05. La tarea todavía pendiente de los engañados

 

       El modo de producción capitalista no consiste en una sociedad de productores libres asociados en régimen de cooperación fraternal colectiva, que actúan racionalmente en función de sus necesidades sociales, sino al contrario. Se trata de millones de  individuos divididos y enfrentados entre países, y dentro de un mismo país entre empresas privadas, donde se dedican a capitalizar ganancia explotando trabajo ajeno. Para ello, ordenan a sus empleados que procedan a producir con total independencia de las demás empresas, pasando seguidamente a competir en el mercado, cada cual con arreglo a la magnitud de lo producido y al valor de sus productos. Allí la competencia intercapitalista convierte esos valores particulares en precios de mercado —que Marx dio en llamar precios de producción— a instancias de lo cual resulta que cada empresa logra capitalizar una parte alícuota de la ganancia global producida, según la magnitud del capital con el que cada una de ellas participa en ese común negocio de explotar trabajo ajeno, dando forma a la Tasa General Promedio de Ganancia. 

  

       Ahora bien, si entendemos por libertad individual a la autodeterminación de cada sujeto, está claro que la libertad de cada asalariado acaba, cuando firma el contrato de trabajo y entrega su piel de trabajador, para que su respectivo patrón se la curta durante cada jornada de labor, mientras que la autodeterminación del burgués acaba recién cuando lleva su producto al mercado. Porque es allí donde los patronos de cada empresa ya no pueden decidir lo que cada una de ellas ganará finalmente. El mercado es, pues, una especie de cofradía práctica seglar en la que los capitalistas declinan su libertad, delegando en la oferta y la demanda el reparto de la ganancia global entre sus distintas empresas en cada país. Pero no solo delegan eso, sino el resultado del proceso de acumulación del capital global que, en virtud de esa misma anarquía de la producción —presidida por la ley económica del valor—, desemboca sin poder evitarlo en las crisis económicas periódicas.

 

       Es allí, pues, en los mercados, donde los capitalistas pierden su autodeterminación como sujetos. Pero, entonces, mientras los explotados sigamos tolerando semejante situación, el poder sigue sin ser social y ni siquiera personal, porque permanece cosificado en una sociedad humana totalmente enajenada, donde lo que pasa en ella y los que allí viven, no depende de los sujetos sino de una cosa semoviente, como es el caso de los instrumentos de producción y los medios de cambio (dinero) en sus respectivos mercados.

 

       ¿Por qué la burguesía se aquerenció al hecho de ser gobernada por semejante estado de cosas? También fue Marx quien respondió con total certeza científica a este interrogante, sentenciando que tanto a los capitalistas propietarios de los medios de producción y de cambio, como a sus eventuales y oportunos clientes —los distintos “representantes” políticos que se alternan en la tarea de representar la voluntad popular—, “esa enajenación les hace sentir bien”. (K. Marx 7-10 de agosto de 1844 en: "Glosas críticas al artículo: ‘El Rey de Prusia y la reforma social. Por un Prusiano’").

   

       Ergo, ¿resulta o no ser cierto, que la “democracia” es la dictadura de esa cosa llamada capital por mediación de los mercados? ¿Qué debemos hacer, pues, las víctimas de semejante enajenación humana? Si como es verdad —y así lo ha venido demostrando la historia— que desde sus orígenes la humanidad avanzó venciendo tantas dificultades, ¿por qué no deberá sernos posible hoy a las mayorías sociales que somos los asalariados en esta sociedad, alcanzar a subir un peldaño más en la escalera del progreso humano, emancipándonos y haciendo lo propio con los capitalistas, de la cada vez más insoportable locura de la cosificación, que sólo beneficia a cada vez menos individuos? That´s the question. 

