Desenmascarando a todos los Obama, Putin y Felipe González de este Mundo

Economía de mercado, partidos políticos y democracia representativa:

Los tres pilares en que se sostiene la dictadura de los capitalistas

 

<<Nosotros no podemos decidir quiénes son los que gobiernan. Lo que sí está claro, es que con todos y cada uno de los que gobiernan, nosotros estaremos ahí negociando>>. [Juan Rosell: Presidente de la Confederación Económica de Organizaciones Empresariales (C.E.O.E.) 27/05/2015]

 

          Bajo condiciones económicas de acumulación de capital explotando trabajo asalariado en la sociedad civil, la clase propietaria de los medios de producción y de cambio transforma y convierte a los distintos Estados nacionales en mercados, donde las distintas empresas compiten entre sí para poner el poder político de las instituciones estatales al servicio de sus respectivos intereses económicos particulares. Para tal fin, los capitalistas compran la voluntad política de los políticos que gobiernan esos Estados. Les corrompen. Un modus operandi que no sería posible sin la democracia representativa que les posibilita lograr ese propósito de un modo indirecto: por mediación del sufragio universal que delega la voluntad política de los electores, en determinados sujetos electos organizados en distintos partidos políticos, quienes prometen representarles en las instituciones estatales. Es esta una tramposa y delincuencial conjugación de la praxis política entre candidatos a ser representantes, y electores que les votan para que supuestamente les representen. Tramposa y delincuencial,  porque tras cada acto electoral los candidatos electos dejan en papel mojado sus promesas, para lucrarse atendiendo a los intereses de los empresarios capitalistas. Burlan así la voluntad popular y el interés general. Un negocio que se acuerda y ejecuta en la discrecional intimidad que permiten los muy bien alfombrados y amueblados despachos de las distintas dependencias estatales, donde los políticos y los empresarios convierten secretamente la cosa pública en cosa privada.

 

          Tal es la ceremonia y el embeleco sobre el cual se ha podido venir sosteniendo, durante dos siglos, el sistema de vida basado en la explotación de trabajo ajeno y el reparto cada vez más desigual de la riqueza. Incluso en épocas de crisis[1]. Hablar de un máximo histórico de desigualdad social relativa entre ricos y pobres, no significa que ese proceso haya llegado a su límite, sino que la desigualdad ya no se nutre tanto de la plusvalía relativa (que aumenta por efecto de la productividad a expensas del salario pero sin perjuicio de su poder adquisitivo)[2], sino más bien de la plusvalía absoluta (que solo aumenta por el mayor esfuerzo en el trabajo y la penuria creciente en el hogar entre los más pobres: el aumento de su miseria en perjuicio de su vida[3]. Un fenómeno ligado a la ignorancia, que a su vez induce a la pasividad y la sumisión: dos preciadas “virtudes ciudadanas” cuyo cultivo en la conciencia de los explotados la gran burguesía encarga a los más hábiles administradores políticos, formados en esos estratos intermedios de la sociedad, es decir, la pequeña burguesía intelectual. De modo que:

<<Mientras la clase oprimida —en nuestro caso el proletariado— no está madura para liberarse ella misma (porque desconoce la verdad sobre la realidad en que vive), su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda (a instancias de los partidos reformistas estatizados)>>. (F. Engels: “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” Cap. IX Barbarie y Civilización Pp. 105 Lo entre paréntesis es nuestro)

 

          Hoy día, especialmente en los países más desarrollados del Planeta, esta falsa conciencia que las mayorías asalariadas adquieren, es introyectada por sus dirigencias políticas gran burguesas y pequeñoburguesas que se alternan en los gobiernos. Y se explica, en general, por la apología que tales dirigentes hacen del sistema capitalista desde los aparatos ideológicos del Estado, especialmente tanto en la enseñanza primaria como en la secundaria y superior; una tarea que se proyecta sistemáticamente a través de los medios de comunicación públicos y privados, hacia el resto de la sociedad. Todos estos instrumentos de dominio totalitario sintetizado en lo que se conoce por la expresión “pensamiento único”, han venido incidiendo sobre la conciencia de los explotados induciéndoles a calificar al sistema capitalista como “el único realmente posible”. Más aún después de la relativamente reciente debacle del régimen stalinista en la ex URSS, que su propia burocracia gobernante hizo pasar por “comunista”, y de lo cual supo sacar jugosos réditos ideológicos y políticos la gran burguesía internacional. De lo contrario, los agentes políticos de la pequeñoburguesía —como es el caso hoy en España del PSOE y últimamente “Podemos” o “Ciutadans”—, carecerían de argumentos para justificar su participación en las instituciones políticas del Estado capitalista, y menos aún para postularse a gobernarlas. Esto explica que se vean obligados a ningunear la doctrina científica del marxismo.    

