Errico Malatesta
Entre Campesinos.
Pepe.-
¡Hola! ¿Tú por
aquí? Hace mucho que habría querido hablarte, y estoy contento por haberte
encontrado. Jorge, ¡cuánto me das que pensar! Cuando estabas
en el pueblo eras un buen muchacho, el mejor de los jóvenes de tu edad. ¡Oh,
si viviese tu padre!
Jorge.-
Pepe, ¿por
qué me hablas así?. ¿Qué es lo que he hecho para merecer esos
reproches? ¿Y por qué habría debido estar mi padre
descontento de mí?.
Pepe.-
No te ofendas de mis
palabras, Jorge; soy viejo y hablo por tu bien. Y, además, era tan amigo del viejo
Andrés, que al verte por un mal camino me desagrada como si fueses mi hijo,
tanto más cuando pienso en las esperanzas que tu padre ponía en ti, y en los
sacrificios que ha hecho para dejarte un nombre sin mancha.
Jorge.-
¿Pero qué es lo que dices, Pepe? ¿No
soy quizá un trabajador honesto? No he hecho nunca mal a nadie, al contrario, y
disculpa que lo diga, he hecho siempre el poco bien que he podido; ¿Por
qué habría de avergonzarse mi padre de mí? Hago todo lo posible por instruirme
y mejorarme; trato, con mis compañeros, de remediar los males que me afligen a
mí, que te afligen a ti y que afligen a todos, por tanto, querido Pepe, ¿en
qué he merecido esos reproches?.
Pepe.-
¡Ah!, ¡ah!, así
te quería. Sé bien que trabajas, que ayudas al prójimo, que eres un muchacho
honrado; lo dicen todos en el pueblo. Pero mientras tanto has estado preso más
de una vez; dicen que los gendarmes te vigilan, y que solamente por estar
contigo en la calle, se pasan malos ratos... Quién sabe si yo mismo no me
comprometeré ahora..., pero te quiero mucho y te hablo a pesar de todo. Vamos,
Jorge, escucha el consejo de un viejo: deja que hagan política los señores, ya
que ellos no tienen nada que hacer; piensa en trabajar y en hacer el bien. Así
vivirás tranquilo y en gracia con Dios; de lo contrario perderás el alma y el
cuerpo. Óyeme, deja a los malos compañeros, porque, como se sabe, son ellos los
que desvían a los pobres muchachos.
Jorge.-
Pepe, créeme, mis
compañeros son todos jóvenes de bien; el pan que llevan a la boca les cuesta
lágrimas y sudor. Deja que los patrones hablen mal de ellos, pues quisieran
chuparnos hasta la última gota de sangre, y luego dicen que somos unos canallas
si nos permitimos aunque no sea más que murmurar, y gente de presidio si
procuramos mejorar nuestra posición y sustraernos a su tiranía. Yo y mis
compañeros hemos estado en la cárcel, es verdad, pero hemos estado allí por la
causa justa; volveremos todavía y quizá nos ocurra algo peor, pero será por el
bien de todos, será por destruir tantas injusticias y tanta miseria. Y
vosotros, que habéis trabajado toda la vida y habéis sufrido también el hambre,
y que cuando no podáis trabajar más tal vez tendréis que ir a morir a un
hospital, no deberíais uniros con los señores y con el gobierno para caer contra
quien trata de mejorar la condición de la gente pobre.
Pepe.-
Hijo mío, sé bien
que el mundo va mal; pero querer arreglarlo es como querer enderezar las patas
a los perros. Tomémoslo como viene y roguemos a Dios que no nos falte por lo
menos el puchero. Siempre hubo ricos y pobres y nosotros, que hemos nacido para
trabajar, debemos trabajar y contentarnos con lo que Dios nos manda; si no
perderemos la paz y la honra.
Jorge.-
¡Vuelta con la honra!. Los señores que nos
lo han quitado todo, después que nos han obligado a trabajar como bestias para
ganar un pedazo de pan, mientras ellos con nuestros sudores viven sin hacer
nada bueno, en la riqueza y en la crápula, dicen luego que nosotros, para
hombres honrados, debemos soportar voluntariamente nuestra posición y verlos
engordar a nuestras espaldas sin quejamos siquiera. Si en cambio recordamos que
también nosotros somos seres humanos, y que el que trabaja tiene derecho a
comer, entonces somos malos; los gendarmes nos llevan a la cárcel y los curas
por añadidura nos mandan al infierno. Escúchame, Pepe, tú que eres un
trabajador y no has chupado nunca la sangre del semejante. Los verdaderos
bandidos, las gentes sin honor son los que viven de prepotencia, los que se han
apoderado de todo lo que hay bajo el sol y los que a fuerza de padecimientos
han reducido al pueblo a la situación de un rebaño de ovejas que se deja
esquilar y matar tranquilamente. ¿Y
vosotros os ponéis con los amos para caer contra nosotros? No basta que tengan
de su parte el gobierno, el cual, es formado por señores y para los señores, no
puede menos de apoyarlos: es preciso, por tanto, que nuestros mismos hermanos,
los trabajadores, los pobres, se pongan en contra nuestra porque queremos que
tengan pan y libertad. ¡Oh! Si la miseria, la ignorancia forzosa,
el hábito contraído en siglos de esclavitud, no explicasen este hecho doloroso,
diría que no tienen honor y dignidad aquellos pobres que apuntalan a los
opresores de la humanidad, y nosotros, que ponemos en peligro este mísero
pedazo de pan y este fragmento de libertad, para llegar al punto en que todos
estemos bien.
Pepe.-
Sí, sí, todo eso
está bien; pero sin el temor de Dios no se hace nada bueno; he oído hablar a
aquél santo varón que es nuestro párroco, el cual dice que tú y tus compañeros
sois una banda de excomulgados; he oído decir al señor Antonio, que ha
estudiado y lee siempre los periódicos, que sois o bien locos o bien bandidos,
que quisierais comer y beber sin hacer nada, y que en lugar de hacer el bien de
los trabajadores, impedís a los amos arreglar las cosas lo mejor que se puede.
Jorge.-
Pepe, si queremos
razonar, dejemos en paz a Dios y a los santos; porque, como ves, el nombre de
Dios sirve de pretexto y medio para todos los que quieren engañar y oprimir a
sus semejantes. Los reyes dicen que Dios les ha dado el derecho a reinar, y
cuando dos reyes se disputan un país, los dos pretenden ser enviados de Dios.
Luego Dios da siempre la razón al que tiene más soldados y mejores armas. El
propietario, el usurero, el especulador, todos hablan de Dios; y representantes
de Dios se dicen el sacerdote católico, el protestante, el hebreo, el turco, y
en nombre de Dios se hacen la guerra, y tratan cada cual de llevar el agua para
su molino. Del pobre no se encarga nadie. Al oírles parece que Dios se lo ha
dado todo a ellos, y que a nosotros nos habría condenado a la miseria y al
trabajo. El paraíso es para ellos en este mundo y en el otro; para nosotros
existe el infierno en esta tierra, y el paraíso solamente en el mundo del más
allá si hemos sido esclavos sumisos... y si queda puesto. Oye, Pepe, en
asuntos, de conciencia yo no quiero entrar y cada cual es libre de pensar lo
que quiera. Por mi cuenta, no creo en Dios ni en las historias que nos cuentan
los curas, porque quien las cuenta tiene un interés poco excesivo en ellas; y
porque existen muchas religiones cuyos sacerdotes pretenden ser los que dicen
la verdad, no dando pruebas. También yo podría inventar un mundo de fábulas y
decir que el que no me crea y no me obedezca será condenado al fuego eterno. Me
trataréis de impostor; pero si tomase a un niño y le dijese siempre lo mismo
sin que nadie le dijera jamás lo contrario, al llegar a grande creería en mí,
lo mismo que vosotros creéis en el párroco. Pero, en resumen, eres libre de creer
lo que te parezca, pero no vengas a contarme que Dios quiere que trabajes y
sufras hambre, que tus hijos crezcan débiles y enfermizos por falta de pan y
cuidados, y que tus hijas deban estar expuestas a convertirse un día en
queridas del perfumado patroncito, porque entonces diré que ese Dios es un
asesino. Si Dios existe, no ha dicho a nadie lo que quiere. Pensemos, por
consiguiente, en hacer en este mundo el bien nuestro y el de los demás; si
hubiese un Dios en el otro mundo y fuese justo, nos encontraremos siempre mejor
si hemos combatido por hacer el bien, que si hemos hecho sufrir o hemos
permitido que otros hiciesen sufrir a los hombres, los cuales, según el
párroco, son todos criaturas de Dios y hermanos nuestros. Y por otra parte,
créeme: hoy que eres pobre, Dios te condena a las privaciones; si mañana
consiguieras de un modo cualquiera, incluso con la acción más censurable,
reunir mucho dinero, adquirirías de inmediato el derecho a no trabajar, a
pasear en coche, a maltratar a los campesinos, a atentar contra el honor de las
pobres muchachas... y Dios dejaría hacer como deja hacer a tu amo.
Pepe.-
¡La virgen! Desde que aprendiste a leer y
a escribir y te tratas con la gente de la ciudad has reunido tanta habilidad
para hablar que enredarías a un abogado, y si he de decirlo francamente, has
dicho cosas que me han dejado una cierta comezón... ¡Imagínate!
Mi Rosina, que ha crecido, tiene un joven pretendiente que la quiere mucho;
pero tú comprendes, somos gente pobre; habría necesidad de una cama, de un poco
de ropa, y algún dinero para abrirle un tallercito, pues él es cerrajero, y si
pudiera librarse de estar bajo el patrón que le hace trabajar por una miseria,
podría sacar adelante la familia que formará. El amo podría adelantarme algo,
que yo le repondría poco a poco. Pues bien, ¿lo
crees?, cuando le hablé respondió, riendo a carcajadas, que esas son obras de
caridad de que se ocupa su hijo; y el hijo del amo, en efecto, ha ido a vernos,
ha visto a Rosina, le acarició sus mejillas y dijo que justamente tenía listo
un ajuar que había hecho para otra y que Rosina debía ir personalmente a
recibirlo. Y en sus ojos brillaron ciertos deseos que casi me hacen cometer una
barbaridad... ¡Oh!, si mi Rosina... pero dejemos estos
pensamientos. Soy viejo y sé que este es un mundo infame; pero esta no es una
razón para hacer también de pillos. En pocas palabras: ¿es
verdad o no que queréis quitar los bienes a quien los posee?
Jorge.-
Bravo, así te
quiero. Cuando queráis saber algo que interesa a los pobres, no lo preguntéis
jamás a los amos, los cuales no os dirán nunca la verdad, porque nadie habla
contra sí mismo. Y si queréis saber lo que quieren los anarquistas,
preguntádmelo a mí y a mis compañeros, no al párroco, o al, señor Antonio. Y
cuando el cura habla de estas cosas, preguntadle por qué vosotros que trabajáis
coméis un pobre puchero, cuando lo hay, y él, que pasa todo el día sin hacer
nada, con un dedo dentro de un libro cerrado, come buenos manjares y capones
junto a su... sobrina; preguntadle por qué se las pasa siempre con los amos y
sólo viene hacia vosotros cuando tiene que pedir algo; preguntadle por qué da
razón siempre a los amos y a los gendarmes, y por qué, en lugar de quitar a los
pobres el pan de la boca con el pretexto de rogar por las almas de los muertos,
no se pone a trabajar para ayudar un poco a los vivos, en vez de vivir a
expensas de los demás. Y al señor Antonio, dado que es un joven robusto, que ha
estudiado, y que pasa su tiempo jugando en el café y haciendo enredos en el
municipio, decidle que, antes de hablar de nosotros, sería bueno que dejase de
hacer de vagabundo y que aprendiese un poco lo que es el trabajo y lo que es la
miseria.
Pepe.-
Sobre esto tienes
todas las razones, pero volvamos a nuestro pensamiento. ¿Es
verdad o no que queréis apoderaros de los bienes ajenos?.
Jorge.-
No es verdad;
nosotros no queremos quitar nada a nadie; pero queremos que el pueblo tome los
bienes de los señores, los bienes a quien los tiene, para ponerlos en común
para todos. Al hacer esto el pueblo no quitaría nada a los demás, sino que
entra- ría simplemente en posesión de lo que es suyo.
Pepe.-
¿Cómo es eso? ¿Es
que son nuestros los bienes de los amos?.
Jorge.-
Ciertamente: son
bienes nuestros, son bienes de todos. ¿Quién ha
dado esas riquezas, a los señores? ¿Cómo han
hecho para ganárselas? ¿Qué derecho tenían a posesionarse de
ellas y qué derecho tienen a conservarlas?.
Pepe.-
Sé las han dejado
sus antepasados.
Jorge.-
¿Y quién las dio a sus antepasados? ¡Cómo!
Algunos hombres más fuertes y más afortunados se posesionaron de todo lo que
existe, obligaron a los otros a trabajar para ellos y, no contentos con vivir
ellos en el ocio, oprimiendo y condenando al hambre a la gran masa de sus
contemporáneos, dejaron a sus hijos y a los hijos de sus hijos las riquezas que
habían usurpado, condenando a toda la humanidad futura a ser esclava de sus
descendientes, los cuales, enflaquecidos por el ocio y por el hecho de poder
hacer todo lo que quieren sin dar cuenta a nadie, si no lo tuviesen todo a
mano, y quisieran ahora arrancárnoslo por la fuerza como hicieron sus padres,
nos causarían verdaderamente piedad. ¿Y a ti
te parece justo todo esto?.
