La propiedad privada y la desigualdad en los intercambios. A la memoria de Marx, Engels y Bray

<<El único medio de alcanzar la verdad es abordar de cara los principios fundamentales. Remontémonos de golpe a la fuente de donde proceden los gobiernos mismos. Llegando así al origen de la cosa, encontraremos que toda forma de gobierno, que toda injusticia social y gubernamental provienen del sistema social actualmente en vigor: de la institución de la propiedad tal como hoy existe (the institution of property as it at present exist), y que, por tanto a fin de acabar para siempre con las injusticias y las miserias existentes, es preciso subvertir totalmente el estado actual de la sociedad…Cada persona tiene el derecho indudable a todo lo que puede procurarse con su honrado trabajo. Apropiándose así de los frutos de su trabajo, no comete ninguna injusticia contra otras personas, porque no usurpa a nadie el derecho a proceder de ese modo…Todos los conceptos de superioridad y de inferioridad entre patronos propietarios y asalariados desposeídos de toda propiedad, son debidos al desprecio de los principios fundamentales y a la consiguiente desigualdad en la posesión (and to the consequent rise of inequality of possessions). Mientras se mantenga la desigualdad será imposible desarraigar tales ideas o derribar las instituciones basadas en ellas. Hasta ahora muchos abrigan la vana esperanza de remediar el antinatural estado de cosas hoy dominante, destruyendo la desigualdad existente sin tocar la causa de la desigualdad [entre propietarios y desposeídos]; pero nosotros demostraremos al punto que el gobierno no es una causa, sino un efecto, que él no crea, sino que es creado; que, en una palabra, es el resultado de la desigualdad de posesión  (the offspring of inequality of possessions), y que la desigualdad de posesión está inseparablemente ligada al sistema social [hoy todavía vigente].

La ganancia del empresario será siempre una pérdida para el obrero, hasta que los cambios [acordados en el contrato de trabajo] entre las partes, sean iguales; y los cambios no pueden ser iguales mientras la sociedad esté dividida entre capitalistas [propietarios] y productores [desposeídos], dado que los últimos viven de su trabajo, en tanto que los primeros engordan a cuenta de beneficiarse del trabajo ajeno. Es claro pues que, cualquiera sea la forma de gobierno que establezcáis…, por mucho que prediquéis en nombre de la moral y del amor fraterno…, la reciprocidad es incompatible con la desigualdad en los cambios. La desigualdad de los cambios, fuente de la desigualdad en la posesión, es el enemigo secreto que nos devora (No reciprocity can exist where dere are unequal exchanges. Inequality of exchanges, as being the cause of inequality of possessions, is the secret enemy devours us)>>. (John Francis Bray: “Los males del trabajo y su remedio” Pp. 53-55. Párrafo citado por Marx en su obra titulada: “Miseria de la Filosofía. Respuesta a laFilosofía de la Miseria del señor Proudhon’”. Ed. Progreso-Moscú. Pp. 61. El subrayado y lo entre corchetes nuestro).  

 

La propiedad privada es un atributo de poder personal o social efectivo bajo el capitalismo, ejercido por los empresarios y/o políticos profesionales, ya sea sobre cosas suyas propias y/o, por añadidura, del dominio ejercido sobre personas jerárquicamente dependientes en su relación con ellas. Así las cosas, de hecho: 1) la magnitud del salario que cualquier obrero acuerda en el contrato de trabajo, de hecho está en relación de medida económica inversamente proporcional a la plusvalía o ganancia de su patrón, es decir, que al aumentar el salario disminuye relativamente la ganancia del capitalista y viceversa. 2) El límite mínimo del salario, está determinado por el mínimo histórico de medios de vida, que el obrero necesita para reproducir su energía y fuerza diaria de trabajo en condiciones de uso óptimo. Necesidades que varían en cada momento y lugar. Por lo tanto, 3) El límite máximo del salario también está objetivamente determinado, ya que cualquier aumento sólo es posible en tanto y cuanto no disminuya la masa de plusvalor producido, que haga descender relativamente esa ganancia de modo tal que el capitalista entre en pérdidas e inicie el proceso de desinversión productiva material, dejando a sus asalariados en el paro y la miseria relativa más absoluta. Tal como así ha venido sucediendo.

 

Dicho esto con más precisión la cosa se explica así: el incremento de los salarios reales encuentra su límite máximo en el mínimo plusvalor compatible con la rentabilidad del capital vigente en el mercado, mientras que el mínimo salario relativo está determinado por el costo laboral compatible con el mayor rendimiento del trabajo en términos gananciales. Entre estos dos límites queda fijado el campo de la relación entre las dos clases sociales universales, en pugna por la participación en la productividad del trabajo dentro del sistema capitalista. Teniendo en cuenta todos estos elementos, siguiendo a Marx comprobaremos que durante cada jornada de trabajo, el valor de la fuerza desplegada por el asalariado y la plusvalía obtenida por el patrón, fluctúan dentro de unos márgenes estrictamente acotados. Si nos salimos de ellos en cualquier supuesto con visos de realidad, estaremos violando las leyes objetivas del propio capital y los resultados a que lleguemos serán engañosos, totalmente faltos de toda veracidad científica para explicar el cambio desigual permanente que se ha venido verificando desde un principio entre las dos partes, explotadoras y explotadas.

