Noam
Chomsky.
Sobre la Sociedad Anarquista.
Conversación con Peter Jay.
P.J.: Profesor Chomsky para empezar quizá sería lo mejor que tratara
de decirnos qué es lo que no se ha de entender por anarquismo; la palabra
anarquía, como es sabido, proviene del griego y significa literalmente sin
gobierno, pero supongo que quienes hablan de anarquía o de anarquismo como
sistema de Filosofía política no quieren con eso decir simplemente que son
partidarios de que a partir del 19 de enero del año que viene, pongamos por
caso, deje de existir de repente todo gobierno tal como hoy lo entendemos y que
ya no habrá ni policía ni normas de la circulación, ni leyes ni recaudadores de
impuestos y ni siquiera servicios de correos, teléfonos y telégrafos, etc. Me
imagino que con esas palabras entienden algo más complicado que todo eso.
Chomsky:
Bueno, entendámonos; le digo sí a algunas de sus cuestiones y no a otras. Lo
más probable es que los defensores de la anarquía o del anarquismo sean
partidarios de que no haya policía, pero no de que deba prescindiese de las
normas del tráfico. Yo querría empezar diciendo que el término anarquismo
abarca una gran cantidad de ideas políticas y que yo prefiero entenderlo como
la izquierda de todo movimiento libertario. Desde estas posiciones podríamos
concebir el anarquismo como una especie de socialismo voluntario, es decir:
como un socialismo libertario, o como un anarcosindicalismo, o como un
comunismo libertario o anarquismo comunista, según la tradición de Bakunin,
Kropotkin y otros. Estos dos grandes pensadores proponían una forma de sociedad
altamente organizada, aunque organizada sobre la base de unidades orgánicas o
de comunidades orgánicas. Generalmente, por estas dos expresiones entendían el
taller y el barrio, y a partir de este par de unidades orgánicas derivar
mediante convenios federales una organización social sumamente integrada que
podría tener alcances nacionales e internacionales. Toda decisión, a todo
nivel, habría de ser tomada por mayoría sobre el terreno y todos los delegados
representantes de cada comunidad orgánica han de formar parte de ésta y han de
provenir de la misma, a la cual han de volver y en la cual, de hecho, viven.
P.J.: Así
que no se trata de una sociedad en la que no haya, literalmente hablando,
gobierno, sino más bien de una sociedad en la que la dirección principal de la
autoridad viene de abajo. Contrariamente a las democracias representativas
tales como las que existen en Estados Unidos y en Gran Bretaña que adoptan una
forma de autoridad de arriba abajo, aunque en última instancia decidan los
votantes.
Chomsky: Esa democracia
representativa estadounidense o británica la critica un anarquista por dos
razones. Primero porque se ejerce un monopolio del poder centralizado en el
Estado y, segundo -críticamente hablando-, porque la democracia representativa
está limitada a la esfera política sin extender de un modo consecuente su
carácter al terreno económico. Los anarquistas de la tradición a que aludimos
siempre han creído que el control sobre la propia vida productiva es la
condición sine qua non de toda liberación humana verdadera, de hecho, de toda
práctica democrática significativa. Es decir, que mientras haya ciudadanos que
estén obligados a alquilarse en el mercado de mano de obra a quienes interese
emplearlos para sus negocios, mientras la función del productor esté limitada a
ser utensilio subordinado, habrán elementos coercitivos y de opresión
francamente escandalosos que no invitan ni mucho menos a hablar en tales
condiciones de democracia, si es que tiene sentido hacerlo todavía.
P.J.: ¿Da
la historia ejemplos duraderos y a cualquier escala un tanto sustancial de
sociedades que se hayan aproximado al ideal anarquista?
Chomsky: Sí,
han existido sociedades cuantitativamente pequeñas que creo han logrado
bastante realizar ese ideal, aparte de que da la historia ejemplos de
revolución libertaria a gran escala de estructura principalmente anarquista.
Pero volviendo a lo primero, personalmente creo que el ejemplo tal vez más
dramático es el de los kibbutzim israelíes, los cuales durante un largo periodo
estuvieron realmente regidos por principios anarquistas, es decir: autogestión,
control directo de los trabajadores en toda la gestión de la empresa,
integración de la agricultura, la industria y los servicios, así como la
participación y prestación personales en el autogobierno. Me atrevo a afirmar
que tuvieron un éxito extraordinario en casi todas las medidas que tuvieron que
imponerse.
P.J.: Pero
seguramente estaban, y aún lo están, encuadrados esos kibbutzim en el marco de
un Estado tradicional que les garantiza cierta estabilidad fundamental.
Chomsky: No
siempre ha sido así. La historia de los kibbutzim es bastante interesante a
este respecto. Sólo desde 1948 están engranados en la maquinaria de un Estado
convencional. Antes sólo obedecían a los imperativos de un enclave colonial y,
en realidad, existía una sociedad subyacente, mayormente cooperativista, que de
hecho no formaba parte del sistema supraestructural del mandato británico, sino
que funcionaba subrepticiamente fuera del alcance de este mandato. Y aun hasta
cierto punto, esa sociedad cooperativista sobrevivió a la fundación del Estado
de Israel, pero -naturalmente- acabó por integrarse en él perdiendo así, a mi
parecer, gran parte de su carácter socialista libertario la región de los
kíbbutzim israelíes, por razón del proceso político que la misma fundación de
una nación acarreaba, amén de otros procesos acarreados por la historia de la
región en su coyuntura internacional que no hay por qué tratar aquí.
Sin embargo, como instituciones socialistas libertarias en funciones, creo que
los kíbbutzim israelíes pueden pasar por un modelo interesante y sumamente
apropiado para sociedades industriales avanzadas en la medida en que otros
ejemplos existentes en el pasado no lo son.