Pepe.-
Si se tomaron los
bienes por la fuerza, entonces no. Pero los señores dicen que sus riquezas son
el fruto del trabajo, y no me parece que esté bien el quitar a uno lo que ha
producido con sus esfuerzos.
Jorge.-
¡Eso es, siempre la misma historia! Los
que no trabajan y no han trabajado nunca, hablan siempre en nombre del trabajo.
Ahora, ¿cómo se produce y quién ha producido la
tierra, los metales, el carbón, las piedras y otras cosas semejantes? Estas
cosas, las haya hecho Dios o existan por obra espontánea de la naturaleza, lo
cierto es que todos, al venir al mundo, las hemos encontrado; por tanto
deberían servir para todos. ¡Qué dirías si los amos se quisieran
apoderar del aire para aprovecharlo ellos y darnos a nosotros sólo una pequeña
parte y de la más maloliente, haciéndola pagar con sacrificios y sudores? La
única diferencia entre la tierra y el aire es que han hallado para la tierra el
modo de apoderarse de ella y dividirla entre ellos, y para el aire no; pues si
encontrasen el medio, harían con el aire lo que han hecho con la tierra.
Pepe.-
Es verdad; esta me
parece una razón justa; la tierra y todo lo que no ha hecho nadie, deberían ser
de todos... Pero no todas las cosas se han encontrado bellas y listas.
Jorge.-
Ciertamente, hay
muchísimas cosas que han sido producidas por el trabajo del hombre, la tierra
misma no tendría sino poco valor de no haber sido desmontada y abonada por la
obra humana. Y bien, esas cosas deberían por justicia pertenecer a quien las ha
producido. ¿Por qué milagro se encuentran
precisamente en manos de aquellos que no hacen nada y que no han hecho nunca
nada?.
Pepe.-
Pero los amos dicen que
sus antepasados han trabajado y ahorrado.
Jorge.-
Y deberían decir, en
cambio, que sus antepasados han hecho trabajar a los demás sin pagarles, lo
mismo que se hace ahora. La historia nos enseña que las condiciones del
trabajador han sido siempre miserables y que, lo mismo que ahora, el que ha
trabajado sin explotar a otros, no sólo no ha podido hacer nunca economías,
sino que no ha tenido siquiera bastante para aplacar el hambre. Observa los
ejemplos que tienes ante los ojos: todo lo que producen los trabajadores, de
mano en mano, ¿no va quizá a manos de los patronos que
se contentan con mirar? Hoy uno compra por poco dinero una parcela inculta y
pantanosa; pone allí hombres a quienes apenas da lo necesario para que no se
mueran de hambre de golpe, y queda en el ocio de la ciudad. Después de algunos
años aquel pedazo inútil de tierra se ha convertido en un jardín y vale cien
veces más de lo que valía al comienzo. Los hijos del amo, que heredarán ese
tesoro, dirán que disfrutan por los sudores de su padre y los hijos de los que
han trabajado y sufrido realmente continuarán trabajando y sufriendo. ¿Qué
te parece?.
Pepe.-
Pero si
verdaderamente, como tú dices, el mundo ha marchado siempre como ahora, no hace
falta decirlo, a los amos no les correspondería absolutamente nada.
Jorge.-
Pues bien, quiero
suponer todo a favor de los amos. Dejemos sentado que los propietarios fuesen
todos hijos de gente que ha trabajado y ahorrado y los trabajadores hijos todos
de hombres holgazanes y malgastadores. Ten presente que es un absurdo lo que
digo, pero sin embargo, aunque las cosas estuviesen así, ¿habría
por eso tal vez mayor justicia en la actual organización social?. Si tú
trabajas y yo hago de vagabundo, es justo que sea castigado por mi
holgazanería; pero no es justo por esto que mis hijos, que podrán ser buenos
trabajadores, tengan que reventar de cansancio y morir de hambre para mantener
a tus hijos en el ocio y en la abundancia.
Pepe.-
Cosas son esas en
las que no puedo menos que darte la razón; pero entre tanto los señores poseen
los bienes, y al fin y, al cabo debemos darles las gracias, porque sin ellos no
se podría vivir.
Jorge.-
Sí; poseen los
bienes porque los han obtenido con la violencia y los han aumentado
apropiándose del fruto del trabajo de los demás. Pero del mismo modo que nos
los han quitado, pueden dejarlos. Hasta hoy en el mundo los hombres se han
hecho la guerra unos a otros, han buscado el modo de quitarse el pan de la boca
y cada uno ha hecho lo posible para someter a su Semejante y servirse de él
como una bestia. Pero ya es tiempo de que esto concluya. En hacernos la guerra
no ganamos nada; el hombre, precisamente, sólo ha ganado miseria, esclavitud,
crímenes, prostitución y, además, de tanto en tanto, alguna de esas sangrías
llamadas guerras o revoluciones. Si, al contrario, nos pusiéramos de acuerdo,
amándonos y ayudándonos los unos a los otros, no existirían tantos males, no
habría quien tuviera mucho y otros poco, y se buscaría la manera de estar todos
lo mejor posible. Sé bien que los ricos, que se han habituado a mandar y a
vivir sin trabajar, no querrán saber nada cuando se trate de cambiar de
sistema. Veremos lo que dicen. Si quisieran comprender por las buenas o por
miedo, que el odio y la superioridad entre los hombres no deben existir y que
todos deben trabajar, tanto mejor; pero si, por el contrario, quieren continuar
gozando del fruto de la violencia y del robo de sus antepasados, entonces la
solución es fácil. Por la fuerza se han apropiado de todo lo que existe; pues
por la fuerza nosotros se lo quitaremos. Si los pobres se ponen de acuerdo
ellos son los más fuertes.
Pepe.-
Pero, entonces,
cuando no hubiera ya más señores, ¿cómo
haríamos para vivir? ¿Quién nos daría trabajo?.
Jorge.-
¡Parece imposible! ¿Cómo?
Lo estáis viendo todos los días; sois vosotros quienes caváis, sembráis,
segáis, trilláis y lleváis el grano al granero; sois vosotros quienes hacéis el
vino, el aceite, el queso, ¿y me preguntas cómo haríais para vivir
sin los señores? Pregunta más bien: ¿cómo
vivirían ellos si no fuésemos nosotros, pobres imbéciles, trabajadores del
campo y de la ciudad, que somos los que les alimentamos, vestimos y...
suministramos nuestras hijas para que puedan divertirse? Hace poco querías
agradecer a los amos porque nos dan con qué vivir. ¿No
comprendes que son ellos los que viven de nuestros esfuerzos y que cada pedazo
de pan que se llevan a la boca es quitado a nuestros hijitos? ¿Que
todo regalo que hacen a sus mujeres representa el hambre, la miseria, el frío,
tal vez la prostitución de las mujeres nuestras? ¿Qué es
lo que producen los señores? Nada. Por consiguiente todo aquello que consumen
es quitado a los trabajadores. Figúrate que mañana desaparecieran todos los
trabajadores del campo; no habría quien trabajase la tierra y se morirían de
hambre; si desaparecieran los albañiles, no se podrían hacer casas, y así en
todos los demás ramos; por cada clase de trabajadores que faltara, se
suspendería un ramo de producción, y el hombre tendría que privarse de objetos
útiles y necesarios. ¿Pero qué daño sufriríamos si
desapareciesen los señores? Sería como si desapareciese la langosta.
Pepe.-
Sí, está muy bien;
nosotros producimos todo; pero ¿cómo hago para producir el grano si no
tengo tierras, ni animales, ni semillas? Vamos, te digo que no hay manera de
arreglarlo; por fuerza hay que estar sujeto a los amos.
Jorge.-
Pero, Pepe, ¿nos
entendemos o no? Me parece que ya lo he dicho; necesitamos desposeer a los amos
de todo aquello que sirve para trabajar y vivir: la tierra, los instrumentos, las
semillas y todo lo demás. Sé muy bien que mientras la tierra y los instrumentos
de trabajo pertenezcan a los amos, el trabajador estará sujeto siempre y no
tendrá más que esclavitud y miseria. Por eso, y retenlo bien en la memoria, lo
primero que habrá que efectuar es quitar los bienes a los señores; si no el
mundo no se arregla.
Pepe.-
Tienes razón; ya me
lo habías dicho. Pero, ¿qué quieres? Son cosas esas tan nuevas
para mí, que no acabo de comprenderlas. Explícame un poco cómo quisieras
arreglarlo. Estos bienes que se quitarían a los señores, ¿qué
haríamos de ellos? Nos los repartiríamos. El tanto para cada uno, ¿verdad?.
Jorge.-
No; antes al
contrario, cuando oigas, decir que nosotros queremos repartir, que nosotros
queremos la mitad y otras cosas por el estilo, ten en cuenta que quien lo dice
es un ignorante o un bribón.
Pepe.-
Pues entonces, ¿qué
haríamos? Yo no comprendo nada de ello.
Jorge.-
Y sin embargo no es
difícil; nosotros lo que queremos es ponerlo todo en común. Nosotros partimos
de este principio: qué todos han de trabajar y todos deben estar lo mejor
posible. En este mundo, sin trabajar no se puede vivir; por eso si uno no
trabajase, debería vivir del trabajo de los demás, lo que al mismo tiempo que
es injusto, es dañoso. Se en- tiende que, cuando digo que todos deben trabajar,
me refiero a todos los que pueden y por lo que puedan. Los inútiles, los
impotentes, los viejos, deben ser mantenidos por la sociedad, porque es un
deber humano no hacer sufrir a nadie, y, además, que todos seremos viejos un
día, e inválidos e inútiles podemos serlo de un momento a otro, tanto nosotros
como los de nuestra familia. Ahora, si reflexionas bien, verás que todas las
riquezas, o sea, todo lo que existe de útil para el hombre, puede dividirse en
dos partes. Una parte que comprende la tierra, las máquinas y todos los
instrumentos de trabajo, el hierro, la madera, las piedras, los medios de
transporte, etc. es indispensable para trabajar y debe ser puesta en común para
servir a todos como instrumentos o materias de trabajo. Referente al modo de
trabajar después, es una cosa que ya veremos. Lo mejor sería trabajar en común,
porque así con menos fatiga se produce más: es casi cierto que el trabajo en
común se adoptará en todas partes, porque para trabajar cada uno aisladamente
necesitaría renunciar a la ayuda de las máquinas, que reducen el trabajo a cosa
fácil y gustosa y además, porque cuando los hombres no tengan que disputarse el
pan que se llevan a la boca, y, por consiguiente, no estén como perro y gato, encontrarán
más placer en estar reunidos y hacer el trabajo en común. De cualquier modo,
hasta si en un lugar la gente quisiera trabajar aisladamente, libre será de
hacerlo. Lo esencial es que nadie viva sin trabajar, obligando a los demás a
que trabajen para ellos, y esto no podrá suceder ya, ninguna persona querrá
ciertamente trabajar por cuenta de los demás. La otra parte comprende las cosas
que sirven directamente al consumo del hombre, como alimentos, vestidos y cama.
Todas estas cosas, las que ya existen, deben ser puestas inmediatamente en
común y distribuidas de modo que se pueda esperar hasta la nueva cosecha y a
que la industria haya producido nuevos productos. Todas aquellas cosas que se
produzcan después de la revolución, cuando ya no existan amos ociosos que vivan
del esfuerzo de los trabajadores hambrientos, se distribuirán según la voluntad
de los trabajadores de cada localidad. Si éstos quieren trabajar en común,
tanto mejor; entonces se buscará el medio de regular la producción y el
consumo, de manera que puedan satisfacerse las necesidades de todos, como para
que tienda a asegurar a todos el máximo disfrute posible y todo está dicho con
eso. O si no, se tendrá en cuenta lo que cada uno haya producido, para que
pueda tomar la cantidad de objetos equivalente a su producto. Es un cálculo
bastante difícil, que creo hasta imposible; pero esto quiere decir que, cuando
se vean las dificultades de la distribución proporcional, se aceptará más
fácilmente la idea de ponerlo todo en común. De cualquier modo, será necesario
que las cosas de primera necesidad, como el pan, las casas, el agua y otras
semejantes, se aseguren para todos independientemente de la cantidad de trabajo
que cada uno pueda efectuar. Sea cual fuere la organización adoptada la
herencia no podrá subsistir ya; porque no es justo que uno encuentre al nacer
todas las comodidades, y el otro el hambre y las privaciones; que uno nazca
rico y el otro pobre, y hasta si se aceptase la idea de que cada uno es dueño
de lo que produce y que, por consiguiente, puede hacer economías por cuenta
propia, a su muerte todas sus economías deberían volver a la masa común... Los
niños deberán ser educados e instruidos a costa de todos, de manera que se les
procure el máximo desarrollo y la máxima capacidad posible. Sin esto no
existirían la justicia e igualdad y se violaría el principio del derecho de
cada uno a los instrumentos de trabajo, puesto que la instrucción, la fuerza
física y la moral son verdaderos instrumentos de trabajo, y dar a todos
solamente la tierra y las máquinas sería una cosa muy insuficiente, si no se
procurase poner a todos en condiciones de servirse de ellas lo mejor posible.
Respecto de la mujer, no quiero hablar, porque para nosotros la mujer debe ser
igual que el hombre; y cuando decimos hombre, queremos decir ser humano, sin
distinción de sexo.
Pepe.-
No obstante, hay una
cosa; quitar los bienes a los señores que han robado y empobrecido a la pobre
gente, está muy bien, pera si uno, a fuerza de trabajar y ahorrar, hubiese
logrado arrinconar cuatro céntimos y hubiese comprado un trozo de tierra o
abierto una tienducha, ¿con qué derecho podríais quitarle aquello
que verdaderamente es fruto de su trabajo?
