Introducción

<<Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal, se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa>> (K. Marx: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”)

La palabra farsa es sinónimo de parodia, que nosotros escogimos para catalogar el golpe del 23 de febrero de 1981 contra el gobierno de Suárez elegido democráticamente. [1] El vocablo “farsa” tiene una significación biunívoca; por un lado significa comedia, melodrama, sainete, pantomima, bufonada, payasada, etc.; pero, por otra parte también significa fingimiento, simulación, doblez, engaño, falsedad, estratagema, etc. Todo esto fue el 23F, confirmando la aguda observación de Marx acerca de la historia antigua y moderna en la línea de desarrollo típica de la sociedad occidental.

Para llegar a semejante conclusión —que completa con toda certidumbre el citado aforismo de Hegel— al analizar las formas políticas en la transición del  feudalismo al capitalismo en Francia, Marx debió confrontar los hechos de dos distintos períodos, que culminó con la constitución de la burguesía como clase dominante en ese país. El primero, bajo la forma de heroica tragedia protagonizada por el movimiento jacobino, entre 1793 y 1795; el segundo —que Marx califica de farsa burguesa aunque teñida de sangre obrera—, entre febrero de 1848 y diciembre de 1851. [2] Y lo hizo muy especialmente para comparar la distinta idiosincrasia política de Napoleón Bonaparte respecto de su sobrino Luis, distinción determinada por las diversas condiciones políticas de la lucha de clases y sus antecedentes históricos en uno y otro momento del proceso, que son las que acrisolan el respectivo comportamiento político y temperamento personal de quienes en cada momento hacen la historia desde la cúspide o dirección burocrática de un movimiento:

<<Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo condiciones directamente dadas y heredadas del pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.>> (K. Marx: Op. Cit.)

Todo progreso histórico —social y personal— consiste en trascender las circunstancias condicionantes del pasado, previa toma de conciencia de las contradicciones contenidas en tales condiciones, que son las que, en cada momento, señalan el camino a seguir. Para esto nos hemos tomado el trabajo de elaborar el nada enjundioso ni original resumen ya publicado en parte, sobre los acontecimientos que estuvieron en la génesis histórica de las Asambleas Nacionales Constituyentes. http://www.nodo50.org/gpm/constituyente/00.htm

 ¿Por qué lo hemos hecho? Porque esa consigna burguesa tradicional, efectivamente “todavía oprime como una pesadilla” el cerebro de no pocos que se autoproclaman vanguardia revolucionaria del proletariado. ¿Para qué lo hemos hecho? Para demostrar que esa consigna, tanto como la propuesta del propio “Manifiesto Comunista” en orden a que el proletariado se comporte como un auxiliar político de la burguesía, son propuestas que dieron sentido a las luchas proletarias bajo condiciones que determinaron su quehacer histórico inmediatamente antes de las nuevas y distintas condiciones determinadas por la experiencia y el resultado de las luchas obreras durante la revolución europea de 1848. Ver: http://www.nodo50.org/gpm/constituyente/06.htm y http://www.nodo50.org/gpm/frentes/todo.htm

 A partir, pues, del análisis de Marx sobre el resultado de esa tragedia —y toda tragedia supone al menos un error trágico— Marx y Engels entendieron que las consignas de la Constituyente y del frente popular dirigido por la pequeñoburguesía —tal como lo habían propuesto en el “Manifiesto” ya eran erróneas, dado que habían sido superadas por el criterio de la práctica válido sólo para la orientación política táctica, convirtiéndose a partir de entonces en tópicos o lugares comunes despojados de toda necesidad y actualidad política en la lucha del proletariado.

Concluyeron, por tanto, en la necesidad de reemplazar esa táctica por otra, consistente en la construcción del partido político orgánicamente independiente del proletariado revolucionario, con la finalidad de educar y dirigir al resto de la clase o proletariado espontáneo, en la tarea de que sea él quien deba hegemonizar la lucha con los campesinos pobres y la pequeñoburguesía urbana contra la burguesía, para la toma del poder por el bloque histórico obrero-campesino de poder, dirigido por el partido obrero revolucionario, única garantía de implantar la república social, es decir, la dictadura obrera y campesina sobre la burguesía en su conjunto y los residuos de la reacción feudal. Sólo este cambio en la táctica y la estrategia de poder respecto de los planteos hechos en el “Manifiesto”, explica que a fines de 1850 Marx definiera la función política de la Asamblea Constituyente ante un proletariado consciente, tras comprobar que había excluido de ella al grueso del pueblo trabajador todavía no consciente de esa situación. Del análisis de esta experiencia —especialmente del comportamiento de la burguesía en este período de la lucha de clases en Francia— que determinó las nuevas condiciones determinadas por el dominio absoluto del conjunto de la burguesía francesa sobre el nuevo Estado republicano capitalista puro, Marx y Engels tomaron conciencia de que, en el futuro, el compromiso del proletariado revolucionario pasaba por la tarea de que el proletariado espontáneo de todo el Mundo tomara conciencia del objetivo significado revolucionario que el proletariado francés imprimió a su acción política el 13 de junio sin ser consciente de ello, lo cual, en parte explica su derrota. Precisamente porque su lucha junto a la burguesía contra el enemigo común feudal estuvo presidida por el imposible propósito de hacerse un lugar político propio en la república resultante de la victoria. Pero la ley del valor no casaba con que la burguesía formara parte —en condominio con campesinos y obreros— de la república social, sino que exigía el dominio absoluto de la república burguesa pura sobre esas clases subalternas. Tal fue el contenido de la confrontación durante aquél 13 de junio que se saldó con la derrota sangrienta del proletariado de París que inspiró estas palabras de Marx:

<<Sólo empapada en la sangre de los insurrectos de junio ha podido la bandera tricolor transformarse en la bandera de la revolución europea, en la bandera roja.

Y Nosotros exclamamos: ¡La revolución ha muerto! ¡Viva la revolución!>> (K. Marx: “Las luchas de clases en Francia” Cap. I

¿Por qué habiendo muerto en París, la revolución proletaria seguía viva? Porque con esa derrota y la constitución de la dictadura burguesa, había nacido ante la conciencia universal la evidencia de las condiciones objetivas para que el proletariado revolucionario procediera a cambiar el tópico en que se había convertido la consigna de la Constituyente para la formación de la república social, por la consigna de la dictadura del proletariado apoyada por la pequeñoburguesía.

