El estrés metabólico como causa del cáncer, no solo en el cuerpo humano

 

‹‹Sólo cuando “los de abajo” no quieren ya lo viejo y “los de arriba” no pueden sostenerlo al modo antiguo, sólo entonces puede triunfar una revolución››. (V.I Lenin: “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”)

 

01. Introducción

 

         Hasta hace una veintena de años, estaba muy arraigada la teoría de que las causas del cáncer en general, radicaban en el perfil genético de cada paciente, es decir, en la mutación y reproducción desordenada de oncogenes o genes hereditarios anormales[1]. Actualmente se va imponiendo experimentalmente, la idea de que el cáncer es una enfermedad epigenética, cuya causa puede concebirse como la exigencia adaptativa a la que se ve sometido cada individuo según determinados comportamientos sociales a menudo inducidos por la publicidad, hábitos alimenticios, etc., que perturban la natural y sana función metabólica entre las moléculas y células del organismo humano.[2]

 

         Se ha llegado así a la conclusión de que el cáncer no es tanto de origen causal oncogénico como epigenético, o sea, que es el resultado de la interacción anómala estresante entre los genes y su medio ambiente al interior de cada órgano, hasta el extremo de alterar nocivamente su ciclo reproductivo. En tal sentido, cabe distinguir entre la existencia de un estrés metabólico normal —o saludable por estimulante— que hace al desarrollo equilibrado de cada ser vivo, y un estrés anormal o patológico. Este último conduce inevitablemente a un sinnúmero de noxas y enfermedades —algunas graves y hasta mortales como es el caso del cáncer en los individuos— que devienen catastróficas en la sociedad capitalista, como es el caso de ese otro cáncer que se manifiesta durante las crisis económicas periódicas, como un exceso de capital acumulado respecto de su ganancia declinante.

 

         A propósito, resumiremos aquí las conclusiones a las que llegó Marx acerca del proceso cancerígeno en el cuerpo social del capitalismo, partiendo de dos premisas nada imaginarias sino reales, perfectamente verificables a simple vista:

1) que toda la ganancia que puedan acumular los burgueses en este sistema económico de vida —a expensas de sus productores directos, los asalariados—, solo es realmente posible a condición de que sea siempre mayor, respecto de lo que les cuesta producirla y,

2) que dicha ganancia creciente se obtiene, aumentando progresivamente la capacidad productiva del trabajo —físico y psíquico— de los explotados, lo cual acorta el tiempo de cada jornada de labor en que los asalariados reproducen el equivalente a su salario, alargando así el tiempo en que producen plusvalor para sus patronos, de modo tal que sus medios de vida obtenidos con remuneración contratada, disminuyen en todo lo que la ganancia de los capitalistas aumenta.

 

         Y el caso es que la dificultad insalvable para ese cometido en tanto que es característico del sistema, radica en que el incremento progresivo de la productividad del trabajo solo consigue sus frutos, mediante el componente agregado de estrés que supone la exigencia de invertir cada vez más capital en medios de trabajo y materias primas respecto de la inversión en salarios. Y lo que demuestra Marx a partir de este sencillo planteo sugerido por la directa observación atenta de la realidad económica, es que el proceso consistente en metabolizar salario en plusvalor fracasa, dado que su costo aumenta más rápidamente que su rendimiento, hasta dejar al proceso sin sentido económico de continuidad.   

 

         Lo que sigue en este texto —exceptuando la mención al metabolismo celular en el cuerpo humano y su similitud con el metabolismo económico en el cuerpo social del sistema capitalista—, fue publicado en octubre de 1998. Aquí solo hemos introducido algunas referencias para facilitar aun más su comprensión.

 

 

 

 

02. La productividad capitalista y sus consecuencias

 

         Los intelectuales amancebados al sistema capitalista, sin excepción, hablan hasta por los codos de “productividad”. Pero “explican” ese fenómeno limitándose a decir que es el resultado del progreso científico-técnico aplicado a la producción de riqueza, virtud que atribuyen a la competencia intercapitalista. Como si desde sus orígenes, la humanidad hubiera venido involucionando en medio del más absoluto retraso de sus fuerzas sociales productivas, hasta que apareció el capitalismo como el non plus ultra de los sistemas sociales de vida.