Un buen ejemplo de revolución anarquista realmente a gran escala -de hecho el
mejor ejemplo que conozco- es el de la revolución española de 1936, durante la
cual, y en la mayor parte de España republicana, se llevó a cabo una revolución
anarquista (o eminentemente inspirada en el anarquismo) que comprendía tanto la
organización de la agricultura como de la industria en extensiones
considerables, habiéndose desarrollado además de una manera que, al menos visto
desde fuera, da toda la impresión de la espontaneidad. Pero si buscamos las
raíces más hondas y sus orígenes, caemos en la cuenta de que ese resultado es
debido a unas tres generaciones de abnegados militantes organizando sin cesar,
experimentando, pensando y trabajando por difundir las ideas anarquistas entre
vastas capas de la población en aquella sociedad eminentemente preindustrial,
aunque no preindustrial del todo. También esta experiencia tuvo gran éxito,
tanto desde el punto de vista de las condiciones humanas como de las medidas
económicas. Quiere decirse que la producción continuó su curso con más
eficiencia si cabe; los trabajadores del campo y de la fábrica demostraron ser
perfectamente capaces de administrar las cosas y administrarse sin presión
alguna desde arriba, contrariamente a lo que habían imaginado muchos
socialistas, comunistas, liberales y demás ciudadanos de la España republicana
(¡por no hablar de la otra!) y, francamente, quién sabe el juego que esta
experiencia habría podido dar para el bienestar y la libertad del mundo. Por
desgracia, aquella revolución anarquista fue destruida por la fuerza bruta, a
pesar de que mientras estuvo vigente tuvo un éxito sin precedentes y de haber
sido, repito, un testimonio muy inspirador en muchos aspectos sobre la
capacidad de la gente trabajadora pobre de organizar y administrar sus asuntos
de un modo plenamente acertado sin opresión ni controles externos o superiores.
Ahora bien; en qué medida la experiencia española es aplicable a sociedades
altamente industrializadas, es una cuestión que habría que investigar con todo
detalle.
P.J.: Lo
que aparece claro para todo el mundo es que la idea fundamental del anarquismo
se ancla en la prioridad del Individuo -no necesariamente aislado, sino
precísamente junto con otros individuos- y la realización de su libertad. Esto
nos suena a lo que proclamaban los fundadores de los Estados Unidos. ¿Qué ha
pasado con la experiencia estadounidense que ha hecho de aquella libertad
invocada por dicha tradición una palabra sospechosa y hasta corrompida en los
oídos de los pensadores anarquistas y de los socialistas libertarios como
usted?
Chomsky:
Permítame aclarar ante todo que yo no me considero un pensador anarquista.
Digamos que soy un compañero de viaje por derivación, del anarquismo. Siempre
se han expresado los pensadores anarquistas muy favorablemente respecto a la
experiencia estadounidense y al ideal de la democracia jeffersoniana. Ya sabe
que para Jefferson el mejor gobierno es el que gobierna menos, o la apostilla a
este aforismo de Thoreau según la cual el mejor gobierno es el que no gobierna nada
en absoluto. Ambas frases fórmulas las han repetido los pensadores anarquistas
en toda ocasión y a través de los tiempos desde que existe la doctrina
anarquizante.
Pero el ideal de la democracia jeffersoniana -dejando aparte el hecho de que
fuese todavía una sociedad con esclavos- se desarrolló dentro de un sistema
precapitalista, o sea: en una sociedad en la cual no ejercía el control ningún
monopolio ni habían focos importantes de poder privado. Es realmente
sorprendente leer hoy algunos textos libertarios clásicos. Leyendo, por
ejemplo, La crítica del Estado (1791) de Wilhelm von Humboldt, obra muy
significativa que de seguro inspiró a Mill, se da uno cuenta que no se habla en
ella para nada de la necesidad de oponerse a la concentración del poder privado
y más bien se trata de la necesidad de contrarrestar la usurpación del poder
coercitivo del Estado. Lo mismo ocurre en los principios de la tradición
estadounidense. ¿Por qué? Sencillamente, porque era ésa la única clase de poder
que existía. Quiero decir que Von Humboldt daba por supuesto que todo individuo
poseía más o menos un grado de poder similar, pero de poder privado, y que el
único desequilibrio real se producía en el seno del Estado centralizado y
autoritario, y que la libertad debía ser protegida contra toda intervención del
Estado y la Iglesia. Esto es lo que él creía que había que combatir.
Ahora bien; cuando nos habla, por ejemplo, de la necesidad de ejercer control
sobre la propia vida creadora, cuando impreca contra la alienación por el trabajo,
resultante de la coacción o tan sólo de las instrucciones o dirigismo en el
trabajo de cada uno, en vez de actuar por autogestión, entonces revela su
ideología antiestatal y antiteocrática. Pero los mismos principios sirven para
la sociedad industrial capitalista que se formó más tarde. Estoy inclinado a
creer que Von Humboldt, de haber persistido en su búsqueda ideológica, habría
acabado por ser un socialista libertario.
P.J.:
Todos estos antecedentes, ¿no sugieren que hay algo inherente al estado
preindustrial en todo lo relativo a la aplicabilidad de las ideas libertarías?
En otras palabras: que las ideas libertarías presuponen necesariamente una
sociedad básicamente rural con una tecnología y una producción bastante simples
y cuya organización económica tienda a ser de pequeña escala y localizada.
Chomsky:
Vamos a ver, separemos su cuestión en dos preguntas: primera, ¿qué han pensado
al respecto los anarquistas?; y segunda, ¿cómo opino yo? En lo que respecta a
las respuestas anarquistas tenemos por lo menos dos. En primer lugar hay una
tradición anarquista -que podríamos hacer partir de un Kropotkin- con ese
carácter que acaba de describirnos. Pero en segundo lugar existe otra tradición
anarquista que al desarrollarse desemboca en el anarcosindicalismo y que ve en
el anarquismo la manera adecuada de organizar una sociedad compleja de nivel
industrial altamente avanzado. Y esta tendencia dentro del anarquismo se
confunde, o por lo menos se relaciona muy estrechamente con una variedad de
marxismo izquierdista de la especie de los comunistas espartaquistas, por
ejemplo, salidos de la tradición de Rosa Luxemburgo y que más tarde estuvo
representada por teóricos marxistas como Anton Pannekoek, quien desarrolló toda
una teoría sobre los consejos obreros de la industria, siendo él mismo un
hombre de ciencia, un astrónomo.
Pues bien; ¿cuál de estos dos puntos de vista es el que se ajusta a la verdad?
