Rudolf
Rocker.
Anarquismo y Organización.
NOTA EDITORIAL.
La
edición de la presente obra de Rudolf Rocker persigue fundamentalmente:
1.
Acabar con el mito basado en el hecho de que el anarquismo, como teoría
política, se opone a cualquier forma de organización;
2.
Dar a conocer a grandes rasgos un periodo de la historia del anarquismo alemán.
Escogimos
este ensayo porque el desempeño del autor dentro del movimiento anarquista
germano le autoriza a tratarlo con evidente enfoque crítico y a que además su
militancia en el foro del anarquismo internacional sienta las bases de
credibilidad a su análisis del punto organizativo.
Como
este trabajo fue elaborado en la década de 1920, nos corresponde intentar
actualizar sus ideas principales que son:
A)
En el plano del desarrollo teórico-práctico internacional, los autores
anarquistas clásicos o sea, Pierre-Joseph Proudhon, Miguel Bakunin y Pedro
Kropotkin no elaboraron ninguna teoría anti-organizacionista.
B)
En el plano del desarrollo del movimiento anarquista alemán, la falta de
preparación política anarquista de cierto sector militante anuló
definitivamente la cabal comprensión de los objetivos propiamente anarquistas
dando lugar a que los mismos vocablos anarquismo, anarquista y anarquía, se les
concediera significados cada vez más alejados de su original sentido llegando
al extremo de interpretarlos en el mismo sentido que la burguesía.
C)
En lo referente al descubrimiento hecho por J. Mackay de los escritos de Johann
Gaspar Schmidt (mejor conocido como Max Stirner), el grado de incongruencias
que éstos soliviantaron en un sector del movimiento anarquista alemán e incluso
internacional, culminó en la negación absoluta de cualquier intento
organizativo.
Sobre
el primer punto habría mucho que agregar pero eso no corresponde a los
objetivos que nos hemos propuesto ya que las alternativas organizativas dadas
por los clásicos y por los no-clásicos son numerosas.
Por
otra parte, es preciso que levantemos una crítica al análisis que realiza
Rocker de la desorganización del movimiento anarquista alemán. Esboza su
desarrollo, exponiendo la realidad por él vista y vivida de la continua
negación de ciertos grupos para organizarse en el seno de la Federación
Anarquista Alemana; pero omite señalar, ubicar y explicar cuándo, dónde y por
qué surgió la susodicha federación. Esto es, no precisa a qué necesidades
respondía; si era efectivamente un organismo o un simple... cadáver. De las dos
partes en supuesto conflicto -federación y grupos anti-federación- pone en tela
de juicio la actitud de los segundos pero no aborda, y de aquí nuestra crítica,
las posiciones teóricas y prácticas de los miembros de la federación.
Resumiendo,
según Rocker, la responsabilidad de que el anarquismo en Alemania no haya
progresado en aquella época, recaía en la actitud hostil de los supuestos
anti-organizadores cuando en realidad, y si vemos esto objetivamente, tal
responsabilidad debe ser imputada a la FFA., puesto que si era la Federación la
que estaba directamente interesada en organizar a los diversos grupos
anarquistas, a ella sola le correspondía el buscar la manera de lograrlo y no a
los anti-organizadores.
En
lo relativo al segundo punto pensamos que este problema es actualmente mucho más
pronunciado que en aquel entonces. Diversas causas lo han generado y, a nuestro
parecer, las más importantes son:
1.
La falta de divulgación, a nivel general, de las alternativas y planteamientos
anarquistas a través de libros, folletos, periódicos, revistas, comics, etc.
2.
Como consecuencia se origina un enclaustramiento de los grupos que trae un
estancamiento tanto a nivel cultural como político, desembocando a su vez en
una carencia de imaginación, investigación, creación, análisis y opinión. De
ahí se generó el más espantoso monstruo ideológico de todos los tiempos: el
fanatismo, que es antagónico a los planteamientos anarquistas. FANATISMO Y
ANARQUISMO SON POLOS DIAMETRALMENTE OPUESTOS.
3.
El auto-menosprecio entre los partidarios del anarquismo hacia su propia labor
y la de los demás anarquistas, mientras que cualquier acción o declaración
proveniente del exterior, ajena por sus propias características al anarquismo,
es ampliamente comentada y discutida por los anarquistas mismos. Parece ser que
se busca, inconscientemente tal vez, lo propio en lo ajeno. Las pocas
publicaciones anarquistas de carácter periódico, sobreviven debido mucho más al
esfuerzo constante de pequeños, en algunos casos pequeñísimos núcleos de
individuos anarquistas, que debido al apoyo de la comunidad ácrata en general.
No
cabe duda que el origen de tales actitudes es el sentimiento derrotista que
está presente. Quien se diga partidario del anarquismo y no intente nada en pro
de las alternativas del mismo está trazando con su actitud el esquema de su
futura derrota.
4.
Producto de lo anterior lo constituye la falta de constancia en cualquier
actividad que se inicia por lo general con un entusiasmo y un empeño sin par,
pero pasado un corto periodo de tiempo, éstos se esfuman con sorprendente
rapidez. El cansancio irrumpe y la poca o mucha labor realizada se desperdicia,
además que el tiempo-vida invertido en ella se desaprovechó, lo que es
lamentable. Esta inmadurez, esta inconsistencia en lo que se hace, ha sido, a
lo largo de las dos últimas décadas, un denominador común en el seno del
anarquismo.
En
lo que se refiere al tercer punto, acerca del resurgimiento de las posiciones
stimerianas, pensamos que el fenómeno ha vuelto a presentarse siendo varias las
causas que lo producen. Es evidente que la obra de Max Stirner El ÃÅ¡nico
y su Propiedad, es un auténtico sacudimiento para todo lector joven,
adolescente casi, inquieto, que busca afanosamente el medio idóneo para justificar
su presencia en el mundo; y para que esta obra encuentre un importante núcleo
de seguidores debe reinar una atmósfera propicia, cuyas bases a nuestro parecer
se encuentran en los siguientes elementos:
1.
Centros urbanos de desmedida proporción que forman un auténtico dique para la
comunicación inter-individual;
2.
Hacinamientos humanos de tan inhumanas proporciones que minimicen o destruyen
el valor de cada individuo, reduciéndole prácticamente a cero;
3.
Contornos arquitectónicos urbanísticos diseñados tan irracionalmente que son un
cotidiano reto a la integridad individual.
Mientras
tales características ambientales subsistan, el campo se encuentra
suficientemente abonado para que los planteamientos stimerianos florezcan. Y si
no se resuelve, si no resolvemos, este problema, de sobra quedara el mencionar
los criterios negativos a que en gran medida conducen. Mientras la atomización
individual sea la constante, mientras gigantescos edificios pueblen las
ciudades, mientras las avenidas sean diseñadas para máquinas contaminantes,
mientras los medios de transporte colectivo sean diseñados para llevar carga y
no seres humanos, las acciones anti-sociales, anti-comunitarias expresadas, con
una amargura angustiante por cierto a lo largo de la obra de Stirner, continuarán
presentes. Continuarán señalando a través de su propia irracionalidad, la
irracionalidad ambiental que les dio origen, y ese nuevo Frankestein, ese
endiablado Horla acosará a su propio creador y estará presente en el momento
más feliz -profética advertencia shelleyniana- de su creador: el medio viciado
y aberrantemente autoritario.
Esperamos
que la presente obra sirva, por poco que sea, para intentar superar los vicios
señalados, y que mediante autocríticas y enfoques objetivos podamos encontrar el
hilo de Ariadna que nos haga abandonar el terrible laberinto en el que parece
estamos.
Chantal
López y Omar Cortés.
Capítulo 1.
Nada
satisfactorio es que en los círculos anarquistas aún no se haya podido
dilucidar esta cuestión, siendo que ella tiene tanta importancia para el
movimiento anarquista como tal y para su desarrollo futuro. Justamente aquí en
Alemania es donde las perspectivas de esta cuestión son más intrincadas.
Naturalmente, el estado especial bajo el cual se desarrolló aquí el anarquismo
moderno es en gran parte culpable de lo que hoy acontece.
Una
fracción de los anarquistas en Alemania rechaza en principio toda clase de
organización con determinadas líneas de conducta y opina que la existencia de
tales organismos está en contraste con la ideología anarquista.
Otros
reconocen la necesidad de pequeños grupos pero rechazan toda unión estrecha de
los mismos, como por ejemplo, por medio de la Federación Anarquista Alemana,
porque en esa fusión de fuerzas creen ver una restricción a la libertad individual
y un tutelaje autoritario por parte de unos cuantos. Nosotros opinamos que
estos puntos de vista nacen de una total confusión del origen de esa cuestión,
es decir, de un completo desconocimiento de lo que se entiende por anarquismo.
Aunque
en sus consideraciones sobre las diversas formaciones sociales y corrientes
ideológicas el anarquismo parte del individuo, es no obstante, una teoría
social que se ha desarrollado autonómicamente en el seno del pueblo, pues el
hombre es ante todo una creación social en la cual la especie entera trabaja,
pausadamente, pero sin interrupción, y de la que siempre va tomando nuevas
energías, celebrando a cada segundo su resurrección. El hombre no es el
descubridor de la convivencia social sino su heredero. Recibió el instinto
social de sus antepasados animales al traspasar el umbral de la humanidad. Sin
sociedad el hombre es inconcebible. Siempre vivió y luchó dentro de la
sociedad. La convivencia social es la precondición y la parte más esencial de
su existencia individual, pero también es la preforma de toda organización.
Quizás
el poderío de las formas tradicionales que observamos en la mayor parte de la
humanidad no sea en el fondo más que una cierta manifestación de este profundo
instinto social. Como el hombre carece de condiciones para interpretar
exactamente lo nuevo, su fantasía ve en ello la disolución de todas las
relaciones humanas y temiendo sumergirse entonces en el caos se sostiene
convulsivamente en los moldes tradicionales históricos.
Seguramente,
es uno de los errores de la convivencia, pero nos demuestra al mismo tiempo
cómo el impulso social está estrechamente ligado a la vida de cada individuo.
Quien
ignora o no concibe exactamente este hecho irrefutable jamás alcanzara a
comprender con claridad las fuerzas impulsivas de la evolución humana.
Las
formas de la convivencia humana no son siempre las mismas. Se transforman con
el correr de la historia, pero la sociedad queda y obra incesantemente sobre la
vida de los individuos. Quien se encuentre habituado a girar siempre en una
misma esfera de representaciones abstractas -hacia lo cual los alemanes tienen
especial inclinación- llegaría seguramente a arrancar al individuo de esas
incalculables relaciones que lo atan a la multitud, pero el resultado de tal operación
científica no sería el hombre sino su caricatura, un ente pálido sin carne ni
sangre, que solamente llevaría una vida espectral en el mundo nebuloso de lo
abstracto, pero que nunca ha sido encontrado en la vida real.