Jorge.-
La, cosa es muy
fácil, porque con el propio trabajo, sólo con el propio trabajo, hoy que los
capitalistas no nos quitan los mejores productos, no se pueden hacer economías,
y me parece que tú debes saberlo, pues con tantos años de continuo trabajo,
continúas siendo tan pobre como al principio. Además, ya te he dicho que cada
uno tiene derecho a las primeras materias, y a los instrumentos de trabajo; así
es que si uno tiene un trozo de tierra, mientras él mismo se lo trabaje con sus
propios brazos, puede muy bien guardárselo y aun se le darán los utensilios
perfeccionados, los abonos y todo lo demás que sea necesario para sacar el
mejor y mayor producto posible de aquella tierra. Ciertamente que sería
preferible que lo pusiera todo en común; pero para ello no hay necesidad de
forzar a nadie porque el mismo interés aconsejará a todos el sistema de la
comunidad. Con la propiedad y el trabajo común se estará mucho mejor que
trabajando solos, tanto más con la invención de las máquinas el trabajo aislado
resulta más impotente.
Pepe.-
¡Ah! ¡Las
máquinas! ¡A éstas sí que convendría quemarlas! Ellas
son las que arruinan los brazos y quitan el trabajo a la pobre gente. Aquí, en
el campo, se puede estar bien seguro: cada vez que llega una máquina disminuye
nuestro salario y cierto número de nosotros queda sin trabajo y constreñido a
marcharse para ir a morir de hambre a otra parte. En la ciudad debe ser peor
aún. A lo menos si no existiesen las máquinas, los señores tendrían mayor
necesidad de nuestros brazos y se viviría algo mejor.
Jorge.-
Tienes razón, Pepe,
al creer que las máquinas son una de las causas de la miseria y falta de
trabajo; pero esto sucede porque las máquinas pertenecen a los señores. Si
perteneciesen a los trabajadores, sucedería todo lo contrario; ellas serían la
causa principal del bienestar humano. De hecho, las máquinas, en resumen, no,
hacen sino trabajar por nosotros y más rápidamente. Por medio de las máquinas
el hombre no tendrá que trabajar horas y más horas para satisfacer sus
necesidades y no estará obligado a los trabajos penosos que excedan a sus
propias fuerzas. Si las máquinas fuesen aplicadas a todos los ramos de la
producción y perteneciesen a todos, se podría con pocas horas de trabajo
ligero, sano y agradable, satisfacer todas las necesidades del consumo, y cada
obrero tendría tiempo para instruirse, cultivar las relaciones de amistad; en
una palabra: vivir y gozar aprovechando todas las conquistas de la ciencia y la
civilización. Así, pues, recuérdalo bien: no se necesita destruir las máquinas,
hay que apropiárselas. Y después ten presente esto: los señores defenderían sus
máquinas, o, mejor dicho, harían defender sus máquinas, tanto contra quien
quisiera destruirle, como contra quien quisiera tomar posesión de ellas;
teniendo, pues, que hacerlo de todos modos y correr los mismos peligros, sería
una locura destruirlas en lugar de quitárselas. ¿Destruirías
el grano y las casas si en su lugar encontráramos el medio de que fueran de
todos? Seguramente que no. Pues igual debe hacerse con las máquinas, porque
éstas, si en manos de los amos son la miseria y esclavitud nuestra, en manos
nuestras serían, al contrario, la riqueza y la libertad.
Pepe.-
Pero para seguir
adelante con este sistema se necesitaría que todos trabajáramos con buena
voluntad, ¿no es verdad?
Jorge.-
Ciertamente.
Pepe.-
¿Y si hay quien quiere vivir sin trabajar?
El trabajo fatigoso es duro y no gusta ni siquiera a los perros.
Jorge.-
Confundes la
sociedad actual con la sociedad de después de la revolución. La fatiga, has
dicho, no gusta siquiera a los perros; pero, ¿sabrías
estar el día entero sin hacer nada?
Pepe.-
Yo no, porque estoy
acostumbrado al esfuerzo, y cuando no tengo nada que hacer, me parece que las
manos me sobran; pero hay tantos que se estarían todo el día en la taberna
jugando a las cartas o en la plaza tomando el sol...
Jorge.-
Hoy sí; pero después
de la revolución no puede suceder, y te diré por qué. Hoy el trabajo es penoso,
mal pagado y despreciado. Hoy quien trabaja debe matarse de fatiga, muere de
hambre y es tratado como una bestia. Quien trabaja no tiene ninguna esperanza y
sabe que irá a parar a un hospital, si no concluye en la cárcel; no puede
ayudar a su familia no goza nada en la vida y sufre continuos maltratos y
humillaciones. El que no trabaja, por el contrario, goza de todas las
comodidades posibles y es apreciado y estimado; todos los honores, todas las
diversiones son para él. Aun entre los mismos trabajadores, sucede que el que
trabaja menos y hace las cosas menos penosas, gana mucho más y es mucho más
apreciado. ¿Que extraño es que la gente trabaje de
mala gana y si puede no deje escapar la ocasión de no trabajar? Si al
contrario, el trabajo se efectuara en condiciones humanas, por un tiempo
racionalmente corto, con ayuda de las máquinas, en condiciones higiénicas; si
el trabajador supiese que trabajaba por el bienestar de todos, de su familia y
de los demás hombres; si el trabajo fuese la condición indispensable para ser
apreciado en la sociedad, y el ocioso fuese señalado al público desprecio, como
sucede hoy con los espías y encubridores, dime, ¿quién
sería el que querría renunciar al placer de sentirse útil y amado, para vivir
en la inercia, que además es tan dañosa a nuestro cuerpo y a nuestra moral? Hoy
mismo, salvo algunas raras excepciones, todos sienten una repugnancia tan
invencible como instintiva por el de espía. Y, sin embargo, haciendo estos
degradantes oficios, se gana mucho más que cavando la tierra, se trabaja poco o
nada y se es, más o menos indirectamente, protegido por la autoridad; pero son
cargos infames, señales de una profunda abyección moral, y porque no producen
sino dolores y males, casi todo el mundo prefiere la miseria antes que la
infamia. Cierto que hay excepciones, hombres débiles y corrompidos que
prefieren la infamia; sin embargo, se trata de escoger entre la infamia y la
miseria. ¿Pero quién sería el desgraciado que
escogería una vida infame y dificultosa, cuando trabajando tuviese asegurado el
bienestar y la estimación pública?. Si este hecho se produjese, sería tan
contrario a la índole normal del hombre, que debería considerarse y tratarse
como un caso de locura cualquiera. No lo dudes, no; la pública reprobación
contra el ocio no faltaría ciertamente, porque el trabajo es la primera
necesidad de una sociedad, y el ocioso no tan sólo haría daño a todos viviendo
del producto de los demás, sin contribuir, sino que rompería la armonía de la
nueva sociedad y sería el elemento de un partido de descontentos que desearía
volver al punto de partida, al pasado. Las colectividades son como los
individuos: aman y veneran todo lo que es o creen útil, odian y desprecian lo
que saben o creen dañoso. Pueden engañarse y aun se engañan a menudo; pero en
el caso que citamos, el error no es posible, porque es demasiado evidente que
quien no trabaja, come y bebe a costa de los demás, y, por consiguiente,
perjudica a todos. Haced la prueba uniéndolos en sociedad con otros para
efectuar un trabajo en común y dividir el producto en partes iguales; tendríais
consideraciones para con el débil o el incapaz, pero al que pudiendo no quisiera
trabajar, le envolveríais en un desprecio y en una vida tan dura que, o bien os
dejaría o le entrarían seguramente ganas de trabajar. Esto es lo que sucederá
en la gran sociedad siempre que la ociosidad voluntaria de algunos pueda
producir un daño sensible. Además, al fin y al cabo, cuando no se logran
adelantar a causa de aquellos que no quieren trabajar, cosa que yo creo
imposible, el remedio estaría pronto buscado; se expulsaría de la comunidad: y
así, reducidos al solo derecho de poseer las primeras materias y los
instrumentos de trabajo, estarían obligados a trabajar si quisieran vivir.
Pepe.-
Estoy persuadido...
pero dime, ¿todos tendrían que cavar la tierra?.
Jorge.-
¿Y por qué no? El hombre no tiene sólo
necesidad de par, vino y carne; necesita casas, vestidos, calles, libros, en
suma, todo aquello que los trabajadores de cualquier ramo producen, y ninguno
puede producir por sí solo todo lo necesita. ¿Acaso
para trabajar la tierra no se necesita el auxilio del herrero y el carpintero
para hacer los utensilios y del minero para extraer el hierro de la mina, del
albañil para construir las casas y los almacenes, y así todo lo demás? No se
trata, pues, de cavar la tierra, sino de trabajar todos para producir cosas
útiles. La variedad de los oficios hará de modo que cada uno pueda escoger
aquel que mejor se adapte a sus inclinaciones, y de esta manera, al menos en
todo lo que sea posible, el trabajo no será para el hombre sino un ejercicio,
una diversión ardientemente deseada.
Pepe.-
¿Cada uno, pues, será libre de tener el
oficio o trabajo que quiera?
Jorge.-
Ciertamente:
teniendo cuidado, no obstante, que los brazos no se acumulen en determinados
oficios y escaseen en otros. Como se trabaja en interés de todos, hay que parar
el modo de producir todo aquello que se necesita, conciliando todo lo posible
el interés general con la predilección individual. Verás como todo se
arreglará, cuando no existan amos que nos hagan trabajar por un trozo de pan,
sin tener que ocuparnos del fin a que sirve y a quien sirve nuestro trabajo.
Pepe.-
Tú dices que todo se
arreglará, y yo creo, al contrario, que nadie querrá trabajar en oficios
penosos y que más bien querrán ser abogados y doctores. Entonces, ¿quién
irá a cavar? ¿quién querrá arriesgar la salud y la vida
en el fondo de una mina? ¿quién querrá confundirse en los negros
pozos y entre los estiércoles?
Jorge.-
Referente a los
abogados, pongámoslos aparte, porque son una gangrena semejante a la de los
curas, que la revolución social hará desaparecer completamente. Hablemos de los
trabajos útiles y no de aquellos que dañen al prójimo, porque sino, resultaría
un trabajador hasta el asesino que muchas veces tiene que soportar también
grandes sufrimientos. Hoy preferimos un oficio a otro, no porque éste más o
menos adaptado a nuestras inclinaciones, sino porque nos es más fácil
aprenderlo, porque con él ganamos o esperamos ganar más dinero, porque con él
esperamos encontrar con más facilidad trabajo, y, en segundo término, porque
ciertos y determinados trabajos pueden ser más o menos penosos. Y, finalmente,
la elección nos es impuesta desde que nacemos, por el acaso o por prejuicios
sociales. Por ejemplo, el oficio de campesino es hoy una de las ocupaciones a
que ningún hijo de la ciudad quiere someterse, ni aun aquellos que más miseria
sufren. Y, sin embargo, la agricultura no tiene nada de repugnante en sí ni la
vida del campo carece de atractivos. Al contrario, si lees a los poetas
encontrarás a todos entusiasmados con la vida campestre. El hecho verdadero
estriba en que los poetas que escriben los libros no han cavado la tierra
nunca, y aquellos que la trabajan verdaderamente se matan de fatiga, mueren de
hambre, viven peor que las bestias y son considerados como gente de poco valor,
de tal modo, que el último vagabundo de la ciudad se creerá ofendido si le
llaman campesino; ¿cómo quieres que la gente vaya a trabajar
la tierra voluntariamente?. Nosotros mismos, que en ella hemos nacido, la
dejamos apenas tenemos la posibilidad, porque en cualquier cosa que trabajemos
estamos mejor y más respetados; ¿pero quién de nosotros dejaría el campo
si trabajase por su propia cuenta y encontrase en la labor campestre bienestar,
libertad y respeto? Esto es lo que sucede en todos los oficios, porque
actualmente el mundo es así, que cuando un trabajo es más necesario, cuando es
más penoso, resulta peor retribuido, despreciado y hecho en condiciones
inhumanas. Por ejemplo, vete a un taller de joyería y encontrarás que,
comparándolo con los inmundos talleres en que nosotros trabajamos, aquel local
es aseado, aireado en verano, caliente en invierno, el trabajo diario no es
enormemente largo y los obreros, por mal retribuidos que estén (pues el amo les
quita la mayor parte del beneficio), relativamente a los demás obreros están
discretamente bien; por la noche o en días de fiesta, después de quitarse los
vestidos de trabajo, pueden ir a donde les dé la gana, sin peligro de que la
gente los desprecie por su condición de trabajadores. Vete, al contrario, a una
mina, y verás la pobre gente que trabaja bajo tierra, en atmósferas pestilentes
y consume en pocos años su vida entera con un salario irrisorio, y si después,
fuera del trabajo, el minero quisiera permitirse ir a donde concurren los
señores, podría darse por afortunado si se saliera sólo con la burla. ¿De
qué extrañarnos, pues, si uno escoge mejor el oficio de joyero que el de
minero? ¡Y no quiero hablar siquiera de aquellos
que no manejan otros utensilios que la pluma! Uno que tal vez no hace sino
charadas y sonetos adocenados, gana diez veces más que un campesino y es
apreciado más que cualquier honrado trabajador. Los periodistas, por ejemplo,
trabajan en salas elegantes; los zapateros en oscuros rincones; los ingenieros,
los médicos, los artistas, los profesores, cuando tienen trabajo y saben bien
su obligación, están como señores; los albañiles, enfermeros, artesanos, y
podemos añadir, a decir verdad hasta los médicos abonados y los maestros
elementales mueren de hambre, aun matándose trabajando. No pretendo decir con
esto que sólo sea útil el trabajo manual, porque, al contrario, el estudio da
al hombre el modo de vencer a la Naturaleza, de civilizarse y ganar cada vez
más en libertad y bienestar; los médicos, ingenieros, químicos y maestros, son
útiles y necesarios en la humana sociedad, tanto como los campesinos y demás
obreros. Quiero decir solamente que todos los oficios deberían ser igualmente
apreciados y efectuados de manera que el trabajador encuentre igual
satisfacción al efectuarlos que en los trabajos intelectuales, los cuales, por sí
solos, son ya un gran placer y dan al hombre una gran superioridad sobre quien
trabaja manualmente y se queda ignorante, y deben ser accesibles a todos, y no
ser, como hoy, privilegio de unos pocos.
