Por el camino hacia la emancipación social del ser humano genérico.

<< ¡Hay que dar vuelta el viento como la taba, el que no cambia todo, no cambia nada! >>. “Triunfo Agrario”. Alfredo Zitarrosa. En homenaje a su vida y obras. A la sabiduría que puso en el canto sencillo y directo de todas sus alegorías: G.PM.

 

01. Introducción

 

        Hemos venido, con Marx, insistiendo en esta moraleja del poeta cantautor, desde 1997. Ahora vamos a ratificar aquí brevemente la exigencia que tarda en cumplirse, destapando la sustancia putrefacta del sistema capitalista, según lo sucedido en España tras el estallido en 2007 de la última crisis económica mundial, que tuvo por escenario a los EE.UU. y cuya consecuente recesión todavía no ha podido ser superada.

 

        El martes 11 de mayo de 2010 por la mañana, el Presidente norteamericano Barack Obama ordenó concertar una comunicación telefónica con el por entonces Presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, pretextando interesarse por el estado de salud del ex Rey Juan Carlos Primero, quien acababa de ser sometido a una intervención quirúrgica. En realidad, el interés de Obama surgió a raíz de lo que Zapatero había conversado tres días antes con el vicepresidente Joe Biden, acerca de la necesidad o no de reformar el sistema financiero internacional, tema que se tenía previsto abordar en la próxima reunión del G-20 que tuvo lugar ese mismo año el 26 y 27 de junio en Toronto, cuyo tema de discusión giró en torno a las decisiones políticas para estimular la recuperación económica, con vistas a superar políticamente la recesión todavía hoy en curso.

 

        En noviembre de 2008, el gobierno del P.S.O.E. había puesto en marcha el espectacular llamado “Plan E” que movilizó más de 50.000 millones de Euros destinados a inversión pública, para absorber el paro que estaba generando el capital privado, por falta de rentabilidad suficiente. Siguiendo la teoría anti cíclica de Keynes, Zapatero trató de emular la política económica del Gobierno de Roosevelt en los EE.UU. tras el estallido de la gran crisis mundial en 1929, para “fomentar el empleo” y la “modernización de la economía”. Y a propósito de tal episodio histórico, hay que recordar aquí que aquél dispendio de 480 mil millones de Dólares para financiar la inversión pública en obras de infraestructura, ayuda a los bancos y subsidio a los parados, acabó en 1934 generando la quiebra presupuestaria y el impago de la deuda interna del país. Una situación insostenible, que ni siquiera pudo ser superada mediante la política de convertir la industria civil en industria de guerra entre 1937 y 1941, exportando material bélico a los países beligerantes que preparaban la Segunda Guerra Mundial.  Hoy la deuda pública que pesa sobre los norteamericanos, supera los 17,8 billones de dólares, de modo que teniendo en cuenta el actual salario medio en ese país, para poder pagarla sus asalariados deberían trabajar sólo para eso, como si fueran autómatas, durante 398 millones de años. Éste es el legado que dejó Lord Keynes con su teoría de la “demanda agregada”.       

 

        Es fácil comprender la preocupación de Obama por lo que la delegación española pudiera proponer en ese cónclave, teniendo en cuenta lo que Zapatero había dicho en agosto de 2007, como aquello de que “España está a salvo de la crisis financiera”, o ese otro exabrupto con el que se superó a sí mismo en su mediocridad intelectual el 14 de enero de 2008, sentenciando que “La crisis es una falacia, puro catastrofismo”. Llegando al colmo de su irracionalidad política el 10 de setiembre de 2009, al proclamar que: “el gobierno ha situado a España en la Champions League de las economías del mundo”. Pero lo cierto es que, al momento de sostener esa conversación telefónica con Obama, la semiparálisis del sistema económico en los países de la cadena imperialista —uno de cuyos eslabones más débiles sin duda es España— la recesión ya se había trasladado a los distintos aparatos de sus respectivos Estados nacionales, convertida en una crisis presupuestaria cuyos déficits fiscales crecientes, amenazaban peligrosamente con paralizar su funcionamiento por carencia de fondos líquidos, afectando a sus más importantes instituciones ministeriales, como es el caso de las que hacen a los servicios de salud, educación, dependencia y hasta el propio régimen jubilatorio.