  <<La Asamblea Constituyente se parecía a aquél funcionario chileno que con la ayuda de una medición catastral, se empeñaba en fijar los límites de la propiedad territorial en el preciso instante en que los ruidos subterráneos (de las clases sociales expulsadas de ella) habían anunciado la erupción volcánica que había de hacer saltar el suelo (sobre el que se había erigido la Constituyente) bajo sus mismos pies. Mientras en teoría la Asamblea trazaba con compás las formas (políticas “democráticas”) en que habría de expresarse republicanamente la dominación de la burguesía, en la práctica (ante las demandas democráticas obreras) sólo se imponía por la negación de todas las fórmulas, por la violencia sin más, por el estado de sitio>>. (K. Marx: Op. Cit. Cap. II)

 Los asalariados en lucha, en general dirigidos por el reformismo burgués desde los sucesos de 1848 hasta hoy, han tenido harta experiencia en esto de los “estados de sitio”. Sin embargo, a esos dirigentes oportunistas, quienes siguen instalados en esa sola idea del “Manifiesto” para justificar el haberse convertido ellos mismos en valiosos auxiliares de la burguesía frente al proletariado, jamás han podido coincidir con Marx —a quien solo le bastó esa experiencia—, para comprender que la figura jurídico-política del “estado de sitio” es “la negación de todas las fórmulas” políticas democráticas, y para prever que, a partir de esa circunstancia de la que él dejó fiel testimonio, en todas las que le sucedieron —más o menos similares a esa de 1848— la burguesía respondió en todo el Mundo de la misma forma violenta y despótica frente a las necesidades materiales y políticas manifiestas del proletariado, necesidades cuya realización —quién puede negarlo— constituye el contenido más genuino de la libertad y que ella, la burguesía, por necesidad de conservar su libertad como clase explotadora, les negó y les seguirá negando, como así se ha comprobado invariablemente hasta hoy, demostrando que sólo es capaz de dominar por la mentira de la farsa burlesca, el fraude y el chantaje de la violencia.

Recuérdese que los obreros franceses reclamaron “para sí” al Gobierno provisional, es decir, como simple clase subalterna frente a la burguesía dentro del futuro gobierno salido de la Constituyente, un ministerio de trabajo, a fin de “procurar trabajo a todos los ciudadanos, etc.”, es decir, pan y libertad. Esos obreros, “que habían hecho la revolución de Febrero conjuntamente con la burguesía; al lado de la burguesía —y sin cuya decidida participación nada de lo que se logró hubiera sido posible— querían también sacar a flote sus intereses”, ¿tenían o no derecho a ello? Estas dos cuestiones fueron las que estuvieron en el centro de la lucha política que la burguesía resolvió por la violencia y la aplicación del Estado de sitio, cuando los obreros fueron a reclamar ese lugar que, con sus luchas en febrero contra la monarquía de Luis Felipe, le habían arrancado al gobierno provisional resultante. [4]

 Y es que, plantear estas cosas a los reformistas es como hablar de la soga en casa del ahorcado. Por eso es que han acabado por mutilar el pensamiento de Benjamín Disraeli —para quien “la política es el arte de hacer posible lo necesario”— definiéndola simplemente como “el arte de lo posible”. [5] ¿Posible para quién? Para la burguesía. La libertad del proletariado en la sociedad capitalista, siempre fue, pues, la “libertad” subyugada de sus explotadores. Haber pretendido ir sólo un poco más allá de esos límites, aunque más no fuera por necesidad de sobrevivir, siempre ha desatado las más violentas furias de la burguesía. Y en esto los reformistas, de un modo u otro le han hecho el juego a la reacción. En síntesis, que los reformistas no han sabido nunca lo que es la política entendida por Marx como la ciencia y el arte del poder obrero en la sociedad moderna. Ellos sólo saben que la política como “arte de lo posible” consiste en adoctrinar a los asalariados para que no intenten sacar jamás los pies del tiesto capitalista. A cambio de ese valioso servicio como eficientes auxiliares de la burguesía, se venden barato aceptando cualquier acomodo con el relativo confort que se les permita en el aparato de Estado burgués, y “a vivir que son dos días”.   

Por eso es que del “Manifiesto Comunista” sólo rescatan sacando convenientemente de su contexto lo que propone en su capítulo IV, especialmente para el caso de Alemania —el más atrasado de Europa, sometido aun al dominio político de la aristocracia en aquella época— donde dice textualmente que:

<<En Alemania, el Partido Comunista lucha al lado de la burguesía, en tanto que esta actúa revolucionariamente contra la monarquía absoluta, la propiedad territorial feudal y la pequeñoburguesía reaccionaria.>> (Op. Cit)

 De este razonamiento reformista burgués incontrovertible tras el resultado de la revolución europea de 1848, es necesario sacar la siguiente conclusión: que si los reformistas han seguido esgrimiendo hasta hoy esos tópicos del “Manifiesto Comunista” es para poder venir interpretando el papel político principal en la farsa de los frentes policlasistas dirigidos por la pequeñoburguesía, asociada a esa otra parodia comprendida en la consigna de Asamblea Nacional Constituyente que, de hecho,  siguen aconsejando al proletariado que la reclame, nada más que para sacarle al capitalismo las patatas del fuego durante cada crisis de Estado en su etapa tardía.

Y eso ha sido gracias a la sencilla estratagema de todos estos sicofantes de la izquierda burguesa, consistente en aislar ese pasaje del “Manifiesto”, de la enseñanza en contrario derivada de los sucesos de 1848 en Europa, es decir, de la propia experiencia de Marx y Engels inmersos en ella, y de sus conclusiones en medio del desarrollo de los acontecimientos y a posteriori de ellos.

Resulta que estas gentes, que hablan tanto de la práctica política como criterio de verdad absoluta para sacarse de encima la molesta teoría revolucionaria que les contradice a cada paso, son los que, para justificarse en su práctica política contrarrevolucionaria, apelan a los tópicos políticos del “Manifiesto Comunista” pero dan la espalda no sólo a los resultados de su propia practica social, sino a las exigencias políticas que se desprenden con todo rigor científico de esa misma obra en el terreno de la teoría económico-social, y que siguen teniendo plena vigencia como guía fundamental para la acción política.

Volviendo al significado del texto que aparece como epígrafe de este escrito, Marx efectivamente distinguió los períodos históricos de la sociedad clasista y las clases dominantes que los protagonizan, entre revolucionarios y decadentes, según sean representados respectivamente como tragedia o como farsa. Pero según lo expresa en el pasaje citado, tal parece que la segunda vez fuera la última, como si con ese embuste protagonizado por Luis Bonaparte, la burguesía hubiera colmado su capacidad para engañar y los explotados su paciencia para seguirles tolerando. Pero está visto que no ha sido así, y que, desde entonces, los burgueses han podido trasladar estos actos del género literario burlesco al escenario político en numerosas ocasiones. Y uno de esos actos es la Asamblea Nacional Constituyente.

Si Marx señaló esta treta que la burguesía pudo ensayar en 1851, lo hizo, precisamente, para alumbrar en la conciencia proletaria de su tiempo, la perspectiva política heroica por la que necesariamente deberán pasar, lo quieran o no, actitud que supone dar al traste con todos los tópicos del pasado. Una perspectiva que, a esa generación de asalariados —y desde entonces a las que les sucedieron— les hubiera permitido superar políticamente las condiciones económicas y sociales del por entonces ya cada vez más estrecho horizonte del capitalismo desde la cada vez más necesaria perspectiva de emancipación política del proletariado, que es como decir desde la perspectiva de la humanidad.  

