2. Las indelebles señas de identidad del P.S.O.E.

El Partido Socialista Obrero Español de hoy día, nunca dejó de pertenecer a la misma calaña ideológica y política que justificó y apoyó el genocidio de la Primera Guerra Mundial; la misma que ahogó en sangre la Revolución alemana de 1918; la misma que durante el levantamiento sedicioso del general Franco en la España de 1936, ordenó y ejecutó el desarme y disolución de las Milicias Obreras que habían derrotado al ejército contrarrevolucionario burgués en las principales ciudades españolas; la misma que durante las luctuosas jornadas de mayo del 37, reprimió ferozmente a los obreros bajo el Gobierno del “Frente Popular”; la misma que justificó y apoyó el genocidio de la Segunda Guerra Mundial; la misma que durante la transición a la “democracia” en la España de los años 70, recibió con los brazos abiertos a ex falangistas de ese desprendimiento tardofranquista que fue el grupo político-militar-clerical llamado "FORJA"; la misma que en la década de los noventa preparó e impulsó la entrada de España en la OTAN.

Los cimientos de la política socialdemócrata sobre los cuales se erigió el llamado Estado del Bienestar tras la Segunda Guerra Mundial, fueron las grandes empresas públicas básicas (mineras, petroquímicas, siderúrgicas, energéticas) y de servicios esenciales (transportes, correos, telecomunicaciones, colegios, previsión social, universidades y hospitales)

Este capitalismo de Estado burgués fue implementado por el fascismo durante la crisis de los años 30, en Italia, Alemania y España. Después de la reconstrucción postbélica quedó como un resabio en los países nórdicos europeos y de mediano desarrollo en la periferia mundial capitalista dependiente, sobreviviendo hasta que el proceso de acumulación del capital global —a caballo del progreso de la productividad del trabajo—, alcanzó el nuevo límite de sus posibilidades sistémicas a principios de la década de los setenta, cuando la magnitud del plusvalor capitalizado sobrepasara las posibilidades de explotación redituable de un cada vez menor número relativo de asalariados en funciones.

La estúpida y no tan estúpida —por interesada— creencia, de que la ganancia capitalista puede ser aumentada sin límite, supone independizar su magnitud respecto de la población que las condiciones históricas del sistema permiten explotar, lo cual no significa sino suponer, que dicha ganancia no se obtiene a expensas del trabajo empleado en producirla.

El alcance de este límite a la acumulación del capital sin interrupciones violentas, había tenido su enésima forma de manifestación a fines del siglo XIX y principios del siglo pasado en los países más desarrollados, que sin embargo pudo prolongarse por el recurso a la exportación del capital sobrante o supernumerario, desde los países más desarrollados hacia los países periféricos capitalistas de menor desarrollo relativo. Fenómeno que desde entonces surtió sus efectos contrarrestantes del inevitable descenso en la Tasa de Ganancia, alejando el horizonte de las subsecuentes crisis; aun cuando sin poder finalmente impedir sus estallidos periódicos en lapsos cada vez más cortos de tiempo, agravando las desgracias sociales tanto más, cuanto más tiempo la burguesía pueda retardar que se produzcan apelando al crédito.

Tal fue el comportamiento en el que capitalistas explotadores de trabajo ajeno y políticos profesionales a cargo de sucesivos gobiernos en el Mundo, se dieron la mano con el capital bancario para, después de estallada la crisis, demonizarlo públicamente; pero al mismo tiempo salvarlo de la bancarrota, como hizo el gobierno PSOE inyectándole 40.000 millones, so pretexto debidamente propagandizado, de que concedieran crédito "a familias y pequeñas empresas" para "crear empleo".

Se decía esto, cuando tanto los bancos receptores de ese dinero, como sus presuntos beneficiarios, estaban paralizados por default con sus proveedores y sólo podían todos ellos reanudar su común negocio de explotar trabajo ajeno, pagando sus respectivas deudas exigibles, de modo que los banqueros españoles utilizaron esos fondos, para reducir parte de la suya —en junio de 2008 casi 300.000 millones de Euros contraída en el mercado interbancario—, que a su vez prestaron a la industria dinámica del ladrillo.

Todo ello, en medio de la euforia especulativa por la que unos y otros: empresarios, banqueros, gobernantes de turno y políticos profesionales en la oposición, una vez más se dejaron llevar en volandas por la conocida máxima epicúrea, del "comamos y bebamos que mañana moriremos".

En manos de estos agentes del sistema capitalista que viven de nuestro trabajo estamos los asalariados.

 

 

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