Me llamo barro aunque Miguel
me llame. Julio Gálvez Barraza
Septiembre 2003 - El 28 de marzo de 1942, en la enfermería
del Reformatorio para Adultos de Alicante, moría Miguel Hernández.
El 28 de marzo
de 1942, en la enfermería del Reformatorio para Adultos de
Alicante, moría Miguel Hernández. El inolvidable poeta, -nacido
el 30 de octubre de 1910-, con algo más de 31 años de edad,
se encontraba cumpliendo una condena de 30 años de reclusión.
Su muerte, como consecuencia de una enfermedad pulmonar contraída
en las frías cárceles del norte de España, fue el resultado
no sólo de la dolencia que padecía, sino también de la desidia,
la mala intención y la poca voluntad de los carceleros y las
nuevas autoridades españolas por salvar su vida.
El dramaturgo
e investigador hernandiano, Juan Guerrero Zamora tuvo acceso
al expediente procesal que contienen los documentos con que
se condenó a muerte al poeta. En el año 1990 publicó en su
libro Proceso a Miguel Hernández, El sumario 21.001
(Dossat, Madrid 1990), el expediente completo. Es cierto,
y todo hay que decirlo, que las publicaciones sobre Miguel
Hernández de Juan Guerrero Zamora han sido objetadas y contradichas
por la mayoría de los investigadores hernandianos. También
lo es que sus biografías son tendenciosas en defensa del régimen
franquista y además, repasando su libro, nos encontramos con
que el autor niega algo tan conocido como la adscripción política
del poeta al Partido Comunista Español. Niega también la gran
amistad de Miguel Hernández con Pablo Neruda. Niega, a su
vez, la preocupación y la acción de Neruda en las gestiones
por lograr la liberación de Miguel. Pretender negar esto,
aparte de ser tan difícil como tapar el sol con la mano, no
es sólo negar la memoria de Neruda, sino también los testimonios
de María Teresa León, Rafael Alberti, Raúl González Tuñón,
Vicente Aleixandre y tantos otros testigos de la época. Aún
así, el libro de Juan Guerrero publica documentos y estos
son inobjetables. De ellos se desprende la frase del anterior
párrafo; la desidia, la mala intención y la poca voluntad
de los carceleros y las nuevas autoridades militares por salvar
la vida de una persona cuyo único delito fue el ser escritor
y leal con su pueblo.
Al encuentro de la gloria
El joven Miguel
Hernández llegó a Madrid a finales de 1934. Venía de su pueblo
natal, Orihuela, en la provincia de Alicante. Ya antes, en
1932, a los 22 años de edad había intentando sin éxito editar
sus poemas en la capital y conseguir algún trabajo que le
permitiera mantenerse.
La hernandiana
María Gracia Ifach señala que posiblemente fue Federico García
Lorca quien introdujo a Miguel en los circuitos poéticos madrileños,
y en la amistad de Alberti, Altolaguirre, Bergamín, que después
se ensancharía con Vicente Aleixandre, Juan Ramón Jiménez
y Pablo Neruda. Miguel despierta afectuosas amistades, y no
sólo se le acepta sino que se le quiere y admira por la autenticidad
que a todos transparenta. Al poco tiempo de su estadía en
la capital se convirtió en asiduo visitante de la Casa de
las Flores, donde, aparte de la simpatía que desde un comienzo
le profesó el poeta chileno, recibió la fraternal acogida
de Delia del Carril, La Hormigüita, quien, varios años
mayor que él, le adoptó casi como a un hijo. Miguel Hernández
correspondió con gratitud a su simpatía con un poema que dedicó:
A Delia.
Tu ternura es capaz de abrazar a los cardos
y en ella veo un agua que pasa y no se altera...
Tu voz pasa a través de un mineral racimo.
No encontraréis a Delia sino muy repartida
como el pan de los pobres...
Al mismo tiempo
que pastoreaba los rebaños de cabras de su padre, Miguel había
estudiado en escuelas católicas. Primero en un institución
oriolana para niños pobres y luego, por sus dotes de memoria
y facilidad asimilativa, los jesuitas le trasladan al colegio
de Santo Domingo, lugar de formación de las clases acomodadas
de la ciudad. Pero, aún cuando los jesuitas ofrecieron costearle
una carrera eclesiástica, su padre decide retirarlo para que
comience a trabajar. De ahí que el joven poeta, en su llegada
a Madrid, llevara consigo una fuerte influencia religiosa,
expresada ya en sus auto sacramentales.
La amistad de
Neruda y de la mayoría de los poetas de la generación del
27 influyó en la transmutación que conmovió al joven Miguel
Hernández. Entre sus nuevos amigos inicia otra etapa, en la
que cambia el contenido de sus poemas aunque mantiene intacta
su raíz campesina. Este encuentro con la capital altera a
Miguel. Por una parte está la Metrópolis y la vida literaria,
con nuevas ediciones de sus obras y la colaboración en revistas
como Cruz y Raya o Caballo Verde para la Poesía,
y por otro lado sigue estando Orihuela y la antigua influencia
de Ramón Sijé (José Marín Gutiérrez), su amigo de juventud,
quien no ve con buenos ojos su acercamiento al mundo literario
de los Neruda, Aleixandre, Alberti y otros poetas que, según
Sijé, influían negativamente en su vida y en su obra.
Cuenta el poeta
argentino Raúl González Tuñón, que a comienzos del año 1935,
recién llegado a Madrid, preguntó a Neruda: ¿Quién es Miguel
Hernández?