 

Un procedimiento para aumentar la plusvalía capitalista, consiste en extender la jornada de labor haciendo trabajar al obrero durante más tiempo cada jornada, a cambio del mismo salario. A esta forma de aumentar la producción de riqueza que se apropian los capitalistas en perjuicio de los trabajadores, se la denomina plusvalía absoluta porque crece respecto de sí misma, independientemente del tiempo de trabajo que crea el valor equivalente al salario. Dicho de otra forma, consiste en que el asalariado trabaje más tiempo que el contenido en el salario que recibe a cambio acordado en el contrato de trabajo. En la etapa infantil o temprana del capitalismo, los patronos sólo podían aumentar la plusvalía haciendo trabajar durante más horas a sus empleados, o bien aumentando el número de éstos, es decir que el incremento de la plusvalía total apropiada por los patronos capitalistas, se producía como consecuencia de la extensión de la jornada total o colectiva de labor. Porque como acertara en decir Marx:

<<El trabajo pretérito contenido en la capacidad energética de cada obrero, que le permite trabajar para su patrón, y el trabajo vivo que esa capacidad puede ejecutar, sus costos diarios de mantenimiento y su rendimiento diario, son dos magnitudes completamente diferentes. La primera determina su valor de cambio [acordado en el contrato de trabajo] la otra conforma su valor de uso. El hecho de que sea necesaria media jornada de labor para mantenerlo vivo durante 24 horas, en modo alguno impide al obrero trabajar durante una jornada completa. El valor de la fuerza [contenida en el salario o capacidad de trabajo] y su valorización [rendimiento] en el proceso laboral [que de hecho se apropia el capitalista] son, pues, dos magnitudes diferentes. El capitalista tenía muy presente esa diferencia de valor cuando adquirió la fuerza de trabajo [firmando el contrato]. Su propiedad útil, la de hacer hilado o botines, era sólo una conditio sine qua non, porque para formar valor es necesario gastar trabajo de manera útil. Pero lo decisivo fue el valor de uso de esa mercancía [llamada trabajo], el de ser fuente de valor y de más valor que ella contiene [comparada con el valor contenido en el salario contratado]. Es éste el servicio específico que el  capitalista esperaba de ella. Y procede, al hacerlo, conforme a las leyes [que él supone] eternas del intercambio mercantil [desigual haciendo trabajar a sus empleados durante más tiempo respecto del acordado en el contrato]>>. (K. Marx: “El capital” Libro I Cap. V: “Proceso de trabajo y proceso de valorización”. Ed. Siglo XXI/1978. Pp. 234. El subrayado y lo entre corchetes nuestro).     

 

Pero esta dinámica que hace al proceso de acumulación capitalista no es única, porque a partir de determinado momento, mediante el progreso científico-técnico incorporado a los medios materiales de trabajo que permiten una mayor productividad, se hizo posible, también, la aplicación de métodos no ya extensivos en el tiempo sino intensivos del trabajo empleado en un mismo tiempo. Precisamente para aumentar la producción de plusvalía respecto del salario, consiguiendo que el trabajo del obrero traslade más valor al producto fabricado en la misma unidad de tiempo, utilizando para ello más eficaces medios de producción que lo permitan. Tal es el fundamento económico del desarrollo de la fuerza productiva empleada. O sea, que cada operario mueva más y mejores medios de producción por unidad de tiempo empleado. Pero tal proceso no se ve completamente realizado en el ámbito de la producción, si no que se completa en el mercado, donde los capitalistas concurren y compiten ofreciendo sus productos, en términos de posibles menores costes y más calidad, todos ellos procurando acaparar una cuota parte mayor en el reparto del plusvalor global producido. Un fenómeno que tiene su causa en la productividad del trabajo, cuyo efecto se traduce en un descenso relativo del valor incorporado a cada unidad de mercancía creada, determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla. Y una de las consecuencias de la mayor productividad del trabajo es, pues, que las mercancías que el asalariado necesita para vivir se obtienen en un menor tiempo, de ahí que la fuerza de su trabajo se desvalorice en igual medida que los medios de vida producidos, aumentando así el plusvalor que se embolsan los capitalistas. Este método descrito hasta aquí llamado plusvalía relativa es uno de los dos procedimientos determinados por el sistema capitalista para aumentar la ganancia del patrón y, por tanto, su masa de capital en funciones, es decir, su enriquecimiento a expensas del trabajo más intenso de sus empleados.

 

Bajo estas condiciones, por una parte el poder adquisitivo de los salarios aumenta porque las mercancías que componen la canasta familiar de los asalariados, se abaratan. Y dado que estamos hablando del capital global y de precios promedio, si los salarios se mantuvieran constantes, el progreso en la productividad del trabajo aplicado a los medios de producción beneficiaría exclusivamente a los asalariados. Pero como no estamos en el socialismo sino en el capitalismo, los productores propietarios capitalistas presionan con el paro derivado del mismo progreso técnico —que sustituye trabajo vivo por trabajo mecanizado—, el cual determina que cada vez menos operarios en un mismo lapso de tiempo, puedan poner en movimiento un mayor número de más eficaces medios técnicos de producción. Todo ello con la finalidad de que el exceso de oferta en el mercado de trabajo, reduzca el salario hasta alcanzar el mínimo posible, al mismo tiempo que aumenta los ritmos de trabajo determinados por la más acelerada cadencia de la maquinaria entre una operación y la siguiente del proceso productivo, hasta alcanzar el límite físico compatible con los mayores rendimientos del trabajo que hacen al plus de ganancia que se embolsan los capitalistas.

