Carta abierta a un amigo de filiación política pequeñoburguesa

 

          Desde hace ya bastante tiempo, para definir el compromiso con la lucha revolucionaria has venido empleando el despectivo epíteto de “la puta política”. Más recientemente nos has estado hablando en términos laudatorios de Ada Colau, una descollante ciudadana española de extracción política socialdemócrata tradicional. Como tú. Nació el 03 de marzo de 1974 en el barrio de Ginardó, perteneciente al distrito catalán de Horta, habitado mayoritariamente por familias de clase media: campesinos, artesanos y rentistas. Arrastrada políticamente no más allá de esa posición de clase intermedia, hasta hace poco tiempo esta mujer recién aupada a la alcaldía de Barcelona, careció de antecedentes conocidos en la militancia de la mal llamada “extrema izquierda”[1].

          Otro es el caso de Rafael Blasco Castany, por ejemplo. Un sujeto de la misma condición social en origen que Colau, aunque más añejo que ella y con mucha más extensa trayectoria en la militancia política oficial. Nacido sobre la rivera valenciana del rio Júcar el 09 de febrero de 1945, este hombre ha dibujado en su vida el más ilustrativo paradigma de transformismo político, operado por esa suerte de trapiche que resulta del contubernio entre las instituciones privadas y públicas del sistema capitalista, desde los tiempos de la Revolución Francesa. Comenzó su andadura en el socialdemócrata Partido Comunista de España (PCE); luego se pasó al Movimiento Comunista (MCE), hasta acabar su periplo por la extrema izquierda burguesa, recalando en el Frente Revolucionario Antifascista Patriota (FRAP) que luchó contra la Dictadura de Franco, motivo por el cual fue detenido y encarcelado como uno de sus “máximos responsables”.  

          Seguidamente, recién egresado de la Universidad con su título de doctor en Derecho e inducido por su hermano Francisco, sus ideales políticos se escoraron un poco más hacia la derecha, pasando a militar en el Partido Socialista del País Valenciano (PSPV-PSOE). En 1983, Joan Lerma i Blasco en su carácter de primer presidente de la Generalitat, le nombró Conseller de Presidencia, el mismo año en que contrajo matrimonio con Consuelo Císcar. En 1985 fue nombrado Conseller de Obras Públicas  y Urbanismo. Y en 1989 protagonizó su primer acto de corrupción política a raíz de una denuncia. Se le acusó de sobornar a funcionarios de la "conselleria" a cambio de la recalificación de terrenos. Fue destituido por el presidente Lerma, pero la invalidación de unas grabaciones telefónicas, presuntamente incriminatorias, le permitió a Blasco salir absuelto de ese delito.

          Entre 1991 y 1994 volvió a ocupar su plaza de interventor municipal. Fue aquí cuando las instituciones políticas del sistema  —donde es habitual la relación con empresarios— hicieron lo suyo en la moral de Blasco y completaron en él su transformismo político. Tras varios intentos de fundar un partido propio, abandonó la socialdemocracia y a instancias de Eduardo Zaplana se pasó a la extrema derecha liberal conservadora del Partido Popular. Allí fue el mismo Zaplana, quien tras las elecciones autonómicas de 1995 y en su carácter de presidente electo de la Generalitat Valenciana, le nombró Subsecretario de Planificación. En 1999 pasó a desempeñarse como Consejero de Empleo hasta el año 2.000 y, desde entonces, de Bienestar Social hasta 2003, año en el cual su colega de partido, Francisco Camps, pasó a ser Presidente de la Comunidad y fue quien le ascendió a "conseller" de Territorio y Vivienda entre 2003 y 2006. Seguidamente y tras ser reelecto Camps en 2007, Blasco fue nombrado Conseller de Inmigración y él mismo se encargó de añadirle competencias, rebautizando a esa institución con el atractivo nombre de “Conselleria de Solidaridad y Ciudadanía”. Durante ese período es cuando tuvo lugar el llamado "caso de la cooperación”, que dio al traste con su carrera política. Tras la nueva victoria electoral del Partido Popular en la Comunidad Valenciana, Camps en 2011 fue presionado por la dirección de Madrid, para que Blasco no entre a formar parte del gobierno de la Generalitat. Entonces lo nombró portavoz del partido en el Parlamento, con la potestad de poder participar en las reuniones del gabinete gubernamental, pero sin derecho a voto.

