La deriva política totalitaria del capitalismo terminal en el movimiento obrero

 

          Entre los años del Siglo XIX durante la revolución industrial de la burguesía incipiente en Europa, además de que tardó en arrancar se desarrolló con gran dificultad y lentitud, dado que por entonces era un territorio demasiado rural, científica y culturalmente subdesarrollado y con unas clases dominantes todavía poco dispuestas a la innovación y al cambio. Por ello, hasta finales de ese siglo no empezaron a consolidarse allí los primeros núcleos significativos de industrialización.

 

          No obstante, en 1868 surgió la Asociación Internacional de los Trabajadores, primera gran organización obrera internacional, con la finalidad de propagar sus ideas y fundar los primeros núcleos socialistas obreros. ¿Por qué obreros? Pues, porque tanto el capital industrial y comercial como el capital bancario que rinde interés monetario, son formas de relación social derivadas de los intercambios comerciales entre burgueses, dado que las ganancias bajo el capitalismo no sólo pueden derivar de relaciones sociales desiguales mediadas por la explotación de trabajo ajeno remunerado, sino que además:

              <<En todas partes, el obrero [antes de haber cobrado su salario] adelanta al capitalista el valor de uso de su fuerza de trabajo; es decir que le permite al comprador [su patrón] que consuma [esa fuerza] antes de haber recibido el pago de su  precio correspondiente. En todas partes es el obrero el que abre crédito al capitalista. Que este crédito no es imaginario lo revela no solo la pérdida ocasional del salario acreditado cuando el capitalista se declara en quiebra, sino también una serie de efectos de carácter duradero. Con todo, que el dinero [del capitalista] funcione como medio de compra o como medio de pago [del trabajo del obrero], es una circunstancia que en nada afecta a la naturaleza del intercambio mercantil. El precio de la fuerza de trabajo se halla estipulado contractualmente, por más que al igual que el alquiler de una casa, se lo realice con posterioridad [al contrato]. La fuerza de trabajo está vendida aunque sólo más tarde se pague por ella. Para concebir la relación en su pureza, sin embargo, es útil suponer por el momento que el poseedor de la fuerza de trabajo percibe de inmediato cada vez, al venderla, el precio estipulado contractualmente>>. (K. Marx: “El capital” Libro I Sección IIª Cap. IV Aptdo. 2 Ed. Siglo XXI  Pp. 214. Lo entre corchetes nuestro).

 

          En 1872 se produjeron en España dos acontecimientos importantes: Primero Sagasta declaró ilegal a esa asociación obrera y, por tanto, dio lugar a su clandestinidad. Segundo, como consecuencia se produjo una doble línea de desarrollo teórico y organizativo: la anarquista, liderada a nivel internacional por Mijaíl Bakunin y la socialista liderada por Carlos Marx. Así, mientras los anarquistas se caracterizaron por una tendencia a organizarse de manera más asamblearia y abierta llamada “acción directa”, rechazando al Estado y la política institucional entendidos en el sentido convencional, los socialistas españoles se caracterizaron desde el primer momento por el esfuerzo, es decir por dotarse de una organización formal y por intentar basar su acción política y sindical, en una estrategia apoyada en los desarrollos teóricos del pensamiento socialista y, sobre todo, por su disposición a participar en las instituciones democráticas del Estado. Así los socialistas españoles presentaron candidatos a los Ayuntamientos y al Parlamento de la Nación, y cuando lo exigieron las circunstancias no rechazaron la colaboración con otras fuerzas políticas reformistas del capitalismo.

          En 1873, Pablo Iglesias ingresó en la Asociación General del Arte, una asociación de oficio que perseguía la mejora de las condiciones laborales y sociales de los trabajadores en las imprentas, que pronto se convirtió en un importante núcleo de difusión de las ideas socialistas en el resto de las distintas empresas propiedad de la burguesía, lo cual fue dando cuerpo a la idea de fundar un partido socialista revolucionario en España de características similares a las que, por mediación de Marx y Engels se estaban organizando en otros países europeos.

          El Partido Socialista Obrero Español se fundó clandestinamente en Madrid, el 2 de mayo de 1879, en una comida de fraternidad organizada por la fonda Casa Labra situada en la calle Tetuán de Madrid, en torno a un núcleo de veinticinco intelectuales y obreros: dieciséis tipógrafos encabezados por Pablo Iglesias, cuatro médicos, un doctor en ciencias, dos joyeros, un marmolista y un zapatero.

          El primer programa del nuevo partido político fue aprobado en una asamblea de 40 personas, el 20 de julio de ese mismo año. Tuvo un arranque inicial lento y trabajoso favorecido por la carencia de un régimen democrático estable, bajo la orientación autoritaria e intolerante de las clases burguesas dominantes y el escaso desarrollo industrial español. El mismo Pablo Iglesias afirmó algunos años después, que el Partido prácticamente no pudo ser “conocido ni dio verdaderas señales de vida hasta 1886”. Precisamente en ese mismo año apareció el primer número del periódico El Socialista, portavoz oficial del PSOE, que se ha venido publicando casi ininterrumpidamente hasta la fecha, por entonces difundido por los propios afiliados, y que pronto se convirtió en un importante elemento de propaganda y nexo de unión entre las 28 Agrupaciones socialistas que por entonces ya existían en otras tantas ciudades españolas.

 

          El PSOE contó desde ese primer momento, con un texto programático básico redactado por una comisión nombrada en la reunión fundacional el 2 de mayo de 1879. La versión definitiva sería aprobada en el primer Congreso del Partido celebrado en Barcelona corriendo el año 1888. Fue un breve texto de 300 palabras, en su primera versión, que según parece fue revisada previamente por los mismos Marx y Engels, habiendo permanecido vigente hasta nuestros días con leves modificaciones.

 

          El programa “máximo” constó de una breve introducción analítica sobre la realidad de las clases sociales y su conflicto, donde planteó básicamente tres aspiraciones políticas:

1º. La posesión del poder político por la clase trabajadora.

2º. La transformación de la propiedad individual o corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad común de la nación.

3º. La constitución de la sociedad sobre la base de la federación económica, de la organización científica del trabajo y de la enseñanza integral para todos los individuos de ambos sexos.

 

          Desde su fundación en 1879, el Partido fue aumentando el número de sus militantes y asentando su base teórica. La necesidad de defender adecuadamente los derechos de los trabajadores impulsó la creación de una organización sindical socialista. Así nació la Unión General de Trabajadores (UGT), cuyo Congreso fundacional se celebró en Barcelona, en 1888.

 

          Los acontecimientos de 1898 produjeron una gran conmoción en los círculos políticos e intelectuales españoles. De ese contexto político y moral surgió una de las generaciones intelectuales más fructíferas de la historia de España. La generación del 98 planteó una reflexión sobre nuevos supuestos regeneracionistas, que para superar la sensación de decadencia que invadió al país por los desastres de Cuba y Filipinas, acabaron con los restos del imperio colonial español.

 

          En las elecciones de 1910, Pablo Iglesias obtuvo un escaño y se convirtió en la primera voz del movimiento obrero español que se pudo oír en el Parlamento. Esta progresiva implantación del socialismo español fue permitiendo plantear una importante crítica social y una creciente contestación popular a las limitaciones políticas de la Restauración, cuyo sistema permitía que los derechos civiles fueran burlados y que se produjese el reparto de poder político estatal entre los partidos políticos liberal y conservador permitiéndoles el turno en el desempeño de las tareas de Gobierno.

 

          La condición no beligerante de España durante la I Guerra Mundial de 1914, hizo posible un cierto desarrollo económico que permitió amasar fortunas a sectores de la burguesía, mientras que los trabajadores sufrían una tremenda subida de precios, que disminuía por días la capacidad adquisitiva de sus salarios. El malestar ante esta situación, junto a la creciente demanda de libertades más efectivas, crearon un ambiente de movilización social a favor de un cambio político, a cuyo frente se pusieron el PSOE y la UGT, encabezando un movimiento huelguístico que conmocionó a la burguesía en agosto de 1917 y que fue duramente reprimido.

 

          Los acontecimientos de la Revolución Rusa de octubre en 1917 y la fundación de la III Internacional por Lenin, introdujeron elementos de división en el movimiento obrero internacional. En España, el intento de "dirigismo" de la Internacional Leninista suscitó un vivo debate en el PSOE, que dio lugar a que los partidarios de Lenin en este Partido lo abandonaran para fundar el Partido Comunista de España (PCE). La comparación de las fuerzas del socialismo español con la de otros partidos socialistas europeos, revelaba el grado de debilidad que aún caracterizaba la situación política del PSOE; las específicas circunstancias económicas, políticas e ideológicas que se daban en España, junto a la tendencia de “enclaustramiento”, explican este desfase en gran medida.

 

          A partir de 1921 se ha venido perfilando un nuevo periodo en la historia de España, hasta la escisión comunista de 1921 seguida contestatariamente por la Dictadura de Primo de Rivera en 1923. La muerte de Pablo Iglesias en 1925 y el gobierno de Felipe Gonzáles en 1974 durante el XXVI congreso de esta formación política en Suresnes, marcaron el carácter y dominio de la gran de la burguesía omnipotente durante todo este periodo, que se ha venido prolongando hasta hoy día. Como que la deriva ideológico-política de este partido político, llegó hasta quedar hoy sometido al poder de la coalición nacional autoritaria de los grandes empresarios agrupados en el Ibex 35, dirigiendo la dictadura del capital. Así las cosas, según se adelantó Marx decir en febrero de 1852:

              <<En una sociedad capitalista el gobierno democrático es esencialmente inviable, y solo sería posible con una transformación radical de las bases políticas mismas en la sociedad, [empezando por prohibir la propiedad privada de los medios de producción y el dinero bancario, como fundamento social, económico y político de la “Libertad, la igualdad y la fraternidad” entre los pueblos]. Esta idea de Marx como condición absoluta para instaurar un genuino gobierno democrático, partió de su argumentación acerca del Estado, que para la tradición liberal-burguesa dominante es un representante de la comunidad (o lo público) en su conjunto, frente a los objetivos y preocupaciones de los propietarios privados. Pero de acuerdo con Marx y Engels, esta idea [de lo público] es ilusoria. Porque al tratar a todo el mundo de acuerdo con los principios que protejen la libertad individual y su derecho a la propiedad privada, el Estado puede que actúe “neutralmente”. Pero genera efectos que son parciales [no generales]. Es decir, de hecho defiende los intereses de los propietarios [en perjuicio de los no propietarios]. Para Marx, el movimiento en favor del sufragio universal y de la igualdad política de los votantes [en tanto que un ciudadano equivale a un voto], pudo ser en términos generales un paso adelante de suma importancia. Sin embargo su potencial emancipador estuvo severamente limitado por las desigualdades de clase [entre los ciudadanos electores y los políticos institucionalizados que se disputan el poder como candidatos a ser electos]. Por lo tanto, las restricciones que éstos últimos subrepticiamente se proponían en el acto de la elección política, económica y social de muchas personas, su premisa clave fue que el voto es un instrumento incapaz de marcar el devenir [verdaderamente democrático] del Estado (de donde nació el conocido slogan: “si votar sirviera de algo estaría prohibido”). Y aunque es cierto que en los escritos de Marx existen diferentes visiones sobre esta materia, la dominante es que apuntó al Estado y a la burocracia como que existen para coordinar una sociedad sometida al interés de la clase granburguesa dirigente. Los elementos más elaborados sobre esta cuestión, están presentes en su obra titulada: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte>>. (Ver en Pablo Simón: “La democracia según K. Marx. El subrayado y lo entre corchetes nuestro. GPM).

