Rodolfo González Pacheco.

(1882-1949 – textos del libro “Carteles”).

 

 

 

El Burgués.

 

¡Lindo varón! Viene a ser el revés de Martín Fierro: no “dentra” en ningún barullo, y en todas las listas “dentra”. Es el gordo de la historia. Parecería que es el único parásito que asimila hasta los sustos.

Parecería. Porque tampoco se asusta. Sería extremoso, y el es el centro. Y como no hallo en lo humano nadie con quien compararlo, que no sea a el mismo, recurro al reino animal: esta entre el león y la liebre; entre el miedo y la bravura. Él es el chancho.

El hombre ha nacido para cantar. Remolino de fuego o nudo de agua, todos llevamos una canción sumergida. Mas, como nada se da por gracia a nadie, el canto solo florece y se aroma desde la sangre y con sangre. Es como otra semilla, que debe romper la tierra, y romperse ella también, para lograrse en la flor. Eso cuesta y eso vale. Y eso es lo que nunca quiso pagar aquel varón lindo. Que cante el diablo, o su padre. Él no bien logró expresarse, emuló, en gruñir, al cerdo. Arrancó de una chanchada.

Acordaos como fue. Francia arde y se carboniza bajo los fuegos cruzados del pueblo y la aristocracia, que se tiran a matar. Es su Gran Revolución. Las dos puntas de la vida –tiranía y libertad- chocan entre la llamas, y cantan. Mas él, como si gruñeran: ni las oye ni las ve. Él atiende a su negocio, que debía ser vender lutos. Hasta que esa fogarata declina y es pisoteada por la bestia cuartelera. Y ahí es cuando aparece él. Sobre esos franceses flacos, que lo habían perdido todo, avanza este guarro orondo, que ni peleó ni cantó, pero que engordó con todo; bravura y miedo y derrota. Con todo. Hasta con aquello que no se puede comer: “los derechos del hombre”, que no fueron más tampoco que los derechos del chancho.

De esa marranadaarranca el burgués cabal y clásico. Después... Sacad el saldo de cuantas revoluciones ha habido. Contareis la misma historia: el primer acto transcurre bajo este mismo signo, o consigna: ¡Carnear al cerdo! Mas al segundo y siguientes, no os canséis campeándole por peñas y matorrales. Mirad a lo alto; al balcón donde se empinan y entonan los que han vuelto a esclavizarnos. Y puede ser en el Kremlin, como en cualquier otra casa, “Rosada” o “Blanca”: entre esos, y cada vez más espeso y más feliz, de juro que le halláis a él.

No es político. No “dentra”. Pero lo consiente todo, si el va a la parte. Y aunque no vaya;le gruñe, pero le es fiel. Porque él sabe que el gobierno, a cualquier viento que gire, estará siempre en el centro. Y entonces se mira en éste como el chancho en su chanchada. ¡Lindo varón!

 

Con los Rebeldes Siempre.

 

Nosotros, anarquistas, no podemos olvidar, ni aun en aquellos momentos en que una negra derrota nos llama a la prudencia, al hombre valeroso y arrojado que cayó por la Anarquía. No debemos extraer de su caída otra cosa que voluntad solidaria. Afirmarnos en su acción para volver a pararnos.

Decir que cayó por que fue iluso, o porque, imbuido de un entusiasmo teatral, saco el brazo o el pecho más allá de esta línea o de aquella experiencia es, no solo cantar al desánimo, sino algo mas feo: declararnos superiores. Derrotarlo más aún. Pegarle por que es caído.

No debemos hacerlo. Ni ante ese hombre ni ante las multitudes. Estas también, muchas veces, avanzan sobre nosotros, a destiempo. Juegan libertad y vida por causas que nos parecen mezquinas o de planteo inoportuno. Por el triunfo de una huelga que, al fin de cuentas, las dejará como estaban, asalariadas, o por reacción instintiva contra una vulgar infamia que les golpea la cara, atropellan y se hacen diezmar. Ir luego a los cementerios a plañir que estaban locas, o a las cárceles a dictarles cátedras de cordura es, más que feo, repugnante.

La rebelión, individual o del pueblo, no será, estamos de acuerdo, la revolución , pero es su nervio y su esencia. Es el sentimiento de ésta, sin el cual no hay anarquistas ni habrá Anarquía. De ella hemos partido todos, partirán siempre el hombre y las masas, y no de nuestras consignas. ¿Qué podríamos reprocharles?... ¿Qué su caudal de indignación y coraje es mas hondo e irrefrenable que el nuestro?... ¿Qué el dolor le duele más y la injusticia le es mas injusta? ¡Linda cosa!

Nunca tenemos más jefes y catedráticos que cuando estamos en el suelo. Todos somos excelentes para acaudillar carneros; muy pocos para enseñarles que tienen cuernos como los toros; menos aún para atropellar con ellos y rompernos donde ellos se rompan. Los esperamos de vuelta para decirles, a los que llegan desangrados y deshechos, lo que alguien le dice a los obreros y campesinos de España: “la revolución perdió lo que tenia que perder”... Que es decir: los que yacen en cementerios y cárceles por la intentona de Asturias, que revienten y se pudran por estúpidos.

¡Coño, sí! Hay que sacar lecciones de las derrotas; pero no de posibilismos y de consignas, sino de audacia y de conciencia. De solidaridad mas firme con los caídos y de redoblada acción al lado de los que quedan. No para hacernos sus jefes, sino para ser, mas que nunca, sus compañeros. ¡Con los rebeldes siempre!.