          En julio de ese mismo año Camps debió dimitir por el "caso de los trajes", y habiéndose conocido los detalles de la cooperación internacional que parecían implicar a Blasco, el nuevo presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, lo mantuvo como portavoz "mientras no sea imputado". Pero le negó el acceso a las reuniones en su gabinete de gobierno. El martes 12 de junio de 2012 se conoció la intención de la juez que lleva el "caso de la cooperación" —o "escándalo de la cooperación", como así lo llamó la prensa—, de imputar a Rafael Blasco por su presunta implicación en la trama que le ha permitido apropiarse de unos seis millones de euros de los fondos de la Comunidad Valenciana, destinados a la ayuda de los países subdesarrollados, que nunca llegaron a su destino, cuando Rafael Blasco era conseller de Solidaridad y Ciudadanía, el departamento que aprobaba las ayudas. Dada su condición de aforado al ser diputado de las Cortes Valencianas, el caso pasó al Tribunal Superior de Justicia de esa Comunidad. Fue en tales circunstancias, cuando el todavía presidente del Partido Popular en la Comunidad valenciana y presidente de la Generalidad, Alberto Fabra —quien hasta entonces había mostrado su apoyo a Blasco—, decidió apartarlo temporalmente de sus funciones de portavoz del grupo popular en las Cortes. Por su parte, los diputados de la oposición reclamaron su dimisión como diputado: "Que Blasco siga de diputado es una indignidad", manifestó la diputada del PSOE Clara Tirado, cuya denuncia ante la fiscalía en octubre de 2010 fue el detonante del "caso de la cooperación". El viernes 22 de junio la fiscalía se decantó favorablemente por la imputación de Blasco.

          El 01 de octubre de 2012, Blasco fue imputado por la magistrada María Pía Calderón designada por el Tribunal de Justicia de la Comunidad Valenciana, quien un mes antes se había declarado competente en el caso, acusándole de presunto autor de seis delitos: fraude de subvención, prevaricación, cohecho, tráfico de influencias, malversación de caudales públicos y falsedad documental. Todos ellos cometidos durante su etapa como consejero de Solidaridad y Cooperación entre 2008 y 2011, bajo la Presidencia de la Generalitat a cargo de Francisco Camps. Al publicarse la acusación en setiembre de 2012, Blasco renunció a su puesto de portavoz parlamentario del Partido Popular en las Cortes Valencianas, aunque afirmó que iba a seguir en su escaño como diputado.

          Dos meses después, el 30 de noviembre de 2012, el consejero de Hacienda valenciano, José Manuel Vela, presentó su dimisión antes de que el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana decidiera imputarle por supuesta revelación de secretos, acusándole de haber entregado a Blasco un informe de la Intervención de la Generalitat sobre el caso Cooperación. La entrega del informe se produjo durante la sesión en el pleno de las Cortes Valencianas el 21 de noviembre, durante el cual Vela pasó a las bancadas superiores del PP dos sobres, uno de ellos para Blasco, a quien se le pudo ver leyendo los papeles en su escaño, tal como recogieron fotografías publicadas por el diario Levante-EMV y las cámaras de las Cortes.

          El 25 de junio de 2013, Rafael Blasco presentó en el registro de las Cortes Valencianas una petición para obtener la condición de diputado no adscrito, horas antes de que se reuniera el grupo parlamentario del Partido Popular que decidió su expulsión. De esta forma Blasco quedó apartado de su antiguo grupo político. Unos días antes, el Comité de Derechos y Garantías del PP en la Comunidad Valenciana, decidió suspenderle cautelarmente de militancia por unas declaraciones que hizo ante la televisión, en las que criticó al presidente del partido y jefe del Consell, Alberto Fabra. Éste había anunciado que Blasco sería expulsado del Grupo Popular, después de que la Abogacía de la Generalitat solicitara 11 años de prisión para él, por cometer fraude en las ayudas de cooperación al desarrollo, siendo titular de la Consejería de Solidaridad y Ciudadanía. Al conocerse la decisión de Blasco, el portavoz del Consell José Ciscar afirmó:

<<Ha mediado la reflexión. Se ha producido una reflexión del propio Rafael Blasco. Siempre hemos pensado que él no ha querido perjudicar al Partido Popular, y ante lo que era inevitable, que era una expulsión, ha preferido dar el paso en un gesto que le agradecemos>>.