 

            En ese trabajo suyo que su amigo Weydemeyer publicó en enero de 1852, Marx explicó de qué modo la burguesía francesa todavía incipiente a instancias de Napoleón Bonaparte, logró convertir la monarquía legítima y la monarquía de julio, en monarquía absoluta. Fue un avance de la burguesía europea para convertir su tendencia objetiva hacia el ejercicio de su dominio absoluto de la sociedad en todo el mundo, es decir, hacia la dictadura del capital que se ha prolongando hasta el día de hoy:

              <<Cada interés común (gemeinsame) se desglosaba inmediatamente de la sociedad, se contraponía a esta como interés superior, se contraponía a esta como interés superior general (allgemeines) [en general o generalmente], se sustraía a la propia actuación de los individuos de la sociedad y se convertía en objeto de la actividad del gobierno [a instancias de los políticos profesionales del Estado ad hoc para fines gananciales] desde el puente, la casa-escuela y los bienes comunales de un municipio rural cualquiera, hasta los ferrocarriles, la riqueza nacional y las universidades nacionales de Francia. Finalmente, la república parlamentaria, en su lucha contra la revolución, vióse obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los medios y la centralización de los bienes usufructuados.  Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina en vez de destrozarla. Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación [tal como sigue siendo hoy día], consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor.

              Pero bajo la monarquía absoluta, durante la primera revolución bajo Napoleón, la burocracia no era más que el medio para preparar la dominación de clase de la burguesía. Bajo la restauración, bajo Luis Felipe, bajo la república parlamentaria, era el instrumento de la clase social burguesa, por mucho que ella aspirase también, a su propio poder político absoluto.

              Es bajo el segundo Bonaparte cuando el Estado parece haber adquirido una completa autonomía. La máquina del Estado se ha consolidado ya de tal modo frente a la sociedad burguesa, que basta con que se halle a su frente el jefe de la Sociedad del 10 de diciembre, un caballero de industria venido de fuera y elevado sobre el pavés por una soldadesca embriagada, a la que compró con aguardiente y salchichón, y a la que tiene que arrojar constantemente salchichón. De aquí la pusilánime desesperación, el sentimiento de la inmensa humillación y degradación que oprime el pecho de Francia y contiene su aliento. Francia se siente como deshonrada.

              Y sin embargo el poder del Estado no flota en el aire. Bonaparte representa a una clase, que es, además, la clase más numerosa de la sociedad francesa: los campesinos parcelarios.

              Así como los Borbones eran la dinastía de los grandes terratenientes y los Orleans la dinastía del dinero, los Bonapartes son la dinastía de los campesinos, es decir, de la masa del pueblo francés. El elegido de los campesinos no es el Bonaparte que se somete al parlamento burgués, sino el Bonaparte que lo dispersa. Durante tres años consiguieron las ciudades falsificar el sentido de la elección del 10 de diciembre, y estafar a los campesinos la restauración del Imperio. La elección del 10 de diciembre de 1848, no se consumó hasta el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851.

              Los campesinos parcelarios formaban una masa inmensa, cuyos individuos  vivían en idéntica situación, pero sin que entre ellos existieran muchas relaciones. Su modo de producción los aislaba a unos de otros, en vez de establecer uniones mutuas entre ellos. Este aislamiento fue fomentado por los malos medios de comunicación de Francia, y por la pobreza de los campesinos. Su campo de producción, la parcela, no admitió división alguna del trabajo ni aplicación alguna de métodos científicos; no admitió, por tanto, multiplicidad de desarrollo ni diversidad de talentos, ni riqueza de relaciones sociales. Cada familia campesina se bastaba sobre poco más o menos a sí misma, producía directamente ella misma la mayor parte de lo que consumía, y así obtenía sus medios de subsistencia, más  bien en intercambio con la naturaleza que en contacto con la sociedad. La parcela, el campesino y su familia; y al lado otra parcela, otro campesino y otra familia. Una cuantas unidades de estas formaban una aldea y unas cuantas aldeas un departamento. Así se formó la gran masa de la nación francesa, por la simple suma de unidades del mismo nombre, al modo como, por ejemplo, las patatas de un saco forman un saco de patatas. En la medida en que millones de familias viven en condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, sus intereses y cultura de otras clases las oponen a estas de un modo hostil, aquella forman una nueva clase. Por cuanto existe entre los campesinos parcelarios una articulación puramente local y la identidad de sus intereses no engendra entre ellos ninguna comunidad, ninguna unión nacional ni ninguna organización política, no forman una clase social. Son, por tanto, incapaces de hacer valer su interés de clase en su propio nombre, ya sea por medio de un parlamento o por medio de una asamblea. No pueden representarse sino que tienen que ser representados. Su representante tiene que aparecer como su señor, como una autoridad por encima de ellos, como un poder ilimitado de gobierno que los proteja de las demás clases sociales. Su representante tiene que aparecer al mismo tiempo como su señor, como una autoridad por encima de ellos, como un poder ilimitado de gobierno que los proteja de las demás clases y les envíe de todo lo alto la lluvia y el sol. Por consiguiente, la influencia política de los campesinos parcelarios encuentra su última expresión  en el hecho de que el poder ejecutivo someta bajo su mando a la sociedad.

              La tradición histórica hizo nacer en el campesino francés la fe milagrosa de que un hombre llamado Napoleón le devolvería todo su esplendor, y se encontró con un individuo que se hizo pasar por un tal hombre providencial. Por ostentar el nombre de Napoleón.

              Pero entiéndase bien. La dinastía de Bonaparte no representa al campesino revolucionario, sino al campesino conservador; no representa al campesino que pugna por  salir de su condición social de vida [paupérrima], la parcela, sino al que, por el contrario, quiere consolidarla; no a la población campesina que con su propia energía y unida a las ciudades, quiere derribar el viejo orden, sino a la que, por el contrario, sombríamente retraída en este viejo orden quiso verse salvada y promocionada en unión de su parcela, por el fantasma del Imperio. No representa la ilustración sino la superstición del campesino, no su juicio sino su prejuicio, no su porvenir sino su pasado, no sus Cévennes modernas sino su moderna Vendée.

              Los tres años de dura dominación de la república parlamentaria habían curado a una parte de los campesinos franceses de la ilusión napoleónica y los habían  revolucionado, aun cuando solo fuese superficialmente; de la conciencia moderna pugnó con la conciencia tradicional de los campesinos franceses. El proceso se desarrolló bajo la forma de una lucha incesante entre los maestros de escuela y los curas. La burguesía abatió a los maestros. Por vez primera los campesinos hicieron esfuerzos para adoptar una actitud independiente frente a la actividad del gobierno. Esto se manifestó en el conflicto constante de los alcaldes con los prefectos. La burguesía destituyó a los alcaldes. Finalmente los campesinos de diversas localidades se levantaron durante el período de la república parlamentaria contra su propia progenie, el ejército. La burguesía los castigó con el estado de sitio y ejecuciones. Y esta misma burguesía clama ahora acerca de la estupidez de las masas, de la vile multitude que la ha traicionado frente a Bonaparte. Fue ella misma la que consolidó con sus violencias las simpatías de la clase campesina por el imperio, la que ha mantenido celosamente el estado de cosas que forman la cuna de la religión campesina. Claro está que la burguesía tiene que temer la estupidez de las masas, mientras siguen siendo conservadoras y su consecuencia en cuanto se hacen revolucionarias.

              En los levantamientos producidos después del Coup d’état, una parte de los campesinos franceses protestó con las armas en la mano contra su propio voto del 10 de diciembre de 1848. La experiencia adquirida desde 1848 les había abierto los ojos. Paro habían entregado su alma a las fuerzas infernales de la historia, y ésta lo cogía por la palabra. La mayoría estaba aún tan llena de prejuicios, que fue precisamente en los departamentos más rojos donde la población campesina votó abiertamente por Bonaparte. Según ellos, la Asamblea Nacional le había impedido caminar. Ahora no había hecho más que romper  las ligaduras que las ciudades habían puesto a la voluntad del campo. En algunos sitios abrigaban incluso la idea grotesca  de colocar, junto a un Napoleón, una Convención…………>>.

 

……….A todo esto sigue Marx:

              <<El desarrollo económico de la propiedad parcelaria ha invertido de raíz la relación de los campesinos con las demás clases sociales de la sociedad. Bajo Napoleón la parcelación del suelo en el campo complementaba la libre concurrencia y la gran industria incipiente de las ciudades. La clase campesina era la protesta omnipresente contra la aristocracia terrateniente que se acababa de derribar. Las raíces que la propiedad parcelaria echó en el suelo francés quitaron al feudalismo toda sustancia nutritiva. Sus mojones formaban el baluarte natural  de la burguesía contra todo golpe de mano de sus antiguos señores. Pero en el transcurso del siglo XIX pasó a ocupar el puesto de los señores feudales el usurero de la ciudad, las servidumbres feudales  del suelo fueron sustituidas  por la hipoteca, y la aristocrática propiedad territorial fue suplantada por el capital burgués. La parcela del campesino sólo es ya el pretexto que permite al capitalista sacar como pueda su salario. Las deudas hipotecarias que pesan sobre el suelo francés imponen a los campesinos de Francia un interés tan elevado como los intereses anuales de toda la deuda nacional británica. La propiedad parcelaria, es esta esclavitud bajo el capital a que conduce inevitablemente su desarrollo, ha convertido a la masa de la nación francesa en trogloditas. Dieciséis millones de campesinos (incluyendo las mujeres y los niños) viven en cuevas, una gran parte de las cuales sólo tienen una abertura, otra parte dos solamente, y las privilegiadas tres. Las ventanas son para una casa, lo que los cinco sentidos para la cabeza. . El orden burgués que a comienzos del siglo puso al Estado de centinela de la parcela recién creada y la abonó con laureles, se ha convertido en un vampiro que le chupa la sangre y la médula y la arroja a la caldera de alquimista del capital. El Code Napoleón no es ya más que el código de los embargos, de las subastas y de las adjudicaciones forzosas. A los cuatro millones (incluyendo niños, etc) de pobres oficiales, vagabundos, delincuentes y prostitutas que cuenta Francia, hay que añadir cinco millones cuya existencia flota al borde del abismo y que o bien viven en el mismo campo o desertan constantemente, con sus harapos y sus hijos, del campo a las ciudades y de las ciudades al campo. Por tanto, el interés de los campesinos no se halla ya, como bajo Napoleón, en consonancia, sino en contraposición con los intereses de la burguesía, con el capital. Por eso los campesinos encuentran su aliado y jefe natural en el proletariado urbano, que tiene por misión derrocar al orden burgués. Pero el gobierno fuerte y absoluto —que es la segunda idee napoléonienne que viene a poner en práctica el segundo Napoleón— está llamado a defender por la violencia este orden “material”. Y este ordre matériel es también el tópico en todas las proclamas de Bonaparte contra los campesinos rebeldes.

