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La memoria dolorida de Carlota O'Neill. RELATO DE UNA PERIODISTA REPUBLICANA EN LA CÁRCEL FRANQUISTA
El País - DOMINGO - 12-12-2004



Carlota O'Neill y el capitán Virgilio Leret, con sus hijas Mariela y Carlota.


INMACULADA DE LA FUENTE 




Me gustaría vivir sobre el mar una temporada". Aquella joven curiosa, moderna y de ideas avanzadas confesó esta fantasía al que años después sería su marido, Virgilio Leret. En julio del 36, Carlota O'Neill (Madrid, 1905) cumplió su sueño. Su marido, capitán de Aviación de la República, estaba destinado por tres meses en las Fuerzas Aéreas de Marruecos, en la zona de Melilla, y le propuso que ella y sus dos pequeñas, Mariela y Carlota, habitaran un barco anclado frente a la base de Hidros de Atalayón, junto a los hidroaviones que flotaban sobre la ensenada de la Mar Chica. Así pasarían juntos el verano. Era una draga espaciosa e inhabitada que pertenecía a Aviación. Una barquita les llevaba a tierra, y cuando cedía el sol acudían a la base a jugar al tenis. Leret almorzaba en la draga y allí hacía vida familiar.

Lo reuerda ahora su hija Carlota Leret O'Neill, que reside en Venezuela y visita con frecuencia España. Y lo cuenta la propia Carlota O'Neill en un libro bello y terrible, Una mujer en la guerra de España (Oberón). Aquel verano idílico quedó interrumpido el 17 de julio. Ese día no lució el sol, y, después de comer, Carlota escribió un rato en el comedor del barco, las niñas subieron a cubierta y Leret leyó el periódico en la tumbona. A media tarde decidieron pasear hacia el cementerio moro, pero una sirena y un grupo de hombres jadeantes reclamaron presurosos a Leret. Volvieron al barco y el capitán Leret corrió a su puesto sin tiempo de despedirse de su familia. Sonaron disparos. Eran las seis de la tarde y comenzaba la Guerra Civil.

La primera crónica
Carlota O'Neill no volvió a ver a su marido. Al ser verano, gran parte de la oficialidad estaba de vacaciones y los insurgentes tomaron la base. Leret fue detenido, y Carlota, sus hijas y Librada Jiménez, la criada, quedaron en manos del sustituto de su marido, el rebelde capitán Soler. Desesperada, sin más noticias que las que le daba un marinero del grupo detenido, que, custodiado por otro del bando insurgente, les llevaba agua, Carlota O'Neill se puso a escribir la primera crónica sobre la Guerra Civil. Escritora y periodista. Lo que ignoraba es que ella también estaba bajo sospecha, y que ella y su familia se habían quedado aisladas.

Un alférez de Aviación que no había sido apresado por estar el 17 de permiso, le ofreció su casa en Melilla para ella y sus hijas. No podían continuar en la draga. El 22 de julio llevaron a las niñas a la casa acompañadas por un chófer de la base, pero la criada y ella fueron detenidas al volver a por el equipaje. Un abogado de Melilla, Manuel Requena, advirtió al chófer que O'Neill no tenía salvoconducto para viajar a tierra. Llevaron a ama y criada a la comandancia militar y de allí las trasladaron presas al fuerte de Victoria Grande. En la causa que se le abrió se decía que era "en extremo peligrosa", basándose en el borrador de la crónica que encontraron en el barco y en sus colaboraciones (sobre cultura) en La Libertad y La Linterna. Aunque quedó absuelta por falta de pruebas, siguió presa "por orden gubernativa". La criada corrió su suerte. Así arranca Una mujer en la guerra de España, un relato sobre la represión y la malvada necedad de los insurgentes.

Su hija, Carlota Leret, asegura que su madre se movía en ambientes artísticos y progresistas, pero no estaba vinculada a ningún partido. Aunque fue de las primeras mujeres afiliadas a Izquierda Republicana, luego se apartó. Hija de Enrique O'Neill y de Regina Lamo, colaboradora de Luis Companys y escritora, una de sus hermanas fue Enriqueta O'Neill, madre de Lidia Falcón. Carlota O' Neill formaba parte de la generación de republicanas progresistas: Federica Montseny, Margarita Nelken, Regina Opiso, Magda Donato, Isabel Oryázabal... "Se nutría de 'todo lo nuevo", dice su hija. Antes de la guerra había escrito ya tres novelas (la primera en 1924), dos de ellas en una editorial vinculada a Montseny.