                                   

        Bajo tales circunstancias, el cinismo de este falsificador profesional de la realidad llegó a ser, por entonces, efectivamente de campeonato. Presumía de ser su gobierno un garante del Estado del Bienestar, al mismo tiempo que decidía por decreto congelar los ingresos a 6 millones de pensionistas, alargando la jubilación a los 67 años. Suprimió la retroactividad de las prestaciones por dependencia y los 2.500 Euros del “cheque-bebé”. Recortó el presupuesto de los Ayuntamientos y Comunidades Autónomas. Abarató los despidos propiciando un descenso general de salarios por la vía de los contratos a tiempo parcial. Precisamente por esos días de mayo, comenzamos nosotros la redacción del trabajo publicado en julio bajo el título: “Nueva fase de la crisis mundial: del salvataje bancario a la bancarrota fiscal”, donde contribuimos a poner en evidencia el decadente sistema capitalista de vida y la necesidad de acabar con él.  

 

02. La soberbia genocida del “Dios” capital y sus modernos sacerdotes

 

        ¿Qué le sugirió el yanky Barack Obama al despistado español Zapatero en esa conversación  ante tales circunstancias? Lo resumió en seis palabras: “Hay que calmar a los mercados”. Como si los actuales gobernantes de los países fueran aquellos sacerdotes del antiguo Egipto al servicio de los Faraones, quienes al desconocer las causas de fenómenos naturales como los movimientos telúricos y climáticos, atribuían la sabiduría y el poder a esas fuerzas destructivas que consideraban dioses, a los que rendían culto celebrando pomposos ceremoniales, ofreciéndoles en sacrificio vidas humanas creyendo que así lograban sosegar sus furiosas embestidas.

 

        La función de un sacerdote mitológico. Tal es el papel que se sintió representando Barack Obama en el teatro de la crisis norteamericana, cuando le largó aquél mensaje telefónico a Zapatero. Y para preservar las “bondades” del sistema, entendió que se imponía sacrificar a cientos si no a miles de millones de personas en el Planeta, inconscientes de su propia situación, convirtiéndoles así en víctimas propicias de esa liturgia genocida; ya sea por múltiples hambrunas en los países más pobres; ya sea en el resto de naciones de desarrollo medio y alto, a raíz de las más diversas consecuencias derivadas de la crisis, lanzadas de tal modo al holocausto del paro, la miseria, la inseguridad social y la muerte prematura, por enfermedades curables —somáticas y psicosomáticas— a quienes se les negó la preceptiva atención medica; conflictos familiares y laborales, infinidad de crímenes, suicidios y muertes masivas por accidentes de diversa índole, perdida de riqueza material y vidas humanas por catástrofes supuestamente “naturales” y guerras deliberadamente provocadas. Toda esta destrucción material y desgracias sociales, típicas de cada recesión económica mundial periódica, se han vuelto a repetir en el Mundo desde que la crisis estallara en EE.UU. corriendo el mes de octubre de 2007.

 

        ¿En qué consistió la política financiera que acordaron adoptar en aquella reunión de Toronto los países del G.20 para salir de la recesión? En que como hiciera Roosevelt en 1933, se destinaron miles de millones para rescatar a los bancos, dejando a las mayorías sociales en manos del Dios de los mercados, para que a buena parte de ellos se los lleve al otro barrio, tras ser sometidos a los preceptivos tormentos que anuncian para millones de desgraciados, ese viaje a la nada sin retorno.        Así es cómo los políticos profesionales institucionalizados de hoy día, cumplen su función actuando engañosamente al servicio de los capitalistas. Emulando el mismo ceremonial macabro que cumplieron aquellos sumos sacerdotes egipcios al oficiar sus rituales de culto, en cuyos altares sacrificaban a cierto número de súbditos escogidos entre los sustratos más bajos de la sociedad, a modo de chivos expiatorios para calmar la ira de sus dioses; sin advertir que, en realidad, actuaban al servicio de sus respectivos monarcas parasitarios en el ejercicio del poder real. Pero con la diferencia de que las víctimas de aquellos sacrificios en Egipto no pasaban de ser unos pocos, mientras que las de hoy se cuentan por cientos si no miles de millones en el Mundo. Así está el “patio” bajo el capitalismo que, según se nos dice es “el mejor de los mundos posibles”.

