02. La continuidad del proceso letal
El capitalismo a instancias de la propiedad
privada de la tierra y la creciente mecanización del campo, ha sustraído de su
medio natural a quienes la venían cultivando, para empujarles hacia las
ciudades, donde también gran parte de ellos han sido y siguen siendo privados
de un salario, a raíz de que el afán de los capitalistas por obtener crecientes
ganancias, exige sustituir más y más
trabajo humano por máquinas más y más eficaces, cuando ese progreso
debiera servir para repartir las horas de trabajo y disponer de mayor tiempo
libre, en parte dedicado a la tarea de
gobernar, entre quienes verdaderamente aportan con su inteligencia y
esfuerzo al progreso de la humanidad[1]. Mientras
tanto:
<<Cuanto
mayores sean la riqueza social, el capital en funciones, la magnitud y el
vigor de su crecimiento y por tanto
también, la magnitud absoluta de la población obrera (activa) y la
productividad de su trabajo, tanto mayor será la pluspoblación relativa o ejercito
industrial de reserva (en paro). La
fuerza de trabajo disponible (desocupada) se desarrolla por las mismas causas que la fuerza
expansiva del capital (su acumulación). La magnitud proporcional
del ejército industrial de reserva, pues, se acrecienta a la par que las
potencias de la riqueza (creada). Pero
cuanto mayor sea este ejército de reserva en proporción al ejército de los trabajadores activos, tanto mayor será
la masa de una población excedentaria consolidada
(en paro), cuya miseria está en
relación inversa a la tortura de la que ha sido objeto en su actividad laboral.
(Porque cuanto más progresa la productividad del trabajo, menor es el
salario del trabajador activo respecto de la ganancia que produce, y mayor su
gasto de energía, forzado por el ritmo al que es sometido por el mayor número
de máquinas, más y más eficaces, que le obligan a poner en movimiento al mismo
tiempo). Por último, cuanto más amplios
sean los sectores empobrecidos de la clase trabajadora (activa) y más numeroso sea el ejército industrial
de reserva, tanto mayor será la indigencia oficial. Esta es la ley general absoluta de la acumulación capitalista>>.
(K. Marx: “El Capital” Libro III Cap.
XXIII Aptdo. 3. Lo entre paréntesis nuestro)
Pero para los fines de conseguir que la
práctica de acumular capital se consolide a escala planetaria, impidiendo que ese ejército de
reserva expulsado de las ciudades regrese al campo, fue condición sine
que non de los capitalistas que la
tierra aumente de valor, un asunto que Marx abordó en el último
capítulo, Libro I de “El Capital” titulado:
“La teoría moderna de la colonización”, donde
alude a lo que, en tal sentido sostuvo Edward
Wakefield: concentrar la propiedad de la tierra en manos de adinerados
colonos capitalistas, es decir, el latifundio:
<<Si el capital, dice Wakefield, “estuviera
distribuido en porciones iguales entre todos los miembros de la sociedad […], a nadie le interesaría acumular más capital
que el que pudiese emplear con sus propios brazos. Es éste el caso, hasta
cierto punto, en las nuevas colonias norteamericanas, donde la pasión por la
propiedad de la tierra (en
minifundio), impide la existencia de una clase de trabajadores asalariados”[2]. Por tanto, mientras el trabajador puede acumular (riqueza) para sí mismo —y puede hacerlo mientras
sigue siendo propietario de sus medios de producción—, la acumulación capitalista y el modo de producción capitalista son
imposibles. No existe la clase de los
asalariados indispensable para ello…>> (K. Marx: “El capital” Libro I Cap. XXV).
Así fue y sigue siendo posible a los
capitalistas, convertir (metabolizar) a los parados de las ciudades no en
esclavos ni en sujetos libres, sino en simples indigentes. De lo contrario, no tardarían en emigrar de las
ciudades al campo, para ganarse la vida como pequeños propietarios a lo largo y
ancho del Planeta, con lo cual dejarían de presionar a los empleados en la
industria urbana, para que trabajen más por menos, malogrando de tal modo la
acumulación de capital como privilegio de unas minorías sociales acaudaladas cada vez más irrisorias. La
lectura y fácil comprensión de este capítulo, permite tomar conciencia acerca
de la verdadera esencia destructiva y
genocida del capitalismo, así como de sus propios límites históricos.
