7. Las tarjetas y los teléfonos

Según la versión oficial, a partir del teléfono móvil encontrado en la mochila-bomba que misteriosamente apareció en la Comisaría de Puente Vallecas, y en base al tipo y número de serie del teléfono que contenía el artefacto, así como al número de identificación de su correspondiente tarjeta prepago, la policía comenzó a investigar el proceso de comercialización de cada uno de esos dos componentes, desde la primera hasta la última operación de compra-venta.

Así, respecto del teléfono, se pudo averiguar que fue vendido en el “Bazar Top” atendido por dos personas de origen indio: Suresh Kumar y Vinay Coolí, sito en el barrio madrileño de Villaverde Bajo, y que la tarjeta SIM (identificativa del número) había sido vendida en un locutorio del barrio de  Lavapies, en la calle Tribulete, regentado por tres marroquíes. Esas cinco personas fueron detenidas en plena jornada de reflexión previa a las elecciones. Cuatro de ellos fueron puestos en libertad por el juez pocas semanas después, y sobre la posible culpabilidad del quinto, Jamal Zougam, la policía y el Juez de la causa tendieron un manto de silencio que duró diecisiete meses. Como hemos visto, en la mochila de Vallecas había un teléfono marca “Triumph” modelo T110, que contenía una tarjeta SIM de “Amena”, con su correspondiente número telefónico. Lo primero que cabe decir sobre esto, es que un teléfono y una tarjeta SIM son dos cosas distintas, pudiéndose, por ejemplo, usar un mismo teléfono con distintas tarjetas SIM de diferentes marcas. Si se cambia la tarjeta SIM a un teléfono, cambia su número telefónico. Por tanto, ambos componentes pueden adquirirse en distintos puntos de venta. Lo primero que hizo la Policía, fue averiguar a través de quién o quienes se habían vendido ese teléfono “Triumph” T110 y esa tarjeta de “Amena”. Y comprobó que el teléfono y la tarjeta habían seguido rutas de comercialización totalmente distintas. En efecto, el itinerario de comercialización del teléfono “Triumph” T110 hallado en la Comisaría de Puente Vallecas  fue el siguiente: El 21 de octubre de 2003, “Telefonía Santiago” de José Ramon P. Molinillo, vendió 80 teléfonos “Triumph” T110 a “Bazar Top”.  

Respecto de las tarjetas, la versión policial, recogida por el juez Del Olmo en sus autos, sostiene que las tarjetas telefónicas de los móviles empleados en las mochilas-bomba provienen de un lote de 100 tarjetas “Amena” que la empresa “Unitel 200” S.A., vendió a una tienda denominada “Sindhu Enterprise”, S.L. sita en Alcorcón, 100 tarjetas “Amena”, la cual vendió, a su vez, 30 de ellas al locutorio de Lavapies perteneciente a Jamal Zougam. De esas 30 tarjetas, sólo 15 llegaron a activarse, es decir, hicieron la primera llamada, operación necesaria para que el teléfono identifique el número que porta la correspondiente tarjeta inserta en él. Las otras 15 tarjetas no llegaron a activarse nunca. Respecto de las quince tarjetas que sí llegaron a activarse, tuvieron el siguiente destino: Una se la quedó Jamal Zougam, el dueño del locutorio de Lavapies, para su propio teléfono móvil, que llevaba encima cuando la Policía le detuvo el 13 de marzo. La segunda estaba sin vender y fue encontrada en el locutorio del mismo Jamal Zougam. La tercera fue utilizada para hacer llamadas entre el 8 y el 10 de marzo por personas vinculadas a la trama del 11-M, que la Policía pudo identificar a través de las antenas repetidoras de telefonía móvil. Las restantes 12 tarjetas fueron vendidas a otras personas. Dado que los informes policiales no especifican a quién fueron vendidas ni cuándo se realizaron llamadas desde ellas, se supone que —por el uso dado en sus correspondientes teléfonos— pudo comprobarse que sus titulares nada tuvieron que ver con los atentados.

 De las otras 15 tarjetas —que habiendo sido activadas no llegaron a hacer ninguna llamada–– tres estaban todavía sin vender en el locutorio de Jamal Zougam, otra es la encontrada en la mochila-bomba de Vallecas (esta tarjeta se encendió por primera y única vez el día 10 de marzo, sin llegar a realizar posteriormente ninguna llamada, menos aún en la zona de cobertura del repetidor situado en Morata de Tajuña, que es donde, supuestamente se prepararon los artefactos explosivos) y seis se activaron por primera y única vez el 10 de marzo en la zona de cobertura del mismo repetidor, en Morata. Cabe destacar que, después de los atentados, al inspeccionar la finca de Morata de Tajuña la policía encontró allí una de esas tarjetas con las huellas de Jamal Ahmidán, “El chino”. De todos estos datos, la Policía ha concluido, razonablemente, que estas siete tarjetas: la de la mochila aparecida en Puente Vallecas y las que se activaron en la zona de cobertura de la localidad de Morata de Tajuña, fueron utilizadas en las mochilas-bomba. Todo dispuesto para sacrificar al primer chivo expiatorio en todo este caso, llamado Jamal Zougam.