 

        Pero hay más, porque cuando ante Zapatero empleó aquél mismo lenguaje místico de nuestros más primitivos antepasados, obviamente Barack Obama no creía que los mercados y el capital social en manos de los empresarios privados que dan vida al sistema en todas partes, fueran etéreos espíritus superiores. Sabía y sabe que son realidades muy tangibles y concretas. Y obrando de tal modo, también sabía perfectamente a qué y a quienes él mismo servía y sigue sirviendo. A diferencia de aquellos sacerdotes egipcios, este oportunista y pragmático afroamericano —como todos sus colegas de otros países en función de gobierno— es plenamente consciente de los intereses a los que verdaderamente representa y defiende.

 

03. Los trileros del capital con su truco del almendruco

 

        ¿Piensa Obama que la ganancia del capital en la sociedad civil surge de comprar más barato para vender más caro? Es muy probable. De tal observación se puede concluir en la verdad de que el capitalismo es —como bien dijeran Marx y Engels—, “la sociedad del engaño y el pillaje mutuo”. Pero de aquí en modo alguno cabe deducir, que esa sea la causa de la ganancia del capital global, incluyendo naturalmente a los pillos. Sencillamente porque así, lo que ellos ganan otros dejan de ganarlo. En este negocio de explotar trabajo ajeno, bajo condiciones normales unos capitalistas ganan más que otros, pero ninguno pierde. Por tanto, si se trata de calcular el monto de la ganancia total resultante que se traen entre manos unos capitalistas y otros, los únicos perdedores en su relación con todos ellos son los asalariados. Y en épocas de crisis, este aserto es tanto más evidente, al comprobar quienes son los sacrificados en el altar de “los mercados”. Según la consultoría Wealth-X and UBS, la riqueza de los multimillonarios en el Mundo desde 2009 se duplicó, alcanzando los 6,5 trillones de dólares en 2013: U$S 6.500.000.000.000.000.000. ¿De dónde pudo salir esa ganancia, si no del trabajo sustraído a los asalariados?  

 

        Así las cosas, está claro lo que Obama le quiso significar a su colega español con eso de que “hay que calmar a los mercados”, atribuyéndoles sin duda el papel de omnipotentes dioses en toda esta historia, a los que hay que seguir adorando. ¿Y qué hizo Zapatero? Pues, obedecer a ese sumo pontífice del Occidente capitalista, “por ser vos quien sois”. Y así fue cómo este obsecuente y “piadoso” socialdemócrata vallisoletano, decidió cumplir con el obligado ritual de purificar los pecados en España, sacrificando naturalmente a esa parte mayoritaria de los “pecadores” que, ¡faltaría más!, de hecho fueron los asalariados. Empezando por los empleados públicos a quienes por decreto les recortó un 5% de sus sueldos. Y los jubilados, a los que les congeló las pensiones.

 

        De lo mucho que todavía le quedaba por hacer al Dios capital según se profundizó la recesión en España, tal como se ha visto quedaron encargados disciplinadamente de tal ceremonia mitológica, los sacerdotes del ultraliberal Partido Popular, a cargo del siguiente gobierno de turno, presidido por el inefable registrador de la propiedad Mariano Rajoy, quien desde principios de 2012 se dedicó a santificar la miseria del paro que afectó a más de 6 millones de asalariados, abaratando el despido para que suban las ganancias de los empresarios a expensas de salarios más bajos y contratos de trabajo a tiempo parcial, medidas que simultaneó con el aumento de impuestos al consumo para evitar la bancarrota del Estado. La misma ceremonia que ofició el resto de los gobiernos de turno en toda la C.E.E. ¿Todo eso con qué finalidad última? Pues forzar a que los asalariados trabajen más tiempo de cada jornada por menos salario, si es que quieren ser empleados, al mismo tiempo que favorecían impositivamente a las grandes fortunas, tolerando los paraísos fiscales como rampa de lanzamiento y aterrizaje de sus capitales, en su ida y vuelta de sus incursiones especulativas parasitarias con materias primas varias. O sea, que como ha venido sucediendo invariablemente, los pagadores por excelencia de las crisis son los asalariados y en estas todavía estamos. A ver quién es el “listo” que pueda demostrar fehacientemente lo contrario.

