Adolfo Suárez González y las mayorías electorales españolas

 

“La historia no es historia a menos que sea la verdad”.

    Abraham Lincoln

“Las mentiras repetidas se convierten en historia, pero no necesariamente se convierten en verdad”.

  Colum Mc. Cann

 “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”.

  Nicolás Avellaneda

 

01. Introducción

 

         Estos últimos días y con motivo de haber fallecido el primer presidente constitucional de la era postfranquista, el pueblo español ha podido asistir a los más recientes actos de exaltación litúrgico-patriótica de la llamada transición a la “democracia”, que los más encumbrados miembros del aparato político-mediático-propagandístico del Estado, atribuyeron al finado Adolfo Suárez González. Desde allí se ocuparon de adornar su trayectoria personal, con panegíricos necrológicos tales como: “forjador del gran pacto”, “conductor de la historia”, “sagaz, inteligente y generoso”,  “gigante de nuestra historia reciente” o “arquitecto de la democracia española”. Supuestos méritos que le valieron en vida ser honrado por sus “servicios al país” con el título nobiliario de Duque, ungido con la máxima jerarquía y “dignidad” de los “Grandes de España”, concedida por el entonces monarca absoluto, el Rey Juan Carlos de Borbón y Borbón. El mismo que desde el momento de la irrupción del golpista Coronel Tejero y sus hombres en el Congreso aquel 23 de febrero de 1981, sugestivamente dejó pasar 12 horas sin decir esta boca es mía, para recién decidirse a condenar la sedición.  

 

         A todo esto, quienes han dirigido tales elogios a la memoria del muerto, saben muy bien que, en 1977, poco antes de ser redactada la Constitución, los padres de esa “Carta Magna” recibieron la orden escrita por los más altos mandos militares franquistas —y da igual cómo—, con el texto de los artículos que debían figurar en ella, donde se garantizó al franquismo el control político de la transición al nuevo régimen constitucional. Y quién sabe si no, con el deliberado beneplácito del propio Adolfo Suárez González, una duda razonable que sugiere su propia trayectoria fulgurante como miembro del aparato político falangista desde su más temprana juventud, íntimamente vinculado a Fernando Herrero Tejedor, gracias a quien pasó en 1958 a integrar la Secretaría General del movimiento; en 1961 ascendió a Jefe del Gabinete Técnico del Vicesecretario General; procurador en Cortes por Ávila en 1967 y Gobernador Civil de Segovia en 1968. En 1969 fue designado Director General de Radiotelevisión española, donde ya había desempeñado otros cargos entre 1964 y 1968, permaneciendo allí hasta 1973. En abril de 1975 fue nombrado Vicesecretario general del Movimiento, y el 11 de diciembre de ese mismo año subió un peldaño más en el escalafón estatal, entrando a formar parte del Gabinete de gobierno presidido por el efímero sucesor de Franco: Carlos Arias Navarro.

 

         Hasta que “por la Gracia de Dios” y mediando la decisión omnímoda del Rey, en julio de 1976 fue aupado por el Monarca al cargo de Presidente del Segundo gobierno tras la muerte del “Caudillo”, en remplazo de Arias Navarro. En ese capullo permaneció Suárez el tiempo que apremió, para salir de allí transformado en mariposa y volar por el éter de las elecciones generales, alcanzando en 1979 la más alta instancia política en el flamante gobierno “democrático”, con el voto de 6.280.000 ciudadanos españoles. De esto se trataba y para tal fin —como dijera Franco en la Nochevieja de 1969—, estuvo “todo atado y bien atado” para que lo más esencial del poder quede como todavía está, de modo que la mayoría de los españoles sigan sin ver más allá de sus propias narices, que para eso sirve la poderosa industria del entretenimiento embrutecedor, actuando en colaboración informal objetiva con los aparatos ideológicos —públicos y privados del Estado—, incluyendo naturalmente a los no menos corruptos medios privados de comunicación de masas.

 

         Mentiría quien afirmase que Suárez llegó a ser un corrupto en la acepción material del término. Pero también es verdad que casi no tuvo tiempo para ello. Acerca de su persona está en el común de los españoles pensar, que ambicionó el poder por el poder y no el dinero. Una tontería. Porque como dijera Lord Acton en 1887 observando con rigor científico la sociedad capitalista de su tiempo: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”, habida cuenta de que, para él, “dinero es poder”. Y nosotros añadimos: con “democracia” o sin ella, entendiendo como tal, a la representativa, es decir, a la democracia del capital, un engañoso eufemismo encubridor de su dictadura. Así que, al final de cuentas, como dijera Quevedo: “poderoso caballero es don dinero”.  

 

02. El contexto internacional en la transición a la “democracia

 

         La transición política de la dictadura a la “democracia” iniciada en España, lejos de haber tenido su causa en la cama donde murió Franco, se consumó inducida por el contexto más amplio de la dialéctica en el plano internacional. Y pudo ser posible a instancias de la ruptura al interior del bloque histórico de poder político “comunista” ,  la China de Mao Tse Tung y el Pacto de Varsovia liderado por el stalinismo ruso, que la burguesía internacional llamó despectivamente “social-imperialismo soviético”.

 

         El cisma político entre estos dos gigantes geográficos que habían tomado cierta distancia con el imperialismo burgués, tuvo su base económica en el mayor desarrollo que había logrado Rusia respecto de China en la pasada década de los años sesenta. En ese momento China seguía siendo un país eminentemente agrario, en tanto que la URSS había llegado a ser una potencia industrial de primer orden. En la China de Mao Tse-Tung seguían siendo absoluta mayoría los campesinos, un sector subalterno de clase capitalista, incapaz por naturaleza de superar el sistema económico basado en la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, con el cual sus líderes políticos chinos —oportunistas— se negaron desde siempre a romper. Y en cuanto al bloque internacional de poder liderado por la Rusia soviética, también estaba influenciado por la misma política stalinista, que convirtió el anti-capitalismo proletario de Marx, Engels y Lenin, en un antiimperialismo pequeñoburgués o de medio pelo. Pero, a diferencia de china, con poder económico y militar suficiente, como para disputarle al imperialismo liberal-burgués puro, la supremacía política en el terreno internacional de la lucha de clases.

