Artículos y Documentos

'Los mitos de la guerra civil' de Pío Moa
Joaquín Rodríguez Burgos - Febrero 2003

http://www.rebelion.org


Acaba de ser publicado por la editorial 'La Esfera', firma que gira en torno al ámbito de influencia del diario 'El Mundo', el libro titulado 'Los mitos de la guerra civil'. De su autor, Pío Moa, poco se puede decir. Lo más destacado de su trayectoria vital se concreta en su militancia en los autorreferenciados, misteriosos y siempre inquietantes Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO), grupúsculo armado pretendidamente revolucionario y marxista aún operativo a estas alturas. Es interesante destacar este dato puesto que la obra que comentamos se sitúa en un terreno ideológico completamente contrario al que se podría suponer en una persona que ha pertenecido al recientemente 'ilegalizado' (Garzón ex machina) PCE ( r ), hermano político de los GRAPO. De hecho se ubica en una geografía política diametralmente opuesta a la que ocupa cualquier ciudadano que se considere sencillamente de izquierdas. Pero esto no ! sería lo más importante, ni lo grave del asunto. Lo que realmente llama la atención es que 'Los mitos de la guerra civil' se instala en las antípodas del mínimo sentido común de la ciencia historiográfica.

Pío Moa perteneció a ese minúsculo, disgregado, fanático y omnipresente ejército de profetas que cuales Testigos de Jehová del Evangelio Marxiano, anunciaban por doquier el inminente derrumbe del mundo capitalista y el subsiguiente advenimiento del Paraíso Comunista tras el Apocalipsis de la Revolución Proletaria; formó parte de esa casta de revolucionarios que poblaron con sus esponjosas barbas el bullicioso panorama hispano de las izquierdas antifranquistas de los años setenta, de la cual alguno de sus miembros más avispados (creemos adivinar a Pío Moa entre ellos) de golpe y porrazo, sin apenas transición, se acomodó, eso sí, con el mismo grado de fanatismo, en la confortable poltrona que los hijos e hijas de la derechona de toda la vida, de esa derecha neofranquista heredera de los generales, obispos y banqueros que sostuvieron al 'Vigía de Occidente', les tenía reservada. Comparte el señor Moa trayectoria aproximada por tanto con los inefables, entre otros, M! ikel Azurmendi y Jon Juaristi, por citar sólo a sus dos representantes más célebres en el mundo presuntamente intelectual de este presunto país. Son de esa raza de revoltosos celtíberos que han surcado un duro camino en el desierto ideológico que les condujo de paladines de las razones bolcheviques a palaciegos de la Corte del PP. Modestos aprendices de los viajes de Malaparte (aunque éste al menos experimentó un atisbo de lucidez en su destino final), se esfuerzan ahora en erigir un edificio ideológico con un aparente toque de modernidad (y su correspondiente dosis de champú anticaspa) que sirva firmemente por una lado de justificación ideológica de las políticas reaccionarias del PP y por otro de justificación de los cargos públicos o prebendas mediáticas que han recibido de ese mismo partido y/o adláteres. Pío Moa con este libro se apunta un tanto y uno pequeño.

'Los mitos de la guerra civil' se divide grosso modo en dos partes fundamentales. Del contenido de la primera de ellas nos advierte una breve introducción titulada 'Los personajes de la República en la marcha hacia la guerra'. En ésta se habla de figuras de sobra conocidas como Alcalá- Zamora, Azaña, Largo Caballero, Calvo Sotelo o Francisco Franco, entre otros. En la parte segunda nos introduce directamente en lo que él considera los mitos de la guerra. Aborda en ella diecisiete episodios de lo más diverso, ordenados, en lo que se puede, cronológicamente, comenzando con '¿Salvó a la República el armamento de las masas?' y terminando con 'El enigma de Franco', pasando, entre otros por referencias míticas o hechos destacados del conflicto como el asedio al Alcázar de Toledo, las matanzas de Badajoz, 'el oro de Moscú' o el bombardeo de Guernica.
La obra podría encuadrarse en el difuso y anticuado género del Agit-prop (agitación y propaganda), tan de uso corriente en la época de la que trata. Con una verborrea desenvuelta y ágil de tintes periodísticos (y con el escaso rigor que caracteriza a los 'tribuletes' de hoy en día ), al lector le asalta la impresión de que el autor tiene como meta el superar de manera osada toda, o casi toda, la producción historiográfica publicada en España, Francia y Reino Unido sobre la República y la Guerra Civil en los últimos treinta años. Bajo el atractivo y supuesto afán de desenmascarar los pretendidos mitos (para Moa sinónimo de inexactitud o falsedad) de nuestra guerra el autor establece, entre otras, las siguientes tesis (a veces de manera soterrada): la guerra civil comienza en octubre de 1934, fecha de la rebelión de la izquierda española contra la CEDA; el golpe de estado de julio de 1936, por tanto, no es más que el reinicio de una guerra ya en curso. Desde al meno!s febrero de 1936 se venía produciendo (o preparando, no queda bien claro) una revolución bolchevique impulsada fundamentalmente por la facción del PSOE liderada por Largo Caballero que pretendía instaurar un régimen de terror similar al que imperaba en la URSS bajo la dictadura de Stalin. El alzamiento en julio de 1936 de parte del ejército no sería más que una reacción lógica para impedir el proceso bolchevizador, el cual, por otro lado, se perfecciona en lo que el autor denomina 'revolución del 19 de julio', en la que al parecer se habría hundido por completo la República. Ésta ya no existe a partir de esta fecha debido al alzamiento proletario que supone el armamento de las masas obreras y a que el gobierno de esa pretendida República (inexistente por otro lado, según olvida convenientemente Moa) incumple posteriormente sus propias leyes anulando por tanto la poca legitimidad democrática del bando que él identifica como 'populista'. La Iglesia y la ! masa católica apoya el alzamiento obligada primero por el acoso continuo de la República desde su mismo nacimiento y posteriormente por las masacres que sufre a manos de los revolucionarios.

