Artículos y Documentos

Los 'esclavos' del franquismo. Miles de presos políticos fueron arrendados a empresas privadas hasta 1970.
LA VANGUARDIA - 17/02/2002


UNA HISTORIA QUE SURGE DE LA PENUMBRA

Un 10% de la población activa, en prisión
Los 'esclavos' del franquismo
Miles de presos políticos fueron arrendados a empresas privadas hasta 1970

JOSEP MARIA SÒRIA - Barcelona

El franquismo utilizó de forma masiva y organizada, entre los años 1937 y 1970, a presos políticos como fuerza laboral barata, dócil y segura, recluida en campos de concentración, que empleó en diversas tareas, especialmente de obras públicas, pero que en numerosos casos arrendó a empresas privadas, la mayoría adjudicatarias y concesionarias del Estado. Los presos también fueron utilizados para trabajar en obras suntuarias, como en el Valle de los Caídos o en el pazo de Aday (Lugo), o en obras para la Iglesia.

Durante muchos años, el Estado franquista, mediante el decreto de Redención de Penas por el Trabajo, se apropió hasta del 75% del salario que percibían aquellos presos. Algunos historiadores utilizan el concepto de 'esclavos' para referirse a este contingente de presos trabajadores, ya que las facilidades para su trabajo fueron casi inexistentes y mínimas sus percepciones salariales, sus derechos, condiciones sanitarias y de alimentación.

El concepto de 'esclavos' para denominar los presos utilizados como fuerza laboral de empresas públicas y privadas surgió en Alemania y Austria, lo que dio lugar, en aquellos países, a compensaciones morales e indemnizaciones económicas. También en Japón se conceptuó como 'esclavas sexuales' a mujeres violentadas por el Ejército del Imperio. En España, este periodo dramático y abyecto de la historia ha permanecido hasta ahora en penumbras. Desde hace unos pocos años, algunos historiadores trabajan para recuperar la memoria, y algunas instituciones sociales y cívicas persiguen que se reconozca la deuda moral y económica contraída por la sociedad.

El número de presos políticos del franquismo es todavía una cifra por concretar, aunque la mayoría de los historiadores coincide en que ronda los 280.000 inmediatamente después de la guerra civil. El catedrático de la Universidad de Sevilla Antonio Miguel Bernal evalúa la cifra en torno a un diez por ciento de la población activa española. 'Téngase en cuenta que en su gran mayoría, esos presos se hallaban entre los 20 y los 40 años de edad', dice Bernal a 'La Vanguardia'.

Los sistemas del régimen de Franco para usar esta fuerza de trabajo tan barata fueron varios. En plena Guerra Civil, en mayo de 1937, se publica un decreto por el que se reconoce el 'derecho al trabajo' de los prisioneros de guerra, que son utilizados en obras en su mayoría de carácter militar. Más tarde, en octubre de 1938, se publica el decreto sobre Redención de Penas por Trabajo, por el que se crea el Patronato, conocido entre los presos por 'el latronato', dependiente del Ministerio de Justicia. El decreto autorizaba el arrendamiento de los presos a empresas privadas que precisaban mano de obra con urgencia. El preso redimía un día o más, según las condiciones, por día trabajado.

Uno de los ideólogos de esa política, el jesuita José A. Pérez del Pulgar, escribía en 'La solución que España da al problema de los presos políticos' (Valladolid, 1939), que puede utilizarse el trabajo de los reclusos en 'obras que se pueden ejecutar en descampado o fuera de las ciudades por destacamentos penales de 100 o más hombres, que pueden alojarse en barracones transportables o en edificios habilitados como cárcel ocasional. Tales serían explotaciones mineras, explanaciones para ferrocarriles, carreteras o autopistas, encauzamientos de ríos, presas o pantanos, canales, etc; plantaciones agrícolas en España, colonias de África, colonias para habitaciones baratas, análogas a las que se han hecho en Italia (Littoria, Carbonia, etc.) explotaciones agrícolas o ganaderas'.

Los presos políticos trabajaron en aeropuertos (Sondica, Gando, Lavacolla), tendidos ferroviarios (Madrid-Burgos), puertos, túneles (Vielha), carreteras, canales de irrigación, marismas y pantanos. O en nuevas cárceles, como Carabanchel. Pero también lo hicieron en obras de la Iglesia, como en la catedral de Vic, las escolapias de Bujalance (Córdoba), las Madres Adoratrices, de Valladolid o el obispado de Orense. El novelista gallego Daniel Sueiro publicó, en 1976, un documentado libro sobre el trabajo de 20.000 presos políticos en el Valle de los Caídos, entre los cuales se hallaban el dramaturgo Buero Vallejo, el actor Paco Rabal, el historiador Nicolás Sánchez Albornoz, que protagonizaría una sonada fuga, o el abogado Gregorio Peces Barba.

El salario del preso se estableció en 2 pesetas por día de trabajo. El salario medio de un peón entonces estaba entre 12 y 14 pesetas/día. El penado sólo recibía 50 céntimos, quedándose el Estado el resto para 'manutención'. Si el preso estaba casado por la Iglesia (algo no muy corriente entre la población penitenciaria), la esposa recibía 2 pesetas y una peseta por cada hijo menor de 15 años, siempre que estuviera bautizado. Los 50 céntimos que recibía el penado se ingresaban en una cartilla de ahorro controlada que, en muchos casos, el preso no podía disponer sin previa autorización.

