La religión musulmana y el internacionalismo proletario

Fue Engels quien --debiendo responder a coetáneos suyos como José Bloch, Franz Mehring o A. W. Bogius— se dio cuenta de que, si bien él y Marx habían podido explicar los hechos históricos por esta interrelación dialéctica entre estructura y superestructura, donde la estructura económica es el determinante de última instancia, no habían insistido lo suficiente en explicarla conceptualmente al mismo tiempo que la verificaban históricamente, sobre todo, la importancia relativa o táctica que, en la lucha por el poder y después de él, a menudo, tiene la incidencia de la superestructura sobre la estructura, cosa que es necesario tener muy en cuenta [3] :

<<El que los discípulos hagan más hincapié del debido en el aspecto económico, es cosa de la que, en parte, tenemos la culpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios, temíamos que subrayar este principio cardinal que se negaba, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ocasión, para dar la debida importancia a los demás factores que intervienen en el juego de las acciones y reacciones. (...) Desgraciadamente ocurre con harta frecuencia que se cree haber entendido totalmente y que se puede manejar sin más una nueva teoría por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre exactamente, sus tesis fundamentales. De este reproche no se hallan exentos muchos de los nuevos “marxistas”, y así se explican muchas de las cosas peregrinas que han aportado. >> (F. Engels: “Carta a José Bloch”22/09/1890) 

Habiendo alcanzado cierto desarrollo en la división del trabajo, aun antes de la aparición de las clases –por ejemplo, ya en el llamado “modo de producción asiático”— la sociedad humana creó ciertas funciones comunes o públicas esenciales para la vida de las familias y los individuos, de las que, por tanto, no pueden prescindir. De este modo, las personas designadas para realizarlas, conformaron una nueva rama de la división del trabajo dentro de la sociedad. Consiguientemente, estos agentes públicos adquirieron intereses materiales o económicos específicos vinculados a sus funciones de mando político general como mandatarios en representación de sus mandantes, a cambio de las cuales exigen y obtienen una parte del producto del trabajo colectivo.

Desde ese momento, los intereses de los mandatarios en funciones, devienen y se manifiestan opuestos o contrarios a los de sus mandantes. Entre los mandatarios que ejercen el poder político y sus mandantes que detentan el poder económico, se crean relaciones al mismo tiempo complementarias y contradictorias. El germen del Estado ya está contenido en esta relación de carácter contradictorio entre el poder económico de los que producen riqueza, y el poder político de quienes sólo la disfrutan.

 La dinámica de estas relaciones llega a un punto en que, a fuerza de ejercer el poder público o general como mandatarios o representantes políticos del poder económico que les manda o mandata cumplir tales funciones, los mandatarios a cargo del Estado, los gobiernos, contraen cierta tendencia a independizarse en el ejercicio del mando respecto de sus mandantes, de los cuales, en última instancia, dependen sus intereses materiales y el ejercicio mismo del poder político.

Esto quiere decir que, para progresar en sus intereses y continuar en el ejercicio de sus funciones, el poder político de los mandatarios, de tal modo “independizado” de los mandantes o representados, debe ejercerse, en general, es decir regularmente, de acuerdo con el movimiento económico que es su condición de existencia en todo sentido (económico y político). Se trata, pues, de una independencia relativa del poder político, en un juego dialéctico de intereses vectoriales desiguales [4] en términos de fuerza, dirección y sentido donde, en última instancia, la fuerza histórica del vector económico prevalece sobre la fuerza del vector político, marca la pauta de su comportamiento general y de él (del movimiento económico) depende la continuidad de los mandatarios políticos a cargo del Estado. Así:

<<La reacción del poder del Estado sobre el desarrollo económico puede efectuarse de tres maneras: puede proyectarse en la misma dirección (actuando en el sentido y la dirección del movimiento económico), en cuyo caso éste discurre más deprisa; puede ir en contra de él, y entonces, en nuestros días, y si se trata de un pueblo grande, acaba siempre, a la larga, sucumbiendo (el movimiento político dentro del Estado); o puede, finalmente, cerrar al desarrollo económico ciertos derroteros y trazarle imperativamente otros, caso este que se reduce, en última instancia, a uno de los dos anteriores. Pero es evidente que en el segundo o en el tercer caso, el poder político puede causar grandes daños al desarrollo económico, y originar un derroche en masa de fuerza y de materia.>> (F. Engels: Carta a Conrad Schmidt. Londres 27/10/1890)

Ahora bien, desde el punto de vista materialista histórico, es decir, científico-social, la resistencia al capitalismo del movimiento político presidido por el factor religioso, superestructural del integrismo islámico, en términos históricos o estratégicos, hoy día supone, para la humanidad —muy especialmente para los asalariados de los dos bandos que, en este sistema de vida, siempre llevan la peor parte— un derroche inútil de tiempo histórico, trabajo social, riqueza y vidas humanas, representado por la superficie del triángulo O–A–B. ¿Por qué?

En primer lugar, porque el actual conflicto político entre los musulmanes en general, es decir, entre el conjunto de países capitalistas de confesión musulmana y el capitalismo imperialista, no existe. Y no existe, puesto que el Islam no pudo jamás ni podrá expresarse como una fuerza espiritual consensualmente unida y organizada a escala internacional, mientras esos países permanezcan dominados por el espíritu objetivo del capital. Bien es cierto que el espíritu del Islam, encarnado en los súbditos asalariados y campesinos —hasta cierto punto los pequeñoburgueses del “bazar”— es un obstáculo político absoluto a la libre penetración del capital imperialista “infiel” en sus respectivos países.

Pero ocurre que este espiritualismo islámico que prevalece en las masas más explotadas y oprimidas de esos países, pasa políticamente a un segundo plano, cuando, a instancias de la diplomacia secreta, las respectivas burguesías nacionales políticamente dominantes en esos países islámicos, cada una de ellas por su lado, convierten ese obstáculo absoluto en algo relativo, en una simple resistencia negociable con determinadas fracciones nacionales del gran capital internacional. De este modo, el conflicto global entre el Islam y el gran capital internacional, deja de serlo, se divide. El obstáculo absoluto de la religión islámica a la penetración de la cultura liberal-capitalista, es que le impide ser un solo bloque internacional políticamente homogéneo que el Islam supuestamente opone a los “infieles”; se relativiza y debilita –o fortalece— según la mayor o menor resistencia que los explotados —también inevitablemente divididos en países— son capaces de ejercer sobre sus respectivas clases dominantes nacionales.

¿En qué se relativiza aquél obstáculo absoluto originariamente religioso? En que, el Islam, a instancias de las clases dominantes nacionales, por ser una cultura basada en la propiedad privada sobre los medios de producción, tiene un precio —tanto mayor cuanto más fuerte es la resistencia a vencer, no ya por el capital extranjero, sino por los distintos burgueses y popes religiosos nacionales— a cambio de un equivalente material en diversos servicios (económicos, sociales, políticos, militares) a cargo de la contraparte capitalista internacional.

Así, el conflicto que en principio es de carácter espiritualista religioso, resulta que, a instancias de la relación intercapitalista entre el capital multinacional y las clases capitalistas dominantes de los países dependientes supuestamente islamistas, se convierte en un simple negocio entre intereses económicos concretos de sectores capitalistas bien definidos en un lado y otro de la negociación. Por un lado, los intereses encarnados en el bloque histórico de poder nacional conformado por los pequeños y medianos propietarios capitalistas aliados con la alta burocracia política y clerical de sus respectivos Estados integristas islámicos “insumisos”, por una parte, y, por otra, el bloque histórico de poder capitalista internacional dirigido por su coalición imperialista en alianza con los pequeños y medianos capitales de distintos países, que aspiran a beneficiarse del botín en esta “cruzada”.