 

Tal es la lógica impulsora del desarrollo técnico y económico en el capitalismo, que al sustituir sucesivamente trabajo vivo por medios técnicos de producción cada vez más eficaces, se abarata relativamente el valor del salario, es decir la parte pagada por los propietarios a sus explotados, para que así una parte cada vez mayor de la jornada laboral, se dedique a producir plusvalor que se apropian los capitalistas. Cuando Marx hablaba de la depauperación del proletariado, implícitamente se estaba refiriendo a que el salario relativo, es decir, la relación entre lo recibido por cada obrero en concepto de salario y la totalidad del valor incorporado a las mercancías creadas por él mismo en la jornada completa, disminuye a medida que aumenta la capacidad productiva de su trabajo: Para comprender el curso de estos procesos, supongamos un contrato de trabajo entre patronos y obreros, que acuerdan trabajar una jornada de trabajo de diez horas diarias y una tasa de plusvalía (ganancia del empresario) del 100%, es decir, que la parte de la jornada de labor correspondiente al trabajo necesario (asalariado), discurre durante 5 horas y otras 5 se utilizan en la producción de plusvalor o trabajo excedente acumulado por los capitalistas. Por tanto, bajo tales condiciones el obrero colectivo trabaja media jornada de labor (50%) para él y otra media (50%) para el capitalista:

1/2 + 1/2 = 2/2 (o jornada entera) = 100%

 

A partir de estas condiciones, supongamos que la productividad del trabajo se duplica. Es decir, que aumenta por cada unidad de tiempo empleada. Ahora, para reproducir su fuerza de trabajo, para vivir un día completo, el asalariado deberá trabajar 1/4 de jornada, la mitad que antes; y eso es lo que le pagará el capitalista. Pero le seguirá haciendo trabajar las mismas horas convenidas en el contrato de trabajo, o sea 10 horas, la jornada completa:

<<Por ende, la economización de trabajo mediante el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, en la economía capitalista, de ningún modo tiene por objeto reducir la jornada laboral. Se propone, tan sólo, reducir el tiempo de trabajo necesario para la producción de determinada cantidad de mercancías (las que el asalariado necesita para reproducir su energía diaria). El hecho de que el obrero, habiéndose acrecentado la fuerza productiva de su trabajo, produzca, por ejemplo, en una hora, 10 veces más mercancías que antes, o sea, que para fabricar cada pieza de la misma mercancía necesite 10 veces menos tiempo de trabajo que antes, en modo alguno impide que se le haga trabajar diez horas, como siempre, y que en esas diez horas deba producir 1.200 piezas en vez de las 120 de antes>> (K. Marx: "El Capital" Ed. Siglo XXI/1979. Libro I Vol. 2 Secc. IVª Cap. X Pp. 389).

<<La intensidad creciente del trabajo supone un gasto aumentado de energía humana en el mismo espacio de tiempo. Así la jornada laboral más intensa toma cuerpo en más productos que la jornada menos intensa del mismo número de horas. Con una fuerza productiva incrementada, sin duda durante la misma jornada laboral el obrero suministra también más productos. Pero en el último caso baja el valor del producto singular, porque cuesta menos trabajo que antes, mientras que en el primer caso ese valor se mantiene inalterado, porque el producto cuesta tanto antes como después (del incremento de la fuerza productiva). El número de los productos aumenta aquí sin que bajen sus precios>>. (K. Marx Op. Cit. Vol. 2 Sección IVª Cap. XV Pp. 636).

<<Resulta, pues, sumamente ventajoso hacer que los mecanismos funcionen infatigablemente, reduciendo al mínimo posible los intervalos de reposo: la perfección en la materia sería trabajar siempre (…) Se ha introducido en el mismo taller a los dos sexos y a las tres edades explotados en rivalidades, de frente y, si podemos hablar en estos términos, arrastrados sin distinción por el motor mecánico hacia el trabajo (físico y mental) prolongado, hacia el trabajo de día y de noche, para acercarse cada vez más al movimiento perpetuo>> (Barón Dupon: “Informe a la Cámara de París” 1847. Citado por Benjamín Coriat en “El taller y el cronómetro”. Ed. Siglo XXI/1982. Cap. 3 Pp. 38 Versión digitalizada).

 

La diferencia entre 1/2 y 1/4 = 1/4, que en el ejemplo de Marx corresponde a la transformación de trabajo necesario (salario) en excedente (plusvalor) a raíz del incremento en la fuerza productiva del trabajo empleada. En este punto del proceso, el capitalista se habrá apropiado 1/4 de jornada más, respecto del plusvalor de origen que era de media jornada = 2/4, y que ahora pasa a ser de (2/4 + 1/4) = 3/4. Ahora, para vivir un día, el asalariado colectivo debe trabajar 3/4 de jornada para el patrón y sólo 1/4 para él.

 

Para una mejor comprensión de lo expuesto hasta aquí, podríamos representar la jornada de labor en un segmento, donde, por Ej., la mitad represente al tiempo de trabajo de cada jornada equivalente al salario diario, y la otra mitad al tiempo de trabajo excedente o plusvalía capitalizada por el patrón. Si a partir de este punto y como consecuencia de una mayor productividad del trabajo, el valor de lo que el obrero necesita para reponer su fuerza de trabajo diaria, se produce en un menor tiempo de trabajo necesario, no menos necesariamente aumenta la parte correspondiente a la plusvalía. De este modo la ganancia del capitalista se incrementa respecto del valor contenido en el equivalente al salario del obrero, manteniendo constante el tiempo de cada jornada laboral. Por eso Marx la denominó plusvalía relativa, porque crece respecto del trabajo creador de valor equivalente al salario, es decir, a expensas de él. Aun cuando el poder adquisitivo del salario se mantenga constante e incluso pueda llegar a aumentar según circunstancias cíclicas favorables. El aumento de un tipo de plusvalía (llamado absoluta) no excluye a la otra (relativa), pudiendo aplicarse las dos simultáneamente en un mismo proceso productivo. Al aumentar la plusvalía aumenta la tasa de explotación, y, por tanto, el plusvalor, aunque el salario percibido por el obrero mantenga el mismo poder adquisitivo acordado con su patrón en el contrato de trabajo.

