03. La necesidad de la revolución y el papanatismo político pequeñoburgués interesado

<<De una parte, los ideólogos burgueses y especialmente los pequeñoburgueses, obligados por la presión de hechos históricos (objetivos) indiscutibles a reconocer que el Estado sólo existe allí donde existen las contradicciones de clase y la lucha de clases, "corrigen" a Marx de manera que el Estado resulta ser el órgano de la conciliación de clases. Según Marx, el Estado no podría ni surgir ni mantenerse si fuese posible la conciliación de las clases. Para los profesores y publicistas mezquinos y filisteos ¡que invocan a cada paso en actitud benévola a Marx!, resulta que el Estado es precisamente el que concilia las clases. Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del "orden" que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases. En opinión de los políticos pequeñoburgueses, el orden es precisamente la conciliación de las clases y no la opresión de una clase por otra. Amortiguar los choques significa para ellos conciliar y no privar a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha para el derrocamiento de los opresores>>. (V. I. Lenin: “El Estado y la Revolución” Cap. I  Pp. 4. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).

 

          Dada su tradicional condición social, familiar e individual de modesta clase propietaria, a medio camino entre las dos clases universales antagónicas bajo el capitalismo, la pequeñoburguesía en general y muy especialmente su intelectualidad formada en los aparatos ideológicos del sistema, por propio instinto de conservación tiende natural y espontáneamente a que la contradicción de intereses entre las dos clases sociales universales no se resuelva y se perpetúe, manteniéndola viva sin solución de continuidad, porque esa es su propia razón de ser y existir en esta sociedad. Pero ese mismo instinto de conservación como clase dominante intermedia, le induce a mediar en esa contradicción para que se modere y sus dos extremos tiendan a conciliarse.  

          Y dado que el Estado es la institución política estratégica, encargada de administrar esa relación social necesariamente contradictoria y antagónica entre explotadores y explotados —que al mismo tiempo hace a la propia existencia de la clase propietaria intermedia—, esto explica la predilección de no pocos de sus miembros, por culminar su carrera universitaria como “catedráticos en ciencias políticas”, para cursar esa otra carrera en pugna por ocupar los más altos cargos políticos posibles en las instituciones estatales, para medrar en ellas cumpliendo su función conciliadora.

          Una carrera desde cuya perspectiva de mediadores políticos en la contradicción dialéctica entre capital y trabajo, los políticos institucionalizados de condición social pequeñoburguesa proclaman a los cuatro vientos representar a “la gente”, prometiéndole “políticas de progreso”. Pero contradictoriamente lo hacen desde la perspectiva de un Estado que constitucionalmente consagra el actual sistema de vida, basado en la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, para los fines de la explotación de trabajo ajeno en sus respectivas empresas, donde durante cada jornada laboral los asalariados dejan de ser sujetos con voluntad propia, para ser lo más parecido a cosas semovientes u objetos al mando discrecional de sus respectivos patronos.

          De este modo, mal que les pese a los advenedizos oportunistas con vocación de mando político “democrático representativo” para fines de promoción económica personal —como es el caso en España de la emergente organización política “Podemos”—, el Estado moderno sigue siendo a todas luces, un órgano de dominación política despótica de la burguesía sobre los asalariados. En esencia el mismo desde los tiempos de Platón aunque un poco más civilizado, es decir, un instrumento de explotación y opresión de unos seres humanos sobre otros.

          Así las cosas, estos intelectuales de extracción social pequeñoburguesa, desde su estrecha y miope condición interesada como catedráticos en ciencias políticas, debidamente instruidos por los aparatos ideológicos del sistema capitalista, hechos a la idea de que la voluntad humana con rango jerárquico superior debe prevalecer sobre la de sus subordinados, piensan que también ese poder social tiene la omnímoda virtud y capacidad de determinar la realidad material exterior a los sujetos en general. Como si, por ejemplo, la política económica de los gobiernos de turno pudiera prevalecer sobre la economía política. Es decir, como si los hechos que son objeto del conocimiento en esta ciencia social, no se rigieran por leyes propias, objetivas —las del mercado—, que como en la física y la química se cumplen independientemente de cualquier voluntad humana.