 

04. La gran impostura histórica del capitalismo

 

        ¿En qué se ha quedado, pues, la “democracia” una vez más desde la Revolución francesa? En el simple hecho colectivo de votar periódicamente, que por eso en los últimos años se le ha dado en llamar “la fiesta de la democracia”. ¿Y después de la fiesta que? Pues, que comienza esa otra fiesta, pero sólo para los políticos electos, porque según reza en todos los preámbulos constitucionales  “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”. ¿Representantes de qué? Del capital. ¿Al servicio de quienes? De los capitalistas y de ellos mismos, sus sacerdotes, los políticos institucionalizados; incluyendo en ésta categoría social a jueces, fiscales y demás altos cargos de los tres poderes constituidos, tanto civiles como militares. Un lema públicamente inconfesable que, oculto en el subconsciente de todos ellos reza: “Yo no viene a la política más que para forrarme”.

 

        ¿Desde dónde? Desde esos tres poderes en apariencia “separados” pero en realidad transversalmente vinculados íntimamente con el capital, actuando como un cuarto poder que desde la sociedad civil incursiona cuando le place y prevalece sobre cada uno de los otros tres, induciendo a que los “representantes del pueblo” conviertan la cosa pública en cosa privada negociable, ya sea a título personal o eventualmente de grupo muy reducido, que así fungen según la ley mafiosa no escrita de la omertá. Y para tal fin está la íntima discrecionalidad que permiten los despachos oficiales en las dependencias del Estado, muy bien amueblados y alfombrados. Precisamente para que esos “representantes” de la voluntad popular puedan “negociar” cómodamente y en secreto contubernio con los propietarios del capital, el intercambio de favores; todos jugosamente redituables, naturalmente a expensas de la mayoría de ciudadanos de a pie tributarios al fisco.  

 

        Pero la fiesta de los representantes se acaba, cuando la crisis estalla y la consecuente recesión se lleva todo ese tinglado corrupto por delante, como una vez más la historia lo está confirmando. Sin embargo, la crisis política derivada de la recesión económica, lastra solo a unos cuantos “culpables” que se suman a la lista de los chivos expiatorios, dejando intangible al corruptor, es decir, al sistema que corrompe. De lo contrario la cosa no tendría gracia. Y para eso está la “justicia” hecha —y como no— a la medida exacta y precisa que penaliza exclusivamente conductas individuales. Todo gracias a los filósofos de la Ilustración, esos primigenios y providenciales sacerdotes por excelencia del capitalismo en su fase todavía incipiente, que se pensaron muy mucho y bien la engañapichanga de la “Democracia”, tomando las debidas precauciones.

 

        De aquí resulta un específico ejercicio del poder político real, totalmente impersonal, que no emana de los capitalistas ni del pueblo ni de sus “representantes”, sino de esa cosa llamada capital bajo la forma de dinero, con el que sus simples portadores-propietarios convierten a las instituciones estatales en una verdadera feria, donde los burgueses de todo pelaje acuden a comprar la voluntad política de tales “representantes”. De este modo, el concepto de pueblo —en apariencia entendido como poder soberano constituido en “sus” respectivos Estados nacionales—, trastoca su significado y todo el ordenamiento constitucional resulta ser un embeleco. Porque a instancias de los capitalistas se diluye hasta desaparecer fagocitado desde la sociedad civil por el capital, ese fetiche, esa cosa que bajo la forma de dinero en manos privadas, pasa a ejercer “de facto” el verdadero ejercicio del poder, tanto en la sociedad civil como en el Estado. He aquí el verdadero significado fetichista que se oculta en la locución pronunciada por Obama: “Hay que calmar a los mercados”.   