 

         Pero estos señores callan escrupulosamente, no solo acerca del modo en que opera la productividad en este sistema de vida, sino que con el mismo celo profesional, también omiten referirse a sus implicancias y consecuencias económicas y sociales. Porque hablar de eso sería tanto como mentar la soga en casa del ahorcado. ¿Qué implica, pues, el modus operandi de la productividad bajo el capitalismo? Que un cada vez menor número de asalariados, pongan en movimiento un mayor número de máquinas-herramientas más y más eficaces simultáneamente. Y en lo que respecta a sus consecuencias económico-sociales, se manifiestan en que la tendencia histórica objetiva del capital y de los capitalistas, no puede ser otra que la de convertir todo el trabajo remunerado existente posible, en ganancia para los fines de la acumulación de capital. Este es el valor moral supremo que los burgueses han venido anteponiendo a cualquier otro en todo momento y en cualquier parte desde el siglo XVIII.  

 

         Supongamos un proceso de producción donde el tiempo de cada jornada de labor colectiva sea de magnitud constante = 1500 horas de trabajo y que la productividad vigente exija que la burguesía pague el equivalente al 40% de lo producido en concepto de salarios = 600 horas. Bajo tales condiciones de productividad, la relación entre el tiempo de la jornada de labor diaria que los obreros emplean en producir el valor de su salario y el tiempo de la jornada de labor entera, será de  600/1500 = 0,4. Es decir, el 40% de 1500 que es = 600. Supongamos ahora que, sobre esta base salarial, la productividad del trabajo aumenta un 20% más, convirtiendo en plusvalor 120 horas más de las 600 que antes correspondían a salarios, o sea el 20%  (20% de 600 = 120). Por tanto, el salario de esos obreros se verá reducido de 600 a 480, de modo que la relación entre el tiempo de trabajo durante el cual los obreros producen el equivalente a su salario, respecto de la jornada laboral entera, se queda en 480/1500 = 32%. (0,32). Porque 120 horas de trabajo en forma de salarios, han sido metabolizadas en plusvalor. Todo este movimiento, para obtener un aumento del plusvalor a expensas del salario del 8% sobre 1500 = 120.

 

         De aquí se infiere que, para convertir 8 puntos porcentuales más de trabajo necesario (salario) en excedente o plusvalor (en el ejemplo 8% de 1500 = 120), los capitalistas han debido aumentar la productividad —es decir, la composición orgánica del capital—, en 20 puntos porcentuales; exactamente el 250% más: lo que 20 es respecto de 8 = 2,5 veces. O sea, que, en términos económicos, la productividad del trabajo se traduce  en un progresivo aumento más que proporcional del coste respecto de su rendimiento. Un lucro relativo cesante para los patronos capitalistas.

 

03. El estrés metabólico derivado de transformar salario en plusvalor

 

         Pero el proceso no se detiene aquí, porque semejante deriva hacia la bancarrota en cada crisis, les induce a forzar el trabajo físico y mental de cada obrero, para que aumente por unidad de tiempo empleado. ¿Cómo? Acelerando el ritmo o cadencia en la sucesión de movimientos mecánicos de la maquinaria, convirtiendo los tiempos muertos entre una operación y otra de cada operario, en trabajo productivo neto y continuo, que ésta es la finalidad de la productividad bajo el capitalismo.  O sea, que el esfuerzo de cada operario se intensifica o condensa en un mismo lapso de tiempo, teniendo en cuenta que la mayor productividad de su trabajo, exige que de cada obrero atienda —para poner en movimiento—, a más y mejores medios de producción simultáneamente. Una secuencia de resultados sociales trágicos, que Charles Chaplin inmortalizó parodiándola de modo genialmente mordaz en su película Tiempos Modernos

 

         En general, la producción de plusvalor relativo basado exclusivamente en el adelanto tecnológico, consiste en poner al asalariado en condiciones de producir más plusvalor con el mismo gasto de energía vital en el mismo tiempo. Pero dado que este progreso supone un costo creciente con tendencia a incrementarse más de lo que aumenta el plusvalor obtenido con él, la mayor productividad bajo el capitalismo determina la tendencia contrarrestante, a intensificar el trabajo físico del asalariado por unidad de tiempo empleado.