O en otros términos: ¿tienen por objeto los conceptos anarquistas una sociedad
preindustrial exclusivamente o es el anarquismo también una concepción adecuada
para aplicarla a la organización de una sociedad industrial altamente avanzada?
Personalmente, creo en la segunda opción, es decir, creo que la
industrialización y el avance de la tecnología han cerrado consigo
posibilidades de autogestión sobre un terreno vasto como jamás anteriormente se
habían presentado. Creo, en efecto, que el anarcosindicalismo nos brinda
precisamente el modelo más racional de una sociedad industrial avanzada y
compleja en la que los trabajadores pueden perfectamente tomar a su cargo sus
propios asuntos de un modo directo e inmediato, o sea, dirigirlos y
controlarlos, sin que por eso no sean capaces al mismo tiempo de ocupar puestos
clave a fin de tomar las decisiones más sustanciales sobre la estructura
económica, instituciones sociales, planeamiento regional y suprarregional, etc.
Actualmente, las instituciones rectoras no les permiten a los trabajadores
ejercer control ninguno sobre la información necesaria en el proceso de la producción
ni tampoco poseen por lo demás el entrenamiento requerido para entender en esos
asuntos de dirección. Por otra parte, en una sociedad sin intereses creados ni
monopolios, gran parte de ese trabajo -administrativo incluido- podría hacerse
ya automatizado. Es del dominio público que las máquinas pueden cumplir con un
gran porcentaje de las tareas laborales que hoy corren a cargo de los
trabajadores y que, por lo tanto, éstos -una vez asegurado mecánicamente un
alto nivel de vida- podrían emprender libremente cualquier labor de creación
que antes objetivamente les habría sido imposible imaginar siquiera, sobre todo
en la fase primeriza de la revolución industrial.
P.J.:
Seguidamente querría atacar el problema de la economía en una sociedad
anarquista, pero ¿podría pintarnos con algo más de detalle la constitución
política de una sociedad anarquista tal y como se la imagina usted en las
condiciones modernas de vida actual? Se me ocurre preguntar, por ejemplo, si
existirían en esa sociedad partidos políticos y qué formas residuales de
gobierno seguirían existiendo en la práctica.
Chomsky:
Permítame esbozar lo que yo creo podría obtener aproximadamente un consenso
entre los libertarios, esbozo que naturalmente me parece en esencia, aunque
mínimo, correcto para el caso. Empezando por las dos clases de organización y
control, concretamente: la organización y el control en el lugar de trabajo y
en la comunidad, podríamos imaginar al efecto una red de consejos de
trabajadores y, a nivel superior, la representación interfábricas, o entre
ramos de la industria y comercio, o entre oficios y profesiones, y así
sucesivamente hasta las asambleas generales de los consejos de trabajadores
emanados de la base a nivel regional, nacional o internacional. Y desde el otro
punto de vista, o sobre la otra vertiente, cabe imaginar un sistema de gobierno
basado en las asambleas locales, a su vez federadas regionalmente y que
entienda en asuntos regionales, a excepción de lo concerniente a oficios,
industria y comercio, etc., para luego pasar al nivel nacional y a la
confederación de naciones, etc.
Ahora bien; sobre el cómo se habrían de desarrollar exactamente estas
estructuras y cuál sería su interrelación, o sobre si ambas son necesarias o
sólo una, son preguntas éstas que los teóricos anarquistas han discutido y
acerca de las cuales existen muchas variantes. Por ahora, yo no me atrevo a
tomar partido; son cuestiones que habrá que ir elaborando y dilucidando a fondo
y con calma.
P.J.:
Pero, ¿no habrían, por ejemplo, elecciones nacionales directas, o partidos
políticos organizados de punta a punta, como si dijéramos? Claro que si así
fuera posiblemente se crearía alguna especie de autoridad central lo que sería
contrarío a la idea anarquista.
Chomsky: No,
bueno, la idea anarquista propicia que la delegación de autoridad sea la mínima
expresión posible y que los participantes, a cualquiera de los niveles, del
gobierno deben ser directamente controlados por la comunidad orgánica en la que
viven. La situación óptima sería, pues, que la participación a cualquier nivel
del gobierno sea solamente parcial, es decir: que los miembros de un consejo de
trabajadores que, de hecho, ejercen sus funciones tomando decisiones que los
demás trabajadores no tienen tiempo de tomar, sigan haciendo al mismo tiempo su
trabajo en el tajo, taller o fábrica en que se empleen, o su labor o misión en
la comunidad, barrio o grupo social al que pertenecen.
Y respecto a los partidos políticos, mi opinión es que una sociedad anarquista
no tiene forzosamente por qué prohibirlos. Puesto que, de hecho, el anarquismo
siempre se ha basado en la idea de que cualquier lecho de Procusto, cualquier
sistema normativo impuesto en la vida social ha de restringir y menoscaba
notablemente su energía y vitalidad y que, más bien, toda clase de nuevas
posibilidades de organización voluntaria pueden ir apareciendo a un nivel
superior de cultura material e intelectual. Pero yo creo, sinceramente, que si
llega el caso de que se crea necesaria la existencia de partidos políticos
habrá fallado la sociedad anarquista. Quiero decir que, a mi modo de ver, en
una situación con participación directa en el autogobierno y en la autogestión
de los asuntos económicos y sociales, las disensiones, los conflictos, las
diferencias de intereses, de ideas y de opiniones tendían que ser no sólo bien
acogidas, sino cultivadas incluso, para ser expresadas debidamente a cada uno
de los distintos niveles. No veo por qué habrían de coincidir esas diferencias
con unos partidos que no se crean a partir de las diferencias, sino para
crearlas precisamente. No creo que la complejidad del interés humano y de la
vida venga mejor servida dividiéndola de ese modo. En realidad, los partidos
representan fundamentalmente intereses de clase, y las clases tendrían que
haber sido eliminadas o superadas en una sociedad como la que nos ocupa.
P.J.: Una
última pregunta sobre organización política. Con esa serie jerárquica de
asambleas y de estructura cuasi gubernamental, sin elecciones directas, ¿no se
corre el peligro de que el órgano central o el organismo que está en la cúspide
de la pirámide, como si dijéramos, se aleje demasiado de la base y que si tiene
poderes en asuntos internacionales, por ejemplo, podría incluso disponer de
fuerzas armadas u otros instrumentos de violencia y que, a fin de cuentas,
estaría menos vigilado que lo está un gobierno en las actuales democracias
parlamentarias?