Pepe.-
Pero, si como tú
dices, el trabajar intelectualmente es ya un gran placer y da una gran ventaja
sobre los ignorantes claro es que todos querrán estudiar, y yo el primero.
Entonces los trabajos manuales, ¿quién querrá hacerlos?
Jorge.-
Todos, porque al
mismo tiempo que cultivarán las letras y las ciencias deberán efectuar un
trabajo manual; todos deberán trabajar con el cerebro y con los brazos. Estas
dos especies de trabajo, lejos de perjudicarse, se ayudan y completan, porque
el hombre, para estar bien, tiene necesidad de ejercitar todos sus órganos, el
cerebro y los músculos. Quien posee la inteligencia desarrollada y está
habituado a pensar, logra salir más airoso en el trabajo manual, y quien está
en buena salud, como sucede cuando se ejercitan los brazos en condiciones
higiénicas, poseerá también el cerebro más despejado y penetrante. Además, como
que las dos especies de trabajo son necesarias y una de ellas es más placentera
que la otra y es el medio por el cual el hombre conquista conciencia y
dignidad, no es justo que una parte de los hombres estén condenados al
embrutecimiento del trabajo exclusivamente manual, para dejar a unos pocos el
privilegio de la ciencia y, por consiguiente, del mando; por lo cual, repito,
todos deben efectuar los trabajos manuales y los intelectuales.
Pepe.-
Esto también lo
comprendo; pero entre los trabajos manuales, siempre los habrá penosos y
fáciles, agradables y repulsivos, ¿quién
querrá, por ejemplo, ir a trabajar de minero y a vaciar las letrinas?
Jorge.-
Si supieses, querido
Pepe, cuántas invenciones y cuántos estudios se han hecho y se hacen aún,
comprender fácilmente que cuando la organización del trabajo no dependiese de
los que no trabajan y que, por consiguiente, sólo se cuidan de su utilidad
propia, sin tener en cuenta para nada el bienestar del obrero, comprenderías,
repito, que todos los oficios manuales se podrían efectuar de modo que no
tuvieran nada de repugnantes y malsanos o fatigosos, y se encontrarían
fácilmente obreros que los preferirían. Y esto, en nuestros días. Figúrate,
pues, lo que sucedería cuando, debiendo trabajar todos, los cuidados, el
interés y el estudio de todos fuera encaminado a procurar que el trabajo fuese
menos penoso y más agradable. Y aun cuando existieran ciertos trabajos que
persistiesen en ser más penosos que otros, se buscaría el modo de compensar, la
diferencia con otras ventajas especiales; sin contar que, cuando se trabaja en
común, para el común interés, nace siempre el espíritu de fraternidad y
condescendencia, como en la familia, de modo que más bien que litigar para ahorrar
esfuerzo, cada uno tomará entonces para sí los trabajos más penosos.
Pepe.-
Tienes razón; pero
si esto no sucediera, ¿cómo se arreglaría?
Jorge.-
Pues bien; si a
pesar de todo lo dicho hubiese aún trabajos necesarios que nadie quisiera
efectuar voluntariamente, entonces los efectuaremos, todos, trabajando en ellos
un determinado tiempo cada individuo, por ejemplo, un día cada mes o una semana
al año. Siendo una cosa necesaria a todos, ten la seguridad de que se
encontrará el modo de efectuarlo. ¿Acaso no
somos soldados hoy por mandato de los demás, yendo a combatir a gente que no
conocemos y que ningún mal nos ha hecho y aun contra nuestros propios hermanos
y amigos? Me parece que más fácilmente trabajaremos gustosos cuando sepamos que
es una utilidad para todos.
Pepe.-
¿Sabes que principias a convencerme? Pero
hay algo aún que no me persuade, y es aquello de quitar los bienes a los
señores... esto... ¡qué quieres que te diga!... ¿no
podría evitarse?.
Jorge.-
¿Cómo quieres hacerlo? Mientras las
riquezas estén en sus manos, ellos serán los que mandarán y harán sus intereses
sin preocuparse de nosotros, como lo han hecho desde que el mundo es mundo; ¿por
qué diablos no te convence eso de quitar los bienes a los señores? ¿Crees
acaso que sería una cosa injusta, una mala acción?
Pepe.-
No; verdaderamente,
después de lo que me has dicho creo, al contrario, que sería una gran cosa,
porque quitándoles los bienes no haríamos sino reintegrarnos la sangre que nos han
chupado desde hace tanto tiempo. Además, que si los quitamos a ellos, no es
para poseerlos sólo nosotros, sino para ponerlos en común, y que todos vivan
bien, ¿no es eso?
Jorge.-
Ninguna duda queda; y
si consideras bien la cosa, verás que hasta los mismos señores ganan en ello.
Ciertamente que deberán concluir de mandar, de estar ociosos y de ser
poderosos. Deberán trabajar; pero el trabajo, cuando fuese hecho con ayuda de
las máquinas y con el interés del bienestar de los trabajadores, quedaría
reducido a un útil y agradable ejercicio. ¿Acaso
ahora no van a la casa los señores para hacer ejercicio? ¿no
efectúan las carreras de caballos, la gimnasia y otras mil cosas que le
demuestran que el trabajo muscular es una necesidad y un placer para todos los
hombres que están sanos y bien nutridos? Se trata, pues, de que hagamos en
beneficio de la producción aquel trabajo que hacemos hoy por pura diversión. Y,
¡cuántas ventajas no lograrían los señores
del bienestar general y de la progresiva civilización!. Observa, por ejemplo,
en nuestro país: los pocos señores que en él hay, son ricos, viven como
príncipes; pero, entre tanto, las calles son sucias y malas, tanto para ellos
como para nosotros; el aire pésimo que sale de nuestras casas y de los pantanos
vecinos los enferma también a ellos; el cólera causado por la miseria de gente
que vive lejos de aquí y se propaga por entre nosotros les contagia a veces
también a ellos: nuestra ignorancia hace que también ellos se embrutezcan. ¿Podrían,
con todas sus riquezas particulares, sanear el país, construir los caminos e
iluminar las calles? ¿Cómo podrían evitar la adulteración de
los artículos de consumo? ¿Cómo podrían usufructuar todos los
progresos de la ciencia y de la industria?. Cosas todas que, cuando se hicieran
con el concurso de todos, se efectuarían fácilmente. Y su propia vanidad, ¿cómo
puede ser satisfecha, cuando su sociedad se reduce a unos pocos? Todo esto sin
contar el peligro continuo de una bala de fusil que los hiera de improviso y el
miedo a una revolución o a una desgracia que los reduzca a la miseria,
exponiendo a sus familias al hambre, al delito, a la prostitución, como están
expuestas las nuestras actualmente. Esto significa que no solamente con
quitarles sus riquezas les otorgamos sus derechos, sino que les ocasionarnos un
gran bien. Verdad es que los señores no quieren ni querrán nunca comprenderlo,
porque lo que quieren es mandar y creen que los pobres son de otra clase; pero,
¿qué queréis que hagamos nosotros? Si no
podemos entendernos con ellos por las buenas, tanto peor, lo comprenderán por
las malas, inevitablemente.
Pepe.-
Cosas verdaderas son
esas, pero difíciles de efectuar. ¿No se
podría buscar el medio de efectuarías de acuerdo, poco a poco? Dejemos los
bienes a quien los posea, pero a condición de que nos aumenten el sueldo y nos
traten como hombres. Así, gradualmente, podríamos ahorrar algo, comprar un
trozo de tierra, y después, cuando todos fuésemos propietarios, ponerlo todo en
común y hacer como tú dices. Una vez oí a uno que me explicó algo por el
estilo.
Jorge.-
Escucha: para hacer
de común acuerdo, hay solamente un medio: que los propietarios se dispongan a
renunciar a sus propiedades, porque es evidente que cuando uno da una cosa, no
hay necesidad de quitársela. Pero en esto no hay que pensar, lo sabes mejor que
yo. Mientras exista la propiedad individual, o sea, mientras la tierra y todo
lo demás pertenezcan a Pedro o a Pablo en lugar de pertenecer a todos, habrá
siempre miseria, incluso se puede decir que cuanto más se tire adelante, peor
se estará. Con la propiedad individual cada uno trata de vender su mercancía lo
más cara que pueda, y cada comprador por su parte trata de comprar al menor
precio posible, ¿qué sucede entonces? Los propietarios,
los fabricantes, los negociantes más ricos, dado que tienen medios para
fabricar y comprar al por mayor, para proveerse de maquinaria, para aprovechar
todas las condiciones favorables que surgen en el mercado, y para esperar el
momento oportuno para la venta, o hasta para vender con pérdida por algún
tiempo, concluyen por reducir a la liquidación o a la quiebra a los
propietarios y comerciantes más débiles, los cuales, poco a poco, caen en la
pobreza y deben, ellos o sus hijos, ir a trabajar a jornal. Así, y esto se ve
casi todos los días, los patrones que trabajan solos o con pocos obreros en
pequeños talleres, después de una dolorosa lucha han de cerrar sus talleres e
ir a buscar trabajo en las grandes fábricas; los pequeños propietarios que no
pueden apenas pagar los impuestos, han de vender las casas o las tierras a los
grandes propietarios, y así sucesivamente; de modo que si algún propietario de
buen corazón quisiera mejorar las condiciones de sus obreros, no haría otra
cosa que batirse en condiciones de no poder resistir la competencia y vendría
la quiebra enseguida. Por otra parte, los trabajadores, impulsados por el
hambre, están obligados a hacerse la competencia entre ellos y como que existen
más brazos disponibles que demandas de trabajo (no porque no hay necesidad de
trabajo, sino porque no interesa a los amos hacer trabajar más), tienen que
disputarse el pan de sus bocas, y si tú trabajas para ganar dos, siempre
encontrarás une que trabajaría para ganar uno. De tal modo, todo progreso
resulta una desgracia: Se inventa una máquina, y enseguida, queda sin trabajo
un gran número de obreros, los cuales, no ganando nada, no pueden consumir, e
indirectamente quitan el trabajo a otros obreros. En, América se cultivan
muchas tierras y se produce mucho grano; los propietarios sin ocuparse de si en
América la gente come según su apetito requiere, para ganar en su venta, mandan
el grano a Europa. El grano de aquí baja de precio; pero los pobres, en vez de
estar mejor, están peor, porque los propietarios, no encontrando salida a sus
granos, competidos por los de América, dejan de cultivar las tierras o
solamente hacen cultivar aquel trozo más productivo, y por esta causa gran
número de campesinos queda sin trabajo. El grano cuesta poco, es verdad; pero
la pobre gente no gana ni siquiera aquel poco necesario para comprarlo.
Pepe.-
Ahora comprendo. Oí
decir que no querían dejar vender el grano extranjero, y me parecía una gran
barbaridad el rechazar así esta gracia de Dios; creí que los señores querían
matar de hambre al pueblo; pero ahora he comprendido que tenían razón.
Jorge.-
No; no es eso:
porque si el grano de América no viene, el mal queda en pie. Los propietarios,
no teniendo entonces la competencia extranjera, venden su mercancía al precio
que les da la gana y...
Pepe.-
¿Y qué?
Jorge.-
¿Y qué? Me parece haberlo dicho; se
necesita ponerlo todo en común a beneficio de todos. Entonces, cuantos más
productos haya, mejor estaremos. Si se inventan nuevas máquinas fabricaremos
más o se fabricará menos, según convenga, y si en un país, por ejemplo, tienen
demasiado grano y nos lo mandan, nosotros les mandaremos lo que a nosotros nos
sobre y resultará el bienestar para todos.
Pepe.-
Dime una cosa... ¿Y
si fuéramos a medias con los propietarios? Ellos pondrían sus tierras y
capitales y nosotros el trabajo; después nos repartiríamos el producto: ¿qué
dices a esto?