 

         Y el caso fue que, a principios de la década de los setenta, durante lo que se conoció por “diplomacia del ping-pong”, la China de Mao hizo palanca sobre el imperialismo de la OTAN en contra del Pacto de Varsovia. Y así fue cómo al mismo tiempo que la selección norteamericana se veía las caras en Pekín con la representación China de ese deporte, el Secretario de Estado yanky, Henry Kissinger, pudo jugar sobre otra mesa con Mao, para lograr que ambos acuerden instrumentar una política internacional conjunta contra la Rusia de Kruschev.

 

         En 1972, entre el 21 y el 28 de febrero, el presidente norteamericano Nixon se volvió a reunir en China con Mao en presencia del primer ministro Chou Enlai, donde se consolidaron las bases de las futuras relaciones bilaterales entre ambos países, que se mantendrían durante veinte años más:

JPEG - 44.5 KB

        

         Este cisma entre el Pacto de Varsovia y China a instancias de los EE.UU, se agravó y jugó su papel en el marco más restringido de los acontecimientos al sur de Europa, a raíz de la Revolución portuguesa llamada “de los claveles” en abril 1974, que acabó en ese país con la dictadura de António de Oliveira Zalazar, un déspota fascista contumaz y ferviente anticomunista, que asumió el poder en 1932 como primer ministro, creador del que bautizó como “Estado Novo”: un régimen nacionalista burgués corporativo en un país atrasado y sin recursos, al que gobernó con mano de hierro durante 42 años, guiado por el principio decadente de la autarquía económica. Durante la segunda guerra mundial simpatizó con las fuerzas del Eje, pero se declaró neutral y sin abandonar su política exterior de dominio colonial, tanto en el sur de África como en el archipiélago indonesio y en China, para mantener el estatus de su país como “potencia” sub-imperialista de ultramar, permitiendo a su burguesía medrar económicamente y jugar algún papel en el escenario internacional.  

 

         El declive político del régimen dictatorial portugués, comenzó durante la segunda postguerra mundial, cuando en la década de los años 60 estallaron en todo el mundo subdesarrollado las guerras anticoloniales, sin que Portugal hubiera podido superar su atraso económico relativo, incluso respecto de países imperialistas de segundo orden, como España, de modo que la sublevación en sus colonias aumentaba sus gastos militares agravando el deterioro económico y social del país, hasta el punto de trasladarse al plano político donde recrudecieron peligrosamente las luchas reivindicativas del movimiento asalariado.

 

         En ese crítico trance y a raíz de un accidente doméstico, Salazar sufrió una grave afección cerebral que le obligó a dejar su cargo, pasando a ser ejercido por su correligionario, Marcelo Caetano, a quien cupo la responsabilidad de resolver la situación, apelando al recurso represivo de la PIDE (Policía Internacional y de Defensa del Estado), caldo de cultivo en el que floreció la “Revolución de los claveles” el 25 de abril de 1974.

 

         Se abrió así un periodo constituyente liderado por el llamado “Movimiento de las Fuerzas Armadas” (MFA) claramente ubicado a la izquierda del sistema, cuyas decisiones se adoptaban directamente en reuniones asamblearias, emulando a la “Comuna de Paris” tan elogiada por Marx, Engels y Lenin. Así fue cómo se procedió inmediatamente a descolonizar las posesiones de Portugal en África, todas ellas estratégicamente decisivas en el África austral, en el archipiélago indonesio, y la posesión de Macao, en China.

 

         Semejante deriva de los acontecimientos, alarmó en Washington a la plana mayor del gobierno todavía presidido por Nixon, cuyo Secretario de Estado por entonces, Henry Kissinger, ese  mismo mes de abril de 1974 barajó incluso la posibilidad de una intervención militar, dado que Portugal había sido miembro fundador de la OTAN en 1949 y seguía formando parte de ella, lo cual le llevó a pensar que los sucesos de Lisboa estaban siendo directamente liderados por el KGB soviético. Más aun tras ser informado de la evidente simpatía que algunos jóvenes oficiales en ese Movimiento de la fuerzas Armadas portuguesas (MFA) sentían por el Partido Comunista de ese país. Y más todavía sabiendo que el teniente coronel Otelo de Saraiva Carvalho, jefe del Comando Operacional do Continente (COPCON), con cuartel general en Lisboa, era partidario de una alianza entre el ejército portugués y los partidos obreros, para proceder a un cambio social de gran profundidad bajo la consigna del “poder popular”:

<<A tal efecto se llegó a sondear la disponibilidad del Gobierno español para una acción militar por la espalda. Una incursión desde Badajoz a cargo de la División Acorazada Brunete. No estoy hablando de una fantasía. El Gobierno de Carlos Arias Navarro fue sondeado al respecto en 1975. Arias se mostraba favorable. España, ayudando a restablecer el orden en Portugal, al lado de Estados Unidos. Una ocasión de oro para la continuidad del Régimen. Franco, muy mayor, parece que no se mostró tan entusiasta. “Mejor será esperar. Si atacamos, los portugueses, que son muy orgullosos, se pondrán al lado de su Gobierno”, habría dicho el dictador en un rapto de inteligencia. La cuestión llegó a ser tratada en un Consejo de Ministros>>. (Enric Juliana: “Palabras de Mao para entender a Suárez  

 

         Mientras tenían lugar estos acontecimientos, el 8 de agosto de 1974 el presidente norteamericano, Richard Nixon, debió presentar su renuncia acusado de haber ordenado el espionaje al Partido Socialdemócrata, en su sede del edificio Watergate. En diciembre le sucedió en el cargo Gerald Ford, quien hasta ese momento había sido vicepresidente. Lo primero que hizo una vez asumido su cargo, fue indultar a Nixon de su delito. Seguidamente, ese mismo mes viajo a Pekín en compañía de Kissinger para entrevistarse con Mao, a fin de reforzar los vínculos políticos forjados entre los dos países en 1972. Las actas de ese encuentro fueron desclasificadas en 2.000.