Chomsky: Es
condición de primera importancia en toda sociedad libertaria prevenir semejante
rumbo en los asuntos públicos de carácter nacional e internacional y a ese fin
hay que crear las instituciones necesarias. Lo que creo que es perfectamente
factible. Personalmente, estoy convencido de que la participación en el
gobierno no es un trabajo full-time. Puede serlo en una sociedad irracionalmente
regida en la que se provocan toda clase de problemas por la misma
irracionalidad de las instituciones. Pero en una sociedad industrial avanzada
funcionando como es debido por cauces libertarios, me imagino que la puesta en
ejecución de las decisiones tomadas por los cuerpos representativos, es una
ocupación part-time que tendría que ser llevada a cabo por turno en el seno de
cada comunidad y que debería además exigir como condición a los que la ejerzan
el no dejar sus propias actividades profesionales, siquiera en parte.
Supongamos que fuese posible entender el gobierno como una función de empresa
equivalente a la producción de acero, pongo por caso. Si eso fuese factible -y
yo creo que es una cuestión de hechos empíricos que tiene que obedecer a sus
propias determinaciones y que no puede proyectarse como pura teoría-, si eso
fuese factible, digo, la consecuencia natural sería organizar el gobierno
industrialmente, como si fuera una rama más de la industria, con su propio
consejo de trabajadores y su propia disciplina autogestionaria y su propia
participación en las asambleas de mayor extensión o alcance.
Podría añadir aquí que así sucedió en los consejos de los trabajadores formados
espontáneamente en algunas partes, como por ejemplo en la revolución húngara de
1956. Había en efecto, si no me equivoco, un consejo de empleados del Estado
que se habían organizado sencillamente a la manera industrial o empresarial
como otras ramas de la industria de tipo tradicional. Cosa semejante es
perfectamente posible y tendría que ser -o podría ser- una barrera que
impidiese la formación de esa especie de remota burocracia represiva que los
anarquistas temen tanto, como es natural.
P.J.:
Suponiendo que continuase existiendo una cierta necesidad de autodefensa a
nivel bastante perfeccionado, no comprendo por su descripción de la sociedad
anarquista cómo podría ejercerse un control efectivo por parte del dicho
sistema de consejos representativos par-time y aun a varios niveles de abajo
arriba, sobre una organización tan poderosa y técnicamente tan perfeccionada
por la fuerza de las cosas como el pentágono, por ejemplo.
Chomsky:
Bien, bien, precisemos un poco la terminología. Usted habla del Pentágono como organización
defensiva, que es lo corriente. En 1947, cuando se aprobó la Ley de Defensa
nacional, el antiguo Ministerio de la Guerra -que así se había venido llamando
honradamente- pasó a llamarse Departamento de la Defensa. Por entonces era yo
aún un estudiante y no me creía muy ducho en la materia, pero sabía, como todo
el mundo, que si el ejército estadounidense hasta entonces podía haber estado
implicado en la defensa de la nación -y parcialmente así había sido- en
adelante ya no sería el Departamento de Defensa más que un ministerio de la
agresión, y nada más.
P.J.:
Según el principio de que no hay que creer nada hasta que se niegue
oficialmente.
Chomsky:
Exactamente. Un poco bajo el supuesto con que esencialmente había concebido
Orwell el Estado moderno y su naturaleza. Y éste es exactamente el caso. Quiero
decir que el Pentágono no es de ningún modo el instrumento del Ministerio de la
Defensa. Jamás ha defendido a los Estados Unidos contra nadie y lo único que ha
producido ha sido agresión; por eso creo que el pueblo norteamericano estaría
mucho mejor sin Pentágono que con él. Pero en todo caso no lo necesita para su
defensa. Su intervención en los asuntos internacionales nunca ha sido -bueno,
nunca es mucho decir, pero costaría trabajo encontrar una excepción- su
posición o actitud característica la de apoyar la libertad o la de defender al
pueblo. No es éste el papel que desempeña la organización militar tan vasta que
controla el Departamento de la Defensa. Sus tareas son más bien dos bien
distintas y ambas bastante antisociales.
La primera es la de salvaguardar un sistema internacional en el que los
llamados intereses estadounidenses -con lo que se quiere significar
principalmente intereses comerciales sigan floreciendo. La segunda tarea cumple
una misión económica internacional. De ahí que el Pentágono haya sido el más
importante mecanismo keinesiano por el cual el gobierno interviene para
mantener lo que cómicamente se llama la salud de la economía mediante la
incitación a producir, es decir, llevando a la producción del despilfarro.
Ahora bien, ambas funciones sirven a ciertos intereses, a intereses dominantes
de hecho, intereses dominantes de clase en la sociedad estadounidense. Pero no
creo que sirvan ni poco ni mucho al interés del público y un semejante sistema
de producción de despilfarro y de destrucción sería desmantelado en lo esencial
en una sociedad libertaria. Pero no hay que hablar demasiado de estas cosas. Si
nos imaginamos, por ejemplo, una revolución social en los Estados Unidos -cosa
que está muy lejos, diría yo-, mas si esto ocurriera, es difícil imaginar que
hubiese un enemigo real de fuerza capaz de amenazar la revolución social del
país; no iban a atacarnos Méjico o Cuba pongamos por caso. No creo, pues, que
una revolución en Estados Unidos necesitase defenderse contra un agresión
exterior. Mientras que si se proclamase una revolución social en Europa
occidental, creo que en tal caso el problema de la defensa adquiriría
caracteres críticos.
P.J.: Iba
a decirle que seguramente no puede ser inherente a la idea anarquista la falta
de autodefensa, ya que hasta ahora todos los experimentos anarquistas han sido
aniquilados desde fuera.
Chomsky: Ya,
lo que pasa es que a esas cuestiones no se puede contestar más que
específicamente y siempre en relación con casos históricos concretos y en
condiciones objetivas.