Pero esa perspectiva de futuro estuvo —y sigue estando— velada en la conciencia obrera por los tópicos políticos del pasado burgués, como la consigna de Asamblea Constituyente, un lugar común, una farsa o parodia entre otras con que los reformistas han venido acompañando a la burguesía internacional en todos los escenarios políticos del Planeta en momentos de crisis revolucionaria, contribuyendo no menos falsariamente, en nombre de Marx, a que la burguesía haya podido venir superando políticamente sus cada vez más catastróficas e insolubles contradicciones económicas, hasta llegar intacta como clase dominante a su etapa tardía tras la indescriptible barbarie de dos guerras mundiales e innumerables guerras “de baja intensidad”.

La diferencia que media entre la tragedia francesa de fines del siglo XVIII y la farsa de mediados del siglo XIX, está en que la primera (1793-1795) destrozó y barrió efectivamente la base material del feudalismo, sobre la que se había erigido la superestructura política de la monarquía absoluta en Francia, en tanto que el período de la lucha de clases entre febrero de 1848 y diciembre de 1851, dejó intangible el poder de la burguesía ya constituida como clase dominante.

En su “18 Brumario de Luis Bonaparte”, Marx se encargó de demostrar que este período de la revolución burguesa en Francia fue una farsa, como farsantes demostraron ser sus protagonistas políticos principales, tanto los representantes de las dos fracciones de la burguesía propiamente dicha, como los líderes obreros que actuaron como si representaran sus intereses. ¿Por qué se dio esta paradoja? Porque en lugar de bregar por el liderazgo político del proletariado en bloque histórico de poder con el campesinado pobre, los jefes políticos socialistas al estilo de Louis Blanc y Ledrú Rollin, convirtieron la tragedia en parodia consiguiendo enfeudar el movimiento campesino a la burguesía industrial, aislando políticamente al proletariado cuyos líderes verdaderamente revolucionarios fueron detenidos y “pasados a cuchillo”.

Esos líderes socialistas y burgueses moderados no pudieron comprender que, a través del sistema bancario en poder de la Casa de Orleans, del crédito que permite explotar más al proletariado, la burguesía industrial estaba íntimamente vinculada con la oligarquía financiera. Más porque el crédito bancario extiende la explotación del trabajo asalariado más allá de los límites del capital en manos de la propia burguesía industrial. En cuanto a los pequeños propietarios rurales y urbanos que rompieron su alianza con el proletariado para actuar como apéndice político de la burguesía industrial, tampoco comprendieron que la fracción financiera de esa alianza capitalista acabaría por expropiar a buena parte de ellos en el curso de sucesivas depresiones cíclicas, favoreciendo la concentración de la propiedad territorial y urbana a instancias del crédito hipotecario, al tiempo que los campesinos arruinados irían a formar parte del proletariado adicional necesario en la industria urbana expandida por el crédito, y muy pronto a sufrir su propia tragedia engrosando las filas de parados, y a presionar sobre los empleados en épocas de crisis para obligarles sin remedio a trabajar más por menos.

¿Por qué hubo de suceder todo esto? Porque en lugar de bregar por el liderazgo político del proletariado en bloque histórico de poder con el campesinado pobre, los jefes políticos socialistas como Luis Blanco y Ledrú Rollin en 1848, convirtieron la heroica tragedia de 1792 en parodia, decidiendo enfeudar el movimiento agrario a la burguesía industrial, aislando políticamente al proletariado cuyos líderes verdaderamente revolucionarios fueron detenidos. No pudieron comprender que, a través del crédito que permite explotar más y mejor al proletariado, la burguesía industrial estaba íntimamente vinculada con la oligarquía financiera.

El velo de clase burguesa todavía en lucha contra los residuos políticos feudales, obnubiló la conciencia de esos líderes políticos obreros, a quienes sería completamente injusto acusar de oportunistas, dado que la teoría que permitía arrancar ese velo burgués de la conciencia popular colectiva recién había lanzado al mundo sus primeros esbozos, aunque sólo eso hubiera servido. Así, incapaces de ver con claridad semejantes condiciones políticas en ciernes, nublada su inteligencia política creadora de nuevas condiciones históricas superadoras, esos líderes fueron inevitablemente devorados por el espíritu de la comedia política burguesa en que ellos, a su vez, acabaron enredando a las clases subalternas de campesinos y buena parte de asalariados. Esa comedia consistió en el “como sí” del rey Luis Felipe en la monarquía parlamentaria de 1830, sólo que quien ahora delegaba su “soberanía” en el poder efectivo que ejerce otro a nombre suyo ya no es el rey sino el “pueblo” en la persona de sus representantes, los políticos burgueses, de tal modo que a la monarquía parlamentaria sólo le pudo suceder la república burguesa, donde el dominio económico y político no era ejercido ya por una fracción de la burguesía sino por la burguesía en su conjunto y para eso sirvió la Asamblea Constituyente, como así fue…:

<<…es decir, que si (hasta enero de1848) en nombre del rey había dominado una parte reducida de la burguesía  (la oligarquía financiera) ahora dominará la totalidad de la burguesía en nombre del pueblo (o sea, la alianza entre la burguesía financiera y la burguesía industrial en perjuicio del proletariado y la pequeñoburguesía urbana y rural>> (K. Marx: El 18 Brumario de Luis Bonaparte” Cap. I Lo entre paréntesis es nuestro)

El “pueblo” pudo sentirse eufórico porque había reemplazado al rey como soberano político, aunque, de hecho, el ejercicio efectivo de esa soberanía recayó sobre los intelectuales orgánicos de la burguesía. Hecha la ley, hecha la trampa en que consiste toda farsa burlesca. Así, en lugar de protagonizar el género trágico y épico que exige toda lucha efectivamente revolucionaria creadora de nuevas condiciones históricas —en este caso el alumbramiento de la república social proletario-campesina que no la república puramente burguesa, para lo cual estaban dadas todas las condiciones materiales—, el pueblo francés se quedó en parodiar todo aquello, con sus dirigentes metidos bajo el ala burguesa liberal, convirtiendo la lucha por sus propios fines en una caricatura o imitación burlesca de la revolución acaecida entre 1793 y 1795, haciendo de contrapunto o de “como sí” en el presente, del hacer revolucionario de un pasado que en las condiciones de 1844 había perdido toda razón de ser desde el punto de vista de los intereses históricos del proletariado, limitándose a hacer seguidismo del contubernio entre la burguesía industrial y la oligarquía financiera.  