 

          Blasco se convirtió, así, en el primer diputado no adscrito de la VIII Legislatura en la Comunidad Valenciana. Finalmente, en mayo de 2014 el Tribunal Superior de Justicia dictó sentencia por la que Rafael Blasco fue condenado a ocho años de prisión y veinte de inhabilitación para el ejercicio de cargo público, como autor de un delito de malversación de caudales públicos, al considerar probado que en el ejercicio de su cargo se apropió de fondos destinados a programas de cooperación con Nicaragua. Un año después, el 10 de junio de 2015, el Tribunal Supremo confirmó la condena, aunque rebajó la pena a seis años y medio de prisión. El día 15 de Junio, a las 9.00 horas, Rafael Blasco ingresó en la prisión de Picassent.

 

          Después de pasar por el alambique de las instituciones políticas del sistema capitalista, de este sujeto cabe decir: ¡¡qué lejos había quedado aquella moral “revolucionaria” desde los tiempos de su militancia en la izquierda extrema burguesa del FRAP!! Seguro que se consolará pensando lo mismo que le justificó en su decisión de abandonar aquellos ideales —de tal modo expulsados de su conciencia por la morralla política en que se convirtió— para ir detrás de sus intereses personales; engañándose con eso de que “el socialismo revolucionario es una utopía”. Pero lo  cierto es que el capitalismo, jamás antes estuvo tan cerca como ahora de alcanzar su inevitable colapso económico irreversible[2]. Cercanía que sin duda ha de alumbrar en la conciencia universal, la necesidad política de que esa presunta utopía se haga realidad.

          En nuestro mensaje anterior ya te hablamos de Felipe González, otro típico fenómeno de transformismo operado por los vínculos oficiosos y oficiales entre representantes de las instituciones públicas y privadas del sistema. Ahora hemos recabado más información, proporcionada por Javier Chicote en su libro “Socialistas de élite”, donde aborda la figura de este corrupto y privilegiado personaje, con los emolumentos y patrimonio que consiguió acumular durante su trayectoria como político y empresario.

 

La lista de propiedades y el sueldo millonario de Felipe González

Autor: A. Parrado

Fecha17.04.2012 – 06:00 Hs.

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          Uno de los asuntos que el mencionado libro de Chicote  aborda acerca de la figura de Felipe González, son sus emolumentos y también su patrimonio. Según el autor, el ex presidente del Gobierno salió perdiendo de su acuerdo de separación con Carmen Romero. Cuenta el periodista que el 8 de marzo 2010 liquidaron la sociedad de gananciales que hasta ese momento regía su matrimonio.  

          “De las casas, el expresidente sólo conservó para sí la de Castellar de la Frontera, en Cádiz, un obsequio ya que cuando era abogado ganó un pleito a favor de los vecinos. Además, González conserva la mayor parte de la casa de la urbanización de Somosaguas […] Se trata de una parcela de 500 metros cuadrados que alberga una vivienda de 350 metros distribuidos en cuatro plantas (dos principales, además de sótano y ático) y que utilizan María González y su marido […]. Por su parte, Carmen Romero se adjudicó en la liquidación de la sociedad de gananciales la casa familiar de Pozuelo y la de Sotogrande, ambas enclavadas en lujosas urbanizaciones”, cuenta Chicote.

 

          “La primera de ellas es la gran inversión que hizo el matrimonio en junio de 1991. Felipe González le compró a su amigo Lucio Blázquez dos parcelas de 500 metros cuadrados cada una por 28 millones de pesetas. La otra propiedad que se quedó Carmen Romero está compuesta de cuatro escrituras: una casa, dos garajes y un trastero en Sotogrande (Cádiz), sin duda otra de las zonas residenciales más exquisitas de España”, prosigue.