P.J.: No,
es que se me hacía difícil entender lo que decía del control democrático
adecuado para esa clase de organización, ya que me parece muy improbable que
los generales se controlasen a sí mismos del modo que a usted le pareciese
bien.
Chomsky: La
dificultad estriba en que yo quiero apuntar la complejidad de la cuestión. Todo
depende del país y de la sociedad de que se trate. En los Estados Unidos se
plantea una clase específica de problemas. Si la revolución social libertaria
se declara en Europa, creo que entonces los problemas que surgirían serían muy
serios, ya que se plantearía de inmediato un gran problema de defensa. Porque
supongo que si en la Europa occidental se consiguiese un socialismo libertario
de cierta envergadura, se ceñiría sobre ella una amenaza militar inminente por
dos partes, por la parte de la Unión Soviética y por la de Estados Unidos.
Luego, el primer problema sería cómo defenderse. Con este problema tuvo que
enfrentarse la revolución española. Porque no sólo estaba amenazada in situ por
la intervención militar fascista, sino también por las unidades armadas
comunistas y por los enemigos liberales de la retaguardia y de las naciones
vecinas. Ante semejante magnitud y número de ataques, el problema de la defensa
era el más grave, por ser de vida o muerte.
A pesar de todo esto, creo que hay que plantearse la cuestión de si la mejor
manera de hacerlo es a base de ejércitos centralizados con toda su tecnología
disuasiva; la verdad, no creo que la cosa sea tan de cajón. Por ejemplo, no
creo que un ejército europeo-occidental centralizado impediría un ataque ruso o
estadounidense con el fin de acabar con un socialismo libertario, porque la
suerte de ataque que esperaría, francamente, no sería quizá militar, sino
económico por lo menos.
P.J.: Pero
por otra parte, tampoco es de esperar ya las clásicas algaradas de campesinos
armados con horcas y hoces...
Chomsky: No
hablamos de campesinos, sino de sociedades desarrolladas industrialmente y de
elevado urbanismo. Se me ocurre que su mejor arma sería atraer la simpatía de
las clases trabajadoras de los países atacantes. Pero repito que hay que ser
prudente. Y no es nada improbable que la revolución necesitara tanques,
ejército y que así se labrara su propia ruina por las razones antedichas. Es
decir, creo que es muy difícil imaginarse cómo podría funcionar en régimen
revolucionario un ejército central con sus tanques, aviones y armas
estratégicas. Y si eso es necesario para salvar las estructuras
revolucionarias, ¡ay de la revolución!
P.J.: Si
el mejor método de defensa es, como usted dice, granjearse las simpatías de las
organizaciones políticas y económicas, tal vez sería a este propósito oportuno
entrar más en el detalle. En uno de sus ensayos dice usted que en una sociedad
decente, todo el mundo tendría la oportunidad de encontrar un trabajo
interesante y a cada cual le estaría permitido usar sus talentos por
ofrecérsele las más amplías oportunidades a ese mismo objeto. Después se
pregunta: ¿Y qué más haría falta? ¿Acaso una recompensa exterior en forma de
lujos o de poder? Eso en el caso de que supongamos que el hacer uso de los
propios talentos en un trabajo interesante y socialmente útil no nos recompensa
por sí solo. Creo que esta manera de razonar agrada a mucha gente. Pero aun así
necesita alguna explicación. Personalmente creo que el trabajo que a la gente
puede parecer interesante o atractivo o satisfactorio no tiene por qué
coincidir necesariamente con la clase de trabajo que tiene que hacerse por
necesidad, sí queremos mantener el nivel de vida que la gente exige y al que
está acostumbrada.
Chomsky: En
efecto, hay una cantidad de trabajo que tiene que hacerse, si queremos mantener
el actual nivel de vida. Está por contestar la pregunta: ¿en qué medida este
trabajo tiene que ser oneroso? Recordemos que ni la ciencia, ni la tecnología
ni el simple intelecto se han dedicado a examinar la cuestión con el fin de
abolir el carácter pesado y autodestructivo de algunos trabajos necesarios en
nuestra sociedad. Esto es debido al hecho de que siempre se ha contado con la
reserva de un cuerpo considerable de esclavos a sueldo que harán cualquier
trabajo, por duro que sea, antes que morir de hambre. Pero si la inteligencia
humana se aplicara a resolver el problema de cómo hacer tolerables los trabajos
más pesados que la sociedad requiere, no sabemos cuál sería la salida. Tengo
para mí que gran parte de esos trabajos podrían hacerse totalmente tolerables.
Esto aparte de que me parece un error creer que toda labor físicamente dura
tiene que ser onerosa. Hay mucha gente -yo incluido- que emprende trabajos
duros para relajarse. No hace mucho, por ejemplo, se me ocurrió plantar treinta
y cuatro árboles en un prado detrás de mi casa, lo que implicaba tener que
cavar treinta y cuatro hoyos. Considerando lo que normalmente hago como
ocupación, eso representa un trabajo bastante pesado, pero he de confesar que
disfruté haciéndolo. Sin embargo, estoy seguro que no habría disfrutado de tenerlo
que hacer con un capataz delante y a horas fijas, etc. Aunque si es una tarea
tomada por interés también puede hacerse. Y sin tecnologías, sin pensar en cómo
planear el trabajo, etc.
P.J.: A
esto podría decirte que existe el peligro de que esta manera de ver el problema
sea una ilusión bastante romántica, sólo posible de abrigar por una pequeña
élite de intelectuales, profesores, periodistas, etc. que están en la situación
tan privilegiada de ser pagados por lo que les gusta hacer y harían de otras
formas.
Chomsky: Por
eso empecé por poner por delante un gran si condicional. Dije que primeramente
hay que preguntarse hasta qué punto el trabajo necesario para la sociedad -o
sea, el trabajo requerido para mantener el nivel de vida que queremos- ha de ser
por fuerza pesado u oneroso. Yo creo que la respuesta sería: mucho menos de lo
que lo es hoy; pero convengamos en que hasta cierto punto siga siendo sucio.
Aun así, la respuesta es muy simple: ese trabajo sucio debe ser distribuido
equitativamente entre todos los que son capaces de hacerlo.