 

Históricamente el salario real o poder adquisitivo del valor creado por la fuerza de trabajo, ha tendido a ir en aumento, es decir que la canasta básica del obrero ha ido creciendo paulatinamente. El capital ha cumplido una función progresiva en la medida que ha posibilitado la tendencia al aumento en el salario real, a pesar de que, paradójicamente, el salario relativo haya disminuido aumentando el plusvalor. Esto ha sido factible, gracias a que el aumento en la plusvalía relativa posibilitó al capital, compartir con la clase obrera una porción de valor relativa producida a raíz del  aumento en la productividad del trabajo, siempre que ese reparto sea compatible con la tasa de ganancia. Pero el incremento de los salarios reales encuentra su límite máximo en el mínimo plusvalor compatible con la rentabilidad del capital vigente en el mercado, mientras que el mínimo salario relativo está determinado por el costo laboral compatible con un rendimiento que no suponga el deterioro físico de los obreros, de modo tal que disminuyan la productividad. Entre estos dos límites queda fijado el campo de la participación crecientemente desigual en la productividad del trabajo, entre las dos clases sociales históricamente antagónicas del sistema capitalista. Y a partir de aquí prosigue su discurso comunista sobre la igualdad humana John Francis Bray en su obra: “Los males del Trabajo y su remedio”:

<<El sistema de la igualdad (en las relaciones sociales) no sólo tiene a su favor las mayores ventajas, sino también la estricta justicia…Cada hombre es un eslabón indispensable, en la cadena de los efectos, que parte de una idea para culminar, tal vez, en la producción de una pieza de paño. Por eso, del hecho de que nuestros gustos no sean los mismos para las distintas profesiones, no hay que deducir que el trabajo de uno deba ser retribuido mejor que el de otro. El inventor recibirá siempre, además de su justa retribución en dinero, el tributo de nuestra admiración, que sólo el genio puede obtener de nosotros…

Por la naturaleza misma del trabajo y del intercambio, la estricta justicia exige que todos los que intercambian obtengan beneficios no solo mutuos, sino iguales (all exchangers should be not only mutually but they should likewise be equally benefited). No hay más que dos cosas que los hombres pueden cambiar entre sí, a saber: el trabajo y los productos del trabajo. Si los cambios se efectuasen según un sistema equitativo, el valor de todos los artículos se determinaría por un coste de producción completo; y valores iguales se cambiarían siempre por valores iguales (If a just sistema of exchanges were acted upon, the value all articles would be determined by the entire cost of production, and equal values should always exchange for equal values). Si, por ejemplo, un sombrerero que invierte una jornada de trabajo en hacer un sombrero y un zapatero que emplea el mismo tiempo en hacer un par de zapatos —suponiendo que la materia que ambos empleen tenga el mismo valor— y cambian estos artículos entre sí, el beneficio obtenido de este cambio es al mismo tiempo mutuo e igual. La ganancia de una de las partes no puede ser una pérdida para la otra, puesto que ambas han suministrado la misma cantidad de trabajo. Pero si el sobrerero recibiese dos pares de calzado por un sombrero, no variando las condiciones arriba supuestas, es evidente que el cambio sería injusto. El sombrerero usurparía al zapatero una jornada de trabajo. (…); y procediendo así en todos sus cambios, recibiría por el trabajo de medio año el producto de todo un año de otra persona (…). Hasta aquí hemos seguido siempre este sistema de cambio eminentemente injusto: los obreros han dado al capitalista el trabajo de todo un año a cambio del valor de medio año (the workmem have given the capitalist the labour of a whole year, in exchange for the value of only half a year). De ahí, y no de una supuesta desigualdad de las fuerzas físicas e intelectuales de los individuos [de condición asalariada], es de donde proviene la desigualdad de riquezas y de poder. La desigualdad de los intercambios, la diferencia de precios en las compras y en las ventas, no puede existir sino a condición de que los capitalistas sigan siendo capitalistas y los obreros, obreros (…) La transacción entre el trabajador y el capitalista es una verdadera farsa: en realidad no es, en miles de casos, otra cosa que un robo descarado, aunque legal. (The whole transaction between the producer and the capitalist is mere farse: it is, in fact, in thousands of instances, no other than a barefaced though legalised robbery). (John Francis Bray: Op. Cit. Pags. 45, 48, 49 y 50. Cita de Marx en “Miseria de la filosofía” Ed. Progreso-Moscú Pp. 61). Versión digitalizada Ver Pp. 26-27. El subrayado nuestro)

La consideración del objetivo y de la misión de la sociedad me autoriza a hacer la conclusión de que no sólo deben trabajar todos los hombres y de obtener de este modo la posibilidad de cambiar], sino también que valores iguales deben cambiarse por valores iguales. Además, como el beneficio de uno no debe ser una pérdida para otro, el valor se debe determinar por el gasto en la producción. Ein embargo, hemos visto que, bajo el régimen social vigente, el beneficio del capitalista  y del rico, es siempre una pérdida para el obrero, que este resultado es inevitable, que bajo todas las formas de gobierno el pobre queda siempre abandonado enteramente a merced del rico, mientras subsista la desigualdad de los cambio, y que la igualdad de los cambios sólo puede ser asegurada por un régimen social que reconozca la universalidad del trabajo…La igualdad de los cambios hará gradualmente  que la riqueza pase de manos de los capitalistas actuales a manos de la clase obrera (John Francis Bray Op. cit. Pp. 53-55).  