 

          Y en cuanto a lo sucedido en la base absolutamente mayoritaria de la sociedad capitalista, esto es, al interior de la clase de los asalariados en general, destaca en particular un sector de ellos, cuya falta de madurez ideológica y política se ve reforzada por sus relativamente privilegiadas condiciones de vida y de trabajo. Es la llamada "aristocracia obrera", por un lado proclive a sensualizarse con el actual sistema de vida, lo cual le induce a consagrar todo lo supuestamente bueno e insuperable que la burguesía pregona de su sistema, entendido como perfectible y progresista desde los tiempos de Proudhon. Pero, por otro lado, en medio de la crisis y la inaudita profundidad de los ataques del capital, no dejan de presentir el peligro de perder en cualquier momento la estabilidad de tales privilegios. Con esa incertidumbre por todo bagaje ideológico, asoma en sus conciencias la necesidad de la protesta; pero sin abandonar su adhesión política incondicional al estatus quo imperante que usufructúan. Por momentos ejercen la osadía política permitida por el sistema —que les limita absolutamente a no ir más allá— y se colocan así a su extrema izquierda sin sacar nunca sus pies del tiesto burgués; amagan hacerlo pero nada más.

 

          Tal es el carácter de los partidos políticos reformistas institucionalizados. Están para que ese “nada más” no pase a ser siquiera algo más; procuran impedir que sus representados superen ese límite. Un obstáculo que las contradicciones cada vez más insolubles e insostenibles del sistema exigen sobrepasar. Así es cómo estos partidos cumplen la función política de entorpecer por todos los medios posibles, el desarrollo de la conciencia y acción política consecuente de los explotados en general. Son la representación de esos límites absolutos que la burguesía pone a través suyo en la conciencia de sus afiliados; y como tales falsos representantes cumplen disciplinadamente con su tarea específica de ejercer una crítica social y política moderada, apocada y medrosa, conservadora del actual status quo. Tal es la naturaleza del objetivo previsto por el gran capital a estas formaciones políticas reformistas de medio pelo. No es casual que la constitución española de 1978, les haya vuelto a reservar un espacio al sol que más calienta, ya sea en el poder ejecutivo, el parlamento nacional, las comunidades autónomas o los gobiernos locales. El resultado de las elecciones celebradas en España el pasado día 24 de mayo, no ha hecho más que confirmar este aserto. 

 

          El hecho de que sus representados políticos —simpatizantes y militantes socialdemócratas de base—, no dejen de sufrir las contradicciones sociales de esta sociedad, ha llevado a los partidos de la izquierda burguesa —especialmente a los de su extrema izquierda institucionalizada— a reconocer la realidad de la lucha de clases. Pero al no poder ser del todo políticamente consecuentes con esta realidad, habiendo renunciado a ello para compartir la alternancia en el poder con la gran burguesía, han permanecido y permanecen aferrados a la teoría pseudomarxista según la cual, los presuntos intereses generales de la sociedad, tienden a conciliar a los dos polos de la contradicción social entre explotadores y explotados, presentándolos como si no fueran objetiva e históricamente irreconciliables. Y en semejante tarea, desde principios del Siglo pasado la extrema izquierda burguesa ha encontrado su justificación política en la ideología del renegado Karl Kautsky, verdadero maestro en el arte de falsificar la dialéctica social. Por eso Lenin denunciaba que: circunscribir el marxismo a la doctrina de la lucha de clases, sin perspectivas de su necesaria e inevitable resolución política, equivale envilecerlo, reducirlo a una realidad que la burguesía puede aceptar, como lo muestra el libreto de la película “Noveccento” (1976), donde Bernardo Bertolucci[4] narra en imágenes una historia que, como en las fábulas, acaba con una enseñanza a gusto del fabulador que la cuenta; en este caso, la de los respectivos descendientes del obrero y el patrón (Gérard Depardieu y Robert De Niro) andando a los empujones por la historia sin salirse de entre los dos rieles que delimitan la vía capitalista en la sociedad humana, como si ese fuera el non plus ultra de la historia.