P.J.:
Entonces, que cada cual se pase cierto número de meses al año en la cadena de
producción de automóviles y otro tanto recogiendo basuras u otras faenas
ingratas...
Chomsky: Si
es que efectivamente son éstas tareas de imposible autosatisfacción. Pero yo no
lo creo, francamente. Cuando veo trabajar a los operarios, digamos a los
mecánicos de automóvil por ejemplo, creo que muchas veces puede ser no poco
motivo de orgullo cumplir con la tarea. El orgullo de un trabajo complicado y
bien hecho en el que hay que hacer uso de la inteligencia, especialmente cuando
uno está interesado en la gestión de la empresa y hay que contribuir a las
decisiones de cómo organizar el trabajo, para qué sirve, cuáles son los
objetivos de ese trabajo, etc. Yo creo que todo esto puede ser una actividad
satisfactoria y recompensadora que, de hecho, requiere las capacidades que los
trabajadores despliegan de buen grado. Pero la verdad es que estoy hablando
hipotéticamente. Supongamos que quedase un residuo de trabajo que nadie
quisiera hacer; en tal caso no hay más que distribuirlo entre todos
equitativamente, pero por lo demás que la gente ejerza libremente sus talentos
a su buen entender.
P.J.:
Supongamos ahora, profesor, que ese residuo fuese muy grande, como hay quien
sostiene que sería si el trabajo para producir un noventa por ciento de lo que
todos quisiéramos consumir se realizara cumplidamente. En tal caso, organizar
la distribución de este trabajo sobre la base de que todo el mundo hiciera una
pequeña parte de los trabajos sucios o pesados, resultaría echar mano de algo
absurdamente ineficaz. Porque para eso habría que entrenar y equipar a toda la
gente, porque toda tendría que pasar por los trabajos sucios, de lo que
sufriría la eficacia de toda la economía y, por consiguiente, el nivel de vida
se rebajaría ostensiblemente.
Chomsky:
Bueno, ante todo hay que convenir en que nadamos sobre puras hipótesis, ya que
no creo que sus porcentajes sean ni mucho menos reales. Ya he dicho que si la
inteligencia humana se aplicara a proyectar una tecnología adaptada a las
necesidades del productor humano en vez de hacerlo al revés tendríamos la
solución. Ahora se plantea el problema inverso: cómo adaptar el ser humano a un
sistema tecnológico ideado para otros objetivos, es decir, la producción para
el beneficio. Estoy convencido de que si se hiciera lo que digo el trabajo
indeseado será mucho menos cuantioso de lo que usted sugiere. Pero como quiera
que sea, fíjese que tenemos dos alternativas: la primera es distribuirlo
equitativamente, la segunda es crear las instituciones adecuadas para obligar a
un grupo de la población a hacer los malos trabajos so pena de morirse de
hambre. Esas son las dos alternativas.
P.J.: No
digo obligados, sino que podrían hacer esos trabajos incluso voluntariamente
los que considerasen que valía la pena hacerlos a base de una mayor
remuneración correspondiente.
Chomsky: Ah
no, supongo que ya ha sobreentendido que para mí todo el mundo ha de recibir
por su trabajo, sea cual sea, una recompensa igual. Y no olvide que actualmente
vivimos en una sociedad en que la gente que hace los trabajos pesados no es
mejor remunerada que la que hace su trabajo voluntariamente; todo lo contrario
es verdad. De la manera en que funciona nuestra sociedad, una sociedad de
clases, los que hacen los trabajos más duros, más pesados o más sucios son los
que cobran menos. Esos trabajos se hacen, sin más, pero nosotros no queremos ni
pensar en que existen, porque sabemos que hay una masa de gentes miserables que
sólo controlan un solo factor de la producción: su fuerza de trabajo, que
tienen que vender; o tendrán que aceptar esa clase de trabajos porque no tienen
otra cosa que hacer y antes que morir de hambre se emplean por los más bajos
salarios. Acepto la corrección. Imaginémonos tres clases de sociedades: la
primera, la corriente, en la cual el trabajo indeseable se da a los esclavos a
sueldo. Luego un segundo sistema en que el trabajo ingrato, después de haber
hecho todo lo posible para darle sentido, es distribuido y, en fin, el tercer
sistema en el que el trabajo malo da derecho a una paga extraordinaria, tanto
que por ella acceden a hacerlo algunos voluntariamente. Pues bien; yo creo que
el segundo y el tercer sistema están de acuerdo -en estos términos vagos en que
estamos hablando- con los principios anarquistas. Personalmente me inclino por
el segundo, pero ambos están totalmente alejados de toda organización social
vigente y de toda tendencia a cualquier organización social en la actualidad.
P.J.: Se
lo plantearé de otra manera. Me parece que se está ante una opción fundamental,
por mucho que se la quiera camuflar, entre el trabajo satisfactorio de por sí y
el trabajo que hay que organizar sobre la base del valor que tiene lo producido
para la gente que lo usa o consume. Y la sociedad organizada sobre la base de
dar a todo el mundo las mismas oportunidades para llevar a cabo sus más caras
aficiones, lo que expresa en esencia la fórmula del trabajo por el trabajo
mismo, tiene su culminación lógica en el monasterio o convento, donde la clase
de trabajo practicado, o sea, el rezo, es un trabajo de autoenriquecimiento del
propio trabajo. No se produce nada que sea de provecho para nadie, así que, o
bien hay que vivir a un nivel de vida lo más bajo, o bien hay que resignarse a
morir de hambre.