Ocurriría
lo mismo que a ese carretero que quiso desacostumbrar a comer a su burro y que
gritó desesperado cuando éste murió: ¡Qué
desgracia, si hubiera vivido tan sólo un día más, habría llegado a vivir sin
comer!
Los
grandes teorizadores del anarquismo moderno, Proudhon, Bakunin y Kropotkin,
acentuaron siempre la base social de la teoría anarquista, convirtiéndola en
punto de partida de sus consideraciones. Combatieron al Estado, no solamente
como defensor del monopolio económico y de los contrastes sociales, sino
también como el mayor obstáculo para toda organización natural que se
desarrolle en el seno del pueblo, de abajo arriba, y que tienda a realizar
tareas colectivas y a defender los intereses de la multitud de las agresiones
cometidas en su contra.
El
Estado, el aparato político de violencia de la minoría privilegiada de la
sociedad, cuya misión es la de uncir a la gran masa al yugo de la explotación
patronal y al tutelaje espiritual, es el enemigo más encarnizado de todas las
relaciones naturales de los hombres y el que siempre tratará de que tales
relaciones se verifiquen solamente con la intervención de sus representantes
oficiales. Se considera dueño de la humanidad y no puede permitir que elementos
extraños se entrometan en su profesión.
Tal
es el motivo porque la historia del Estado es la historia de la esclavitud
humana. Solamente por la existencia del Estado es factible la explotación
económica de los pueblos y su única tarea, puede decirse en síntesis, es la de
defender esa explotación.
Se
convierte en el enemigo mortal de toda natural solidaridad y libertad -los dos
resultados más nobles de la convivencia social y que evidentemente constituyen
una sola y misma cosa- al intentar, por toda clase de artificios legales,
restringir o por lo menos paralizar toda iniciativa directa de sus ciudadanos y
toda fusión natural de los hombres para la defensa de sus intereses comunes. Proudhon
ya lo había concebido exactamente y en su Confession d'un Révolutionnaire
hace la siguiente aguda observación:
Consideradas desde el punto de vista social, libertad y
solidaridad son dos conceptos idénticos. Encontrando la libertad de cada uno,
no un impedimento en la libertad de los demás, como dice la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793, sino un apoyo, el hombre más libre
es el que mayores relaciones tiene con sus semejantes.
El
anarquismo, el eterno contrario de todos los monopolios, científicos, políticos
y sociales, combate al Estado como protector de monopolios y enemigo feroz de
todas las relaciones directas e indirectas de los hombres entre sí, pero nunca
fue enemigo de la organización. Al contrario, una de las acusaciones de más
peso, al aparato estatal de violencia, consiste en que encuentra en el Estado
el mayor obstáculo para una organización efectiva, basada en la igualdad de
intereses para todos.
Los
grandes comentadores de la concepción anarquista universal, comprendieron
claramente que cuantos más intereses opuestos hubiera en las formaciones
sociales de los hombres estarían más estrechamente ligados unos a otros y más
elevado es el grado de libertad personal que el individuo goza dentro de la
colectividad.
Por
eso vieron en el anarquismo un estado social en el que los deseos individuales
y las necesidades de los hombres desbordan de sus sentimientos sociales y son
más o menos idénticos a ellos. En lo que abarca el mutualismo hallaron el
estímulo eficaz de toda evolución social y la expresión natural de los
intereses generales.
Por
eso rechazaron la ley torniquete como medio de relación de las organizaciones y
desarrollaron la idea del libre acuerdo como base de todas las formas sociales
de organización. El predominio de las leyes es siempre el predominio del
privilegio sobre la multitud que está excluida de prerrogativas y es un símbolo
de violencia brutal, bajo la máscara del derecho nivelador.
Las
personas que están ligadas por intereses comunes se crean tendencias comunes
bajo forma de acuerdos libres que les sirven como norma de conducta. Una
convención entre iguales es el fundamento moral de toda verdadera organización.
Toda otra forma de agrupamiento humano es violencia y despotismo de
prerrogativas. En ese sentido entendía Proudhon la idea de la
organización social de la humanidad, la que expresa en su gran obra Idée
générale de la Révolution du XIX siecle, en las siguientes palabras:
Colocamos acuerdos en lugar de leyes. Nada de leyes ya sean
votadas por mayorías consentidas. Cada ciudadano, cada comunidad, cada
corporación se hace su propia ley.
En vez de la violencia política colocamos las fuerzas
económicas.
En vez de las antiguas clases de ciudadanos, nobles,
burguesía y proletariado colocamos la categoría y especializaciones en las
funciones: agricultura, industria, intercambio, etc.
En vez de la violencia pública colocamos la violencia
colectiva. En vez de los ejércitos permanentes colocamos las secciones
industriales.
En vez de la policía colocamos la igualdad de intereses.
En vez de la centralización política colocamos la
centralización de la economía ¿concebís
ese orden sin funcionarios,
esa profunda unión intelectual? No supisteis nunca qué es la unión, vosotros
que sólo sabéis concebir con una parada de legisladores, polizontes y
procuradores.
Lo que llamáis unión y centralización es nada más que un
eterno caos, que sirve de pedestal para una situación real sin otro propósito
que la anarquía (naturalmente,
Proudhon emplea aquí la palabra anarquía en su popular y falsa interpretación
como desorden) de las fuerzas sociales, que hicisteis base de un despotismo
que no podría existir sin esa anarquía.
Una
dirección ideológica análoga desarrolló con frecuencia Bakunin en sus
escritos y publicaciones conocidas.
Recuerdo
sólo sus conclusiones en el Primer Congreso de la Liga de la Paz y la
Libertad en 1867 en Ginebra. De Kropotkin ya no queremos hablar
aquí, porque sus obras principales son por todos bien conocidas. Señalaremos
solamente su admirable libro El apoyo mutuo en el que estudia la
historia de las formas de organización humana hasta en sus tiempos más remotos,
proclamando la solidaridad, el resultado más maravilloso de la convivencia
social, el factor más grande y poderoso de la historia de la evolución de la
vida social.
Proudhon, Bakunin, Kropotkin no eran amoralistas como algunos de los
rumiadores sosos de Nietzsche en Alemania que se titulan anarquistas y
son bastante modestos con considerarse súper-hombres. No han construido con
habilidad una llamada moral señorial y esclava de la que toda clase de
conclusiones se pueden sacar, pero al contrario se preocuparon de investigar el
origen de los sentimientos morales en el hombre y lo hallaron en la convivencia
social.
Estando
lejos de dar a la moral un significado religioso y metafísico, vieron en los
sentimientos morales del hombre la expresión natural de su existencia social
que se cristalizo lentamente en determinadas conductas y costumbres y servía de
pedestal para todas las formas de organización que salían del pueblo. Con
especial claridad lo observó Bakunin y aún en mayor medida Kropotkin,
quien se ocupó en esta cuestión hasta el final de su vida y nos hizo conocer
los resultados de sus investigaciones en una obra especial, de la que hasta
ahora se publicaron unos capítulos solamente ( Origen y evolución de la
moral, Buenos Aires, Ed. Americalee. N. d. E.) Ciertamente, porque
observaron el origen social del sentido moral eran profetas tan fogosos de una
justicia social que encuentra su expresión complementada en el eterno combate
del hombre hacia la libertad individual y la igualdad económica.
La
mayoría de los innumerables escritos burgueses y socialistas estatales que
hasta ahora se ocuparon de la crítica del anarquismo, no notaron mayormente el
hondo carácter básico de la doctrina anarquista, -en Guillermo Liebknecht,
Plekanoff y varios otros, esto sucedió intencionalmente- porque solamente
de esa manera se puede explicar el contraste artificial entre anarquismo y
socialismo, absurdo e infundado, que aquellos pretenden notar.
Para
esta clasificación singular se han basado principalmente sobre Stirner,
sin considerar que su obra genial no tuvo la menor influencia sobre el origen y
la evolución del verdadero movimiento anarquista y lo más que Stirner puede
ser considerado, como lo observa acertadamente el conocido anarquista italiano Luis
Fabbri, es como uno de los más lejanos precursores y antecesores del
anarquismo. La obra de Stirner - El único y su propiedad aparecieron en
1845 y quedo completamente relegada al olvido.
El
noventa y nueve por ciento de los anarquistas no han tenido la menor idea de
ese filósofo alemán y de su obra, hasta que alrededor de 1890 el libro fue
desenterrado en Alemania y desde entonces fue vertido en diversas lenguas. Y
aún desde entonces la influencia de las ideas de Stirner sobre el
movimiento anarquista en los países latinos, donde las teorías de Proudhon,
Bakunin y Kropotkin durante decenas de años han tenido ya su influencia
decisiva en los extensos círculos de la clase obrera, fue bastante ínfima y
nunca aumentó. En ciertas esferas de intelectuales franceses, que por aquel
entonces coqueteaban con el anarquismo, y de los cuales la mayoría hace tiempo
ya, que se han retirado al otro lado de las barricadas, la obra de Stirner hizo
un efecto fascinador, pero la inmensa mayoría de los anarquistas de allá nunca
ha tenido contacto con ella.
A
ninguno de los primeros teorizadores del anarquismo se les hubiese ocurrido
siquiera, que llegaría un día en que lo tildarían de a-socialista. Todos ellos
se sentían socialistas, porque estaban hondamente compenetrados del carácter
social de su teoría. Por esta razón se llamaban con más frecuencia
revolucionarios o en contraposición a los socialistas estatales, socialistas
antiautoritarios; recién más tarde el nombre de anarquistas se hizo natural en
ellos.
Capítulo 2.
Está
claro que los grandes exponentes del anarquismo y los comentadores del
movimiento anarquista moderno, los que nunca se cansaron de afirmar el carácter
social de sus ideas, no podían ser contrarios a la organización. Y en verdad
nunca lo fueron.
Combatieron
la forma centralista de organización transportada de la Iglesia y del Estado,
pero todos ellos reconocieron la necesidad absoluta de una fusión organizada de
las fuerzas y hallaron en el federalismo la forma más adecuada para ese objeto.
La
influencia de Proudhon sobre las asociaciones obreras francesas es
generalmente conocida. No es aquí el lugar de ocuparse detalladamente en la
historia de ese movimiento sumamente interesante, que sin duda representa uno
de los más admirables capítulos de la gran lucha del Trabajo contra la fuerza explotadora
del régimen capitalista.
Aquí
nos interesa solamente la actitud de Proudhon con respecto a las
organizaciones de camaradería.