 

Fuentes de ingreso

 

          Tal y como cuenta Chicote en Socialistas de élite, “las actividades y asignaciones de Felipe González le reportan una cantidad que ronda los 600.000 euros anuales. Desde diciembre de 2010 éste es consejero independiente de la empresa “Gas Natural Unión Fenosa”, Tiene un salario de 126.500 euros que, divididos entre las once reuniones anuales del Consejo de Administración, sale a 11.500 euros por cada una de ellas. Unos ingresos que son totalmente compatibles con las asignación que todos los años el Parlamento otorga a los expresidentes del Gobierno”.

 

          Además de participar en los intereses de “Gas Natural”, su otra gran fuente de ingresos yace en las conferencias. Su tarifa está por encima de los 80.000 euros. Con sólo impartir una conferencia cada dos meses ya obtendría casi medio millón de euros. En ese medio le representa la agencia Thinking Heads, la misma que a colegas suyos como Miguel Boyer, Javier Solana, Josep Borrell o Pedro Solbes. En cuanto a empresas propias, González  puso en marcha el 24 de julio de 2011 la Consultoría; su siguiente paso fue la puesta en marcha de la sociedad gestora de capital riesgo Tagua Capital, cuyo socio es su yerno, Eric Bergasa, socio a su vez en Room Mate de Kike Sarasola, el hijo del empresario, también amigo de Felipe González, Enrique Sarasola, ya fallecido. Hasta este punto el relato de A. Parrado, autor de este artículo.

 

          Le faltó decir que, como conferenciante y en medio de su perversa metamorfosis, Felipe González Márquez llegó a emular a los antiguos sofistas griegos —tan vapuleados por Píndaro—, hasta quedar convertido en un truhan, un mentiroso, un auténtico charlatán de feria que hablando es capaz vender gato por liebre; un taimado de los tantos que rehúsan deliberadamente ahondar con el pensamiento hasta llegar al núcleo íntimo y esencial de las relaciones sociales bajo el capitalismo —donde se agitan las contradicciones que revelan su caducidad—, optando en cambio con habilidad retórica, por deambular con las palabras sobre la superficie de los hechos, hasta conseguir hacer pasar por verdadero lo aparente, que parece ser no contradictorio y, por tanto, eterno. Y de paso consagrar una presunta “verdad” que conviene a oscuros intereses personales compartidos. Así definía Marx a este tipo de personajes tildándoles de “economistas vulgares”:

<<Y entonces el economista vulgar cree hacer un gran descubrimiento cuando, puesto ante la revelación de la (contradictoria, es decir, dialéctica) estructura interna de las cosas, proclama con insistencia que estas cosas, tal como aparecen tienen un aspecto muy diferente. En realidad se jacta de su apego a la apariencia, a la que considera como la verdad última. Entonces, ¿para qué otra ciencia?

     Pero hay en este asunto otra intención. Una vez que se ha visto claro en estas (contradictorias) interconexiones internas (de la realidad económico-social), cualquier creencia teórica en la necesidad permanente de las condiciones existentes, se derrumba ante el colapso práctico (que pone de relieve las contradicciones de esa supuesta verdad última durante las crisis económicas periódicas). Las clases dominantes, pues, tienen así en este caso, un interés absoluto en perpetuar esta confusión y esta vacuidad de ideas. De otro modo, ¿por qué razón se les pagaría a estos sicofantes charlatanes, que no tienen más argumento científico que el de afirmar, que en Economía Política está terminantemente prohibido pensar?>> (K. Marx: “Carta a Kugelmann” 11/07/1868. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros)

         

          He aquí al desnudo completo Felipe González Márquez, y para qué fines ha decidido dedicarse a la política desde la muerte de Franco: Enriquecerse apuntalando políticamente al sistema en la conciencia ingenua de quienes le votaron y todavía se recrean escuchando sus discursos. Aunque tal como sucediera con su colega Rafael Blasco y tantos otros, en el momento de su decisión ninguno de estos individuos se pudo imaginar lo que haría con ellos semejante lógica objetiva de la existencia humana bajo el capitalismo; de qué modo y hasta qué monstruosos extremos de indignidad les transformaría en todos los sentidos, como resultado de esa especie de alquimia que se opera entre los propietarios de las grandes y medianas empresas en la sociedad civil y los políticos puestos a gobernar las instituciones en los distintos Estados nacionales del Mundo. Todo ello a instancias de la democracia representativa, que permite reproducir una y otra vez el mismo proceso. Como dijera Nietzsche: “El eterno retorno de lo mismo”. Una mixtura químico-social reactiva, verdadera síntesis sustancial de donde resulta la fuerza que mueve como a una noria el sistema explotador, corrupto, corruptor y destructivo que es el capitalismo.

