Las crisis como causas contrarrestantes de la tendencia al derrumbe del capitalismo

Una vez producida la crisis por sobreproducción de capital, el crecimiento de la ganancia y, con ella, la demanda por más medios de producción y mano de obra, desaparecen y el proceso de acumulación se detiene o estanca. Al no poder vender lo ya producido, aumenta la demanda de préstamo, pero no ya para ampliar la producción, sino para pagar deudas contraídas. Consecuentemente el dinero como medio de pago también desaparece de la circulación y la tasa de interés tiende a alcanzar su máximo nivel, a no ser que los bancos se pongan de acuerdo en cerrar el grifo del crédito, como está sucediendo ahora.

Como hemos visto ya, para desvelar las causas de la tendencia al descenso de la Tasa General de Ganancia, Marx supuso una situación de equilibrio en todos los mercados donde la competencia deja de actuar. En una situación normal, la competencia en el mercado solo es el medio que permite repartir la ganancia global entre los distintos capitales, según la masa y la composición de valor con que cada cual participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno. Por tanto, a los fines de explicar por qué la demanda y la oferta coinciden en un determinado precio de producción y no en otro cualquiera, la competencia no sirve, dado que ella misma está comprometida en ese interrogante y es lo que hay que explicar.

Pero una vez que la crisis ha estallado, lo que se impone explicar es qué pasa y por qué durante el predominio del sesequilibrio general de la economía. Y eso solo puede ser explicado por las fuerzas de la oferta y la demanda, por la competencia. Y es que en una situación así, solo la competencia puede decidir qué partes del capital y en qué medida resultarán afectadas por la crisis:

<<Mientras todo marcha bien, la competencia, tal como se revela en la nivelación de la tasa general de ganancia, actúa como una cofradía práctica de la clase capitalista, de modo que ésta (la ganancia) se reparte comunitariamente y en proporción a la magnitud de la participación de cada cual en el botín colectivo. Pero cuando ya no se trata de dividir ganancias sino de repartir pérdidas, cada cual trata de reducir en lo posible su participación en las mismas y de endosársela a los demás. La pérdida es inevitable para la clase. Pero la cantidad que de ella ha de corresponderle a cada cual, en qué medida ha de participar en ella, se torna entonces en cuestión de poder y de astucia, y la competencia se convierte, a partir de ahí en una lucha entre hermanos enemigos…>> (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XV Aptdo. III (Lo entre paréntesis nuestro).

O sea, que en una situación normal, donde todos ganan, aunque unos más que otros, la competencia permite distribuir a posteriori el plusvalor global producido, en proporción a lo que previamente cada capitalista particular aporta al negocio común de explotar trabajo ajeno. En una situación de crisis, si bien todos pierden, el reparto de las pérdidas no se opera según ninguna proporción objetivamente predeterminada, como es el caso en circunstancias normales a instancias de la Tasa General de Ganancia Media, sino que la lucha competitiva decide de modo totalmente desproporcional o “sumamente desigual” quien pierde más o menos.

<<Con lo cual está científicamente producida la prueba de la necesidad de la competencia sobre base capitalista (…) Estamos obligados, ahora, a propósito del examen de la crisis, a considerar la competencia entre los diferentes capitalistas…>> (H. Grossmann: Op. Cit. Cap. 3-A.1)

El problema consiste, pues, en saber, cómo se supera la crisis creando las condiciones de una nueva recuperación del proceso de acumulación. La competencia lo consigue reorganizando el proceso de la producción, mediante fusiones y una reestructuración operativa más funcional y eficaz de la explotación del trabajo en sus empresas, de lo cual resulta una más alta composición técnica y orgánica de sus respectivos capitales. Y si las crisis son seguidas de guerras, cuanto más devastadoras mayor es el salto irreversible que da el desarrollo progresivo de las fuerzas productivas en la postguerra, a través de lo cual se restablece la rentabilidad a un nivel de costos y precios de sus productos necesariamente más bajos respecto del existente a la entrada de la crisis.[1]  

Imaginemos una sociedad de un país, cuya estructura económica está constituida por cuatro empresas que desembocan en una crisis con las siguientes magnitudes de valor y composición orgánica de sus respectivos capitales:

60c : 35v
40c : 25v
30c : 80v
20c : 90v

Donde "c" representa a la inversión en capital constante (medios de producción) y "v" al capital variable (salarios). A raíz de la interrupción violenta del proceso de acumulación, las dos mayores empresas se fusionan despidiendo al 20% de la plantilla, lo cual provoca un descenso del 10,4% en el salario de los que siguen empleados. En cuanto a las otras dos, la primera despide al 10% de la plantilla rebajando el salario nominal de los empleados en 5,56%. La última despide otro 10% y reduce los salarios del resto de empleados un 6,18%. La nueva situación es:


100c : 44v
30c : 77v
20c : 76v

La acumulación se reanuda con una mayor tasa de explotación del trabajo al reducirse los salarios y el capital global en funciones, aunque con una mayor composición orgánica. Para simplificar, se omite aquí hacer referencia a las numerosas empresas que quiebran y desaparecen —haciendo descender todavía más la masa de capital en funciones—, porque no modifican el sentido y veracidad del ejemplo. Todo ello sucede, naturalmente, en su mayor parte a expensas de los asalariados como clase absolutamente mayoritaria de la sociedad.