Ambos bloques burgueses de poder político y militar, inducen a sus respectivas masas de explotados para que se comprometan en esta lucha con todas sus consecuencias, sirviendo, si es preciso, como carne de cañón matándose entre sí, unos con el pretexto religioso de la “Yihad” en defensa del Islam, los otros con el pretexto de la “lucha contra el terrorismo” y en defensa de las “libertades”.  Mientras tanto, en función de los resultados de esta lucha, las clases dominantes de ambos bandos negocian la sangre derramada. Así es como se ha montado este tinglado burgués para encontrar salida a su actual crisis de superproducción de capital. No sólo para que la destrucción bélica en recursos materiales y humanos (capital constante y capital variable) [5] eleve la tasa de ganancia que permita al sistema salir momentáneamente del actual período de crecimiento lento, sino, fundamentalmente, para incorporar las masas musulmanas al fundamentalismo burgués, a la cultura de la acumulación de capital sin restricciones de ninguna índole. Esto supone convertir el tiempo sagrado que los fieles musulmanes dedican a cultivar su relación directa con el espíritu del dios Allah, en tiempo profano que los “infieles” asalariados del Occidente judeo-cristiano dedican a cultivar su relación material con el dios Capital, a instancias del plusvalor que le ofrecen como tributo a cambio del tiempo de trabajo necesario o salario, con el que se completa el ritual pagano que permite recrear la relación a escala ampliada, aumentando el empleo, los intercambios mercantiles y el consecuente consumo de los medios de vida, no sólo en términos de un aumento de productos por unidad de tiempo de trabajo empleado (mayor productividad) para satisfacer las necesidades preexistentes de una creciente cantidad de obreros empleados, sino de nuevos productos para nuevos que suscitan nuevas necesidades:

<<...la producción de plusvalía relativa, es decir, la producción de plusvalía basada en el aumento y desarrollo de las fuerzas productivas (lo cual supone que en un mismo tiempo de trabajo y con una misma magnitud de valor creado, se produzcan más cosas) , requiere la producción de nuevo consumo, exige, por lo tanto, que se amplíe el círculo del consumo (que haya más asalariados y, por tanto, más puntos de intercambio y más consumidores) dentro de la circulación (esto es, en el mercado), de la misma forma que antes exigía la ampliación del círculo productivo (fabricación de más cosas por unidad de tiempo y cantidad de obreros empleados en la producción). Primero la ampliación cuantitativa del consumo existente, segundo la creación de nuevas necesidades, mediante la propagación de las necesidades ya existentes en un círculo más amplio (de asalariados-consumidores); tercero: producción de nuevas necesidades y creación de nuevos valores de uso (para un mayor consumo final)>>. (K. Marx: “Grundrisse”. El proceso de circulación del capital. Lo entre paréntesis es nuestro)

Aquí, la ampliación del consumo –en cantidad y variedad-- es un simple medio para los fines de la acumulación de capital. Dicho de otro modo, no es el consumo el que determina la producción sino al revés. La sociedad capitalista no consiste en producir o crear riqueza sino valor; y no sólo valor sino plusvalor. Y debe hacerlo en determinado porcentaje respecto del capital disponible, que permita o justifique su reinversión para seguir produciendo y acumulando. Tal es el principio activo y la condición de existencia del fundamentalismo capitalista. A esta lógica objetiva irresistible están sujetos por igual tanto los capitalistas de los Estados islámicos, como los del Occidente judeocristiano, budista, o hindú. Sólo que en distinto grado, es decir, que esta lógica presiona tanto más en el sentido de su cumplimiento, cuanto mayor es la masa de capital que sus distintos propietarios disponen. Y, como sucede en la física celeste, la mayor masa relativa del capital altamente centralizado a escala internacional, gravita decisivamente sobre los pequeños y medianos capitales nacionales dispersos, determinando, en última instancia, que las leyes de esta lógica objetiva dominante de la acumulación, les someta a su inevitable cumplimiento, dado que al compartir una misma naturaleza económico-social, de clase explotadora, ambas fracciones no pueden dejar de actuar según el mismo principio activo, independientemente o a despecho de las distintas religiones que profesen, o de las diversas naciones y razas a las que pertenezcan.