De las cinco tarjetas restantes no se sabe nada. Los informes policiales dicen que "es posible" que esas cinco tarjetas fueran activadas también en Morata, pero que la compañía telefónica hubiera ya procedido al borrado de los datos. 

Resumiendo, hubo trece mochilas, de las cuales diez hicieron explosión, dos no llegaron a explosionar y fueron detonadas en el lugar de los hechos (una de ellas, según los T.E.D.A.X., no contenía ningún teléfono móvil). La última fue encontrada en la comisaría del distrito de Vallecas, a la cual ya hicimos referencia.

Según estos datos, de los 10 artefactos que supuestamente explotaron al interior de los “trenes de la muerte”, cinco de ellos —más la mochila-bomba que no detonó en Atocha y los T.E.D.A.X. hicieron explosionar en el lugar—, no llevaban como iniciador eléctrico del detonante un teléfono móvil, mientras que las otras cinco —más la que no explosionó en El Pozo del Tío Raimundo y que los T.E.D.A.X. también explosionaron— sí fueron preparadas con un iniciador eléctrico en base a la batería programada de teléfonos móviles. Esto ha dado pie a que ciertos medios de prensa afines a las posiciones del Partido Popular, se hayan reafirmado en que uno de esos comandos pudo haber  sido de filiación etarra.  

¿No habrá sucedido, más bien, que la preparación de las mochilas-bomba fue obra de un solo comando, y que —para alejar toda atención sobre sí mismo— compró doce tarjetas en el locutorio del marroquí Zougam, de las cuales sólo utilizó la mitad en la preparación de los artefactos con teléfonos móviles, destruyendo las otras seis, porque para fabricar el resto con simples temporizadores no eran necesarias? El dato inverosímil —que la propia policía atribuyera como “posible”— de que de las cinco tarjetas supuestamente activadas en Morata, la compañía telefónica hubiera borrado su registro, conservando al mismo tiempo el de las otras seis, es una curiosa posibilidad. Algo tan inverosímil, como que Jamal Zougam fuera uno de los terroristas, pero se quedara con una de las tarjetas del mismo lote, que utilizó para su propio teléfono y luego se quedó esperando tranquilamente a que la Policía le detuviera en su tienda como así sucedió el 13 de marzo. Al hilo de esto ha dicho el periodista de “El Mundo”, Luis del Pino: “Si hubiera vendido las tarjetas sabiendo que eran para un atentado, ¿habría hecho algo tan estúpido?”.

Con el caso de los teléfonos pasó tres cuartos de lo mismo. Siguiendo la información y el razonamiento del periodista Luis del Pino, el teléfono hallado en la mochila de Vallecas era parte de un lote de 80 teléfonos “Triumph” T-110, que una empresa llamada “Telefonía San Diego” vendió en octubre de 2003 a “Bazar Top” (la tienda de los dos indios detenidos el 13 de marzo). “Bazar Top” llevó 12 de esos teléfonos a liberar a “Test Ayman”, una tienda propiedad del policía español de origen sirio, Ayman Maussili Kalaji; y entre esos 12 teléfonos liberados estaba el de la mochila de Vallecas.

¿A quien o quienes se vendieron esos doce teléfonos? Según la declaración de su dependiente, el “Bazar Top” vendió el día 3 de marzo tres  teléfonos sin liberar a dos personas que hablaron con él en correcto español, pero que entre sí hablaban en un idioma extraño. Él les preguntó en qué hablaban y ellos le contestaron que en búlgaro. ¿Hablaron realmente en ese idioma? No lo sabemos. Desde luego, no hablaban árabe, porque de la misma forma que nosotros podemos reconocer que alguien está hablando en francés, en inglés o en italiano aunque no entendamos esos idiomas, para un indio resulta natural reconocer si alguien está hablando en árabe. ¿En qué hablaban entonces? En la Comisión de investigación del 11M, el representante del Partido Popular., Jaime Ignacio del Burgo, dijo algo de simple sentido común: “con los datos que tenemos, esas personas podían estar hablando entre sí en búlgaro, en finlandés o en cualquier otro idioma, como, por ejemplo, el vasco”. Por supuesto, estas palabras de Del Burgo suscitaron las inmediatas risotadas del representante del Partido Nacionalista Vasco (PNV).[5]

 Ante la carencia de datos, vamos a suponer que eran búlgaros. El día 4 de marzo, el dependiente indio vendió a esos mismos "búlgaros" seis teléfonos liberados y el día 8 de marzo les volvió a vender otro teléfono liberado más. Así pues, el total de teléfonos que el indio vendió a esos "búlgaros" es de 10 (7 liberados y 3 sin liberar). Está demostrado en el sumario, que esos 7 teléfonos liberados fueron utilizados con las 7 tarjetas SIM que se encendieron en la zona bajo cobertura del repetidor de Morata de Tajuña (una de ellas con las huellas de Jamal Ahmidan).