Proudhon criticó
agudamente en su periódico la idea originaria de la asociación y trató con empeño
de influenciarla con sus apreciaciones. Con la incansable labor de sus amigos
dentro de las asociaciones, logró quebrantar la influencia del socialista
estatista Luis Blanc sobre la comunidad y de realizar en ellos una gran
transformación espiritual.
En
todo lugar y en todo momento exhortaba a sus camaradas a una lucha contra el
gobierno, y aquellos quedaron fieles a su lado en todas sus luchas. Con la
ayuda de la asociación las ideas del gran pensador francés penetraron
benéficamente en los círculos obreros, adquiriendo una forma práctica.
El
famoso proyecto del Banco del Pueblo se apoyaba principalmente en la
comunidad de los trabajadores, los que lo aceleraron con sacrificio.
El
Banco del Pueblo debía ser un medio natural de coalición entre las asociaciones
de todo el país y al mismo tiempo restar terreno al Capital. No es ahora
nuestra intención hacer la crítica del valor y el significado de ese proyecto
nacido en las circunstancias especiales de aquella época. Se trata sólo de
señalar que Proudhon y sus adeptos fueron fervientes partidarios de la
organización. El proyecto del Banco del Pueblo era una empresa
organizadora en gran escala y el mismo Proudhon opinaba que el Banco en
su primer año de existencia contaría con más de dos millones de participantes.
En
general basta observar las inapreciables conclusiones de Proudhon, sobre
la esencia y el objeto de formaciones organizadoras, que se encuentran con
frecuencia en todas sus obras y en los periódicos que sacaba, para reconocer
con cuánta profundidad y con cuántos detalles ese pensador francés definió los
atributos y la sustancia de todas las formas sociales de organización. Con
especial dedicación se expresa en sus obras: Del principio federativo y De
la capacidad política de las clases obreras.
Los
innumerables admiradores que Proudhon se captó entre la clase
trabajadora, fueron todos partidarios convencidos de la organización. Fueron el
elemento más importante que originó la fundación de la Asociación
Internacional de los Trabajadores y las primeras fases evolutivas de la
gran unión obrera estuvieron completamente bajo su influencia espiritual.
Pero
todos estos esfuerzos que hallaron su expresión en las organizaciones de los
mutualistas, como se llamaban los partidarios de Proudhon, pueden considerarse
como precursores y el comienzo del movimiento anarquista recién se inicia en el
periodo de la Internacional, y sobre todo cuando la influencia de Bakunin y
sus amigos es más reconocida en las federaciones de los países latinos.
El
mismo Bakunin fue en toda su vida un ferviente defensor de la idea de
organización y la parte más importante de su actividad en Europa consistía en
su deseo inquebrantable de organizar a los elementos revolucionarios y
libertarios y prepararlos para la acción.
Su
actividad en Italia, la fundación de su Alianza, su portentosa propaganda en
las filas de la Internacional tuvo siempre como aspiración de su pensamiento
aquella finalidad. Defendió ese pensamiento en toda una serie de artículos
admirables, que aparecieron en L'égalité de Ginebra, y que se ocupan
especialmente en la organización de la Internacional como una co-fusión de
federaciones económicas en oposición a todos los partidos políticos. En su
escrito La política y la Internacional, que apareció en el precitado periódico,
en los números del 8 al 28 de agosto de 1869, advierte Bakunin a los
trabajadores que toda la política, bajo cualquier forma de vestimenta, persigue
fundamentalmente un sólo propósito: el sostenimiento del dominio de la
burguesía, vale decir al mismo tiempo la esclavitud del proletariado. No debe
interesar, por lo tanto, la participación en la política de la burguesía, con
la esperanza de lograr de ese modo mejorar su situación, por cuanto todo
intento en ese sentido conduciría a decepciones crueles y aplazaría la
emancipación del trabajo del yugo capitalista para el lejano porvenir. El único
medio para emancipar al proletariado es la unión de trabajadores, en
organizaciones económicas de combate, como la Internacional.
El
obrero aislado es una nulidad frente a las fuerzas del Capital, aún poseyendo
aptitudes extraordinarias y energía personal.
Solamente
dentro de las organizaciones se desarrollan las fuerzas de todos y se
concentran para una acción común.
Hasta
su último aliento fue Bakunin un ferviente defensor de la organización,
y estaba tan compenetrado de su necesidad, que no olvido de recordarlo una vez
más en su sensible carta de despedida a sus hermanos de la Federación del
Jura, poco después del Congreso de Ginebra en 1873, una carta que puede
considerarse como testamento a sus amigos y colaboradores:
El tiempo ya no pertenece a las ideas sino a las acciones y
ejecuciones. Hoy, lo esencial es la organización de las fuerzas proletarias.
Pero esa organización debe ser obra de los mismos proletarios. Si yo aún fuera
joven me instalaría en un barrio obrero, donde, participando en la vida
laboriosa de mis hermanos, los obreros, hubiera al mismo tiempo participado con
ellos en la gran obra de la organización.
Al
final de esa carta-despedida vuelve a resumir otra vez esas dos conclusiones
que, según su opinión, están en condiciones de garantir por sí solas el triunfo
del trabajo, en las siguientes palabras:
1) Aferraos al principio de la grandiosa y extensa libertad
del pueblo en la que igualdad y solidaridad no son mentiras.
2) Organizad lo mejor posible la Internacional y la
solidaridad práctica de los trabajadores de todas las profesiones y de todos
los países.
Recordad siempre que aunque sois débiles cada uno por sí, o
como simples organizaciones locales y nacionales, encontraréis una fuerza
colosal y un poder irresistible en la comunidad universal.
Bakunin,
el gran profeta de la libertad individual, pero que siempre la concibió dentro
de los marcos de los intereses de la comunidad, reconocía plenamente que la
necesidad de cierta subordinación del individuo a resoluciones y líneas de
conducta generales, voluntariamente concebidas, está fundada en la esencia de
la organización. No vio de manera alguna en esa acción una violación de la
libre personalidad, como ciertos dogmáticos serviles que estando ebrios de
algunas frases banales no penetraron nunca el verdadero origen de la ideología
anarquista, a pesar de que se declararan siempre pomposamente verdaderos
depositarios de los principios anarquistas ¡De esa
manera declara por ejemplo en su gran obra El imperio Knouto germano y la
revolución social, escrita bajo la fresca impresión de la Comuna de París:
Por hostil que yo sea referente a lo que en Francia se llama
disciplina, debo no obstante reconocer, que cierta disciplina no automática
sino voluntaria y razonada es y será siempre necesaria allí donde se junten
voluntariamente varios hombres para una obra común o deseasen una acción común
para afianzar un movimiento. Esta disciplina no es más que voluntario acuerdo
razonado para un común propósito y para la unificación de todas las energías
individuales para un fin común.
En
ese sentido concibieron los anarquistas del período de Bakunin la
organización y trataron de verificar lo que conceptuaron práctico.
En
este sentido obraron en las federaciones y secciones de la Internacional,
fructificándola con sus ideas. Organizaron a los trabajadores en secciones
locales de propaganda y en grupos por oficio. Las sociedades y los grupos
locales estaban adheridos a las uniones regionales y éstas a las organizaciones
nacionales, las que a su vez estaban ligadas unas a otras en la gran unión de
la Internacional.
Si
se quiere tener un cuadro exacto de la extraordinaria y movida actividad
organizadora, que desplegaban en aquel tiempo los anarquistas, basta ver el
informe que presentó la Federación Nacional Española en el Sexto
Congreso de la Internacional en Ginebra en 1873. Dicho informe es
justamente de especial importancia, porque la Internacional en España desde su
comienzo fue orientada por principios anarquistas. Si el anarquismo hasta hoy
en día quedó como el factor decisivo en el movimiento obrero español en
general, y era capaz de rechazar con éxito todas las intentonas
social-demócratas, es principalmente porque los anarquistas españoles más que
otros continuaron adictos a sus principios y métodos primitivos a pesar de las
horribles persecuciones que de tiempo en tiempo han sufrido y siguen sufriendo
aún hoy en día.
Nunca
se marearon con la enfermedad superhombrista y la estúpida manía del Yo, cuyas
lamentables víctimas están siempre sumergidas en una muda admiración de su
propio ombligo. y no temieron que la organización pudiera perjudicar su figura
insignificante. Los anarquistas españoles siempre estuvieron hondamente
arraigados en el movimiento obrero, cuya eficacia espiritual y organizadora
intentaron siempre acelerar con todas sus fuerzas y en cuyos combates ocuparon
siempre las primeras filas.
En
el informe de la Federación Nacional de España leemos lo siguiente:
La Federación Nacional de España contaba el 20 de agosto de
1872 con 65 federaciones locales existentes, con 224 secciones de oficio y 49
secciones de oficios varios.
Además contaba en 11 ciudades con adherentes individuales.
El 20 de agosto de 1873 la Federación Nacional de España
contaba 162 federaciones locales existentes, con 454 organizaciones de oficios
y 77 secciones de oficios varios.
Agregando a las susodichas federaciones locales existentes, las
federaciones que se están formando (es decir. las secciones existentes que
están por unirse en federaciones), se llega al siguiente resultado:
La F. N. de España contaba hasta el 20 de agosto de 1872,
con 204 federaciones locales existentes y en formación, con 571 secciones de
oficio y 114 secciones de oficios varios, además tiene en 11 ciudades, donde no
hay organización, adherentes individuales.
El 20 de agosto de 1873 la F. N. de España contaba con 270
federaciones locales existentes y en formación, con 557 secciones de oficio y
117 secciones de oficios varios.
Podría
también traer extractos de diversos informes de la Federación Italiana,
de la Federación del Jura, etc., que se refieren a las actividades
organizadoras de esas corporaciones, pero me hubiera extendido demasiado.
Toda
la literatura en periódicos y folletos de aquella época está repleta con
indicaciones sobre la necesidad de la organización y en las filas de los
anarquistas de entonces no había quien representase otra tendencia en tal sentido.
Todos afirmaron el carácter social de la concepción anarquista y todos estaban
convencidos que la liberación social sólo será posible realizarla por medio de
la educación y de la organización de las masas, y que la organización es la
primera condición para una acción común.
Capítulo 3.
El
susodicho carácter del movimiento se transformó paulatinamente después de la
guerra franco-alemana y sobre todo después de la espantosa caída de la Comuna
de París. El triunfo de Alemania y de la política de Bismark originó
en Europa un nuevo hecho histórico del que no se pudo librar más. La aparición
en el centro de Europa de un Estado militar-burocrático equipado con todos los
medios de poder, ha tenido que influir inevitablemente en el desarrollo de la
reacción general que levanto entonces cabeza por todas partes. En efecto,
también eso fue la causa. El centro del movimiento obrero europeo fue arrojado
de Francia a Alemania contribuyendo allí al desarrollo del movimiento
social-demócrata, el que en el transcurso de su desarrollo influyó
resueltamente, salvo pocas excepciones, en los demás países. De esa manera, de
un lado nació el periodo infortunado, en el que Europa cada vez caía más como
víctima de la militarización general qué partía de Alemania, mientras que del
otro lado del movimiento obrero en general, bajo la continua influencia de la
floreciente social-democracia alemana, se hundía cada vez más en desesperado
posibilismo.