Otra fórmula utilizada por el régimen de Franco fueron trabajos en 'Regiones Devastadas'. Todavía en 1943, cuatro años después de terminada la guerra, más de 4.000 prisioneros seguían trabajando en zonas como Belchite, Brunete, Burguillo, Boadilla del Monte, Argés, Éibar, Figueres, Fraga, Gernika, Huesca, Lleida, Llers, Medina de Aragón, Oviedo, Potes, Puebla de Albortón, Puebla de Híjar, Quinto del Ebro, Rudilla, Sabiñánigo, Teruel, Torres del Segre, Torrevelilla, Valmuel, Vega Baja, Vilanova de la Barca y Villamanín.

Otro sistema fue el de los Batallones Disciplinarios, formados por soldados considerados 'desafectos' al régimen que habían sido reclutados por la República, luchado en los frentes y hechos prisioneros, durante o después de la guerra. Algunos habían sido condenados a penas leves y otros no habían podido hacerse con el aval falangista o eclesiástico que les liberara de la 'desafección'. En su mayoría fueron obligados a repetir la mili durante tres años en esos batallones. En enero de 1939, había 119 batallones que reunían a 87.589 personas, según el historiador Pedro Pascual. Cuarenta de estos batallones trabajaron en Cataluña en la reparación de carreteras, canales, puentes e iglesias. A finales de 1944, estos batallones realizaron obras de fortificación de la costa sur de Andalucía ante el temor de un desembarco aliado.

Pero el mayor contingente de presos políticos utilizados como 'esclavos del franquismo' lo fueron a través del Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas, dependientes del Estado Mayor del Ejército, creadas el 8 octubre de 1939. Los objetivos eran alejar a una gran masa de prisioneros de las abarrotadas cárceles y, al mismo tiempo, resolver un problema económico.

El profesor Francisco Moreno Gómez, de la Universidad de Córdoba, cifra el jornal medio de ese preso trabajador en 4,75 pesetas (recluso con esposa y un hijo), si contrataba un organismo público, y de 14 pesetas si contrataba una empresa privada. En este segundo caso, 0,50 pesetas eran para el recluso, tres para su familia, 1,40 se retenían para alimentación y 9,10 restantes -el 75%- las retenía Hacienda 'no sabemos por qué concepto'.

Este contingente de presos trabajadores fueron en su mayoría instalados en campos de concentración cercanos a los lugares de trabajo. El historiador Pedro Pascual localiza 72 de estos campos, según ha reportado recientemente ('Historia16'. número 310). Los primeros campos fueron creados para poder albergar el gran número de presos (50.000), tras la caída de Santander, el 26 de agosto de 1937. Esos campos, al principio, fueron instalados en locales, plazas de toros, recintos amurallados o campos limitados por alambradas. Un informe del servicio de clasificación de prisioneros de finales de ese mismo año eleva la cifra de presos a 106.822.

El historiador Javier Rodrigo Sánchez afirma en 'La represión bajo el franquismo' (Colección Ayer, número 43. Editorial Marcial Pons) que durante la guerra civil, hubo una treintena de campos, cuyos objetivos eran la 'clasificación, depuración reeducación y evangelización' de prisioneros. Muchas de estas instalaciones fueron improvisadas porque dependían de la suerte de los frentes. Al final de la guerra. los campos son ya una sesentena y albergan a unos 180.000 internados. Es entonces cuando pierden su carácter provisional y ganan en estabilidad funcional y organizativa. Aunque, según reconoce Rodrigo Sánchez, 'la inmediata posguerra es, de hecho, el período más enigmático de la vida y funcionamiento de los campos de concentración'.

El profesor de Cádiz Gutiérrez Molina explica a 'La Vanguardia' que los campos de concentración para presos trabajadores reunían en algunos casos hasta 10.000 personas. Poco a poco, fueron creándose pequeñas colonias dependientes de esos campos, más próximas al lugar de trabajo, a donde podían acudir las familias de los presos, que se instalaban en sus alrededores en condiciones misérrimas. Campos de este tipo se formaron con ocasión de los trabajos en las marismas del Guadalquivir, en Guillena, La Rinconada, La Corchuela y Merinales. Esta dinámica supuso la aparición de poblados que, con el tiempo, llegaron a consolidarse, como es el caso de El Palmar de Troya, formado por familias de presos que trabajaban en el vecino pantano de la Torre del Águila. También formaron barrios de Sevilla, como Bellavista (un 60% de sus vecinos son familiares de presos políticos) y Torreblanca, o en Dos Hermanas y en Los Palacios.

Finalmente, otro servicio que empleó el franquismo para sacar rentabilidad de los presos fueron los Talleres Penitenciarios, creados en abril de 1939, con sede central en la cárcel de Alcalá de Henares. Entre otros trabajos se facturaron inmediatamente después de la guerra civil 15.000 crucifijos para escuelas y centros oficiales. Desde esos talleres se editaba la revista 'Redención', que se tiraba en la rotativa incautada a 'El Diluvio' de Barcelona. Uno de los trabajos típicos de esos talleres fueron muñecas de trapo y serrín.