-Se presentó
un día en "Cruz y Raya" -contesta Neruda- y
entregó a Bergamín un auto sacramental que fue inmediatamente
aceptado y publicado poco más tarde. Me interesé por Miguel
y descubrí que se trataba de un gran poeta en potencia. Tratémosle
como a tal.
Mientras Federico García Lorca movía la cabeza, como
dudando, Plaja y yo discutimos con Pablo.
-Pero Cruz y Raya es una revista confusionista...
-En todo caso Miguel Hernández tendrá que sacarse
de encima la influencia de sus curas de aldeas... (1)
Miguel, definitivamente,
se saca esa influencia. Se la quita de modo que la cercanía
religiosa, en vez de torcer el rumbo de su espíritu, no dejó
huella desdichada en él. En consecuencia, se produce un enfriamiento
en la amistad con Ramón Sijé. Esta transmutación no hubiese
sido posible si, al igual que en Neruda, no hubiese existido
en él la semilla propicia y el caldo de cultivo para su desarrollo,
esa semilla que Sijé no supo ver en su día. Es interesante
detenerse un momento para conocer una de las razones de tal
cambio. Es el testimonio de un contemporáneo y compañero del
poeta en las tareas culturales y periodísticas durante los
turbulentos tiempos de la guerra civil. Pedro Collado en su
obra Miguel Hernández y su tiempo, (Ediciones Vosa,
Madrid, 1993) seguramente refiriéndose a Juan Guerrero Zamora,
señala:
Algún biógrafo o comentarista de Miguel Hernández,
en la época franquista, de los que a toda costa pretendían
actuar como "redentores" de la memoria del poeta
oriolano, no escatiman sus argumentos -y sólo suyos- sobre
la culpa directa que en su evolución cargaban a su nuevo círculo
de amistades, inclusive señalando directamente a determinadas
personas, tal el caso de Neruda. No era ésta una actitud noble
de quienes así han querido manejar a su conveniencia la memoria
de Miguel Hernández, al haber atentado contra una de sus más
acusadas virtudes del poeta, cual era la espontaneidad de
sus decisiones y la sinceridad y la firmeza con que las defendía.
El distanciamiento
de Miguel con su mentor oriolano tuvo un paréntesis póstumo.
El 24 de diciembre de 1935 muere en Orihuela Ramón Sijé. Miguel,
el 10 de enero de 1936, a su compañero del alma, le escribe
su genial Elegía, considerada como una de las obras
maestras de las letras españolas y uno de los mayores aciertos
de la poesía hernandiana. Es interesante señalar que en la
edición de Espasa-Calpe de El Rayo que no cesa, (2º
edición, Madrid, 1991) el profesor Agustín Sánchez Vidal,
estudioso de la obra de Miguel Hernández, interpreta la Elegía
como un cruce de elementos nerudianos, que emanan del color
de la sangre y lo dionisiaco del canto, con un contexto sijeniano.
Rara mezcla, por venir de dos mentores tan disímiles.
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Es muy probable que, como se ha dicho, Neruda
y Vicente Aleixandre fueran quienes más influyeron en la transmutación
poética de Miguel Hernández. Le mostraron una nueva poesía
que impresionó al joven. En los Folletones del periódico El
Sol de Madrid, el 2 de enero de 1936, Miguel publicó un
articulo en el que se muestra deslumbrado por los poemas de
Residencia en la Tierra, último libro de Neruda en
esa fecha. Entre otras cosas, señalaba categórico: Basta
de remilgos y empalagos de poetas que parecen monjas confiteras,
todo primor, toda punta de dedo azucarado. Pido poetas de
las dimensiones de Pablo Neruda para acabar con tanta confitura
rimada. En las odas que Miguel dedicó a ambos poetas ya
en el título queda plasmada esa muestra de amistad y admiración;
Oda entre sangre y vino a Pablo Neruda y Oda entre
arena y sangre a Vicente Aleixandre.
El matrimonio formado por Rafael Alberti y María
Teresa León, verdaderos motores de la revista Octubre,
aglutinaban y lideraban a los descontentos sociales de la
época. Ellos, de la misma forma que influyeron en el cambio
de concepción política de Neruda, fueron partícipes y testigos
de la transmutación de Miguel Hernández. María Teresa León
narra un altercado de Miguel con la Guardia Civil, suceso
que, según ella, detonó la transformación: Miguel, aquella
mañana, se había paseado mientras escribía por las orillas
del Henares. Miguel escribía sabe Dios qué en aquel momento
y era feliz, pues así de aislada había sido su vida campesina
y así de solo había iniciado su camino de hombre, guardando
las cabras de la casa paterna. Pues bien, en ese sotillo junto
a las riberas del Henares, no era posible pasearse ni sentarse
sin que la Guardia Civil caminera no sospeche del gato encerrado
de la revolución capaz de colarse por cualquier agujero. Le
dieron el alto. Miguel comprendió mal. Corrió. Insistieron.
Se resistió. ¿Qué llevas ahí? Versos. ¿Versos?, le contestaron
agresivos y burlones. Le arrancaron de las manos los papeles.
Los insultó. Le golpearon, le amenazaron con la culata de
los fusiles. Cuando lo dejaron marchar, ya no quedaba ni paz
del río ni soledad sonora ni canto de pájaros, solamente los
horribles guardias civiles en sus ojos. Puede que todo durara
poco tiempo, pero le bastó a Miguel para rebelarse. Por eso,
cuando corrió hacia Madrid llamó en nuestra casa. Venía a
decirnos: Estoy con vosotros. Lo he comprendido todo.
