Franz FANON: Conclusión de "Los condenados de la tierra"
Compañeros: hay que decidir desde ahora un cambio de ruta.
La gran noche en que estuvimos sumergidos, hay que sacudirla y
salir de ella. El nuevo día que ya se apunta debe encontrarnos
firmes, alertas y resueltos.
Debemos olvidar los sueños, abandonar nuestras viejas creencias
y nuestras amistades de antes. No perdamos el tiempo en estériles
letanías o en mimetismos nauseabundos. Dejemos a esa Europa
que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina
dondequiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias
calles, en todos los rincones del mundo.
Hace siglos que Europa ha detenido el progreso de los demás
hombres y los ha sometido a sus designios y a su gloria; hace
siglos que, en nombre de una pretendida "aventura espiritual"
ahoga a casi toda la humanidad. Véanla ahora oscilar entre
la desintegración atómica y la desintegración
espiritual.
Y sin embargo, en su interior, en el plano de las realizaciones
puede decirse que ha triunfado en todo.
Europa ha asumido la dirección del mundo con ardor, con
cinismo y con violencia. Y vean cómo se extiende y se multiplica
la sombra de sus monumentos. Cada movimiento de Europa ha hecho
estallar los límites del espacio y los del pensamiento.
Europa ha rechazado toda humildad, toda modestia, pero también
toda solicitud, toda ternura.
No se ha mostrado parsimoniosa sino con el hombre, mezquina, carnicera,
homicida sino con el hombre.
Entonces, hermanos ¡cómo no comprender que tenemos
algo mejor que hacer que seguir a esa Europa?
Esa Europa que nunca ha dejado de hablar del hombre, que nunca
ha dejado de proclamar que sólo le preocupaba el hombre,
ahora sabemos con qué sufrimientos ha pagado la humanidad
cada una de las victorias de su espíritu.
Compañeros, el juego europeo ha terminado definitivamente,
hay que encontrar otra cosa. Podemos hacer cualquier cosa ahora
a condición de no imitar a Europa, a condición de
no dejarnos obsesionar por el deseo de alcanzar a Europa.
Europa ha adquirido tal velocidad, loca y desordenada, que escapa
ahora a todo conductor, a toda razón y va con un vértigo
terrible hacia un abismo del que vale más alejarse lo más
pronto posible.
Es verdad, sin embargo, que necesitamos un modelo, esquemas, ejemplos.
Para muchos de nosotros, el modelo europeo es el más exaltante.
Pero en las páginas anteriores hemos visto los chascos
a que nos conducía esta imitación. Las realizaciones
europeas, la técnica europea, el estilo europeo, deben
dejar de tentarnos y de desequilibrarnos.
Cuando busco al hombre en la técnica y el estilo europeos,
veo una sucesión de negaciones del hombre, una avalancha
de asesinatos.
La condición humana, los proyectos del hombre, la colaboración
entre los hombres en tareas que acrecienten la totalidad del hombre
son problemas nuevos que exigen verdaderos inventos.
Decidamos no imitar a Europa y orientemos nuestros músculos
y nuestros cerebros en una dirección nueva. Tratemos de
inventar al hombre total que Europa ha sido incapaz de hacer triunfar.
Hace dos siglos, una antigua colonia europea decidió imitar
a Europa. Lo logró hasta tal punto que los Estados Unidos
de América se han convertido en un monstruo donde las taras,
las enfermedades y la inhumanidad de Europa han alcanzado terribles
dimensiones.
Compañeros: ¿No tenemos otra cosa que hacer sino crear
una tercera Europa? Occidente ha querido ser una aventura del
Espíritu. Y en nombre del Espíritu, del espíritu
europeo por supuesto, Europa ha justificado sus crímenes
y ha legitimado la esclavitud en la que mantiene a las cuatro
quintas partes de la humanidad.
Sí, el espíritu europeo ha tenido singulares fundamentos.
Toda la reflexión europea se ha desarrollado en sitios
cada vez más desérticos, cada vez más escarpados.
Así se adquirió la costumbre de encontrar allí
cada vez menos al hombre.
Un diálogo permanente consigo mismo, un narcisismo cada
vez más obsceno, no han dejado de preparar el terreno aun
cuasidelirio, donde el trabajo cerebral se convierte en sufrimiento,
donde las realidades no son ya las del hombre vivo, que trabaja
y se fabrica a sí mismo, sino palabras, diversos conjuntos
de palabras, las tensiones surgidas de los significados contenidos
en las palabras. Ha habido europeos, sin embargo, que han invitado
a los trabajadores europeos a romper ese narcisismo y a romper
con ese irrealismo.