 

          Que bajo las presentes circunstancias, la derecha liberal conservadora burguesa en España (partido Popular) se haya dedicado a tildar de “marxista” a su extrema izquierda más radical, y que esta  última huya de ese calificativo como de la peste, demuestra lo lejos que permanece todavía la clase obrera en el mundo, del lugar que su condición social le exige ocupar con dignidad.

 

          Otra era la situación durante los tiempos en que aquél pequeñoburgués socialdemócrata de izquierdas, llamado Kautsky, se hiciera pasar por “marxista”. Y que fuera precisamente Lenin quien le pusiera en su sitio: 

<<Marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases, al reconocimiento de la dictadura del proletariado [es decir, a la resolución históricamente necesaria y progresiva de esa lucha]. En esto es en lo que estriba la más profunda diferencia entre un marxista y un pequeño burgués adocenado. En esta piedra de toque es en la que hay que contrastar la comprensión y el reconocimiento real del marxismo. Y no tiene nada de sorprendente que cuando la historia de Europa ha colocado prácticamente a la clase obrera ante esta cuestión, no sólo todos los oportunistas y reformistas, sino también todos los "kautskianos" (gentes que vacilan entre el reformismo y el marxismo) hayan resultado ser miserables filisteos y demócratas pequeñoburgueses, que niegan la dictadura del proletariado>>. (V. I. Lenin: "El Estado y la Revolución". Cap. II Aptdo. 3. Pp. 28 Lo entre corchetes es nuestro)

 

          En su folleto de 1918 titulado "La dictadura del proletariado", Kautsky ensayó una tergiversación tan filistea del marxismo que, de hecho, le ha colocado ignominiosamente fuera de esa corriente revolucionaria del pensamiento político. En el capítulo I de esta obra, Kautsky empieza diciendo que:

<<La oposición de las dos corrientes socialistas (es decir, bolchevique y no bolchevique) es la oposición de dos métodos radicalmente distintos: el democrático [burgués] y el dictatorial [proletario]>>. (K. Kautsky: Op. Cit. Cap. I. Lo entre corchetes nuestro).

 

          Kautsky denostó la corriente política bolchevique, al definir la democracia como la expresión de la libertad irrestricta de todos los ciudadanos, omitiendo deliberadamente el hecho de que, en la sociedad de clases, este tipo de libertad ha sido y es imposible. Porque así como la democracia griega fue la libertad irrestricta (de explotación) de los esclavistas en perjuicio de la libertad de los esclavos, la “democracia” bajo el capitalismo no ha dejado de ser la libertad irrestricta (de explotación) de los capitalistas en perjuicio de la libertad de los asalariados:

          <<En la sociedad capitalista, bajo las condiciones del desarrollo más favorable de esta sociedad, tenemos en la República democrática un democratismo más o menos completo. Pero este democratismo se halla siempre comprimido dentro de los estrechos marcos de la explotación capitalista y es siempre, en esencia, por esta razón, un democratismo para la minoría, sólo para las clases poseedoras, sólo para los ricos. La libertad de la sociedad capitalista sigue siendo, y es siempre, poco más o menos, lo que era la libertad en las antiguas repúblicas de Grecia: libertad para los esclavistas.