Para Marx, pues, el género de la tragedia histórica en la historia moderna, se verificó en el período de la lucha de clases cuyas condiciones económicas tendieron a la creación de una voluntad e inteligencia políticas que cuajaron en los protagonistas de la primera república francesa bajo la dirección del movimiento jacobino. Una vez que la burguesía toma el poder y de revolucionaria pasa a ser una clase conservadora o reaccionaria, los géneros literarios de la épica y la tragedia dejan de tenerle por protagonista principal y, por tanto, no le pertenecen. Pasan a manos del proletariado como clase revolucionaria fundamental en la sociedad moderna. [6]

A partir de este momento, cualquier tragedia colectiva por motivaciones políticas, cuyas víctimas y sufrimiento recae mayormente sobre la clase obrera, para la burguesía, aunque lo viva dramáticamente desde el punto de vista psicológico por afectación propia o ajena, todo eso sólo puede ser farsa o parodia. ¿Por qué? Pues, porque los vencedores en las pugnas interburguesas por intereses particulares o de fracción política, de rapiña entre ellos, tanto como en su lucha contra el proletariado por la defensa de sus intereses generales —¿de qué otro tipo pueden ser?—, siempre se justifican invocando los valores fundacionales del capitalismo encarnados por los burgueses en conjunto. Sea la “libertad”, la “democracia”, la “tolerancia”, la “solidaridad”, etc., etc., todos esos valores sólo se evocan para ocultar las verdaderas motivaciones de esas reyertas que nada tienen que ver con su reiterada proclamación. En esto consiste la farsa o parodia que, en esencia, caracteriza todos los actos políticos burgueses, sean de mayor o menor repercusión dentro de su mismo sistema de vida.

Y el caso es que, según progresa la acumulación de capital —que constituye el fundamento y propensión esencial de la sociedad burguesa— las contradicciones entre las fuerzas productivas encarnadas por los explotados y las relaciones de producción a cargo de la burguesía, el proletariado se ve impulsado a protagonizar un proceso necesariamente interrumpido de luchas que, salvo contadas excepciones, con su invariable contrabando ideológico la literatura y el arte han venido ignorando, pero que no por eso han dejado de entrar por sí mismas en el más puro género de la épica y de la tragedia, como es el caso de la Comuna de París y la lucha de los Consejos obreros en Alemania durante la revolución europea de 1918, así como la única experiencia de lucha obrera triunfante verdaderamente revolucionaria que protagonizó el proletariado ruso entre 1917 y 1924.

Pero una cosa es la manifestación de las luchas políticas, del proletariado, otra la manifestación de las condiciones económicas y sociales que, en última instancia determinan el estallido de esas luchas, y otra —distinta de las dos anteriores— la puesta negro sobre blanco de las condiciones económico-sociales manifiestas como medio teórico o ideológico para el alumbramiento de la conciencia revolucionaria y como guía de la consecuente acción política efectivamente transformadora.

Pues bien, la primera manifestación de las condiciones económico-sociales que marcaron el principio histórico de la decadencia capitalista, tuvo lugar en Europa durante la primea gran crisis general del sistema, en 1825, que el “Manifiesto Comunista” describió como la “destrucción sistemática” no sólo de “una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de “las mismas fuerzas productivas ya creadas” bajo la forma de capital y de asalariados que dejan de emplearse, retrotrayendo la sociedad a un estado de penuria socialmente catastrófica y de “súbita barbarie”.

Esa crisis puso de manifiesto que el progreso de la acumulación capitalista no es equilibrado ni continuo sino desigual y periódicamente interrumpido. Analizando esta evidencia empírica, en 1848 Marx y Engels descubrieron que la burguesía no se muestra capaz de garantizar a las mayorías sociales explotadas la continuidad de su empleo ni la participación en la riqueza social creada en proporción al aporte de su trabajo en ella, por lo cual sacaron la siguiente conclusión de una candente actualidad que nosotros no nos cansamos de repetir porque así lo viene demostrando la historia mientras las clases dominantes miran sistemáticamente para otro lado:

<<Es, pues, evidente, que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad, ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad>>. (K. Marx-F.Engels: “Manifiesto Comunista” Cap. I)

El hecho de que desde entonces el capitalismo haya sobrevivido a su propia barbarie, sólo se explica por la estupidez política que la burguesía induce en el movimiento obrero a través de sus mass-media, comprando a sus dirigentes institucionalizados y a una parte de los asalariados con empleo “fijo” cada vez más “flexible” o precario, pero que se amoldan a esa “moderna” condición de inseguridad laboral, mayor explotación y penuria relativa creciente despóticamente impuestas, condiciones a las que ven “persuasivamente” a través de la lente burguesa, como un mal menor ante el resto de la clase en paro o en régimen de “contratos basura” de duración determinada o a tiempo parcial. 

El concepto de farsa, pues, define el quehacer político consuetudinario de todas las fracciones de la burguesía de cara a los explotados, incluidos naturalmente sus dirigentes sindicales y políticos de izquierda descaradamente vendidos a la patronal, prácticamente dedicados casi exclusivamente a parlotear y gesticular con meras denuncias sobre el incumplimiento de este u otro derecho no esencial de los trabajadores. Y cuando no basta con esa farsa burlesca, levantan el telón de esa otra parodia consistente en gestionar cada conflicto sobre una misma demanda social por separado, para insolidarizar, dividir y debilitar el enorme potencial del movimiento asalariado en su conjunto, fortaleciendo así el poder negociador de cada patronal con el consabido auxilio de la “fuerza pública” invariablemente al servicio de la burguesía. [7]   En cuanto a los políticos de izquierda burguesa que coquetean con Marx, también se limitan a parodiar, trivializar o caricaturizar “derechos políticos ciudadanos” que la burguesía esgrimió en su largo proceso de luchas trágicas contra el absolutismo feudal, pero que, a poco de haberse constituido como clase dominante, lo primero que hizo tras imponer el orden sangriento el 13 de junio, fue conculcar esos derechos a sus clases subalternas, tarea que completó Luis Bonaparte con el golpe del 2 de diciembre de 1851. Así, habiendo perdido ya su razón de ser y por tanto su condición de “realidad efectiva”, la burguesía quedó convertida en una “realidad existente” que sólo siguió rigiendo los destinos de la humanidad, en virtud de que sus parodias adecuadas a cada momento del proceso de acumulación, continuaron señoreando en la conciencia de los explotados, aunque desde junio de 1848 se hayan venido rebelando inútilmente una y otra vez empujados a luchar contra ella por las contradicciones cada vez más acusadas del sistema, salvo entre 1917 y 1924 en Rusia.

¿Por qué ese pasado capitalista heroico ya muerto y bien muerto sigue todavía oprimiendo el alma colectiva de las mayorías sociales explotadas? El secreto de la burguesía para contestar a esta pregunta está en el sistemático, minucioso y persistente trabajo de sus aparatos ideológicos del Estado y los mass-media públicos y privados del sistema, en el sembrado y cultivo de esa “virtuosa” semilla transgénica de la parodia sobre el espíritu de clase políticamente inculto de sus clases subalternas, ante la ausencia de una intelectualidad revolucionaria.  Sólo bajo semejantes condiciones sigue siendo posible que los capitalistas puedan ensayar exitosamente una y otra vez ese arte teatral en torno a los ideales y valores de la revolución jacobina ya perimidos, como la “justicia”, la “libertad” de los “ciudadanos”, el “Estado de derecho” y la “democracia”, que alguna vez dieron sentido a su lucha contra el feudalismo para convertir el capitalismo en una “realidad efectiva” cuya esencia, —según se demostró— ha tardado muy poco en desvanecerse como tal realidad plena de sentido hasta desaparecer quedando reducida a un simple existente, a una cáscara vacía de contendido racional sin justificación ante la historia:

<<Donde quiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras que ataban los seres humanos a su “superiores naturales”, las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre ellos que el frío interés, el cruel “pago al contado”. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo pequeñoburgués  en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio>>. (Karl Marx-F.Engels: Op. Cit.)  