              Junto a la hipoteca que el capital le impone, pesan sobre la parcela los impuestos. Los impuestos son la fuente de vida de la burocracia, del ejército, de los curas y de la corte; en una palabra de todo el aparato del poder ejecutivo. Un gobierno fuerte e impuestos fuertes son cosas idénticas. La propiedad parcelaria se presta por naturaleza para servir de base a una burocracia omnipotente e innumerable. Crea un nivel igual de relaciones y de personas en toda la faz del país. Permite también, por tanto, la posibilidad de influir por igual sobre todos los puntos de esta masa igual desde un centro supremo. Destruye los grados intermedios aristocráticos entre la masa del pueblo y el poder del Estado. Provoca, por tanto, desde todos los lados, la ingerencia directa de este poder estatal y la interposición de sus órganos inmediatos. Y finalmente,  crea una sobrepoblación parada que no encuentra cabida ni en el campo ni en las ciudades y que, por tanto, echa mano de los cargos públicos como una respetable limosna, provocando la creación de nuevos cargos. Con los nuevos mercados que abríó a punta de bayoneta, con el saqueo del continente, Napoleón devolvió los impuestos forzosos con sus intereses. Estos impuestos eran entonces un acicate para la industria del campesino, mientras que ahora privan a la industria de sus últimos recursos y acaban de imponerle indefenso a la pauperización. Y de todas las idées napoléoniennes, la de una enorme burocracia, bien galoneada, bien cebada, es la que más agrada al segundo Bonaparte. ¿Y cómo no habría de agradarle, si se ve obligado a crear, junto a las clases reales de la sociedad, una casta artificial para que el mantenimiento de su régimen sea un problema de cuchillo y tenedor? Por eso, una de sus primeras operaciones financieras, consistió en elevar nuevamente los sueldos de los funcionarias a su viejo nivel y en crear nuevas sinecuras……..>>. (K. Marx en: El 18 brumario de Luis Bonaparte”. Cfr. Cap. VII. Pinchar en el segundo de los títulos publicados que apareceran y, seguidamente, confrontar este texto con el cap. VII).              

 

La propiedad privada es un atributo de poder personal y social efectivo bajo el capitalismo, ejercido por los empresarios en contubernio con los políticos profesionales institucionalizados, ya sea sobre cosas suyas propias y/o, por añadidura, bajo el dominio ejercido sobre personas empleadas por ellos jerárquicamente dependientes en su relación con ellas. Así las cosas, de hecho: 1) la magnitud del salario que cualquier obrero acuerda en el contrato de trabajo con su empleador, de hecho está en relación de medida económica inversamente proporcional a la plusvalía o ganancia de su patrón, es decir, que al aumentar el salario disminuye relativamente la ganancia del capitalista y viceversa. 2) El límite mínimo del salario, está determinado por el mínimo histórico de medios de vida, que el obrero necesita para reproducir su energía y fuerza diaria de trabajo en condiciones de uso óptimo. Necesidades que varían en cada momento y lugar. Por lo tanto, 3) El límite máximo del salario también está objetivamente determinado, ya que cualquier aumento sólo es posible en tanto y cuanto no disminuya la masa de plusvalor producido, que haga descender relativamente esa ganancia de modo tal que el capitalista entre en pérdidas e inicie el proceso de desinversión productiva material, dejando a sus asalariados en el paro y la miseria relativa más absoluta. Tal como así ha venido sucediendo.

 

Dicho esto con más precisión la cosa se explica así: el incremento de los salarios reales encuentra su límite máximo, en el mínimo plusvalor compatible con la máxima rentabilidad del capital vigente en el mercado, mientras que el mínimo salario relativo está determinado por el costo laboral compatible con el mayor rendimiento del trabajo en términos gananciales. Entre estos dos límites queda fijado el campo de la relación entre las dos clases sociales universales, en pugna por la participación en la productividad del trabajo dentro del sistema capitalista. Teniendo en cuenta todos estos elementos, siguiendo a Marx se comprueba que durante cada jornada de trabajo, el valor de la fuerza desplegada por el asalariado y la plusvalía obtenida por el patrón, fluctúan dentro de unos márgenes estrictamente acotados. Si nos salimos de ellos en cualquier supuesto con visos de realidad, estaremos violando las leyes objetivas del propio capital y los resultados a que lleguemos serán engañosos, totalmente faltos de toda veracidad científica para explicar el cambio desigual permanente que se ha venido verificando desde un principio entre las dos partes competidoras: explotadoras y explotadas.

 

De todos estos antecedentes históricos descritos por Marx, se desprende que el modo de producción capitalista no ha consistido ni consiste en una sociedad de productores libres asociados en régimen de cooperación fraternal colectiva, actuando racionalmente en función de sus necesidades sociales, sino al contrario. Se trata de millones de individuos divididos y enfrentados entre países, y dentro de un mismo país entre empresas privadas, donde los burgueses se dedican a disputarse la capitalización de su ganancia explotando trabajo ajeno. Para ello, ordenan a sus empleados que procedan a producir con total independencia de las demás empresas, pasando seguidamente a competir en el mercado, cada cual con arreglo a la magnitud de lo producido y al valor de sus productos. Allí la competencia inter-capitalista convierte esos valores particulares en precios de mercado —que Marx dio en llamar precios de producción— a instancias de lo cual resulta que cada empresa logra capitalizar una parte alícuota de la ganancia global producida, según la magnitud del capital con el que cada una de ellas participa en ese común negocio de explotar trabajo ajeno, dando forma a la Tasa General Promedio de Ganancia capitalista.

 

        Ahora bien, si entendemos por libertad individual bajo el capitalismo a la autodeterminación de cada sujeto, está claro que la libertad de los asalariados acaba, cuando firma el contrato de trabajo y entrega su piel de trabajador, para que su respectivo patrón se la curta durante cada jornada de labor, mientras que la autodeterminación del burgués acaba recién cuando lleva su producto al mercado. Porque es allí donde los patronos de cada empresa ya no pueden decidir lo que cada uno de ellos ganará finalmente. Es el mercado la especie de cofradía práctica seglar en la que los capitalistas declinan su libertad, delegando en la oferta y la demanda el reparto de la ganancia global entre sus distintas empresas en cada país. Pero no es solo eso, sino que el resultado del proceso de acumulación del capital global en virtud de esa misma anarquía de la producción —presidida por la ley económica del valor—, desemboca sin poder evitarlo en las crisis económicas periódicas.

 

        Es allí, pues, en los mercados, donde los capitalistas pierden su autodeterminación como sujetos, aunque no dejan de ejercer su dominio en sus empresas y, a través de ellas, incluso en los distintos Estados nacionales. Pero entonces, mientras los explotados sigamos tolerando semejante situación, el poder de sus patronos permanece cosificado en una sociedad humana totalmente enajenada, donde lo que pasa en ella y los que allí viven, no depende de los sujetos sino de una cosa semoviente, como es el caso de las empresas en los mercados, incluyendo los instrumentos de producción y los medios de cambio (en dinero) al interior de cada país. :

            <<¿Por qué la burguesía se aquerenció al hecho de gobernar semejante estado de cosas? También fue Marx quien respondió con total certeza científica a este interrogante, sentenciando que tanto a los capitalistas propietarios de los medios de producción y de cambio, como a sus eventuales y oportunos clientes —los distintos “representantes” políticos que se alternan en la tarea de representar la voluntad popular—, esa enajenación mientras la ley del valor lo permite, les hace sentir muy bien>>. (K. Marx 7-10 de agosto de 1844. Ver en: "Glosas críticas marginales al artículo: ‘El Rey de Prusia y la reforma social. Por un prusiano").

 

        Ergo, ¿es cierto que la democracia moderna bajo el capitalismo, es una forma de organización social que atribuye la titularidad del poder al conjunto mayoritario de la sociedad?  ¡No! Porque sin duda y en realidad, esa “democracia” ha sido y sigue siendo la dictadura del capital en posesión y privacidad de la minoría relativa bajo el capitalismo por mediación de los mercados. ¿Qué debemos hacer, pues, las víctimas mayoritarias de semejante enajenación humana? Si como es verdad —y así lo ha venido demostrando la historia desde sus orígenes—, la humanidad avanzó venciendo tantas dificultades, ¿por qué no deberá sernos posible hoy a las mayorías sociales que somos los asalariados en esta sociedad, el poder alcanzar a subir un peldaño más en la escalera del progreso humano? Porque emancipándonos y haciendo lo propio con los capitalistas, de la cada vez más insoportable locura de la cosificación, que sólo beneficia a cada vez menos individuos, That´s the question. Y porque ha sido Aristóteles quien ha definido con absoluta certeza, el verdadero significado de la “democracia” desde sus orígenes, ha reconocido que el número de los que gobiernan no es lo decisivo en la definición de los tipos de régimen:

  <<"No debe considerarse —dejó dicho— que la democracia es de un modo absoluto como algunos suelen hacerlo actualmente, es decir, como el régimen según el cual el elemento soberano es la multitud, pues también en las oligarquías y en todas partes la soberanía es ejercida por el elemento más numeroso”9. El número no es lo primordial, de la misma forma que el criterio de mayoría —como ya vimos— no era verdaderamente especificante, ya que se cumplía igualmente en los diversos regímenes10.

  Lo que caracteriza de verdad a la oligarquía y a la democracia, es que en la primera gobiernan los ricos y, en la segunda los pobres11. Efectivamente, "el que sean pocos o muchos los que ejercen la soberanía es un accidente, en el primer caso las oligarquías, en el segundo las democracias. Porque en todas partes los ricos son pocos y los pobres muchos. Lo que hace a la diferencia entre la democracia y la oligarquía es la pobreza y la riqueza. Y necesariamente, cuando el poder se ejerce en virtud de la riqueza, ya sean pocos o muchos se trata de una oligarquía; cuando mandan los pobres, de una democracia; pero acontece, como dijimos, que unos son pocos y otros muchos, pues los pocos tienen prosperidad, aunque de la libertad participen todos; y éstas son las causas por las que unos y otros reclaman el poder12. Lo que caracteriza a un régimen es lo que caracteriza a la clase social de los que lo gobiernan. El número es sólo un "accidente", una consecuencia fáctica que se da "en todas partes", o —como dice en otro lugar— una "coincidencia”13.        Por todo esto, Aristóteles ha concluido que "el régimen es una democracia, cuando los libres y pobres, siendo los más, ejercen la soberanía, y una oligarquía cuando la ejercen los ricos y nobles, siendo pocos"14>>. (Alfredo Cruz Prados: “La política de Aristóteles y la democracia” II. (Pp. 11).