        

         Según reporta Enric Juliana, en esa reunión se abordó la situación en el sur de Europa:

      <<Ford le dice a Mao que Estados Unidos está muy preocupado por la sucesión de crisis políticas y sociales en el flanco mediterráneo.

Ford: “Hay que reforzar el ombligo euro-mediterráneo, porque esa puede ser una de las zonas de expansión de la URSS”. Mao: “Pero ustedes no condenaron a Franco en España”. Ford: “Sí, es verdad. Pero ahora apoyaremos al Rey Juan Carlos y conseguiremos que España entre en la OTAN”. Mao: Sería  bueno que España entrara en el mercado común. ¿Por qué no la acepta la Comunidad Económica Europea?

Interviene entonces Kissinger, presente en la reunión junto al número dos chino, Chou En-Lai, y explica que los cambios en España todavía son considerados insuficientes por los europeos. España debe madurar>> (Op. cit.)

  

JPEG - 72.4 KB

Acta desclasificada de la reunión Mao-Ford>>.  “Palabras de Mao para entender a Suárez”

 

            Nosotros pensamos que —más que “entender” a Suárez— es necesario comprenderlo[1]. Y para eso no basta con ubicarlo en el marco de la Guerra fría y la ruptura del bloque histórico de poder “comunista” entre la ex URSS y China. Es preciso, además, conocer su praxis política en el marco de lo que se dio en llamar “transición hacia la democracia” en España, poniendo énfasis en el rol que le cupo desempeñar durante ese proceso al personaje, más allá de los lugares comunes apologéticos del régimen electoral, tan al uso por la burguesía internacional y que no escapó al aparato propagandístico español.

 

         Ya hemos hecho alusión a la vertiginosa promoción política de Suárez en el aparato de Estado, tan rápida como efímera. Más de lo que él se pudo imaginar al ver lo fácil que le resultó llegar a esa cima del poder. En este sentido, cabe afirmar que haya sido el político más fugaz en la historia de España. Con seguridad el único que no solo ha dimitido, sino que teniendo derecho a una pensión, también renunció a ella. Y además, fue quien mucho antes de su Alzheimer y para poder hacer carrera sin complejos, decidió pragmáticamente borrar de su memoria la filiación republicana y antifranquista ejemplarizante de sus dos progenitores.

 

         Desde 1974 en que se creó la “Junta democrática” por iniciativa del Partido Comunista de España, la plana mayor del poder falangista —incluido el propio Suarez— comprendió que ese hecho era el principio de una ofensiva de la oposición política, que apuntaba en dirección al cambio “democrático” en las estructuras políticas del Estado, con la intención de ir solo un poco más allá de la mínima reforma política que Luis Carrero Blanco —en su por entonces función de presidente del consejo de ministros—, acordara durante su reunión con Henry Kissinger en 1973, meses antes de ser asesinado por ETA. Se trataba de perpetuar a la dictadura franquista, bajo el disfraz de una Monarquía parlamentaria. Para ello su propósito consistió en conseguir que la “oposición democrática” aceptara ser ese atractivo ropaje, a cambio de lo cual el régimen permitiría la participación de sus distintos partidos en las futuras instituciones del Estado. En esto consistió la reforma “democrática” franquista.

 

         En diciembre de 1975, el Rey Juan Carlos trasladó a Santiago Carrillo el mensaje de que pretendía iniciar el proceso, pidiéndole paciencia y que diera por finalizados los ataques del Partido Comunista español a la reciente Monarquía. Seis meses después, en junio de 1975, el PSOE creó la “Plataforma de Convergencia Democrática”. En el breve preámbulo de su “Manifiesto”, las 14 fuerzas políticas que lo suscribieron, se pronunciaron por “el firme rechazo del Régimen y de su prevista continuidad en la Monarquía establecida por las leyes sucesorias”. Y acaba diciendo:

<<La Dictadura no es reformable. La Libertad no se puede negociar>>

 

         En el cuerpo del documento, los firmantes comienzan volviendo a reiterar su compromiso de “lucha por acabar con el Régimen dictatorial” del franquismo y la “apertura de un proceso constituyente”; se pronuncian por el “establecimiento de un régimen democrático y pluralista, con un Estado de “estructura federal”, donde la forma de gobierno deba “quedar sujeta a la decisión popular expresada en elecciones”; propugna que se adopten “con urgencia medidas de cambio de estructuras socio-económicas y culturales, a fin de lograr una mejora de las condiciones de vida y de trabajo del pueblo y constituir una sociedad progresiva y justa”; declaran ser “conscientes de la existencia de nacionalidades y regiones con personalidad étnica, histórica o cultural propia en el seno del Estado Español”, y “reconocen el derecho de autodeterminación de las mismas”, así como al interior del Estado plurinacional proponen la formación de formas de autogobierno. Finalmente y a los fines de la lucha por estos logros, consideran necesaria la formación de un organismo político único[2].

  

         Las organizaciones firmantes de ese manifiesto, fueron: el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el Movimiento Comunista de España (MCE), Izquierda Democrática, la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), Reagrupament Socialista i Democràtic de Catalunya, el Consejo Consultivo Vasco, Unió Democràtica del País Valencià, Unión Socialdemócrata Española, el Partido Carlista, el Partido Galego Social Demócrata y la Unión General de Trabajadores (UGT), junto con independientes democristianos y socialdemócratas.