Chomsky:
Bien, aquí hace usted unas suposiciones de hecho con las que no estoy de
acuerdo en absoluto. Yo creo que parte de lo que le da sentido al trabajo es su
utilidad, es el hecho de que sus productos se puedan utilizar. El trabajo del
artesano tiene su sentido al menos en parte por la inteligencia y la destreza
que ha de poner en él, pero también en parte porque es un trabajo útil. Lo
mismo diría yo que vale también para los hombres de ciencia. Creo que el hecho
de que la clase de trabajo que uno está haciendo sirva para otra cosa -que es
el caso del trabajo científico, como usted sabe-, que contribuya a algo más es
muy importante, aun prescindiendo de la elegancia o la belleza que uno pueda
lograr con su trabajo. Estoy convencido que esto vale para todas las
actividades humanas. Creo además que si echamos una ojeada por una buena parte
de la historia de la humanidad, nos daremos cuenta de cuántos han sido los que
han sacado satisfacción -y no poca- del trabajo productivo y creador que han
estado haciendo; pero también creo que la industrialización propicia
enormemente esa satisfacción. ¿Por qué? Pues porque gran parte de las faenas
fastidiosas y sin atractivo pueden hacerlas las máquinas, lo que significa que
automáticamente el radio de acción del trabajo humano realmente creador resulta
muy notablemente agrandado. Pero a otra cosa. Usted habla del trabajo
libremente emprendido como afición o hobby. Yo no lo juzgo así. Pienso que el
trabajo libremente elegido y ejecutado también puede ser trabajo útil e
importante. También plantea usted un dilema que muchos se plantean, a saber:
entre el deseo de satisfacción en y por el trabajo y el deseo de crear cosas de
valor para la comunidad. Pero no está tan claro que se trate, en efecto, de un
dilema y menos de una contradicción. No me parece obvio, ni mucho menos -yo
creo que es falso- eso de contribuir a un mayor placer y satisfacción en el
trabajo sea inversamente proporcional al valor del resultado.
P.J.: Yo no
diría inversamente proporcionado para mí podría no tener relación alguna.
Pongamos algo muy simple como vender helados en la playa un día de fiesta. Es
un servicio a la sociedad. Hace calor y no hay duda de que el público quiere
helados. Por otro lado, es difícil ver aquí en qué medida llevar a cabo esta
tarea de vender helados puede ser motivo de placer profesional ni pueda tener
algún sentido, virtud o ennoblecimiento social. ¿Por qué razón habría de
dedicarse a prestar ese servicio sí no te recompensa de alguna manera?
Chomsky: Le
advierto que más de una vez he visto a vendedores de helados con cara de
pascuas...
P.J.: Sí
estaban ganando dinero a puñados lo creo.
Chomsky: ...
y que parecían muy contentos de estar vendiéndoles helados a los niños, lo cual
me parece una manera de pasar el tiempo perfectamente razonable y estimulante,
si se compara con otras ocupaciones, con miles de ocupaciones diferentes.
Recuerde que cada persona tiene su ocupación y me parece que la mayoría de las
ocupaciones existentes -y en esencial aquellas que entran en la clasificación
servicios, o sea, que entran en relación con el prójimo-, conllevan de por sí
una satisfacción u otra y unas recompensas inherentes a ellas asociadas, esto
es, en el trato con los individuos a los que prestan sus servicios. Para el
caso es lo mismo dar clases que vender helados. Admito que para vender helados
no se necesitan ni la dedicación ni la inteligencia necesarias para impartir
enseñanza y que tal vez por esta razón sea una ocupación menos envidiada. Pero
si así fuera, tendría que ser repartida entre todos.
Pero todo esto aparte, lo que trato de decir es que nuestra creencia
caracterizada de que el placer en el trabajo, la satisfacción en el trabajo o
no tiene o tiene relaciones negativas con el valor del resultado, está
estrechamente relacionado con un estadio particular de la historia social, esto
es: el capitalismo, en cuyo sistema los seres humanos son instrumentos de
producción. Lo dicho antes no tiene por qué ser, ni mucho menos, la verdad. Por
ejemplo, si pasamos revista a las numerosas entrevistas hechas con obreros que
trabaran en cadena por sicólogos industriales, echaremos de ver que una de las
cosas de que más se quejan es de que su trabajo no pueda hacerse bien, que la
cadena va tan de prisa que no pueden hacer su trabajo decentemente. Hace poco
leía en una revista gerontológica un estudio sobre la longevidad en el que se
trataba de encontrar los factores útiles para predecir la longevidad -ya sabe:
el fumar, el beber, los factores genéticos-, todo lo habían examinado. Pues
bien, ¿sabe cuál es el factor más favorable? La satisfacción en el trabajo.
P.J.: Ya,
la gente que tiene un trabajo agradable vive más, ¿no?
Chomsky: Bueno,
sí, la gente que está satisfecha con su trabajo. Lo que me parece muy lógico,
puesto que no sólo nos pasamos en el trabajo una gran parte de nuestra vida,
sino que en el trabajo es donde más ejercemos nuestra capacidad creadora. Ahora
bien; ¿qué es lo que lleva a esa satisfacción en el trabajo? Creo que son
muchas cosas, pero el saberse haciendo algo útil para la comunidad es un factor
nada desdeñable. Muchos están satisfechos de su trabajo por creer que están
haciendo algo importante, algo que vale la pena hacer. Igual pueden ser
maestros como médicos, científicos como artesanos o agricultores. Sentir que lo
que uno está haciendo es importante, digno de hacerse, no sólo refuerza los
vínculos sociales sino que también es un motivo de satisfacción personal,
porque con un trabajo interesante y bien hecho nace esa especie de orgullo de
quien se autorrealiza, de quien pone en práctica sus habilidades personales. Y
no creo que esto vaya a dañar de cualquier modo que sea el valor de lo
producido, sino más bien al contrario. Pero concedamos que hasta cierto punto
lo perjudicase. Llegada la sociedad a tal punto, debe decidir la comunidad cómo
hacer los compromisos necesarios. Al fin y al cabo, cada individuo es a la vez
productor y consumidor y por lo tanto cada individuo ha de tomar parte en esos
compromisos socialmente determinados, es decir, si verdaderamente hay necesidad
de establecer compromisos. Porque me permito insistir en que se ha exagerado
mucho la naturaleza de estos problemas a causa del efecto aberrante del prisma
que interpone el sistema verdaderamente coercitivo y destructor de la
personalidad en que vivimos.
P.J.: De
acuerdo. Usted dice que la comunidad tiene que tomar decisiones sobre
compromisos eventuales, pero no es menos sabido que la teoría comunista
previene estas posibilidades completamente, ya por la planificación, ya en
materia de inversiones, de prioridades de inversión nacional, etc. En una
sociedad anarquista cree usted que no se tolerara tanta superestructura
gubernamental necesaria al parecer para hacer planes, tomar decisiones sobre
inversiones por ejemplo si hay que dar prioridad a lo que la gente quiera
consumir o a lo que la gente quiera hacer en materia del trabajo.