En
los países latinos donde el ala libertaria de la Internacional ha tenido la más
fuerte influencia al principio del séptimo decenio (del siglo XIX) se
desencadenó una reacción salvaje. En Francia, donde los mejores y más
inteligentes elementos del movimiento obrero hallaron la muerte en la horrenda
caída de la Comuna, o fueron desterrados a Nueva Caledonia, si no
lograban huir al extranjero y llevar allá la vida intranquila y apenada del
refugiado, fueron reprimidas todas las organizaciones obreras por el gobierno y
la prensa revolucionaria fue prohibida.
Otro
tanto se repetía dos años más tarde en España después de la represión
sangrienta del movimiento cantonalista y la capitulación de la Comuna
de Cartagena. Instantáneamente fue suprimido todo el movimiento obrero y toda
noticia pública del movimiento revolucionario durante años fue imposible.
En
Italia se provocaba a los miembros de la Internacional como si fuesen
bestias salvajes, y la propaganda pública se hizo tan difícil, obligando así a
recurrir a las organizaciones secretas por las que estaban más inclinados que
los camaradas de otros países debido a sus viejas tradiciones de las sociedades
secretas de los Carbonarios y los Mazzinianos.
De
esa manera, debido a las atroces persecuciones que debía soportar el movimiento
anarquista, durante largos años, desapareció de la vida pública en los países
latinos, viéndose obligado a crear un refugio en las sociedades secretas. Como
el periodo de reacción duro más de lo que creyó la mayoría, el movimiento
adquirió lentamente una nueva psicología, que fue fundamentalmente distinta de
su anterior carácter. Los movimientos secretos son ciertamente capaces de
desarrollar, en su círculo limitado, un grado superior de disposición al
sacrificio y al sufrimiento físico en los individuos en bien de la revolución,
pero les falta el contacto amplio con las masas populares, lo único que es
capaz de fructificar su eficacia y de conservarlos durante largo tiempo,
frescos y con animación.
Por
eso ocurre que cada uno de los adherentes de esa especie de movimientos
pierden, sin darse cuenta, toda noción exacta de los verdaderos acontecimientos
de la vida real y el deseo se convierte en padre de sus pensamientos.
Pierden
lentamente el sentido de la actividad constructiva y su pensamiento evolutivo
toma una dirección puramente negativa.
En
resumen, inconscientemente pierden la concepción de un movimiento popular. Ese
proceso evolutivo original ocurre a menudo con sorprendente rapidez y, en pocos
años, da un carácter bien distinto a un movimiento cuando las circunstancias
exteriores, es decir, ciegas persecuciones por parte de los gobiernos,
favorecen el desarrollo de organizaciones secretas.
Se
comprende que, en épocas de reacción general, cuando los gobiernos cortan de un
movimiento toda posibilidad de vida pública, la organización secreta es el
único medio para conservar ese movimiento, pero, al reconocer ese hecho, no
debemos continuar ciegos frente a los inevitables defectos, de esas
organizaciones y de vanagloriar su importancia.
Una
organización secreta puede considerarse siempre tan solo como un medio, que el
peligro del momento justifica, pero nunca podrá impulsar con éxito, ni poner en
marcha una revolución social. En la propia atmósfera de las reuniones secretas
con suma facilidad el individuo olvida ese hecho irrefutable. La influencia
mág1ca que esas corporaciones ejercen sobre los elementos jóvenes,
románticamente dispuestos, es un poderoso estorbo a una observación clara de la
propaganda real y enceguece a muchos frente a la desnuda realidad. Todo se ve
como por medio de un sueño, no como es en verdad sino como se quisiera que
fuese.
Las
organizaciones secretas de los viejos revolucionarios rusos contribuyeron
enormemente, pero a pesar de eso tuvieron que ensangrentarse lentamente y sus ideas
no pudieron alcanzar a la multitud. El movimiento se hizo recién invencible
cuando por el desarrollo de la industria rusa, las grandes masas del
proletariado, y en parte también los campesinos, se compenetraron de las ideas
socialistas.
Además
de esto, un movimiento clandestino está ligado a una serie entera de defectos
graves, que inevitablemente proceden de su propia existencia. En primera línea
se encuentran en continua lucha con los guardadores del orden estatal, que
espían siempre y por todas partes para descubrir conjuraciones o si es
necesario crearlas por sus propios provocadores. Esa lucha inquebrantable que
obliga al conspirador a buscar continuamente nuevas reglas de seguridad, aparte
de que ocasiona un enorme desgaste de energías, engendra también una permanente
desconfianza morbosa en todos, la que se convierte en una segunda naturaleza.
La sospecha se introduce en todas partes silenciosamente y destruye para
siempre infinidad de vidas humanas. Me basta recordar aquí al affaire
Poucquart, que se convirtió no sólo en la tragedia de su propia vida, sino
que mucho tiempo dividió espantosamente el movimiento, paralizando sus fuerzas.
Es también evidente que las luchas personalistas han de tomar en tales
movimientos caracteres fatales tanto más graves cuanto más limitado sea el
círculo de sus actividades. Recordemos las luchas amargadas entre Barbes y
Blanqui, en las sociedades secretas durante el gobierno de Luis Felipe,
las que paralizaron por un tiempo largo las actividades de sus organizaciones.
Todos
estos acontecimientos colocan sobre los movimientos clandestinos un sello
propio y tienen una influencia poderosa sobre la estructura espiritual de sus
miembros. Perjudican el desarrollo espiritual de esos movimientos y sus
aptitudes creadoras, porque están siempre obligados a sobreponer su eficacia
destructiva.
En
tal período de reacción y de relaciones secretas, entró el movimiento
anarquista en el último decenio del siglo pasado y es natural que no se haya
logrado librar de la influencia de la nueva atmósfera. Durante el transcurso de
varios años, en las filas anarquistas se acostumbró considerar a la actividad
clandestina como un estado normal. Los nuevos elementos que se plegaron al
movimiento, en el período conspirativo, tenían una inclinación especial a
considerar la organización secreta y su actividad como consecuencia lógica del
movimiento anarquista, la que debía anteponerse a toda actividad pública. Un
concepto en ese sentido defendió el Comité Italiano para la Revolución
Social en una extensa carta al 7°
Congreso de la Internacional,
que se verificó en noviembre de 1874, en Bruselas. En el susodicho manifiesto
se rechaza toda actividad pública de los revolucionarios por peligrosa. Dicen:
Las represiones en masa implantadas por los gobiernos, nos
obligaran a una conspiración totalmente secreta. Como esa forma de organización
es muy superior, nos congratulamos porque las persecuciones concluyeron con la
Internacional pública.
Continuaremos el camino secreto; lo hemos elegido como el
único que puede conducirnos a nuestra meta: la Revolución Social.
̉ۡsta
fue la situación del movimiento cuando varios social-demócratas radicales
alemanes en el extranjero, lo llegaron a conocer. Las grandes luchas
ideológicas en el seno de la Internacional pasaron para el proletariado
alemán casi sin dejar huella. Sobre todo, apenas se distinguía la influencia de
la gran Alianza Obrera en Alemania. Los contados viejos precursores del
anarquismo en Alemania, ya habían sido olvidados hace tiempo, mientras que los
trabajadores alemanes comenzaron por organizarse autonómicamente. Los escritos
de Carlos Grun, Moisés Hess, Guillermo Marr, etc. eran por ellos
completamente ignorados, como también las valiosas traducciones de Proudhon,
las que por el cuarto y quinto decenio (del siglo XIX) fueron publicadas en
Alemania. Todo el movimiento estaba entonces bajo la total influencia de los
social-demócratas.
Las
espantosas persecuciones al movimiento anarquista en los países latinos
ahuyentaron a una gran cantidad de refugiados a la Suiza francesa. Allí se
encontraron franceses, italianos, españoles. Dicho círculo se agrandó cuando en
Alemania, se implantó la ley contra los socialistas, y muchos alemanes tuvieron
que refugiarse en el extranjero debido a las persecuciones. La Federación
del Jura, que tuvo gran influencia en Suiza en el último decenio, desplegó
una vivaz propaganda en la que participaron los refugiados. En esa esfera
conocieron el anarquismo obreros alemanes, como Emilio Werner, Eisenhauer y
Augusto Reinsdorf.
Fue
justamente aquella fase evolutiva del movimiento, de la que hemos hablado, la
que conocieron y que estampó un sello especial sobre su propia evolución. En el
espíritu de aquella época consideraba al Arbeiter Zeitung que fue
fundado en julio de 1876 en Berna, como el primer periódico anarquista escrito
en alemán. Cuando el Reichstag adoptó, dos años más tarde, la ley contra
los socialistas, y todo el movimiento socialista fue por este motivo declarado
ilegal, naturalmente que tuvo que contribuir poderosamente a que la nueva
tendencia se encarrilara en un sentido extremista.
Además
hay que añadir un nuevo factor de suma importancia. En Rusia comenzó por
entonces la terrible campaña de la Narodnaia Volia, contra los
representantes del absolutismo zarista, la que se inflamó con una pasión no
vista hasta hoy en la historia europea. Los actos de los revolucionarios rusos
tuvieron una mágica influencia sobre el movimiento socialista de Europa,
especialmente allí donde el movimiento fue perseguido por el gobierno. No hay
nada que contribuya tanto a despertar en los hombres instintos violentos y sed
de venganza como el incesante vilipendio de su dignidad. Hay que vivir un
periodo así para poder apreciar exactamente su fatal influencia. Las eternas
persecuciones de la policía, los bajos chicaneos a que se está expuesto
diariamente, las disposiciones económicas y la provocación de todas partes,
pueden desesperar al hombre más apacible. Cuando esto sucede a un hombre de
gran valor personal, como Augusto Reinsdorf, a quien verdaderamente se
perseguía de ciudad en ciudad como a una bestia salvaje, se comprende que su
espíritu se desborde finalmente en pensamientos vengativos que han de tener una
influencia decisiva sobre toda la manera y el sentido de su propaganda. Cuantas
más víctimas son inmoladas, más se arraiga en su alma el deseo de venganza.