 

         El 26 de marzo de 1976, la “Junta Democrática” se fusionó con la Plataforma de convergencia democrática”, dando lugar a la “Coordinadora democrática”, más conocida como “Platajunta”, cuyo gestor fue el republicano consecuente Antonio García-Trevijano Forte. En ese momento, esos partidos hasta entonces clandestinos, firmaron un compromiso que consistió en no aceptar constitución alguna, de no estar precedida por un período de plenas libertades cívicas, cuyo texto fuera aprobado por el pueblo tras ser expuesta al debate público.

  

         Pero en julio de ese año, todo ese tinglado comenzó a irse al garete, cuando el Monarca Juan Carlos le confió al todavía falangista Suarez González, que presidiera el segundo gobierno de su reinado, periodo en el que decidió disolver las cortes franquistas y legalizar a los partidos de la oposición, acabando así por reciclarse personalmente, a una “democracia” controlada en la sombra por el antiguo régimen franquista residual subsistente. Una maniobra totalitaria que, como tal ya consumada, fue denunciada públicamente solo por García Trevijano.

 

         El 8 de setiembre, Adolfo Suárez convocó a una reunión con los Consejos Superiores de los tres ejércitos. Allí durante tres horas les expuso a generales y almirantes lo que ellos ya sabían es decir, las líneas maestras de la reforma política (del franquismo), sin hacer mención al PCE, un partido que todavía estaba fuera de la ley. Al terminar su exposición, mientras los asistentes tomaban un vino español, el jefe del Gobierno se acercó a un corrillo y uno de los generales le preguntó por la espinosa cuestión de la legalización del partido comunista. El presidente comentó que el partido liderado por Santiago Carrillo no sería legalizado, aunque omitió deliberadamente aclarar que no lo haría mientras se rigiera por los estatutos que tenía en ese momento. La ambigüedad logró su propósito: los altos mandos salieron encantados. Hasta tal punto que Mateo Prada Canillas, capitán general de Burgos, proclamó a voz en grito: “¡Presidente, viva la madre que te parió!”.

 

         El 24 de enero de 1977 tuvo lugar lo que se conoce como la matanza de Atocha: un comando “autónomo” de ultraderecha entró en el despacho de abogados laboralistas perteneciente al sindicato de CC.OO y el P.C.E., en el centro de Madrid, asesinando a balazos a cinco de ellos y dejando a otros cuatro heridos. Al entierro asistieron más de cien mil personas y se convirtió en una multitudinaria manifestación, que transcurrió sin incidentes. Le siguieron importantes huelgas y muestras de solidaridad en todo el país, además de un paro general de trabajadores el día después del atentado.

 

         Quince días después, el Boletín oficial del Estado publicó las normas para la legalización de asociaciones políticas. Tras presentar la documentación requerida, el P.S.O.E. y el P.C. fueron legalizados el 9 de febrero. Así fue cómo la “Platajunta” se dividió en dos sectores: los colaboracionistas y los rupturistas. Los primeros representados inicialmente por los democristianos de Joaquín Ruíz Giménez Cortés, el P.S.O.E. “renovado” del todavía desconocido Felipe González Márquez —quien acabó muy rápidamente dejando en papel mojado aquél “manifiesto” de la “Plataforma”— y el P.S.P. de Enrique Tierno Galván[3]. Ninguno de estos personajes ni sus partidos, se habían distinguido por su lucha consecuentemente democrática contra el franquismo. En cuanto al P.C., durante el IXº Congreso celebrado en 1978, abjuró del leninismo y pasó a definirse como “marxista revolucionario”, abriendo un proceso de ruptura interna que acabaría en 1983 con la división entre los soviéticos leninistas, los “carrillistas” y los renovadores.

 

         El sector ultra-minoritario al interior de la “Platajunta”, estuvo liderado por el grupo de García Trevijano, el Partido del Trabajo (P.S.T.), la “Liga Comunista Revolucionaria” (L.C.R.) y la “Organización Revolucionaria de Trabajadores” (O.R.T.). Todos ellos siguieron firmemente adheridos al principio político de la ruptura radical con el pasado totalitario falangista del franquismo.

 

         Juntos y de la mano con Adolfo Suárez, la oligarquía franquista y sus FF.AA., en el P.C. y el P.S.O.E. renovado triunfaron los colaboracionistas, quienes tiraron por la borda todas las reivindicaciones de su “Manifiesto” firmado un año antes. Si hoy a cualquiera de los Carrillo, Anguita, Llamazares, Cayo Lara, Bono, Ibarra, Corcuera, Leguina o Rubalcaba, se les recuerda el programa que sostuvieron en marzo de 1976, tuercen el semblante y miran para otro lado.     

        

         Desde setiembre de 1977, a la vanguardia del movimiento obrero español se había venido destacando el sindicato anarquista minoritario de la C.N.T., cuyo comité tomó ese mes la iniciativa de proponer a los Comités en Catalunya de U.G.T. y CC.OO., la formación de una mesa de análisis y discusión crítica conjunta de los “Pactos de la Moncloa”, que durante el gobierno de transición presidido por Adolfo Suárez, fueron firmados el 25 de octubre de 1977 por los principales partidos políticos con representación parlamentaria en el Congreso de los Diputados, apoyados por las asociaciones empresariales y las centrales de esos dos sindicatos mayoritarios.

        

         De estas jornadas que las delegaciones de los tres sindicatos en Catalunya  desarrollaron durante el mes de septiembre y octubre de 1977, surgió el acuerdo de convocar a una manifestación en contra de tales pactos, que tuvo lugar en Barcelona durante ese mismo mes de octubre, y en la cual participaron 400.000 trabajadores. Fue éste el primer y último acto unitario del Movimiento Obrero durante toda la Transición a la “democracia”, orientado contra las decisiones dictadas al Gobierno de Suárez por la Trilateral capitalista mundial, como requisito indispensable para el futuro ingreso de España a la UE. 