En general, los trabajadores europeos no han respondido a esas
llamadas. Porque los trabajadores también se han creído
partícipes en la aventura prodigiosa del Espíritu
europeo.
Todos los elementos de una solución de los grandes problemas
de la humanidad han existido, en distintos momentos, en el pensamiento
de Europa. Pero los actos de los hombres europeos no han respondido
a la misión que les correspondía y que consistía
en pesar violentamente sobre esos elementos, en modificar su aspecto,
su ser, en cambiarlos, en llevar, finalmente, el problema del
hombre a un nivel incomparablemente superior.
Ahora asistimos a un estancamiento de Europa. Huyamos, compañeros,
de ese movimiento inmóvil en que la dialéctica se
ha transformado poco a poco en lógica del equilibrio. Hay
que reformular el problema del hombre. Hay que reformular el problema
de la realidad cerebral, de la masa cerebral de toda la humanidad
cuyas conexiones hay que multiplicar, cuyas redes hay que diversificar
y cuyos mensajes hay que rehumanizar.
Hermanos, tenemos demasiado trabajo para divertirnos con los juegos
de retaguardia. Europa ha hecho lo que tenía que hacer
y, en suma, lo ha hecho bien; dejemos de acusarla, pero digámosle
firmemente que no debe seguir haciendo tanto ruido. Ya no tenemos
que temerla, dejemos, pues, de envidiarla.
El tercer Mundo está ahora frente a Europa como una masa
colosal cuyo proyecto debe ser tratar de resolver los problemas
a los cuales esa Europa no ha sabido aportar soluciones.
Pero entonces no hay que hablar de rendimientos, de intensificación,
de ritmo. No, no se trata de volver a la Naturaleza. Se trata
concretamente de no llevar a los hombres por direcciones que los
mutilen, de no imponer al cerebro ritmos que rápidamente
lo menoscaba y lo perturban. Con el pretexto de alcanzar a Europa
no hay que forzar al hombre, que arrancarlo de sí mismo,
de su intimidad, no hay que quebrarlo, no hay que matarlo.
No, no queremos alcanzar a nadie. Pero queremos marchar constantemente,
de noche y de día, en compañía del hombre,
de todos los hombres. Se trata de no alargar la caravana porque
entonces cada fila apenas percibe a la que la precede y los hombres
que no se reconocen ya, se encuentran cada vez menos, se hablan
cada vez menos.
Se trata, para el Tercer Mundo, de reiniciar una historia del
hombre que tome en cuenta al mismo tiempo las tesis, algunas veces
prodigiosas, sostenidas por Europa, pero también los crímenes
de Europa, el más odioso de los cuales habrá sido,
en el seno del hombre, el descuartizamiento patológico
de sus funciones y la desintegración de su unidad; dentro
del marco de una colectividad la ruptura, la estratificación,
las tensiones sangrientas alimentadas por las clases; en la inmensa
escala de la humanidad, por último, los odios raciales,
la esclavitud, la explotación y, sobre todo, el genocidio
no sangriento que representa la exclusión de mil quinientos
millones de hombres. (Las tres cuartas partes del total en
el momento en que esto se escribe)
No rindamos, pues, compañeros, un tributo a Europa creando
estados, instituciones y sociedades inspirados en ella.
La humanidad espera algo más de nosotros que esa imitación
caricaturesca y en general obscena.
Si queremos transformar a Africa en una nueva Europa, a América
en una nueva Europa, confiemos entonces a los europeos los destinos
de nuestros países. Sabrán hacerlo mejor que los
mejor dotados de nosotros.
Pero si queremos que la humanidad avance con audacia, si queremos elevarla a un nivel distinto del que ha impuesto Europa, entonces hay que inventar, hay que descubrir.
Si queremos responder a la esperanza de nuestros pueblos, no hay
que fijarse sólo en Europa.
Además, si queremos responder a la esperanza en los europeos,
no hay que reflejar una imagen, aun ideal, de sus sociedad y de
su pensamiento, por los que sienten de cuando en cuando una inmensa
náusea.
Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad, compañeros,
hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar
de crear un hombre nuevo.
(Páginas 287 a 292)
Franz FANON
Esta Conclusión del libro, escrito en francés de Franz FANON: Les damnés de la terre, François Maspero, París, 1961, está tomada de la edición en español Los condenados de la tierra, FONDO DE CULTURA ECONOMICA, México, 1983 (es la séptima reimpresión de la segunda edición en español, la primera es de 1963), 293 páginas.