 

          A Felipe González —y a su partido político gobernante—, les tocó hacer el trabajo sucio a que se vieron obligados por  la crisis del sistema en los años ochenta y noventa, decidiendo ejecutar la llamada reconversión industrial y la consecuente privatización de 17 grandes empresas públicas que lo fueron del Instituto Nacional de Industria (INI) estatizadas por Franco. “Felipillo” fue el primer presidente “socialista” que durante de la llamada “transición”, se prestó a gestionar el paro y la miseria de los asalariados españoles, como resultado de la precarización laboral políticamente inducida. Además de recortar las pensiones, puso en vigencia por primera vez en España la modalidad de los contratos a tiempo parcial con reducidos salarios, a raíz de lo cual el PSOE a cargo del gobierno asumió su ruptura política con los sindicatos, soportando el peso de dos grandes huelgas generales, la del 14 de diciembre de 1988 y la del 27 de enero de 1994. Fue aquella la misma política de recortes en pensiones y salarios, que durante la última recesión todavía en curso debió hacer suya primero el PSOE bajo el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que completó profundizando sus terribles consecuencias sociales el Partido Popular. Una política de austericidio criminal que parece haber vuelto para quedarse.     

 

          Y ahora ya veremos qué será de la sociedad gestionada en España por estos nobeles oportunistas políticos, a quienes la última recesión que todavía persiste y se ha llevado por delante al bipartidismo —surgido de la “democracia” postfranquista—, les acaba de catapultar a la cima del poder institucional en comunidades y ayuntamientos, para que sigan encandilando con sus promesas de “cambio” a millones de ingenuos ignorantes de una realidad, que bajo las condiciones objetivas del sistema capitalista sólo puede cambiar en sentido histórico decadente. Y el caso es que estos nuevos dirigentes se  han prestado todos ellos a meterse  de lleno en el mismo aparato político del Estado, que operó el transformismo putrefacto en sujetos como Rafael Blasco y Felipe González.  

 

          Estos aprendices a reformistas de hoy lo son, tal cual como en la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa titulada “El Gatopardo”, lo fue su personaje central, el joven príncipe Tancredi Falconeri, quien tras el desembarco de las tropas revolucionarias de Garibaldi en Sicilia allá por 1896, ante la amenaza que esas fuerzas armadas suponían para el régimen aristocrático puro del que se beneficiaban él y su familia, Tancredi se fue a las montañas para infiltrarse entre las filas de los subversivos, procurando influir sobre sus jefes para que la nobleza pudiera sobrevivir acomodándose a la nueva situación en ciernes. Adoptó una actitud oportunista negociadora que incomodó a su tío Don Fabrizio —en el relato un aristócrata intransigente de pura cepa—, inspirado en quien realmente fuera Giulio IV de Lampedusa, bisabuelo del escritor. La novela se distingue por describir el momento en que el inteligente sobrino Tancredi le dice a su tío: "Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie". Quiso decir que cambie naturalmente todo lo superficial o contingente, dejando intacto su fundamento material. O sea, más de lo mismo. Esto es lo que nuestros reformistas pequeñoburgueses de hoy se proponen volver a ensayar en España una vez más, aunque muchos de ellos, como tú, no lo sepan creyendo estar intentando algo nuevo. Ni más ni menos que como ya lo propusieran zarrapastrosamente sus más lejanos predecesores desde los tiempos de Proudhon y Lassalle, a los que Marx vapuleara sin compasión ninguna.