(2)
La guerra
Los grandes movimientos humanos presentan siempre
un concomitante artístico, principalmente literario. La guerra
en España tiene una enorme fuerza dramática, desde luego,
pero todavía es más profunda la transformación social que
está operándo mediante esa guerra, transformación que, por
otra parte, ya se había desarrollado lo suficiente para lanzar
a un pueblo a la conquista de su libertad. En lo que a Miguel
Hernández se refiere, ésta transformación social lo orientó
de tal manera que, una vez iniciada la rebelión fascista,
estando en Orihuela, no dudó en marchar a Madrid para enrolarse
en el Ejército Popular de la República.
Elvira Hernández, hermana del poeta, vivía en
Madrid con su marido cuando comenzó la guerra. Ella, en el
citado libro de Pedro Collado, da testimonio de la incorporación
de Miguel al Ejército Republicano: Recuerdo que Paco (mi
marido) le dijo: -Tú, Miguel, como intelectual, como poeta
ya conocido, puedes hacerlo valer para que te lo tengan en
cuenta ante cualquier circunstancia...- A lo que contestó
Miguel que en aquellos momentos él se presentaba -como un
soldado más, como un miliciano de tantos- Y así fue efectivamente.
Una mañana salieron los dos y marcharon al cuartel de las
Milicias del Quinto Regimiento para alistarse. La primera
tarea encomendada a Miguel, como un soldado más, junto a otros
muchos milicianos, fue cavar trincheras en los alrededores
de Madrid. En algunas biografías del poeta, erróneamente se
le presenta incorporándose, nada más iniciada la guerra, en
el Batallón de Valentín González, El Campesino. Esto fue,
como se desprende del testimonio, después de pasar por el
Ejército Popular de la República, en la sección de Voluntarios
Milicianos.
Al poco tiempo, en Alcalá de Henares, se encontró
con su amigo Pablo de la Torriente, a quién había conocido
en Madrid, en la sede de la Alianza de Intelectuales. Fue
a raíz de una propuesta de éste, que Miguel pasó a formar
parte del Batallón del Campesino. En una entrevista que le
hizo Nicolás Guillén, en julio de 1937, durante el Congreso
de Escritores celebrado en Valencia, el propio Miguel Hernández
narra ese encuentro con el combatiente cubano:
-¿Qué haces?, me preguntó alegremente al abrazarnos.
-"Tirar tiros", le contesté yo, riéndome también. Pablo era
entonces Comisario Político del Batallón del Campesino, hoy
división. Me ofreció hacerme también Comisario, y le habló
en ese sentido a Valentín González, el Campesino, que le quería
entrañablemente. Me nombraron Comisario de Compañía, con lo
que ya estábamos juntos, otra vez, Pablo y yo, y juntos pasamos
al frente de Majadahonda.(3)
Durante el transcurso de la guerra, ya convertido
en Comisario de Cultura, a la vez que "pegaba tiros",
siguió desarrollando su obra literaria y los destinatarios
de sus poemas y obras de teatro eran los milicianos del frente
de batalla.
Con un permiso del ejército, Miguel viajó a
Orihuela y, el 9 de marzo de 1937, se casó con Josefina Manresa.
Los flamantes contrayentes viajaron a Jaén, tierra natal de
la esposa, donde Miguel estaba destinado en El Altavoz
del Frente Sur. En el mes de julio de 1937, el poeta asistió
en Valencia al II Congreso de Escritores Antifascistas, en
el que participó en una ponencia colectiva. Por esos días,
en un breve viaje a Madrid, Miguel acompaña a Pablo Neruda
al barrio de Argüelles para ver por última vez la Casa de
las Flores, la primera de las míticas casas del poeta chileno.
Neruda recuerda en sus memorias esta última visita:
Miguel Hernández, vestido de miliciano y con su fusil, consiguió una vagoneta
destinada a acarrear mis libros y los enseres de mi casa que
más me interesaban.
Subimos al quinto piso y abrimos con cierta emoción la puerta del departamento.
La metralla había derribado ventanas y trozos de pared. Los
libros se habían derrumbado de las estanterías...
Miguel encontró por ahí, entre los papeles caídos, algunos originales
de mis trabajos. Aquel desorden era una puerta final que se
cerraba en mi vida. Le dije a Miguel:
-No quiero llevarme nada.
-Nada? Ni siquiera un libro?
-Ni siquiera un libro -le respondí.
Y regresamos con el furgón vacío.
No sólo la Casa de las Flores vio Neruda por
última vez ese día. No volvería a ver esa casa, esas calles
Madrileñas de inolvidables recuerdos. Esos días serían también
los últimos en que vería a Miguel Hernández. Neruda regresó
a París y luego a Chile. Miguel, al mes siguiente, viajó a
la Unión Soviética para participar en el V Festival de Teatro.
El 19 de diciembre de 1937 nació Manuel Ramón,
el primer hijo de Miguel Hernández. La composición del nombre
era un homenaje a Manuel Manresa, padre de Josefina y a su
amigo Ramón Sije. Miguel, que se encontraba con su esposa
en Cox gozando unos días de permiso, salió el 6 de diciembre
hacia Valencia para entregar sus artículos a Vittorio Vidale,
el Comandante Carlos, de quien se había convertido en el cronista
oficioso. El viaje de tres días, se alargó mucho más de lo
previsto y el poeta no pudo estar presente en el nacimiento
de su primogénito. Sólo logró llegar a Orihuela para pasar
las navidades con su aumentada familia.