          En la “séptima y última observación” a Proudhon de su obra escrita en 1847 titulada: “Miseria de la filosofía”, Marx dice que:

<<Los economistas (burgueses) tienen una singular manera de proceder. Para ellos no hay más que dos clases de instituciones: Las unas artificiales, y las otras  naturales. Las instituciones del feudalismo son artificiales y las de la burguesía son naturales. En esto los economistas se parecen a los teólogos, que a su vez establecen dos clases de religiones. Toda religión extraña (a la suya) es pura invención humana, mientras que su propia religión es una emanación de Dios. Al decir que las actuales relaciones —las de la producción burguesa— (entre capitalistas y asalariados) son naturales, los economistas dan a entender que se trata precisamente de unas relaciones bajo las cuales se crea la riqueza y se desarrollan las fuerzas productivas de acuerdo con las leyes de la naturaleza. Por consiguiente, estas relaciones son en sí leyes naturales independientes de la influencia del tiempo. Son leyes eternas que  deben regir siempre la sociedad. De modo que hasta ahora ha habido historia, pero ahora ya no la hay. Ha habido historia porque ha habido instituciones feudales y porque en estas instituciones feudales nos encontramos con unas relaciones de producción completamente diferentes de las relaciones de producción en la sociedad burguesa, que los economistas quieren hacer pasar por naturales y, por tanto, eternas>>. (K. Marx: Op. Cit. Ed. Progreso-Moscú/sin fecha. Pp. 100. Versión digitalizada).

 

          He aquí el origen más remoto del papanatismo político burgués interesado. Así, del modo más arbitrario, fue como se forjó la tradición teórica sin fundamento científico alguno acerca de la eternidad del capitalismo, que desde el revisionista Eduard Bernstein en 1899, hasta el inefable Francis Fukuyama en 1992 hicieron suya, anunciando el fin de la historia. Todos ellos, lacayos de la burguesía, han venido callando miserablemente acerca de lo previsto y demostrado en contrario matemáticamente por Marx, entre 1857 y 1858. ¿Y qué decir ahora de estos noveles catedráticos en ciencias políticas, quienes ante ese descubrimiento de Marx también callan por la cuenta que les trae, deambulando con su intelecto por la superficie de los hechos?:

     <<La astucia (objetiva e impersonal) de la sociedad burguesa (dada la anarquía reinante en la producción, donde cada empresa propietaria produce independientemente de las demás), consiste precisamente en esto: que “a priori” [anticipadamente] no existe para la producción una reglamentación social consciente. Lo que la razón exige y la naturaleza hace necesario, sólo se realiza en la forma de una media (promedio) que se impone ciegamente (de espaldas a los productores y a instancias de la competencia, que induce al desarrollo de las fuerzas productivas y los múltiples intercambios en el mercado). Y entonces el economista vulgar cree hacer un gran descubrimiento cuando, puesto ante la revelación de la estructura interna de las cosas, proclama con insistencia que estas cosas, tal como aparecen tienen un aspecto muy diferente. En realidad se jacta de su apego a la apariencia, a la que considera como verdad última. Entonces, ¿para qué otra ciencia? (Marx se refiere a la investigación científica para descubrir la esencia de las cosas que su apariencia oculta).

     Pero hay en este asunto otra intención. Una vez que se ha visto claro en estas interconexiones internas (de las cosas bajo el capitalismo), cualquier creencia teórica en la necesidad permanente de las condiciones existentes, se derrumba ante su colapso práctico. Las clases dominantes, pues, tienen así en este caso un interés absoluto en perpetuar esta confusión y esta vacuidad de ideas. De otro modo, ¿por qué se les pagaría a estos sicofantes charlatanes, que no tienen más argumento científico que el de afirmar que en economía política está terminantemente prohibido pensar? (Carta de Marx a Ludwig  Kugelmann 11/07/1868. Ed. La Habana/1975. Pp. 107. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros. Versión digitalizada).

 

            Con el mismo papanatismo burgués interesado de su apego a lo que sólo parece ser —porque así se lo percibe de espaldas a la realidad y, además, conviene—, ha procedido el novel populista catedrático en ciencias políticas, llamado Iñigo Errejón, quien al ser entrevistado por el diario “20 minutos”, se ratificó en la idea de que el capitalismo es eterno, al sentenciar sin más —como Jesús en los 10 mandamientos—, que “comunistas y socialdemócratas son especies del pasado”:

<<Cien años después de Copérnico diversos científicos discutieron el movimiento rotatorio de la Tierra, con el argumento de que, en ese caso, debería percibirse directamente la vibración resultante de ello. Y 60 años después de la aparición de “El Capital” de Marx, la tendencia al derrumbe del capitalismo es discutida con argumentos similares según los cuales, hasta el momento no se ha podido percibir nada de la tendencia al derrumbe. Con ello se olvida la verdadera función de la ciencia. Se olvida que desde el momento en que el derrumbe fuese ya directamente perceptible, sus predicciones teóricas serían superfluas>>. [Henryk Grossmann: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista” Cap. III c) Ed Siglo XXI/1979 Pp. 342).