Mientras permanezca en vigor este sistema de desigualdad en los intercambios, los productores [asalariados] seguirán siendo tan pobres, tan ignorantes, estarán tan agobiados por el trabajo como lo están actualmente...Sólo un cambio total de sistema, la introducción de la igualdad del trabajo y de los cambios, puede mejorar este estado de cosas y asegurar a los seres humanos la verdadera igualdad de derechos… A los productores les bastará hacer un esfuerzo —son ellos precisamente quienes deben hacer todos los esfuerzos para su propia salvación— y sus cadenas serán rotas para siempre. Como fin, la igualdad política es un error, y como medio también es un error (As and en, the political equality is there a failure). Con la igualdad de los cambios, el beneficio de uno no puede ser pérdida para otro: porque todo cambio no es más que una simple transferencia de trabajo y de riqueza, no exige ningún sacrificio. Por tanto, bajo un sistema social basado en la igualdad de los cambios, el productor podrá llegar a enriquecerse por medio de sus ahorros; pero su riqueza no será sino el producto acumulado de su propio trabajo. Podrá cambiar su riqueza o donarla a otros; pero si deja de trabajar no podrá seguir siendo rico durante un tiempo más o menos prolongado. Con la igualdad de los cambios, la riqueza pierde el poder actual de renovarse y de reproducirse, por decirlo así, por sí misma: no podrá llenar el vacío creado por el consumo; porque, una vez consumida, la riqueza es perdida para siempre si no es reproducida por el trabajo. Bajo el régimen de cambios iguales no podrá ya existir lo que ahora llamamos beneficios e intereses. Tanto el productor como el distribuidor recibirán igual retribución [equivalente al valor creado por su propio trabajo]. Y el valor de cada artículo creado y puesto a disposición del consumidor, será determinado por la suma total del trabajo invertido por ellos (…). El principio de la igualdad en los cambios debe, pues, conducir por su propia naturaleza, al trabajo universal>> (John Francis Bray: Op. Cit. Pp. 67, 88, 89, 94, 109 y 110.  Citado por Marx en “Miseria de la Filosofía” Cap. I Apartado II. Pp. 61 Ed. Progreso. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros). Versión digitalizada ver: Pp. 26. (Últimos dos párrafos ver Pp. 27 y 28. El subrayado y lo entre corchetes nuestros).

 

En síntesis: que según el pensamiento de Marx y Engels asociado fundamentalmente al de John Francis Bray, el hecho de que hoy todavía subsista en el Mundo la propiedad privada de los medios de producción en poder de los empresarios industriales, así como que la masa de dinero fiduciario siga en manos de los empresarios financieros, es una anomalía histórica intolerable. Porque tales condiciones no han hecho más que determinar históricamente, que la desigualdad social en el reparto mundial de la riqueza desde los orígenes del  capitalismo, no hizo más que agudizarse a expensas de la penuria relativa de los asalariados, que no ha dejado de aumentar y en estas estamos ahora mismo, donde se verifica que:

1) El 0,6 % de la población adulta del Planeta, dispone del 39,3 % de la riqueza creada en el mundo.

2) Más de una tercera parte de esa riqueza, está controlada por una super élite de apenas 29 millones de personas. Justo por debajo de ellos, una segunda división de la élite opulenta mundial representada por 344 millones de personas (el 7,5 % de la población mundial) ostenta otro 43,1 % de la riqueza total del globo terráqueo.

3) Sumando ambos valores porcentuales medidos en términos de población y tenencia de riqueza, resulta que el 8,1 % de la población mundial posee el 82,4 % de la riqueza en el Planeta.

4) Si analizamos la pirámide por la parte baja de sí misma, las conclusiones son aún más desoladoras: alrededor de 3.184 millones de personas, el 69,3 % de la población mundial, con una riqueza inferior a los 10.000 dólares, acumula el 3,3 % de la riqueza del Planeta.

5) El dato es aún más preocupante al descubrir que 4.219 millones de personas, el 91,8 % de la población adulta mundial, tan sólo acumula el 17,7 % de la riqueza total. Cfr.: https://www.elblogsalmon.com/economia/una-super-elite-mueve-los-hilos-de-la-economia-mundial.

6) 2015 será recordado como el primer año de la serie histórica, en el que la riqueza del 1% de la población mundial alcanzó la mitad del valor del total de activos. En otras palabras: el 1% de la población mundial, aquellos que tienen un patrimonio valorado en 760.000 dólares, poseen tanto dinero —líquido o invertido— como el 99% restante de esa población mundial. Esta enorme brecha entre privilegiados y el resto de la humanidad acorralada en la miseria, lejos de disminuir ha seguido ampliándose desde el inicio de la Gran Recesión, en 2008. Cfr.: http://economia.elpais.com/economia/2015/10/13/actualidad/1444760736_267255.html?rel=mas.

 

Éste ha sido el resultado histórico de la todavía vigente propiedad privada en la sociedad civil de todo el Mundo. ¿Y qué ha sucedido con la democracia representativa en las instituciones estatales? Que a la hora de gobernar los llamados “ciudadanos de a pie” —arrastrados hacia la miseria por la desigualdad de los intercambios con sus patronos capitalistas—, los asalariados tampoco pintan nada. Porque no pueden hacer más que votar eventualmente a políticos profesionales oportunistas advenedizos, que se disputan el poder, votando disciplinadamente a unos u otros partidos para que, en su condición de candidatos presuntamente les representen, cuando en realidad se representan a sí mismos en contubernio con sus colegas empresarios, enriqueciéndose mutuamente sin límites a expensas del trabajo ajeno:

<<Pero hoy, cuando merced al desarrollo de la gran industria, en primer lugar se han constituido capitales y fuerzas productivas en proporciones sin precedentes, y existen medios para aumentar en breve plazo hasta el infinito estas fuerzas productivas, cuando, en segundo lugar, estas fuerzas productivas se concentran en manos de un reducido número de burgueses mientras la gran masa del pueblo se va proletarizando, con la particularidad de que su situación se hace más precaria e insoportable en la medida en que aumenta la riqueza de los burgueses; cuando en tercer lugar, estas poderosas fuerzas productivas, que se multiplican con tanta facilidad hasta rebasar el marco de la propiedad privada y del burgués, provocan continuamente las mayores conmociones del orden social, sólo ahora la supresión de la propiedad privada se ha hecho posible e incluso absolutamente necesaria>>. (F. Engels a fines de octubre y principios de noviembre de 1847 en su obra: “Principios del Comunismo” publicada por Ed. l’eina/1989. Pp. 85). Versión digitalizada ver en apartado XV último párrafo).