 

       Dicho esto, no estaríamos cumpliendo con nuestro deber revolucionario si no apuntáramos con el dedo acusador, señalando a ese ejército de intelectuales “ad hoc” en todo el Mundo, adoctrinados por los diversos aparatos ideológicos del Estado capitalista, que se sienten muy bien viviendo alternativamente a sueldo y prebendas de las instituciones privadas y/o públicas del sistema, entrando y saliendo de ellas según la ocasión por la “puerta giratoria”. La misma cuyo uso ellos tanto critican a los políticos profesionales de la “casta”. Nos referimos a esos catedráticos de “economía aplicada”, quienes limitándose tácticamente a manifestarse del modo más solapado e hipócrita en defensa de los intereses inmediatos del asalariado, en realidad pugnan por preservar al todavía vigente sistema capitalista explotador y genocida en su conjunto.

 

       Estos señores consagran por igual a empresarios y asalariados. A los primeros porque crean puestos de trabajo; a los segundos porque son los creadores directos de la riqueza. Así es como rinden culto a la relación entre unos y otros, es decir, al capital, a la explotación capitalista, al sistema. ¡¡Para que perdure!! Coinciden con los burgueses liberales, en la tan conocida muletilla según la cual, el empresario capitalista es tan necesario como el obrero, porque genera empleo asalariado. Como si el acto de organizarse para el trabajo social —que nació con el comunismo primitivo—, no pudiera concebirse sin el “servicio” del moderno propietario privado del capital. Algo así como sostener el absurdo de que sin delincuentes no puede haber justicia, confundiendo el sustantivo justicia, que de por sí no induce a ningún delito, con el verbo “ajusticiar” que lo presupone, como es el caso de la corrupción política bajo el capitalismo. Y que no se nos venga a decir, invocando al stalinismo de raíz pequeñoburguesa socialdemócrata, que el socialismo revolucionario también corrompe. 

 

       Suelen afirmar los políticos, que “no todos son corruptos” y que “la mayoría de ellos no lo son”. Cierto. Pero mienten miserablemente al suponer que esa mayoría se resiste a la tentación porque son honestos. El acto de corromper no está al alcance de todos los empresarios, de igual forma que tampoco el ser corrompido está disponible a todos los políticos. Como reza el muy selecto precepto bíblico: “Muchos serán los llamados y pocos los elegidos para entrar en el Reino de los cielos”. Todo depende de lo que le cuesta corromper al corruptor respecto del rédito que obtiene. Esto por una parte. Pero por otra parte, también depende de la posibilidad real del corrupto para cumplir con la exigencia del corruptor, es decir, del lugar que ocupa en la escala jerárquica y el poder político que se lo permite. Y en este mercado, a los honestos, como a los diamantes, se los encuentra por debajo de los 4.000 metros de profundidad. Porque lo cierto es que, en todas las sociedades divididas en clases sociales, siempre se confirmó eso de que “la ocasión hace al ladrón”. Y en todas ellas, la corrupción política jamás empezó con el enriquecimiento ilícito, sino con la tergiversación de la verdad sobre la realidad en la conciencia colectiva, que así es doblegada por la conveniencia personal, lo cual dio pábulo al relativismo postmodernista, como así lo dejó dicho Ramón de Campoamor:

 <<En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira>>.

 

       Así, operando la misma inversión de la lógica racional en materia de derecho civil, en economía política los modernos sofistas al servicio del capitalismo, conciben la demanda de productos para el consumo, como la fuerza que mueve a la producción y no al revés. Como si fuera posible demandar efectivamente lo que todavía no existe. Y como si bajo el capitalismo la producción no estuviera presidida por el móvil de la ganancia. Siguiendo a Keynes, piensan de tal modo por el revés de la trama real, ninguneando a Marx, para poder sostener que las crisis económicas periódicas de superproducción de capital, se superan no desde la sociedad civil y por mediación de los mercados, es decir, desvalorizando el capital sobrante —bajo la forma de medios de producción y salarios— para que así aumente la tasa de ganancia (como relación entre ingresos y gastos), lo suficiente como para que justifique contablemente la recuperación de la inversión productiva.

