La cárcel de la partidocracia en la España monárquica
“El pescado empieza siempre a pudrirse por la cabeza”.
General
Juan Domingo Perón
01. Introducción
Las primeras manifestaciones políticas
populares de importancia frente a la crisis económica en España, se sucedieron
a partir de la llamada marea blanca
que comenzó el 2 de noviembre de 2012. Ese día, los trabajadores del
hospital de “La Princesa”, en Madrid,
iniciaron un encierro firmemente posicionados en contra de que el gobierno reduzca sus prestaciones
públicas hasta limitarlas a la condición de un geriátrico. Cancelando todas las
especialidades médicas que le llegaron a convertir en un centro sanitario modélico
de prestigio internacional, con toda la intención de acabar privatizándolo. Esto
es lo que pretendía el flamante gobierno del Partido Popular, que durante su
campaña política para las elecciones de noviembre de 2011, ocultó a la
ciudadanía éste y sus demás propósitos políticos de gobierno. Todos ellos para favorecer
los intereses del capital, descargando
casi todo el peso de la crisis sobre las mayorías sociales más desfavorecidas. Como
así ocurrió.
Otro tanto
intentó con el sistema educativo público, que puso en movimiento a los maestros,
profesores de enseñanza media y superior, alumnos y padres de alumnos en todo
el país, en lo que sigue siendo la “marea verde”. Ese mismo mes de noviembre,
tras haber obtenido la mayoría absoluta en las elecciones, el actual Gobierno
cínicamente autoproclamado “popular”, pasó
el rodillo en el Congreso de los diputados aprobando la Ley Orgánica para la
Mejora Educativa (LOMSE),
al servicio de las minorías.
Ambas
iniciativas en materia de sanidad y educación, iban a tener su punto de apoyo
para hacer palanca sobre él, en la Ley 20 aprobada el 9 de diciembre, llamada “Ley de Garantía de la Unidad de mercado” que
protege la “libertad de establecimiento y de circulación” a los “operadores
económicos” privados —es
decir, al capital— evitando así ser vulnerada por cualquier actuación
pública que perturbe la plena libertad de explotación a sus
asalariados.
02. Construir
y destruir, en la naturaleza y bajo el capitalismo
En nuestro
último trabajo publicado el pasado mes de mayo, aludimos a la ya proverbial irracionalidad
histórica del sistema capitalista, cuya lógica
manifiesta durante cada ciclo económico, consiste en el juego macabro
de construir para destruir.
Construir creando riqueza en las fases económicas de expansión. Destruirla
malogrando millones de vidas humanas en las fases depresivas que siguen al
estallido de cada crisis, para superarla lo más rápidamente posible.
Pues bien,
ese día 2 de noviembre el actual ministro de Educación y Ciencia entrante del
nuevo gobierno neoliberal, José Ignacio Wert, pronunció un discurso en el
Congreso donde, tras agradecer a los grupos parlamentarios sus aportaciones que
"enriquecen y mejoran el texto", para ponderar el cometido de la
nueva norma citó un sugerente pasaje del Antiguo Testamento, en cuyo versículo
3 del capítulo titulado “Eclesiastés”,
el Dios de los católicos supuestamente pontifica diciendo que: "Hay
un tiempo de destruir y un tiempo de construir".
Aquellos
primitivos e ingenuos redactores del texto sagrado, que sin embargo han ameritado
saber observar en profundidad —y comprender— los ciclos de la naturaleza,
procedieron allí reproduciendo en su pensamiento fielmente el proceso que se
realiza en las distintas estaciones del año, como es el caso, por ejemplo, de
las plantas que cumplen su ciclo constructivo
con el florecimiento y maduración de sus frutos, para pasar seguidamente a
cumplir su ciclo destructivo,
cuando dichos frutos se descomponen y destruyen siendo reducidos a semillas,
cuya germinación permite repetir el siguiente ciclo de la vida vegetal. En esta
relación entre los tiempos de la construcción y de la destrucción, hay pues una
dialéctica de complementación natural,
donde ambas fases de ese ciclo forman
parte de un todo vital que así se reproduce y preserva.