 

En el curso de todo este proceso hasta la constitución del gran capital monopólico de nuestros días, es indudable que la alternancia en el ejercicio del poder político estatal, entre los partidos de la derecha ultraliberal gran burguesa conservadora y los de la izquierda pequeñoburguesa reformista, ha venido siendo en todas partes una realidad recurrente de la burguesía en su conjunto. Pero no es menos cierto que esas disputas políticas están predeterminadas por distintos intereses económicos privados, muy precisos, que hacen a eso que se reconoce por la palabra “competencia”.

 

Analicemos brevemente, pues, la contradicción contenida en esa categoría económica. En 1839 fue Louis Blanc quien en su obra titulada “La organización del trabajo”, siguiendo a Charles Fourier atribuyó “todos los males de la sociedad capitalista a la competencia económica”. Años después, fue objeto de estudio y difusión por el filósofo de la economía política llamado Pierre Joseph Proudhon, otro de los precursores de la socialdemocracia.

 

En su conocida obra titulada: “Filosofía de la miseria” que publicó en octubre de 1846, Proudhon llegó a la conclusión de que la pequeña burguesía no tiende a eliminar la competencia sino al contrario, pero no deja de prometer que la quiere moderar a instancias del Estado Policial. “La competencia tiene un lado bueno y un lado malo”, señaló, ante lo cual Marx en “Miseria de la filosofía”, le respondió seguidamente diciendo que, según el pensamiento acuñado por la intelectualidad pequeñoburguesa, es preciso que el Estado policial cultive el “lado bueno” de la competencia combatiendo su “lado malo”. Teniendo en cuenta, naturalmente, que la competencia económica presupone como condición de su existencia, el derecho todavía vigente a la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, es decir, lo más sagrado para la burguesía en su conjunto:

<<El lado bueno y el lado malo, la ventaja y el inconveniente, tomados en conjunto forman según Proudhon la contradicción inherente a cada categoría económica. Problema a resolver: Conservar el lado bueno, eliminando el malo>>. (K. Marx: “Miseria de la filosofía”  Versión digitalizada Pp. 69).

 

¿Cuál es el lado bueno de la competencia según Proudhon? Que propende al desarrollo cada vez más eficaz del trabajo social, una virtud intrínseca del ser humano en cualquier etapa histórica de su existencia en sociedad. ¿Cuál es su lado malo? La tendencia natural al monopolio de unos relativamente pocos grandes capitales, que desbaratan periódicamente a los pequeños en circunstancias críticas para ellos, pero que bajo condiciones favorables vuelven a proliferar. La existencia de cada pequeño y mediano capital que ocupa el lugar de otros ya desaparecidos, ha sido y es tan efímera que no suele por lo general prolongarse, más allá de la segunda generación de las familias propietarias que se aventuran a ponerlo en movimiento:

<<La lucha de la empresa mediana contra el gran capital no puede considerarse como una batalla de trámite parejo en la que las tropas del bando más débil retroceden continuamente en forma directa y cuantitativa. Antes bien debe verse como la destrucción periódica de las empresas pequeñas, que vuelven a crecer rápidamente para ser destruidas una vez más por la gran industria. Las dos tendencias pelotean a los estratos capitalistas medianos. La tendencia descendente deberá triunfar al final. El desarrollo de la clase obrera es diametralmente opuesto.  Ed. Fontamara. Barcelona/1978 Cap. II Pp. 56. Lo entre paréntesis nuestro). Versión digitalizada. Ver en Pp. 49).

<<En la competencia, el mínimo creciente del capital que va haciéndose necesario, a medida que aumenta la productividad para poder explotar con éxito una empresa industrial independiente, se presenta de la siguiente manera: una vez que se implanta con carácter general la nueva instalación más (productiva y) costosa, los pequeños capitales quedan eliminados de la industria para el futuro. Sólo en los comienzos de los (nuevos) inventos mecánicos en las distintas esferas de la producción, pueden funcionar de un modo independiente los pequeños capitales>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III. Vol. 6. Cap. XV. Aptdo. 3. Notas complementarias. Ed. Siglo XXI/1976 Pp. 337. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros). Ver en Pp. 337).

 

De estos antecedentes históricos periódicamente repetitivos cabe discernir, que la competencia entre los pequeños capitales, fue la condición de existencia del gran capital oligopólico en general, al mismo tiempo que este último tampoco dejó de ser nunca una condición de existencia, intermitente o coyuntural, (ahora sí, ahora no) de los pequeños y medianos capitales. Así es cómo ambos sectores de las clases dominantes capitalistas quedaron convertidos en co-protagonistas de esa deriva periódica cíclica, determinada por la ley del valor económico vigente a escala planetaria. Un proceso que no depende de la voluntad de nadie. O sea, que la sociedad civil (económica) en todo el mundo, bajo tales condiciones capitalistas resulta ser humanamente ingobernable. Porque al estar presidida por la Ley económica objetiva del valor, regulada por la oferta y la demanda en los mercados, es un mundo donde la subjetiva libertad no existe para nadie. Con la única diferencia de que a los burgueses en general, esa enajenación por momentos les hace sentir muy bien.

 

Esto explica por qué causa los partidos políticos socialdemócratas —ya sea que representen a la pequeña o a la mediana burguesía—, se hayan venido negando a resolver políticamente su contradicción económica con el gran capital. Y se niegan, porque los particulares intereses de esas dos partes coinciden esencialmente en que son de idéntica naturaleza sistémica. Ergo, ambas se solidarizan en la tarea primordial de mantener viva esa contradicción, de modo que para las tres partes es un deber sagrado contribuir a que sea políticamente irresoluble. O sea, que las tres fracciones de la burguesía dominante asumen la competencia como una contradicción sistémicamente no antagónica y, por tanto, estratégicamente conciliable para sus tres partes, que no puede ni debe ser cuestionada ni resuelta o superada, naturalmente, por ningún gobierno bajo el régimen de vida social capitalista.