Se
entiende que en tal estado de ánimo poca comprensión se puede tener para el
desarrollo de ideas y para hechos creadores. La comunicación espiritual con la masa
popular cada vez desaparece más y aún más en el grado que se desarrollan los
aspectos extremos en cada revolucionario. A pesar de eso está bien convencido
que de esa manera se acerca más al pueblo, cuando en realidad ocurre todo lo
contrario. Es tanto como imposible de comprender la psicología especial de un
hombre mientras desconocemos la atmósfera de la esfera en la que actúa. Y esa
fue la causa en su más amplia acepción. El sentido para una gran actividad
organizadora, sobre la base de la muchedumbre, para completarla con ideas
nuevas y luego empaparse en la vida práctica del pueblo, un cambio mutuo eficaz
sin el que es incomprensible un verdadero movimiento popular, ese sentido, poco
a poco, se pierde del todo y da lugar a toda clase de alucinaciones que no
tienen ningún contacto con la realidad de la vida.
Tampoco
puede ser de otra manera, pues toda actividad, por más extensa que sea, al
margen de las multitudes, es debida al estado de excepción, más que a una
ilusión. El gran pensamiento fructificador de una organización de las masas,
como lo representaba la Internacional, queda poco a poco atrás. La
organización se convierte en un pequeño núcleo de conspiradores, mientras cree
que tiene cierta importancia, y naturalmente puede tener un campo de influencia
bastante limitado. En este sentido concibió Reinsdorf la organización,
respecto a la que, en julio de 1880, vertió en Freíheit de Most los
siguientes pensamientos:
Cuando consideramos el por qué del terrorismo contra los
trabajadores socialistas alemanes, por parte de una pequeña fracción de
funcionarios del Reichstag y de periodistas, el que culminó con la expulsión
del partido de Hasselmann y de Most, y la burla a los obreros
social-revolucionarios y el desprecio de toda actividad revolucionaria, llegamos
a la conclusión de que la causa de ese lamentable acontecimiento esta en los
mismos obreros alemanes que con su organización centralista crearon ese partido
fetichista, que se coloca en contra de toda acción individual y boicotea a todo
el que se permite dudar de su infalibilidad.
La gran lección que deben deducir de esos hechos los obreros
socialistas alemanes es que, en el futuro, cuiden de su autodeterminación
individual en contra de todo llamado jefe. Cada individuo debe tener el derecho
de ajustar su acción revolucionaria, de acuerdo a su propia idea cada grupo
independiente debe tener el derecho de emplear, en su terreno social, como
medio de liberación el veneno, el puñal, la dinamita, sin ser por esto
declarado irresponsable o de que está al servicio de la policía. Cada grupo
debe también tener el derecho de unirse, para ciertos trabajos comunes, con uno
o más grupos distintos sin ser acusado de que obra contra la táctica del
partido y otras consideraciones artificiales y de palabrería que, hasta el
presente, no tienen otro objeto que crear privilegios. Libertad de actividad
revolucionaria para cada individuo y para cada agrupación, libertad para cada
agrupación y para cada individuo referente a una coalición y, de esa manera, el
aceleramiento de iniciativas y la confianza en las propias fuerzas del
individuo, en beneficio de la causa, por medio de los hechos y lo que es más
importante: la liberación del peso enorme del protectorado de jefes ineptos
para la acción, ese es el resultado de una organización anti-autoritaria de
labor socialista revolucionara.
En
el número 39 de Freiheit (1880) toca otra vez Reinsdorf la
organización anarquista y dice:
¿Cuál
es el estado actual de la organización de los anarquistas? No se oye mucho de
largos congresos, discursos y resoluciones; sin ser culpado de recalcitrante
contra una llamada disciplina de partido (la palabra suena militarista) cada
agrupación y hasta cada miembro trabaja a su modo por la revolución, seguro del
acuerdo solidario de los camaradas, cuando se trata respecto a un acto de
propaganda. Pero un relámpago agudo en el Neva, un rápido brillar en el
Deniester, un complot campesino en la Romania, un asalto armado a los empleados
de impuestos en los valles de Sierra Nevada, una demostración colosal en la
ciudad mundial a orillas del Sena o un combate con la policía en las costas
republicanas de Aar, son los signos vitales que se traslucen de tiempo en
tiempo y que demuestra que tienen siempre ante sus ojos el propósito: la
destrucción de la sociedad actual.
Como
es fácil observar, Reinsdorf concibe la organización casi exclusivamente
bajo el horizonte de conjuraciones y actos terroristas. Alrededor del mismo
punto de vista estaban colocados todos los anarquistas de esa época. La esencia
natural del anarquismo no la conocieron, o la conocieron bastante
superficialmente y sin ninguna perfección y, la mayoría de ellos, confundieron
en forma circunstancial una necesidad del movimiento con el ser substancial de
la propaganda anarquista. De ese modo sucedíale a menudo a Reinsdorf que
se extraviaba en ideaciones puramente blanquistas y sin darse cuenta se dejaba
influenciar por ideas extremadamente autoritarias.
Por
ejemplo en septiembre de 1880 en una correspondencia en Freiheit exhorta
a los trabajadores alemanes a estudiar detenidamente el Catecismo del
revolucionario, el que equivocadamente atribuye -como lo hicieron muchos
otros- a Bakunin y que en verdad pertenece a Netschaiev y,
justamente ese documento que tanto le entusiasmó es la negación de todo sentimiento
personal, de toda personalidad en general. Pero eso no le sucedió a Reinsdorf
solamente. El llamado Comité ejecutivo revolucionario de New York del
que tanto habló John Most por los años ochenta y tantos (del siglo XIX), pero
el que con toda seguridad existía más en la imaginación que en la realidad, no
fue de manera alguna producto de las ideas anarquistas. En tales periodos de
reacción general cuando los movimientos revolucionarios sólo pueden existir
clandestinamente, son inevitables esos confusionismos. Es una atmósfera de
errores de la que nadie puede librarse completamente.
Capítulo 4.
Así
como los anarquistas de aquel periodo exageraron el significado de las
organizaciones conspiradoras, de la misma manera sublimaron, al correr del
tiempo, la importancia de los actos individuales alcanzando esto último
proporciones lejanas, llegando muchos de ellos hasta ver en la llamada
propaganda por el hecho el punto esencial del movimiento. Los actos terroristas
individuales de caracteres apasionados son concebibles y explicables en
periodos de reacción desenfrenada y de persecuciones atroces. Estos medios no
fueron solamente empleados por los anarquistas. Hasta se puede afirmar
tranquilamente que, comparándolos con los partidarios reaccionarios del terrorismo
individual, los anarquistas fueron unas simples criaturas inocentes. De todos
modos, queda bien establecido que estos actos en sí, nada tienen que ver con
los anarquistas. Como seres humanos, igual que todos, estados determinados
incitaron a algunos anarquistas a cometer determinados actos, como también
solía ocurrir con personas de distintas tendencias ideológicas. Solamente,
debido a las espantosas persecuciones de que son objeto los anarquistas en los
diversos países, puede explicarse el por qué la importancia de esos actos fue
exagerada en los sectores anarquistas de aquel periodo.
Los
actos individuales nunca pueden servir de fundamento para un movimiento social
y de manera alguna son capaces de transformar el sistema social. Solamente
pueden, en ciertos tiempos, atemorizar a algunos sostenedores del sistema
existente pero no influyen en absoluto sobre el sistema mismo. Eso tampoco fue
afirmado por los anarquistas. Solamente ciertos individuos pueden ser inducidos
por procesos terroristas y ese solo hecho es la mejor demostración que sobre la
base de individuos no se puede edificar un movimiento Las transformaciones
sociales son solamente factibles por movimientos de multitudes. Así lo
comprendieron los anarquistas del primer periodo y por lo mismo dedicaron lo
principal de sus actividades a la propaganda entre las masas y trataron de
relacionarlas en uniones económicas y en centros de estudios sociales. Recién
más tarde, cuando la siempre creciente reacción concluyó con esa actividad y el
movimiento anarquista fue perseguido por las autoridades, se desarrolló en ella
la tendencia de la que ya hemos hablado.
Bajo
el dominio de la Ley contra los socialistas en Alemania, el movimiento anarquista
desarrolló una actividad subterránea, pero que, se limitó solamente a la
distribución clandestina de los periódicos y folletos publicados en el
extranjero. Órganos anarquistas como Freiheit de Most y Warheit que
también aparecía en New York y especialmente Autonomía de Londres fueron
introducidos a Alemania por las fronteras belga y holandesa. La difusión de esa
literatura estaba sujeta a infinidad de víctimas y los compañeros que caían en
las garras de las autoridades fueron casi todos sin excepción castigados con la
prisión. Bastante fuerte nunca lo fue el movimiento, porque siempre tenía que
luchar con inmensas dificultades y no sólo tenía que soportar toda especie de
persecuciones por parte del gobierno, sino que también los ataques odiosos e intolerables
de los jefes social-demócratas, duchos en toda clase de vilipendios. De esa
manera Guillermo Liebknecht calumnió a Augusto Reinsdorf,
acusándolo de que estaba al servicio de la policía cuando ya lo habían
condenado a muerte.
Existieron
grupos en Berlín, Hamburgo, Hannover, Magdeburgo, Francfort del Mam, Maguncia,
Manheim y en otras diversas ciudades en el bajo Rhin, en Sajonia y en el sur de
Alemania. La mayoría de los miembros, especialmente en los años posteriores
durante la Ley contra los socialistas, estaba compuesta de jóvenes entusiastas,
que más concibieron el anarquismo con el sentimiento que con la razón. Pero no
es del todo extraño, puesto que la literatura anarquista en lengua alemana no
podía gloriarse de un rico contenido. Además de Dios y el Estado de Bakunin
había contados folletos de Kropotkin, Most y Poucquart. Esto fue
toda la pequeña riqueza. Tampoco hay que olvidar que las palabras de fuerte
sustancia de Most influyeron entonces más sobre nosotros, la juventud,
que las sencillas exposiciones de Kropotkin. Psicológicamente es fácil
entenderlo. En un país donde estaba prohibida la palabra libre, se
sobreentiende que las expresiones más radicales han debido tener mayor éxito,
aunque esas expresiones no hayan sido profundizadas.
Con
la caída de la Ley contra los socialistas en 1890 se verifico también un
cambio en el horizonte anarquista de Alemania, de considerables proporciones
aún cuando se opero con lentitud. La oposición dentro de la social-democracia,
que ya se podía notar bien durante las últimas fases de la ley de excepción,
salió ahora públicamente ocasionando disgustos a los viejos jefes del partido.
Los viejos intentaron toda clase de recursos para conformar a los jóvenes y al
no lograrlo se declararon abiertamente por una ruptura, llegando a tal extremo
que los oradores de la oposición fueron expulsados durante la convención de
Erfurt en 1891. Los expulsados fundaron entonces una nueva organización, el Partido
de los Socialistas Independientes, fundando un órgano propio en Berlín, Sozialist.
