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Guanteros, zapateros, albañiles y ebanistas fueron los primeros en afiliarse al sindicato en Castilla y León
El Mundo - 10 de mayo de 2005


ENRIQUE BERZAL DE LA ROSA

Tipógrafos, guanteros, zapateros, albañiles, ebanistas, trabajadores de la madera... Asociados desde finales del XIX, fuertes a comienzos del XX. El germen de la Unión General de Trabajadores surgió en Barcelona en 1881 y siete años más tarde tomaba cuerpo en la ciudad condal. Pablo Iglesias había cumplido su sueño: un partido obrero en Madrid (el socialista, creado en 1879), y un sindicato obrero en Barcelona.

Los primeros ugetistas de Castilla y León comenzaron a reunirse en Burgos en 1886: era la Sociedad de Tipógrafos. Al año siguiente nacía el Círcuso Socialista burgalés, y en 1888, la sección tipográfica de la ciudad del Cid figuraba dentro de la Federación de tipógrafos inserta en la recién creada Unión General de Trabajadores, auspiciada por la Ley de Asociaciones aprobada en 1887.

Poco a poco, a modo de goteo obrero fueron llegando al sindicato los guanteros y zapateros de Burgos, los tipógrafos de Valladolid (desde 1891), albañiles, trabajadores de la madera, ebanistas, agricultores... Hasta principios del siglo XX, Burgos lidera la asociación ugetista de Castilla y León, aunque enseguida será desbancada por Valladolid, cuya Sociedad de Tipógrafos cuenta, desde 1891, con un personaje de excepción: Remigio Cabello Toral, alma del socialismo pucelano y hombre decisivo en el partido y en el sindicato a escala nacional.

Avanzan los años, avanza la afiliación. Tras Burgos y Valladolid van llegando, desde 1899-1900, los sindicatos socialistas de Salamanca, León y Palencia. En 1905 se suman los de Zamora y Segovia. Ávila aparece en 1907, y Soria, por fin, en 1909. El empuje es importante: si en 1900 eran 1.695 los afiliados en Castilla y León, en 1905 ya son casi 6.000. Los 2.000 de Valladolid lideran la estadística de ugetistas.

Militancia, fortaleza organizativa y, por supuesto, reivindicaciones y huelgas. Por las 8 horas de trabajo semanal, por salarios dignos, por el derecho de asociación. Los inicios del siglo XX ven «explotar» en España el 1º de mayo en 1890, con Burgos como única ciudad de la Comunidad que se engancha al mismo con precocidad. Luego, en Zamora (1893) y en Valladolid (1895), la fiesta del trabajo reúne a cientos, miles de obreros que demandan mejoras urgentes.

Las huelgas de aquellos años vienen alentadas por la precariedad que asola a la clase trabajadora a consecuencia de la tremenda inflación que sufre el país. Algunas son importantes, como las mineras de Ciñera y Barruelo, la de los obreros textiles de Béjar de 1903 o la agraria de Unión de Campos del año siguiente, saldada con persecución, represalias patronales y encarcelamientos.

Entretanto, la organización crece y se refuerza. Mineros, ferroviarios y obreros del sector textil, conscientes de su fuerza, comienzan a agruparse. Entre 1910 y 1913, leoneses y palentinos entran a formar parte de las respectivas secciones ferroviarias y mineras, mientras los bejaranos hacen lo propio en la textil. Más tarde, en 1920, se pone en marcha el radical y poderoso Sindicato Minero Castellano, unión leonesa y palentina con sede en Barruelo de Santullán.

La mítica jornada huelguística y revolucionaria de 1917 se deja sentir también en Castilla y León, pues hasta los vallisoletanos de la sección ferroviaria se rebelan contra la dirección y se lanzan ellos solos a la lucha. Son tiempos duros, de radicalismo, represión y crisis. Luego, con la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), la UGT, lo mismo que el PSOE, adoptará una estrategia contemporizadora y de colaboración que le permitirá evadir la clandestinidad, acrecentar su fuerza militante y fortalecer la organización. Cerca de 12.000 militantes arroja el sindicato en Castilla y León en 1928, con Valladolid a la cabeza (más de 3.000), seguida muy de cerca por León (2.781).

La llegada del régimen republicano tras las elecciones municipales de abril de 1931 fue acogida con entusiasmo por la UGT de Castilla y León. El 1º de mayo se convirtió en toda una fiesta, obrera y política, de afirmación republicana. La explosión de afiliación fue espectacular: cerca de 45.000 sumaban los militantes ugetistas de Castilla y León en 1933; casi el 80% procedía del sector rural. Tan espectacular como la afiliación era la politización: el triunfo derechista en las elecciones de 1933 suscitó la radicalidad de una UGT castellana y leonesa que no dudó en lanzarse a la revolución.

Por eso la huelga de octubre de 1934 hubo de ser sofocada a sangre y fuego por las autoridades. Y por eso el estallido de la guerra civil cogió a la UGT como diana privilegiada: la represión franquista en Castilla y León se cebó con el sindicato, sus líderes principales fueron fusilados, encarcelados y depurados, sus locales incautados y sus bienes, requisados.

Sólo en aquellas zonas de León, Ávila y Segovia donde permaneció en pie durante algunos meses el frente republicano, los socialistas de la UGT organizaron milicias. Otros hicieron lo mismo en Madrid, amparados en las respectivas Casas Regionales, mientras una minoría de «huidos» se enrolaba en la guerrilla de los montes leoneses, abulenses, palentinos y zamoranos.

Tan dura fue la represión, que ni siquiera en la clandestinidad franquista pudo la UGT reorganizar mínimamente la organización. La oposición obrera era cosa de comunistas, católicos progresistas y Comisiones Obreras. Habrá que esperar a finales de los sesenta para ver al sindicato resurgir de sus cenizas empujado por el «liberado» Félix Maestre y el palentino Jesús Mancho, y potenciado asimismo por la aparición de una nueva clase obrera.

La Transición democrática asiste al progresivo viraje desde el rupturismo inicial al reformismo final: la UGT, que en 1977 ya cuenta con las nueve uniones provinciales, va desbancando a CCOO en los comicios sindicales, pasa de los 2.000 militantes de 1977 a más de 52.000 en 1993, y se esfuerza por consolidar la estructura regional.

Ésta, impulsada en los primeros momentos por Alfonso Maroto, no cuajará definitivamente hasta 1993, con la creación de la Unión Regional; al frente de ella han estado el propio Maroto, Andrés A. Díez y, desde 1997, Fermín Carnero.