Pero en el verano de 1936 su vida entró en una nueva dimensión. En cierto modo acabó. Estuvo cinco años en la cárcel. Junto a prostitutas, junto a jóvenes obreras. O'Neill narra las vidas de estas mujeres con las que apenas tenía nada que ver hasta encontrarlas en aquel almacén humano. Narra el hacinamiento, la sarna, los jergones manchados, la falta de ventilación en verano, el frío del invierno a través de aquellos ventanucos mal cerrados. Narra, sobre todo, una variedad de perfiles humanos y todas las secuencias de la cárcel: miedo, miseria, solidaridad. Su testimonio, inicialmente subjetivo, acaba siendo un relato coral.

Ya en la cárcel, supo que a su marido lo habían fusilado. Ella misma fue sometida a dos consejos de guerra. Su suegro, el coronel franquista Carlos Leret, fue quien ensució su nombre acusándola de extremista y atea. En vez de echar en cara a los suyos la muerte de su hijo, atribuyó a su nuera sus ideas republicanas. Mientras la madre se hundía en la cárcel, el abuelo paterno internó a las niñas en un inhóspito colegio para huérfanos de militares en Aranjuez (Madrid).

O'Neill salió libre en 1941. Su criada, un poco antes. La batalla para recuperar a sus hijas fue ardua. Su suegro las encomendó al Tribunal Tutelar de Menores para arrebatárselas. Cuando logró que se las dieran, residieron juntas en Barcelona. O'Neill trató de sobrevivir publicando cuentos y críticas musicales en diferentes publicaciones con el seudónimo de Laura de Noves y ocasionalmente como Carlota Lionell.

Viaje a Venezuela
En 1949, la madre y las hijas emigraron a Venezuela. Allí, O'Neill trabajó en prensa y adaptó teatro para la radio. En 1953 se trasladó a México, país vinculado a su familia, y optó por la nacionalidad mexicana. "Me parece que he escrito este libro más de dos veces", reconoce en el prólogo de Una mujer en la guerra de España. "Lo tuve escondido, allá en España, bajo tierra, envuelto en hule; también estuvo en un horno apagado, pero su destino era el fuego. A él fue a parar empujado por las manos que temblaban de mis dos hijas y mías cuando la Falange empujaba la puerta de nuestra casa", evoca. La versión final se publicó en México en 1964 con el título de Una mexicana en la guerra de España. En España se dio a conocer en 1979 (Turner) y recientemente en Oberón. Afincada en México hasta el final, allí publicó Romanza de las rejas y Los muertos también hablan, además de varias obras de teatro: Circe y los cerdos, Cómo fue España encadenada y Cinco maneras de morir. En su recámara se encontraban dos esculturas, el Árbol de la Vida y Cuatlicue, la diosa de la muerte. Cuando falleció, sus hijas esparcieron sus cenizas en la cima del Popocatepetl.

Virgilio Leret, inventor del motor de reacción 

LA PASIÓN POR VOLAR llevó al capitán Virgilio Leret a concebir un motor de aviación "destinado a revolucionar las alas del mundo". El 28 de marzo de 1935 presentó a Industria la solicitud de patente de "un turbocomprensor de reacción continua, como propulsor de aviones, y en general de toda clase de vehículos". El 2 de julio se le concedió la patente de invención.

En junio de 1936 se empezó a hacer el modelo en pruebas en los talleres aeronáuticos de la Hispano-Suiza, en Madrid. Pero vino "el levantamiento de Franco y sus generalitos. Todo al diablo", escribe O'Neill.

Sin embargo, la memoria y los planos no se perdieron. Estaban junto a las pertenencias del capitán fusilado en una maleta que entregaron a su viuda. La maleta llegó a la cárcel de Victoria Grande. Cuando la viuda descubrió los planos, se dio cuenta del peligro que representaba que cayeran en manos franquistas.

Las presas guardaron el secreto. Gracias a Ana, la recadera que gozaba de la confianza de los funcionarios, los planos salieron de la cárcel.Una presa obrera condenada a 30 años introdujo un papelito con este mensaje en la muda sucia que recogía su hijo dos veces por semana: "La señora Ana te va a meter el próximo lunes, junto con la ropa sucia, papeles que son muy importantes. Tu recoges el bulto (...) y lo llevas a los abuelos. Que los pongan en lugar seguro para que doña Carlota, cuando salga en libertad los recoja". Así fue. Ahora, la hija de Leret reivindica la patente de su padre.

Dos libros recientes buscan la huella de la mujer en Melilla y recuperan el paso por la cárcel de Carlota O'Neill. Las heridas de la historia (Bellaterra), de Vicente Moga, rastrea en las sombras de la Guerra Civil. Mujeres en Melilla, editado por el sindicato SATE-StEs, recuerda, entre otras, a Carmen Conde y Carmen de Burgos, y a pioneras de la educación como Obdulia Guerrero y Aurelia Gutiérrez-Cueto Blanchard, fusilada en Valladolid.