02. Construir y destruir, en la naturaleza y bajo el capitalismo

         En nuestro último trabajo publicado el pasado mes de mayo, aludimos a la ya proverbial irracionalidad histórica del sistema capitalista, cuya lógica manifiesta durante cada ciclo económico, consiste en el juego macabro de construir para destruir. Construir creando riqueza en las fases económicas de expansión. Destruirla malogrando millones de vidas humanas en las fases depresivas que siguen al estallido de cada crisis, para superarla lo más rápidamente posible.

       Pues bien, ese día 2 de noviembre el actual ministro de Educación y Ciencia entrante del nuevo gobierno neoliberal, José Ignacio Wert, pronunció un discurso en el Congreso donde, tras agradecer a los grupos parlamentarios sus aportaciones que "enriquecen y mejoran el texto", para ponderar el cometido de la nueva norma citó un sugerente pasaje del Antiguo Testamento, en cuyo versículo 3 del capítulo titulado “Eclesiastés”, el Dios de los católicos supuestamente pontifica diciendo que: "Hay un tiempo de destruir y un tiempo de construir".

       Aquellos primitivos e ingenuos redactores del texto sagrado, que sin embargo han ameritado saber observar en profundidad y comprender los ciclos de la naturaleza, procedieron allí reproduciendo en su pensamiento fielmente el proceso que se realiza en las distintas estaciones del año, como es el caso, por ejemplo, de las plantas que cumplen su ciclo constructivo con el florecimiento y maduración de sus frutos, para pasar seguidamente a cumplir su ciclo destructivo, cuando dichos frutos se descomponen y destruyen siendo reducidos a semillas, cuya germinación permite repetir el siguiente ciclo de la vida vegetal. En esta relación entre los tiempos de la construcción y de la destrucción, hay pues una dialéctica de complementación natural, donde ambas fases de ese ciclo forman parte de un todo vital que así se reproduce y preserva  

       Pero lo que hizo el señor Vert con este pasaje bíblico, es manipular su significado para poder homologar los ciclos de la naturaleza con los ciclos políticos cuatrienales, en que los distintos partidos políticos se alternan en el ejercicio del poder a cargo de las instituciones del Estado español. Y lo hizo a sabiendas de que esta homologación es falsa. Porque tal como bajo el capitalismo se plantea tal contradicción entre lo público y lo privado, si bien es cierto que los ciclos económicos periódicos en que sus fases de construcción y destrucción pueden preservar al capitalismo de su derrumbe automático, es falso que constituyan un todo armónico en la sociedad para los fines de preservar la vida en ella.

       La prueba está en que, por debajo del proyecto de la LOMSE que defiende nuestro actual ministro de educación, se agita el magma político tendente a privatizar por completo los sistemas públicos de salud y educación, como todo lo demás que todavía quede por privatizar. Es decir, que no tiende a preservar esa contradicción entre lo público y lo privado supuestamente complementaria a criterio de los socialdemócratas, sino a eliminarla, pugnando por lograr que todo lo que de ese ámbito pueda obtenerse ganancia, sea privatizado. Una tendencia reduccionista que, para los fines que propugna este señor y sus colegas de partido, sin duda está en fase constructiva de completarse, en perjuicio de su contraria. Y donde —según ellos—, lo público es el componente nocivo por inconveniente, que conspira, con propensión “comunista malévola” a la destrucción de lo privado.

       Pero lo que omite reconocer este arbitrario representante del neoliberalismo capitalista en España, es que la destrucción de lo privado no está precisamente en la intencional voluntad política “perversa” de los comunistas, sino en la propia lógica objetiva del capitalismo; la contenida en sus leyes económicas que se cumplen independientemente de la voluntad política de nadie. Un sistema que  el señor Vert y sus correligionarios de partido consagran, no por convicciones científicas sino por intereses de clase bien definidos, que defienden presentándolo como el non plus ultra de la convivencia social. Falsedad que los hechos han venido desmintiendo periódicamente a lo largo de la historia moderna.

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