Los asalariados más sensibles, inquietos y honestos, en países islámicos de desarrollo económico medio, como Irán, Irak, Siria, Arabia Saudí, Kuwait, Egipto o Argelia, deben, pues, comprender estas cosas, saber observar la realidad desde esta otra perspectiva social y política, la suya propia, tratando de que sus hermanos de clase, hasta ahora identificados sólo por su común adhesión al Islam, hagan lo mismo. Deben saber que si las cosas siguen así, esto es, si el conflicto por la parte musulmana sigue en manos de los descendientes del califato en sus distintas fracciones (suníes, chiíes, wahabitas, etc.), en la medida en que todos ellos son burgueses que viven del trabajo ajeno, no podrán sobreponerse a las leyes inflexibles del capitalismo, y el espíritu del Islam se ahogará entre los intereses comunes creados de unos propietarios del capital y otros. Por lo tanto, estos compañeros islámicos asalariados deben comprender que la suya, la de su clase, es la única fuerza social, económica y política concentrada, capaz de conseguir la tan ansiada umma, la patria común, libre de asechanzas de los intolerantes imperialistas y sus aliados estratégicos: la mediana burguesía; también los pequeños capitalistas que en el curso de la lucha decidan permanecer en el bando imperialista necesariamente perdedor. Y, para eso, insistimos en que es preciso que el aglutinante de esa ummapolítica para la lucha del proletariado universal contra el capitalismo imperialista,  no deba ser el particularismo religioso, tampoco el de la nacionalidad o la raza. Todo eso divide políticamente a los explotados. La burguesía multinacional lo sabe y han venido haciendo de ello una práctica política y diplomática recurrente, tanto para dirimir sus diferencias, como para conservar el poder como clase universal ante el conjunto de los asalariados, de tal modo divididos en países, religiones y razas. Así es como los imperialistas y sus respectivas burguesías dependientes, han llegado a ser maestros en el arte geopolítico de azuzar nacionalidades, razas y religiones unas contra otras a lo largo de la historia moderna. 

La religión islámica jamás ha servido como aglutinante político de los fieles en ninguna época ni en ningún sitio. Sin ir más lejos, desde la primera postguerra mundial, el comportamiento de las clases propietarias dominantes en los distintos países de confesión islámica así lo ha venido demostrando. A pesar de profesar la misma fe en Allah, jamás han podido ponerse de acuerdo en la que debiera ser su lucha unida contra el ”enemigo común” judeocristiano. 

Ya hemos explicado por qué, hoy día, el enemigo estratégico del capital imperialista en países como Afganistán, Irak o Irán, es la religión islámica, mientras que para la burguesía del “bazar” en esos países es un baluarte nacional; así se presenta el conflicto. En realidad, no es por razones religiosas, sino por intereses económicos concretos tácticamente enfrentados a uno y otro lado del frente de combate. Para el capital multinacional, porque el Islam constituye un obstáculo intolerable a la expansión del capital ocioso sobrante en el mundo occidental; para las burguesías nacionales islámicas, por el contrario, esa religión se ajusta al crecimiento moderado de los pequeños y medianos capitales.

En efecto, los líderes políticos de las burguesías nacionales de confesión islámica en el poder, pretextan que, a caballo del espíritu de la mercancía, “occidente” quiere convertir el tiempo y el espacio vital –íntegramente sagrado para los fieles al Islam que habitan sus territorios--, en tiempo y espacio profanos; quieren imponer el capitalismo salvaje, reemplazar el fundamentalismo espiritualista de la doctrina coránica por el fundamentalismo económico materialista, esgrimiendo la pluralidad de las puras preferencias personales (sin limitación externa de cualquier índole, sea religiosa o política), inducidas por una oferta de productos y servicios preexistente a la demanda efectiva, que incitan a los más variados excesos del cuerpo y del espíritu, inclinaciones “impías” derivadas del culto a la compra y posesión de toda clase de productos que proporcionan las más excéntricas experiencias sensoriales. En el extremo de estas “necesidades” se ubica la prostitución, la pederastia, la drogadicción y los juegos de azar, en gran parte bajo dominio del crimen organizado.