 

En la España de hoy día, por ejemplo, para los fines estratégicos de garantizar la continuidad del sistema capitalista da igual que gobierne la formación política llamada “Podemos”, “Izquierda Unida”, el “PSOE”, “Ciudadanos” o el “Partido Popular”. Y esto es así, en primer lugar, porque como acabamos de explicar brevemente y así ha sido ratificado por la historia, lo que suceda cómo y cuándo en la base material o económica de esta sociedad, es ajeno a la voluntad política de nadie; ¡¡DE NADIE!! , dado que el sistema se rige por la objetiva y ciega ley del valor económico que se regula por la no menos ingobernable ley de la oferta y la demanda en los mercados. Y en segundo lugar, porque cualquiera sea el partido político de cuño burgués que eventualmente gobierne en cada país, todos ellos son, esencialmente hablando, como solía decir el pueblo español en los tiempos de los reyes católicos, refiriéndose a Isabel y su consorte Fernando, que “tanto montan, montan tanto”. Lo demás es puro cuento para incautos.

 

Y en lo que respecta a las condiciones políticas bajo la “democracia representativa”, sucede que a caballo de aquellas fabulaciones de Proudhon acerca de la contradicción entre sectores de una misma clase social que compiten, decir que suelen acordar todavía la gran mayoría de los asalariados en todas partes. Creyendo en la ingenuidad de que nos irá mejor si entre los tres sectores de la clase burguesa dominante, dejamos de lado al que nos acaba de gobernar mal, y votamos al que más y mejor nos promete gobernar en el futuro inmediato. Ni más ni menos que como si fuéramos niños de teta, ignorantes de que la distribución social de la riqueza no depende de la política económica que aplican los distintos gobiernos de turno, sino de la economía política, es decir, de la ley del valor, sobre la cual es imposible incidir si no es dejando fuera de la ley jurídica la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio.

 

Mantener a los explotados en la permanente ignorancia sobre su propia realidad. De esto se trata para las tres partes constitutivas de la clase burguesa dominante. Y para eso están los aparatos ideológicos del Estado, los medios de comunicación de masas y la industria del entretenimiento. Así es como los explotados desperdiciamos nuestro tiempo libre que debiéramos utilizar en buena parte, para conocer este mundo tal como es y no como aparenta. Porque así es como somos llevados de las narices para poder mantenernos divididos entre las distintas fracciones políticas de la misma clase social dominante, que aparentan ser distintas sólo porque compiten para ejercer el poder en las instituciones estatales, e incluso a pesar de que no pocas veces, esa competencia desemboca en guerras civiles al interior de ciertos países, cuando no en guerras mundiales, donde nosotros en el nombre de “la patria” somos la carne de cañón. Conformando una realidad en la que todo cambia pero en lo esencial, es decir, el sistema capitalista, permanece invariable. Que de esto se trata fundamentalmente para ese juego de trileros al que políticos y empresarios han venido jugando a expensas nuestras. Y no desde hace poco sino desde los tiempos de la Revolución Francesa.

 

Y el caso es que este específico “ser y hacer más de lo mismo”, compete a los sujetos actuantes en cada una de esas tres categorías —económicas y políticas— de la misma clase dominante. Y para el conjunto de todos ellos en general, ese ser y su quehacer consiste primordialmente en acaparar poder económico y político-institucional, este último ajustado a la ley del valor económico y a la ideología burguesa vigente, según el cargo y responsabilidad que cada uno de esos representantes políticos eventualmente alcance a desempeñar en el gobierno de su respectivo país, con más o menos el mismo e inconfesable interés en acaparar la mayor concentración personal posible de poder y riqueza. Salvo muy raras y honrosas excepciones como es el caso, últimamente, del ya expresidente uruguayo José Mujica.

 

Y en lo que respecta a los de la clase social intermedia entre los dos extremos, es decir, la pequeñoburguesía, como bien dijera Marx ambicionan los mismos lujos que ostenta la gran burguesía, al mismo tiempo que se duelen ante las penurias de los más pobres en la escala social. Sin embargo, puestos a optar ante las dos alternativas de la contradicción, esta especie de sujetos oportunistas en condiciones normales, suelen decidirse casi siempre por conseguir lo que disfrutan sus estratos superiores, o sea que instintivamente se ocupan de trepar hasta las más altas cotas del poder político institucional que les permite acceder a las mayores cotas posibles de riqueza para ellos. Y bajo condiciones extremas en que las mayorías explotadas agotan su paciencia, como dijera Trotsky “el falso dado político del pequeñoburgués, gira en una dirección y en otra según los vientos de la lucha de clases, pero que siempre se detiene sobre su base más pesada”: hasta hoy la gran burguesía que suele prestarse para resolver estas contingencias y mantener en su sitio a la clase obrera dentro del sistema.

 

Mientras tanto, los políticos de medio pelo proceden como en la Biblia, cuyas tres cuartas partes van dedicadas a la glorificación de los pobres. Pero en la intimidad de sus despachos muy bien alfombrados y mejor amueblados, negocian con los distintos empresarios privados el reparto del lucro derivado de las obras públicas —que discrecionalmente les asignan a dedo— en detrimento del erario estatal. Un patrimonio cuya mayor parte se recauda a expensas del dinero que aportan las mayorías sociales explotadas en concepto de impuestos. Al mismo tiempo que ese contubernio entre políticos y empresarios, contribuye solidariamente a su deseo de garantizar la continuidad del sistema, por la cuenta que les trae.