 

        ¿Por qué decimos “a instancias de los capitalistas”? Ellos mandan en todo el sentido de la palabra, dentro de sus respectivas empresas decidiendo en qué negocio invierten “su” capital, cómo fabrican sus productos, en qué cantidad y dónde los venden. Naturalmente con ganancias crecientes. Pero aquí se acaba su libre determinación. Porque desde el momento en que van al mercado y los ponen a la venta, no son ellos quienes deciden o mandan qué sucederá con su capital mercantil, sino ese otro ente objetivo e impersonal, esa cosa llamada mercado. Es allí, no en otro sitio sino precisamente allí, donde la mano invisible e intangible de la oferta y la demanda, pasa dictatorialmente a decidir sobre lo que ocurre, tanto en la sociedad civil como en sus correspondientes Estados nacionales. Y consecuentemente también decide lo que allí les sucede a los individuos, según su distinta condición social.

 

        Así es cómo se ha venido demostrando que, a la salida de cada depresión económica, la distribución de la riqueza entre capitalistas y asalariados sea cada vez más y más desigual. ¿De qué “libertad, igualdad y fraternidad” se nos ha venido hablando desde la Revolución Francesa? ¡¡Todo ha sido y sigue siendo, un gran timo envuelto en una farsa monumental!!  

 

05. La tarea todavía pendiente de los engañados

 

        El modo de producción capitalista no consiste en una sociedad de productores libres asociados en régimen de cooperación fraternal colectiva, que actúan racionalmente en función de sus necesidades sociales, sino al contrario. Se trata de millones de  individuos divididos y enfrentados entre países, y dentro de un mismo país entre empresas privadas, donde se dedican a capitalizar ganancia explotando trabajo ajeno. Para ello, ordenan a sus empleados que procedan a producir con total independencia de las demás empresas, pasando seguidamente a competir en el mercado, cada cual con arreglo a la magnitud de lo producido y al valor de sus productos. Allí la competencia inter-capitalista convierte esos valores particulares en precios de mercado —que Marx dio en llamar precios de producción— a instancias de lo cual resulta que cada empresa logra capitalizar una parte alícuota de la ganancia global producida, según la magnitud del capital con el que cada una de ellas participa en ese común negocio de explotar trabajo ajeno, dando forma a la Tasa General Promedio de Ganancia. 

  

        Ahora bien, si entendemos por libertad individual a la autodeterminación de cada sujeto, está claro que la libertad de cada asalariado acaba, cuando firma el contrato de trabajo y entrega su piel de trabajador, para que su respectivo patrón se la curta durante cada jornada de labor, mientras que la autodeterminación del burgués acaba recién cuando lleva su producto al mercado. Porque es allí donde los patronos de cada empresa ya no pueden decidir lo que cada una de ellas ganará finalmente. El mercado es, pues, una especie de cofradía práctica seglar en la que los capitalistas declinan su libertad, delegando en la oferta y la demanda el reparto de la ganancia global entre sus distintas empresas en cada país. Pero no solo delegan eso, sino el resultado del proceso de acumulación del capital global que, en virtud de esa misma anarquía de la producción —presidida por la ley económica del valor—, desemboca sin poder evitarlo en las crisis económicas periódicas.

 

        Es allí, pues, en los mercados, donde los capitalistas pierden su autodeterminación como sujetos. Pero, entonces, mientras los explotados sigamos tolerando semejante situación, el poder sigue sin ser social y ni siquiera personal, porque permanece cosificado en una sociedad humana totalmente enajenada, donde lo que pasa en ella y los que allí viven, no depende de los sujetos sino de una cosa semoviente, como es el caso de los instrumentos de producción y los medios de cambio (dinero) en sus respectivos mercados.

 

        ¿Por qué la burguesía se aquerenció al hecho de ser gobernada por semejante estado de cosas? También fue Marx quien respondió con total certeza científica a este interrogante, sentenciando que tanto a los capitalistas propietarios de los medios de producción y de cambio, como a sus eventuales y oportunos clientes —los distintos “representantes” políticos que se alternan en la tarea de representar la voluntad popular—, “esa enajenación les hace sentir bien”. (K. Marx 7-10 de agosto de 1844 en: "Glosas críticas al artículo: ‘El Rey de Prusia y la reforma social. Por un Prusiano’").