Pues bien, esta realidad grotesca de la burguesía, que sólo vive de parodiar sus propios valores morales, jurídicos, políticos y  cívicos esencialmente inexistentes, como si su espíritu estuviera vigente en su letra con alcance universal, es lo que hizo posible la gran parodia política incruenta del 23F, así como las parodias sangrientas del 11S en EE.UU., otra vez en España la del 11M y en Gran Bretaña la del 7J. Todas ellas cínicamente en nombre de la “seguridad ciudadana” para el “goce” de la “libertad”, de la “democracia” y de los “DD.HH.”

Quienes están a la cabeza de la sociedad burguesa, en la faena de conseguir que los explotados protagonicemos en ella la misma locura que Cervantes le hizo representar al “caballero de la triste figura” —como si fuera la más alta expresión de la racionalidad realmente alcanzable por la humanidad—, esos son los trabajadores intelectuales a sueldo y prebendas de los aparatos ideológicos del sistema, públicos y privados, sean de izquierda, de centro o de derecha.

Al contrario de lo que hizo Cervantes en el siglo XVI, quien escribió su famosa obra con el deliberado propósito de ridiculizar valores morales ya caducos asumidos por su personaje, todavía hoy, en el siglo XXI y con el mismo impúdico fervor con que exaltan la figura del “manco de Lepanto”, nuestros ideólogos burgueses se empeñan en que los explotados de hoy emulemos al Quijote persiguiendo sus mismos ideales caballerescos del honor y la lealtad, cuando en aquellos tiempos no eran ya más que palabras sin sentido. ¿Para qué? Pues, para que proyectemos al presente esa creencia en valores del pasado, para que con ese espíritu enajenado honremos y seamos leales a la “libertad”, la “justicia” y la “democracia” que dieron sentido a la lucha por la primera república social francesa a fines del siglo XVII: como si esos valores continuaran siendo verdaderos paradigmas sociales y políticos de la sociedad actual, por el simple hecho de que su insistente pregón desciende sobre nuestras cabezas desde las más altas dignidades políticas del poder fáctico “democráticamente” constituido, en contubernio con los mass-media del sistema encargados de magnificar todo el tinglado.

¿Qué menos pueden mandar hacer nuestras clases dominantes, cuando después de Marx saben que no tienen futuro y el presente de su práctica social y política les delata, convirtiendo el honor, la lealtad, la justicia y la democracia, en simples valores de cambio por dinero? Precisamente, cuanto más les desenmascara día que pasa lo que hacen, más necesitan pregonar los valores que ellos se encargan de parodiar en la práctica.

Ya nos hemos referido en alguna parte a lo que pensaba Nietzsche de esta sociedad cuando decía que, en ella, “es imposible vivir con la verdad” y que, por tanto, “a toda acción corresponde un olvido”, es decir que, a fuerza de cambiar sus hermosas frases por hechos tangibles que niegan su significado originario, valores como el honor y la lealtad —personal o política— tienden inconfesablemente a olvidarse por inútiles para los fines de lo que en esta sociedad ha llegado a ser moneda corriente: el enriquecimiento personal sin escrúpulos a expensas de otros. 

Pero el caso es que a capitalistas y políticos burgueses les resulta tan imposible vivir con la verdad de su propia realidad, como necesario creer y hacer creer que esta realidad verdadera no es cierta y que la única verdad siguen siendo las bonitas frases con que visten su propia realidad. De ahí que la misma fuerza irresistible que les induce al pillaje mutuo, les impulse al sistemático repiqueteo engañoso de su propaganda sobre la conciencia de sus clases subalternas, en cuya capacidad de convencer masas fundan su hegemonía política y encuentran la única fuente para creer, a su vez, en que sus criterios valorativos —teóricos y prácticos— son verdaderos y eternos. Tal es su drama existencial.

Mucha propaganda, toneladas de papeles con letras y trillones de palabras a caballo de ondas radiadas y televisivas, medios todos ellos a su disposición, tanto como para que sean las mayorías sociales explotadas quienes asuman individualmente el equívoco y la enajenación general como razón histórica, por el hecho de que se difunde y aparece como tal en todas partes —como el Quijote, que se volvió rematadamente loco creyendo en la vigencia del honor y la lealtad de tanto leer novelas de caballería— metabolizando ingenuamente la mentira de tal modo transformada en “verdad”. Falsa verdad asumida por la masa en que se recrea el convencimiento general de la burguesía y sus políticos institucionalizados, ante la tranquilizadora creencia de que sus “ideales” son verdades existentes porque las mayorías explotadas también lo creen así. Tal es el sortilegio del consenso como criterio de verdad de una falsa realidad.  

Una vez que la burguesía consigue recrearse en su propia realidad enajenada y alienante como si fuera la verdad absoluta de la realidad, ese pensamiento único le permite violar sistemáticamente el Estado de derecho con el terrorismo de Estado, y defraudar la voluntad popular con medidas de política económica y salarial que amplían la libertad del despido hasta el absoluto arbitrio, deprimir el salario relativo y precarizar el empleo para aumentar al extremo físico posible los ritmos de trabajo y la jornada laboral de los empleados a tiempo parcial. Una vesania autotanática del ser propiamente humano, cuya progresión sólo puede tener sus límites en la recuperación de la razón revolucionaria enajenada en el capital por parte del trabajador asalariado, esto es, de la mayoría absoluta de la población mundial.     

Según progresan la acumulación y la productividad del trabajo, mayor es la parte de la jornada laboral colectiva de la que los capitalistas ya se han apropiado, y menor la que resta para incrementar el capital ya existente. Esta realidad determina el recrudecimiento de la competencia intercapitalista por el reparto de ese remanente cada vez más mermado de la masa de plusvalor disponible producido por el trabajo social, lo cual se traduce, inevitablemente, en enfrentamientos políticos entre las distintas fracciones del capital global, por una parte, y entre el proletariado y la burguesía en su conjunto por otra. Y desde Karl Von Klausewitz ya sabemos que, bajo determinadas condiciones objetivas y subjetivas concurrentes, las confrontaciones políticas desembocan en guerras interburguesas y/o en guerras civiles revolucionarias entre las dos clases universales estratégicamente antagónicas e irreconciliables.

Dentro de este cuadro de posibilidades reales comprendidas en las contradicciones materiales u objetivas del sistema capitalista, la burguesía procura, ante todo, evitar por todos los medios a su alcance, que se den o hagan presentes las condiciones subjetivas (crisis revolucionaria) que hacen realmente posible la confrontación política y bélica (guerra civil) con el proletariado. La burguesía necesita un proletariado ideológica y políticamente enajenado, como condición sine qua non de su modo de ser dócil, activo e inteligente para los fines de su más óptima explotación.