Chomsky: No
estoy de acuerdo. Me parece que las estructuras anarquistas, o para el caso las
de los marxistas de izquierda, basadas en el sistema de los consejos y
federaciones de trabajadores, se bastan y se sobran para tomar una decisión
sobre cualquier plan nacional. De igual manera funcionan a ese nivel -digamos
nacional- las sociedades de socialismo estatal al tener que elaborar planes
nacionales. En esto no hay ninguna diferencia. Donde la hay -y grande- es en la
participación de tales decisiones y en el control que sobre ellas se ejerce.
Los anarquistas y marxistas de izquierda -consejistas, espartaquistas- toman
estas decisiones desde la base. Es la clase trabajadora informada la que las
toma a través de sus asambleas y de sus representantes directos que viven y
trabajan entre ellos. Pero en los sistemas de socialismo estatal, el plan
nacional viene trazado por la burocracia nacional que acumula para sí y
monopoliza toda la información necesaria y que toma las decisiones. De vez en
cuando se presenta al público y le dice: Podéis escogerme a mí o a ése, pero todos
formamos una misma burocracia remota que no está a vuestro alcance. Éstos son
los polos, éstas son las oposiciones polarizadas dentro de la tradición
socialista.
P.J.: O
sea que, de hecho, sigue desempeñando un papel importante el Estado, e incluso
posiblemente los empleados públicos, la burocracia, pero lo que es distinto es
el control ejercido sobre ellos.
Chomsky:
Bueno, yo no creo, francamente, que se necesite una burocracia separada del
resto para poner en ejecución las decisiones gubernamentales.
P.J.: Se
necesitan varias formas de pericia.
Chomsky: Ya,
pero digamos que se trata de una pericia en materia de planificación económica,
puesto que no hay duda de que en toda sociedad industrial compleja tendría que
funcionar un grupo de técnicos encargados de trazar planes, de explicar las
consecuencias de toda decisión importante, de poner en antecedentes a las
personas que han de decidir sobre las consecuencias de sus propias decisiones
según se desprende del estudio y modelo de programación, etc. Pero lo
importante es que estos sistemas de planificación no son otra cosa que
industrias, con sus propios consejos de trabajadores y formando parte de todo
el sistema de consejos; la diferencia consiste en que estos sistemas de
planificación no son los que toman las decisiones. Producen planes de la misma
manera que las fábricas de automóviles producen coches. Los planes están, pues,
a disposición de los consejos de trabajadores y se someten a las asambleas de
consejos, de la misma manera que los automóviles se fabrican para correr con
ellos. Ahora bien; lo que este sistema requiere es una clase trabajadora
educada. Y esto es exactamente lo que somos capaces de conseguir en sociedades
industrializadas de alto desarrollo.
P.J.: ¿En
qué medida el éxito del socialismo libertario, o del anarquismo, depende
realmente de un cambio fundamental en la naturaleza humana, tanto en su
motivación como en su altruismo, así como en sus conocimientos y su grado de
refutamiento?
Chomsky: No
sólo creo que depende de eso, sino que todo el propósito del socialismo
libertario contribuye a lo mismo, efectivamente. Se trata de contribuir a una
transformación de la mentalidad, exactamente la transformación que el hombre es
capaz de concebir en cuanto concierne a su habilidad en la acción, su potestad
de decidir en conciencia, de crear, de producir y de investigar, exactamente
aquella transformación espiritual a que los pensadores de la tradición marxista
izquierdista, desde Rosa Luxemburgo, por ejemplo, pasando por los anarquistas,
siempre han dado tanta importancia. De modo que por un lado hace falta esa
transformación espiritual. Y por otro, el anarquismo tiende a crear
instituciones que contribuyan a esa transformación en la naturaleza del trabajo
y de la actividad creadora, en los lazos sociales interpersonales simplemente,
y a través de esa interacción, crear instituciones que propicien el
florecimiento o eclosión de nuevos aspectos en la humana condición. En fin, la
puesta en marcha de instituciones libertarias siempre más amplias a las que
pueden contribuir las personas ya liberadas. Así veo yo la evolución del
socialismo.
P.J.: Y
por último, profesor Chomsky, ¿qué opina de las posibilidades hoy existentes
para fundar sociedades según acaba de bosquejarlas en los países Industriales
más importantes de Occidente en el próximo cuarto de siglo más o menos?
Chomsky: No
creo ser lo bastante sabio ni estar lo bastante informado como para hacer
predicciones de este tipo, es más: creo que aventurarse a semejantes
pronósticos dice más de la personalidad que del juicio del que los lanza. No
obstante, tal vez podría decir esto: hay tendencias obvias dentro del
capitalismo industrial hacia una concentración de poder en estrechos imperios
económicos dentro de un marco que se está convirtiendo cada vez más en un
Estado totalitario. Estas tendencias vienen desarrollándose desde hace bastante
tiempo y, francamente, no veo nada que pueda contenerlas. Creo, pues, que estas
tendencias seguirán su curso formando parte del anquilosamiento y la decadencia
de las instituciones capitalistas.
Ahora bien; creo que este recurso hacia un totalitarismo de Estado y hacia una
concentración económica exasperada -ambas cosas en conexión, por supuesto irán
engendrando reacciones, tentativas de liberación personal, de liberación
social, que adoptarán toda clase de formas. Por toda Europa se levanta un
clamor reclamando la participación obrera o la codeterminación y hasta el
control de los trabajadores. Por ahora todas esas tentativas son mínimas. Más
bien creo que son engañosas y que, de hecho, pueden minar los serios esfuerzos
de la clase obrera por liberarse. Pero en parte constituyen también una
respuesta pertinente por representar una intuición y un entendimiento robustos
de que la coerción y la opresión, ya sean hechas poder económico privado o
burocracia estatal, no forman parte necesariamente de la vida humana, ni
muchísimo menos. Cuanto más concentración de poder y autoridad, más rebelión y
mayores esfuerzos para organizarse a fin de destruirlas. Tarde o temprano esos
esfuerzos serán coronados por el éxito. Así lo espero