Jorge.-
Primeramente he de
decirte que si quisieras repartir tú no querrían los amos. Tendríamos que
apelar a la fuerza, y tanto nos costaría obligarlos a repartir como el hecho de
quitárselo todo. ¿Por qué, pues, hacer las cosas a medias y
dejar subsistir un sistema que perpetúa la injusticia y el parasitismo, e
impide el aumento general de la producción que, sin embargo, es una cosa tan
necesaria? Además, ¿con qué derecho pregunto yo a algunos
hombres, sin trabajar, si tomarían la mitad de aquello que producen los
trabajadores? Como ya he dicho, no solamente tendríamos que dar la mitad de los
productos a los amos, sino que el mismo producto total sería muy inferior al
que podría ser; porque cuando existe la propiedad individual, la producción
está cohibida y fuera del interés general, por la competencia y falta de
organización, y por eso se produce menos de lo que se produciría si el trabajo fuese
hecho en común y guiado por el interés general de los productores y
consumidores. Es lo mismo que para alzar un gran peso; cien hombres, uno a uno,
no bastan para levantarlo, ni los mismos reunidos, si cada uno tirase por su
cuenta y tratase de contrariar los esfuerzos de los demás; pero tres o cuatro
personas que obran a la vez, combinando sus esfuerzos y sirviéndose de útiles
oportunos, lo elevarán más fácilmente. Si uno intenta hacer una aguja, puede
que no la haga en una hora; diez hombres reunidos producirían al día millares y
millares de ellas. Y cuanto más se adelanta, más máquinas se inventan y más
necesidad hay de efectuar el trabajo en común si queremos que los nuevos
progresos sean beneficiosos para todos. En este particular, quiero responder a
una objeción que nos hacen muy a menudo. Los economistas (que es, una gente
que, pagada o no, reúne bajo el nombre de ciencia una cantidad de embustes y de
enredos para demostrar que los señores tienen derecho a vivir del trabajo de
los demás) y los demás sabios, dicen a menudo que no es verdad que la miseria
exista por causa de que los propietarios lo retengan todo para ellos, sino
porque los productos son pocos y no bastan para todos. Dicen esto, para deducir
de ellos que de la miseria nadie, tiene la culpa y que no hay necesidad ni
motivo para rebelarse. El cura os mantiene dóciles y sometidos con decir que es
la voluntad de Dios; los economistas, dicen que es la ley de la Naturaleza. No
los creáis. Verdad es, no obstante, que los actuales productos de la
agricultura y de la industria son insuficientes para dar a todos una nutrición
buena y abundante, y todas aquellas comodidades de que hoy gozan unos pocos;
pero esto es culpa del actual sistema, social, porque los dueños no se
preocupan del interés general y hacen producir para evitar la baja de los
precios. De hecho, verás que mientras dicen que hay pocos productos, dejan
infinidad de tierras sin cultivar y muchos obreros sin trabajo. Pero a esto
responden que, aunque se cultivasen todas las tierras y todos los hombres
trabajasen con los mejores sistemas conocidos, la miseria existiría igual,
porque siendo limitada la productividad de la tierra y pudiendo los hombres,
procrear, un número grandioso de hijos, llegaríamos pronto a un punto en que la
producción de los géneros alimenticios quedaría estacionada, mientras la
población crecería indefinidamente y la carestía con ello. Por eso, dicen, el
único remedio a los males sociales estribasen que los pobres no procreen hijos,
o procreen sólo aquellos pocos que puedan mantener discretamente. Mucho podría
discutirse en esta cuestión, en lo que se refiere al porvenir lejano. Hay quien
sostiene, y con buenas razones, que el aumento de población encuentra un límite
en la misma Naturaleza, sin que haya necesidad de recurrir a frenos
artificiales, voluntarios o no. Parece que con el desarrollo de la raza, con el
crecimiento de las facultades intelectuales, con la emancipación de la mujer y
con el aumento del bienestar, las capacidades generatrices disminuyen naturalmente.
Pero éstas son cuestiones que hoy no tienen ninguna importancia práctica ni
relación con las causas actuales de la miseria. Hoy no es cuestión de
población, sino cuestión de organización social; y el remedio de no procrear
hijos no remedia propiamente nada. De hecho vemos que en los países en que la
tierra es abundante y la población escasa, hay tanta miseria como en los países
de población densa, y a veces mucha más. Hoy la producción, a pesar de todos
los obstáculos derivados de la propiedad individual, crece más rápidamente que
la población; la disminución causada por la miseria, depende de la
superabundancia de producción relativamente a los medios que para consumir
tienen los pobres. Verás cómo los obreros se pasean sin trabajar, mientras los almacenes
están llenos de géneros que ellos han producido y que no encuentran
compradores. Las tierras que se cultivaban quedan sin cultivar, volviendo a ser
bosques, porque hay demasiado grano, los precios bajan y los propietarios no
encuentran conveniente el hacerlos cultivar, preocupándose poco o nada de si
los campesinos quedan sin trabajo y sin pan. Se necesita, pues, primeramente,
cambiar la organización social, cultivar toda la tierra, organizar la
producción y el consumo en interés de todos, dejar el campo libre a la acción
de todos los progresos adquiridos y por adquirir, ocupar toda la inmensa parte
del mundo deshabitado aún, o casi, y cuando después, a pesar de todas las
previsiones optimistas, se viese que la población tiende a ser realmente demasiado
numerosa, entonces será ocasión, para los que vivan en aquella época, de pensar
en imponer un límite a la procreación. Pero este límite deberán imponérselo
todos, sin excepción para un pequeño número de individuos, los cuales no
contentos de vivir en la abundancia a expensas del trabajo de los demás,
quisieran ser ellos solos los que tuvieran el derecho ilimitado a procrear
hijos. Por otra parte mientras existan pobres, éstos no se impondrán nunca el
límite, sea porque no tengan otro placer que el de generar, sea porque no
pueden pensar en la escasez absoluta de los productos cuando tienen ante sus
ojos una causa más inmediata de miseria, es decir, el amo, que se apropia de la
parte del león. Cuanto más desgraciado es uno, más inseguro está del mañana, y,
naturalmente, más imprevisor y menos se preocupa. Sólo cuando todo sea de todos
y todos sufran igualmente, sólo entonces los hombres podrán, allí donde sea
necesario, imponerse voluntariamente un límite que ningún poder humano lograría
imponer a la fuerza. Pero volvamos a la cuestión del reparto del producto entre
el propietario y el trabajador; ¿qué es lo que daríais a aquellos que no
hubiesen trabajado? A los propietarios, mientras son propietarios, no se les
puede obligar a emplear gente de la cual no tiene necesidad. Este sistema,
llamado participación o mediería, era bueno antes para el trabajo de los campos
en muchas partes de la Europa meridional, y aun hoy en alguna parte de Italia,
como en Toscana. Pero poco a poco irá desapareciendo; desaparecerá hasta en
Toscana, porque los propietarios encuentran más ventajoso hacer trabajar a
jornal. Hoy, además, con las máquinas, con la agricultura científica y con
productos que vienen del extranjero, adoptar el gran cultivo con obreros
asalariados es para los propietarios una necesidad y aquellos que no lo adopten
a tiempo, se verán reducidos a la miseria por la competencia. En conclusión,
para no alargarnos más, si se continúa con el sistema actual, se llegará a los
siguientes resultados: la propiedad se concentrará cada día más en manos de
unos pocos, y el trabajador será gradualmente arrojado a la calle por las
máquinas y por los métodos rápidos de producción. Así tendremos a unos cuantos
señores dueños del mundo: pocos trabajadores ocupados al servicio de las
máquinas y criados y soldados que servirán para defender a los señores. La masa
general, o morirá de hambre o vivirá de limosna. Principiase a tocar este
resultado; la pequeña propiedad desaparece, los obreros sin trabajo aumentan, y
los señores, por miedo o por edad hacia toda esta gente que muere de hambre,
organizan las cocinas económicas y otras obras llamadas de beneficencia. Si el
pueblo no quiere verse reducido a mendigar un plato de sopa a las puertas de
los señores o del municipio, como sucedía antes a las puertas de los conventos,
no tiene sino un solo medio: tomar posesión de la tierra y las máquinas y
trabajar por su cuenta.1
1.- Este trabajo fue escrito en 1883, cuando
todavía no era discutida entre los socialistas la teoría de Marx de la concentración
de la riqueza en un número cada vez más reducido de personas. Estudios
posteriores, corroborados por nuevos hechos, han mostrado que hay otras
tendencias que contrarrestan la tendencia a la concentración del capital, y que
en la realidad el número de los propietarios tanto disminuye como aumenta, y la
condición de los trabajadores empeora o mejora, por la acción de mil factores
que cambian continuamente y reaccionan de modo diverso los unos de los otros.
Pero esta, nuevas constatación, lejos de debilitar la necesidad de una
transformación radical del régimen social, demuestran que sería vano esperar
que la sociedad burguesa muera por sí misma por la agravación progresiva de los
males que produce, y que sí los trabajadores quieren emanciparse e instaurar
una sociedad de bienestar y libertad para todos, deben expropiar,
revolucionariamente, a los explotadores del trabajo ajeno, sean pocos o muchos.
(Nota del autor, 1913)
Pepe.-
¿Pero si el gobierno hiciese buenas leyes,
que obligaran a los señores a no hacer sufrir a la gente pobre?.
Jorge.-
Estamos donde
estábamos. El gobierno está compuesto de señores, y no hay que dudar, éstos no
querrán nunca hacer leyes contra ellos. Y cuando llegase el día en que
gobernasen los pobres, ¿por qué hacer las cosas a medias y dejar
en poder de los señores lo suficiente para que después, poco a poco, nos
pusiesen otra vez el pie al cuello? Porque, y tú lo comprendes muy bien, allí
donde hay ricos y pobres, éstos podrán gobernar un momento, mientras dure el
motín, pero después son siempre los señores los que concluyen mandando. Por
eso, si logramos por un momento ser los más fuertes, quitemos enseguida los
bienes a los ricos, y así éstos no tendrán ya los medios de hacer volver las
cosas al estado de antes.
Pepe.-
He comprendido. Es
preciso hacer una buena república Todos iguales, y después, quien trabaje que
coma, y quien no, que se rasque la barriga... lo que siento es que ya soy
viejo. Felices vosotros, los jóvenes, que alcanzaréis esos buenos tiempos.
Jorge.-
Poco a poco, amigo.
Por república entiendes la revolución social, y así, para quien sabe comprender
tu pensamiento, tienes perfecta razón. Pero te expresas muy mal, porque
república no significa, ni con mucho, lo que tú comprendes por tal. Retén en la
memoria que la república es un gobierno tal como el que actualmente gobierna,
solamente que, en lugar de un rey, hay un presidente, o ni siquiera el
presidente, y gobiernan entonces los ministros. Suprimido el rey, el gobierno
se llama siempre república, aunque hubiese la inquisición, los tormentos, la
esclavitud, Si quieres la república tal como quieren hacerla en Italia, a la
supresión del rey debes añadir el siguiente cambio: en vez de dos cámaras,
habrá una sola, la cámara de diputados. Y nada más, porque todo lo demás, como,
por ejemplo, aquello de no haber más soldados, de pagar pocas contribuciones,
de tener muchas escuelas, de proteger a los pobres, son promesas que serán
mantenidas... si los señores diputados quieren. Tocante a prometer, no hay
necesidad de que sean republicanos, porque actualmente, cuando los candidatos
tienen necesidad de ser elegidos, prometen el oro y el moro, y después, una vez
elegidos, si te he visto no me acuerdo. Además, todo eso son charlatanerías;
mientras existan ricos y pobres, mandarán siempre los ricos. República o
monarquía, los hechos que derivan de la propiedad individual son siempre los
mismos. La competencia regula todas las relaciones comerciales; la propiedad se
concentra así en pocas manos; las máquinas reemplazan a los trabajadores, y las
masas del pueblo estarán reducidas, como ya he dicho, a morir de hambre o a
vivir de limosna. Además, ya se ve. República ha habido, y hay aún algunas y
nunca han traído una mejora de las condiciones del pueblo.
Pepe.-
¡Toma, qué escucho ¡Y
yo que creía que república significaba que todos debíamos ser iguales!
Jorge.-
Los republicanos así
lo dicen, apoyándose en el siguiente raciocinio: «En república dicen los
diputados que hacen las leyes, que son elegidos por todo el pueblo; por eso
cuando el pueblo no está contento manda a otros que son mejores, y todo se
arregla; como que los pobres son la mayoría, en el fondo ellos son los que
mandan». Pero lo cierto, lo real, es diferente. Los pobres, y precisamente
porque son pobres, son también ignorantes y supersticiosos, votan tal como
quieren los curas y los amos, y votarán siempre igual, hasta que conquisten la
independencia económica y la conciencia clara de sus intereses. Tú y yo, si
hemos tenido la inmensa fortuna de ganar algo más o de podernos instruir mejor,
podemos tener la capacidad necesaria para comprender, nuestro interés y la
fuerza para afrontar la venganza de los amos; pero la gran masa, mientras duren
las condiciones presentes, no; y frente a la urna no es como en una revolución,
que un hombre valeroso e inteligente vale por cien tímidos y arrastra tras sí a
muchos que por sí propios no hubieran tenido jamás la energía de rebelarse.
Frente a la urna, lo que vale es el número, y mientras existan curas, amos y
gobiernos, el número será siempre del cura, que dispone del infierno y del
paraíso; del amo, que da o quita el pan a quien quiere, y del gobierno, que
tiene los policías para intimidar y los empleos para corromper. Aun hoy, en
sustancia, la mayor parte de los electores son pobres, y, sin embargo, ¿qué
hacen cuando van a votar? ¿Acaso nombran a pobres que conozcan y
quieran defender sus intereses?
Pepe.-
Esto ya se sabe;
preguntan al amo a quién han de votar y hacen lo que él quiere. Además, que si
no lo hicieran así, el amo los despediría.
Jorge.-
Pues ya lo ves. ¿Qué
quieres esperar, pues, del sufragio universal? El pueblo mandará al parlamento
a los señores, y éstos sabrán arreglarse de modo que puedan tener al pueblo, siempre
ignorante y esclavo, como en la actualidad, y cuando viesen que con la
República no podrían lograrlo, tienen en sus manos medios suficientes para
echarlo todo a rodar. Por eso no hay más que un medio: expropiar a los señores
y entregarlo todo al pueblo. Cuando el pueblo vea que todo es suyo y que es
cuestión suya saberse arreglar para poder estar bien, entonces sabrá gozar de
las riquezas y hasta sabrá dárselas.