 

         Y la gravedad del asunto no estribaba en el radicalismo de la C.N.T., porque dado su insignificante peso social relativo, lo que esta organización pudiera hacer por sí misma no suponía ningún peligro político para el proyecto de la burguesía representada por el gobierno provisional de Suárez. Pero el caso era que la C.N.T. había conseguido que su razón política necesaria gravitara sobre las secciones catalanas de U.G.T. y CC.OO, haciendo posible que esa cualidad reivindicativa suya se trocara en cantidad de obreros movilizados, superando las limitaciones ideológicas y organizativas de las direcciones sindicales en esa parte de España. Y ante la manifestación de 400.000 personas recorriendo las calles de Barcelona, saltó la alarma entre la patronal, temerosa de que lo ocurrido en Catalunya se extendiera por el resto del país como una mancha de aceite. Fue entonces cuando la partidocracia burguesa —a derecha e izquierda del arco parlamentario nacional— se puso a temblar decidiendo cortar esta movida de ser necesario a sangre y fuego, utilizando todos los medios, incluidos los ilegales, como así ocurrió, para evitar que el Movimiento Obrero se rebelara unido a escala nacional contra el proyecto de la burguesía y del Gobierno en funciones.

 

         Así fue cómo lo primero que acordaron hacer los “demócratas” cerrando filas en torno al gobierno postfranquista de la Unión de Centro Democrático, liderada por Adolfo Suárez, fue aislar a la C.N.T. para conseguir que las disidentes cúpulas catalanas de U.G.T. y CC.OO. volvieran al redil de la transición políticamente pactada con el Régimen franquista por la partidocracia claudicante. Lo segundo, destruir a esa organización disidente lanzando contra ella a la Unidad Móvil de las Brigadas Político-sociales (BPS). Para ello se utilizó la infiltración de un confidente policial en un grupo de la Federación Anarquista Ibérica F.A.I., en Murcia —Joaquín Gambín—, quien había vendido a dicho grupo dos maletas de armas y explosivos, que, evidentemente, fueron descubiertas por la policía; este hecho fue vinculado a las 54 detenciones realizadas en Barcelona el 30 de enero de 1978, con lo cual la reunión de la FAI pudo ser juzgada como una conspiración terrorista de la C.N.T.

 

         En ocasión de la manifestación de la “Confederación Nacional del Trabajo (C.N.T.), la Unidad Móvil de las “Brigadas Político-Sociales” (B.P.S.) utilizó el mismo confidente, Joaquín Gambín, quien llegó a Barcelona 3 días antes de la manifestación que tuvo lugar el día 15 de enero de 1978, durante la cual se procedió a incendiar la sala de fiestas “SCALA”, situada en la esquina de la madrileña calle Consejo de Ciento y Paseo de San Juan, acción para la cual Gambín embarcó a cuatro jóvenes (tres de ellos menores de edad), afiliados a la “Confederación Nacional del Trabajo” (C.N.T.). En ese atentado murieron cuatro personas que trabajaban en el local: Ramón Egea, Juan López, Diego Montoro y Bernabé Bravo.

 

         Al fiscal del caso le pareció del todo normal que un delincuente común de cincuenta años, en busca y captura por varios juzgados, hubiera sentido de repente una irresistible atracción por las ideologías libertarias. Además, Gambín colaboró —siempre presuntamente— con los responsables directos del atentado, llevando a esos adolescentes por Barcelona en su coche, para enseñarles cómo fabricar cócteles molotov, dirigiéndoles de manera experimentada.

 

         Según declaraciones del mismo fiscal, a las pocas horas del incendio en ese local, la policía de Madrid ya sabía los nombres y demás señas de identidad de los autores, procediendo a comunicarlo a sus colegas de Barcelona, curiosamente omitiendo cualquier referencia al tal Gambín, más conocido en turbios ambientes como “El Grillo”. El entonces ministro de Gobernación (ahora se llama Interior) Rodolfo Martín Villa, presentó ante los medios de comunicación la detención del grupo anarcosindicalista (en poco más de 24 horas), como un verdadero triunfo de las fuerzas del orden contra la barbarie anarquista. Sin embargo, dirigentes confederales estaban seguros de que este apestoso asunto había sido un complot para acabar con la central sindical libertaria, que iba tomando fuerza ante el contubernio político-sindical que CCOO y UGT montaron con el gobierno de la UCD, en colaboración con el PSOE y el PC[4].

 

         Los condenados, José Cuevas, Javier Cañadas y Arturo Pa, en ningún momento aceptaron su participación directa en los hechos, aunque sí la preparación de los cócteles Molotov. Se han sentido manipulados y dirigidos por el confidente policial infiltrado entre ellos. El juicio oral, celebrado en diciembre de 1980, no pudo contar con el testimonio de Rodolfo Martín Villa —solicitado por las defensas de los acusados—, ni con la presencia de Joaquín Gambín, quien logró fugarse de la prisión de Elche en extrañas circunstancias.

 

         A pesar de que tenía varias órdenes judiciales de busca y captura, la policía no pudo dar con el paradero de "El Grillo", aunque sí lograron entrevistarlo —previo pago— varios periodistas, que localizaron al confidente en Rincón de Seca (Murcia). En el reportaje que apareció en una revista muy leída por entonces, Gambín dijo —entre otras cosas— que el comisario Escudero era su jefe directo. Escudero era un policía subordinado del comisario Roberto Conesa, por entonces mano derecha de Martín villa. También declaró que por sus trabajos de infiltración en la Confederación Nacional del Trabajo y/o por constituir el "Ejército Revolucionario de Ayuda al Trabajador" (ERAT), cobraba 45.000 pesetas mensuales. Este grupo dio varios atracos antes de caer en otra “extraordinariamente brillante” operación policial, cuando ya no se le necesitó. Por la delación del asunto de “La Scala”, Gambín cobró 100.000 pesetas de las de entonces.