 

         Pues bien, en este punto del proceso de explotación, la mayor intensidad en el esfuerzo —físico y mental— exigido a los asalariados en cada jornada laboral diaria, entra en contradicción lógica con su duración, dando pábulo a la ley según la cual, la eficiencia de la fuerza humana de trabajo, está en razón inversa al tiempo en que opera, de modo que la tendencia de la patronal a extender la jornada de labor, tiene un límite a partir del cual, el esfuerzo adicional que se exige para hacer posible dicha eficiencia, se agota antes de finalizar cada jornada:  

<<Con todo, se comprende fácilmente que en el caso de un trabajo que no se desenvuelve en medio de paroxismos pasajeros, sino con una uniformidad regular, reiterada día tras día, ha de alcanzarse un punto nodal en que la extensión de la jornada laboral y la intensidad del trabajo (con vistas a obtener la mayor productividad con más esfuerzo) se excluyan recíprocamente, de tal modo que la prolongación de la jornada sólo sea compatible con un menor grado de intensidad en el trabajo, y, a la inversa, un grado mayor de intensidad sólo pueda conciliarse con la reducción de la jornada laboral. (K. Marx: "El Capital" Libro I Sección cuarta Cap. XIII)

           

         Pero esta ley no se resuelve como en la física, sino históricamente a instancias de la lucha entre patronos y asalariados.  La contradicción y la consecuente lucha social, explican la evolución de la legislación laboral al respecto, que aparece ante la conciencia de la sociedad como una revelación de las luchas obreras por la reducción de la jornada de labor. Parece, pues, como si tales luchas fueran producto del factor histórico-moral, es decir, de una voluntad política asentada en consideraciones de pura justicia distributiva. Las investigaciones de Marx niegan esta falacia de sentido común, al demostrar que estas luchas están objetivamente determinadas.

 

         En los "Manuscritos de 1861/63” (MEGA II, 3, 6 Pp. l906 citado por E. Mandel en "Marx y El Porvenir del Trabajo Humano" Revista "Inprecor" Nº 50 octubre/1986 Pp.7), Marx llega a la previsora conclusión de que en un punto determinado de la acumulación —y a este punto se llegó posteriormente con el "Fordismo" y el Taylorismo"— se establece una relación inversa entre la intensidad y la extensión de la jornada de labor:

<<Y esto —dice Marx— no es un asunto especulativo. Cuando el hecho se manifiesta hay un medio muy experimental de demostrar esta relación: cuando, por ejemplo, aparece como físicamente imposible para el obrero proporcionar durante doce horas la misma masa de trabajo que efectúa ahora durante diez o diez horas y media. Aquí, la reducción necesaria de la jornada normal o total de trabajo, resulta de una mayor condensación del trabajo, que inclu­ye una mayor intensidad, una mayor tensión nerviosa, pero al mismo tiempo un mayor esfuerzo físico. Con el aumento de los dos factores —velocidad y amplitud (número o masa) de las máquinas— se llega necesariamente a una encrucijada, en la que la intensidad y la extensión del trabajo ya no pueden crecer simultáneamente, porque el aumento de una excluye necesariamente el de la otra...>> (Op. cit. El subrayado nuestro) 

 

Comprobaciones empíricas contemporáneas permiten confirmar este aserto. Mediante un estudio riguroso de las estadísticas comparadas de mortalidad en los EE.UU., Eyers y Sterling, han demostrado que:

         <<...después de la adolescencia, la mortalidad está más relacionada con la orga­nización capitalista de la producción que con la organización médica en los hospitales....Una conclusión general, es que un gran componente de la patología física y muerte del adulto, no deben ser considerados actos de Dios ni de nuestros genes, sino una medida de la tragedia causada por nuestra organización económica y social...>> Stress-Related. “Mortality and Social Organization". En "Salud Panamerica­na" Vol. 8‑l. El subrayado nuestro)

 

            Estos autores consideran al "estrés" como el eslabón entre las "noxas" (daños) sociales y el deterioro biológico (catabolismo) del cuerpo humano. Eyers y Sterling definen al "estress" como:

 <<...los cambios que ocurren en un sujeto llamado a responder a una situación externa, para enfrentar a la cual, él no tiene capacidad o está dudoso de tenerla...Ello produce un estado de alerta psicológica y física que se inicia en la conciencia, en el cerebro y pone en tensión el cuerpo…>>. (Op. cit)

         Las estadísticas de mortalidad reconocen al "estrés" en el suicidio, el homicidio y los accidentes, así como en enfermedades crónicas como el infarto, la cirrosis, el  cáncer y la hipertensión.[3] Según un informe de CC.OO., los acciden­tes laborales en España aumentaron un 46% en l988, o sea, 326.308 accidentes más que el año anterior. A pesar de la gravedad de los datos, la situación de la salud laboral en España puede ser todavía más trágica: al menos un 30% de los trabajadores de este país, escapan a  las estadísticas oficiales sobre siniestralidad, ya que se trata de trabajos marginales a tiempo parcial. Según CC.OO., "...los que tienen contrato temporal, se accidentan dos veces más que el personal fijo...". [4]

         En otras palabras, la tendencia del capital a aumentar la plusvalía relativa, es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas "objetivas" expresado en las máquinas, los sistemas mecánicos, los sistemas semiautomatizados, la automatización en gran escala, los robots, tiene efectos contradictorios sobre el trabajo. Reduce la cualificación, suprime empleos, presiona a la baja los salarios por la presión que ejerce sobre los empleados el aumento del ejército de reserva de parados. Pero simultáneamente, la extensión de la mecanización tiende a aumentar la intensidad del esfuerzo en el trabajo por unidad de tiempo (a la vez físico y psíquico, o al menos uno de los dos), y ejerce, pues, una presión objetiva hacia la reducción de la jornada de trabajo.               

         Las distintas formas  de lucha con que el proletariado ha venido desbaratando la "organización científica del trabajo", responden a todas estas "noxas" sociales. Entre ellas el ausentismo, el sabotaje durante el proceso de producción tipificado como "faltas de cuidado", "defectos", "porcentajes crecientes de desperdicios"; actitudes que Benjamín Coriat ha visto como "una resistencia a entrar en la fábrica" y que pueden ser actos voluntarios o resultantes de una fatiga excesiva. (Cfr.: Benjamín Coriat "El Taller y El Cronómetro"  Cap. 8 II Ed. Siglo XXI/82 Pp.124/130.

         En suma, la Ley de la Caída Tendencial del Salario Relativo es el contexto en el que Marx encuadra todas las luchas de la clase obrera moderna por la reducción de la jornada de trabajo. Luchas a menudo sordas y aparentemente intrascendentes, pero históricamente revolucionarias. Refiriéndose a ellas en el pasaje de "Salario Precio y Ganancia", Marx dice que:

 <<Si en sus conflictos diarios con el capital (los trabajadores) cediesen cobardemente, se descalificarían para emprender movimientos de mayor envergadura>>. (“Salario, precio y ganancia” Punto 7 en “Obras Escogidas Marx-Engels” Ed. Progreso 1981 Pp.54. Versión digitalizada Pp. 48)

 

         En esta línea de razonamiento, parece quedar recusado el presunto carácter integrador social absoluto del capitalismo, entre patronos y obreros. En este contexto se revela plenamente a la conciencia de esa clase revolucionaria objetiva, lo que muchos “especialistas” todavía consideran imposible descubrir teóri­camente. En efecto, si la tendencia siempre operante es a reducir el tiempo de trabajo necesario equivalente al salario por debajo del promedio social (para aumentar el tiempo equivalente al plusvalor) —y esa es la condición de existencia de la acumulación en el capitalismo—, entonces debemos concluir que la lucha por el salario relativo —que sólo compete a la clase trabajadora como tal— supone, lógicamente, la revelación del proletariado como clase revolucionaria fundamental, que no integra sino que excluye radicalmente a la burguesía.