 

       No. Este fundamento marxista ni lo mencionan. Aprovechan todos los medios de información y comunicación públicos y privados afines,  para difundir la especie de que las crisis se superan desde el “Estado democrático” mediante políticas económicas que incrementen los salarios y, por tanto, el consumo general que, según ellos, actúa como incentivo de la producción. En síntesis, que para estos “catedráticos” de medio pelo, el capitalismo es un sistema del bienestar general, que de no ser por los políticos  liberales de la derecha, puede ser tan perfectible y humanitario, como que, según ellos, las crisis no sólo se pueden superar, sino hasta suprimir; o sea, que al sistema se lo puede reformar políticamente, de modo que produzca “sine die” con arreglo al consumo humano en general, convirtiéndolo en algo parecido a lo que el profeta cristiano Isaías se imaginó del paraíso terrenal. Todo muy bucólico:

<<Habitará el lobo con el cordero y el leopardo se acostará con el cabrito. Y comerán juntos el becerro y el león. Y un niño pequeño los pastoreará>> (Cap. 11 versículo 6)     

 

       Ya lo hemos dicho y volvemos a insistir en ello aquí, porque sigue siendo necesario: Toda corrupción política persigue una inconfesable finalidad económica. Pero su condición de existencia es la previa corrupción ideológica que la justifica. Y esta verdad señala tanto a la corrupta ideología de la derecha liberal conservadora, como a la que sostienen los líderes al “mando” del cotarro reformista. Ambos igualmente poseídos por el espíritu del capitalismo, demuestran en todo lo que dicen su desprecio por la verdad científica.

 

       Pugnan porque no cambie el viento ni que se de vuelta la taba de su suerte. Por eso no polemizan con Marx. Simplemente lo boicotean por la cuenta que les trae. La expresión  ganancia del capital está prohibida en su vocabulario. Su holgada condición relativa en esta sociedad, les induce a profesar el arte del escamoteo en materia de ideas sobre la realidad, tales como que los explotados podamos tener intereses políticos estratégicos propios, naturalmente contrarios a los de nuestros explotadores. Unos intereses que tienden e inducen, a la tarea de acabar para siempre con la maldita distribución clasista cada vez más desigual de la riqueza, que los explotadores mientras tanto se reparten y “a vivir que son dos días”. En definitiva, unos intereses emancipadores del ser humano genérico, es decir, sin distinción de clases sociales.

 

       De este concepto esclarecedor, conservadores liberales y reformistas también suelen huir por igual como de la peste. Porque permite distinguir al género humano respecto de los demás animales irracionales, con los que por propio interés ellos se asemejan cada vez más día que pasa. Se trata de un concepto dignificante del ser humano que Marx atribuye precisamente al sujeto trabajador, porque aun siendo parte de la naturaleza, tiene la capacidad de transformarla. ¿Cómo? Así lo dice Marx:

         <<Una araña ejecuta operaciones que recuerdan las del tejedor. Y una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja, es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en cera. Al consumarse el proceso de trabajo surge un resultado que antes de su comienzo ya existía en la imaginación del obrero, o sea, idealmente. El obrero no solo efectúa un cambio de forma de lo natural; en lo natural al mismo tiempo efectiviza su propio objetivo. Objetivo que él sabe que determina, como una ley, el modo y manera de su accionar y al que tiene que subordinar su voluntad>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. V Ed. Siglo XXI/1978 Pp. 216. Ver al principio de la versión digitalizada)  

 

       Donde la expresión cambio de forma y el verbo “determinar”, adoptan un significado preciso: una forma —específica y distinta de su forma natural— que determina una conducta laboriosa según la idea previamente dibujada en la conciencia del trabajador, a la cual por necesidad de que es verdad, subordina su voluntad. Y para eso, antes de ejecutar cualquier acción sobre cada parte constitutiva del objeto a transformar, concibe lo que quiere hacer según la idea que, siempre por necesidad, previamente se hace del producto terminado. En síntesis, que si hay algo que distingue a la libertad propia del ser humano genérico, respecto del resto del reino animal atado a las cosas que le brinda la naturaleza de su entorno, es la conciencia como íntima certeza de lo que hay que hacer necesariamente. Ergo, no puede haber libertad humana posible, sin tomar previamente conciencia de la necesidad de actuar sobre cualquier parcela de la realidad, con arreglo a un determinado fin,  como conditio sine qua non para transformarla.  