 

          Por todo esto, Aristóteles concluyó que:

  <<"El régimen es una democracia cuando el poder político se atribuye a libres pobres simplemente por ser mayoría, y una oligarquía el poder político está en manos de unas pocas personas, generalmente de la misma clase social cuando es ejercida por la fuerza de los pocos ricos y nobles". (Op. cit. Pp.12).

 

         Según este criterio de Aristóteles, que ha sabido distinguir con total certidumbre y verdad, la diferencia entre democracia y oligarquía, resulta que la mayoría social a los efectos del ejercicio del poder no es lo primordial, ya que ambas realidades en su tiempo se han venido ejerciendo según sus respectivos regímenes sociales predominantes: la democracia en virtud de conceder el poder a una mayoría distinguida de pobres electos, a diferencia de la oligarquía cuyo gobierno estuvo ejercido por un sector social aristocrático de poder superior. O sea, que tanto la democracia como la oligarquía no se han regido por el mayor número de sus representados, sino por el poder atribuido o ejercido de hecho por sus poderosos representantes.  

 

        Dicho esto, ¿no estamos cumpliendo con nuestro deber revolucionario y emancipador social humanamente igualitario, al apuntar con el dedo acusador, para señalar hoy a ese minoritario ejército de intelectuales “ad hoc”, quienes ejerciendo el poder omnímodo en sus empresas privadas y/o en los distintos Estados nacionales de todo el Mundo, tras ser debidamente adoctrinados para esos menesteres por los aparatos ideológicos de sus respectivos Estados nacionales, aprenden a ejercer ese poder político social sobre las minorías sociales relativas dependientes para los fines de enriquecerse explotando trabajo ajeno con fines gananciales. Nos referimos a esa minoría de catedráticos en “economía aplicada” y demás servidores institucionalizados, quienes diciendo defender los “intereses del pueblo”, lo cierto es que pugnan subrepticiamente por  preservar al todavía vigente sistema capitalista explotador y genocida en su conjunto, por la cuenta que la ellos es trae.

 

        Estos señores que de palabra consagran por igual a empresarios y asalariados —a los primeros porque crean puestos de trabajo y a los segundos porque son los creadores directos de la riqueza—así es como rinden el falso culto a la relación entre unos y otros, es decir, al sistema capitalista. ¡Para que perdure! Esto es lo que procuran los burgueses liberales, sindicatos y partidos políticos en general, oportunamente coincidiendo con la tan conocida muletilla según la cual, el empresario capitalista es tan necesario como el obrero, porque genera empleo asalariado. Como si el acto de organizarse para el trabajo social —que nació con el comunismo primitivo—, no pudiera concebirse sin el “servicio” al moderno propietario privado del capital y el dinero bancario. Algo así como sostener el absurdo de que sin delincuentes no puede haber justicia, confundiendo el sustantivo justicia, que de por sí no induce a ningún delito, con el verbo “ajusticiar” que lo presupone, como es el caso de la corrupción política consuetudinaria. Y que no se nos venga a decir, invocando al stalinismo de raíz pequeñoburguesa socialdemócrata, que el socialismo revolucionario también corrompe. 

 

        Suelen afirmar los políticos, que “no todos son corruptos” y que “la mayoría de ellos no lo son”. Pero mienten miserablemente al suponer que esa mayoría se resiste a la tentación porque son honestos. El acto de corromper no está al alcance de todos los empresarios, de igual forma que tampoco se corrompen todos los políticos. Como reza el muy selecto precepto bíblico: “Muchos serán los llamados y pocos los elegidos para entrar en el Reino de los cielos”. Todo depende de lo que le cuesta corromper al corruptor respecto del rédito que obtiene corrompiendo. Esto por una parte. Pero por otra parte, también el acto de corromper depende de la posibilidad real del potencial corrupto para cumplir con la posibilidad de lograrlo, es decir, del lugar que ocupa en la escala jerárquica y del poder político que se lo permite. Y en este mercado de la corrupción, a los honestos como a los diamantes que se los encuentra por debajo de los 4.000 metros de profundidad, lo cierto es que en todas las sociedades divididas en clases sociales, siempre se confirmó eso de que “la ocasión hace al ladrón”. Y en todas ellas la corrupción política jamás empezó con el enriquecimiento ilícito, sino con la tergiversación de la verdad sobre la realidad en la conciencia colectiva, que así es doblegada por la conveniencia personal de las minorías empresariales en contubernio con los políticos profesionales estatizados, lo cual dio pábulo al relativismo postmodernista, como así lo dejó dicho Ramón de Campoamor:

  <<En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira>>.

 

        Así, operando con la misma negación de la lógica racional en materia económica y social, los modernos sofistas al servicio del capitalismo que profesan, por las ganancias que atesoran, conciben la demanda de productos para el consumo, como la fuerza que mueve a la producción y no al revés. Como si fuera posible demandar efectivamente lo que todavía no existe. Y como si bajo el capitalismo la producción no estuviera presidida por el móvil de la ganancia merced a la explotación más despiadada. Porque siguiendo a Keynes, piensan de tal modo por el revés de la trama real, ninguneando a Marx para poder sostener que las crisis económicas periódicas no suceden por superproducción de capital sobrante, que así se desvaloriza, dejando sin sentido su inversión productiva, sino que ocurre por carencia de productos para su consumo. O sea, que confunden la verdadera causa por su consecuencia.

 

        No. Por eso al fundamento marxista ni lo mencionan. Aprovechan todos los medios de información y comunicación públicos y privados afines, para difundir la especie de que las crisis se superan desde el Estado democrático mediante políticas económicas productivas que generan riqueza y consumo general actuando a su vez como incentivo de la producción. En síntesis, que para estos “catedráticos” de medio pelo, el capitalismo es un sistema del bienestar general, que de no ser por los empresarios y políticos liberales corruptos, puede ser tan perfectible y humanitario como que según ellos, las crisis no sólo se pueden superar, sino hasta suprimir; o sea, que al sistema se lo puede reformar políticamente, de modo que produzca “sine die” con arreglo al consumo humano en general, convirtiendo a la sociedad en algo parecido a lo que el profeta cristiano Isaías se imaginó del paraíso terrenal. Todo muy bucólico:

<<Habitará el lobo con el cordero y el leopardo se acostará con el cabrito. Y comerán juntos el becerro y el león. Y un niño pequeño los pastoreará>> (Cap. 11 versículo 6)     

 

        Ya lo hemos dicho y volvemos a insistir en ello aquí, porque sigue siendo necesario: Toda corrupción política persigue una inconfesable finalidad económica. Pero su condición de existencia es la previa corrupción ideológica que la justifica, es decir la falsedad consagrada. Y esta verdad señala tanto a la corrupta ideología de la derecha política liberal conservadora, como a la que sostienen los líderes al “mando” del cotarro reformista. Ambos igualmente poseídos por el espíritu del capitalismo, demuestran en todo lo que dicen su desprecio por la verdad científica.

 

        Pugnan porque no cambie el viento de la historia ni que se dé vuelta la taba de su suerte. Por eso no polemizan con Marx. Simplemente lo boicotean por la cuenta que les trae. La expresión  ganancia del capital está prohibida en su vocabulario. Su holgada condición relativa en esta sociedad, les induce a profesar el arte del escamoteo en materia de ideas sobre la realidad, tales como que los explotados podamos tener intereses políticos estratégicos propios, naturalmente contrarios a los de nuestros explotadores. Unos intereses que tienden e inducen, a la tarea de acabar para siempre con la maldita distribución clasista cada vez más desigual de la riqueza, que los explotadores mientras tanto se reparten y “a vivir que son dos días”. En definitiva, unos intereses emancipadores del ser humano genérico, es decir, sin distinción de clases sociales.

 

        De este concepto esclarecedor, conservadores liberales y reformistas también suelen huir por igual como de la peste. Porque permite distinguir al género humano respecto de los demás animales irracionales, con los que por propio interés ellos se asemejan cada vez más día que pasa. Se trata de un concepto dignificante del ser humano que Marx atribuye precisamente al sujeto trabajador, porque aun siendo parte de la naturaleza, tiene la capacidad de transformarla. ¿Cómo? Así lo dice Marx:

            <<Una araña ejecuta operaciones que recuerdan las del tejedor. Y una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja, es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en cera. Al consumarse el proceso de trabajo surge un resultado que antes de su comienzo ya existía en la imaginación del obrero, o sea, idealmente. El obrero no solo efectúa un cambio de forma de lo natural; en lo natural al mismo tiempo efectiviza su propio objetivo. Objetivo que él sabe que determina, como una ley, el modo y manera de su accionar y al que tiene que subordinar su voluntad>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. V Ed. Siglo XXI/1978 Pp. 216. Ver al principio de la versión digitalizada)  

 

        Donde la expresión cambio de forma y el verbo “determinar”, adoptan un significado preciso: una forma —específica y distinta de su forma natural— que determina una conducta laboriosa según la idea previamente dibujada en la conciencia del trabajador, a la cual por necesidad de que es verdad, subordina su voluntad. Y para eso, antes de ejecutar cualquier acción sobre cada parte constitutiva del objeto a transformar, concibe lo que quiere hacer según la idea que, siempre por necesidad, previamente se hace del producto terminado. En síntesis, que si hay algo que distingue a la libertad propia del ser humano genérico, respecto del resto del reino animal atado a las cosas que le brinda la naturaleza de su entorno, es la conciencia como íntima certeza de lo que hay que hacer necesariamente. Ergo, no puede haber libertad humana posible, sin tomar previamente conciencia de la necesidad de actuar sobre cualquier parcela de la realidad, con arreglo a un determinado fin,  como conditio sine qua non para transformarla.  