La contienda española estuvo regada de episodios
trágicos e inhumanos. La guerra se desarrolló en un clima
de hambre y penurias y hubo mucha gente que murió, literalmente,
a causa de la desnutrición. El desgraciado primogénito de
Miguel fue uno de ellos. Con tan sólo diez meses de edad,
Manuel Ramón murió después de una prolongada diarrea provocada
por la escasa y mala alimentación. El poeta tampoco vio morir
a su hijo. En ese momento corría de Cox a Orihuela en busca
de medicamentos para el niño. Al volver sufrió una crisis
nerviosa que repercutió en su ya débil salud y, por prescripción
facultativa, fue ingresado en el hospital de Benicasim para
una cura de reposo que duró 20 días. Seguramente el nacimiento
de su segundo hijo, Manuel Miguel, el 4 de enero de 1939,
no pudo mitigar la inmensa pena que corroía su alma de poeta.
La derrota
Las desgracias de Miguel Hernández comenzaron
a sucederse una tras otra. En Febrero de 1939, cuando la derrota
militar de la República española ya era inminente, sus superiores
en el Ejército incomprensiblemente lo destinan a Madrid. A
partir de aquí su destino estaba tan marcado como el sino
de la República que tanto defendió. Ahí se encontraba al termino
de la contienda. Se había quedado en la capital defendiendo
su Gobierno hasta el fin, como Alberti, María Teresa León
y otros escritores de la Alianza de Intelectuales. La capital
española, como es de suponer, era un verdadero caos y aún
había gente, como el poeta León Felipe, que se negaban a aceptar
la derrota y abandonar la ciudad.
Miguel, acompañado del poeta chileno Juvencio
Valle, con quién después compartiría una fría celda, acude
a la Embajada de Chile para hablar con Carlos Morla Lynch.
El Encargado de Negocios le ofrece asilo, pero es un dialogo
de sordos, Miguel no está seguro de nada, no sabe dónde ir,
titubea y sufre diversas reacciones. No sabe si quiere asilarse,
más bien desea salir de España, pero, naturalmente, con su
mujer y su pequeño hijo. Morla le aconseja que llegado el
momento de la hecatombe final, de no tener otro lugar más
seguro, se asile en la Embajada de Chile. Días después, cuando
la situación ya era de franca derrota, Carlos Morla pide a
Juvencio Valle que busque a Miguel. Pero, luego de una breve
entrevista, Juvencio le informa que Hernández ha declarado
que no se albergará en sitio alguno porque lo considera como
una deserción de última hora.(4)
Neruda señala en sus memorias que Miguel
Hernández buscó refugio en la Embajada de Chile, y el
embajador de ese entonces, Carlos Morla Lynch, le negó
el asilo al gran poeta, aun cuando se decía su amigo.
En este episodio en la vida de Hernández aún hoy existen investigadores
y ensayistas que sostienen que fue Morla Lynch el que negó
el asilo al desdichado poeta. Sin embargo Neruda modificó
esta versión en su conferencia Viaje al corazón de Quevedo,
dictada en Santiago el 8 de diciembre de 1943. En ella dice
que fue el propio Miguel quién no aceptó el refugio: Miguel
Hernández no quiso aceptar este asilo. Creyó que podría seguir
combatiendo.
El testimonio de María Teresa León nos complementa
la situación y nos permite hacer una hipótesis bastante cercana
a los hechos:
Recuerdo que Miguel Hernández apenas contestó a nuestro abrazo cuando
nos separamos en Madrid. Le habíamos llamado para explicarle
nuestra conversación con Carlos Morla Lynch, encargado de
negocios de Chile. Miguel se ensombreció al oírlo, acentuó
su cara cerrada y respondió: Yo no me refugiaré jamás en una
Embajada. Me vuelvo al frente. Nosotros insistíamos: Ya sabes
que tu nombre está entre los quince o dieciséis intelectuales
que Pablo Neruda ha conseguido de su Gobierno que tengan derecho
de asilo. Miguel se ensombreció aún más. ¿Y vosotros?, nos
preguntó. Nosotros tampoco nos exiliaremos. Nos vamos a Elda,
con Hidalgo de Cisneros. Miguel dio un portazo y desapareció.
El joven poeta no volvió al frente, porque ya
no había frente donde combatir. Se refugió en casa de José
María de Cossío y el 9 de Marzo, en medio de un Madrid caótico,
dejó la capital y emprendió el camino, a pie, en carreta,
como pudo, con destino a Cox, donde estaba su familia. Los
nacionales ya ocupaban la capital y sus carreteras de salida
y Miguel Hernández se encontró con serias dificultades para
llegar a su destino. Una vez en Cox, sus amigos le hicieron
ver el peligro que allí corría. Su situación en el pueblo
no era más segura que en Madrid. Entonces Miguel, desorientado,
decide que es hora de marchar. Pedro Collado relata que: Una
mañana, sin apenas equipaje, con lo poco que pudimos darle
pues el dinero rojo ya no tenía valor, se marchó sin decirnos
adónde se dirigía.
El calvarios
A mediados del mes de abril, Miguel Hernández
marchó con destino a Sevilla donde esperaba encontrar la ayuda
prometida por un amigo. Pero en la capital andaluza ya no
había amigos a quien recurrir. Encamina sus pasos a Huelva
con destino a Portugal. Ahí intenta cruzar la frontera como
último recurso de salvación.
¿Adónde iré que no vaya
mi perdición a buscar?
En este viaje se acrecientan sus desgracias.