            En virtud de las condiciones de la explotación capitalista, los esclavos asalariados modernos viven tan agobiados por la penuria y la miseria, que "no están para democracias", "no están para política", y en el curso corriente y pacífico de los acontecimientos, la mayoría de la población queda al margen de toda participación en la vida político-social. (V. I. Lenin Op. Cit. Cap. V Aptdo. 2 Pp. 63)

         

          Lo que Kautsky hizo en ese párrafo de su obra citada fue, por un lado, definir a las dos corrientes políticas contrapuestas del movimiento obrero ruso como socialistas, no por sus respectivos programas y prácticas políticas concretas, es decir, no por lo que cada una proponía realizar y efectivamente así procedía, sino por lo que ambas proclamaban ser de sí mismas. Identificó dos cosas realmente distintas por el hecho de que ambas se autodenominaran socialistas. Reemplazó las cosas por su nombre convencional, tópico o lugar común. Pero por otro lado, tomó arbitrariamente la denominación de la forma de gobierno autoproclamada “democrática” (representativa), que la burguesía supuestamente asume y aparenta respetar dentro de cada Estado nacional, pero que realmente convierte en una dictadura social. Y así como sigue apareciendo disfrazada, la confrontó con el nombre que Marx legítimamente le atribuyó (dictadura), a la fórmula de dominio social alternativo (al capitalista) que propuso en 1852. En ambas partes de su “razonamiento”, Kautsky, quien tras la muerte de Engels pasó por ser la máxima autoridad intelectual viva en lo concerniente a Materialismo Histórico, llegó a tal grado de abyección política y moral que, para emitir un juicio con pretensiones de no ser más que verosímil, reemplazó a las cosas no sólo por ideas abstractas, sino simplemente por sus nombres, tal como eran aceptados por la opinión pública (doxa) dominante. 

 

          Cuando Marx fundamentó y propuso la “dictadura del proletariado”, lo hizo en términos de dominio político de esa clase social sobre la burguesía. Y para ello concibió un nuevo tipo de Estado independientemente de las formas de gobierno que esa futura clase dominante alternativamente pueda llegar a adoptar. Definió los distintos tipos de Estado según el período histórico correspondiente al grado de desarrollo de las fuerzas productivas alcanzado por la humanidad, que han venido determinando el dominio político de una clase sobre otra u otras; donde este dominio es ejercido según determinadas condiciones históricas y es el que define un específico tipo de Estado. Así, en la línea de desarrollo típica de la sociedad Occidental, hubo hasta hoy tres tipos de Estado: el esclavista, el feudal y el capitalista. Todos ellos tipificados como dictaduras de una determinada clase social sobre otra. En tal sentido, según Marx, lo que cambia o puede cambiar en cada período histórico de la sociedad dividida en clases sociales, no es el carácter de clase que define a cada tipo de Estado —el cual permanece invariable hasta tanto la clase dominante que ejerce el poder a través de él sea reemplazada por otra— sino las específicas formas de gobierno que sus clases dominantes adoptan de acuerdo con sus necesidades de dominio político-social en cada momento de cada determinado período histórico, y con independencia de cómo se definan.

 

          Lo que ha hecho Kautsky con la dictadura de clase proletaria propuesta por Marx, fue confrontar o comparar el nuevo tipo de Estado (obrero alternativo al capitalista) que supone esa proposición, con la forma de gobierno “democrática”, que la burguesía proclamó, adoptó y definió para sí en circunstancias normales de su permanente dictadura político-social de clase sobre el proletariado, a instancias de su Estado totalitario de tipo capitalista. En suma, que Kautsky primero mezcló confundiendo peras (formas de gobierno) con manzanas (tipos de Estado) llamando socialistas tanto a los reformistas pequeñoburgueses mencheviques como a los revolucionarios bolcheviques, por el hecho de que ambos bandos decían luchar por lo mismo, para luego distinguirlos llamando “peras democráticas” a la forma de gobierno burguesa defendida por los mencheviques, y “manzanas totalitarias” al tipo de Estado propuesto por los bolcheviques[5]. Kautsky sabía la dificultad que entraña el hecho de desenredar embustes. Esto lo aprendió de la burguesía antes de pasarse con armas y bagajes a sus filas, lo cual le define a él y a sus secuaces discípulos, como los más peligrosos embusteros enemigos del progreso de la humanidad al interior del movimiento obrero:

<< ¿Cómo explicar esta monstruosa deformación que del marxismo hace Kautsky, exegeta del marxismo? Si se busca la base filosófica de semejante fenómeno, todo se reduce a una sustitución de la dialéctica por el eclecticismo y la sofistería. Kautsky es gran maestro en esta clase de sustituciones Si se pasa al terreno político práctico, todo se reduce a servilismo ante los oportunistas, es decir, al fin y al cabo, ante la burguesía. Haciendo progresos cada vez más rápidos desde que comenzó la guerra, Kautsky ha llegado al virtuosismo en este arte de ser marxista de palabra y lacayo de la burguesía de hecho>>. (V. I. Lenin: "La revolución proletaria y el renegado Kautsky". Cap. I Pp. 3: Cómo ha hecho Kautsky de Marx un adocenado liberal).