Tal es la causa eficiente de las incontables estratagemas de los capitalistas para ocultar o escamotear los verdaderos móviles embrutecedores de la conciencia colectiva, que delatan su naturaleza explotadora de los trabajadores al interior de sus fronteras, y expoliadora del trabajo ajeno en el exterior; todas las deliberadas mentiras de sus agentes políticos y todas las parodias con lustre de epopeya, que urden en torno a su quincallería ideológica exhibida con falso relumbrón de añejas joyas cuyo valor se incrementa con el tiempo, emulan en la España de hoy las parodias que sus ancestros fueron a montar en las Indias Occidentales en tiempos de la reina Isabel, para obtener oro de los indígenas a cambio de espejitos de colores.

Desde julio del año 2002 —en que se cumpliera el IVº centenario desde que Cervantes publicara “El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha”, mediante ley 16/2002 —entre otras actividades promotoras de capitales vinculados al turismo y demás productos de la región de Castilla-La Mancha— el Estado español dispuso que se organizara anualmente una especie de maratón literaria de 24 horas, en la que distintos cortesanos del capital —oportunamente investidos como dignos “personajes relevantes de la vida pública española”— alternaran la lectura de pasajes de ese texto con “ciudadanos de a pie” de distinta extracción social, sexo y edad, con el objeto de procurar “el acercamiento y la colaboración entre cuantos compartimos la lengua castellana a fin de fomentar y difundir los valores universales de justicia, libertad y solidaridad que el Quijote simboliza” (subrayado nuestro), según lo dispuesto textualmente por dicha ley en el punto 2 del su artículo 2º. Esta farsa de pingües beneficios económicos e ideológico-políticos para la burguesía, sin duda ha contribuido a que muchos españoles de distintas edades y procedencia social se decidan a engrosar las filas del voluntariado, generando un fenómeno social de dimensiones millonarias que, entre 1996 y 2002 pasó de 200.000 a 1.100.000, y desde entonces hasta hoy a 4.500.000, de los cuales el 72% de ellos trabajan en “organizaciones no lucrativas” dedicadas a la prestación  de servicios sociales diversos, mientras que el 28% restante lo hacen en ONG de “acción social” centradas en los ámbitos de la exclusión social, la pobreza, la salud y la educación en los ámbitos nacional e internacional.

Todas estas organizaciones son —en parte— subvencionadas por el Estado; pero esta erogación, comparada con el alivio presupuestario que supone en términos de salarios la privatización encubierta de estos servicios, representa el chocolate del loro. Con el agregado de que la burguesía puede disfrazar así sus cifras de paro, al tiempo que sus voluntarios sirven de piadosa tarjeta de visita a los capitales del imperio español que, como el Quijote, sin duda van a difundir por el Mundo los valores de “justicia” distributiva (comprando fuerza de trabajo por debajo de su valor), “libertad” (absoluta para imponer en el extranjero inconfesables condiciones de trabajo y agresiones al medio ambiente, prohibidas en sus propios países como hipócrita conquista “democrática”, gracias precisamente a los beneficios transferidos producto de esa superexplotación en el llamado “Tercer Mundo”), y, finalmente, “solidaridad”, naturalmente con el accionariado de sus respectivas empresas madre y nada más). Todo un dechado de presuntas virtudes humanas que adormecen la conciencia de todos estos modernos quijotes domésticos  anestesiados por el capital       

Como en aquellos remotos tiempos de la conquista, las argucias burguesas de ahora para engañar a incautos como a burros con una zanahoria, son obviamente más sutiles, pero no dejan de tener otra finalidad que no sea cultivar la estupidez política de sus clases subalternas para que se sigan comiendo toda la mierda ideológica que les dan, hurtando a su conocimiento las verdaderas motivaciones de la burguesía ante sus cada vez mayores dificultades para valorizar su capital, lo cual explica —por ejemplo, en España—, inauditos fenómenos de corrupción —a la medida del capital acumulado gracias a las sucesivas reformas laborales y fondos de cohesión europea— como los sucesivos escándalos en torno a la financiación ilegal de los partidos institucionalizados y el enriquecimiento de altos funcionarios eventualmente a cargo del gobierno de la Nación, traficando con información privilegiada o al servicio de una u otra fracción del capital, así como los crímenes de Estado cometidos por fuerzas paramilitares dirigidas desde el gobierno, como los cometidos por los “informales” Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) con cargo a los presupuestos del Estado, para combatir al nacionalismo burgués centrífugo de ETA en Francia, así como la despótica decisión gubernamental de meter al Estado español en la guerra de Irak, o la masacre del 11 de marzo de 2004 patrocinada —también oficiosamente— por el “Centro Superior de Información para la Defensa” (CESID), temas todos ellos a los cuales hemos de referirnos en el documento al que aludimos en esta introducción.

 Pero, una de las parodias políticas “democráticas” de mayor rédito para la gran burguesía del Estado español —entre las muchas menores que casi a diario los agentes políticos del sistema le hacen cómplice pasivo inadvertido al “pueblo español— fue la urdida por el contubernio oligárquico entre la partidocracia ya constituida y la casa real, para la consagración definitiva de la monarquía parlamentaria en la conciencia colectiva de este país. Nos referimos al previsto carácter que resultaron tener los sucesos equívocamente conocidos como “el golpe del 23 de febrero de 1981”, farsa de la que se hizo partícipe activo inconsciente a una multitud de más de un millón de individuos, que tras el exitoso desenlace de los hechos en la tarde-noche de ese día, sirvieron de comparsa que marchó por las calles de Madrid para celebrar frente al Congreso el triunfo del “Estado de derecho” sobre el totalitarismo, aclamando al Monarca quien fue simbólicamente coronado por segunda vez, no ya como el rey “de todos los españoles”, sino como el “salvador de la democracia”.    

Para llevar la explotación del trabajo ajeno a los límites extremos que las leyes objetivas del sistema le exigen ante los cada vez más estrechos márgenes que deja el proceso de acumulación, los capitalista deben conseguir que sus explotados reproduzcan la misma farsa burlesca del Quijote, asumiendo valores morales, jurídicos y políticos burgueses ya perimidos, para predisponerse contra supuestos enemigos que sin duda hacen mucho más daño que en la parodia de Cervantes, pero que, tal como la novela lo hace evidente, no eran aquellos “monstruos” los verdaderos enemigos que por entonces acechaban constantemente a las pobres gentes explotadas, sino que esos enemigos sólo habitaban en la mente perturbada del ingenuo personaje.

Pues, ahora pasa tres cuartos de lo mismo. Solo que la nueva farsa no esta siendo producto de un genio literario individual esclarecido, como Cervantes, sino de la vesania propia de una clase social que ha devenido ya en clase absolutamente caduca y lucha por sobrevivir a sus propias contradicciones insolubles; una clase que no teniendo futuro busca sobrevivirse a sí misma evocando su pasado. Esta clase es la burguesía internacional, una clase universal que, en su desesperada situación, trata de conseguir que los explotados dejemos de ser personas para convertirnos en simples personajes de su nueva farsa, no en el papel sino en la vida. Pero, a diferencia del Quijote, ni siquiera representamos el primer papel, sino que se nos convoca para ser los corifeos que pagan el pato en todo este asunto: “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”, tal como prescriben todas las constituciones burguesas del Mundo.  

