Ejército, Policía y demás milicias separadas del pueblo

 La segunda característica de la sociedad dividida en clases ―y nos vamos acercando a lo que exige la introducción al tema que nos ocupa— fue y sigue siendo la instauración de un poder militar público separado de la sociedad, organizado al margen e independientemente de ella, que ya no coincide directamente con ella y que se divorcia cada vez más de ella. Por lo tanto, la división de la sociedad en clases ha hecho desaparecer el concepto de población organizada espontáneamente como fuerza armada, para dar lugar a la noción de fuerza armada especial, o lo que la burguesía española gusta llamar “fuerzas y cuerpos de la seguridad del Estado” (Ejército, Guardia Civil y Policía Nacional y Policía municipal) para referirse a esa “especialidad” en el ejercicio pretendidamente exclusivo o monopólico de la violencia política de clase[1] :

 <<Este Poder público especial hácese necesario, porque desde la división de la sociedad en clases, es ya imposible una organización armada espontánea de la población (con fines de bien común. Sencillamente porque en una sociedad dividida en clases, los fines comunes dejan de existir). . . Este Poder público existe en todo Estado; no está formado solamente por hombres armados, sino también por aditamentos materiales, las cárceles y las instituciones coercitivas de todo género, que la sociedad gentilicia no conocía [2] . . .>> (F. Engels: “El Origen de la Familia la propiedad privada y el Estado” Lo entre paréntesis es nuestro)

Si a fines del siglo XIX ―en los albores del capitalismo imperialista— la fuerza armada espontánea de la población ya era historia desde hacía mucho, lo es hoy todavía más. Engels señala raras excepciones a esta regla. Una de ellas es EE.UU., en cuyos orígenes el poder público de este país era débil y también su organización militar especial, aunque en términos generales fue fortaleciéndose a medida que los Estados colindantes crecían económicamente y aumentaba su población, con todos los problemas derivados de las relaciones y conflictos de clases.

Engels concluye que la importancia de la organización especial armada de los Estados capitalistas está en función del crecimiento económico de sus respectivos países y de los conflictos de clases derivados de los avatares del proceso de acumulación del capital. Esta tendencia al agrandamiento del aparato armado especial de los distintos Estados nacionales, se vería enormemente fortalecida en la etapa imperialista del capitalismo: 

<<...basta fijarse en nuestra Europa actual, donde la lucha de clases y el pugilato de conquistas han encumbrado el Poder público a una altura en que amenaza con devorar a toda la sociedad y hasta al mismo Estado.>> (F. Engels: Op. Cit.)

Esta previsión de Engels alcanza actualmente su confirmación más dramática en EE.UU., con el genocidio del 11S y la consecuente guerra en Afganistán e Irak, actos bélicos todos ellos planificados y ordenados ejecutar por la mafia político-militar hegemónica del partido republicano actualmente gobernante en ese país. Ver: http://www.nodo50.org/gpm/11s/00.htm. Buena parte del ya casi insoportable déficit fiscal de EE.UU., se debe a los gastos de guerra. En el frente interno, la organización militar especial más poderosa es la“Federal Emergency Management Agency” (FEMA) o “Agencia Federal de Gestión de Emergencias”. Ver: http://www.nodo50.org/gpm/11s/03.htm

Pero esto deviene así, nada más que porque en la sociedad civilizada, cuanto mayor civilización, es decir, cuanto mayor capital acumulado, mayor masa de obreros activos y mayores dificultades para capitalizar el plusvalor obtenido, por tanto, mayor es la acumulación potencialmente explosiva de conflictos entre las dos clases universales antagónicas, donde el armamento espontáneo de la población conduciría a la lucha armada entre esas dos clases objetivamente enemigas, cada vez más enemigas y, además, irreconciliablemente enemigas, cuya lógica dialéctica tiende necesariamente cada vez con más fuerza, a la revolución social y suplantación del aparato armado del Estado ―al servicio de las clases dominantes cada vez más minoritarias—, por el armamento espontáneo de las mayorías sociales absolutas explotadas y oprimidas triunfantes, organizadas en función de los intereses comunes de esa nueva clase dominante en tránsito a desaparecer como clase junto con las condiciones residuales clasistas que se resisten a trascender la prehistoria de la humanidad.