Estos
hechos facilitaron también a los anarquistas públicamente con sus ideas, siendo
Berlín el punto donde se celebraron las primeras conferencias anarquistas. Dos
años más tarde se llego hasta el intento de fundar un órgano anarquista propio
en Alemania, pero el Arbeiter Zeitung que se titulaba órgano de los anarquistas
de Alemania y que debía aparecer en noviembre de 1893 en Berlín, fue
inmediatamente confiscado por el gobierno. Toda la edición del primer número,
exceptuando algunos ejemplares, cayó en poder de la policía. Mientras tanto el Sozialist
evolucionaba cada vez más en dirección al anarquismo, hasta que finalmente
bajo la dirección de Gustavo Landauer, hubo una ruptura en el seno de
los socialistas independientes y la mayoría se declaró por el anarquismo. Desde
entonces el Sozialist fue netamente anarquista.
Entonces,
es decir en la mitad del noveno decenio, fue quizá posible organizar los
diversos grupos anarquistas en Alemania y de esa manera colocar el fundamento
para un movimiento saludable y vigoroso. Efectivamente, una parte de los
anarquistas alemanes tenían esta intención, pero justamente fue entonces cuando
comenzaron las discordias intestinas que durante años sacudieron a todo el
movimiento joven. Todo un diluvio de ideas distintas se volcó sobre el nuevo
movimiento anarquista, las que llevaron una espantosa confusión a los
espíritus. Si el movimiento hubiera tenido la posibilidad de desarrollarse
públicamente algunos años sin contratiempos y poder fortificarse espiritualmente,
muchas ideas que adquirieron entonces habrían ayudado a acelerar y fructificar
su evolución espiritual. Desgraciadamente no se encontraba en esa afortunada
situación. A la mayoría de sus partidarios de entonces les faltaba la madurez
espiritual que les pudiera habilitar independientemente para probar y valorizar
críticamente todas las nuevas ideas que se introducían tan de improviso en su
seno.
El
99% de los anarquistas de Alemania no tuvieron entonces una idea siquiera del
origen y de las aspiraciones del movimiento anarquista. Por medio de los
periódicos y folletos anarquistas que aparecían en el extranjero llegaron a
conocer superficialmente una fase determinada de la lucha, pero las
circunstancias que mediaron para la nueva forma del movimiento, fueron para
ellos completamente desconocidas. Los compañeros que alcanzaron a conocer el
periodo de conspiración del movimiento en Alemania, todos sin excepción eran
partidarios del anarquismo comunista. De otra tendencia antes no se supo
siquiera. En 1891 apareció en Munich la conocida novela de Juan Enrique
Mackay Los anarquistas. El susodicho libro hizo mucho ruido en los círculos
anarquistas de Alemania, a pesar de su bien floja base teórica. En las
reuniones de agrupaciones y en las disertaciones nocturnas se entablaban
discusiones sin fin sobre la cuestión: ¿Anarquismo
comunista o anarquismo individualista? No eran pocos los que llegaron a la conclusión de que el
llamado individualismo representa en sí la verdadera dirección ideológica del
anarquismo. Algunos se fueron tan lejos después de Mackay, que hasta
llegaron a disputar seriamente a los de tendencia comunista el derecho de
llamarse anarquistas. Es notable que los prosélitos más fanáticos de la
libertad son justamente aquellos que quieren limitarla estrechamente.
Un
año más tarde apareció en la Biblioteca Universal de Reclam una nueva
edición de la obra de Stirner, El ÃÅ¡nico
y su Propiedad, la que
ya había sido casi completamente olvidada. (La segunda edición que apareció en
1852, fue poco divulgada y en los centros anarquistas quedó casi desconocida
por completo). La reaparición de esa obra extraña es un acontecimiento
importante para el movimiento anarquista en Alemania. Solamente un pequeño
porcentaje tenía una idea cabal del tiempo y de las circunstancias en que
apareció la obra de Stirner. Las grandes luchas ideológicas del periodo
anterior a 1848 fueron hace bastante tiempo olvidadas y por consiguiente se
comprende que muchos de los que se embucharon ávidamente el ÃÅ¡nico,
no las conocían o si las conocían era pobremente y no como para interpretar los
agudos ataques polémicos del libro. Es fácil presumirlo, porque aquel periodo
no dejó ningún rastro de literatura que nos presente valores contrarios a las
luchas de aquel tiempo remoto. Por eso la obra de Stirner se convirtió
para muchos en un nuevo Manifiesto, una especie de última verdad que no puede
ser superada. Aunque resulte paradójico, esa obra clásica de negaciones, que
seguramente no tiene otra igual en toda la literatura, se convirtió, para
muchos anarquistas de aquel tiempo, en una nueva Biblia la que fue de muchas
maneras comentada e interpretada y desgraciadamente comentadores no faltaron.
Creo que es una tragedia de todos los grandes espíritus, o quizá del espíritu
en general, que justamente las cabezas más obtusas y los charlatanes más sosos
se consideran siempre prontos para aparecer como sus apóstoles. Con Stirner
y Nietzsche ya sobrepasa la medida. Y esto verdaderamente no lo merecieron.
En muchos grupos anarquistas se encontraron comentadores stimerianos que
siempre estaban prontos con un comentario de la egocracia -que, dicho sea de
paso, no comprendieron- e imposibilitaron toda obra razonable. Es decir, en
cada grupo naturalmente uno sólo de esos espíritus podía figurar, porque en
cuanto aparecía otro espíritu en la agrupación era inevitable la ruptura y
originaba la inmediata fundación de una nueva agrupación. Esos alemanes
combatían principalmente toda actividad organizadora mirando de arriba abajo,
con orgullo despectivo al gran rebaño. Llegaron hasta a olvidar que el mismo
Stirner otorga un valor relativo a la organización cuando habla de las
Sociedades de egoístas. Tuve oportunidad de estudiar a algunos de los que
siguen su propio camino, los que siempre estaban prontos con sus frases
banales, rebaño vacuno, e idiotismo de masas y la experiencia me demostró que
la mayoría de estos extraños santos estaban siempre a la altura del simple
hombre del pueblo y que para muchos de ellos el epíteto al margen de las masas
les estaba como pintado. Lo mismo ocurría con la herejía autoritaria de esos
señores.
Acechaban
caer siempre sobre alguna autoridad y reducirla a ceniza pero ellos mismos
fueron siempre la gente más intolerante que se pueda concebir, e imbuidos de
una terquedad y oposición enfermiza que imposibilitaba simplemente colaborar
con ellos durante un tiempo.
Pero
no fueron ellos las únicas nuevas influencias sobre el movimiento joven, aunque
sin duda tuvieron la eficacia más perjudicial. En 1892 apareció la obra del Dr.
Benedicto Fridlander El socialismo libertario en contraposición a la esclavitud
estatal de los marxistas, libro muy digno de ser leído, que hizo recordar a
los anarquistas la obra vital de Eugenio Duhring, que era también
desconocida por la mayoría de los jóvenes. Esto impuso a muchos anarquistas el
estudio de las obras de Duhring, especialmente cuando la nueva tendencia
comenzaba a editar en 1894 un órgano propio Der moderne Volkergeist (El
espíritu popular moderno) que les facilitaba la propagación más intensiva de
sus ideas.
Además
el movimiento en pro de la tierra libre que por entonces propagaba Teodoro
Hertzka, influyó de una manera tan poderosa sobre el movimiento anarquista,
que resulta imposible valorizarla. Sus obras Tierra libre, Un viaje a Tierra
libre, etc. , fueron muy leídas en los centros de los anarquistas alemanes
y muchas veces comentadas en el Sozialist.
En
1894, el Dr. Bruno Wille publicó su obra Philosophie der Befreiung
durch das reine Mittel (Filosofía de la emancipación por un medio puro), la
que también provocó grandes divergencias de opiniones, porque trajo nuevamente
al tapete la cuestión sobre el empleo de la violencia como un medio táctico de
lucha, medio que naturalmente Wille rechazaba. Se podría hablar aquí de
algunas otras cosas que han tenido una mayor o menor influencia sobre el
desarrollo del movimiento anarquista en Alemania, pero basta con señalar las
corrientes más importantes. Repetimos nuevamente que, todas esas ideas y
aspiraciones nuevas que circundaron al movimiento joven, podrían resultarle
útiles y ventajosas, si tuviera el tiempo suficiente para fortificarse
espiritualmente y establecer una base para su actividad. Pero como
lamentablemente no fue así, todas esas nuevas tendencias obraron como la
pólvora sobre el movimiento joven, destruyéndolo interiormente cada vez más. La
redacción del Sozialist, que halló en Gustavo Landauer un
admirable representante, se empeñó grandemente en unir y educar al movimiento
por dentro, pero no fue trabajo fácil y se hizo cada vez más difícil por las
persecuciones atroces y los chicaneos policiales que el movimiento tuvo que
soportar. Los atentados de Ravachol, Vaillant, Henry, Pallás y otros que
ocurrieron en Francia y España enloquecieron a la policía alemana induciéndola
a perseguir atrozmente a los anarquistas. Las persecuciones cayeron sobre el
movimiento como un granizo y en especial fueron dirigidas contra los editores
del Sozialist al que se pretendía destruir a toda costa. En el corto
tiempo de su existencia, es decir de noviembre de 1891 hasta enero de 1895, no
menos de 17 redactores responsables fueron acusados y con excepción de dos que
lograron huir al extranjero, fueron todos condenados, y cuando estos medios no
dieron más resultado se llegó hasta violar las leyes, con el objeto de terminar
con ese periódico tan odiado, hasta que finalmente lo consiguieron.
Capítulo 5.
Los
editores del Sozialist pensaron al principio volver a publicarlo en el
extranjero, pero después de un paréntesis de siete meses lograron volver a publicarlo
en Berlín como época nueva. Pero el género y el estilo de escribirlo eran
diferentes. El nuevo Sozialist perdió su anterior tono de mozo bravo de
sus primeros años, concretándose exclusivamente a cuestiones puramente teóricas
en cuyo terreno contribuyo considerablemente. Como ejemplo recuerdo solamente
los admirables estudios sobre el marxismo y, en especial, los análisis críticos
de la interpretación materialista de la historia, que fueron ampliamente
tratados.
Pero
los artículos del Dr. Eugenio Enrique Smith, Ladislauer, Gunplowicz,
Benedicto Frid Lander, Bruno Wille, Ommer Born, Brude, etc., a pesar de
toda su bondad, no podían corresponder a las necesidades de los trabajadores
anarquistas que no estaban lo suficientemente instruidos, como para apreciar
las idealizaciones de los intelectuales. Lógicamente esto debía terminar con un
hondo confusionismo dentro del movimiento berlinés y que más tarde se extendió
a otras localidades. Los mismos editores del Sozialist comprendieron que
habría que intentar algo en ese sentido para nivelar las contradicciones que
aparecían cada vez más expresivas y fundaron en 1896 el Annen Konrad (El
pobre Conrado) una especie de suplemento popular al Sozialist.