A ello habría que añadir una previa Restauración pintada por Moa como prácticamente idílica, presentada como una época sin conflictos reseñables, en los que el grado de libertad y crecimiento económico habrían sido constantes y equitativos; una balsa de aceite, en pocas palabras. Por lo tanto, de todo ello debería deducir el lector que la violencia política estallaría sin causa ni justificación alguna primero con el intento de golpe de Estado republicano en diciembre de 1930 y luego con la quema de las iglesias en mayo del 31. Pío Moa no se molesta en contextualizar históricamente ninguno de los dos eventos y da por sentado que la responsabilidad de la violencia recae de forma exclusiva en los partidos republicanos y en las masas incontroladas de obreros.
Todas estas tesis no constituyen ninguna novedad en el panorama historiográfico español. Antes bien, son suficientemente conocidas: son las de la Falange y Franco, las de los requetés y el Opus Dei, las impuestas al pueblo español durante cuarenta años a tiro limpio.
Afortunadamente, gracias entre otras cosas al trabajo de un nutrido grupo de estudiosos, españoles y extranjeros, que profundizarían con rigor y valentía en documentos y testimonios, se pudo contar desde finales de los años sesenta y principio de los setenta con una visión más ajustada a la verdad. Son autores de prestigio internacional como Pierre Vilar, maestro de toda una generación de historiadores españoles, Paul Preston, Ángel Viñas, Javier Tusell, Santos Juliá, Hugh Thomas, Raymond Carr, Gabriel Jackson, Tuñón de Lara, Edward Malefakis y muchísimos otros que están en la mente de todos. Autores en definitiva que pusieron las piedras del primer conocimiento riguroso sobre el tema. Pero a Pío Moa ese esfuerzo intelectual levantado tozudamente durante décadas le da igual, no le preocupa; es más: lo desprecia. No sólo prescinde de ellos, sino que descalifica, sin emitir argumento alguno, ciertas construcciones teóricas importantísimas de algunos de estos historiadores, como! por ejemplo la de las 'tres Españas' de Preston. Por otra parte, aunque desdeña sus interpretaciones generales se vale de algún que otro dato puntual de los citados únicamente cuando es válido a sus fines argumentales. Como remache y muestra de las referencias académicas e ideológicas que maneja, el autor no tiene ningún tipo de reparo en admitir sin discusión las aseveraciones de uno de los 'historiadores' con menos prestigio no sólo en nuestro país si no en toda Europa como es Ricardo de la Cierva que, como todo el mundo sabe detentó y ostentó responsabilidades políticas bajo la dictadura de Franco.
Toda esta operación intelectual no puede tener más que un resultado (el buscado por el señor Moa, probablemente, desde un principio) y es la recuperación, tal y como adelantábamos más arriba, de las conclusiones dominantes en la historiografía (y propaganda) franquista con todo lo que conllevan de exculpación y ocultación de los crímenes del bando sublevado, de apología de esa misma sublevación (que para Pío Moa no es tal) y de escamoteo en definitiva del curso, de las causas y de las consecuencias de los procesos sociales, políticos, económicos, culturales, etc. que tuvieron lugar en la España de los años treinta. Es decir estamos ante la reformulación de los dogmas del 'florido pensil' y de la enciclopedia Álvarez, sólo que bajo una pretendida coartada historiográfica.
Por ello, aunque el proclamado fin es desmontar una serie de lo que se consideran mitos, lo único que en realidad contemplamos es todo lo contrario: apuntalar de nuevo el viejo alcázar de la execrable mitología franquista de la guerra: loor a los vencedores del comunismo del 18 de julio, vituperio y rechazo extremo a las hordas stalinianas. Sin complejos.