 

            Pero el caso es que, tal como hemos venido haciendo referencia en nuestros últimos trabajos, y como ya sucediera a fines de los años treinta el siglo pasado evocando a Henryk Grossmann, si el capitalismo de aquellos tiempos pudo superar la histórica tendencia al derrumbe del sistema, no fue por sí mismo, por esa presunta eternidad que mojigatos ideológicamente corrompidos hasta los tuétanos —como el señor Íñigo Errejón & Cía— tan estúpida y arrogantemente le atribuyen. Fue apelando a las contingentes “vibraciones” de la Segunda Guerra mundial entre 1939 y 1945, cuyos enormes destrozos y muerte por decenas de millones, permitieron retrotraer el sistema hacia condiciones económicas anteriores ya superadas. Y tan cierto es esto como que de aquél holocausto fueron plenamente conscientes los presuntos “próceres” de la época, como Benito Mussolini, Adolf Hitler, Winston Churchill y Franklin Delano Roosevelt, verdaderos genocidas que hicieron historia dejándose arrastrar por la barbarie de sus propios intereses de clase y ejecutaron aquella barbarie. ¿Para qué? Pues, para que la burguesía pudiera seguir disfrutando la misma historia. Esta historia de hoy como la de antes desde la  Revolución francesa, que hoy a sujetos como Errejón y tutti cuanti, les sigue resultando conveniente parecerles, que ya se acabó hace mucho.

 

          Como si no fuera parte de la historia el hecho de que, el desarrollo incesante de la fuerza productiva del trabajo social,  contenido en los medios de producción cada vez más y más eficaces en reemplazo de mano de obra asalariada, acabe dejando sin sentido ni posibilidades materiales de realización, a las ganancias de los capitalistas y, por tanto, al sistema mismo:

     <<La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución contínua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas>>. (K. Marx-F. Engels: “Manifiesto comunista” Cap. 1. Ed. Progreso/1989 Pp. 39. Ed. digitalizada)

 

          Despejado este interrogante, el hecho de que bajo semejantes condiciones económicas terminales, los actuales candidatos a representantes políticos sin distinción partidaria en todo el Mundo, se disputen el gobierno de las instituciones estatales prometiendo a estas alturas de la historia “políticas de cambio y de progreso”, con ello no hacen más que confirmar el típico carácter embaucador de sus promesas:  

    <<Parafraseando a Marx, la burguesía ha conjurado a un brujo —la robotización, la producción automática, el software y las tecnologías de la comunicación– cuyo único propósito es desembarazarse de la mano de obra. La acelera­ción de la velocidad de las computadoras y la ampliación de la aplicación de la informática a las industrias, servicios y profesiones, ha alcanzado un nuevo nivel histórico.

     Esto significa que la tasa a la que el capital necesita relativamente cada vez menos mano de obra, también ha alcanzado niveles históricos. Y los despidos de trabajadores, el aumento del desempleo y del subempleo y la reducción de los salarios (por la presión que ejercen los parados sobre los que aún conservan su trabajo), es cada vez mayor.

     Lo que los autores y analistas burgueses no tienen nunca en cuenta, es que nada avanza siempre en línea recta. Mucho antes de que se definan estas pesadillas tecnológicas que los angustian, la clase obrera y los oprimidos van a intervenir en el proceso económico y social para poner de manifiesto su papel estratégico en la sociedad. La tecnología está dirigida contra la clase trabajadora multinacional. Su objetivo es obtener cada vez más plusvalía, de modo que la tecnología está destinada a convertirse en un acicate para la lucha de clases. Esta es la auténtica pesadilla de la burguesía ilustrada, capaz de vislumbrar un poco más el futuro.

     Como ha dicho Sam Marcy, la revolución científico-tecnológica tiende a “disminuir (el empleo de) la fuerza de trabajo, al mismo tiempo que trata de aumentar la producción”. Por lo tanto, la revolución tecnológica es un salto cualitativo cuyos efectos (sociales) devastadores exigen una estrategia revolucionaria para neutralizarlo.72

    Las maravillas de la tecnología que deberían utilizarse para aliviar la carga del trabajo y crear abundancia para la sociedad, en realidad se están utilizando para aumentar la miseria y la pobreza. El desarrollo tecnológico en la era digital solo podrá avanzar y alcanzar nuevos horizontes para la humanidad, tras la destrucción del capitalismo. El capitalismo está ahora en un callejón sin salida, al igual que el feudalismo lo estaba hace quinientos años>>. (Fred Goldstein: “El capitalismo en un callejón sin salida” Cap. 8).