 

       Cierto. A menudo sucede que el primer modelo “ideal” de algo que cualquier sujeto se propone realizar con su trabajo, no sea precisamente el que requiere su necesidad y difiera de ella. O sea, que no sea el verdaderamente necesario. De lo contrario se caería en una concepción religiosa, mágica, divina o mística de la creación. Para no caer en ese error, se nos exige a los humanos pasar por la experiencia de la prueba y el error, es decir, por la existencia en la vida social. Por eso Marx y Engels en “La Ideología alemana” han dejado dicho que:

<<No es la conciencia lo que determina la vida, sino la vida lo que determina la conciencia>>  (Versión digitalizada Pp. 4)  

 

       Pero en última instancia, sin la plena certeza consciente debidamente confirmada por la verdad científica, que bajo determinadas circunstancias exige a la conciencia social determinarse en un preciso sentido unívoco y no en cualquier otro, según lo que es necesario hacer, no puede haber perspectiva de vida racional posible, ni libertad propia del ser humano genérico. Y esta exigencia está implícita en la tarea previa de conocer la verdad de cualquier realidad a transformar, un ejercicio necesario de la conciencia, como condición necesaria e imprescindible para poder transformarla materialmente de un modo preciso y no de cualquier otro. Con la mentira no se transforma necesariamente nada sino que se conserva lo que hay. Por eso es que los capitalistas en general, tanto como sus lacayos, los teóricos y políticos que les hacen la cohorte, son unos mentirosos compulsivos sin poder evitarlo, porque de eso y para eso viven. Pero no son libres, porque sólo la verdad sobre la realidad hace a la libertad de actuar sobre ella. Ya sea para conservarla hasta donde resulte racional, o para transformarla cuando deviene irracional. Teniendo en cuenta que todo lo racional es verdadero. 

 

       Es en esta pulsión de la conciencia que exige de cada individuo la permanente búsqueda de la verdad sobre la realidad, donde radica esencialmente lo que distingue al ser humano genérico del resto de los animales irracionales. Pues bien, si como resulta ser cierto que es la vida social lo que determina la conciencia de los individuos, y la conciencia individual socialmente asumida es el atributo que distingue a cada ser humano genérico respecto de los animales irracionales, cabe preguntar: ¿qué ha hecho la vida social desde la revolución Francesa a esta parte, si no ratificar el carácter cada vez más explotador, mentiroso y genocida del capitalismo?

 

       ¿Y qué han resultado ser a la luz de su comportamiento en la historia, tanto los políticos liberal-conservadores partidarios de la derecha liberal burguesa, como los reformistas de la izquierda socialdemócrata? Una sarta de animales irracionales que, al respecto de la conciencia social racional, solo saben invocarla, pero de hecho la niegan sistemática y radicalmente, consagrando a este irracional sistema económico y político de vida —podrido hasta los tuétanos— como el “non plus ultra” de la vida en sociedad.

 

Proyecto político hacia el ser social humano genérico

 

1) Expropiación de todas las grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin compensación alguna.

 

2) Cierre y desaparición de la Bolsa de Valores.

 

 3) Control obrero colectivo permanente y democrático de la producción y de la contabilidad en todas las empresas, garantizando la transparencia informativa en los medios de difusión, para el pleno y universal conocimiento de la verdad en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.

 

4) El que no trabaja no come.

 

5) De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.

 

6) Régimen político de gobierno en cada país basado en la democracia directa, donde los más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes elegidos según el método de representación proporcional, sean revocables en cualquier momento de la misma forma.