 

          Así las cosas, la verdad de esta historia es, que conservando el fundamento existencial del sistema capitalista: la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio —que hace a la lógica específica de su funcionamiento—, será imposible conseguir que se opere un cambio sustantivo en sus tradicionales resultados, o sea, la creciente desigualdad en el reparto de la riqueza. Y tan imposible será esto bajo tales condiciones, como impedir que dicho sistema derive inevitablemente por sí mismo hacia su colapso irreversible. Así dejó planteado Marx en 1852, el problema político pendiente todavía de resolver por el proletariado, aludiendo indirectamente a las sucesivas crisis económicas —cada vez más profundas y difíciles de superar—, en las cuales se han inscrito las aleccionadoras luchas de los explotados —tal como se ha vuelto a ver estos últimos años—, que van jalonando con sus vacilantes errores el camino hacia su emancipación humana definitiva y, con ella, la de sus explotadores. Un proceso en el cual la función histórica lamentable que han venido cumpliendo los reformistas de la izquierda burguesa, una y otra vez con el recurso a sus paños calientes, no hizo ni hará más que prolongar la agonía del sistema capitalista y agudizar los padecimientos del inevitable parto socialista:

<<Las revoluciones proletarias, como las del Siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, paree que solo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigante frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la ilimitada inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y la circunstancias mismas gritan: demuestra lo que eres capaz de hacer>> (Karl Marx: “El 18 brumario de Luis Bonaparte” Cap. I)

 

          Querida amiga, esperamos que después de leer atentamente estas escuetas líneas, resulten esclarecedoras para ti de modo que puedas erradicar de tu conciencia, eso que refiriéndote al compromiso con la revolución, tan erróneamente has dado en llamar “puta política”. Has pensado como si no pudiera existir una concepción de la vida verdaderamente liberadora del ser humano genérico, sin distinción de clases sociales. Un concepto que, como condición sine qua non de orientación política eficaz, exige empezar por comprender que el enemigo de esa necesaria emancipación humana universal, radica en las grandes y medianas empresas privadas, actuando en contubernio con las instituciones políticas de los distintos países del Planeta. Teniendo en cuenta que sin práctica teórica científica no puede haber práctica política consecuentemente revolucionaria ni futuro promisorio posible para la humanidad. Finalmente y por si acaso despreciaras nuestra proposición, decidiendo seguir por el mismo derrotero que atropelladamente nos ha traído a todos hasta aquí, decirte que ya se ha de ocupar el tiempo y la experiencia de poner a cada cual en su sitio, con la ya prevista verdad histórica por delante como proyecto a realizar y guía de cualquier acción política consecuente:

 <<Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro>>.  (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. V. Proceso de trabajo y proceso de valorización. Aptdo. 1 Proceso de trabajo.)

 

            Cualquier trabajo exige comprender plenamente la necesidad de concebir idealmente su producto antes de poner manos a la obra. Pero no solo eso, sino también conocer la dificultad (o sea, el enemigo) que se interpone entre esos dos momentos de la creación laboriosa y saber cómo vencer tal resistencia:

   <<En la película “Patton” hay una escena muy instructiva en la que este general del ejército norteamericano ve que derrotará al ejército de tanques de  Rommel en el norte de África y grita: “¡Ya leí tu libro bastardo”! Se refería a  una traducción del libro de Rommel sobre la guerra de tanques. Si Patton hubiese leído ese libro de su oponente declarado, tal como los “teóricos críticos” (reformistas del capitalismo) leen (apologéticamente) a los autores burgueses (como Keynes), todavía estaría sentado en su cuartel general escribiendo “críticas” a este punto o el otro cuando Rommel le pasaba por encima con su ejército. Por el contrario, Patton leyó ese libro como un arma enemiga —como realmente era— para desarrollar mejores estrategias y derrotarlo. También le habría servido de poco si, enfrentado finalmente al ejército de Rommel, no tuviese ninguna comprensión de su propio poder de combate>>. Harry Cleaver: “Una lectura política de ‘El Capital’”. Ed. FCE/México/1985 Pp. 129/130. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros)[3].