 

            Pero ese callejón sin salida no está precisamente determinado por la miseria relativa creciente que genera el sistema entre las filas del proletariado, sino porque la ganancia de los capitalistas aumenta progresivamente menos que el gasto en producirla,  hasta el punto de no resultar rentable. Y llega a este este extremo porque la competencia intercapitalista exige una inversión cada vez mayor de capital fijo más y más eficiente, en detrimento del empleo en mano de obra, que es la que genera la ganancia, de modo que así ésta última crece cada vez menos, al tiempo que el gasto en capital fijo y circulante aumenta cada vez más[1]. Así las cosas, para compensar la ganancia insuficiente que generan las recesiones económicas periódicas, los capitalistas convierten la creciente miseria relativa en absoluta, atacando las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados. He aquí en pocas palabras explicada la tendencia histórica objetiva al derrumbe del sistema capitalista. Pero que según el propio Marx es sólo una tendencia y nunca será automática. Es decir, que sin mediar la acción política decisiva del proletariado no será posible. Tal como así lo dejara negro sobre blanco el 30 de abril de 1868:

<<En fin, dando por sentado que estos tres elementos: salario del trabajo, renta del suelo, ganancia (interés) son las fuentes de ingreso de las tres clases, a saber: la de los terratenientes, la de los capitalistas y la de los obreros asalariados —como conclusión, la LUCHA DE CLASES, en la cual el movimiento se descompone y que es el desenlace de toda esta mierda>>. (Carta de Marx a Engels Ed. La Habana/1983 Pp. 218).

 

          La prueba de que la tendencia económica al derrumbe capitalista no es automática, como ya hemos explicado se ha podido verificar por primera vez, durante la crisis de 1929 y su consecuente recesión terminal del sistema, que ante la estúpida división política y consecuente pasividad del proletariado mundial, la burguesía sólo pudo superar apelando sin escrúpulos a la enorme destrucción de riqueza y muerte de 70 millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial, un holocausto sin precedentes en toda la historia de la humanidad hasta ese momento, dado el desarrollo alcanzado entonces por la fuerza productiva del trabajo social en la industria bélica.

 

          Pues bien, desde agosto de 2007 el capitalismo por segunda vez alcanzó el límite de sus posibilidades naturales económicas de sobrevivir.  Y el caso es que para neutralizar esa tendencia objetiva al derrumbe de su sistema de vida, la burguesía internacional parece querer conducir a la civilización por el mismo derrotero de la guerra, a sabiendas que el actual poder destructivo alcanzado por el más moderno armamento, puede acabar hoy con todo vestigio de vida en la Tierra. Y en estas estamos sin que, al parecer, las mayorías sociales explotadas despierten del sueño embrutecedor al que sus mandantes les han venido sometiendo.   

 

          La propiedad privada sobre los medios de producción ha sido la causa que dividió a la sociedad humana en clases sociales, dominantes y dominadas. Y de esa relación contradictoria estratégicamente inconciliable entre mandantes y mandados, surgió en su origen la correlación de fuerzas que hizo al curso de la historia entre los seres humanos. Pero lo decisivo de esa relación, la verdadera fuerza resultante de haber dividió a la sociedad en clases sociales, no surgió de la simple voluntad de poder y dominio político ejercido por los mandantes sobre los mandados, tal como erróneamente sostuviera Karl Eugen Dühring. Para dilucidar la cuestión, Engels se preguntó, por ejemplo, con qué motivación o finalidad práctica Robinson Crusoe oprimió a su esclavo llamado “Viernes”:

<< ¿Por mero gusto? Nada de eso. Más bien hemos visto que “Viernes” es “oprimido como esclavo o mero instrumento para el servicio económico”, y que “no es sustentado (alimentado, mantenido) sino (para que sirva a su “señor”) como instrumento”. Robinson ha sometido a “Viernes” exclusivamente para que trabaje en provecho de Robinson. ¿Y cómo Robinson puede obtener provecho del trabajo de “Viernes”? Sólo si “Viernes” produce con su trabajo, más medios de vida de los que tiene que darle Robinson para que sea capaz de trabajar (…).