Y si reprobables son los fines que guían a Moa, más aún lo son los métodos que utiliza. El mecanismo dominante y repetido consiste en citar parcialmente a ciertos protagonistas de los acontecimientos sólo (una vez más) en aquello que fundamente su tesis. Así, y comenzando con los ejemplos, para caracterizar, o mejor dicho descalificar, a José Díaz, Secretario General del PCE, utiliza casi exclusivamente los escritos, discursos y soflamas del líder comunista recogidos del primer tomo de sus 'Tres años de lucha' y del admirado por Moa Ricardo de la Cierva 'Los documentos de la primavera trágica'. Con estos recursos, y además con un texto tan poco objetivo (por no decir libelo) como es 'El libro negro del comunismo' y otro del propio Moa, el retrato de Díaz que dibuja es completamente distorsionado y parcial, en la línea constante del resto del libro. Otro socorro imprescindible son los diarios de Azaña, que, como todo el mundo sabe, repartió ! críticas y censuras por doquier entre todos los protagonistas de la época. De esta forma, como en los viejos tiempos de los propagadores de la fe en Franco, pretende convertir al Presidente de la República en notario histórico de la miseria de sus correligionarios. Curiosamente, apenas utiliza este ardid para descalificar a los líderes franquistas y fascistas.
Otro de los trucos manejados es el de la artera distribución y ocultación de la información. Sólo dos ejemplos, aunque la obra está plagada de ellos. En lo tocante a la dosificación astuta de los datos digamos por ejemplo que Pío Moa sostiene al inicio del libro que Alfonso XIII había evitado la guerra civil abdicando del trono. Y se queda tan ancho. Esto sí que es un mito, mejor dicho: una mentira; pero él no sólo no la combate sino que la refuerza. Cualquier estudiante de historia sabe, incluido Pío Moa, que Alfonso XIII expresó su deseo de que la Guardia Civil 'disolviera' las manifestaciones populares de abril de 1931. La negativa del General Sanjurjo provocó que el monarca tomara conciencia del nulo apoyo con que contaba y, por tanto, huyera. Aquí Moa oculta las instrucciones asesinas del Borbón para rescatar su figura histórica. Pero más tarde al objeto de exculpar al Sanjurjo insurrecto de 1936 recuperará de su chistera la negativa de éste a utilizar el Ins! tituto Armado contra el pueblo, ahora bien sin mencionar en esta ocasión al rey como inspirador de tal felonía.
En cuanto a la ocultación de hechos bastará decir que el capítulo sobre la persecución religiosa durante los tres años de guerra no cita ni una sola vez aquélla a la que sometió el bando franquista a los curas vascos.
Aún hay más: lamentablemente el texto es rico en afirmaciones estrambóticas y hasta insultantes para cualquier lector sensible. Una muestra: Pío Moa concluye que la razón de que hubiera tantas víctimas mortales (doscientas según él mismo contabiliza) en el bombardeo de Durango obedeció a que el gobierno vasco no construyó refugios adecuados para la población. Un lector algo despistado podría entender que las bombas se desprendían inocentes de las nubes como gotas de agua. Aquel día sobre Durango no se pudo ver ningún avión.
El problema de 'Los mitos de la guerra civil' no obstante, y esto ha de quedar muy claro, no son las lamentables hipótesis sostenidas. Cualquiera puede ser defendible, siempre y cuando sea de forma fundamentada y rigurosa. Pero Moa no puede hacerlo. No puede presentar, en la inmensa mayoría de los casos, prueba documental alguna que cimente sus tesis.
En definitiva, y aunque suene duro escribirlo, Pío Moa nos ofrece ni más ni menos un ejemplo perfecto de pura propaganda neofranquista. Para terminar mostrando citaremos al propio Moa en el último párrafo de su libro, que resume mejor que nada el pensamiento que lo gobierna: '… la victoria de Franco en la guerra civil salvó a España de una traumática experiencia revolucionaria, y (…) su régimen la libró de la guerra mundial, modernizó la sociedad y asentó las condiciones para una democracia estable. Con todos sus elementos negativos, y a pesar de la imagen nefasta cultivada por sus enemigos en estos últimos años, su balance final me parece muy positivo, e infundada la mayoría de las críticas a él que hoy circulan como verdades inconcusas.' Que Ynestrillas, Piñar, Fraga y Aznar se lo premiten.