La síntesis o resolución dialéctica de esta contradicción entre intensidad y extensión del tiempo de trabajo, se está todavía procesando a través de la lucha de clases, donde cada aumento en los ritmos de trabajo determinados por el desarrollo tecnológico, para los fines de arrancar al asalariado más plusvalor en el mismo tiempo mediante la combinación de la velocidad de procesamiento de las maquinas y el mayor número de operaciones que debe ejecutar cada operario simultáneamente (o más recientemente: el número mayor de máquinas semiautomáticas que debe atender al mismo tiempo) es negado por el estrés bajo la forma de enfermedades causadas indirectamente por el sistema —ya mencionadas más arriba—, asociadas con el aumento espectacular en los accidentes de trabajo, pérdidas por errores en la actividad laboral, sabotajes a la producción, ausentismo y huelgas. Según reportó el diario "El País" en su edición del 26/11/02, el coste del estrés en Europa asciende a 21.000 millones de Euros, aunque no aclara qué tipos de daños personales y materiales comprende.

Ante semejante dinámica, esta contradicción presidida por el polo dialéctico burgués, resultante de someter a una mayor intensidad el trabajo de sus asalariados, determinó que, junto a la medida del tiempo de trabajo como "magnitud de extensión", apareciera la medida del "grado de condensación" en el esfuerzo que se exige realizar a cada trabajador por unidad de tiempo, como magnitud de su intensidad, marcando la tendencia a un aumento del trabajo necesario remunerado, en el sentido de que:

<<La hora más intensiva de la jornada laboral de 10 horas, contiene ahora tanto o más trabajo, esto es, fuerza de trabajo gastada, que la hora más porosa de la jornada laboral de 12 horas. Por consiguiente, su producto tiene tanto o más valor que el de 12 horas de esta última jornada, más porosa>> (K. Marx. Op.cit.)

   

04 El cáncer en el cuerpo de la sociedad capitalista

 

         Todo este razonamiento conduce a concluir, que el estrés metabólico intercelular en los cuerpos humanos —sin distinción de clases sociales— como causa del cáncer y demás enfermedades, tiene su correlato en el estrés operado al exterior de sus cuerpos, es decir, en el ámbito de esta sociedad. O sea, el hecho de metabolizar trabajo humano en plusvalor como causa del cáncer en el cuerpo de cada ser humano, se proyecta y verifica en el propio cuerpo social del capitalismo, como causa de la multiplicación desordenada de unidades de capital excedentario —sobrante— durante las crisis periódicas. Un capital supernumerario que el propio sistema exige desvalorizar y/o destruir, esto último deliberadamente; y no apelando a terapias químicas ni radiológicas, sino mediante guerras bélicas, telúricas y climáticas. A esto se ha venido dedicando la burguesía internacional entre bambalinas desde hace ya décadas, para darle a sus intereses un hálito más de vida.

 

         El cáncer del capitalismo se revela durante las crisis periódicas, no sólo en las máquinas que los capitalistas en sus fábricas dejan de utilizar por falta de rentabilidad, también en las materias primas que dejan de procesar por la misma causa, así como en los stocks de esos mismos medios de producción que permanecen abarrotados sin vender en los almacenes de los intermediarios comerciales. Y ni que decir tiene de los millones de parados cuyas familias son sumidas en la miseria más absoluta. Esa “grasa que sobra” como dijera muy oportunamente hace poco nuestro digno presidente de la “Confederación Española de Organizaciones Empresariales” (CEOE), el señor Joan Rosel, aludiendo a los empleados públicos de base.

 

         A ese capital supernumerario hay que sumar el que permanece como “fondos líquidos” en los distintos paraísos fiscales repartidos por el mundo. Una masa de capital ocioso, cuya magnitud en el siglo XIX, puede comprobarse que no pasaba de medirse en términos de miles de millones de unidades monetarias, y que hoy se calcula en trillones. Buena parte de ellos como resultado de la evasión de impuestos al fisco, que los políticos profesionales a cargo de los gobiernos de turno, disciplinadamente toleran complacientes, a la vez que para hacer frente a los déficits en las cuentas del Estado, no dudan en descargar sin piedad todo su peso sobre los asalariados y las llamadas “clases medias”, combinando el aumento en los impuestos generales y las tarifas —como la de los servicios eléctricos de gas y transporte—, con la subida de las tasas de servicios públicos esenciales —como la salud, la dependencia y la educación—, suprimiendo buena parte de ellos por “razones de presupuesto”, que esgrimen como pretexto para justificar la injustificable intención privatizadora como tributo y premio a los más grandes capitales evasores.     