   

        Ergo, ¿resulta o no ser cierto, que la “democracia” es la dictadura de esa cosa llamada capital por mediación de los mercados? ¿Qué debemos hacer, pues, las víctimas de semejante enajenación humana? Si como es verdad —y así lo ha venido demostrando la historia— que desde sus orígenes la humanidad avanzó venciendo tantas dificultades, ¿por qué no deberá sernos posible hoy a las mayorías sociales que somos los asalariados en esta sociedad, alcanzar a subir un peldaño más en la escalera del progreso humano, emancipándonos y haciendo lo propio con los capitalistas, de la cada vez más insoportable locura de la cosificación, que sólo beneficia a cada vez menos individuos? That´s the question. 

 

        Dicho esto, no estaríamos cumpliendo con nuestro deber revolucionario si no apuntáramos con el dedo acusador, señalando a ese ejército de intelectuales “ad hoc” en todo el Mundo, adoctrinados por los diversos aparatos ideológicos del Estado capitalista, que se sienten muy bien viviendo alternativamente a sueldo y prebendas de las instituciones privadas y/o públicas del sistema, entrando y saliendo de ellas según la ocasión por la “puerta giratoria”. La misma cuyo uso ellos tanto critican a los políticos profesionales de la “casta”. Nos referimos a esos catedráticos de “economía aplicada”, quienes limitándose tácticamente a manifestarse del modo más solapado e hipócrita en defensa de los intereses inmediatos del asalariado, en realidad pugnan por preservar al todavía vigente sistema capitalista explotador y genocida en su conjunto.

 

        Estos señores consagran por igual a empresarios y asalariados. A los primeros porque crean puestos de trabajo; a los segundos porque son los creadores directos de la riqueza. Así es como rinden culto a la relación entre unos y otros, es decir, al capital, a la explotación capitalista, al sistema. ¡¡Para que perdure!! Coinciden con los burgueses liberales, en la tan conocida muletilla según la cual, el empresario capitalista es tan necesario como el obrero, porque genera empleo asalariado. Como si el acto de organizarse para el trabajo social —que nació con el comunismo primitivo—, no pudiera concebirse sin el “servicio” del moderno propietario privado del capital. Algo así como sostener el absurdo de que sin delincuentes no puede haber justicia, confundiendo el sustantivo justicia, que de por sí no induce a ningún delito, con el verbo “ajusticiar” que lo presupone, como es el caso de la corrupción política bajo el capitalismo. Y que no se nos venga a decir, invocando al stalinismo de raíz pequeñoburguesa socialdemócrata, que el socialismo revolucionario también corrompe. 

 

        Suelen afirmar los políticos, que “no todos son corruptos” y que “la mayoría de ellos no lo son”. Cierto. Pero mienten miserablemente al suponer que es mayoría se resiste a la tentación porque son honestos. El acto de corromper no está al alcance de todos los empresarios, de igual forma que tampoco el ser corrompido está disponible a todos los políticos. Como reza el muy selecto precepto bíblico: “Muchos serán los llamados y pocos los elegidos para entrar en el Reino de los cielos”. Todo depende de lo que le cuesta corromper al corruptor respecto del rédito que obtiene el corruptor. Esto por una parte. Pero por otra parte, también depende de la posibilidad real del corrupto para cumplir con la exigencia del corruptor, es decir, del lugar que ocupa en la escala jerárquica y del poder político que se lo permite. Y en este mercado, a los honestos, como a los diamantes, se los encuentra por debajo de los 4.000 metros de profundidad. Porque lo cierto es que, en todas las sociedades divididas en clases sociales, siempre se confirmó eso de que “la ocasión hace al ladrón”. Y en todas ellas, la corrupción política jamás empezó con el enriquecimiento ilícito, sino con la tergiversación de la verdad sobre la realidad en la conciencia colectiva, que así es doblegada por la conveniencia personal, lo cual dio pábulo al relativismo postmodernista, como así lo dejó dicho Ramón de Campoamor:

 <<En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que  se mira>>.