A partir de sucesivas condiciones similares de acumulación que se suceden unas a otras después de cada crisis, el capital se va poniendo a sí mismo límites cada vez más difíciles de superar cuanto mayor es la composición orgánica del capital y la masa en funciones que se debe desvalorizar o destruir para reanudar un nuevo proceso a la salida de cada crisis —si es que el proletariado no decide acabar con toda esta mierda—, y que el propio capital pugnará objetivamente, independientemente de la voluntad política de la burguesía, para que cada nuevo límite se ponga frente a él en lapsos de tiempo cada vez más cortos:

<<La producción capitalista tiende constantemente a superar estos límites que le son inmanentes, pero solo lo consigue en virtud de medios que vuelven a alzar ante ella esos mismos límites en escala aun más formidable.
El verdadero límite de la producción capitalista lo es el propio capital; es éste: que el capital y su autovalorización aparece como punto de partida y punto terminal, como motivo y objetivo de la producción…>>
K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XV Aptdo. II)

Lo que significan las crisis es que, desde el punto de vista puramente económico, la acumulación de capital no tiene límites históricos objetivos absolutos. Por eso Lenin desde el Segundo Congreso de la Internacional Comunista no se cansó de repetir que “no existe una situación económica sin salida para el capitalismo”, y que el único límite absoluto posible DEBE SER de naturaleza POLÍTICA. El que decida ponerle el proletariado. Por tanto, es tan impropio del sistema como erróneo, hablar de una teoría marxista del derrumbe económico automático. Los únicos límites del capitalismo desde el punto de vista económico son los que periódicamente el capital se pone a sí mismo para superarlos. Y siempre los supera. Pero bajo condiciones cada vez más difíciles, humanamente dolorosas e insoportables.

¿Por qué? Al contrario de lo que pensaron los armonicistas, la reproducción o acumulación se sucede a caballo del progreso de la fuerza productiva del trabajo en una escala cada vez más ampliada, donde el sector productor de medios de consumo productivo (medios de producción) acumula más rápidamente que el sector productor de bienes de consumo final. De lo contrario, el capitalismo desembocaría directamente en el derrumbe del sistema sin mediar ninguna crisis. Tal como Henryk Grossmann ha demostrado que sucede con los esquemas de Otto Bauer, respetando la proporcionalidad constante de la acumulación (o escala de aumento de la producción) en los dos sectores.

Pero que las condiciones del capitalismo no sean en realidad las pensadas por los armonicistas, y que la desproporcionalidad y aceleración del proceso de acumulación conduzca a las crisis periódicas de desvalorización del capital sobrante (constante y variable), permitiendo la bárbara sangría material y humana necesaria para que el sistema pueda saltar sobre sus propios límites, esto no significa que la tendencia al derrumbe se neutralice o modere, sino bien al contrario. Porque la celeridad con que la Ley del valor acerca el horizonte de cada crisis, está dado por el nivel de la composición orgánica media del capital social global, con el que comienza la fase de recuperación a la salida de cada crisis y que, como se ha probado históricamente, nunca es menor que el existente al momento de su estallido. Por eso es que, la teoría materialista histórica de las crisis capitalistas, es al mismo tiempo una teoría del derrumbe del sistema.

E insistimos: Porque la naturaleza del capital sigue siendo la misma, y porque, además, salvo la destrucción masiva de capital constante y variable —no solo como valor, sino como valor de uso, tal como sucede durante las guerras[2] —, aun cuando precisamente por mediación de las crisis deba reanudar el siguiente proceso de acumulación desde un capital presupuesto menor —haciendo retroceder en buena parte el tiempo de la jornada de labor que se había convertido en plusvalor—, esa recuperación arranca con una composición técnica y orgánica del capital superior, respecto de la que, en su origen, condujo durante el ciclo anterior a la última crisis. Precisamente por el fenómeno de la centralización de los capitales que caracteriza al resultado de cada crisis.

De ahí que la denuncia de las guerras burguesas, ya sean de carácter bélico, telúrico o climático, solo es una tarea humanitaria si se vincula tales hecatombes deliberadamente provocadas, con los propósitos de una clase dominante, que no puede ya sobrevivirse a sí misma si no es del modo más genocida y retrógrado para la especie humana.