El 30 de abril de 1939, cuando ya había logrado traspasar
la frontera, en Moura, un pueblo fronterizo de Portugal, Miguel
es detenido por la policía lusa y entregado a la Guardia Civil
en la localidad onubense de Rosal de la Frontera. En medio
de un inmisericorde apaleo, el joven prestó su primera declaración.
En el acta levantada por la policía se constatan sus más graves
delitos; Ser escritor, alistarse voluntariamente contra el
Glorioso Alzamiento Nacional y ser miembro activo de la Alianza
de Intelectuales.
Su hermana Elvira recordaría años más tarde
como se enteraron de su detención: Después nos fuimos enterando
que había cruzado la frontera de Portugal y que, al no quedarle
dinero, vendió su reloj de oro, que le había regalado Vicente
Aleixandre por su boda, y el traje que se hizo para ir a Rusia,
las dos únicas cosas de valor que poseía. Pero la policía
portuguesa, bien por denuncia o desconfianza, le detuvo entregándole
a la Guardia Civil española en Rosal de la Frontera. Lo que
sí sabemos, dicho por él, es que allí recibió un trato brutal,
hasta el punto de quedar varios días con una afección renal,
que le vertía sangre en la orina, pues le obligaban a declarar
cosas que ni remotamente sabía; porque al decir que era de
Orihuela, de Alicante, se empeñaban en que él tenía que estar
implicado en el fusilamiento de José Antonio (Primo de
Rivera) que, como se sabe, había sido en Alicante, y que
por eso se había querido fugar a Portugal. Sin embargo, él
declaró, con su ingenuidad y nobleza que siempre demostraba,
muchos datos e informaciones sobre sí mismo que le eran perjudiciales.
A partir de ese arresto en Rosal de la Frontera,
Miguel pasó casi seis meses de calvario carcelero. Primero
en las prisiones de Huelva y Sevilla, posteriormente en Madrid
y por último, a mediados del mes de mayo de 1939, en la cárcel
de Torrijos de la capital española, donde se encontraba cuando
comenzó a funcionar una cadena solidaria que intentaba librarlo
del cautiverio.
Neruda, Alberti y María Teresa León, que estaban
en París rescatando refugiados y reivindicando a Federico,
no podían olvidar a Miguel Hernández y a los refugiados republicanos
que aún permanecían en la Embajada de Chile en Madrid. María
Teresa señala lo siguiente en sus memorias: Si, palabras
pronunciadas por mí más tristes y rabiosas que elocuentes
en una cena que en París y ya acabada la guerra el PEN Club
dio a Pablo Neruda, a Rafael y a mí. Vivíamos con Neruda en
el Quai de l`Horloge y no sé por qué me confiaron los dos
poetas la tarea de contar, entre otras desventuras, la desventura
de un poeta encarcelado...
Esa nueva víctima no podían consentirla los intelectuales franceses, tenían
que salvarla y así lo hicieron. Anne Marie Comnene asentía
con su cabeza a mis palabras. Si, si, debemos salvar a Miguel
Hernández. Cuando terminé de hablar, todo estaba decidido.
El intermediario del Pen Club para esta petición sería Monseñor
Baudrillart y lo libertaron. Seguramente sorprendería a Miguel
su libertad, tanto que dicen sus amigos que no pudieron detenerlo
y corrió a su pueblecito para abrazar a su hijo y a su mujer.
Neruda también recuerda los hechos y coincide
con María Teresa. Aunque, creo, confunde la fecha de su condena
a muerte, que como veremos, se produce después de su segunda
detención, el 18 de enero de 1940. Dice Neruda:
Miguel Hernández fue detenido y poco después condenado a muerte. Yo estaba
otra vez en mi puesto en París, organizando la primera expedición
de españoles a Chile. Me alcanzó a llegar su grito de angustia.
En una comida del Pen Club de Francia tuve la dicha de encontrarme
con la escritora María Anna Comnene. Ella escuchó la historia
desgarradora de Miguel Hernández que llevaba como un nudo
en el corazón. Hicimos un plan y pensamos apelar al viejo
cardenal francés, monseñor Baudrillart.
El cardenal Baudrillart tenía ya más de 80 años y estaba enteramente ciego.
Pero le hicimos leer fragmentos de la época católica del poeta
que iba a ser fusilado.
Esa lectura tuvo efectos impresionantes sobre el viejo cardenal, que escribió
a Franco unas cuantas conmovedoras líneas.
Se produjo el milagro y Miguel Hernández fue puesto en libertad.
Esa puesta en libertad a la que alude el poeta
chileno sucedió el día 15 de septiembre de 1939. Otro testimonio
que confirma la preocupación de Neruda por Miguel, la encontramos
en las memorias de Santiago Ontañón. Este señala que en el
verano de 1939, recibió Vergara Donoso una carta que Neruda
le enviaba desde París interesándose por la situación de su
amigo, quien, según sus informaciones, estaba preso en Madrid.
Tras las averiguaciones pertinentes, Vergara comprobó que lo afirmado
por Neruda era verdad, pero que no se había iniciado proceso
ni se unía la persona del detenido con el poeta Miguel Hernández,
lo que obligó a actuar discretamente.(5)
Inmediatamente después de salir de la cárcel,
Miguel se refugia en la imprenta del escultor Víctor González
Gil.(6) Este relata que: Cuando salió de la cárcel de Torrijos,
yo le acogí y le llevé a la imprenta. (calle Garcilazo 10)
...Todo el mundo escurrió el bulto. Se escapaba con cierta
frecuencia. Por la mañana, no, porque en la panadería de enfrente
estaba el Jefe de Falange del barrio y podía verle. Sus escapadas
me preocupaban, pero no me hacía caso. Un día fue a la Embajada
de Chile y, cuando volvió, estaba bastante desanimado. Me
dijo que había mucha gente en sus mismas circunstancias.