Pero lo
que hizo el señor Vert con este pasaje bíblico, es manipular su significado
para poder homologar los ciclos de la naturaleza con los ciclos políticos
cuatrienales, en que los distintos partidos políticos se alternan en el ejercicio
del poder a cargo de las instituciones del Estado español. Y lo hizo a
sabiendas de que esta homologación es
falsa. Porque tal como bajo el capitalismo se plantea tal contradicción
entre lo público y lo privado, si bien es cierto que los ciclos económicos
periódicos en que sus fases de construcción y destrucción pueden preservar al
capitalismo de su derrumbe automático, es falso que constituyan un todo
armónico en la sociedad para los fines de preservar la vida en ella.
La prueba
está en que, por debajo del proyecto de la LOMSE que defiende nuestro actual
ministro de educación, se agita el magma político tendente a privatizar por completo los
sistemas públicos de salud y educación, como todo lo demás posible de obtener
rédito que todavía quede por privatizar. Es decir, que no tiende a preservar esa contradicción entre lo público y
lo privado supuestamente complementaria a criterio de los socialdemócratas,
sino reducirla a su más mínima expresión, pugnando por lograr que todo lo que
de ese ámbito pueda obtenerse ganancia, sea privatizado. Una tendencia
reduccionista que, para los fines que propugna este señor y sus colegas de
partido, sin duda está en fase constructiva
de completarse, en perjuicio de su contraria. Y donde —según ellos—, lo público
es el componente nocivo por inconveniente,
que conspira con propensión “comunista malévola” a la destrucción de lo privado.
Pero lo
que omite reconocer este arbitrario representante del neoliberalismo
capitalista en España, es que la destrucción de lo privado no está precisamente en la intencional voluntad política “perversa” de los comunistas, sino en la propia lógica objetiva del capitalismo;
la contenida en sus leyes económicas que se cumplen independientemente de la
voluntad política de nadie. Un sistema que el señor Vert y sus correligionarios de
partido consagran, no por convicciones científicas sino por intereses de clase
bien definidos, que defienden presentándolo como el non plus ultra de la convivencia
social. Falsedad que los hechos han venido desmintiendo periódicamente
a lo largo de la historia moderna.
03. Desmontar
la falacia
Para ello no hace falta más que sacudirse la pereza intelectual
y seguir atentamente con el pensamiento, la realidad económica periódica del capitalismo. Nos referimos
concretamente a las crisis de superproducción de capital, durante las cuales se
interrumpe violentamente la producción de riqueza desatando una epidemia de
destrucción de riqueza material, pobreza social absoluta y desgracias sociales
múltiples que siembran la muerte de millones de vidas humanas por doquier.
Y lo que primeramente se comprueba
observando atentamente estos fenómenos, es que tras superarse cada uno de ellos, la masa de capital acumulado que la burguesía dispone para
reiniciar la “reconstrucción” recuperando la inversión productiva —hoy todavía
ociosa y a buen recaudo en paraísos fiscales por falta de rentabilidad
suficiente— siempre ha podido comprobarse que esa masa acumulada es de de mayor magnitud, respecto de la
disponible para inversión a
la salida de la crisis precedente. De lo
contrario y como es lógico, según se suceden las crisis el sistema entraría en
una deriva de carencia en disponibilidad de capital, que dejaría matemática y
contablemente al sistema sin razón de ser, condenado a morir de inanición. El
acervo de capital acumulado por mediación de la explotación de trabajo ajeno,
no deja, pues, históricamente de aumentar.
Y de no
mediar circunstancias excepcionales ajenas a la esa lógica económica del
capitalismo, lo mismo sucede con la composición
técnica, tanto como la composición orgánica; la primera como relación entre los medios de producción disponibles
y el personal asalariado a su cargo; la segunda como expresión del valor económico contenido en
ambos factores de la producción relacionados. Y esto técnicamente supone, que
un cada vez menor número de
asalariados, ponga en movimiento una cantidad cada vez en proporción mayor de medios de trabajo más
eficaces al mismo tiempo. De
lo contrario el aumento histórico
de la productividad del trabajo sería imposible, malogrando el proceso de la
ganancia creciente, que es la razón de ser del capitalismo.