Habíamos visto que la mecánica de la acumulación de capital, consiste en desarrollar la productividad del trabajo acortando el tiempo de la jornada de labor colectiva —en el que los asalariados reproducen el equivalente a sus medios de vida—, para convertirlo en plustrabajo creador de capital adicional. Fijémonos ahora en que las crisis no hacen otra cosa que desandar ese camino como si rebobináramos una película desde el final hacia el principio aunque sin llegar hasta allí. Porque desvalorizan buena parte de ese capital constante ya creado, mediante la desinversión, el paro y la penuria absoluta de las mayorías sociales, todo ello provocado por el consecuente descenso en los salarios, al tiempo que las guerras destruyen gran parte de toda esa riqueza y las vidas humanas que contribuyeron a crearla.

De este modo, el tiempo de la jornada de labor colectiva, así reducida por la desvalorización y destrucción de capital en riqueza y vidas humanas, queda nuevamente expedito para que la burguesía pueda recomenzar a convertirlo en plusvalor capitalizado, explotando a una nueva generación de asalariados, mientras ve alejarse el horizonte de la próxima crisis hacia un futuro distante, aunque no menos previsible, para seguir disfrutando más tranquilamente sobrellevando “su carga más pesada”, la del capital acumulado de cuyo dominio disfrutan.

Todo es cuestión de seguir ejerciendo la “voluntad de poder” para su “conservación y aumento”, que impida todo progreso histórico a la sociedad humana. Para tal propósito está, en general, esa legión de filósofos, politólogos, políticos, economistas, sociólogos, psicólogos, jueces, literatos, cineastas, actores, cantantes y artistas en general, deportistas, periodistas y demás agentes de la postmodernidad, a sueldo y/o prebendas de la aristocracia burguesa dueña de la mayor parte del capital y del poder político real en todo el Mundo.

¡¡Quién le hubiera dicho a Nietzsche, que este jueguito macabro de acumular y desacumular capital, es el sustrato material de su tan célebre teoría nihilista del puro devenir de la existencia humana discurriendo en un tiempo circular, como en una noria garante del “eterno retorno de lo mismo”!! http://www.nodo50.org/gpm/postmodernismo/14.htm#_ftnref19

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[1] Después de la Segunda Guerra Mundial los adelantos científico-técnicos irrumpieron como la principal fuerza transformadora de la sociedad. Los adelantos tecnológicos aplicados a los medios bélicos se trasladaron a la industria civil revolucionando la forma de producir, la composición del producto, la productividad de la mano de obra y la organización social de la producción de manera profunda e irreversible. Los adelantos en la biología aplicados a la salud y a otros múltiples usos en la biotecnología, la informática, las telecomunicaciones y el desarrollo de nuevos materiales son los ejes principales de una tercera revolución tecnológica con enormes consecuencias en la organización social y económica mundial.
La agricultura no ha estado ausente de este proceso. A partir de la década del 60 la difusión del paquete tecnológico identificado con la revolución verde permitió extraordinarios aumentos de rendimientos por hectárea en los principales cultivos dedicados a la alimentación humana. Estos aumentos de la productividad en la agricultura permitieron una mejora sustantiva de la disponibilidad de alimentos per capita a nivel mundial, incluyendo regiones tradicionalmente deficitarias las cuales seguramente hubieran experimentado graves situaciones de inseguridad alimentaria en ausencia de las innovaciones tecnológicas desarrolladas por el sistema internacional de investigaciones agropecuarias.

[2] Según reporta H. Grossmann citando a Wl. Woytinsky en: “Die Welt in Zahlen” (El Mundo en cifras), “Las pérdidas materiales de la 1ª Guerra mundial pueden estimarse en 260.000 millones de dólares por gastos directos, y en 90.000 millones por pérdidas indirectas. En total 350.000 millones de dólares. En el transcurso de los cuatro años de guerra fue destruida y derrochada cerca del 35% de la riqueza de la humanidad. Este tremendo déficit fue cubierto, en parte, por el excedente anual de la producción sobre el consumo. Entre 1914 y 1919, este excedente debería haber aumentado entre 200 y 250 mil millones de dólares, de ahí que la disminución de la riqueza mundial en 1919 respecto de 1914, fue de entre 100 y 150 mil millones de dólares. Sin embargo, la distribución entre estos países fue muy irregular. Europa se empobreció, mientras que EE.UU. y Japón se enriquecieron más rápidamente que en tiempos de paz.” Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el 70% de las construcciones civiles y de la infraestructura vial y de transportes terrestres de Europa quedaron completamente destruidas, y el potencial de su estructura económica se redujo al 20% del existente antes de la Guerra.