crisis cíclicas del sistema cada vez son más
recurrentes y comprometen un capital cada vez mayor, las dificultades para
superar las crisis son crecientes, de ahí que el salario real sufra un ataque
sin precedentes en la historia, englobando en este concepto al salario
indirecto (servicios sociales, estado del bienestar, etc. y al salario diferido
(pensiones, invalidez, subsidio de desempleo etc.).
Además de las referencias que aparecen en este
trabajo, nosotros hemos tratado de todas estas cuestiones en los documentos
publicados cuyas direcciones electrónicas son:
http://www.nodo50.org/gpm/plusvalia/00.htm
http://www.nodo50.org/gpm/plusvalia/04.htm
http://www.nodo50.org/gpm/ff_pp_tasa_ganancia/00.htm
http://www.nodo50.org/gpm/decadencia/12.htm
http://www.nodo50.org/gpm/arglc/02.htm
[1] "El tiempo de trabajo socialmente
necesario es el requerido para producir un valor de uso cualquiera, en las
condiciones normales de producción vigentes en una sociedad y con el grado
social medio de destreza e intensidad del trabajo". (K. Marx: "El Capital" Libro I cap. I)
En el capitalismo, el tiempo de trabajo necesario viene dado por el grado de
destreza e intensidad a que producen los capitales que realizan la ganancia
media, que es el promedio de la masa de plusvalor creada por cada capitalista
en relación con el capital invertido. Los capitales que producen y venden una
determinada mercancía a un tiempo por encima de ese promedio, esto es, con un
capital relativamente menor y un bajo grado de destreza e intensidad, pero a
mayores costes, crearán, por tanto, más plusvalor por unidad de capital
empleado y obtendrán una ganancia relativamente mayor. Esto generará un
movimiento de los capitales hacia esa rama de la industria, hasta que la oferta
colme la demanda, lo cual presionará los precios a la baja, haciendo descender
el nivel de la ganancia en esas empresas de baja productividad relativa, que a
través del nivel de precios promedio determinado por el mercado, si quieren
vender sus productos esas empresas deben ceder parte del plusvalor creado por
ellas, en favor de las que producen a costes y precios de producción más bajos.
El tiempo de trabajo al que producen las empresas cuyos precios de producción
(costes más plusvalor) están al nivel promedio, será el tiempo de trabajo
socialmente necesario. Y la relación entre el plusvalor y el capital invertido
en esas empresas, será la tasa de ganancia media.
[2] "Necesario", porque es el tiempo
de trabajo cuya expresión de valor comprende lo que el asalariado necesita para
reproducir su fuerza de trabajo en condiciones óptimas de uso.
[3] Aunque la relación entre extensión de la
jornada e intensidad del trabajo, tiene un límite físico infranqueable fijado
por la naturaleza humana, es decir por
la contradicción entre ambas formas de explotación, que se manifiesta en
un menor rendimiento y/o en los accidentes de trabajo, lo cual se ve negativamente
reflejado en los mayores costos que redundan en detrimento de las ganancias.
[4] El progreso en la composición técnica
del capital se mide por el mayor volumen de medios materiales movidos por un
cada vez menor número de operarios. La composición orgánica queda
definida por el correspondiente valor económico de ambos factores de la
producción.
[5] Por ejemplo: http://blogthinkbig.com/los-robots-invaden-la-cocina/.
[6] No pocos teóricos marxistas han sentado doctrina afirmando que el principio activo de la exportación de capitales está en la búsqueda de mayores beneficios según la diferencia entre la tasa de ganancia del país de origen y las mayores tasas de ganancia en el extranjero. Bujarin, que impugnó la teoría del derrumbe, fue uno de ellos. Siendo que la exportación de capital es el fundamento del imperialismo, si se sostiene que no existe una presión objetiva para ello y que, por tanto, no es un corolario de la "Ley general de la acumulación capitalista", entonces, como bien dice Grossmann, "no se puede hablar de una base económica del imperialismo", de una teoría científica de ese fenómeno. Lo que no pueden explicar estos teóricos, es por qué el fenómeno de la exportación de capitales en busca de aplicación productiva estable -esto es, no bajo la modalidad transitoria del "enclave" para la extracción de materias primas con destino al país de origen, o para la construcción de infraestructuras con el mismo fin, sino para la producción de plusvalor- no se produjo con carácter regular y generalizado hasta las primeras décadas del siglo pasado. Lo que han omitido estos teóricos, es el concepto marxiano de la "sobreacumulación absoluta" de capital, que surge de los ciclos periódicos de renovación del capital fijo, y que está en la lógica de la sobresaturación de capital. Cfr: http://www.nodo50.org/gpm/crisis/00.htm, donde, siguiendo a Grossmann, se muestra que la acumulación en los países más adelantados llega a un punto en que la masa de capital global crece más que el exigido por la composición orgánica media vigente que ese país puede admitir. Tal es la base económica de la exportación de capitales en la etapa tardía del capitalismo, donde el movimiento de los capitales, como el ejército de reserva y demás categorías de la economía política, están férreamente determinados por la "Ley general de la acumulación capitalista" Cfr.: http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/23.htm.