El desanimo de Miguel estaba totalmente justificado.
Su intención era refugiarse en la Embajada de Chile, donde
acude acompañado de Juvencio Valle. Lo llevé a la Embajada
de Chile, -dice Juvencio- antes de que yo cayera preso,
pero no lo recibieron, porque tenían ya 18 españoles refugiados
y habían recibido amenazas que si recibían un solo español
más constituiría un peligro para la embajada y los refugiados(7)
Más, esa visita no fue del todo en vano. En esa oportunidad
Miguel conoció a Germán Vergara Donoso, un diplomático chileno
que pronto se convertiría en su protector. Desde la embajada,
Miguel le escribe a Neruda, le agradece la intervención por
su libertad y le anuncia: Me marcho a Chile. Voy a buscar
a mi mujer a Orihuela. No es aventurado suponer que Vergara,
el nuevo Encargado de Negocios de la Embajada de Chile, le
había ofrecido la posibilidad de este viaje.
Josefina y su hijo estaban en Cox. Allí corrió
Miguel a abrazarlos. Siguiendo su trágico sino, el 29 de Septiembre,
fecha de su onomástico, se dirigió a Orihuela para visitar
a los padres de Ramón Sijé. Tras salir de la casa de éstos
es delatado por un oriolano y nuevamente detenido. Aquí comienza
el final de su largo calvario. A finales de noviembre de 1939
fue trasladado a Madrid, a la cárcel de Conde de Toreno. En
enero de 1940 fue juzgado y el día 18 de ese mes, el Consejo
de Guerra Permanente Nº 5, lo condena a muerte. En el mismo
juicio, que no duró más de una hora y media, fueron juzgadas
29 personas, de las que 17 resultaron condenadas con la pena
máxima. En el año 1978, por testimonio de uno de los procesados,
se conoció parte del desarrollo del juicio. El abogado defensor
de los 29 procesados, un hombre joven y sin experiencia, conoció
los expedientes la noche anterior a la vista, no habló con
ellos, ni antes ni después. La acusación se tomó seis o siete
minutos para encarnecerse con el resto de los acusados, pero
se reservó el doble de tiempo para ensañarse en arrojar inculpaciones
sobre el poeta. El Presidente del Consejo de Guerra, al preguntar
si alguno deseaba alegar razones de inocencia, advirtió que
no consentiría largos discursos ni expresiones subversivas.
Miguel Hernández, al ser preguntado si tenía algo que alegar,
bajó la vista y en un murmullo respondió: Nada.
El acta del fallo que sentencia a muerte al
poeta es una de las mayores pruebas de la estupidez humana.
El documento contiene los cargos de su condena. Y estos señalan
que: se incorporó voluntariamente en los primeros días
del Alzamiento Nacional al 5º Regimiento de Milicias pasando
más tarde al Comisariado político de la 1ª Brigada de choque....
Dedicado a actividades literarias era miembro activo de la
Alianza de Intelectuales Antifascistas habiendo publicado
numerosas poesías y crónicas, y folletos, de propaganda revolucionaria.
No hay en la acusación ni crímenes, ni atentados contra personas,
ni muertes imputables a la acción de guerra. El siniestro
documento continúa considerando que: los hechos que se
declaran probados constituyen un delito de ADHESIÓN a la rebelión,
de cuyo delito es responsable en concepto de autor el procesado
por participación directa y voluntaria. Por lo tanto,
en vista de tan viles delitos, al honorable jurado no les
queda otro camino que fallar en consecuencia: VISTOS los
artículos citados y demás de general aplicación. FALLAMOS
que debemos condenar y condenamos al procesado MIGUEL HERNÁNDEZ
GILABERT, como autor de un delito de adhesión a la rebelión
a la pena de MUERTE.
Se le juzgaba por incorporarse voluntariamente
a defender la República democráticamente establecida en su
país. También por ser escritor y pertenecer a la Alianza de
Intelectuales. Todos estos hechos constituían un delito de
rebelión. Se le condenaba a muerte, en una circunstancia en
que los rebelados ante la República habían sido los mismos
que dictaban condena.
La confirmación de la sentencia, hecha por la
Auditoría de Guerra el 30 de Enero, no dejaba lugar a dudas
en la validez del proceso. Considerando que: el procedimiento
aparece tramitado con arreglo a Derecho sin que en él se adviertan
defectos ni omisiones que afecten a su validez, que la prueba
ha sido apreciada con un criterio racional, que es asimismo
acertada la calificación legal de los hechos, y para la fijación
de la pena el Consejo de Guerra se ha mantenido dentro de
los limites a que le autoriza el artículo 172 de Código de
Justicia Militar que regula el arbitrio judicial. Pero
dejan en suspenso la ejecución del condenado hasta tanto se
reciba el enterado de S.E. el Jefe del Estado. Esta era
la fórmula usada para que el Jefe del Estado interviniera
de forma magnanima perdonando vidas amenazadas por los tribunales
militares.