     El pueril ejemplo arbitrado por el señor Dühring para mostrar que el poder (político) es lo “históricamente fundamental” prueba, por el contrario, que el poder, la violencia, no es más que el medio, mientras que la ventaja económica es el fin (propósito o estrategia)>>.  (F. Engels: “Anti - Dühring” Ed. Grijalbo-Barcelona/1977 Cap. II. Pp. 164. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros. Versión digitalizada. Ver Pp. 152).

 

            He aquí al descubierto sin ambages el fundamento y origen histórico de la sociedad dividida en clases sociales explotadoras y explotadas, desde el esclavismo hasta el capitalismo pasando por el feudalismo. Y está claro que para explotar a otros, es imprescindible someterles políticamente, en última instancia si fuera preciso por la violencia material contenida en las leyes promulgadas por las clases dominantes, cuyo Estado fue y sigue siendo el garante, depositario y ejecutor de tales leyes —todas ellas de naturaleza coercitiva—, en su condición y atributo de detentar el monopolio de la violencia que asegura el orden institucional constituido. Pero el móvil o finalidad de tal sometimiento político del opresor, radica en la ventaja económica. Y de tal estado de cosas en la sociedad capitalista, resulta igualmente necesario e inevitable, que los opresores políticos a cargo del Estado se den la mano habitualmente con los explotadores económicos. Da lo mismo si el contubernio tiene lugar en una institución estatal, en una empresa privada o en cualquier otra parte.

 

          Tan es así, que cada tipo de sociedad dividida en clases sociales —desde el esclavismo al capitalismo pasando por el feudalismo— han existido a caballo de su respectiva forma típica específica, propia de la explotación económica a la que fueron en cada etapa sometidos sus súbditos, tras ser subyugados por su Estado respectivo. Unos explotados a quienes aun cuando en el Estado capitalista más moderno se les llama eufemísticamente “ciudadanos”, de hecho la gran mayoría de ellos no dejan de ser en ningún momento verdaderos súbditos políticos al servicio de la clase social dominante, representada por su respectivo Estado nacional para los fines estratégicos de su explotación económica. Todo ello, insistimos, a instancias de la necesaria relación interpersonal entre políticos profesionales institucionalizados y empresarios privados, que de una manera u otra, más o menos corrupta, la democracia representativa propicia “ad hoc” para fines de intereses mutuos personales. Pero que dada la idéntica naturaleza y finalidad social que persiguen, se les califica como intereses de clase.  

 

          En síntesis, que si como es cierto que el fundamento y propósito del Estado burgués moderno —en su carácter de instrumento de dominación política de los asalariados—, radica en la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio como instrumento para los fines de su explotación económica —porque de lo contrario el Estado carecería de sentido—, pues resulta que para acabar con la opresión política que garantiza la explotación económica, es imprescindible un gobierno que comience por dejar fuera de la ley a la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio. Este claro y contundente razonamiento científico —tanto como su lógica conclusión—, fue obra de Marx y Engels a lo largo de casi todo el siglo XIX. Predicciones de un futuro tan necesario, como la exigencia de bregar por su realización político-práctica. Una obra tan pletórica de verdad científica, que ningún “catedrático” del sistema ha podido discutirla jamás razonablemente y esa es su mayor gloria póstuma. Las personas de bien, como dio ejemplo de ello Bertolt Brecht deben, pues, mantener viva la gloria de quienes tuvieron la virtud y el valor de decir la verdad a los cuatro vientos, para que se haga realidad. Todo lo que no sea esto es egoísmo personal y ambición de riqueza, que presupone el ejercicio de la voluntad de poder sobre los demás. ¡¡Basura moral!! Ergo, nosotros insistimos:

         

 1) Expropiación de todas las grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin compensación alguna.

 

2) Cierre y desaparición de la Bolsa de Valores.

 

3) Control obrero colectivo permanente y democrático de la producción y de la contabilidad en todas las empresas, privadas y públicas, garantizando la transparencia informativa en los medios de difusión para el pleno y universal conocimiento de la verdad, en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.

 

4) El que no trabaja en condiciones de hacerlo, no come.

 

5) De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.

 

6) Régimen político de gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según el método de la representación proporcional, sean revocables en cualquier momento de la misma forma.

 

                                                                                                            GPM.



[1] Marx definió como capital fijo al invertido en suelo, edificios, mobiliario, material de oficina y maquinaria, especialmente ésta última. Y como capital circulante a las materias primas y auxiliares (combustibles y lubricantes).