De hecho,
el progreso científico-técnico incorporado al sistema mecánico del aparato
productivo capitalista, ha evolucionado pasando desde la etapa más primitiva, en
que la manufactura operaba con
simples herramientas de mano de
lo más rudimentarias, hasta la más moderna robótica
que hoy suple toda
intervención humana in situ, pasando por los sistemas semiautomáticos maquinizados, que suplen al asalariado en la realización de sucesivas
operaciones dirigidas
informáticamente por el llamado “sistema de control numérico”, que así
mientras tanto le permite al operario incluso soñar, lo cual en su obra
titulada: “El hombre unidimensional”, sugirió
al neomarxista Herbert Marcuse
decir, que ése es “el sueño de la máquina”. Así las cosas, en términos
económicos este progreso científico-técnico de la fuerza productiva del trabajo,
determina que el coste en medios de producción se multiplique, respecto del que suma a los costos en mano de obra.
Pero al
mismo tiempo, este mismo progreso aplicado a la explotación del trabajo humano,
expresado en términos demográficos,
supone que la población obrera empleada
por el capital, se incremente
cada vez menos respecto de la disponible
según su crecimiento vegetativo (nacimientos), dejando así a una parte creciente de ella sin posibilidad de trabajo ni del pleno
acceso a sus necesarios medios de
subsistencia, que así se queda fuera del sistema capitalista
propiamente dicho, forzada a vagar por sus intersticios para ganarse la vida
como pueda. Un proceso económico que se cumple bajo condiciones de expansión y que no depende de la
voluntad de nadie, sino de las propias leyes objetivas del capitalismo.
Y ¿qué resulta
de esta específica dinámica
técnica y demográfica observada desde la perspectiva económica?:
1) Que con cada
sucesivo aumento de la
productividad del trabajo colectivo, la parte del salario colectivo remanente todavía
susceptible de convertirse en plusvalor capitalizado, se reduce cada vez más.
2) Por lo tanto, dados los límites absolutos de la
jornada laboral, que no puede exceder las 24 Hs. de cada día, según mengua relativamente el aumento de la
inversión en salarios, la masa del
plusvalor resultante de cada proceso de producción operando sobre la
base de una creciente productividad
del trabajo—, aumenta, pero inevitablemente cada vez menos.
3) Al mismo tiempo que el coste de sumar el valor
invertido en medios de producción y fuerza de trabajo, no puede dejar de incrementarse
absolutamente, en más de lo
que aumenta la ganancia.
Todo ello
como consecuencia del aumento
incesante en la composición
orgánica del capital, que es la expresión
económica básica de la productividad del trabajo, donde el aumento de
las maquinas en funcionamiento, suplanta progresivamente
al factor humano que las pone en movimiento. Y si como es cierto que los
principios elementales de la contabilidad
moderna se basan en la relación
fundamental entre ganancias y
costes —que nuestro ministro de educación y ciencia no puede negar sin
arremeter contra sus propias y evidentes propensiones de clase capitalista— pues
resulta que tales principios aparecen matemáticamente representados en la Tasa
General de Ganancia elaborada por Marx, como síntesis de esa relación contable,
sobre la cual nosotros volvemos aquí por enésima
vez.
Una relación que rige férreamente la producción basada en la explotación de
trabajo ajeno con fines gananciales, y que según prevalece sobre ella el valor
económico de los sistemas mecánicos de producción, cada vez más eficaces en detrimento del empleo en mano de
obra, va dejando sin razón social de
ser al capitalismo y, con él, a sus correspondientes categorías, económicas, sociales y
políticas funcionales y beneficiarias de ese sistema caduco,
personificadas en los llamados empresarios, tanto como de su séquito: los políticos profesionales, altos y
medios burócratas administrativos
a cargo de los distintos aparatos estatales, jueces, fiscales y demás casta privilegiada parasitaria
vinculada al poder institucional, que hace a la preservación del sistema capitalista en su conjunto. Todos ellos verdaderos cancerberos
de un modo de vida social cada
vez más insostenible, según progresa su caducidad por causa de la creciente
productividad del trabajo, que tiende a matar la gallina de los huevos de
oro.