La muerte
Son varios los testimonios cercanos al poeta
condenado a muerte. Uno de ellos es el de Antonio Buero Vallejos,
quien por esos días le dibujó un retrato en la celda que compartían
y donde mantuvieron coloquios inolvidables mientras soportábamos
con entereza la condena a muerte, y con él compartí parcos
alimentos que nuestros familiares se quitaban de la boca para
sostener nuestros decaídos cuerpos. Y ante aquel enfrentamiento
con la más verdadera postrimería, Miguel y yo hablábamos de
lo que realmente nos colmaba. Del oscuro destino de España,
por supuesto; de lo que haríamos o no haríamos si conmutaban
nuestra condena, también. Pero, sobre todo, de lo más importante.
Y lo más importante ante la probable extinción seguía siendo
el arte, seguía siendo la poesía.(8)
El nuevo Encargado de Negocios chileno en España
-el Embajador era Manuel Bianchi- se preocupó de la infeliz
situación del poeta desde el primer momento de su nueva detención.
Germán Vergara Donoso lo visitó regularmente en la cárcel
y socorrió también a su familia con envíos de dinero para
paliar su precaria situación. Ya no es un misterio el origen
de esta ayuda económica. La Alianza de Intelectuales de Chile,
fundada por Neruda en 1937, pidió expresamente al Gobierno
chileno la protección del oriolano. Vergara Donoso así lo
señala, en 1958, a una revista chilena: Ya preso por segunda
vez, recibí avisos, entre otros de Pablo Neruda, sobre la
situación de Miguel Hernández, junto con el encargo de ocuparme
de él. Hice todo lo que tuve en mi mano por evitar su condena
a muerte...
Después de cinco meses de incertidumbre, mediante
un decreto de Francisco Franco, fue conmutada la pena capital
del condenado por la inmediatamente inferior, es decir,
30 años de cárcel.
En otro de sus gestos de nobleza, Miguel ocultó
a la familia su condena. Su hermana Elvira explica que ellos
no supieron que al mes siguiente de su traslado a Madrid fue
juzgado y condenado a muerte. Bien hizo Miguel al silenciar
la terrible noticia, pues el sufrimiento de todos hubiera
sido tremendo, y, principalmente mi madre, que no sé si hubiera
podido soportar los meses de cruel incertidumbre hasta que
le conmutaron la pena por treinta años.
A partir de esta conmutación comienza para el
oriolano otro calvario, su paseo por las distintas prisiones
españolas. En las frías celdas de la cárcel de Palencia se
le declaró una neumonía que le produjo una grave hemoptisis:
Hube de salir enfermo y con una hemorragia muy grande.
Así lo dice el poeta en cartas a sus amigos. En las misivas
a su esposa denota su cuidado por no preocuparla. Pero estas
cartas, además, nos permiten pensar que la enfermedad que
finalmente lo llevó a la muerte, ya estaba incubada en sus
pulmones. Los traslados de prisiones, que sumarán hasta 13,
le llevan, el 24 de junio de 1941, por gestiones de Germán
Vergara, hasta el Reformatorio de Adultos de Alicante cuando
ya en las frías celdas del penal de Ocaña ha contraído la
tuberculosis. Cuenta Elvira Hernández que: En el tiempo
que estuvo en ese Penal no cesó de estar en contacto
con sus más apreciados amigos, entre ellos Vicente Aleixandre,
con el fin de que gestionaran su traslado a Alicante. También
intervinieron de la Embajada de Chile, con lo que se veía
la mano de Neruda nuevamente. Parece que en principio había
dificultades pues la prisión de Alicante no era apta para
cumplir condenas de 30 años, que era la que él llevaba...
En la cárcel de Alicante, cerca de su familia,
la comunicación con el prisionero tampoco fue fácil. Al joven
poeta se le aplicó toda la severidad del régimen carcelario.
El primer mes en esa prisión Miguel tuvo que pasar por el
período de incomunicación y, una vez sacado de su aislamiento,
cuando se disponía a estar con los suyos después de un año
y medio de no verlos, tampoco fue posible. Pudo abrazar a
su pequeño hijo unos breves instantes. A su esposa sólo pudo
verla a través de las rejas del locutorio.
A finales de año se agrava su estado físico;
se le declaró una grave lesión en el pulmón izquierdo con
contagio del derecho, contrayendo también el tifus. Las altas
fiebres lo mantienen postrado en la enfermería de la cárcel.
Era tal la debilidad del poeta que a dos visitas de Josefina
no pudo acudir por que no se mantenía de pie. En las misivas
a su esposa, Miguel se queja amargamente: Manda inmediatamente
tres o cuatro kilos de algodón y gasa, que no podré curarme
hoy si no mandas. Ayer se me hizo la cura con trapos y mal.
Salvo en dos oportunidades, el 27 de Enero y el 5 de Febrero
de 1942, en que fue autorizado a salir de la cárcel para ser
reconocido por los médicos del Hospital Provincial y en el
Dispensario Antituberculoso de Alicante, la atención dentro
de la enfermería carcelaria era un verdadero desastre. Miguel
clamaba a su familia: Quiero salir de aquí cuanto antes.
Se me hace una cura a fuerza de tirones y todo es desidia,
ignorancia y despreocupación.
Su hermana Elvira recuerda con amargura esos
desesperados días en que hacían gestiones para trasladarlo
al Centro Antituberculosos de Valencia: Con todo esto,
nos veíamos impotentes atender debidamente sus peticiones,
sus llamadas de auxilio, y, la más dolorosa, la de su traslado
como única esperanza de salvar la vida. Muchas veces tropezábamos
con la imposibilidad material de hacerle el envío de algunas
cosas que pedía, pues escaseaban o tenían precios altos. Josefina
recibía algunas ayudas, como las de Vicente Aleixandre, de
Pablo Neruda a través de la Embajada de su país, y algunos
más, pero su situación familiar y el gasto diario para el
cuidado de Miguel suponían un esfuerzo insuperable para todos.