 Si es cierto que los teléfonos móviles fueron vendidos a unos "búlgaros", ¿cómo llegan a manos de los marroquíes? ¿Qué pintan esos "búlgaros" en toda esta historia? ¿Puede alguien explicarnos cómo cuadran los números? Porque lo que vemos es que se prepararon 13 mochilas, pero en la tienda del policía Maussili Kalaji se liberaron 12 teléfonos, el “Bazar Top” sólo vendió 10 teléfonos a los búlgaros (3 de ellos sin liberar), y en Morata de Tajuña (como hemos visto antes) sólo se activaron 7 tarjetas (o como máximo 12, si aceptamos el “supuesto” policial de que la compañía telefónica borró el rastro de la operación de activar cinco de esas tarjetas del lote de 15 que compró Jamal Zougam). ¿Dónde se preparó la mochila Nº 13 y quién lo hizo?

 Resumiendo, el panorama que nos encontramos es que, después de diecisiete meses de investigaciones, lo único que cuadra son los siete teléfonos liberados comprados por unos "búlgaros" con las siete tarjetas que se activaron en Morata. Dicho en otras palabras: aún asumiendo como ciertas las explicaciones de la Policía, la versión oficial no es capaz de explicar qué teléfonos o tarjetas se usaron en 6 de las 13 mochilas-bomba del 11M, cinco de las cuales estallaron presuntamente al interior de los trenes, y una fue explosionada por los TEDAX en el mismo lugar donde fue encontrada.

En medio de toda esta confusión en torno al supuesto trasiego de tarjetas y teléfonos —a nuestro juicio deliberadamente tramada— como hemos señalado ya hay un punto de luz alumbrando una pregunta que ha estado desde cierto momento rondando la cabeza de quienes han investigado el 11-M. La pregunta es: ¿Por qué se emplearon teléfonos móviles para activar los detonadores de la mitad de las bombas que explosionaron, y la otra mitad con temporizadores? ¿Quién tenía interés en que a través de las tarjetas de los móviles, acabáramos dividiendo alternativamente la atención pública, por un lado en el comando de Morata —cuyos miembros se terminaron presuntamente  “suicidando” en Leganés— y por otro en la organización ETA?

A la luz de estos datos, ¿se ajustó el presidente Rodríguez Zapatero a la verdad, cuando afirmó ante la Comisión 11M que “todo fue obra del terrorismo islamista”? ¿Aciertan quienes desde la derecha institucionalizada intentan atribuir al menos parte de los atentados a ETA? Hay para todos los gustos. “Café para todos”, como llegó a decir el inefable Martín Villa refiriéndose a la Constitución de 1978. Pero el hecho es que, oficialmente, no sólo se ignora qué explosivos se usaron, sino quienes fueron realmente los autores materiales de la masacre; y menos aún quienes son sus ideólogos, y quienes sus organizadores.

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[5] Según reporta “El Mundo” en su edición del 04/08/04, un tal Toni Radev Milenov, Alias “el Turco”, detenido el pasado 8 de abril en su país, Bulgaria, por su presunta implicación en el 11-M, tenía en su poder planos sobre uno de los embalses del río Lozoya, en Madrid, y manuales en español sobre la fabricación de explosivos: “Radev fue detenido por la policía búlgara a instancias de los mandos policiales españoles, después de comprobar que su nombre aparecía entre la documentación incautada en el piso de El Tunecino. Sin embargo, tras conocerse su captura, el 12 de mayo, el jefe del servicio nacional de investigación búlgaro, Angel Alexandrov, explicó que ya estaba en libertad vigilada.

    En su día se informó de que este búlgaro podía tener relación con las armas utilizadas por la célula islamista autora de los atentados del 11-M o con los teléfonos móviles. El juez instructor de la causa, Juan del Olmo, recuerda que aún existen sospechas de la implicación de búlgaros en la preparación de los atentados. En aquel momento se indicó que el detenido tenía en su domicilio manuales para la confección de explosivos.” (Op. Cit. El subrayado es nuestro)