 

         Sólo en España, el fraude al fisco por parte de las más grandes empresas, se calcula hoy en más de 81.000 millones de Euros. Lo cual explica que ese 1,8% de la población española que suman los sectores más opulentos de la sociedad con su mayor bolsa de fraude a buen recaudo, durante la crisis se haya visto incrementado en un 13%, ampliando la brecha entre ricos y pobres. Como ya hemos reiterado en otros sitios de nuestra página, esta es la prueba fehaciente de que tras superar cada recesión en ausencia de guerras, el sistema capitalista reinicia un nuevo proceso de acumulación con una masa de capital en funciones mayor y una más alta composición orgánica, respecto de las existentes al comienzo del ciclo inmediatamente anterior. Esta es la realidad que pudo verificar Henryk Grossmann durante la crisis mundial de los años treinta:

<<Hemos demostrado cómo la sobreacumulación absoluta, que se expresa periódicamente en las crisis, aunque sólo en forma transitoria, se impone en el transcurso de la acumulación de capital a través de las oscilaciones del ciclo económico, de crisis en crisis, en un grado progresivamente creciente, y finalmente, a un nivel elevado de la acumulación de capital, alcanza un estado de "sobresaturación de capital" en el cual no existen suficientes posibilidades de inversión para el capital sobreacumulado, resultando cada vez más difícil la superación de esta "saturación", y por ello el mecanismo capitalista se acerca a la catástrofe final con la necesidad de un fenómeno natural. Los capitales excedentarios e improductivos pueden preservarse provisoriamente del derrumbe total de su propia rentabilidad sólo a través de la exportación de capital o mediante la "actividad" temporal en el mercado de valores (donde lo que unos ganan otros lo pierden y todo queda en casa)>>. (Henryk Grossmann: "La Ley de la acumulación y del Derrumbe del Sistema Capitalista": Cap. 3 punto b) parágrafo III. Lo entre paréntesis nuestro)

         

         Esta dinámica con clara tendencia al derrumbe capitalista, pudo ser detenida a mediados del siglo pasado, por la enorme sangría en vidas humanas y colosal destrucción de riqueza provocada por la burguesía internacional durante la Segunda Guerra mundial. Todo el progreso técnico alcanzado en tiempos de paz hasta entonces, fue puesto al servicio de la destrucción bélica de riqueza material y muerte masiva de seres humanos. Ciudades enteras de Europa y Asia quedaron arrasadas por los bombardeos de ambos bandos, con un saldo de 55 millones de muertos, 35 millones de heridos y 800 millones de desplazados. Las infraestructuras e industrias de los países beligerantes en Europa y Asia, desaparecieron por completo y la fertilidad de los campos devastada.

         Esa guerra ha demostrado que la destrucción bélica de riqueza bajo la forma de capital, vivifica el capitalismo en tanto que aleja el horizonte de su derrumbe haciendo retroceder el progreso alcanzado por el desarrollo de las fuerzas sociales productivas. Está científicamente probado, que cuanto mayor es el capital social global en funciones, menor es su crecimiento. El embotamiento de capital acumulado dificulta la acumulación. Una dinámica que las guerras y los llamados “desastres naturales”, determinan que tal situación cambie de signo. Tanto más, cuanto mayor es el alcance geográfico y poblacional de las fuerzas destructivas comprometidas en el proceso. De hecho, entre 1948 y 1952 la economía de los países afectados por la guerra, pasó de la semiparálisis a un ritmo de crecimiento quinquenal inédito del 35%. 