En algunas biografías del poeta se cita su matrimonio
religioso como un acto de final contrición. Sin embargo existió
un motivo mucho más poderoso. Las visitas de su mujer, que
se habían intensificado en número, al estar él cerca de su
lugar de residencia, se hacían más dilatada en el tiempo al
no reconocer las nuevas autoridades el matrimonio civil celebrado
en tiempos de la República. En una carta escrita a su esposa
le dice que se prepare pues el día 4 de marzo se celebraría
el acto de matrimonio, añadiendo que; lo que para ella
era un motivo de alegría, para él era de una gran pena,
ya que siempre se había considerado casado desde que contrajeron
matrimonio en el año 1937. Esta, y la posibilidad del trasladado
a Valencia, fue la causa de que el poeta accediera al matrimonio
eclesiástico.
Entre los recuerdos que difícilmente podrán separarse de mi pensamiento, -dice Elvira Hernández- es aquel día en que se efectuó la ceremonia, allí,
junto a la cama. Apenas nos atrevíamos a mirarnos, ni a pronunciar
palabras. Sentíamos sobre nosotros como un sonido mortificante
la respiración entrecortada de Miguel, que miraba fijamente
a Josefina, allí, a su lado, que nos miraba a todos con ojos
inmóviles, como si todas sus sensaciones estuvieran concentradas
en su pensamiento, en el fondo de sus sentimientos. Sólo se
oían las palabras breves del capellán, pues fueron unos minutos
solamente, ya que según supimos después el acto se efectuó
como si fuera in artículo mortis, habida cuenta del estado
de Miguel.
Recién después de celebrarse la ceremonia religiosa
se cursó la petición del traslado al Hospital Penitenciario
de Porta Coeli. Las gestiones de sus amigos, entre ellos Germán
Vergara, chocaban con la persistente indiferencia de las autoridades
carcelarias. Varios connotados biógrafos del poeta, entre
ellos el profesor Agustín Sánchez Vidal y Ramón Pérez Alvarez,
afirman tener testimonios que aseguran que el mayor obstáculo
para dicho traslado fue Luis Almarcha, entonces Vicario General
de Orihuela y Procurador en Cortes por designación directa
de Francisco Franco. La supuesta negativa de su ex protector
y mecenas para interceder por el urgente traslado, estaba
fundada en el distanciamiento de la Iglesia que había tenido
Miguel en su metamorfosis literaria.
Elvira Hernández recuerda haber preguntado a
Miguel, después de una visita que le hiciera Luis Almarcha,
si creía que éste influiría en su pronto traslado al sanatorio.
Miguel dejó pasar unos instantes para contestar y, como
si hablara consigo mismo, le oí decir con palabras entrecortadas:
Si, ha venido... ha venido Almarcha, y me ha mandado un padre
jesuita..., yo que necesito curarme me hablan de la fe, del
alma...; si, han venido... como a comprobar que ya no saldré
de aquí, como si temieran que algún día yo salga de aquí...
La autorización de traslado tardó absurdamente.
Llegó el día 21 de marzo, pero el cauce de la enfermedad ya
se hacía irreversible. Miguel Hernández, Miguel de España,
a quién Neruda llamara "Hijo mío", y de quién un
día esperó que cumpliera el deber de decir junto a mis
huesos algunas de sus violentas y profundas palabras,
expiró en la madrugada del 28 de marzo de 1942, víctima de
la tuberculosis desarrollada con el hambre, la falta de cuidados
y la desidia de los que podían haber salvado su vida.
La ironía del destino o un pesado sentimiento
de culpabilidad hicieron proseguir la siniestra pareafernalia
judicial. El 13 de abril de 1942, el Capitán general de la
10º Región, se interesó ante el Juez de Ejecutorias en recibir
información sobre el procesado. En el mes de mayo, el secretario
del Juzgado remite la información requerida copiando el acta
de sentencia y la posterior conmutación. La Comisión Central
de Examen de Penas estimó oportuno conmutar la pena a veinte
años y un día de reclusión mayor. Así se trasladó, en diciembre
de 1943, al Ministerio del Ejército, quien dictó resolución
favorable en enero de 1944. A casi dos años de su muerte,
el poeta recibía una nueva gracia en su condena.
Notas
1.- Revista Aurora de Chile, Nº 13, Santiago,
4 de agosto de 1939.
2.- María T. León, Memoria de la melancolía.
Bruguera, Barcelona, 1982
3.- Hermanamiento Miguel Hernández-Federico García
Lorca. Fuentevaqueros 1990. Patronato Cultural Federico
García Lorca. Granada.
4.- Carlos Morla Lynch. Memoria presentada al Gobierno
Chileno. (citado por Juan Guerrero Zamora en: Proceso
a Miguel Hernández...)
5.- Santiago Ontañón/José María Moreiro. Unos pocos
amigos verdaderos. Fundación Banco Exterior de España.
Madrid, 1988
6.- Manuel Muñoz Hidalgo, Cómo fue Miguel Hernández.
Barcelona, Planeta 1975. (Citado por Juan Guerrero Zamora)
7.- Raúl Mercado. Conversación con Juvencio Valle.
Revista Araucaria de Chile, Nº 13, Madrid, 1981.
8.- Hermanamiento Miguel Hernández-Federico García
Lorca. ob. cit.
Artículo publicado en la revista Realitat,
N°69, Barcelona, Tercer trimestre 2002. pp.38-46.
|