También
el nuevo periódico, que aparecía bajo la dirección de Alberto Weidner,
estaba bien presentado pero su formato era muy chico para ocupar el lugar que
precisaba. Mientras tanto se ahondaron demasiado las divergencias que la
orientación del Sozialist ocasionó. Aunque con un poco de buena voluntad
se habría podido llegar a un arreglo razonable y favorable para todo el
movimiento, pero en Alemania donde esas disputas abarcaban desde tiempo atrás
un carácter más hostil que en cualquier otra parte, según parece fue imposible.
De
esa manera apareció en 1897 en el sector de los elementos descontentos con la
orientación del Sozialist, un nuevo órgano anarquista Neues Leben
(Vida Nueva) Pero el nuevo periódico no granjeó ningún honor especial para
su tan prometedor título, a pesar de toda la buena voluntad de sus editores,
porque les faltaba la suficiente capacidad que se requiere para sacar un
periódico bien redactado. No obstante, el nuevo periódico logró desposeer al Sozialist,
el que, a fines de 1899, después de largas y arduas luchas financieras, dejó de
aparecer.
Evidentemente
no fue buena señal para la fuerza espiritual de ese movimiento, que una hoja
como Neues Leben logrará arrojar del escenario a un periódico excelente
y comedido como lo fue el Sozialist. Pero tales acontecimientos deben
también ser juzgados desde otro punto de vista. Sin duda había entonces entre
los anarquistas alemanes un cierto número de elementos que pueden ser
considerados con mayor justicia como socialistas decepcionados, más que como anarquistas.
Ese elemento aún hoy no desapareció del todo en Alemania.
Que
el Sozialist no haya podido ser para ellos un periódico conveniente es
fácil de comprender, pero existe otra causa que tomo un rol importante en esa
lucha mutua entre anarquistas, y quizá tuvo una importancia decisiva. Una parte
de los trabajadores anarquistas sintieron instintivamente que la posición que
adoptaba el Sozialist lo alejaba cada vez más de la clase trabajadora,
porque una parte considerable de sus colaboradores se perdía, de facto, en
ideaciones que eran completamente ajenas a la vida real con sus luchas
cotidianas. Se sentía que el contacto interno con el movimiento obrero en
general se debilitaba, cada día más, previendo en ello un accidente que habría
de perjudicar al desarrollo ulterior del movimiento.
Esas
cosas en general las siente el trabajador simple más tenue e intensamente que
el intelectual, aunque no siempre posee las facilidades de darle una expresión
a esos sentimientos. La mayoría de los camaradas alemanes aspiraban a un
movimiento obrero anarquista y sentían instintivamente de que una acentuación
demasiado unilateral de teorías puramente abstractas sobre la soberanía
ilimitada del individuo y otras cosas análogas por medio de las cuales puede
suponerse todo lo posible e imposible, desalojaría a las masas del campo del
movimiento convirtiéndolo en una secta petrificada. Esto indujo a muchos a
tomar una actitud resuelta contra el Sozialist y encaminarse por otras
vías. Es profundamente sensible la injusticia amarga que de esa manera se
cometió, tanto desde el punto de mira puramente humanitario como del de interés
del movimiento, con un hombre como Gustavo Landauer. Un vistazo a su
excelente Manifiesto al Socialismo, es suficiente para reconocer que
justamente Landauer fue uno de los pocos en Alemania que más profundamente
interpretaron el lado social del anarquismo. Pero también sería injusto si se
atribuyera todo, en esa lucha, a simples odios personalistas o restricciones
espirituales, a pesar de que muy a menudo son lamentablemente acontecimientos
que acompañan a tales pleitos.
El
buen sentido indujo a muchos obreros anarquistas a desear una raíz de unión más
potente del anarquismo con el movimiento obrero. Para muchos fue quizá más
instintivamente que a sabiendas. Se sentía la necesidad interna, pero no se
tenía la certidumbre del camino conveniente. El periodo de Neues Leben no
fue seguramente camino verdadero, pero, para algunos, acelero la aclaración
interna no obstante estar fuertemente influenciado por los acontecimientos que
se operaban en el extranjero. El joven movimiento sindicalista en Francia se
desarrollo con una rapidez pasmosa, y muchos anarquistas activos empeñaron toda
su energía en el nuevo movimiento, participando en sus innumerables luchas. La
razón de ser de un movimiento de masas se levanto poderosamente después de un
adormecimiento tan largo durante el tiempo de las leyes de excepción. La
grandiosa idea de Huelga General comenzó a abarcar a la muchedumbre de
los países latinos y, bajo la directa influencia de grandes luchas obreras las
que, durante los primeros años del presente siglo, conmovieron España, Francia,
Italia, la Suiza francesa, Holanda, Hungría y otros países, también entró el
movimiento anarquista en una nueva fase de su evolución, que volvió a acercarlo
a sus precursores.
En
enero de 1904 empezó a aparecer en Berlín Der Freie Arbeiter (El Obrero
libre), cuyos editores se colocaron enteramente en el terreno del
movimiento revolucionario de las masas, predicaba la huelga general y la acción
directa. Un intento firme, en ese sentido, ya fue hecho con anterioridad por Rodolfo
Lange y otros camaradas, los que con tal motivo sacaron el Anarchist.
Pero, en el momento de colocarse en el terreno del movimiento revolucionario de
las masas, el punto Organización volvió al tapete y, en efecto, fue Lange uno
de los decididos partidarios de la organización anarquista en gran escala
concitando muchas veces la contrariedad de una gran parte de los camaradas
alemanes, con su defensa resuelta de este pensamiento. Cuando la Conferencia
de Mannheim, de la Federación Anarquista Alemana (1907), elaboró y
aprobó líneas de conducta en ese sentido, como era de esperar provocó
innumerables protestas, protesta donde la frase La autonomía absoluta del
individuo autócrata jugó un rol prominente.
Acontecimientos
iguales ocurrieron también, en una más o menos idéntica forma, casi en todas
partes, es decir, se trataba de asuntos que debían hacer en todas partes, el
mismo efecto. El conocido anarquista holandés Christian Cornelissen, relató
bien detalladamente ese estado en su interesante estudio sobre La Evolución
del Anarquismo donde emite su opinión de la siguiente manera:
En diversos países modernos el anarquismo recién se hizo
camino práctico como oposición a la centralización y disciplina de la
social-democracia. Pero dicha oposición, como ocurre generalmente en
movimientos opositores, se fue bien pronto al otro extremo. Junto a la
influencia de los elementos libertarios y artísticos contribuyó mucho a prestar
cierto apoyo al individualismo como teoría y hasta introducir en todas partes
la desorganización en el movimiento. Sobre todo a principios del noveno decenio
del siglo pasado, durante la época en que la llamada acción individual incitó
diversos atentados con bombas, la crítica individualista de allí así como
también de Italia, Alemania, Holanda, Bohemia, etc., atacaba primero a la forma
de organización y más tarde a la organización misma. En los sindicatos apareció
el espíritu individualista de desorganización y en muchas sociedades de
reciente fundación, se puso como cuestión preliminar en la orden del día, que
estatutos y presidentes llevan en sí el germen de un nuevo dominio. No
contentos con criticar el abuso de la organización y el empleo de todos los medios
para evitar que los miembros directores de los sindicatos poseyeran demasiado
poder en sus manos, pues son sencillamente los mandatarios de los asociados,
empezaron luego los individualistas a combatir a la misma organización, soñando
ver siempre nuevos tiranos hasta allí donde se trataba tan sólo de regular los
asuntos sindicales más simples.
También en estos casos fueron erróneamente empleadas palabras como tiranización
de la minoría por la mayoría y represión de la libertad individual. Pero, la
crítica individualista, no notó aquí el peligro de que cuando en una
organización obrera no existe una reglamentación se hace valer con más
facilidad la autoridad personal y hasta la dictadura de individuos de acción,
igual que en la vieja sociedad combatida. Más aún que en los sindicatos halló
resonancia el individualismo en el periodo transitorio de que hablamos aquí, en
los grupos y en los centros de estudio y de agitación los que se colocaron
directamente frente a las sociedades de los social-demócratas. Recién, no hace
mucho en diversos países se discutieron problemas como los siguientes: ¿Si no es un repudio contra la libertad del individuo el
votar y concebir resoluciones en grupos revolucionarios? ¿Si es permitido apelar a los miembros de tales grupos, para
que abonen con regularidad sus contribuciones a la caja del grupo? ¿Si se está autorizado para nombrar un presidente de mesa en
los grupos para que anote a los que pidan la palabra o un secretario y
especialmente un tesorero, pues son todos responsables ante los miembros y esto
establece una nueva dominación como ocurre en los social-demócratas? Además,
relativo a responsabilidad, el individuo soberano es deudor ante sí mismo de la
responsabilidad. Que no se vaya a creer que es exagerado. Todavía, en el
Congreso Internacional revolucionario de Londres en 1896, entre los presentes
se hallaba un stimeriano empedernido que protestaba cada vez que había que
aprobar alguna resolución: ¿Qué,
una resolución?. ¡No quiero resoluciones! ¡No vine para pactar con otros! ¡Yo quiero ser YO MISMO! Pero entonces la tendencia
comunista ya tenía la supremacía y se le dijo al opositor: Eso podrías haber
hecho en casa! No debes venir para aburrirnos.
Cite
tan detalladamente a Cornelissen porque dio en la tecla con sus consideraciones
y lo sobrevivió todo igual que yo. Lamentablemente, el espíritu de entonces no
desapareció aún del todo del movimiento anarquista en Alemania y sigue mareando
acá y acullá a gente que se embriaga fácilmente con palabras huecas y no tiene
la habilidad de escarbar en la sustancia de los conceptos. Esa gente queda
apegada a las formas exteriores de las cosas, porque sufren de un incurable
fetichismo que les representa siempre los cuadros de su imaginación como la
verdad realista. Me basta recordar aquí solamente el Boletín que la Bolsa de
Obreros Mozos creyó conveniente publicar en ocasión del último congreso
sindicalista de Dusseldorf. La misma herejía autoritaria y las mismas réplicas
que quedaron completamente intactas por las experiencias del tiempo. Una sola
cosa se cambió. La hojita se titula Der Vorgeschobene y es realmente
algo nuevo. Pues que en una sociedad tan ilustrada de individuos soberanos
pueda haber también rebaño, es algo que antes nadie hubiera soñado. Aparte de
eso, es así como viejos espectros nocturnos que se sumergen otra vez en el
sepulcro, ante la primera iluminación del alba.