         No han faltado desde entonces, quienes han venido atribuyendo el espectacular desarrollo económico europeo de la segunda post-guerra al plan Marshall:

<<Sin embargo, las naciones que más ayuda relativa habían recibido del Plan Marshall (Reino Unido, Suecia y Grecia) habían producido los menores retornos y fueron los que menos crecieron entre 1947 y 1955. Por otra parte, las naciones [del “Eje”] que menos recibieron (Alemania, Austria e Italia) fueron las de mayor crecimiento. Debería tenerse en cuenta, sin embargo, que estos últimos países fueron también los más devastados y, por tanto, los que mayor potencial de recuperación tenían>>. (Cfr.: Wikipedia.org. Lo entre corchetes nuestro)

 

            Aunque pueda parecer paradójico, el potencial de desarrollo en cualquier país capitalista, no depende de su mayor riqueza disponible sino al contrario, está en relación directa con su atraso económico relativo. De hecho, hacia los países más atrasados se ha venido orientado el capital supernumerario de los países más desarrollados en el período de entreguerras, tal como lo demostrara Henryk Grossmann. Polemizando con Bauer, Grossman actualizó la verificación de esta tendencia histórica en 1929:

<<Si el capitalismo europeo occidental necesitó 150 años para evolucionar de la forma organizativa del periodo manufacturero hasta la forma capitalistamente desarrollada de los truts mundiales, así los territorios coloniales de Asia, África y América no necesitan repetir este largo desarrollo. Ellos reciben los capitales (excedentarios) que fluyen de Europa en su forma más madura, que se conformó en el seno de los países altamente capitalistas. De esta manera, ellos saltan por encima de largas series de etapas de desarrollo histórico, y el negro autóctono del sur de África es llevado desde sus selvas vírgenes directamente a las minas de oro y diamantes dominadas por el capital de los truts, con su forma de organización técnica y financiera altamente desarrollada. Si en Ecuador, Sumatra, Venezuela o Trinidad se emprenden perforaciones en busca de petróleo, son utilizadas desde el comienzo los más modernos métodos técnicos e instalaciones que existen en ese momento (1929), y así se construyen oleoductos, depósitos, refinerías, etc.>>. (H. Grossmann: "La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista" Cap. XIV BIII. Lo entre paréntesis nuestro)

         Por lo tanto, según progresa la acumulación del capital social, crece el número de países que alcanzan la sobresaturación. Si los primeros países excedentarios de capital fueron Inglaterra y Francia, pronto se le sumaron los EE.UU. e inmediatamente otros a menor escala como Bélgica, Suiza, Holanda, Suecia, Alemania, Italia y más recientemente China, Japón, Rusia y España. Y a medida que aumenta el número de países exportadores netos de capital según se acrecienta su masa excedente, es inevitable que la lucha entre las distintas fracciones del capital imperialista por las localizaciones para la inversión productiva se intensifique.

         Un primer efecto de esta nueva realidad es, pues, la tendencia irresistible al aumento en la composición orgánica del capital de los países anfitriones económicamente dependientes en las ramas de la industria donde opera el capital extranjero. De la competencia por el mercado del automóvil en el contexto del Mercosur entre la Volkswagen radicada en Brasil y la Ford en Argentina, por ejemplo, tiene necesariamente que resultar un aumento de la composición técnica y orgánica del capital en la rama del automóvil de ambos países. En un artículo donde cita un estudio elaborado en 1984 por J.L. Tauille: Microelectronics, automation and economic development: The case of numerically controlled machine tools in Brasil", J.P. Souza se refiere a las condiciones del uso y fabricación de Máquinas-herramientas de control numérico o aplicación de la informática a los medios de trabajo en Brasil, o sea, la producción semiautomatizada:

<<La difusión de las máquinas herramientas de control numérico (MHCN) en el Estado de San Pablo sigue la misma trayectoria que se observa a nivel mundial, abarcando principalmente a las industrias del sector mecánico-metalúrgico de la economía, y dentro de ésta, al subsector de producción de bienes de equipo no producidos en serie. (...) Se puede comentar con mayores detalles la situación de la industria automovilística, incluyendo las plantas de ensamblaje de automóviles y camiones y sus proveedores de la industria de repuestos. Según Tauille, los fabricantes brasileños de Vehículos empleaban en sus divisiones de útiles y herramientas 40 MHCN en 1983 y las empresas productoras de repuestos empleaban, en el mismo año, 150 MHCN. Los usuarios de estos equipos son grandes empresas que en su mayoría cuentan con más de 1000 empleados, siendo subsidiarias de empresas transnacionales, o con participación de capital extranjero. (...) Se ha escrito hasta ahora sobre la extensión del uso de MHCN, pero tan importante como el uso es conocer la medida de su producción y de paneles de control numérico. Se estima que en 1980, de las 700 MHCN en uso en el país, 130 fueron producidas localmente. En ese año eran 6 las empresas productoras. Sin embargo, en 1982 ya se registraron 16 empresas produciendo 34 modelos diferentes de control numérico. A partir de ese año, la Secretaría Especial de Informática inició una política de incentivo nacional de paneles de control numérico, autorizando a cuatro empresas para desarrollar proyectos con tecnología norteamericana, y japonesa con el compromiso de una rápida nacionalización de los equipos, 4 años como tiempo máximo. Los incentivos dados a las empresas se pueden reducir básicamente a dos: reserva de mercado y una cuota de dólares para la compra de componentes en el exterior. Las cuatro empresas a las que nos referimos son: Centelha [tecnología Johannes Heidenhain (alemana)]; Digicom [tecnología Mitsubishi (japonesa)]; Mexitec [tecnología Siemens (alemana) y Romi [tecnología Dana (norteamericana)]>> (P. R. Costa Souza: "Los impactos económicos y sociales de las nuevas tecnologías en Brasil" Ed. Fundación para el desarrollo de la función social de las comunicaciones (FUNDESCO)/1986)

 

         Así, pues, el cáncer de la sobreproducción y sobresaturación de capital excedentario tiende a extenderse geográficamente a escala planetaria. Los 18 trillones de unidades monetarias en distintas divisas, que los más grandes conglomerados empresariales del capital financiero internacional mantienen actualmente ociosos en distintos paraísos fiscales —a despecho de la miseria  de millones de desempleados— son una prueba elocuente de ello. Y la formidable presión de esos trillones sin empleo productivo, es lo que pesa hoy sobre los últimos reductos del llamado Estado del bienestar en materia de salud,  dependencia y educación públicas en distintas partes del mundo, pugnando por acabar con ellos apoderándose de estas tres fuentes alternativas de potencial explotación del trabajo asalariado, para los fines de acumular más capital. Son las últimas fuentes que quedan por privatizar tras haberlo conseguido con las demás desde la segunda post guerra hasta hoy. Impedirlo “sí se puede”. Pero insistimos: “No sin acabar con el capitalismo”.      

 

         La humanidad permanece todavía condenada, pues, a pasar por catastróficos procesos económicos cancerígenos cíclicos, cada vez más recurrentes, dolorosos y difíciles de superar, de los cuales son víctimas propicias las mayorías sociales explotadas de siempre, acentuando la tendencia al derrumbe capitalista. Una eventualidad que no se ha de producir de modo automático, porque para evitarla están precisamente los automatismos de las crisis sistémicas y las guerras bélicas, telúricas y climáticas deliberadamente provocadas. Al mismo tiempo que tampoco está en la intención de quienes pertenecen a la clase dominante que personifica tales episodios, el suicidarse políticamente. Porque son sus beneficiarios.

 

         Así las cosas, superar el estado actual de cosas, es una tarea esencialmente política que sólo compete a los asalariados, quienes hasta hoy, hemos venido retrocediendo una y otra vez ante “la inmensidad de nuestros propios fines”:

<<Hasta que se presente una situación que no permita volverse atrás y las circunstancias mismas griten: demuestra lo que eres capaz de hacer>> (K. Marx: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”. Londres, 23 de junio de 1869. Pag. 9. Ver cita al pié.)

 

                ¿Hasta cuándo, hasta cuándo? preguntan cada vez más gargantas y gargantas que se juntan.

 

                     

 



[1] El llamado “gen” es la unidad de materia más simple contenida en la molécula de ADN, que contiene los factores característicos transmisores hereditarios de una generación de individuos a la siguiente. 

[2] Epigenética. Del griego “epi” que significa “relativo a”. En este caso al cáncer, una enfermedad adquirida que afecta a los genes provocando la cariocinesis anormal o reproducción desordenada de las células en distintos órganos. Esta expresión en modo alguno apunta a una determinada causa.     

[3] Ver: "Gaceta Sindical" CC.OO. Nº 57 set/89).

[4] Ibid.