Pepe.-
¡Ya lo creo! Pero los campesinos no
comprenden la república tal como tú dices que es. Al contrario ahora comprendo
que aquello que nosotros llamamos república es lo mismo que vosotros llamáis
socialismo. ¿Pero no podría marchar adelante con el
nombre de la república?. ¡Que nos importa el nombre!. Lo esencial
es que se hagan las cosas como se requiere.
Jorge.-
Lo que tú dices es
justo; pero hay en ello un peligro grande. Si el pueblo continúa creyendo que
la república es un bien para él, cuando llegue un día en que ya no pueda más y
haga la revolución, los republicanos lo contentarán enseguida, diciéndole que
ya puede marcharse tranquilo a su casa y pensar en nombrar diputados, porque
luego quedará todo arreglado. El pueblo, crédulo como siempre, dejará el fusil
y se desahogará en cantos, músicas y alegrías. Entre tanto, los señores todos
se llamarán republicanos, rivalizarán en ser todo corazón para el pueblo,
repartirán algún dinero, un poco de vino y muchas fiestas, pagarán algo mejor a
los trabajadores y se harán nombrar diputados para alcanzar el poder. Después,
poco a poco, dejarán calmar la tempestad, y prepararán las fuerzas para
refrenar al pueblo, el cual, un día comprobará que ha vertido su sangre por
otros y que continúa peor que antes. Como sucede muy pocas veces que el pueblo
se rebele y salga vencedor, necesita que se aproveche de la primera ocasión y
aplique enseguida el socialismo, no escuchando promesas, tomando directamente
posesión de las riquezas, ocupando las casas, las tierras y los talleres. Al
que le hable de república deberá considerársele y tratársele como a un enemigo,
o si no, sucederá otra vez como en el 59 y el 60. Las palabras parece que
tienen poco valor, pero precisamente con las palabras ha sido como se ha
burlado y engañado al pueblo.
Pepe.-
Tienes razón; hemos
sido tantas veces sacrificados, que necesitamos ahora abrir mucho los ojos.
Pero un gobierno siempre es necesario que lo haya. Si no hay alguno que mande, ¿cómo
irían las cosas?.
Jorge.-
¿Y por qué han de mandarnos? ¿Por
qué no podremos arreglarnos según nuestros intereses? Quien manda, procura
siempre su comodidad e interés, y siempre, sea por ignorancia o por maldad,
traiciona al pueblo. El poder pervierte siempre hasta a los más buenos. Además,
se necesita, y ésta es la razón principal por la que no queremos que nos
manden, se necesita, repito, que los hombres cesen de ser un rebaño de ovejas,
y se habitúen a pensar y hacer por medio de su dignidad y de su fuerza. El
mando de unos educa a los demás en la obediencia, y aunque tuviésemos un
gobierno bueno éste sería más corruptor, más perjudicial que un gobierno malo;
durante su dominio, o el de sus inmediatos sucesores, sería más fácil que nunca
un golpe de Estado que destruiría las mejoras conquistadas, restableciendo otra
vez los privilegios y la tiranía. Para educar al pueblo en la libertad y en el uso
de sus intereses, es preciso dejarlo que obre por sí mismo, hacerle sentir la
responsabilidad de sus actos, tanto en el bien como en el mal que de ellos
puedan derivarse. Obrará mal algunas veces y aun muchas veces; pero por las
consecuencias que sufrirá, comprenderá que ha obrado mal, y buscará nuevos
caminos para evitarlo, sin contar que el mal que pueda hacer un pueblo
abandonado a sí mismo no es ni la milésima parte del que hace el mas benigno de
los gobiernos. Para que un niño aprenda a caminar, es preciso dejarlo que
camine, y no espantarse de algunas caídas y tropezones que pueda dar.
Pepe.-
Sí, pero para que el
niño ande, necesita cierta fuerza en las piernas, o sino tiene que continuar en
brazos de la madre.
Jorge.-
Es verdad; pero los
gobiernos no se parecen en nada a una madre, y no son ellos los que mejoran y
fortalecen al pueblo; antes al contrario, todos los progresos sociales se
cumplen casi siempre a pesar de los gobiernos. Estos, todo lo más que hacen, es
traducir en leyes aquello que pasa a ser necesidad y voluntad de la masa y lo
adulteran después por espíritu de dominio o monopolio. Hay pueblos más o menos
avanzados, pero en cualquier estado de civilización, aun en el salvajismo, el
pueblo atendería a sus intereses mejor de lo que podría hacerlo cualquier
gobierno nacido de su seno. Tú supones, según estoy viendo, que el gobierno
está compuesto de los más inteligentes y capaces, y esto no tiene nada de
verdad, porque generalmente los gobiernos están compuestos, directamente o por
delegación, por los que tienen más dinero. Pero aunque fuese lo que supones, ¿acaso
la gente inteligente resulta serlo porque ocupe el poder? Aquellos que poseen
más capacidad, dejándolos en medio del pueblo y bajo su estímulo, puestos en el
gobierno, no sintiendo ya las necesidades del pueblo, forzados a ocuparse de
los intereses creados por la política, o sea, de mantenerse en el poder, más
bien que de los intereses y necesidades reales de la sociedad, corrompidos por
la falta de emulación y estímulo, distraídos del ramo de la actividad en que
poseían una competencia real para dictar leyes sobre asuntos que ni siquiera
conocían antes, concluirían, aun los más inteligentes y los mejores, por
creerse de naturaleza superior, por constituirse en casta y ocuparse del pueblo
sólo cuando se necesita esquilmarlo y tenerlo sujeto. Sería, pues, mejor y más
seguro que nosotros mismos pensáramos en nuestros intereses, principiando por
lo que atañe a nuestra comunidad y a nuestros oficios, que conocemos mejor, y
poniéndonos después de acuerdo con los otros pueblos y otros oficios, no
solamente de Italia, sino de todo el mundo, porque los hombres son todos
hermanos, y su interés estriba en querer y ayudarse unos a otros. ¿No
te parece?
Pepe.-
Me persuades. Pero y
los vividores, los ladrones y los malvados, ¿qué se
hará de ellos?
Jorge.-
Primeramente te diré
que cuando no exista ya más miseria e ignorancia, todos estos tampoco
existirán. Pero aunque existiese alguno, ¿hay por
eso necesidad de tener gobierno, y policía? ¿Acaso no
seremos aptos nosotros mismos para poner a raya al que no respete a los demás?
Lo que haremos no será suprimirlos, como sucede hoy con los reos y aun con los
inocentes; pero los pondremos en condiciones que no puedan dañar, y haremos lo
posible para volverlos al buen camino.
Pepe.-
Así, pues, cuando
sea un hecho el socialismo, todos estarán contentos y felices, y no habrá ya
más miseria, odios, celos, prostitución, guerras e injusticias.
Jorge.-
No sé hasta qué
punto de felicidad podrá alcanzar la humanidad, pero estoy convencido que
viviremos lo mejor posible, y que se buscará el modo de mejorar e ir
progresando, y los mejoramientos no serán ya, como hoy, en beneficio solamente
de unos pocos y en daño de muchos, sino que serán en bien de todos.
Pepe.-
¡Ojalá! ¿Pero
cuándo sucederá esto?. Yo soy ya viejo, y ahora que sé que el mundo no
continuará como hoy, me disgustaría morir sin haber visto a lo menos un día de
justicia.
Jorge.-
¿Cuándo será? No puedo decirlo. Depende de
nosotros; cuanto más trabajemos para abrir los ojos a los demás, más pronto
vendrá. Un buen trozo de camino ya está andado. Mientras pocos arios atrás sólo
unos cuantos predicaban el socialismo y eran tratados de ignorantes, de locos o
de charlatanes, hoy la idea es conocida de muchos, y los pobres que al
principio sufrían pacientemente, o se rebelaban movidos por el hambre, pero sin
conciencia de las causas y de los remedios a sus males, dejándose matar y
matándose entre ellos, por cuenta de los señores, hoy en todo el mundo se
agitan, se conciertan entre ellos, se rebelan con la idea de libertarse de los
amos y de los gobiernos, y no cuentan ya sino con sus propias fuerzas,
comprendiendo al fin que todos los partidos en que se dividen los señores, son
todos igualmente sus enemigos. Activemos la propaganda ahora que el momento es
propicio: unámonos todos los que comprendemos la cuestión; aticemos el fuego
que arde en medio de la masa; aprovechémonos de todos los descontentos, de
todos los movimientos, de todos los motines, demos un golpe vigoroso, sin
miedo, y pronto, muy pronto, el edificio burgués caerá en tierra y el reino de
la libertad y del bienestar habrá principiado.
Pepe.-
Está bien; pero
procuremos no hacer las cosas sin contar con la huésped. Quitar la riqueza a
los señores está pronto dicho; pero hay los soldados, la policía, la guardia
civil, y ahora que en ellos pienso tengo miedo de sus grilletes y cárceles; sus
cañones están construidos para esto; para defender a los señores y no para otra
cosa.
Jorge.-
Esto se sabe, amigo
Pepe, la policía y el ejército están ahí para enfrentar al pueblo y asegurar la
Tranquilidad de los señores; pero si ellos tienen los fusiles y los cañones, no
quiere decir que nosotros tengamos que hacer la revolución con las manos
vacías. Sabemos muy bien disparar los fusiles y con la astucia podemos
procurárnoslos; hay además la pólvora, la dinamita y todas las materias
explosivas, las materias incendiarias, y demás útiles que, si en manos del
gobierno sirven para tener sujeto al pueblo a la esclavitud, en manos del
pueblo sirven para conquistar la libertad. Las barricadas, las minas, las
bombas y los incendios son los medios con los cuales se resiste al ejército: y
no nos haremos rogar mucho para servirnos de ellos. Ya se sabe que la
revolución no se hace con agua bendita y letanías. Por otra parte, considera
que los pobres son la inmensa mayoría y que si llegan a comprender las ventajas
del socialismo, no hay fuerza en el mundo que pueda obligarles a quedarse como
hoy están. Considera que los pobres son los que trabajan y lo producen todo, y
que si sólo una parte importante de ellos suspendiese el trabajo, habría un
desequilibrio tal, un tal pánico, que la revolución se impondría enseguida como
una única solución posible. Considera también que los soldados en general son
también pobres, obligados por la fuerza a hacer de espías y verdugos con sus
propios hermanos, y que simpatizarán, primero en secreto, abiertamente después
con el pueblo, y podrás persuadirte que la revolución no es tan difícil como
pueda parecer a primera vista. Lo esencial es tener siempre presente la idea de
que la revolución es necesaria, estar siempre dispuesto a hacerla, prepararse
continuamente... y no dudes que la ocasión, espontánea o provocada, no dejará
de presentarse.
Pepe.-
Tú dices eso y yo
creo que tienes razón. Pero los hay también que dicen que la revolución no
sirve y que las cosas maduran por sí mismas. ¿Qué
dices a ello?
Jorge.-
Debes saber que
desde que el socialismo se ha hecho poderoso y los burgueses, o sea, los
señores, han principiado a tener miedo seriamente, están intentando todos los
medios para cambiar la marcha de la tempestad y engañar al pueblo. Todos han
dicho que eran socialistas, hasta los emperadores... y dejo a tu consideración
qué clase de socialismo se habrán inventado. Del seno de nuestros propios
compañeros han salido, desgraciadamente, traidores que, atraídos por la
importancia que los burgueses les daban para atraérselos y por las ventajas que
podían obtener; abandonando la causa revolucionaria, se han puesto a predicar
las «vías legales», las elecciones, la alianza con los partidos que dicen ser
afines, y de esta manera se han procurado un puesto en la burguesía y tratan de
locos o peor a todos aquellos que queremos hacer la revolución; pero entre tanto...
quieren que los nombren diputados. Cuando alguno te diga que la revolución no
es necesaria o te hable de nombrar diputados o consejeros comunales, o de hacer
causa común con una fracción cualquiera de la burguesía, si es un compañero
tuyo, y que como tú trabaja, procura persuadirle de su error; pero si es un
burgués o uno que quiere serlo, considéralo como un enemigo y continúa con la
misma idea. Basta; otra vez hablaremos más largamente de toda esta cuestión.
Hasta la vista.
Pepe.-
Hasta la vista, y estoy
contento porque me has hecho comprender muchas cosas que, ahora que me las has
explicado, me parece imposible que no se me hayan ocurrido antes. Hasta la
vista.
* * *
* * * * * * * * * *
Pepe.-
Espera, ahora que
estamos reunidos, para no separarnos con la boca seca, vamos a beber un vasito,
y entretanto te preguntaré alguna otra cosa. Todo lo que me has dicho lo he
comprendido... ; después recapacitaré en ello y procuraré persuadirme por mí
mismo. Pero tú no me has dicho casi ninguna de aquellas palabras difíciles que
oigo pronunciar siempre que se habla de estas cosas y que me enredan la cabeza
porque no las comprendo. Por ejemplo, he oído decir que vosotros sois
comunistas, socialistas, internacionalistas, colectivistas, anarquistas y qué
sé yo. ¿Puede saberse qué significan precisamente
estas palabras y qué es lo que sois verdaderamente?