En
el momento en que el movimiento anarquista volvió a colocarse sobre el terreno
de la acción de las masas, como lo hicieron sus grandes precursores en la época
de la Internacional, el problema de la organización debía naturalmente volver
de nuevo a la orden del día y fue principalmente ese problema el que originó la
convocación del Congreso Anarquista Internacional de Amsterdam (1907) y
de la creación de la Internacional Anarquista. El compañero francés Dunois
inició el punto Anarquismo y organización, con una pequeña relación,
en la que puntualizó el carácter social de la idea anarquista y declaró que el
anarquismo no es individualista sino federalista y que puede definirse como
federalista en todos los terrenos. En la discusión todos los camaradas,
exceptuando el individualista holandés Croiset, se expresaron por la
necesidad de la organización. Con especial acentuación lo hizo nuestro viejo
camarada Errico Malatesta, quien siempre fue un campeón incansable de
las ideas organizadoras.
Guardémonos de la falsa concepción, dice Malatesta, de que
la ausencia de organización es una garantía para la libertad; los hechos
palpables nos demuestran lo contrario. Un ejemplo a su favor: existen en
Francia periódicos anarquistas que no dependen de ninguna organización pero
están cerrados para todos aquellos cuyas ideas, estilo y persona tienen el
infortunio de no caer en gracia a sus editores, resultando en tal caso, que
unos individuos poseen más poder para coartar la libertad de opinión a otros,
no como pudiera ocurrir con un periódico editado por una organización. Se habla
mucho de autoridad y autoritarismo. Aclaremos de una vez por todas qué es lo
que se entiende por tal. No cabe duda de que nos sublevamos desde el fondo de
nuestro corazón, y nos sublevaríamos siempre, contra la autoridad que está
representada por el Estado y la que persigue el único objeto de mantener la
esclavitud económica en el seno de la sociedad, pero ningún anarquista, sin
excepción, se negaría a respetar una autoridad puramente moral la que debe su
origen a experiencia, inteligencia y talento. Es un grave error acusar a los
partidarios de la organización, los federalistas, de autoritarismo, y es un
gran error creer que los llamados enemigos de la organización, los
individualistas, se hubieran condenado voluntariamente a un aislamiento
completo. Yo soy de la opinión de que la lucha, que se mantiene entre
individualistas y partidarios de la organización, gira en general alrededor de
frases huecas, que no pueden tener ningún valor para los hechos prácticos. En
Italia sucede muchas veces que los individualistas están sin tener en cuenta de
que son contrarios a la organización, mejor organizados que algunos defensores
de la organización, los que a cada paso reafirman su necesidad y nunca la
realizan en la práctica.
Sucede también a menudo que en los grupos, donde tanto se perora de la libertad
del individuo, hay más autoritarismo efectivo que en las sociedades tituladas
de autoritarias porque tienen un presidente de mesa y adoptan resoluciones.
Basta de frases huecas y dediquémonos mejor a los hechos prácticos. Las
palabras separan, los hechos unen. Es tiempo ya de que organicemos nuestras
fuerzas para obtener una influencia decisiva sobre los acontecimientos
sociales.
En
ese sentido el Congreso adoptó diversas decisiones creando un Bureau
Internacional para que facilite las relaciones entre las diferentes
organizaciones nacionales. El segundo congreso de la Internacional
Anarquista que debía efectuarse en el verano de 1914 en Londres y para el
que ya estaban notificados delegados de 21 diversos países de Europa y América,
fue interrumpido por la guerra mundial que estalló justamente cuando el
congreso tenía que realizarse y los cinco miembros que componían el Bureau fueron
más tarde dispersados por diversos países.
La
primera parte de la catástrofe gigantesca está ahora detrás nuestro y sería
imposible prever que es lo que podría traernos la segunda parte. Sólo podemos
suponerlo dentro de contornos bastante obscuros. Inmensos problemas se nos
plantean esperando una solución. El movimiento anarquista sufrió mucho en todas
partes a consecuencia de la guerra y los compañeros de todos los países deben
hacer los mayores esfuerzos posibles para juntar nuestras fuerzas dispersas y
reanimarlas para la acción. Se concibe ahora en todas partes que el movimiento
anarquista necesita una base organizadora para obtener un resultado eficaz en,
las grandes luchas que se nos presentan y para que los socialistas estatales de
una u otra tendencia no se conviertan en los herederos gozosos de nuestra
actividad y sacrificio. Rusia nos dio en este sentido un ejemplo previsor. Allá
el movimiento.50 anarquista, a pesar de la enorme influencia que tenía sobre el
pueblo, y a pesar de los inmensos sacrificios con que contribuyeron los
anarquistas para la causa de la revolución, concluyó siendo víctima de su
dispersión interna y de su desorganización. Coadyuvó a exaltar a los
bolcheviques al poder y nuestros compañeros sienten hoy muy bien su sabor
amargo. Lo mismo sucederá en todas partes mientras que no logremos unirnos en
determinadas líneas de conducta y fusionar en organizaciones nuestras fuerzas.
En
Francia nuestros camaradas se unieron en la Unión Anarquista y
despliegan una actividad satisfactoria. En Italia es hoy en día la Unión
Anarquista una de las organizaciones más importantes e influyentes en el
movimiento obrero italiano. En España, donde los anarquistas siempre han
concentrado el peso de sus actividades propagandísticas y organizadoras en el
movimiento sindical revolucionario, enseguida después de la guerra se
desarrolló la Confederación del Trabajo portentosamente. Después de una
serie entera de luchas, fue en cierta manera desposeída de la publicidad por la
espantosa reacción que nuevamente bulle allá, durante los últimos dos años,
pero no desapareció a pesar de las persecuciones atroces que sufrió y que sigue
sufriendo hasta hoy día. Solamente debido a su inquebrantable actividad
organizadora lograron nuestros camaradas españoles resistir a los violentos
ataques de la reacción y reafirmar la estabilidad del movimiento. También en
Portugal y en Sudamérica, donde los movimientos están bien emparentados con el
español, contribuyeron mucho nuestros camaradas en el terreno de la
organización y son acreedores de las mejores esperanzas en el futuro.
En
Alemania adquirió el anarquismo un terreno firme, a partir de la revolución, debido
al fuerte desarrollo del movimiento anarco-sindicalista que abarca a todos los
elementos del movimiento obrero anarquista. Según mi opinión es el
acontecimiento más significativo en toda la historia de la evolución del
anarquismo en Alemania, a pesar de que aún no está suficientemente valorizado
por la fracción de los compañeros que están en principio sobre la base del
movimiento obrero y de la organización. El que sepa valorizar toda la odisea de
dicho desarrollo concebirá que justamente esos compañeros que dejaron de ser
novicios en el movimiento deben estar especialmente interesados en acelerarlo
en todo lo posible, porque un largo divisionismo como podemos ver hoy en la
mayoría de las organizaciones extremistas existentes, hubiera sido al mismo tiempo
un desmoronamiento del movimiento anarquista del que no podría restablecerse
por mucho tiempo.
Capítulo 6.
Queremos
que no se nos confunda. Si hemos defendido aquí tan fervientemente la
organización, no queremos de modo alguno manifestar que es un bálsamo para
todas las clases de enfermedades. Sabemos muy bien que en primera línea está el
espíritu que anima e inspira un movimiento; cuando falta ese espíritu para nada
sirve la organización. No se puede resucitar a muertos organizándolos. Lo que
sí interpretamos es que allí donde realmente existe el espíritu y donde están
las energías necesarias, es la organización de las fuerzas sobre la base
federativa el mejor medio para alcanzar los resultados más grandes. En la
organización hay un campo de actividad para todos. La estrecha cooperación de
los individuos por una causa común es un medio poderoso para el levantamiento
de la fuerza moral y de la conciencia solidaria de cada miembro. Es
absolutamente falso el afirmar que en la organización se pierden la individualidad
y el sentimiento personal. Todo lo contrario, justamente por el constante
contacto con iguales se despliegan recién las mejores cualidades de la
personalidad. Si se entiende por individualismo nada más que el constante
pulimento del propio YO y el ridículo temor de que en todo contacto
estrecho con otros hombres reside un peligro para la propia persona, se olvida
que justamente ahí yace el mayor obstáculo para el desarrollo de la
individualidad. Cuanto más estrechamente está ligado un hombre a sus prójimos y
cuanto más profundamente siente sus alegrías y sus dolores, más hondo y rico es
su sentimiento personal y más grande su individualidad. Se puede afirmar
tranquilamente que el sentimiento personalista de un hombre se desarrolla
directamente de su sentimiento social.
Por
eso el anarquismo no es contrario a la organización, sino su más ferviente
defensor, claro está, suponiendo que se trata de una organización natural de
abajo arriba, que nace de las relaciones comunes de los hombres y encuentra su
expresión en una cooperación federativa de las fuerzas. Por eso combate también
toda imposición de esa cooperación que se impone desde arriba sobre los
hombres; porque destruye las relaciones naturales entre ellos, que es la base
de toda organización real y convierte a cada individuo en una parte automática
de una gran máquina que se dirige por privilegiados y trabaja para determinados
intereses particulares.
Se
puede, como Malatesta, reposar todo el peso sobre la organización de los
grupos anarquistas y de su unión federativa, o estar con Kropotkin, de
que los anarquistas continúen con sus pequeños grupos y depositar todo el peso
de sus actividades en las organizaciones sindicales. Se puede hasta representar
el mismo punto de vista que James Guillaume, el valeroso compañero de
luchas de Bakunin, para que no se hable siquiera de organizaciones
anarquistas especiales, sino que se trabaje exclusivamente dentro de los
sindicatos revolucionarios para la evolución y profundización del socialismo
libertario. Estas son disparidades de criterio que se prestan a discusión. Pero
de todas maneras queda establecida la necesidad de la organización.
Justamente ahora, antes de que se avecine la tempestad, es más
urgente esa necesidad. Las contradicciones sociales se han hecho más palpables
en todos los países y enormes masas del proletariado están aún dominadas por la
creencia de que el uso de la violencia estatal por el mismo proletariado, lo
coloca en condiciones de resolver el problema social. Ni el derrumbamiento espantoso
de Oriente puede curar a la mayoría de ese engreimiento. Es absurdo pensar que
el socialismo estatal perdió su poder fascinador sobre las masas. Es todo lo
contrario, y por sobre el mismo debe colocarse frente al espíritu de
servidumbre general, el IDEAL DE LIBERTAD Y SOCIALISMO. Una
lucha, una lucha sin piedad a todas las fuerzas de la tiranía y a todos los
idólatras del poder y del dominio, bajo cualquier máscara que estén escudados.
La suerte de nuestro avenir próximo está sobre la balanza de la historia.
Deben, por lo tanto, unirse todas las fuerzas en una gran alianza y abrir las
puertas para un porvenir libre.