Pero lo más importante que aquí nos ocupa, es
que atendiendo a la ganancia, los capitalistas han sido empujados a dejar por
completo al margen la importancia de
la naturaleza en cualquier proceso productor de riqueza para los fines
de la vida humana. Para Marx, como para cualquier sujeto racional, sin la preservación
de la naturaleza exterior a los seres humanos, no es posible producir riqueza. Y
la riqueza no deja de ser una parte de la propia naturaleza, potencialmente contenida en la
fuerza de trabajo. Pero una cosa es la riqueza
y otra su valor, que ya deja
de ser un producto de la naturaleza, para ser algo propiamente social, como es el caso de su valor de cambio:
<<La tierra actúa como agente (o factor de la producción) del valor de uso de
un producto, digamos el trigo (o
sea, riqueza material para su consumo).
Pero no tiene nada que ver con la producción del valor (económico) del trigo (algo que solo puede ser
generado por el trabajo social)>>. (K. Marx: “El Capital” Libro
I Cap. XV. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro)[3].
Ahora bien, una parte de ese valor de cada
producto, es la ganancia del capitalista, un “plus” que —por arte de
birlibirloque— obtiene a cambio de nada. Así las cosas, el capital empleado en
explotar trabajo sobre la tierra, supone un doble juego de relaciones. Por una
parte, las relaciones propias del sistema entre asalariados y patronos. Por
otra, las relaciones entre el ser humano y los medios de producción que pone en
movimiento, naturalmente limitados
por la masa y superficie del Planeta y, por tanto, no producidos ni
reproducibles por nadie en particular, sino por la propia naturaleza. Y aquí
surge un grave problema, que es la
opción de preservar o no preservar las condiciones de vida en la Tierra, por
parte de quienes viven de ella, sean explotadores o explotados. Una
problemática que, como hemos visto, se ha planteado un reducidísimo número de
personas conscientes de su propia realidad en este mundo desde los tiempos de
Epicuro, pero que ha recrudecido de forma cada vez más dramática bajo el
capitalismo, cuya clase dominante
al respecto, ha venido demostrando ser incapaz de anteponer los intereses generales
de la humanidad, a sus intereses particulares como minoría social dominante, sometida como está al sistema autotanático de producción que
usufructúa, tal como lo señalara Marx hace ya casi 150 años con notable agudeza
evocando a Liebig:
<<…la gran propiedad del suelo (aplicando técnicas cada vez más avanzadas de cultivo
y recolección mecanizados), reduce la
población (afectada al trabajo) agrícola
a un mínimo en constante disminución, oponiéndole una población industrial en
constante aumento hacinada en las ciudades; de ese modo engendra condiciones
que provocan un desgarramiento insanable en la continuidad del metabolismo
social, prescrito por las leyes naturales de la vida, como consecuencia de lo
cual se dilapida la fuerza del suelo, dilapidación ésta que, en virtud del
comercio, se lleva mucho más allá de las fronteras del propio país [Liebig]>>
(K. Marx: “El Capital” Libro III Ed.
cit. T.8 Pp. 1034. Lo entre paréntesis nuestro)
Si Marx, Engels y demás investigadores de la
relación entre sociedad y naturaleza, no incursionaron en los daños que el
capitalismo está provocando hoy
en el medio ambiente, fue
sencillamente porque el desarrollo de las fuerzas productivas en aquella época,
no alcanzaron a dar testimonios visibles
de ello. Y lo mismo cabe decir de lo que hoy se conoce por la deliberada guerra telúrica y
climática.
[1] Gran
parte de los incendios forestales cada vez más frecuentes en el Mundo —no pocos
de ellos intencionados para convertir los bosques en tierras de cultivo— se
producen por la despoblación rural que impide su vigilancia, desbrozamiento de
malezas y hojas secas. Lo cual contribuye al exceso de dióxido de carbono en la
atmósfera, que propende al llamado “cambio climático”.
[2] “Pecado contra el espíritu Santo. Único pecado imperdonable en la teología cristiana: ‘Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres. ; mas la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada a los hombres. (Mateo XII, 31; Cfr. Marcos III. 28-29 y Lucas XII, 9-10) Cita de Marx.)
[3]
La tierra tiene precio pero no valor. Está
determinado por la renta o parte
de la ganancia que se obtiene explotando trabajo asalariado sobre ella según la
tasa de interés vigente,. “La renta equivale a una suma determinada de dinero, que el
terrateniente percibe todos los años por el arriendo (alquiler) de una porción del planeta. Ya hemos visto
que todo ingreso determinado en dinero puede ser capitalizado, es decir,
considerado como el interés de una determinada magnitud de capital invertido.
Si el tipo medio de interés es, por ejemplo, del 5 %, una renta del suelo anual
de 200 libras esterlinas podrá considerarse, por tanto, como el interés
correspondiente a un capital de 4,000 libras. La renta del suelo de 200 Libras
esterlinas así capitalizada, es la que constituye el precio de compra o valor
de la tierra”. (K. Marx: “El Capital”
Libro III Cap. XXXVII. Lo entre paréntesis nuestro).