Jorge.-
¡Ah!, justo; has hecho bien en preguntarme
esto, porque las palabras son necesarias para entenderse y distinguirse; pero
cuando no se comprenden bien, son causa de confusiones. Debes saber, pues, que
los «socialistas» son aquellos que creen que la miseria es la causa primera de
todos los males sociales, y que hasta que no se le haya hecho desaparecer, no
habrá modo de destruir la ignorancia, la esclavitud, la desigualdad Política,
la prostitución y todos los demás males que mantienen al pueblo en tan terrible
estado y que son, sin embargo, casi nada comparados con los sufrimientos que se
derivar directamente de la miseria. Los «socialistas» creen que la miseria depende
del hecho de que la tierra y todas las primeras materias, las máquinas y los
instrumentos del trabajo pertenezcan a unos pocos individuos, los cuales
disponen por esto de la vida y muerte de la clase trabajadora, y se encuentran
en un continuo estado de lucha y competencia, no sólo contra los proletarios,
que nada poseen, sino entre ellos mismos, para disputarse unos a otros la
propiedad. Los «socialistas» creen que aboliendo la propiedad individual, o sea
la causa, se abolirá al propio tiempo la miseria, o sea el efecto. Y esta
propiedad se puede y debe abolir, porque la producción y la distribución de las
riquezas debe hacerse según el interés actual de los hombres, sin ninguna
consideración a los llamados derechos conquistados, o sea los privilegios que
los señores actuales se abrogan con la excusa de que sus antepasados fueron más
fuertes o más afortunados y astutos, o sea más virtuosos o laboriosos que los
demás. Así, pues, se da el nombre de «socialista» a todos aquellos que quieren
que la riqueza social sirva a todos los hombres, y que quieren también
que desaparezcan los propietarios y los proletarios, ricos o pobres, amos o
subordinados. Años atrás, esto era regla sabida; bastaba llamarse «socialista»
para que uno fuera perseguido y odiado por los señores, los cuales hubieran
preferido mejor un millón de asesinos que un solo socialista. Pero, como ya he
dicho, cuando los señores y todos aquellos que quieren serlo, vieron que, a
pesar de todas sus persecuciones y calumnias, el «socialismo» avanzaba y el
pueblo principiaba a abrir los ojos, pensaron que había necesidad de enredar la
cuestión para mejor engañarlo; muchos de ellos comenzaron por decir que también
eran socialistas, porque ellos también querían el bien del pueblo y comprendían
perfectamente la necesidad de destruir o disminuir la miseria. Primero dijeron
que la cuestión de la miseria y los males que de ella se derivan, no existían;
hoy que el socialismo los amedrenta, dicen que es socialista todo aquel que
estudia dicha cuestión social, como podría llamarse médico al que estudiara una
enfermedad, no con la intención de curarla, sino de alargarla todo lo posible.
Así, pues, hoy se encuentran personas que se llaman socialistas, entre los
republicanos, realistas, magistrados, policías, en todas partes, y su
socialismo consiste en entretener al pueblo o hacerse nombrar diputados
prometiendo cosas que, aunque quisieran, no podrían mantenerlas. Hay
ciertamente, entre estos falsos socialistas, algunos de buena fe, y que creen
obrar bien; pero, ¿qué importa? Si uno, creyendo haceros
bien, os matara a bastonazos, procuraríais seguramente quitarle el palo de las
manos, y todas sus buenas intenciones servirían a lo sumo para evitar que le
rompierais la cabeza, cuando se lo hubieseis quitado. Por eso, cuando uno os
dice que él es «socialista», preguntadle si quiere abolir la propiedad
individual, o en una palabra, si quiere o no desposeer a los señores de todas
sus riquezas para ponerlas en común. Si responde que si, abrazadlo; si no,
poneos en guardia, porque trataréis con un enemigo.
Pepe.-
Así, pues, tú eres
«socialista», he comprendido. ¿Pero qué es lo que quiere decir comunista
y colectivista?
Jorge.-
Los comunistas y los
colectivistas son todos socialistas, pero tienen ideas diversas respecto a lo
que debe hacerse, después que la propiedad sea común; haz memoria, pues creo
haber explicado algo de esto; los colectivistas dicen que cada trabajador, o
mejor dicho, cada asociación de trabajadores, debe poseer las primeras materias
y los instrumentos para trabajar, y cada uno debe ser dueño del producto de su
trabajo. Mientras que uno vive, lo gasta o lo conserva, hace de él lo que
quiere, menos hacerlo servir para hacer trabajar a los demás por su cuenta, y
cuando muere, si ha ahorrado algo, vuelve a la comunidad. Sus hijos tienen,
naturalmente, los medios para poder trabajar y gozar del fruto de su trabajo y
hacerles heredar sería un primer paso para volver a la desigualdad y al
privilegio. En lo referente a la instrucción, al mantenimiento de los niños, de
los viejos o inutilizados por el trabajo; de las calles, agua, iluminación e
higiene pública, y a todas aquellas cosas que deben realizarse en beneficio de
todos, cada asociación de trabajadores aportaría un tanto para compensar a los
que desempeñan estos oficios. Los comunistas van más lejos aún, diciendo: ya
que para adelantar bien es necesario que los hombres se amen y se consideren
como miembros de una sola familia; ya que la propiedad debe ser común, ya que
el trabajo para ser muy productivo y servirse de las máquinas, debe hacerse por
grandes colectividades obreras: ya que, para aprovechar todas las variaciones
del terreno y condiciones atmosféricas y hacer que cada lugar produzca lo que
mejor a él se adapte, y, para evitar, por otra parte, la competencia y los
odios entre diferentes países y que la gente acuda a los puntos más ricos, es
necesario establecer una solidaridad perfecta entre todos los hombres del
mundo, como que, además, sería una cosa muy difícil de distinguir en un
producto la parte que a cada factor diverso pertenece, en lugar de confundirnos
con lo que cada uno puede haber trabajado, trabajaremos todos y lo pondremos
todo en común. Así, cada individuo dará a la sociedad todo aquello que sus
fuerzas le permitan dar, mientras no existan productos suficientes para todos;
y cada uno tomará todo aquello que necesite, limitándose, se entiende, en todas
aquellas cosas en las cuales no se haya podido llegar a la abundancia.
Pepe.-
Un momento. Antes
debes explicarme qué significa la palabra solidaridad, porque has dicho que
debe existir una solidaridad perfecta entre todos los hombres, y yo, a decirte
verdad, no lo he comprendido.
Jorge.-
Los comunistas y los
colectivistas son todos socialistas, pero tienen ideas diversas respecto a lo
que debe hacerse, después que la propiedad sea común; haz memoria, pues creo
haber explicado algo de esto; los colectivistas dicen que cada trabajador, o
mejor dicho, cada asociación de trabajadores, debe poseer las primeras materias
y los instrumentos para trabajar, y cada uno debe ser dueño del producto de su
trabajo. Mientras que uno vive, lo gasta o lo conserva, hace de él lo que
quiere, menos hacerlo servir para hacer trabajar a los demás por su cuenta, y
cuando muere, si ha ahorrado algo, vuelve a la comunidad. Sus hijos tienen,
naturalmente, los medios para poder trabajar y gozar del fruto de su trabajo y
hacerles heredar sería un primer paso para volver a la desigualdad y al
privilegio. En lo referente a la instrucción, al mantenimiento de los niños, de
los viejos o inutilizados por el trabajo; de las calles, agua, iluminación e
higiene pública, y a todas aquellas cosas que deben realizarse en beneficio de
todos, cada asociación de trabajadores aportaría un tanto para compensar a los
que desempeñan estos oficios. Los comunistas van más lejos aún, diciendo: ya
que para adelantar bien es necesario que los hombres se amen y se consideren
como miembros de una sola familia; ya que la propiedad debe ser común, ya que
el trabajo para ser muy productivo y servirse de las máquinas, debe hacerse por
grandes colectividades obreras: ya que, para aprovechar todas las variaciones
del terreno y condiciones atmosféricas y hacer que cada lugar produzca lo que
mejor a él se adapte, y, para evitar, por otra parte, la competencia y los
odios entre diferentes países y que la gente acuda a los puntos más ricos, es
necesario establecer una solidaridad perfecta entre todos los hombres del
mundo, como que, además, sería una cosa muy difícil de distinguir en un
producto la parte que a cada factor diverso pertenece, en lugar de confundirnos
con lo que cada uno puede haber trabajado, trabajaremos todos y lo pondremos
todo en común. Así, cada individuo dará a la sociedad todo aquello que sus
fuerzas le permitan dar, mientras no existan productos suficientes para todos;
y cada uno tomará todo aquello que necesite, limitándose, se entiende, en todas
aquellas cosas en las cuales no se haya podido llegar a la abundancia.
Pepe.-
Un momento. Antes
debes explicarme qué significa la palabra solidaridad, porque has dicho que
debe existir una solidaridad perfecta entre todos los hombres, y yo, a decirte
verdad, no lo he comprendido.
Jorge.-
Por ejemplo, en tu
familia, todo aquello que ganas tú, tus hermanos, tu mujer, los hijos, los
ponéis en común. En común os repartís la comida y si no hay bastante para
todos, todos juntos coméis menos. Ahora, si uno de vosotros tiene una fortuna o
gana más dinero, es un bien para todos; si, al contrario, uno queda sin trabajo
o se pone enfermo, es mal para todos, porque ciertamente, entre vosotros, aquél
que no trabaja come igual que los demás, y aquel que está enfermo causa gastos
mayores a veces. De esta manera sucede que en nuestra familia, en lugar de
quitamos unos a otros el pan de la boca procuráis ayudaros porque el bien de
uno lo es de todos y el mal de otro también. De este modo se evitan los odios y
la envidia y se desarrolla un afecto recíproco, que no existe nunca en aquella
familia cuyos intereses están divididos. Esto se llama solidaridad. Se trata, pues,
de establecer entre todos los hombres las mismas relaciones que existen en una
familia cuyos individuos se quieren de verdad.
Pepe.-
He comprendido.
Ahora, volviendo a la cuestión, dime si tú eres comunista o colectivista.
Jorge.-
Soy comunista
porque, cuando se ha de ser amigo, vale más serlo por completo que amigos a
medias. El colectivismo deja aún los gérmenes de la rivalidad y del odio. Pero
aún hay más. Si cada uno pudiese vivir con lo que él mismo produce, el
colectivismo sería siempre inferior al comunismo, porque tendería a mantener a
los hombres aislados, y, por consiguiente, disminuiría sus fuerzas y sus
afectos; pero a pesar de esto, podríase marchar con él. Pero como, por ejemplo,
el zapatero no puede comer zapatos, ni el fundidor hierro, y el agricultor no
puede fabricar por sí mismo todo aquello que necesita, y no puede siquiera
cultivar la tierra sin los operarios que extraen el hierro y los que fabrican
los instrumentos, y así todo lo demás, habría necesidad de organizar el cambio
entre los diversos productores, teniendo en cuenta para cada una aquello que
produce. Entonces sucedería necesariamente que el zapatero, por ejemplo,
procuraba dar el mayor valor posible a sus zapatos, pretendería por un par de
ellos, adquirir la mayor cantidad posible que quisiera de otros productos, y el
agricultor por su parte procuraría darle la menor cantidad posible. ¿Quién
seria capaz de arreglarlo? El colectivismo me parece que daría lugar a una
cantidad de cuestiones y se prestaría siempre a muchos enredos que, a durar
mucho, tal vez nos volverían al punto de partida. El comunismo, por el
contrario, no da lugar a ninguna dificultad; todos trabajan y todos disfrutan
de todo. Basta sólo saber cuáles son las cosas que se necesitan para satisfacer
a todos, y hacer de modo que todas estas cosas sean abundantemente producidas.
Pepe.-
¿En el comunismo no habría, pues,
necesidad de moneda?
Jorge.-
Ni de moneda ni de
nada que la sustituya. Nada más que un registro de las cosas pedidas y de las producidas,
para tener siempre la producción a la altura de las necesidades. La sola
dificultad seria si hubiese muchos que no quisieran trabajar; pero ya he dicho
las razones por las cuales el trabajo, que hoy es una pena tan grave, se
cambiaría en un placer, al mismo tiempo que en una obligación moral, que sólo
un loco podría rechazar. También he dicho que lo peor que puede suceder si por
efecto de la mala educación que hemos recibido o por alguna privación a la cual
deberíamos sustraernos antes que la nueva sociedad fuese organizada y la
producción multiplicada en proporción de las nuevas necesidades, si, repito,
hubiese quienes no quisieran trabajar o que quisieran crear dificultades, todo
se reduciría a echarlos de la comunidad, dándoles las primeras materias y los
instrumentos de trabajo, para que trabajaran por su cuenta. Así, cuando
quisieran comer, se pondrían a trabajar. Pero ya verás como estos casos no
abundarán. Además, que lo que nosotros queremos hacer por la fuerza es poner en
común los terrenos, materias primas, instrumentos de trabajo, Edificios y todas
las riquezas que actualmente existen. Referente al modo de organizarse y de
distribuir la producción, el pueblo hará lo que quiera, tanto más cuanto que en
la práctica puede verse cuál es el mejor sistema. Hasta puede preverse, casi
con certeza, que en unos sitios se establecerá el comunismo, en otros el
colectivismo y en otros otra cosa, y cuando se haya visto cuál sistema es el
mejor, los demás lo irán adoptando. Lo esencial, recuérdalo bien, es que nadie
empiece queriendo mandar a los demás y apropiarse de la tierra y útiles de
trabajo. A esto hay que estar atentos, para impedirlo, si sucediera, aunque
tuviéramos que recurrir a las armas; lo demás irá por sí solo.
Pepe.-
Esto también lo he
comprendido. Dime ahora, ¿qué es la anarquía?