 

        Cierto. A menudo sucede que el primer modelo “ideal” de algo que cualquier sujeto se propone realizar con su trabajo, no sea precisamente el que requiere su necesidad y difiera de ella. O sea, que no sea el verdaderamente necesario. De lo contrario se caería en una concepción religiosa, mágica, divina o mística de la creación. Para no caer en ese error, se nos exige a los humanos pasar por la experiencia de la prueba y el error, es decir, por la existencia en la vida social. Por eso Marx y Engels en “La Ideología alemana” han dejado dicho que:

<<No es la conciencia lo que determina la vida, sino la vida lo que determina la conciencia>>  (Versión digitalizada Pp. 4)  

 

        Pero en última instancia, sin la plena certeza consciente debidamente confirmada por la verdad científica, que bajo determinadas circunstancias exige a la conciencia social determinarse en un preciso sentido unívoco y no en cualquier otro, según lo que es necesario hacer, no puede haber perspectiva de vida racional posible, ni libertad propia del ser humano genérico. Y esta exigencia está implícita en la tarea previa de conocer la verdad de cualquier realidad a transformar, un ejercicio necesario de la conciencia, como condición necesaria e imprescindible para poder transformarla materialmente de un modo preciso y no de cualquier otro. Con la mentira no se transforma necesariamente nada sino que se conserva lo que hay. Por eso es que los capitalistas en general, tanto como sus lacayos, los teóricos y políticos que les hacen la cohorte, son unos mentirosos compulsivos sin poder evitarlo, porque de eso y para eso viven. Pero no son libres, porque sólo la verdad sobre la realidad hace a la libertad de actuar sobre ella. Ya sea para conservarla hasta donde resulte racional, o para transformarla cuando deviene irracional. Teniendo en cuenta que todo lo racional es verdadero. 

 

        Es en esta pulsión de la conciencia que exige de cada individuo la permanente búsqueda de la verdad sobre la realidad, donde radica esencialmente lo que distingue al ser humano genérico del resto de los animales irracionales. Pues bien, si como resulta ser cierto que es la vida social lo que determina la conciencia de los individuos, y la conciencia individual socialmente asumida es el atributo que distingue a cada ser humano genérico respecto de los animales irracionales, cabe preguntar: ¿qué ha hecho la vida social desde la revolución Francesa a esta parte, si no ratificar el carácter cada vez más explotador, mentiroso y genocida del capitalismo?

 

        ¿Y qué han resultado ser a la luz de su comportamiento en la historia, tanto los empresarios en general como los partidos políticos institucionalizados incluyendo naturalmente al PSOE como a los demás por el estilo en todo el Mundo? Una sarta de animales irracionales oportunistas y corruptos que, al respecto de la conciencia social solo saben invocarla, pero de hecho la niegan sistemática y radicalmente consagrando a este irracional y explotador sistema económico y político de vida —podrido hasta los tuétanos— como si fuera el “non plus ultra” de la vida en sociedad.

 

En síntesis: que tal como ya lo hemos dejado negro sobre blanco el pasado enero de este año, según el pensamiento de Marx, Engels, Henryk Grossmann y John Francis Bray, el hecho de que hoy todavía subsista en el Mundo la propiedad privada de los medios de producción y el dinero bancario en poder de los empresarios industriales, comerciales y de servicios, es una realidad histórica intolerable. Porque tales condiciones no han hecho más que determinar históricamente, que los intercambios desiguales de la relación entre patronos y obreros —que han propiciado el reparto también desigual de la riqueza desde los orígenes del capitalismo—, no han hecho más que agudizarse a expensas de la penuria relativa de los asalariados, que no ha dejado de aumentar y en estas estamos ahora mismo, donde se verifica que:

1) El 0,6 % de la población adulta en el Planeta, dispone del 39,3 % de la riqueza creada en el mundo.

2) Más de una tercera parte de esa riqueza, está controlada por una super élite opulenta de apenas 29 millones de personas. Justo por debajo de ellos, una segunda división minoritaria de 344 millones de personas (el 7,5 % de la población mundial) ostenta otro 43,1 % de la riqueza total en el globo terráqueo.

3) Sumando ambos valores porcentuales medidos en términos de población y tenencia de riqueza, resulta que el 8,1 % de la población mundial posee el 82,4 % de la riqueza en el Planeta.

4) Y si analizamos la pirámide por la parte baja de sí misma, la conclusión a que se llega es aún más desoladora: porque alrededor de 3.184 millones de personas, el 69,3 % de la población mundial, con una riqueza inferior a los 10.000 dólares, acumula solo el 3,3 %.

5) El dato es aún más preocupante al descubrir que 4.219 millones de personas, el 91,8 % de la población adulta mundial, tan sólo acumula el 17,7 % de la riqueza total. Cfr.: https://www.elblogsalmon.com/economia/una-super-elite-mueve-los-hilos-de-la-economia-mundial.

6) 2015 será recordado como el primer año de la serie histórica, en que la riqueza del 1% de la población mundial alcanzó la mitad del valor del total de activos. En otras palabras: el 1% de la población mundial, aquellos que tienen un patrimonio valorado en 760.000 dólares, poseen tanto dinero —líquido o invertido— como el 99% restante de esa población mundial. Esta enorme brecha entre privilegiados y el resto de la humanidad acorralada en la miseria, lejos de disminuir ha seguido ampliándose desde el inicio de la Gran Recesión, en 2008. Cfr.: http://economia.elpais.com/economia/2015/10/13/actualidad/1444760736_267255.html?rel=mas.

 

Éste ha sido el resultado histórico de la todavía vigente propiedad privada ejercida por los empresarios en la sociedad civil de todo el Mundo. ¿Y qué ha sucedido con la llamada democracia representativa en las instituciones estatales? Que a la hora de gobernar, la inmensa mayoría social de los llamados “ciudadanos de a pie” —arrastrados hacia la miseria por la desigualdad de los intercambios en su relación social con sus patronos capitalistas—, tampoco pintan nada. Porque no pueden hacer más que votar en las elecciones periódicas delegando eventualmente el poder en políticos profesionales oportunistas y corruptos, que se disputan el gobierno de las distintas naciones para que en su condición de candidatos presuntamente les representen, cuando en realidad ellos se representan despóticamente a sí mismos en contubernio con sus colegas empresarios, enriqueciéndose mutuamente sin límites a expensas del trabajo ajeno.

          Así las cosas, la todavía vigente propiedad privada sobre los medios materiales de producción y el dinero bancario, que inevitablemente ostentan los patronos burgueses y que, a instancias de los políticos profesionales en los distintos países ha, derivado en poder político sobre la inmensa mayoría en el mundo de terceras personas dependientes de su trabajo asalariado —por tiempo determinado—, ha sido y sigue siendo el fundamento de la dictadura que la clase social burguesa ha venido ejerciendo sobre el proletariado bajo el capitalismo, tal como lo dejara por primera  vez negro sobre blanco Federico Engels:

<<Pero hoy [en 1847], cuando merced al desarrollo de la gran industria, en primer lugar se han constituido capitales y fuerzas productivas en proporciones sin precedentes, y existen medios para aumentar en breve plazo hasta el infinito estas fuerzas productivas; cuando, en segundo lugar, estas fuerzas productivas se concentran hoy en manos de un reducido número de burgueses, mientras la gran masa del pueblo se va proletarizando y empobreciendo, con la particularidad de que su situación se hace más cada vez más precaria e insoportable en la medida en que aumenta la riqueza de los burgueses; cuando en tercer lugar, estas poderosas fuerzas productivas, que se multiplican con tanta facilidad hasta rebasar el marco de la propiedad privada y del burgués, provocando continuamente las mayores conmociones del orden social, sólo ahora la supresión de la propiedad privada se ha hecho posible e incluso absolutamente necesaria>>. (Federico Engels a fines de octubre y principios de noviembre de 1847 en su obra: “Principios del Comunismo” publicada por Ed. l’eina/1989. Pp. 85). Versión digitalizada ver en apartado XV último párrafo).

          Por  lo tanto, si como es cierto y verdad que todo principio activo mueve a la realización de un fin, teniendo en cuenta que la finalidad del capitalismo es la acumulación de ganancia económica explotando trabajo ajeno cada vez más productivo, más allá de lo señalado por F. Engels ocurrió contradictoriamente, que la creciente productividad del trabajo asalariado sólo ha sido posible a instancias de medios materiales técnicos cada vez más eficaces sustitutos de trabajo humano —única fuerza esta última creadora de valor económico—, y dado que tales instrumentos materiales se limitan a trasladar su costo de mercado al producto, en forma de amortización por desgaste, o sea que no generan ganancia ninguna tal como así lo dejó negro sobre blanco K. Marx en sus “Líneas fundamentales de la crítica de la economía”, escrito entre 1857 y 1858:

 

Se nos ha venido inculcando eso de que el capitalismo es la forma de vida basada en la libre concurrencia mercantil, que se concreta en el libre cambio de una mercancía por otra equivalente. O sea la igualdad en los intercambios mercantiles, lo cual es totalmente falso:

<<Por favorables que sean las condiciones en que se haga el intercambio (entre capitalistas) de una mercancía por otra, mientras subsistan las relaciones (desiguales) entre el trabajo asalariado y el capital, siempre existirán la clase de los explotadores y la clase de los explotados. Verdaderamente es difícil comprender la pretensión de los librecambistas (burgueses), imaginándose que un empleo más ventajoso del capital hará desaparecer el antagonismo entre los capitalistas industriales y los trabajadores asalariados. Por el contrario, ello no puede acarrear sino una manifestación aún más neta de la oposición entre estas dos clases sociales.

Señores: No os dejéis engañar por la palabra abstracta de libertad. ¿Libertad de quién? No es la libertad de cada individuo con relación a otro individuo. Es la libertad del capital para machacar al trabajador>> (K. Marx: Miseria de la filosofía. Respuesta a la ‘Filosofía de la miseria’ del Señor Proudhon. Apéndices: ‘Discurso sobre el librecambio’. Pronunciado por K. Marx el 7 de enero de 1848 en una sesión pública de la Asociación Democrática de Bruselas. Ed. cit. Pp. 186. Lo entre paréntesis nuestro. Versión digitalizada  bajo el mismo subtítulo en Pp. 11 de 13).

 

Así las cosas, desde que la moderna sociedad burguesa salió de entre las ruinas de la sociedad feudal, para incursionar en el Mundo hasta llegar a ser la clase internacional minoritaria más explotadora, enriquecida y dominante desde la época en que se ha distinguido por haber simplificado las contradicciones de clase, entre capitalistas y trabajadores asalariados hasta que……:

<<…….Tan pronto como el trabajo [humano ganancial explotado] en forma inmediata, [ha ido siendo sustituido por maquinaria] dejando así de ser la gran fuente de la riqueza [y consecuente ganancia capitalista], el tiempo de [ese] trabajo [físico e intelectual de los asalariados cada vez menos empleados], deja y tiene que dejar de ser su medida y, en consecuencia, el valor de cambio [de la riqueza producida] tiene que dejar de ser la medida del valor de uso del trabajo. El plustrabajo de la masa [asalariada] ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza general, así como también el no-trabajo de [los relativamente pocos capitalistas todavía usufructuarios dirigentes del tinglado explotador], ha dejado de ser condición de las fuerzas generales del cerebro humano. Con ello se derrumba la producción de riqueza basada sobre el valor de cambio, el proceso de producción inmediato pierde la forma de [producir miseria relativa en los explotados al mismo tiempo que ganancia para los explotadores], y el antagonismo [entre las dos clases sociales universales desaparece]. Aquí entra entonces [a manifestarse] el desarrollo de los individuos [libres e iguales], y por lo tanto la reducción del tiempo de trabajo necesario, no para crear plustrabajo sino para reducirlo en la sociedad a un mínimo, al que corresponde entonces la función artística, etc., de los individuos gracias al tiempo devenido libre y a los instrumentos [supletorios de trabajo vivo] creados para todos ellos. [De modo tal que así, la burguesía deja como tal clase explotadora de seguir existiendo]>>. (K. Marx: “Líneas fundamentales de la crítica de la economía Política”. En alemán “Grundrisse”. Ed. Grijalbo. Segundo volumen: El proceso de circulación del capital. Tomo II Cap. III Pp. 91. El subrayado y los entre corchetes nuestros. Confrontar esta parte citada del texto traducido por la mencionada Editorial, con la versión digitalizada en las páginas 228 y 229).