Esto es lo que José Ignacio Vert y sus
compañeros de partido glorifican y defienden con la más firme determinación. Un
plan de vida parasitario y perverso, consistente en usufructuar una ganancia creciente explotando
trabajo ajeno, condenada por la ley del propio sistema a disminuir cada vez más respecto de lo que cuesta producirla.
Lógica similar —aunque por distintas
causas— a lo que sucedió en la etapa del imperio romano, basado en la
explotación del trabajo esclavo, que germinó abonado por la conquista de territorios y el sometimiento de sus
habitantes a la condición de tales. Un sistema que decayó hasta desaparecer, al
verse impedido de producir más de lo
que costaba mantenerlo. Un contradicción que se agudizó, a medida que
la base social de su producción y de su ejército conquistador, los campesinos
libres, era esquilmada, debiendo recurrir en reemplazo a personal mercenario. Tal
como lo demostrara Karl Kautsky en su ya citada obra: “Los
orígenes del Cristianismo”.
04. El tinglado político de la monarquía
constitucional
Con parecida filosofía de vida insensata,
estos
políticos neoliberales de hoy han venido compartiendo mesa y mantel junto a sus
aparentes “adversarios” políticos institucionalizados de la llamada “izquierda
reformista moderada”, a expensas de las mayorías asalariadas, en la creencia de
que el capitalismo es eterno. Consecuentemente ambos, sin sacar jamás los pies
de ese tiesto burgués, como es natural y propio de su avidez por la riqueza y
el boato. Donde dejarse corromper por el capital privado haciendo de la cosa
pública cosa privada, otorgándole jugosas concesiones de obras públicas a
cambio de la correspondiente coima, es práctica habitual desde los tiempos de
Napoleón.
Porque la alta burocracia del Estado burgués
se ocupa de lo público, pero se alimenta de lo privado. De modo que toda vez
que unos u otros partidos institucionalizados deben abandonar el poder público en
razón ese juego electoral de la alternancia comicial entre la derecha política
y la izquierda, ¿qué es lo que suelen hacer? Pues usar lo que ahora se llama “puerta
giratoria”, por la que los políticos que pierden las elecciones salen de
administrar lo público y entran como agentes oficiosos del capital privado en sus respectivas empresas, donde
se dedican a ejercer el “noble” oficio del tráfico
de influencias sobre sus colegas de reemplazo temporal a cargo de lo
público, quienes a su vez y por la misma puerta, entran a ejercer esa función en
beneficio privado a cambio de dádivas y así funciona la cosa. Para beneficio
mutuo de toda la cofradía público-privada, naturalmente[1].
Pero ahora, en España, después de proceder
a enriquecerse repartiéndose los beneficios simuladamente y no “en diferido”
sino por adelantado, la última crisis económica ha hecho aflorar repartiendo toda
la podredumbre económica, social, política y moral entre las distintas jerarquías del poder, tanto
en la sociedad civil como en el Estado; y ya sea individual o de grupo. Así es
como salió a la luz del escarnio, esa cofradía que había permanecido bajo palio del
santísimo sacramento burgués, público y privado, desfilando en procesión encabezada
por la Casa Real.
Y bajo ese rayo esclarecedor dimanante del
sufrimiento, se ha movilizado la indignación general de las mayorías sociales ante
semejante destape de la corrupción generalizada en sus estamentos superiores, hasta
el punto de que amenaza con desbaratar todo ese maldito tinglado pseudo-democrático,
incluyendo a la monarquía parlamentaria. La misma que fuera resucitada como
Lázaro por el postfranquismo
en España, antes de morir el dictador; y que fue ratificada después con el apoyo servil de los popes de tradición republicana hasta ese
momento, quienes decidieron renegar de ella cediendo convenientemente al chantaje franquista, para pasar a ser
parte integrante del régimen monárquico
parlamentario preexistente, tal como lo acabamos de rememorar el pasado
mes de abril, a propósito del reciente fallecimiento de ese otro fascista piadosamente
reciclado a “demócrata”, llamado Adolfo Suárez
González,
Así es cómo las mayorías sociales de este
país han acabado por tomar nota de que, en esa charca maloliente ha venido chapoteando
también el régimen monárquico. Y no solo comprobaron esto, sino lo que el
artículo 57 de la Constitución les ha venido escondiendo. Nada menos que la
legitimación a perpetuidad del golpe
de Estado preventivo permanente, que supone asegurar la continuidad
constitucional del carácter hereditario familiar atribuido a la monarquía. De
tal modo se le intenta privar a la ciudadanía para siempre, del derecho
democrático a decidir incondicionalmente
sobre su régimen de gobierno, es decir, nada menos que su forma política de vida. A esto le llaman “democracia”.