Jorge.-
Anarquía, significa
no gobierno. ¿No te he dicho ya que el gobierno no
sirve sino para defender a los señores, y que cuando se trata de nuestros
intereses, lo más lógico es que procuremos por ellos nosotros mismos, sin que
alguien venga a mandarnos? En lugar de nombrar diputados y consejeros comunales
que hacen y deshacen, a los cuales nos toca obedecer, trataremos nosotros
mismos lo que nos atañe y decidiremos lo que hay que hacer, y cuando, para
poner en ejecución nuestras deliberaciones, hubiese necesidad de encargarlas a
alguno, le encargaríamos hacer tal o cual cosa y nada más. Si se tratase de
cosas que no pueden establecerse enseguida, entonces encargaríamos a los que
son capaces de ello, que lo vieran, estudiaran y propusieran; de todos modos
nada se efectuaría sin nuestra voluntad. Así, nuestros delegados, en lugar de
ser individuos a los que habríamos, dado el derecho de mandarnos, serían
personas escogidas entre las más inteligentes en todas las materias, que no
tendrían autoridad y sí sólo el deber de efectuar lo que los interesados
quisieran; por ejemplo: uno se encargaría de organizar las escuelas, o trazar
una calle o proveer el cambio de productos, de la misma manera como se encarga
hoy al zapatero que haga un par de zapatos. Esto es la anarquía. Además, que si
quisiera explicarte todo lo que sobre este tema hay que hablar, debería
explicar otro tanto más de lo que ya hemos hablado. Otra vez lo haremos más
extensamente.
Pepe.-
Está bien, pero entretanto,
ya que me has excitado la curiosidad, te pido que me des otra explicación
respecto a lo mismo. Explícame cómo debería arreglarme, pobre ignorante como
soy, para entender todas aquellas cosas que llaman política y efectuar por mí
mismo lo que hacen los ministros y diputados.
Jorge.-
¿Qué es lo que hacen ministros y diputados
para que tengas que lamentarte de no saberlo hacer? Hacen las leyes y organizan
la fuerza para sujetar al pueblo y garantizar la expoliación que ejercen los
propietarios: he ahí todo. Esta ciencia, no tenemos ninguna necesidad de
aprenderla. Verdad es que los ministros y diputados se ocupan de muchas cosas
que son buenas y necesarias; pero mezclarse en ellas para volverlas en provecho
de una clase dada o de una persona, o entorpecer el desarrollo con reglamentos
inútiles y vejatorios no quiere esto significar que uno se ocupe de dichas
cosas. Por ejemplo: esos señores intervienen en los asuntos ferroviarios; pero
para construir y aprovechar un ferrocarril, no hay ninguna necesidad de ellos,
como no hay necesidad de los accionistas; bastan los ingenieros, los mecánicos,
obreros y empleados de todas categorías, y éstos siempre subsistirán, aun
cuando los ministros, diputados, y otros parásitos hayan desaparecido por
completo. Lo mismo puede decirse del correo, del telégrafo, de la navegación,
de la instrucción pública, de los hospitales; cosas todas ellas efectuadas por
trabajadores diversos, como empleados postales, telegrafistas, marineros,
maestros, médicos y en las cuales el gobierno sólo se introduce para estorbar,
aprovecharse y esquilmar. La política, tal como la entienden y efectúan las
gentes del gobierno, es para nosotros una cosa difícil, porque se ocupa de
cosas que, a nosotros, los trabajadores, nos importan dos cominos y porque no
tienen nada que ver con los intereses reales de la población, a la que sólo
tiende a engañar y dominar. Si, al contrario, se tratase de establecer lo mejor
posible las necesidades del pueblo, entonces resultaría mucho más difícil para
el diputado que para nosotros. De hecho, ¿qué
quieres que sepan los diputados que viven en Roma de las necesidades de todas
las ciudades y campiñas de Italia? ¿Cómo
quieres que gente que, generalmente, ha perdido su tiempo en el latín y el
griego y lo pierde actualmente con peor utilidad, pueda comprender los
intereses de los diferentes oficios? De otra manera sucedería si cada uno se
ocupase de las cosas que sabe y de las necesidades que siente y ve. Hecha la
revolución, necesitamos principiar las cosas por abajo e ir subiendo
gradualmente. El pueblo se encuentra dividido en agrupaciones y en cada una hay
diversos oficios que enseguida, bajo el efecto del entusiasmo y el impulso de
la propaganda, se constituirían en asociaciones. Ahora dime, los intereses de
vuestra agrupación y de vuestro oficio, ¿quién
mejor que vosotros los comprenderéis?. Cuando se trate de poner de acuerdo
muchas agrupaciones u oficios, los delegados respectivos llevarán a una
asamblea a propósito los votos de los que los envíen y tenderán a armonizar las
diversas necesidades y los varios deseos. Las deliberaciones estarán siempre
sujetas a la comprobación y aprobación de los mandantes, de modo que no hay
peligro de que los intereses del pueblo sean relegados al olvido. Y de este
modo se procederá, hasta poner de acuerdo a todo el género humano.
Pepe.-
Pero si en un país o
en una asociación hay quien lo comprende de una manera y quien de otra, ¿cómo
se arreglará? Vencerán los que estén en mayoría, ¿verdad?
Jorge.-
De derecho, no,
porque ante la verdad y la justicia, el número no tiene valor y a veces uno
solo puede tener razón contra cien. En la práctica Se arreglará como se pueda;
se harán esfuerzos por conseguir la unanimidad cuando fuese posible, o se
remitirá la decisión a una tercera persona árbitro, salvo siempre la
inviolabilidad de los principios de igualdad y de justicia, por los cuales se
rige la sociedad. Nota, sin embargo, que las cuestiones en que no podrá ponerse
de acuerdo sin recurrir al voto o al arbitraje, serán muy pocas o de escasa
importancia, porque no existirán ya las divisiones de intereses como existen
hoy, porque cada uno podrá elegir el pueblo y la asociación, o sea los
compañeros más afines y, sobre todo, porque se tratará siempre de decidir,
sobre asuntos claros, que todos puedan comprender y que pertenecen más bien al
campo positivo de la ciencia que al campo movible de la opinión. Y cuanto más
se adelante, tanto más inútil será el voto, anticuado y hasta ridículo, porque
cuando se haya encontrado, mediante la experiencia, en un problema dado, la
solución que mejor satisfaga las necesidades de todos entonces habrá sólo
necesidad de demostrar y persuadir, no de aplastar con una mayoría numérica la
opinión contraria. Por ejemplo, ¿no os haría reír el que se llamase hoy a
los campesinos a votar sobre la época en que se debe sembrar el trigo, cuando
ese es un asunto solucionado ya por la experiencia? Y si no fuese así, ¿recurriríais
al voto o a la experiencia? Así pisará con todo lo que se refiere a la utilidad
pública y privada.
Pepe.-
Pero, ¿y
si, a pesar de todo, hubiese quien por un capricho cualquiera quisiera oponerse
a una deliberación acordada en interés de todos?
Jorge.-
Entonces claro está
que se necesitaría recurrir a la fuerza, porque, si no es justo que una mayoría
oprima a una minoría tampoco lo es lo contrario, y como las minorías tienen el
derecho de insurrección, las mayorías lo tienen de defensa, y, no ofenda la
palabra, el de represión. No olvides que siempre y en todas partes los hombres
tienen el derecho imprescindible a las materias primeras y a los útiles de
trabajo, así es que pueden siempre separarse de los demás y quedar libres e
independientes. Verdad que esta no es una solución satisfactoria, porque así
los disidentes quedarían privados de muchas ventajas sociales que el individuo
aislado o el grupo no pueden producir y que reclaman el concurso de toda una
gran colectividad... ¿qué quieres? los mismos disidentes no
podrían pretender que la voluntad de muchos fuese sacrificada a la de pocos.
Convéncete; fuera de la solidaridad, del amor, de la mutua asistencia y cuanto
surge de la mutua tolerancia, no hay sino tiranía y guerra civil; pero ten la
seguridad de que, como la tiranía y la guerra civil dañan a todos
indistintamente, apenas los hombres sean árbitros de sus destinos, se
inclinarán a la solidaridad, por la cual solamente pueden realizarse nuestros
ideales, y por ello la paz, el bienestar y el progreso universal. Nota también
que el progreso, mientras tiende a solidarizar cada día más a los hombres entre
sí, tiende también a hacerlos más independientes y capaces de bastarse a sí
solos. Por ejemplo: Hoy para viajar rápidamente por tierra, hay que recurrir al
ferrocarril, el cual requiere, para ser construido y aprovechado, el concurso
de gran número de personas; así es que cada uno está obligado, aun dentro de la
anarquía, a adaptarse al trazado, al horario y a las otras reglas que la
mayoría cree mejores. Pero si mañana se inventa una locomotora que un hombre
solo pueda manejar sin peligro para él y para los demás, en una calle
cualquiera, hete aquí que ya no hay necesidad de contar en este caso con el
parecer de los demás, y cada uno puede viajar por donde le parezca y a la hora
que guste. Y así en miles de otros casos que podrían citarse en la actualidad o
que el porvenir encontrará. Puede decirse que la tendencia del progreso es
hacia un género de relaciones entre los hombres que puede definirse en la
siguiente forma: solidaridad moral e independencia material.2
2.-Desde la época en que se ha escrito este
libro, la previsión se ha realizado. El automóvil da ya el medio de viajar por
todas partes y rápidamente sin la necesidad de una organización complicada y de
reglas rigurosas, como son las exigidas por el servicio ferroviario. Y la
aeronavegación está ya bastante adelantada para dar a los individuos mayor
independencia y suprimir muchas desigualdades dependientes hoy de la posición
topográfica de las diversas localidades. Así la invención del motor eléctrico,
con la posibilidad de llevar la fuerza motriz a todas partes y en toda
cantidad, ha hecho que se puedan utilizar las máquinas incluso a domicilio, y
ha suprimido en gran parte la necesidad de las grandes fábricas que imponía la
máquina a vapor para que pudiese ser empleada económicamente. Así la telegrafía
sin hilos tiende a suprimir la necesidad de un complicado servicio telegráfico.
El progreso de la química apto para todo género. (Nota del autor, 1913)
Pepe.-
Está bien. Tú, pues eres
socialista y entre los socialistas, eres comunista y anarquista: ¿por
qué te llaman, además, internacionalista?
Jorge.-
Los socialistas han
sido llamados internacionalistas porque la primera gran manifestación del
socialismo moderno fue la Asociación Internacional de los Trabajadores, que
para abreviar se llama la Internacional. Esta asociación, nacida en 1864, con
el objeto de unir los trabajadores de todas las naciones en la lucha por la
emancipación, económica, tenia al principio un programa muy indeterminado. Al
determinarse se dividió en varias fracciones, y la parte más avanzada llegó
hasta formular y propagar los principios del socialismo anárquico, que es lo
que he intentado explicar. Actualmente esta asociación ha dejado de existir, en
parte por haber sido perseguida y proscripta, en parte por las divisiones
intestinas y por las varias opiniones que se disputaban el campo. De esta
asociación ha nacido el gran movimiento obrero que actualmente agita el mundo,
y los varios partidos socialistas de los diversos países, y el Partido
Internacional Socialista-anárquico Revolucionario, que ahora se está
organizando para dar el golpe mortal al mundo burgués. Este partido tiene por
objeto propagar con todos los medios posibles los principios del socialismo
anárquico; combatir toda esperanza en las concesiones voluntarias de los amos o
del gobierno y en las reformas graduales o pacíficas; despertar en el pueblo la
conciencia de sus derechos y el espíritu de rebeldía y empujarlo y ayudarlo a
efectuar la revolución social, o sea a destruir el poder político o gobierno y
a poner en común todas las riquezas existentes. Forma parte de este partido, el
que acepta su programa y quiere combatir junto con los demás para su ejecución.
No teniendo el partido jefes ni autoridad de ninguna especie y estando fundado
en el acuerdo espontáneo y voluntario entre los combatientes por la misma
causa, cada uno conserva la plena libertad de juntarse íntimamente con quien
tenga por conveniente, practicar aquellos medios que cree preferibles y
propagar sus ideas particulares, mientras no se ponga en contradicción con el
programa o con la táctica general del partido, en cuyo caso no podría ser
considerado como miembro del partido.
Pepe.-
Todos aquellos que
aceptan los principios socialista-anárquico-revolucionarios, ¿son
miembros de este partido?
Jorge.-
No, porque uno puede
estar de acuerdo con nuestro programa, pero puede, por una razón cualquiera,
preferir luchar solo o de acuerdo con unos pocos, sin contraer vínculos de
solidaridad o de cooperación efectiva con la masa de aquellos que acepten el
programa. Este puede ser también un método bueno para ciertos individuos y para
ciertos fines inmediatos que uno se proponga; pero no puede aceptarse como
método general, porque el aislamiento es causa de debilidad y crea antipatías y
rivalidades allí donde hay necesidad de fraternización y concordia. En
cualquier caso, nosotros consideramos siempre como amigos y compañeros a todos
aquellos que de cualquier modo combatan por las ideas por las cuales también
nosotros combatimos. Puede haber individuos que están convencidos de la verdad
de la idea y, sin embargo, se están en casa, sin ocuparse de propagar aquello
que creen justo. A éstos no se les puede decir que no sean socialistas y
anarquistas de idea, puesto que piensan como nosotros; pero es cierto también
que deben tener la convicción muy débil o el ánimo tímido; porque cuando uno ve
los males terribles que le afligen a él y sus semejantes y cree conocer el
remedio que ha de ponerles fin, si tiene algo de corazón, ¿cómo
puede mantenerse tranquilamente sin obrar? El que no conoce la verdad, no es
culpable; pero lo es grandemente quien la conoce y hace como si la ignorara.
Pepe.-
Tienes razón y
apenas haya reflexionado un poco sobre todo lo que me has dicho y me haya
persuadido buenamente, quiero entrar yo también en el partido y propagar estas
santas verdades, y si después los señores me llaman a mí también malhechor y
criminal, les diré que vengan a trabajar y a sufrir como yo hago, y sólo entonces
tendrán derecho a hablar.