 

        Así, operando la misma inversión de la lógica racional en materia de derecho civil, en economía política los modernos sofistas al servicio del capitalismo, conciben la demanda de productos para el consumo, como la fuerza que mueve a la producción y no al revés. Como si fuera posible demandar efectivamente lo que todavía no existe. Y como si bajo el capitalismo la producción no estuviera presidida por el móvil de la ganancia. Siguiendo a Keynes, piensan de tal modo por el revés de la trama real, ninguneando a Marx, para poder sostener que las crisis económicas periódicas de superproducción de capital, se superan no desde la sociedad civil y por mediación de los mercados, es decir, desvalorizando el capital sobrante —bajo la forma de medios de producción y salarios— para que así aumente la tasa de ganancia (como relación entre ingresos y gastos), lo suficiente como para que justifique contablemente la recuperación de la inversión productiva.

 

        No. Este fundamento marxista ni lo mencionan. Aprovechan todos los medios de información y comunicación públicos y privados afines,  para difundir la especie de que las crisis se superan desde el “Estado democrático” mediante políticas económicas que incrementen los salarios y, por tanto, el consumo general que, según ellos, actúa como incentivo de la producción. En síntesis, que para estos “catedráticos” de medio pelo, el capitalismo es un sistema del bienestar general, que de no ser por los políticos  liberales de la derecha, puede ser tan perfectible y humanitario, como que, según ellos, las crisis no sólo se pueden superar, sino hasta suprimir; o sea, que al sistema se lo puede reformar políticamente, de modo que produzca “sine die” con arreglo al consumo humano en general, convirtiéndolo en algo parecido a lo que el profeta cristiano Isaías se imaginó del paraíso terrenal. Todo muy bucólico:

<<Habitará el lobo con el cordero y el leopardo se acostará con el cabrito. Y comerán juntos el becerro y el león. Y un niño pequeño los pastoreará>> (Cap. 11 versículo 6)     

 

        Ya lo hemos dicho y volvemos a insistir en ello aquí, porque sigue siendo necesario: Toda corrupción política persigue una inconfesable finalidad económica. Pero su condición de existencia es la previa corrupción ideológica que la justifica. Y esta verdad señala tanto a la corrupta ideología de la derecha liberal conservadora, como a la que sostienen los líderes al “mando” del cotarro reformista. Ambos igualmente poseídos por el espíritu del capitalismo, demuestran en todo lo que dicen su desprecio por la verdad científica.

 

        Pugnan porque no cambie el viento ni que se de vuelta la taba de su suerte. Por eso no polemizan con Marx. Simplemente lo boicotean por la cuenta que les trae. La expresión  ganancia del capital está prohibida en su vocabulario. Su holgada condición relativa en esta sociedad, les induce a profesar el arte del escamoteo en materia de ideas sobre la realidad, tales como que los explotados podamos tener intereses políticos estratégicos propios, naturalmente contrarios a los de nuestros explotadores. Unos intereses que tienden e inducen, a la tarea de acabar para siempre con la maldita distribución clasista cada vez más desigual de la riqueza, que los explotadores mientras tanto se reparten y “a vivir que son dos días”. En definitiva, unos intereses emancipadores del ser humano genérico, es decir, sin distinción de clases sociales.

 

        De este concepto esclarecedor, conservadores liberales y reformistas también suelen huir por igual como de la peste. Porque permite distinguir al género humano respecto de los demás animales irracionales, con los que por propio interés ellos se asemejan cada vez más día que pasa. Se trata de un concepto dignificante del ser humano que Marx atribuye precisamente al sujeto trabajador, porque aun siendo parte de la naturaleza, tiene la capacidad de transformarla. ¿Cómo? Así lo dice Marx:

      <<Una araña ejecuta operaciones que recuerdan las del tejedor. Y una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja, es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en cera. Al consumarse el proceso de trabajo surge un resultado que antes de su comienzo ya existía en la imaginación del obrero, o sea, idealmente. El obrero no solo efectúa un cambio de forma de lo natural; en lo natural al mismo tiempo efectiviza su propio objetivo. Objetivo que él sabe que determina, como una ley, el modo y manera de su accionar y al que tiene que subordinar su voluntad>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. V Ed. Siglo XXI/1978 Pp. 216. Ver al principio de la versión digitalizada)  

 