 

         En diciembre de 1981, "El Grillo" fue detenido en Valencia tras un tiroteo. Declaró que se entregó harto de que la Brigada de Información de la Policía Nacional le hubiera abandonado a su triste suerte. La segunda vista por el caso “La Scala” se celebró en Barcelona en diciembre de 1983, con un solo acusado: Joaquín Gambín. La prensa llegó a decir que era la primera vez que se juzgaba en España a un confidente policial. Fue condenado a siete años por ir a una manifestación con armas y por preparar explosivos.

 

         La presión mediática sobre las fuerzas policiales subió de tono a raíz del juicio y de las alegaciones del indignado fiscal Del Toro, que fue incluso acusado de simpatizar con los anarquistas. Del Toro se defendió y llegó a escribir que, ante el escándalo judicial que representaba una vista pública sin "El Grillo" y sin Martín Villa, su problema fundamental estribaba en no cubrir de ridículo su carrera. Todo estaba cojo en este caso y por lo tanto era propicio a las más desaforadas imaginaciones.

 

         El periodista Luis Andrés Edo, de quien hemos recogido parte de lo que hasta aquí hemos dicho sobre este oscuro episodio de la transición a la “democracia” en España, agrega lo siguiente:

         <<Pero el hecho más escandaloso de este “agujero negro” que es el Caso Scala, no se limita a la utilización por la BPS (con la connivencia del Gobierno) de un agente provocador (que ha engañado a cuatro adolescentes). No, el tema desborda estas chapuzas de la acción policial.

         Efectivamente, el Juez que inició el Sumario del Caso Scala (pues el incendio de esta sala se ha convertido en “Caso”), requirió ese mismo día a un perito especializado en catástrofes de esta índole (un tal Sr. Villalba) la misión de recoger muestras del resto del incendio. El Sr. Villalba y su equipo de especialistas, se presentaron con la autorización del Juez el mismo día a recoger sus muestras (pues el Juez había decidido destruir al día siguiente las ruinas a que había quedado reducido el edificio tras el incendio).

El Sr. Villalba sometió las muestras recogidas a análisis de laboratorio, y el resultado es definitivo: ¡había fósforo!

Es decir, que los cócteles de gasolina han caído sobre un edificio que alguien había preparado con la acumulación de fósforo, para que pudiera arder en unos minutos.

Para más INRI, uno de los acusados, Xavier Cañadas, atestiguó públicamente, años más tarde, que en los primeros interrogatorios policiales observó que encima de una mesa había una carpeta con una indicación en letras mayúsculas: CASO SCALA, FÓSFORO.

Se trataba, sin ningún género de dudas, del informe del perito Sr. Villalba. 

Este hecho nuevo (la existencia de fósforo) explicaría que un informe del Fiscal General del Estado, Burón Barba, exigiera una investigación sobre la presunta participación de los Servicios de Seguridad del Estado en el incendio de la SCALA.

Resulta que ambos informes, el del Sr. Villalba como el del Fiscal General, desaparecieron del Sumario, no llegaron al Juicio Oral, celebrado en Barcelona tres años después, en diciembre de 1980.

Para que todo esto pudiera ser posible, no existe otra explicación: el que nos encontramos ante una operación de Alta Política de Estado, de alcance internacional, como es la de eliminar la movilización del Movimiento Obrero, peligro real contra la Reforma Pactada, decidida en el marco del “Mundialismo Capitalista”, lo que justificaba la ignominia montada por la BPS.

¿Por qué los Partidos de la llamada izquierda y sus propios Sindicatos miraban hacia otro lado, cuando a través del Caso Scala, el Gobierno y los mass-media machacaban a la C.N.T.?; ¿no se imaginaban (ingenuos todos ellos) que el Poder estaba neutralizando a todo el Movimiento Obrero, condición sine qua non para que el “Mundialismo Capitalista” accediera a que el PSOE alcanzara el Poder en 1982 y continuara metiendo el cerrojo a la movilización del Movimiento Obrero, ante las draconianas “reconversiones industriales” y privatizaciones exigidas para su ingreso en la Unión Europea?>> Luis Andrés Edo . Ver también:

 

         Efectivamente, Suárez fue un político pragmático. Tanto como lo sigue siendo el Rey, sus colegas líderes de los partidos que pactaron con el franquismo su participación en el mismo Estado español, así como los dirigentes sindicales de toda la vida, que mentirosamente todavía sostenienen haber trascendido al franquismo. Porque la verdad es que la España de hoy sigue siendo, esencialmente la misma cosa. La prueba está a la vista, en la identidad política de quienes pasaron por ser los “padres de la constitución democrática” vigente desde 1978. Han engendrado un régimen jurídico-político esencialmente atado y bien atado a la más rancia tradición totalitaria, que todavía campa por sus respetos con el mismo disfraz “democrático”, como en el resto del Mundo, desfilando por el trágico carnaval en que han convertido a la geografía humana de este país. Todos ellos supieron borrar pragmáticamente de sus conciencias, la muerte de los jóvenes José Luis Martínez y Emilio Montañés, ametrallados el 13 de noviembre de 1979 por las fuerzas del “orden público” durante una manifestación de estudiantes contra el Estatuto de los Trabajadores. Un crimen de Estado al mismo estilo de tantos otros, que la fiscalía del nuevo gobierno “democrático” decidió dejar impunes como parte del terror selectivo al que fue sometido el movimiento asalariado, para que cunda el pánico en sus bases sociales con fines de control político.   

 

         Todos los acontecimientos posteriores estuvieron condicionados por este pacto de Estado totalitario, por esta reconciliación entre las dos Españas, después de haber claudicado una de ellas, que comenzó a pudrirse por sus cabezas visibles, tal como les sucede a los pescados. Sólo así se explica el voto abrumadoramente mayoritario de una Constitución que consagró tal estado de cosas, cuya deriva ha convertido a la monarquía parlamentaria en lo que hoy ha llegado a ser, como sentenciara Lord Acton: un régimen corrupto y totalitario realmente representativo de una cada vez más irrisoria minoría social, en el que los tres poderes del Estado se confunden promiscuamente unos con otros. Como en la “Fiesta” de Serrat.