Son los ideólogos del capitalismo tardío quienes pretenden que la mayoría absoluta de esta sociedad constituida por asalariados, nos enredemos de tal modo en sus “quijotadas” ad hoc, hasta creer que nuestros enemigos son los propios de la fracción que nos tiene bajo su hegemonía o dominio, para utilizarnos como carne de cañón en todos sus conflictos. Tal es su táctica divisionista: dividirnos entre naciones. Y dentro de una misma nación, entre distintos partidos burgueses y sectas religiosas. Como si los asalariados no existiéramos como clase social, con intereses propios más allá de credos religiosos o razas, con poderosas razones para bregar por nuestra unificación política orgánica independiente de opciones burguesas. 

Ahora, la gran burguesía de Occidente parece que no tolera la sociología consumista limitada por el radicalismo religioso musulmán que profesan cientos de millones de seres humanos en el Mundo, y quiere acabar cuanto antes con ella, o al menos con su rápida expansión, porque esas costumbres constituyen un límite a la lógica del capitalismo. Como es natural, esta tendencia política antimusulmana se enfrenta con los pequeños y medianos capitales en los países de confesión islámica, que se han venido conformando a ese límite por las propias creencias religiosas de sus pueblos.

Esta realidad explica la formación de la coalición internacional para acabar con el dominio político de tales burguesías nacionales de confesión musulmana. Con ese propósito, los capitalistas de Occidente, en especial EE.UU., han procurado unir a sus respectivos asalariados contra los de aquellos países. Su pretexto ha sido el terrorismo de origen musulmán, generado a raíz de la explotación y sojuzgamiento del pueblo palestino por parte de Israel, con el apoyo explícito de EE.UU. En realidad, el terrorismo islamista es practicado por una irrisoria minoría militante de tipo muyahidin. El capital imperialista necesitaba que ese terrorismo trascendiera a la región del Oriente Próximo, para predisponer a las mayorías no musulmanas de sus propios países en contra las minorías musulmanes, al tiempo que justificar la promulgación de leyes represivas conculcatorias de derechos fundamentales del conjunto de sus habitantes.

Con ese propósito, los poderes fácticos al interior del Estado norteamericano lograron magnificar una operación terrorista de cuño islamista en curso, que desemboco en la terrible y espectacular matanza del 11 de setiembre de 2001. Pero, tal parece que el tiro de esa operación les salió por la culata, porque, desde entonces, los conversos al Islam en ese país no han hecho más que incrementarse. [8] Es el nuevo “monstruo” del terrorismo que ellos mismos han provocado y hasta aplicaron contra nuestra clase, no sólo en EE.UU. sino también en España el 11 de marzo de 2004 y en Inglaterra el 7 de julio de 2005.

Los tres atentados terroristas fueron tres grandes farsas sangrientas deliberadamente cometidas por las respectivas clases dominantes de estos países, sea debido al empeño del gran capital internacional en su conjunto contra las burguesías dependientes que abrazan el fundamentalismo islámico —como fue el caso del 11S y el 7j— sea para resolver sus diferencias geoestratégicas respecto de la política respecto del régimen Irakí, como sucedió en España con el conflicto entre el gobierno a cargo del Partido Popular —que metió al Estado español en la sangrienta guerra contra ese país— y la oposición liderada por el PSOE contraria a esa intervención militar —no por consideraciones jurídicas y morales, sino por intereses materiales concretos—, controversia que fue resuelta por los terribles atentados del 11 de marzo de 2004 provocando un vuelco en las elecciones celebradas tres días después, y un cambio de 180º en la política exterior del Estado español a favor del eje franco-alemán en torno al cual giraba el PSOE desde la oposición y sigue girando como gobierno.

Los intelectuales y políticos pro burgueses farsantes, buscan que el proletariado se comporte ante semejante encadenamiento de barbarie, del mismo modo que aquel “caballero de la triste figura” se comportó siguiendo a su creador, en la creencia de que el referente moral del honor y la lealtad —propio de la sociedad feudal— seguía todavía vigente en la sociedad capitalista temprana, disueltos ya aquellos valores caballerescos en la charca moral dominante del dinero como medio generalizado de cambio. [9]

El drama de las actuales generaciones de asalariados espontáneos, consiste en que ignoran su propia realidad y el desgraciado destino que su lógica les depara, porque bajo la situación de “clase para sí” en que permanecen, sólo pueden tener conciencia de lo que son por la imagen que de si mismos les devuelve el espejo de la patronal a través de su legión de intelectuales a sueldo, de modo que, en su enajenación, reúnen todas las condiciones para que los más sensibles de ellos a la simple inmediatez del dolor humano, permitan que los ideólogos, sociólogos y psicólogos sociales al servicio de la burguesía en el aparato de Estado español, puedan utilizar a millones de ellos como modernos Quijotes para dar pábulo al extendido fenómeno del “voluntariado”. 

Según todas estas condiciones actualmente vigentes en la sociedad, las actuales generaciones del proletariado pueden creerse y de hecho se siguen creyendo las falsificaciones que la burguesía hace de sí misma y proyecta sobre ellos, con todas las consecuencias catastróficas a la vista, de las que ellos mismos son las víctimas propicias, como ha venido sucediendo en toda la historia del capitalismo bajo condiciones similares.

En el último capítulo de su obra monumental, Cervantes conduce a su personaje de vuelta a su pueblo natal para morir y es cuando decide que recupere la razón, porque tal fue el hilo conductor de toda su trama literaria. Ése es el momento en que, cogido de la mano por su autor, el Quijote descubre que toda su vida había sido una ilusión, una necedad, muriendo de la manera más triste del mundo al darse finalmente cuenta de que el fundamento de todas sus andanzas había sido producto de su locura, el gran equívoco de su vida.

A los mejores elementos jóvenes asalariados de esta sociedad, que permanecen como masa de maniobra ideológica y política en el agujero negro del voluntariado u opciones por el estilo, les espera el mismo destino que al tan famoso como incomprendido personaje de Cervantes, recuperar la razón, finalidad que ocupa casi todo nuestro tiempo libre y esperamos se cumpla en el más breve plazo de tiempo.

Porque, a diferencia del Quijote, cuya pureza de espíritu no pudo trascender la sociedad de su tiempo y tal fue el remordimiento que se llevó a la tumba, esa tarea sí podemos hacerla nosotros. Sencillamente porque, dada nuestra naturaleza social, los asalariados conscientes no podemos recuperar la razón histórica que nos asiste buscando nuestros valores en el pasado, sino en el porvenir. [10]  

¡Malditas sean las generaciones de intelectuales de extracción asalariada que, a estas alturas de la gran parodia en que permanecen detenidas las ruedas de la historia, siguen todavía vendidas al capital!

GPM : enero de 2006.