        Donde la expresión cambio de forma y el verbo “determinar”, adoptan un significado preciso: una forma —específica y distinta de su forma natural— que determina una conducta laboriosa según la idea previamente dibujada en la conciencia del trabajador, a la cual por necesidad de que es verdad, subordina su voluntad. Y para eso, antes de ejecutar cualquier acción sobre cada parte constitutiva del objeto a transformar, concibe lo que quiere hacer según la idea que, siempre por necesidad, previamente se hace del producto terminado. En síntesis, que si hay algo que distingue a la libertad propia del ser humano genérico, respecto del resto del reino animal atado a las cosas que le brinda la naturaleza de su entorno, es la conciencia como íntima certeza de lo que hay que hacer necesariamente. Ergo, no puede haber libertad humana posible, sin tomar previamente conciencia de la necesidad de actuar sobre cualquier parcela de la realidad, con arreglo a un determinado fin,  como conditio sine qua non para transformarla.  

 

        Cierto. A menudo sucede que el primer modelo “ideal” de algo que cualquier sujeto se propone realizar con su trabajo, no sea precisamente el que requiere su necesidad y difiera de ella. O sea, que no sea el verdaderamente necesario. De lo contrario se caería en una concepción religiosa, mágica, divina o mística de la creación. Para no caer en ese error, se nos exige a los humanos pasar por la experiencia de la prueba y el error, es decir, por la existencia en la vida social. Por eso Marx y Engels en “La Ideología alemana” han dejado dicho que:

<<No es la conciencia lo que determina la vida, sino la vida lo que determina la conciencia>>  (Versión digitalizada Pp. 4)  

 

        Pero en última instancia, sin la plena certeza consciente debidamente confirmada por la verdad científica, que bajo determinadas circunstancias exige a la conciencia social determinarse en un preciso sentido unívoco y no en cualquier otro, según lo que es necesario hacer, no puede haber perspectiva de vida racional posible, ni libertad propia del ser humano genérico. Y esta exigencia está implícita en la tarea previa de conocer la verdad de cualquier realidad a transformar, un ejercicio necesario de la conciencia, como condición necesaria e imprescindible para poder transformarla materialmente de un modo preciso y no de cualquier otro. Con la mentira no se transforma necesariamente nada sino que se conserva lo que hay. Por eso es que los capitalistas en general, tanto como sus lacayos, los teóricos y políticos que les hacen la cohorte, son unos mentirosos compulsivos sin poder evitarlo, porque de eso y para eso viven. Pero no son libres, porque sólo la verdad sobre la realidad hace a la libertad de actuar sobre ella. Ya sea para conservarla hasta donde resulte racional, o para transformarla cuando deviene irracional. Teniendo en cuenta que todo lo racional es verdadero. 

 

        Es en esta pulsión de la conciencia que exige de cada individuo la permanente búsqueda de la verdad sobre la realidad, donde radica esencialmente lo que distingue al ser humano genérico del resto de los animales irracionales. Pues bien, si como resulta ser cierto que es la vida social lo que determina la conciencia de los individuos, y la conciencia individual socialmente asumida es el atributo que distingue a cada ser humano genérico respecto de los animales irracionales, cabe preguntar: ¿qué ha hecho la vida social desde la revolución Francesa a esta parte, si no ratificar el carácter cada vez más explotador, mentiroso y genocida del capitalismo?

 

        ¿Y qué han resultado ser a la luz de su comportamiento en la historia, tanto los políticos liberal-conservadores partidarios de la derecha liberal burguesa, como los reformistas de la izquierda socialdemócrata? Una sarta de animales irracionales que, al respecto de la conciencia social racional, solo saben invocarla, pero de hecho la niegan sistemática y radicalmente, consagrando a este irracional sistema económico y político de vida —podrido hasta los tuétanos— como el “non plus ultra” de la vida en sociedad.

 

Proyecto político hacia el ser social humano genérico

1) Expropiación de todas las grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin compensación alguna.

 

2) Cierre y desaparición de la Bolsa de Valores.

 

 3) Control obrero colectivo permanente y democrático de la producción y de la contabilidad en todas las empresas, garantizando la transparencia informativa en los medios de difusión, para el pleno y universal conocimiento de la verdad en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.

 

4) El que no trabaja no come.

 

5) De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.

 

6) Régimen político de gobierno en cada país basado en la democracia directa, donde los más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes elegidos según el método de representación proporcional, sean revocables en cualquier momento de la misma forma.