 

         En definitiva, una constitución antidemocrática y oligárquica, que en esa “fiesta de la democracia” fue votada y aprobada mayoritariamente por los españoles, la mayoría de ellos llevada muy alegremente de las narices por el engaño sistemático. Una traición a las ilusiones de millones, de quienes se dice que su voluntad electoral trajo a España la libertad política y la democracia, guiadas ambas supuestas virtudes cívicas por la mano mágica, de un no menos presunto hacedor de milagros llamado Adolfo Suárez González, que en paz descanse.

 

         El resultado de esta transición totalitaria y criminal pactada, está hoy a la vista. Ahí se ve por las calles el sufrimiento de esas mayorías electorales silenciosas, empitonadas por la crisis más profunda de la historia, cuyo error sigue siendo echarle la culpa al toro. Según la serie televisiva encarnada en su primer papel por el actor Paco Rabal, se le atribuye al torero José Álvarez “Juncal”, el genial arrebato de lucidez y sinceridad que le llevó a  sentenciar:

<<¡Er toro no tiene la curpa de na. Er toro sale de lo shiquero pa’cornea”. La curpa eh der torero!>>

 

         El fatal error político de esas mayorías silenciosas que siempre acaban pagando el pato de todos los males en esta sociedad, ha venido siendo el acto propio de no querer saber nada o casi nada de política; negarse a torear poniéndose frente a los cuernos del sistema y acabar con él cuanto antes de una sola estocada. Es más cómodo delegar esa responsabilidad, una y otra vez en otros, en quienes no hacen más que montarse a lomos del toro. Como en los versos de Serrat, sumándose a la “fiesta democrática” de los comicios periódicos, donde parece que todos somos iguales en virtud de que cada elector vale un voto. Pero luego de pasada la fugaz borrachera, “vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas”, ¿no?  

 

03. En torno al misterio del “Elefante Blanco” en la cacharrería del 23F. 

 

         El pasado jueves 03 de abril, la Editorial Planeta publicó el último libro escrito por Pilar Urbano que tituló: “La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar”. Según su relato elaborado sobre los supuestos datos que aporta la escritora y periodista, para Suárez el padre del 23F fue el Rey. Para nosotros, este no deja de ser uno más, entre los tantos recursos sensacionalistas al chivo expiatorio, como en cualquier ceremonia litúrgico-religiosa de la confusión. Porque aquél malogrado acto subversivo, tuvo su causa en un proceso más amplio objetivamente determinado, es decir, que no sucedió por decisión exclusiva de ninguna mano negra, individual o colectiva.

 

         Lo que realmente importa conocer de todo acto político, no es quien lo personifica, sino la causa objetiva fundamental que lo genera. Una causa que no reside en ningún sujeto particular o grupo de individuos, sino en determinada realidad económico-social que predispone a ese tipo de actos, según el lugar que ocupan tales sujetos en esa realidad. Un contexto que, incluso, crea las condiciones para que tales actos políticos lleguen a ejecutarse.

 

         En este sentido, conocer el móvil particular subjetivo, la finalidad perseguida, quién o quiénes planifican la acción y quién o quienes trasmiten la orden, todo esto, a los fines de la justicia social, es lo de menos. Y ya ni que decir tiene, el saber quiénes son sus ejecutores directos.

 

         Éstos últimos son problemas morales, policiales y judiciales, cuya resolución hace al comportamiento individual de los sujetos, y que competen a la policía y a los jueces del sistema. Pero que nada tienen que ver con su verdadera causa. En el caso tratado en este apartado, así es como abordó Pilar Urbano el fallido golpe del 23F: como un problema moral, policial y judicial. Y así es como se vio inducida a resolverlo según el siguiente interrogante: ¿fue el Rey o no fue el Rey? Un problema que, puesto en relación con los problemas sociales, es absolutamente subalterno.  

 

         ¿Por qué la “justicia” del capitalismo invierte la prelación en los términos de la relación individuo-sociedad? ¿Por qué en esa relación hace hincapié en el comportamiento de los individuos? ¿Por qué suele sistemáticamente disolver a la sociedad como un todo orgánico, en su parte más elemental? Sencillamente para ocultar el principio metodológico-científico que conduce a la verdad, según el cual, el comportamiento de las partes no se puede explicar sin el esencial funcionamiento del todo. Que el todo hace funcionalmente a cada una de sus partes y no al revés. Que el individuo es y se siente inducido a comportarse, normalmente, según la naturaleza y el principio activo, que hace a la funcionalidad del cuerpo social orgánico al cual pertenece.

 

         ¿Qué sucede cuando sólo interesa ocuparse del comportamiento delictivo de los individuos? Que las causas fundamentales condicionantes de que actos similares puedan reproducirse, persisten. ¿Y por qué a la “ciencia” y la “justicia” del sistema capitalista, les interesa ocuparse exclusivamente de los actos individuales, despreocupándose por completo de las causas sociales fundamentales? Pues, porque esas causas están en la naturaleza del sistema de vida imperante, que sólo usufructúa una irrisoria minoría social y que, bajo el capitalismo, es la clase propietaria del capital en funciones, actuando en colaboración formal objetiva con políticos, jueces,  militares y demás privilegiados personeros a su servicio.  

 

         ¿Qué importancia tiene para los fines de la justicia social y qué cambia en lo fundamental, pues, discutir en este caso acerca de si el “Elefante blanco del 23F” fue o no fue el Rey Juan Carlos? Lo único que se puede sacar en limpio de esta discusión, es que Pilar Urbano y la Editorial Planeta, forman parte de la industria capitalista del entretenimiento y con ello se ganan la vida. Lo mismo cabe decir de Juan Carlos de Borbón y Borbón, que aun ya muy vapuleado sigue haciendo caja en toda esta farsa —una más esta vez sin él quererlo—, actuando como figurante regio forzado por las mismas causas sistémicas fundamentales.