El hecho de que todavía hoy en EE.UU. exista la libre compraventa y tenencia de armas de fuego a instancias de la poderosa “Asociación del rifle”, se explica, en parte, por el nivel de vida relativamente superior de la población obrera norteamericana, a expensas del desarrollo desigual que ese país ha venido usufructuando en su intercambio con el resto del mundo, especialmente con la periferia capitalista dependiente; en parte, también por la desproporción entre el enorme poderío militar del ejército especial y el armamento liviano en poder de los ciudadanos de a pie que, en tanto no superen su ya proverbial estupidez política inducida, ese armamento espontáneo sólo sirve, de momento, para que se maten entre ellos, como así ha venido sucediendo. No obstante, de mantenerse la actual dinámica de deterioro en las condiciones económicas de ese país, es ésta una situación que no ha de prolongarse por mucho tiempo más sin una transformación radical de las correlación política de fuerzas entre las clases y, consecuentemente, entre el poder armado del Estado y la organización armada espontánea de la población, cada vez más explotada y oprimida.

En España, la fuerza armada espontánea del pueblo tuvo su origen en las cofradías y hermandades que se formaron en el siglo XI, a raíz del establecimiento de los “fueros” o privilegios constituyentes, que poderosos sátrapas reales en lucha simultánea contra sarracenos y señores feudales, concedieron a distintos pueblos de la península a fin de ganarlos para sus respectivas políticas de expansión de sus dominios políticos; se trataba de incentivar a esos pueblos para que sean ellos mismos quienes defendieran tales concesiones, resguardando sus ciudades fronterizas. De ese modo, se trataba de que los distintos pueblos fueran emancipándose paulatinamente de los señores feudales particulares, acrecentando al mismo tiempo el poder político de los “Monarcas” o reyes de Castilla, León, Navarra, Aragón y Cataluña, como fue el caso del Conde D. Sancho García, de Castilla, al que sus súbditos llamaban: “el de los buenos fueros”. La exención de tributos y el no hacer la guerra sin recibir paga, eran los principios fundamentales de los llamados “cuadernos de leyes” urdidos por aquellos camándulas orlados con el mito de que por sus venas corría sangre azul.

Al verse dotados de derechos, franquicias y libertades comunales, esos pueblos se vieron a sí mismos como “libres” de toda servidumbre feudal, sin otra sumisión que la debida a sus correspondientes Monarcas, en nombre de los cuales sostuvieron una lucha continua y sangrienta contra el enemigo común: los musulmanes; al mismo tiempo que contra los nobles y los malhechores, “gente de mal vivir que infestaban los caminos y campos, resultado inmediato de tantas calamidades y anarquía”. De la necesidad de organizarse para esta lucha en defensa de sus vidas, haciendas y libertades concedidas, los pueblos de las distintas regiones ―verdaderos cantones comunales― se organizaron formando primeramente gremios y cofradías, nombrando en cada una de ellas a un Santo que ofició simbólicamente de patrono espiritual. Finalmente, de la unión de estas cofradías surgieron las “hermandades”, las cuales, en caso necesario, empuñaban las armas en defensa de sus fueros, especialmente contra sus antiguos señores feudales.

Hasta fines del Siglo XV, las hermandades populares ejercieron una poderosa influencia política de suma trascendencia, condicionando, incluso, el poder de los propios Monarcas; Pero, al mismo tiempo, en estos vínculos políticos de los pueblos en torno a sus respectivos fueros, los Reyes encontraron el baluarte político más poderoso de sus dominios, no solamente para llevar á cabo la empresa de arrancar de manos de los “infieles” el territorio de la península, sino también para acabar con el poderío de los “grandes” señores feudales, protegiendo la propiedad de los particulares dentro del territorio foral y estableciendo sólidamente la seguridad pública é individual.