 

Por su parte, en su obra escrita entre 1927-1928 titulada: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista”, Henryk Grossmann ha demostrado que el capitalismo alcanza su límite histórico-objetivo absoluto, cuando el incremento de los medios técnicos de producción empleados y la productividad del trabajo a mayor velocidad que el de la población productiva empleada, se expresa capitalísticamente en su contrario: o sea, en que la población obrera crece siempre más rápidamente que la necesidad de valorización [ganancia] del capital invertido en funciones. Donde también aumenta la sustitución de obreros por la maquinaria empleada en su lugar. Y es que:

<<El incremento de los medios materiales de producción llamados capital constante [maquinaria, herramientas, materias primas y auxiliares, talleres, fábricas, oficinas, medios de transporte, etc] y la productividad del trabajo a mayor velocidad que la de la población, se expresa capitalistamente en su contrario: en que la población obrera crece siempre más rápidamente que la necesidad de valorización del capital”106. Por tanto, el desplazamiento de los obreros por la maquinaria y el surgimiento del ejército de reserva descrito por Marx en el tomo I de El capital (capítulo XIII: “Maquinaria y gran industria”), constituye un hecho de naturaleza técnica, provocado por el mayor crecimiento de MP [medios de producción] en proporción con FT [fuerza de trabajo], la que en cuanto tal no representa ningún fenómeno específico del capitalismo. Todo progreso técnico descansa en un aumento de la productividad del trabajo, o sea, que éste [el trabajo] es ahorrado, liberado, con respecto a un cierto producto técnico material [la maquinaria] supuesto como dado [y necesariamente requerido por la cuenta que les ha traído a los capitalistas]. Que la máquina sustituye trabajo humano, es un hecho irrefutable que no requiere de mayores “demostraciones”, pues se desprende del propio concepto material y técnico de la máquina, en tanto que es un medio destinado a economizar trabajo. Esta “liberación” de trabajo asalariado se produce en todos los modos de producción, e incluso tendrá lugar en una economía planificada socialista por cuanto ésta también recurrirá a los progresos de la técnica. De aquí se desprende la imposibilidad de que Marx dedujera de este hecho “natural”, el derrumbe del modo de producción capitalista. Y por cierto, la sustitución de obreros como consecuencia del perfeccionamiento técnico introducido en la maquinaria, ni se menciona en el capítulo XXIII del Libro 1 tomo II de “El capìtal”, donde Marx dedujo la ley del derrumbe capitalista a partir de la ley general de la acumulación de ganancia. Marx aquí no resalta las variaciones de la composición técnica del capital, es decir, la relación entre medios de producción MP y fuerza de trabajo FT, sino que hace hincapié en la composición orgánica dineraria, o sea en la relación entre c [capital constante] y [capital variable] v [o fuerza de trabajo]. “El factor más importante en este examen es la composición del capital y los cambios que experimenta la misma en el transcurso del proceso de acumulación”. A lo que se agrega con el fin de ampliar la explicación: “Cuando se habla sin más ni más de la composición del capital, nos referimos siempre a su composición orgánica107. Empero la composición técnica tan sólo conforma un aspecto de la composición orgánica; ésta última constituye algo más. Se trata de una composición de valor, que se halla determinada por la composición técnica [o sea, la evolución de la relación físico-técnica entre la maquinaria y los obreros encargados de ponerla en movimiento], cuyas modificaciones refleja [que hasta cierto punto va en aumento]. Con ello Marx transforma la faz técnica del proceso de trabajo, la relación entre MP: FT —independiente de todo modo de producción específico—, en una relación de valor c [capital constante para invertirlo en maquinaria] con v [capital variable, es decir: salarios], o sea, que considera esa relación técnica en su forma específicamente dineraria-capitalista. Así. en el interior del modo de producción capitalista, los medios de producción MP [maquinaria] y FT [fuerza de trabajo], se presentan ambas como partes integrantes del capital, como valores que deben ser valorizados, es decir arrojar una ganancia. El aspecto característico y el factor impulsor de la producción capitalista, no es el proceso técnico de producción, sino el proceso de valorización [ganancia capitalista]. Éste se interrumpe allí donde los empresarios se encuentran con que la valorización se ha terminado [por carencia de capital adicional suficiente], aun cuando el ángulo de las necesidades materiales y su satisfacción —el proceso técnico de la producción— continúa siendo necesario y deseable. Los obreros son despedidos al ser sustituidos por maquinaria. Pero el desplazamiento de los obreros, el surgimiento del ejército de reserva del que Marx habla en el capítulo de la acumulación (y de esto se ha hecho caso omiso en la literatura sobre el tema), sucede no por el hecho teórico de la introducción de la maquinaria, sino por la insuficiente valorización del capital invertido [precisamente por carencia de ganancia adicional suficiente para tal fin], que hace su presentación en una cierta fase avanzada de la acumulación. De modo que la causa que lo genera, encuentra su origen exclusivamente en el modo de producción específicamente capitalista. Los obreros son desplazados no porque sean expulsados por las máquinas, sino porque a una determinada altura de la acumulación, la ganancia se torna demasiado pequeña y por consiguiente ya no rinde, de modo que no alcanza para poder adquirir las adicionales máquinas suficientes, etcétera108>>. (Henrik Grossmann: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalísta.” Biblioteca del pensamiento socialista. Ed. Siglo XXI Cap. I México DF: “El hundimiento del capitalismo en las exposiciones científicas surgidas hasta la fecha”. Pp. 85 a 88. Primera edición en alemán 1929. Primera edición en español 1979. El subrayado y lo entre corchetes nuestro: GPM).

 

  Y en efecto: La ganancia capitalista ha venido surgiendo del valor adicional producido por cada obrero empleado para tal fin durante cada jornada de labor. Es un excedente ganancial respecto del salario a instancias de la creciente productividad laboral, que aumenta con cada progreso científico-técnico incorporado a los instrumentos materiales técnicos de trabajo —movidos por el proletariado en cada jornada laboral— haciendo así posible a la burguesía usufructuarlo. Es un rédito global obtenido en cada país que —por mediación de la oferta y la demanda en el mercado bajo condiciones normales— la competencia intercapitalista se encarga de repartirlo entre los capitalistas, según la masa de capital con que cada fracción empresarial participa en ese común negocio, de medrar a expensas de otros seres humanos. Se trata, pues, de un proceso objetivo, que no depende de la voluntad de nadie en particular, sino de todos los burgueses en general, como personificaciones del sistema. Es un rédito global obtenido en cada país que —por mediación de la oferta y la demanda en el mercado bajo condiciones normales— la competencia intercapitalista se encarga de repartirlo entre los capitalistas, según la masa de capital con que cada fracción empresarial participa en ese común negocio, de medrar a expensas de otros seres humanos. Se trata, pues, de un proceso objetivo, que no depende de la voluntad de nadie en particular, sino de todos los burgueses en general, como personificaciones del sistema.

 

          Pero bajo tales condiciones, de la misma forma sucede que a instancias de la creciente productividad del trabajo, los instrumentos materiales —cada vez más eficaces— sustituyan más y más mano de obra, que así su empleo no deja de aumentar, pero naturalmente cada vez menos. Y dado que la ganancia del capital crece a expensas del trabajo asalariado empleado, el decreciente incremento de su empleo respecto de los medios materiales que pone en movimiento, determina que el proceso de explotación, ganancia y acumulación de capital, se interrumpa periódicamente por carencia de empleo asalariado y en consecuencia, por falta de rentabilidad suficiente respecto de lo que cuesta producirla.

Dicho esto último y tomando en consideración la evolución del dinero ganancial de la burguesía, como consecuencia de la mayor intensidad y eficacia del trabajo humano, debe operarse una consecuentemente mayor capacidad o poder adquisitivo de ese dinero, a la vez que una disminución creciente del precio de las mercancías, o sea, un salario de mayor poder de compra y más medios de vida, es decir, un salario incrementado. Finalmente ese aumento del salario real y su mayor poder adquisitivo, sin que exista un ejército de reserva requiere que el trabajo se venda por su valor. Pero si observamos este proceso más detenidamente, comprobaremos que esta tendencia creciente del poder adquisitivo salarial no se prolonga indefinidamente, sino que se agota en un período transitorio, que corresponde a una determinada fase temporal de desarrollo en el curso de la acumulación capitalista y que, según el esquema de Henrik Grossman ha regido no más allá de los primeros 34 años. Y en efecto: Toda esta “lógica” da pábulo a las crisis económicas de superproducción de capital, es decir, exceso de producción de mercancía por carencia dineraria de demanda durante la cual, la penuria relativa de ganancia agudiza las disputas entre lobbies económicos que, sin solución de continuidad, se trasladan a los partidos políticos de cada país, saltando desde allí a la escena internacional, donde unos países lidian con otros por la misma causa. Trastornos económicos y consecuentes conflictos políticos, que con cada vez más frecuencia la burguesía mundial no ha conseguido superar, si no es mediante guerras entre bloques de países, cada vez más destructivas y genocidas según el progreso del conocimiento científico se va incorporando a los instrumentos bélicos, a instancias de la llamada “economía de guerra”.

<<Superado este nivel de desarrollo de la acumulación, y a partir de un determinado momento del mismo proceso, necesariamente nos encontramos con un punto de inflexión en la dinámica de los salarios. A partir de este punto los salarios tienen que descender y por ende todo el mecanismo de los salarios también remite de forma sostenida y periódica, a pesar de su ascenso inicial (véase supra, pp. 112-113). De esto se sigue que a medida que se acumula el capital, tiene que empeorar la situación del obrero, sea cual fuera —alta o baja— su remuneración. Esta es la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista.  