Cuando los pequeños y medianos burgueses nacionales de los países islamistas petroleros --súbditos de las realezas que los gobiernan, dueñas absolutas de esas inmensas riquezas-- adoptan esta posición moral sustentada en preceptos religiosos del Corán, es porque ellos –los pequeñoburgueses-- no están en las condiciones que soporta en estos momentos la gran burguesía internacional, con ingentes masas de capital sobrante que permanece ocioso. Las pequeños y medianos capitalistas islámicos, en cambio, carentes de capital sobrante como para ser urgidos a apoderarse del tiempo de trabajo disponible en esos países, permiten que todo el tiempo de vida de la masa de explotados que excede a las posibilidades reales de su menguado capital, se dedique exclusivamente a la oración, a vivir de la relación espiritual con Allah en vez de dedicarlo a vivir en relación con las cosas que se fabrican, venden y compran. Esto supondría reemplazar el fundamentalismo espiritualista islámico por el fundamentalismo materialista del capitalismo, con arreglo a la acumulación de capital sin más límites que los que el propio capital se pone a sí mismo.

Tal es el fundamento económico de la alianza o bloque histórico de poder entre el clero musulmán y la burguesía, donde el Islam, en realidad, no es más que un oportuno comodín. En efecto, ese tiempo “sagrado” es el pretexto por el que las burguesías nacionales islámicas, preservan su sacrosanto espacio territorial para la explotación apocada o controlada de trabajo ajeno en condiciones de monopolio político-religioso, impidiendo así que los grandes capitales internacionales irrumpan libremente en él para arruinarles el negocio.

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[3] Un ejemplo de aplicación del Materialismo Histórico a la realidad, lo dio Marx en “La lucha de clases en Francia” y en “El 18 brumario de Luis Bonaparte”, o en sus escritos de 1854 sobre la revolución española desde 1808, para el “New York Daily Tribune”, así como Engels en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, o “El problema de la vivienda en Inglaterra”.

[4] En matemáticas, vector es la cantidad que tiene magnitud, dirección y sentido al mismo tiempo. Por ejemplo, si una cantidad ordinaria, o escalar, puede ser una distancia de 6 Km representada por el segmento OA, una cantidad vectorial sería decir 6 km norte. Los vectores se representan normalmente como segmentos rectilíneos orientados, como OA en el diagrama que se muestra a continuación; el punto O es el origen o punto de aplicación del vector, y A su extremo norte. La longitud del segmento es la medida o módulo de la cantidad vectorial, y su dirección es la misma que la del vector.

                                   

El uso sencillo de los vectores así como los cálculos utilizando vectores quedan ilustrados en este diagrama, que muestra el movimiento de una barca para atravesar una corriente de agua. El vector OA, indica el movimiento de la barca durante un determinado periodo de tiempo si estuviera navegando en aguas tranquilas; el vector OB, representa la deriva o resultante de los vectores OA y AB, que es la dirección y el sentido del empuje de la corriente durante el mismo periodo de tiempo. El recorrido real de la barca, bajo la influencia de su propia propulsión resistida por la corriente AB, se representa con el vector OB. Utilizando vectores, se puede resolver gráficamente cualquier problema relacionado con el movimiento de un objeto bajo la influencia de una o varias fuerzas.

 

 

[5] En todas las guerras, como las ocurridas durante los últimos años en Irak-Irán (1988), Irak-Kuwait (1991), ExYugoslavia (1997), Afganistán 2001, Irak (2002), además de un número indeterminado de vidas humanas –que nunca bajan de decenas de miles-- en su mayoría de extracción proletaria, se destruyen armamentos y viviendas, fábricas y campos. Como consecuencia, en el mediano plazo tiende a elevarse la tasa general de ganancia. Cfr: http://www.nodo50.org/gpm/crisis\06.htm