 

Así son las cosas vistas desde la perspectiva existencial de los de arriba, del mismo modo que así es cómo a la postre nos va de culo a nosotros, los de abajo, relativamente cada vez peor. Y es así porque muy cómodamente hemos venido decidiendo ignorar la verdad sobre nuestra propia realidad, para atender exclusivamente al “chocolate del loro” con el que nos han venido conformando los de arriba —pero que ahora ya ni siquiera eso pueden—, para alimentar nuestro mal ejemplo ciudadano. El peor posible que trasmitimos a nuestros propios hijos.

 

Finalmente nos preguntamos si será necesario volver a insistir en explicar la tan rotunda y comprensible como irrefutable demostración de Marx, acerca de las causas que conducen a la necesaria e inevitable caducidad del sistema capitalista. Porque si el proletariado mundial sigue deambulando sin el rumbo teórico preciso que le exige su condición de clase explotada en esta sociedad, con tales alforjas ideológicas y políticas desprovistas de certidumbre revolucionaria, todavía nos esperan las peores y más adversas condiciones de existencia.

 

A ver, pues, si espabilamos de una vez por todas para asumir nuestra responsabilidad en este mundo. Porque lo más grave y estúpido que se le pueda pasar por la cabeza en su vida a cualquier asalariado, a la hora de ejercer su condición política de ciudadano sin distinción de sexo, es pensar y proceder en contra de lo que hoy día nos exige la realidad —cada vez con más urgencia— según se agrava el deterioro de nuestra situación en esta sociedad decadente. Porque el de hasta hoy es un comportamiento indigno que no solo supone actuar contra nosotros mismos, sino también contra nuestras familias y la clase social a la que pertenecemos. Dicho más claramente: al confiar en partidos políticos que de hecho sólo pueden representar a la clase social de los explotadores, ese acto político suyo convierte a cada ciudadano de condición asalariada, ipso facto, en un ingenuo explotador “ad honorem” entre los demás, o sea, esos que muy lejos de comportarse como suelen prometer, se siguen lucrando a expensas de nuestro trabajo.

 

Así las cosas, el hecho de confiar en cualquier organización política que se niegue a cambiar radicalmente la sociedad actual, es la más absurda e insensata tontería que cualquier asalariado pueda llegar a cometer en su vida. Porque tal como Marx pudo demostrarlo científicamente, desmitificando la proposición expuesta por aquel “chapuzas teórico” precursor de la socialdemocracia moderna, llamado Pierre Joseph Proudhon, la conclusión más categórica e indiscutible confirmada por la experiencia política bajo el capitalismo es, que como dijera Marx: “Nadie hará por los asalariados, lo que ellos no sepan hacer por sí mismos”. Pero para eso antes deben comprender el fundamento de lo que es imprescindible hacer.

 

Y al decir esto, lo que Marx ha querido proponer como definitiva solución al problema de la contradicción contenida en la competencia económica intercapitalista, es que la propiedad privada sobre los medios de producción y el dinero bancario, al igual que la falsa y tramposa democracia representativa, ambas formas de vida social y política ya caducas por nocivas al ser humano genérico, sean incondicional y radicalmente sustituidas por la propiedad en común y el ejercicio de la democracia directa.

 

Al decir esto, estamos convencidos afirmando que los actuales empresarios y políticos profesionales en general, sin excepción, han venido siendo desde hace mucho unos embusteros y oportunistas consuetudinarios enquistados en las antípodas de la verdad, gran parte de ellos corrompidos hasta los tuétanos que así han venido haciendo a la existencia del sistema capitalista explotador y genocida.

 <<Lo que más interesa a la burguesía [en general que dicta las pautas políticas a seguir por cualquier Estado nacional], es la "posibilidad de satisfacción" de la reivindicación conseguida [la mayor ganancia que le pueda sustraer a sus asalariados]; de aquí la eterna política de transacciones con la burguesía de otras naciones en detrimento del proletariado. En cambio, al proletariado [revolucionario] le importa fortalecer [políticamente] a su clase contra la burguesía [sin distinción de fracciones], educar a las masas en el espíritu de la [verdadera] democracia consecuente y del socialismo.

Esto [último] no será "práctico" para los oportunistas [burgueses como es el caso hoy en España de los partidos políticos que —sin excepción— se disputan entre sí el gobierno de las instituciones estatales], pero es la única garantía real, la garantía de la máxima igualdad y paz nacionales, a despecho tanto de los señores feudales [residuales en tiempos de Lenin] como de la burguesía nacionalista [actual, grande y mediana]>>. (V. I. Lenin: El Derecho de las  naciones a la autodeterminación”. Aptdo. 4: El “practicismo” en el problema nacional. El subrayado y lo entre corchetes nuestros).

 

¡¡A ver si por fin las absolutas mayorías sociales asalariadas espabilamos de una vez por todas, decidiendo unir nuestras fuerzas políticas a escala planetaria en torno a la cada vez más necesaria revolución social, para que por fin los tan proclamados ideales de libertad, igualdad y fraternidad se vean realizados efectivamente, dejando de ser una maldita farsa!! Urge, pues en todo el Mundo:

          1) Expropiación por el Estado revolucionario y democrático de todas las grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin compensación alguna.

 

2) Cierre y desaparición de la Bolsa de Valores y los paraísos fiscales.

 

3) Control obrero colectivo permanente y democrático de la producción y la contabilidad en todas las empresas, privadas y públicas, garantizando la transparencia informativa en los medios de difusión para el pleno y universal conocimiento de la verdad, en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social

 

4) El que no trabaja en condiciones de hacerlo, no come.

 

5) De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.

 

6) Régimen político de gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según el método de la representación proporcional, sean revocables en cualquier momento de la misma forma.

                                                                                    GPM.