Como consecuencia, a partir de un determinado punto, el crecimiento del salario real finaliza; y luego de un estancamiento transitorio se produce un rápido descenso del mismo. Pero dado que como a consecuencia de la creciente intensidad del trabajo que se opera con el desarrollo del modo de producción capitalista, se torna necesaria una masa siempre creciente de medios de vida para la reproducción de la fuerza de trabajo, de lo cual resulta que la propia paralización del crecimiento de los salarios (y más aún su retroceso), representa un descenso por debajo del valor de la fuerza de trabajo necesaria. Y a partir de esto se vuelve imposible la reproducción plena de esa fuerza de trabajo. Pero esto equivale al empeoramiento de la situación de la clase obrera, un aumento no sólo de su miseria social, sino también de su miseria física. Así, su pauperización no es por tanto en ningún caso, un fenómeno que corresponda exclusivamente al pasado del movimiento obrero, según la interpretación que Kautsky y Rosa Luxemburgo ofrecen de la teoría marxiana del salario. La pauperización  no se manifiesta sólo en el período del capitalismo en el que no existía todavía una organización obrera (sindicatos). En realidad, puede ser y es el resultado de la fase madura de la acumulación de capital.

La pauperización es el punto conclusivo necesario del desarrollo al cual tiende inevitablemente la acumulación capitalista, de cuyo curso no puede ser apartada por ninguna reacción sindical por poderosa que esta sea. Aquí se encuentra fijado el límite objetivo de la acción sindical. A partir de un cierto punto de la acumulación, el plusvalor requerido no resulta suficiente para proseguir la acumulación con salarios fijos. O el nivel de los salarios es deprimido por debajo del nivel anteriormente existente, o la acumulación se estanca, es decir, sobreviene el derrumbe del mecanismo capitalista. De esta manera el desarrollo conduce a desplegar y agudizar las contradicciones internas entre el capital y el trabajo a un punto tal que la solución solo puede ser encontrada a través de la lucha entre estos dos momentos…………              

………..

El desarrollo de las fuerzas productivas no sólo se manifiesta a través de la puesta en movimiento de una masa cada vez mayor de medios de producción (MP) en relación con la fuerza de trabajo vivo empleado (FT), que así forzosamente remite. O sea, por el constante incremento que se opera en la masa de medios de producción [maquinaria] debido no sólo a las innovaciones tecnológicas, sino que también lo hace por la participación íntegra de la fuerza de trabajo en este desarrollo. Aquí, pues, se trata de “no quedar excluido de los frutos de la civilización, de las fuerzas productivas ya adquiridas” (véase supra Pag. 8). Resulta decisivo, por tanto, que junto con el crecimiento de MP también sea reproducida en su totalidad (FT), es decir, que el salario real crezca en la misma medida en que crece la intensidad del trabajo. Sin embargo, en el mismo momento en que dentro de la relación c:v fracasa la valorización, el capital comienza a reducir el valor de los salarios, o sea de v, por debajo de la fuerza de trabajo. Pero al hacer esto impide la reproducción de FT en su totalidad. Si en virtud de ello la fuerza más poderosa e importante, la fuerza de trabajo humano se ve excluida de los frutos de la civilización en constante desarrollo, entonces simultáneamente se demuestra que nos acercamos cada vez más a aquella situación, que se viera vislumbrada por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista diciendo: “La burguesía no es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni si siquiera en el marco de su propia esclavitud”109*>>. (Henrik Grossmann: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista” Ed. Siglo XXI. Capítulo “Consideraciones finales” Pp. 379).

 

 

En síntesis, que a partir de un determinado punto del proceso capitalista, el crecimiento del salario real se detiene; y luego de un estancamiento transitorio se produce un rápido descenso del mismo. Y dado que como consecuencia de la creciente intensidad del trabajo que se requiere para el necesario desarrollo de la producción, se torna necesaria una masa siempre creciente de medios de vida para la reproducción de la fuerza de trabajo, resulta que la propia paralización del crecimiento de los salarios (y más aun su retroceso), representa un descenso del salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo empleado, resulta que la propia paralización del crecimiento de los salarios y más aun su retroceso, supone un retroceso por debajo del valor de la fuerza del trabajo, de modo que se vuelve imposible la reproducción plena de la fuerza de trabajo. Así las cosas:

<<La pauperización es el punto conclusivo necesario del desarrollo, al cual tiende inevitablemente la acumulación capitalista de cuyo curso no puede ser apartada, por ninguna reacción sindical por poderosa que ésta sea. Aquí se encuentra fijado el límite objetivo de la acción sindical. A partir de un cierto punto de la acumulación, el plusvalor disponible no resulta suficiente para proseguir acumulando capital con salarios fijos. O el nivel de los salarios es deprimido por debajo del nivel anteriormente existente, o la acumulación se estanca, es decir, sobreviene el derrumbe del mecanismo capitalista. De esta manera el desarrollo conduce a desplegar y agudizar las contradicciones internas entre el capital y el trabajo, a un punto tal que la solución sólo puede ser encontrada, a través de la lucha entre estos dos momentos.

Ya vimos que Kautsky comprobó la paralización del proceso ascendente de los salarios —en parte incluso hasta un retroceso del salario real— en el transcurso del último decenio anterior a la primera guerra mundial para todos los países capitalistas tradicionales. Por su parte, resulta evidente que la clase obrera no pudo mejorar su situación en la post guerra  ni en Alemania, ni en Inglaterra ni en Francia, como tampoco en los restantes países. Y esto no requiere que sea probado aquí. Sí en cambio tuvo que combatir con el máximo despliegue de sus fuerzas simplemente para conservar el nivel de vida imperante hasta ese entonces, y para defenderse de los constante ataques emprendidos en su contra el capital. Es precisamente la constante ofensiva del capital, renovada con mayor intensidad aún, la que anuncia el hecho y constituye un síntoma de la mera supervivencia del capitalismo; revela que subsiste únicamente gracias al deterioro de las condiciones de vida de la clase obrera, poniendo de manifiesto con ello que luego de haber cumplido con su misión histórica de desarrollar las fuerzas productivas, de estímulo para dicho desarrollo se ha convertido en una traba suya. El desarrollo de las fuerzas productivas no sólo se  manifiesta a través de la puesta en función de una masa cada vez mayor de medios de producción (MP en relación con la fuerza de trabajo (FT), o sea, por el constante incremento que se opera en la masa de medios de producción debido a las innovaciones tecnológicas, sino que también lo hace por la participación íntegra de la fuerza de trabajo en este desarrollo. Aquí, pues, se trata de “no quedar excluido de los frutos de la civilización, de las fuerzas productivas ya adquiridas” (véase supra p. 8). Resulta decisivo, por tanto, que junto con el crecimiento de MP, también sea reproducida en su totalidad FT, es decir que el salario real crezca en la misma medida en que crece la intensidad del trabajo. Sin embargo, en el mismo momento en que dentro de la relación c : v fracasa la valorización, el capital comienza a reducir el nivel de los salarios, o sea de v, por debajo del valor de la fuerza de trabajo. Pero al hacer esto impide la reproducción de FT en su totalidad. Si en virtud de ello la fuerza productiva más poderosa e importante, la fuerza de trabajo humana, se ve excluida de los frutos de la civilización en constante desarrollo, entonces simultáneamente se demuestra que nos acercamos cada vez más a aquella situación que fuera vislumbrada por Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista”. (Henrik Grossmann: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista Pp. 386. Capítulo:“La tendencia al derrumbe y la lucha de clases”).  

 <<Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Pero para oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo en pleno régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeñoburgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad, ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni siquiera en el marco de la  esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad”>>. (Karl Marx-Federico Engels: Op. cit. Cap. I: “Burgueses y Proletarios” Ed. Progreso: l’eina Pp. 48).

 

  El vocablo  pauperismo se define y designa, por la situación de pobreza en que se encuentra la totalidad o una fracción considerable de la población, en un determinado país o región del Mundo. A pesar de la imprecisión de las estadísticas a escala internacional que se han realizado en este campo, se ha calculado que el pauperismo afecta los dos tercios de la población mundial que hoy alcanza los 6.000 millones de personas. O sea que la indigencia en estos momentos suma 4.000 millones, y las estimaciones más recientes de las Naciones Unidas indican, que para el año 2025 será de 8.500 millones, teniendo en cuenta que el medio más común para medir el pauperismo, es el ingreso promedio anual de medios de vida por habitante, calculado entre el valor neto de los productos fabricados y los servicios prestados por habitante y año, en un determinado país.

 

          A todo esto, según ha reportado eldiario.es el día 03/09/2019 a las 16:07hs., el número de superricos se ha triplicado en España en una década. Los declarantes de bases imponibles de más de 30 millones de euros alcanzan los 611 según los datos de 2017 publicados este martes por la Agencia Tributaria. Los ricos madrileños, que no pagan impuesto de patrimonio, se ahorraron casi mil millones en un año, el 99% del total de las bonificaciones autonómicas. Una quinta parte del patrimonio en España está invertido en “ladrillo”. El número de "superricos" en España, aquellos que declaran poseer bienes susceptibles de pagar el impuesto de patrimonio por valor de más de treinta millones de euros, alcanzó los 611 en 2017 según los datos publicados este martes por la Agencia Tributaria.

          Este es uno de los tributos cedidos a las comunidades autónomas, que pueden llegar a evitar por completo su cobro. Es el caso de la Comunidad de Madrid, acusada habitualmente de aprovechar las ventajas de la capitalidad para atraer a millonarios y empresas (lo que se conoce como "dumping fiscal").

          Si se compara la cifra de superricos de este año con la que se recogió en 2007, los grandes patrimonios se han casi triplicado, al crecer más de un 162%. Un año antes, en 2006, sólo hubo 200 contribuyentes en ese tramo, con lo que la subida ha sido de más del triple. Durante ese mismo periodo se ha producido una crisis económica que, entre otras cosas, ha supuesto un aumento de la brecha de desigualdad de la riqueza en España.

          De esos 611 multimillonarios, un total de 413 se ahorraron 406 millones de euros en concepto de bonificaciones autonómicas, la mayoría en la Comunidad de Madrid, donde nadie paga impuesto de patrimonio, no importa cuál sea su riqueza.

          Si se tiene en cuenta al total de potenciales declarantes, no solo los que tienen más de 30 millones, las bonificaciones autonómicas ese ejercicio ascendieron a 1.008 millones. Casi el 99% de las mismas se produjo en la Comunidad de Madrid (cuyo nuevo gobierno ha prometido otra bajada "histórica" de impuestos). Es prácticamente la misma cantidad que se recaudó en toda España en 2017, que ascendió a 1.112 millones de euros.

          Así, en la región que ahora preside Isabel Díaz Ayuso, 16.856 potenciales declarantes del impuesto de patrimonio (con carácter general aquellos con un patrimonio de más de 700.000 euros exceptuando hasta 300.000 euros de la vivienda habitual) dejaron de pagar a Hacienda en 2017 995,5 millones

            Las otras comunidades que bonificaron este impuesto en 2017, aunque en mucha menor medida, son La Rioja (donde dejaron de ingresarse 7,6 millones) y Catalunya (donde se bonificaron casi 200.000 euros). 

          Precisamente, Catalunya y Madrid absorben más del doble de toda la riqueza nacional declarada en Patrimonio (669.062 millones), un 29% del total en el primer caso y un 26% en el segundo.