 

         Mientras tanto, al fondo y muy al fondo, convenientemente oculta bajo la ignominia de sucesos como éste que brillan sobre la epidermis del sistema, incluso muy por debajo de lo que se nos muestra sobre la tragedia de las mayorías sociales, enterrada por un cúmulo de mierda ideológica, permanece todavía la verdad sobre ese todo orgánico del capitalismo, sin poder salir a la luz. De tal modo sustraída al conocimiento de esas mayorías sobre su propia realidad.

 

         Así es cómo la historia del capitalismo desde la Revolución Francesa se ha venido repitiendo. ¿Por qué? Nosotros proponemos contestar a este interrogante, modificando el aforismo de Nicolás Avellaneda para darle un contenido más concreto, explícito e ilustrativo: “Los pueblos explotados y oprimidos que ignoran la verdad de su propia realidad, están condenados históricamente a repetirla”. Pero como el tiempo no pasa en vano y tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe, la historia se repite hasta que:

<<Hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: demuestra con hechos lo que eres capaz de hacer>>. (K. Marx: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” Cap. I Ed. Ariel/ 1982 Pp. 16-17)

 

         Entonces, inaugura otro período de desarrollo humano superior. Tal como así se ha podido confirmar desde los tiempos del modo de producción asiático hasta hoy, pasando por el esclavismo y el feudalismo. Esta es la verdad de la historia. La “teoría del eterno retorno de lo mismo” es una tontería mística de Friedrich Nietzsche, tan insensata y peregrina como ha dicho que la concibió, un día para él providencial contemplando una piedra. Como bien dijera Epicuro: “Todo lo que nace merece perecer”.

 



[1] La diferencia entre el significado de los vocablos “entender” y “comprender”, supone distinguir entre la filosofía de Kant y la de Hegel. Según Kant, el ser humano está privado no sólo de concebir y crear la esencia de las cosas, sino incluso conceptualizarla. Puede entender pero no comprender la realidad, apoderarse con el pensamiento de su esencia, de lo que es verdaderamente. Por eso Hegel concluyó en que el kantismo no pasó de ser una filosofía de la reflexión y del entendimiento. Para Kant, la filosofía consiste en la simple y ordenada descripción a través del intelecto, de las cosas tal y como se ofrecen a los cinco sentidos del sujeto humano. En esto consiste el gesto de entender, un acto reflejo y, por tanto, pasivo del pensamiento, como si fuera un recipiente donde las sensaciones dimanantes de los objetos se depositan en cada sujeto, tanto como para poder llegar a discernir que son distintos, pero no en qué y por qué difieren, su carácter distintivo, lo que son objetivamente, su esencia. Para Kant, pues, el pensamiento no puede descubrir lo que hay de verdad debajo de lo que las cosas parecen ser. Sólo puede saber lo que cada sujeto percibe de ellas a través de los sentidos. Según el gusto, por ejemplo. Por lo tanto, el límite del pensamiento humano es la sensibilidad, de modo que la verdad de cada objeto resulta ser relativa y abstracta, es decir, no absoluta ni concreta ni de validez universal, o sea, acientífica. Pasa por ser la verdad de cada cual según la percibe —y le parece— de ella, directamente a través de los cinco sentidos:

<<La reflexión del entendimiento —dice Hegel— pone de relieve lo abstracto, lo vacío, y lo afirma contra lo (objetivamente) verdadero. Llega antes a determinar hasta qué punto se oponen las cosas diferentes unas de otras y de qué manera pueden ser comprendidas como incompatibles unas con otras>> (G. W. F. Hegel: “Introducción a la historia de la filosofía” Ed. Sarpe/1983 Pp. 54-55. Lo entre paréntesis nuestro)  <<A partir del malentendido de que la insuficiencia de las categorías para alcanzar la verdad, comporta la imposibilidad del conocimiento objetivo, se concluye la justificación del hablar y condenar desde el sentimiento y desde la opinión subjetiva (que no de la certeza científica)>>. (G. W. F. Hegel: “Enciclopedia de las ciencias filosóficas” Alianza Editorial/1999 Pp. 62. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro)

[2] Estas posiciones, a principios de 1976, para el “PSOE renovado” todavía seguían siendo válidas, como una reminiscencia de lo que sus dirigentes habían proclamado triunfalmente durante su clandestino Congreso de Suresnes, celebrado en el exilio corriendo el año1974.

[3] Dos años antes, en 1974, durante el congreso de Surenses, se produjo la división del partido en dos: los renovados que eligieron como líder a Felipe González (antiguo miembro de las franquistas Juventudes de Acción Católica), y los históricos que rechazaron la validez de la elección y continuaron con Rodolfo Llopis como líder del partido

[4] Rodolfo Martín Villa empezó su carrera política en el régimen franquista, como Jefe nacional del falangista Sindicato Español Universitario. De ahí saltó a ser Presidente del Sindicato de Papel, Prensa y Artes Gráficas. Luego pasó a desempeñarse como Delegado provincial de Sindicatos en Barcelona y como Director general de Industrias Textiles del Ministerio de Industria. En noviembre de 1969 fue nombrado secretario general de la Organización Sindical, y en 1974, gobernador civil y jefe provincial del Movimiento falangista en Barcelona. El 11 de diciembre de 1975 pasó a ser Ministro de Relaciones Sindicales. Finalmente, como procurador general en la Cortes,  participó en las Legislaturas VII, VIII, IX y X. Su currículum en la etapa “democrática” es tan amplio, que, explicarlo en todos sus detalles, exigiría un ensayo sobre la entomología política en su variedad protozoaria del tipo de los esporozoos intraestatales, especie de la que este sujeto es de lo más paradigmático.