Viéndose en un territorio donde sólo predominaba el derecho del más fuerte en medio de la anarquía y el desorden, producto de la ausencia de un poder centralizado con fuerza suficiente y capacidad para imponer y administrar vínculos sociales establecidos, aquellos pueblos, aislados unos de otros y todos por igual amenazados por enemigos comunes, acudieron instintivamente cada uno por su lado en defensa de lo más básico para la vida en las sociedades postgentilicias, que es la seguridad colectiva y la propiedad familiar. Así nacieron las hermandades y las cofradías, ejerciendo el poder de policía y la administración de justicia, de modo tan primitivo y violento como las agresiones de que eran objeto. Tales han sido, sumariamente expuestos, los gérmenes en base a los cuales la burguesía triunfante de la todavía incompleta vertebración de España” en torno a la unidad de los reinos de las dos Castillas, acabó dando forma a los cuerpos de seguridad del Estado como fuerzas armadas especiales separadas de la población civil. 

Desde el momento en que los países capitalistas emergentes han completado sus particulares procesos de formación de sus respectivos ejércitos y organismos policiales de seguridad interior, todos han coincidido en la política de demonización moral y criminalización política preventiva de la idea del armamento espontáneo de los oprimidos y explotados para la lucha revolucionaria contra el aparato armado de la burguesía separado del pueblo:

<<En el pasaje citado, Engels plantea teóricamente la misma cuestión que cada gran revolución plantea ante nosotros prácticamente de un modo palpable y, además, sobre un plano de acción de masas, a saber: la cuestión de las relaciones mutuas entre los destacamentos "especiales" de hombres armados (al servicio de las clases dominantes) y la "organización armada espontánea de la población" (explotada y oprimida).>> (V.I. Lenin:“El Estado y la revolución”. Lo entre paréntesis es nuestro)

Con el desarrollo tecnológico aplicado a los medios bélicos, este mito en torno a la eterna vigencia absolutamente necesaria e inevitable de una fuerzas armadas especiales, políticamente independientes y orgánicamente separadas de la llamada “población civil”, no hizo más que reforzarse. Ni más ni menos que como el desarrollo tecnológico aplicado a la riqueza en general en el ámbito del mercado, acabó reafirmando el mito fetichista de la propiedad privada capitalista y la competencia mercantil, como únicos e insustituibles incentivos para todo progreso material.

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[1] Esto sorprenderá a más de un lector , hecho por la “realidad actual”―y la intelectualidad burguesa a sueldo de los aparatos ideológicos del Estado—, a la idea de que la fuerza armada espontánea del pueblo es algo que no ha existido jamás ni puede existir. “Como todos los grandes pensadores revolucionarios, Engels se esfuerza en dirigir la atención de los obreros conscientes precisamente hacia aquello que el filisteísmo dominante considera como lo menos digno de atención, como lo más habitual, santificado por prejuicios no ya sólidos, sino ―podríamos decir— petrificados (...)Desde el punto de vista de la inmensa mayoría de los europeos de fines del siglo XIX, a quienes se dirigía Engels y que no habían vivido ni visto de cerca ninguna gran revolución, esto no podía ser de otro modo. Para ellos, era completamente incomprensible esto de una "organización armada espontánea de la población". (Lenin: “El Estado y la revolución”. Cap. I Punto 2)

[2] Sociedad antigua basada en las relaciones de parentesco consanguíneas, sea por línea materna o paterna en ausencia de propiedad privada sobre los medios de producción. En esta forma de vida de la sociedad primitiva, encontramos una completa regulación social que permite a sus miembros, vivir en paz al interior de cada gens o comunidad gentilicia, dado que, al no existir las clases sociales,  en resolvían sus asuntos de una manera, dijéramos, socialmente perfecta por intermedio de sus "Consejeros", compuestos por verdaderos representantes del pueblo, en ausencia de todo interés privado diferenciado y distante del bien común del colectivo que representaba, sin discriminación ni explotación social alguna basada en la propiedad de bienes materiales. No existía, pues, en esta formación social, la diferenciación clasista que el régimen de propiedad privada establecería posteriormente, y que produce generaciones enteras de seres socialmente oprimidos y explotados, por tanto, resentidos y humillados por una minoría propietaria de esos medios objetiva y subjetivamente insensible. Tales seres sometidos e indefensos, llenos de rencor y odio no encauzado ni encausado, muchos de ellos tienden a descargar sus instintos en el delito y algunas de sus tipificaciones, ante los cuales, para mantener el orden dentro de la sociedad que sólo beneficia a los propietarios, se hacen necesarios los cuerpos armados de seguridad interior.