          Es posible eludir el pago de este impuesto a través de mecanismos como tener la fortuna invertida en una sicav, uno de los instrumentos preferidos por los ricos para pagar menos a Hacienda. Pero además, no se paga impuesto de patrimonio por el total de la riqueza. Así, para calcular la base imponible, o riqueza neta, que es por lo que se tributa, se suma el conjunto de los bienes y derechos con contenido económico de los que sea titular el sujeto pasivo (casas, tierras, joyas, depósitos, obras de arte...), y se le resta el valor de las cargas y gravámenes que recaigan sobre los bienes, como deudas e hipotecas. En el caso de la vivienda habitual, quedan exentos los primeros 300.000 euros, que también se restan. 

          Adicionalmente, cada comunidad puede establecer un patrimonio mínimo exento, pero en caso de no hacerlo, la norma común es que sea de 700.000 euros (500.000 en Extremadura y Catalunya; 600.000 en la Comunidad Valenciana, 400.000 en Aragón). 

          Por lo demás, en España hay 60.337 millonarios, personas que declaran tener un una base imponible en el impuesto sobre patrimonio superior a 1,5 millones de euros.

            Una quinta parte concentrada en ladrillo

          En cuanto a la naturaleza de estos patrimonios, aproximadamente una quinta parte de los casi 700.000 millones declarados por los españoles más ricos en 2017 se concentraba en bienes inmuebles, informa EFE. Dado que el impuesto lo declararon 202.437 contribuyentes, el patrimonio medio se situó en 3,3 millones de euros.

          La mayor parte de este patrimonio -497.281 millones, un 74,3 % del total- se encuentra en capital mobiliario, es decir, en acciones, deuda pública o depósitos en cuentas bancarias. La siguiente partida son los bienes inmuebles -130.771 millones, un 19,5 % del total-, la mayoría de naturaleza urbana.

          Estos contribuyentes declararon asimismo 12.424 millones de euros en seguros y rentas; 11.318 millones en patrimonio afecto a actividades económicas y 1.370 millones en bienes suntuarios, que se distribuyen en objetos de arte y antigüedades (571 millones) y otros como vehículos o joyas (800 millones).

          Aumenta la brecha de la desigualdad

          En paralelo a esta radiografía de la riqueza en España, según un informe de Intermón Oxfam, desde el año 2008, la participación en la riqueza neta del 50% de personas más pobres ha disminuido en España en más de 4 puntos porcentuales, mientras que la del 1% de personas más ricas "se ha ampliado en casi 7 puntos".

En los años de recuperación económica, desde 2014 a 2018, "esta distribución de la riqueza apenas ha variado", denuncia Oxfam. El estudio arroja una cifra de la desigualdad actual: el 10% de las personas más pudientes en España concentra más riqueza neta (un 55%) que todo el resto de la población junta. En 2009 concentrada un 47%.

          Casi la mitad de toda esa riqueza del 10% más rico está en manos del 1% con más ingresos. Acumulaban el 24% de la riqueza neta nacional en 2018, apunta Oxfam, un porcentaje que ha engordado desde la crisis. En 2009 era del 17%.

          La otra cara de la moneda es la participación del 50% con menos ingresos en la riqueza nacional. En su caso, su acumulación de riqueza se contrae: del 11,5% en 2009 al 7% el año pasado.

          El de patrimonio es otro de los impuestos de la discordia en España. Denostado (como el impuesto de sucesiones) por quienes creen que supone una doble tributación –primero cuando se obtiene el bien, después por mantenerse– y considerado como un mecanismo redistributivo por otros.

          Entre los años 2008 y 2010 este impuesto quedó suprimido, pero luego, y a raíz precisamente de la crisis, se restableció. Este tributo a la riqueza nació en España en 1977, junto al Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF), y se regula por una ley de 1991. 

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NOTAS

09. Cfr. Pol. 1290 a

10. Cfr. Pol. 1294 a

11. Cfr. Pol. 1279 b

12. Cfr. Pol 1279 b-1280 a

13. Cfr. Pol 1290 b

14. Cfr. Pol. 1290 b

106: Das Kapital, I, p. 663 (T. I/3 pp. 804).

107: Ibid, p.628 (t. 1/3, pp.759/760).

108: “La acumulación capitalista —dice Marx— produce de manera constante, antes bien y precisamente en proporción a su energía y a su volúmen, una población obrera relativamente excedentaria, esto es, excesiva para las necesidades medias de valorización del capital y por tanto supérfluas”. (Das Kapital, I, p. 646 (t. I/3, p. 784). Del  ejército industrial de reserva  se dice que “crea”, para las variables necesidades medias de valorizaciones del capital y por tanto supérflua” (Das Kapital, I, p. 646 [t.1/3. P. 784]). Del ejército industrial de reserva se dice que “crea, para las  variables necesidades de valorización del capital, el material humano explotable y siempre disponible” (ibid. P. 649 [t.1/3 p. 786]). Véase también  ibid., pp. 650, 654 [t. 1/6, pp. 787, 791, etc. No es la explulsión a causa de la máquina,  sino la exclusión a causa de la insuficiente valorización lo que constituye el núcleo de la teoría marciana de la acumulación. Marx no deja nunca de resaltar la oposición entre el hecho técnico, natural  de la relación MP y FT y su forma específica capìtalista. “La ley según la cual el desarrollo de la fuerza productiva social del trabajo reduce progresivamente, en proporción a la eficacia, la masa de sus medios de producción que es necesario gastar, se expresa en el terreno capitalista”. (ibid., p. 663 [t.1/(3, p. 804]). En el terreno capitalista es decisiva “la necesidad de valorización del capital”. “La ley de la producción capitalista […]  se reduce sencillamente a lo siguiente: La relación entre capital, acumulación y tasa del salario no es otra cosa sino la relación entre el trabajo impago [ganancial] transformado en capital y el trabajo suplementario requerido para poner en movimiento el capital adicional. En modo alguno se trata, pues,  de una relación entre dos magnitudes recíprocamente independientes —por una parte la magnitud del capital, por otra el número de la población obrera; en última instancia nos encontramos por el contrario, ante la relación entre el trabajo impago y trabajo pago de la misma población obrera (ibid., p. 637 [t. 1/3, p.770n]. ¡La relación pv:v, o sea la tasa de plusvalor, es así, pues, un problema de valorización! Que según el pensamiento marciano la crisis, la perturbación y, en fin, el derrumbe del capitalismo sea provocado por la insuficiente valorización [ganancia], no puede negarlo tampoco Rosa luxemburgo. “En todo el capítulo se trata de la población obrera y su crecimiento —escribe—, Marx habla constantemente de las ‘necesidades de colocación’ [valorización (E.)], del capital. A estas se acomoda, según Marx el crecimiento de la población obrera; de ellas depende el grado de demanda de obreros, el nivel de los salarios, el que la coyuntura sea brillante o apagada, el que haya prosperidad o crisis. ¿Pero qué son estas necesidades de colocación de las que Marx habla constantemente y a las que Bauer no alude siquiera en su mecanismo?” Antikritik, p. 117 [AC., p.440. e IAC  p 82]. Rosa Luxemburgo responde a estas preguntas en unas páginas más adelante (ibid., p. 122 [AC., p. 442 e IAC p.85]) donde dice que la acumulación se acomoda a “sus necesidades de valorización variables, esto es, a las posibilidades del mercado”. ¡Aquí tenemos por fin el gran descubrimiento! Solo que es en todo caso notable que Marx hable “continuamente” de valorización, cuando se refiere a las posibilidades de mercado! Como si Marx hubiese tenido un miedo morboso a llamar las cosas por su nombre y hubiese preferido cubrirlas con velo y decir siempre b cuando quería decir a. Dificilmente se pueda superar la insípida escolástica de Rosa Luxemburgo. Que en el sistema marxiano la valorización insuficiente, desempeñe un papel decisivo en el fracaso del  mecanismo capitalista, lo debe admitir también Bujarin. Así él dice que “el movimiento de la ganancia” es la “máxima propulsora de la economía capitalista” (Der imperialismus…cit., p, 122 [pp. 204]. Pero Bujarin no advierte que la insuficiente valorización se presenta espontáneamente como consecuencia necesaria de las leyes internas del modo capitalista de producción y, con ello, al igual que en el caso de Rosa luxemburgo el fracaso es remitido a  circunstancias puramente casuales. Y exteriores, a saber: que la guerra acarrea la ruina económica (Ibid p. 123 pp. 204-205]).

Es cierto que la guerra puede provocar la ruina, es cierto que la valorización puede fracasar si no existe consumo alguno, pero con tal formulación se oculta la verdadera problemática, la cual consiste en mostrar cómo puede desaparecer la ganancia, la valorización, aunque se proponga el caso más favorable para el capitalismo, o sea, un estado de equilibrio en el que siempre aparece asegurado un consumo incesante de las mercancías, donde ninguna guerra puede actuar destructivamente desde el exterior sobre el mecanismo, donde, en fin el derrumbe de la valorización se presenta pues necesariamente a partir del curso interno del mecanismo.

109*  Karl Marx, Manifiesto del partido comunista, en Obras Escogidas cit., t. 1 p. 121. [E.]50. También Alexander Parvus se expressa en forma parecida: No existe ni puede existir un desarrollo objetivo que, por sí mismo [¡], y con exclusión de la lucha política revolucionaria del proletariado, convierta la producción capitalista en ruinas, de modo tal que a la clase burguesa sólo le quede resignarse a que los obreros tomen el poder […] La ley histórica […] es el producto de las luchas políticas […] La teoría del derrumbe automático es tan errónea como la hipótesis de la transformación gradual del capitalismo.” (Parvus, Der Sozialismus und die soziale Revolution. [El socialismo y la revolución social] Berlín, 1910, p. 11].

 

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En un capitalismo global así, la apuesta por la innovación tecnológica produce desempleo y el desempleo abre las puertas a la estrategia de aumentar la explotación en términos absolutos. Es decir, lo que define al capitalismo actual es su tendencia a la pauperización del trabajo. Por eso el capital no puede avanzar sin atacar de forma cada vez más brutal y directa a los trabajadores en todo el mundo, desde Rusia a Argentina, desde España a Chile. Con la guerra comercial y las tensiones crecientes hacia la guerra generalizada, la pauperización no puede sino hacerse aun más patente. Solo negando la realidad social de nuestra clase se puede relativizar lo que nuestros barrios viven desde hace años. La pauperización, como las olas en la orilla, vuelve constantemente para recordarnos que el capitalismo es hoy la principal amenaza que sufre la Humanidad.

 

Este párrafo es parte del valioso trabajo publicado por la organización Nuevo Curso” bajo el título: “Qué es la pauperización”, en la que nosotros previamente también hemos contribuido a poner en conocimiento. razon suficiente por la cual recomendamos también la lectura del texto escrito y publicado por nuestros compañeros en: https://nuevocurso.org/que-es-la-pauperizacion/. GPM.

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