 

          Hoy día, tras la desaparición de la URSS, los socialdemócratas reformistas de la izquierda burguesa que se disputan en todas partes el gobierno de las instituciones al interior del Estado capitalista lidiando con sus colegas de la extrema derecha liberal conservadora, no necesitan siquiera ser marxistas de palabra, como Kautsky, porque las usinas ideológicas de la burguesía ya hicieron el trabajo sucio de confundir hábilmente al marxismo con el stalinismo en la conciencia de los explotados. Y el miserable oportunismo electoral de los intelectuales pequeñoburgueses que hoy se ofrecen para gobernar a “la gente”, es un fruto de esa ideología, esencialmente la misma que comparten con la gran burguesía. Pero el caso es que los inevitables y cada vez más desastrosos efectos de la realidad capitalista decadente, pueden y podrán más contra la clase capitalista usufructuaria del sistema y sus despreciables sirvientes políticos, que todos los efímeros embelecos que se inventen, difundan y de momento disfruten. Porque como bien dijera Martín Fierro: “El tiempo solo es tardanza de lo que está por venir”.       

 



[1] Engañosa porque antes de los comicios la voluntad mayoritaria de los electores no suele coincidir con la verdadera intención política de los distintos candidatos. Fraudulenta porque después de eso que ellos llaman “la fiesta de la democracia”, los electos acaban haciendo todo lo contrario que prometieron.

[2] El plusvalor relativo aumenta a expensas del salario con cada progreso de la fuerza productiva del trabajo, a instancias del desarrollo científico-técnico incorporado a los medios de producción (maquinaria y herramientas). Una explotación que al aumentar la eficacia productiva del trabajo, disminuye el valor y el precio de cada unidad de producto, dejando intacto el poder adquisitivo de los salarios y el nivel de vida de los asalariados y su familia.  

[3] El plusvalor absoluto aumenta intensificando los ritmos del trabajo humano por unidad de tiempo empleado, y/o mediante el aumento especulativo de los precios que conforman la canasta familiar de los asalariados, lo cual en conjunto atenta contra la integridad físico-psíquica del trabajador y el nivel económico de vida en su familia.

[4] Fue en “El conformista”, cuando el cineasta Bertolucci estuvo cerca de hacer un examen veraz del fascismo, pero ahí huyó del “extremismo” comunista, alternativa que en esa obra no aparece por ningún lado como solución al problema. De lo contrario hubiera sido condenado a ganarse la vida de otra forma. La misma ambigüedad ideológica y consecuente falta de compromiso político revolucionario, que el mismo Bertolucci mostró en “Novecento” años después, cuando su volubilidad política potencial se convirtió en real haciendo abandono del PCI para abrazar el budismo después de los hechos de la Plaza Tiannanmen en junio de 1989, al ver que las tropas del ejército chino reprimían violentamente una manifestación estudiantil que se saldó con más de mil muertos. Contra ese episodio Bertolucci se pronunció públicamente. Antes de eso había descubierto las maravillas de la "ciudad prohibida" de Pekín durante el rodaje de “El último emperador” (1987), y después descubrió las maravillas intimistas del desierto nordafricano en “Refugio para el amor” (1990), donde los protagonistas viajan al África motivados por el hastío y la desilusión, buscando un lugar exótico e incomprensible para ellos que, sin embargo —suponen— tiene un cielo sólido capaz de protegerlos: “The sheltering sky”, que así se llama la novela de Bowles (1949) en que se inspiró Bertolucci. Ninguna convicción políticamente trascendente a su propio ombligo personal.

[5] En este punto Kautsky omitió deliberadamente reconocer, que una dictadura política puede ser al mismo tiempo legítimamente democrática, si responde a los intereses de la mayoría social que la ejerce.