 

            Lo que sucede con estos oportunistas “teóricos críticos” del capitalismo, es que para hacer carrera exitosa en las instituciones educativo-culturales del sistema capitalista, han debido comenzar por asimilar el pensamiento único de la burguesía como si en general fuera el non plus ultra del conocimiento científico. Procedieron no como librepensadores amantes de la verdad, sino como disciplinados súbditos que se han dejado chantajear por el capital a instancias del Estado, al que también domina. Ni más ni menos que como sucede con la mayoría de los estudiantes universitarios en materia de ciencias sociales. Para ellos, el fin de promocionarse socialmente que persiguen en sus estudios, justifica sistemáticamente los obligados medios para conseguirlos. Han hecho propia esa ideología oficial adaptándose al ideario jurídico y político que se sostiene sobre la realidad del capitalismo, es decir, la explotación de trabajo ajeno. Un hecho que jamás mencionan por la cuenta que les trae y que para  ellos es un tabú. Y esto es lo que les ha permitido completar sus carreras universitarias, para de allí aspirar a catapultarse hacia lo más alto posible del escalafón en las instituciones políticas oficiales. Es imposible, pues, que después de someterse al arbitrio chantajista de la burguesía, estos sujetos puedan imaginarse siquiera el llegar comportarse en esta sociedad, tal como Patton se comportó respecto de su enemigo Rommel en aquellas bélicas circunstancias.

 

          Los “teóricos críticos” oportunistas censuran al capitalismo, pero desde el punto de vista moral-individual, omitiendo cuidadosamente hacerlo desde la dialéctica social, esto es, de la lucha de clases, huyendo de aquí como de la peste. No admiten que esa lucha tienda objetiva ni subjetivamente a resolverse eliminando al extremo social explotador. Y para negar esta forma de resolución política, piensan del modo más simplista y falso, que los capitalistas y los asalariados se necesitan mutuamente. Ya nos hemos referido recientemente al concepto del empresario en relación a la Academia Española de la lengua. Todo lo cual explica que estos señores oportunistas pugnen en todo momento por conciliar a los dos extremos de la contradicción social para evitar resolverla. ¿Cómo? Pues, intentando conservar de esa relación el lado bueno, eliminando el lado malo; o sea, purificándola. Tal como sostuvo literalmente Proudhon en su “Filosofía de la Miseria”. A los efectos de cumplir esa función presuntamente humanitaria, este hombre decía que para eso están los gobiernos de filiación socialista, apelando a la moral social y a la justicia.

 

          Pero el caso es que, desde los orígenes del capitalismo, el reparto desigual de la riqueza no ha dejado de aumentar exponencialmente a favor de los explotadores, al igual que la corrupción política derivada de la relación habitual de negocio entre las empresas privadas y las instituciones estatales sin excepción, incluso si no más durante los gobiernos socialistas, incluyendo en esta podredumbre al poder judicial, cada vez más sujeto políticamente al poder ejecutivo, y éste último al poder económico concentrado en las grandes empresas multinacionales. ¿Hay alguna duda acerca de que la “democracia” es la dictadura política del capital?

 

            Un saludo: GPM.    

  

  



[1] La historia ha demostrado, una y otra vez, que si la pequeñoburguesía pudo alcanzar algún extremo en su acción política, jamás estuvo en la izquierda de la sociedad sino al contrario. Porque es allí donde sus intereses no tienen nada estratégico que hacer en beneficio propio. Sólo bajo condiciones normales se ubica a la izquierda de la gran burguesía.

[2] Esto no significa en modo alguno, que el colapso pueda alcanzarse espontáneamente por el mero discurrir de los hechos económicos. Porque para eso están las crisis periódicas que, al desvalorizar y destruir riqueza ya creada (una máquina en desuso se herrumbra e inutiliza), retrotraen el sistema a etapas de su desarrollo anteriores, alejando así el horizonte de tal colapso irreversible. Fenómeno sistémico al que se añade la destrucción por guerras bélicas de rapiña, económicamente inducidas en el curso de las crisis. De todo ello se infiere, que el capitalismo sólo podrá ser efectiva e históricamente superado, por la lucha política revolucionaria del proletariado.   

[3] Admitimos que no sea éste un ejemplo de dialéctica entre contrarios, homologable a la realidad entre las dos clases sociales universales bajo el capitalismo. Porque tanto Patton como Rommel se identificaron con la misma clase social a la que sirvieron. Pero salvando esa distancia, el ejemplo de Harry Cleaver no deja de ser ilustrativo en sentido político general.