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[1] Se trató, efectivamente, de un golpe de Estado que se hizo pasar por una acción antigolpista en defensa de la “democracia” (entrecomillamos esta palabra toda vez que nos referimos a la democracia formal o burguesa).

[2] El movimiento obrero francés irrumpió por primera vez en la historia moderna inmediatamente después del golpe girondino burgués contra la corriente jacobina encabezada por Maximiliano Robespierre, el 9 de termidor de 1794. Durante todo el proceso revolucionario, los obreros de los arrabales proletarios de París jugaron un papel importante para promover cada momento decisivo de la Revolución; incluso los últimos estertores revolucionarios del movimiento jacobino tuvieron por escenario los barrios obreros de París, conocidos como "las jornadas del 12 de Germinal y el 1º de Pradial", tratando de vencer a las fuerzas reaccionarias que se habían apoderado de la Convención Revolucionaria, restaurar la Constitución de Robespierre y lograr medidas enérgicas en favor del pueblo pobre de París que estaba muriéndose de hambre. Pero los restos del movimiento jacobino ya no tuvieron la visión ni la fuerza para conducir esta sublevación obrera. Los obreros, sin ninguna guía para la acción, fueron derrotados por los convencionistas el 4 de pradial. Las fuerzas de la Convención desarmaron a los obreros, encarcelaron a sus líderes y mandaron al cadalso a los principales de ellos. Con eso quedó prácticamente liquidado el último estertor revolucionario ocurrido en 1795. Las expresiones “termidor” , “germinal” y  “pradial” , aluden a determinados meses del  calendario republicano francés; el primero corresponde al undécimo mes del año, segundo de la estación veraniega que dura desde el 19 ó 20 de julio  hasta el 17 ó 18 de agosto; el segundo es séptimo mes del calendario republicano francés y primero de la estación primaveral que dura desde el 20 ó 21 de marzo hasta el 19 ó 20 de abril; el “pradial” corresponde a la estación primaveral que discurre entre en 21 de mayo y el 18 ó 19 de junio.   

[4] Marx decía que el proletariado no podía tocar un pelo de la burguesía sin el apoyo de los campesinos. Pero lo que arrastró a los campesinos y a la pequeñoburguesía urbana a la lucha contra los restos de la reacción feudal, fue la decisión del proletariado, demostrando que sin su aporte, la burguesía tampoco se hubiera podido constituir como nueva clase dominante de la sociedad en la II república, esta vez puramente burguesa.    

[5] Conde de Beaconsfield (1804-1881). Escritor y político británico conservador, quien también acuñó este otro aforismo: En la política, los experimentos significan revoluciones.

[6] La épica de la guerra o epopeya, es el género poético preñado de mitos como inspiración narrativa de hechos, algunos imaginados y otros reales, fundamento de la vida de un pueblo en lucha por sus intereses y cultura. Inaugurado por los griegos en la etapa esclavista clásica de su historia, son relatos de conflictos y luchas legendarias o históricas de importancia nacional o universal, en las que se exaltan los ideales de todo un pueblo, en el periodo fundacional de los valores culturales y nacionales de estas clases dominantes. Los más antiguos exponentes del género son la Ilíada y la Odisea, del poeta griego Homero, ambas inspiradas en la guerra de Troya, poderosa y rica ciudad que guardaba el paso a los Dardanelos en la actual costa turca. La única poesía epopéyica que en toda esa época no reconoció ninguna intervención divina o suprahumana en los acontecimientos históricos, fue la “Farsalia” de Marco Anneo Lucano.

En cuanto a la tragedia, el eje central de este género literario gira en torno al restablecimiento del orden, basado en la concepción cósmica de la supeditación de los vínculos de la sangre y de los intereses individuales a los vínculos políticos con la polis o Estado, donde predominaban los valores considerados inmutables de la cultura y la religión. Toda la obra trágica de Esquilo —que corresponde al florecimiento y expansión de la cultura griega clásica, estuvo atravesada por esta contradicción entre las inclinaciones de los individuos y los supremos valores de la colectividad representados por el Estado, donde el destino establecido por los dioses se decantaba invariablemente en contra del individuo que era necesario sacrificar en aras de la conservación del orden social según esos supremos valores políticos, culturales y religiosos supuestamente eternos. Hasta bien entrado el siglo V a.C., la ideología dominante en toda Grecia fue la concepción aristotélica de la vida, el "Ideal Dórico-délfico", encarnado principalmente en la ciudad de Esparta, en lo que se refiere a la política y en la ciudad de Delfos, en lo que respecta a la religión. Eurípides fue el otro gran creador en este género teatral, cuyo centro de interés se desplazó del Estado a la familia y el individuo. Tal como pasó entre demócrito y Epicuro en el terreno de la filosofía —tema desarrollado por Marx en su “Tesis doctoral”, otro tanto sucedió en el plano literario y artístico entre Esquilo y Eurípides. Es que, a diferencia de Esquilo, Eurípides pudo experimentar la crisis y decadencia de los valores consagrados por aquella ya caduca sociedad, que el veía venirse abajo sin remedio durante las disputas entre las distintas ciudades-Estado de la Grecia clásica que desencadenaron la llamada “Guerra del Peloponeso” en la segunda mitad del siglo V a.C. De ahí que su obra reivindicara al individuo frente al Estado y las divinidades, entendiendo ambas categorías como símbolos de poderes irracionales, sustituyendo su fuerza rectora por el azar o la fortuna que, según él dirige los destinos humanos.    

[7] El poder político en la sociedad burguesa —decía Engels— es el “poder económico concentrado”, la capacidad de disponer y movilizar fuerza de trabajo, sea de asalariados en una fábrica o en cualquier comisaría o cuartel militar. La burguesía y los dirigentes sindicales vendidos a la patronal, saben esto muy bien, que no hay poder económicamente concentrado más poderoso que el de la clase obrera en su conjunto efectiva y decididamente movilizada por demandas sindicales o consignas políticas. 

Durante los últimos 20 años, el número de musulmanes en el mundo ha aumentado considerablemente. Las estadísticas de 1973 indicaban que la población mundial de musulmanes era de 500 millones. Hoy alcanza la cifra de los 1500 millones. Actualmente, una de cada cuatro personas es musulmana. Es probable que la población musulmana continúe creciendo y el Islam se convierta en la religión más numerosa del mundo. La razón de este continuo crecimiento, no es solo el incremento de la población en los países musulmanes, sino el gran numero de personas que se convierten al Islam, fenómeno que ha aumentado, especialmente tras los ataques contra Las Torres Gemelas el 11 de Septiembre de 2001. Este ataque, condenado por todo el mundo, especialmente por los musulmanes, ha atraído la atención de mucha gente (especialmente americanos) hacia el Islam. http://www.harunyahya.com/es/articulos/article_islam.php

[9] Cfr.: http://www.nodo50.org/gpm/moral/04.htm

[10] Palabras inspiradas en el pasaje de la citada obra de Marx: “El 18 Brumario…”: <<La revolución del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir,. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse respecto de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí la frase desbordaba el contenido; aquí, el contenido desbordaba la frase.>>. (Op. Cit.  Cap. I)