Y lo que las mayorías sociales españolas también
pueden saber hoy, es que toda esta porquería fue posible, merced a la opción
política de aquellos socialdemócratas y “comunistas”, que entre 1976 y 1978 traicionaron sus otrora proclamados
ideales republicanos, quienes
habiendo querido engañarse ellos mismos por
conveniencia personal, engañaron a los millones de ciudadanos de buena
fe en este país, para conseguir que se aprobara en referendo la actual
Constitución, basada en el
régimen monárquico-constitucional y en la sacrosanta propiedad privada sobre
los medios de producción.
Pero hay más. Porque dado que en esa “carta
magna” fue donde este régimen constitucional tramposo pudo de tal modo ser
consagrado, también puede invocar hoy su artículo
92, donde se prescribe u ordena expresamente, que todo referendo resolutorio de la
ciudadanía quede supeditado a una reforma
de la Constitución, acto para el cual es necesario
que sea convocado por el Rey;
pero que no puede hacerlo sino a propuesta
del presidente del gobierno en ese momento, quién a su vez debe ser previamente autorizado por el
Congreso de los Diputados, o sea, por una mayoría de los votos en esa cámara. Un
triple filtro jurídico ad hoc
de la partidocracia, para
impedir al pueblo toda reforma democrática
sustancial, como es el caso de decidir
entre monarquía y república.
El artículo 92 de
la Constitución española se revela hoy pues, como lo que es
según fue concebido preventivamente: un pretexto
burocrático de raíz oligárquico-totalitaria.
Un comodín a modo de carta de triunfo, todavía en la
manga del franquismo residual
que vino actuando hasta hoy desde
la sombra; el mismo que acabaron haciendo suyo todos los partidos
políticos contrarios a ese régimen hasta 1976, año en el cual claudicaron
renegando de sus ideales republicanos,
para pasar a ser parte usufructuaria del
común negocio llamado monarquía
parlamentaria, cuando aceptaron la Reforma Política del franquismo ya
sin Franco. Incluido naturalmente el propio monarca que acaba de abdicar la corona en su hijo, y de
quien todavía no se sabe qué hizo por entonces en su carácter de Jefe del
Estado, durante las 12 largas horas que tardó
en pronunciarse contra el golpe militar fascista el 23 de febrero en
1981. Tales son los más tramposos secretos
mejor guardados de la “democracia representativa” postfranquista.
Todo ello para impedir previsoramente las posibles y probables consecuencias
de una situación como la actual, donde esta última crisis económica se ha
llevado por delante la confianza de las mayorías
sociales en las minorías
políticas gobernantes, incluyendo a la propia Casa Real. Poniendo de
manifiesto como nunca antes, la naturaleza explotadora,
taimada,
mentirosa, corrupta y totalitaria del actual régimen político español, “atado
y bien atado” como todavía permanece a la dictadura
del capital.
¡¡ABAJO LA MONARQUÍA PARLAMENTARIA!!
¡¡ARRIBA LA DEMOCRACIA DIRECTA!!
¡¡QUE REVIVA EN TODO EL MUNDO LA COMUNA DE PARÍS!!
[1] Ahí están gozando de diversas canonjías, todos los ex presidentes de gobierno, ministros, secretarios de Estado y demás altos cargos institucionales que lo han sido en su momento, y que no por casualidad o filantropía corporativa, pasan a formar parte de los consejos de administración en grandes empresas y bancos, cobrando altas asignaciones en reconocimiento a sus valiosos “servicios públicos” prestados. Además de usufructuar vitalicias asignaciones con cargo a los presupuestos del Estado, previstas y discrecionalmente adjudicadas por ellos mismos en su carácter de casta política privilegiada.