Los Derechos Políticos.

Pedro Kropotkine.

 

La prensa burguesa nos habla diariamente en todos los tonos del valor y la importancia de las libertades políticas, de los derechos del ciudadano; sufragio universal, libertad de elección, libertad de prensa, de reunión, etc.

Puesto que tenéis tantas libertades, nos dice, ¿por qué apeláis a la rebeldía? ¿La libertad que poseéis no os asegura la posibilidad de todas las reformas necesarias, sin que tengáis necesidad de recurrir al fusil? Analicemos lo que valen esas famosas libertades políticas a nuestro punto de vista, al punto de vista de las clases desposeídas, que no gobiernan a nadie y que no tienen ningún valor. Sabemos perfectamente que desde los tiempos de servidumbre, y hasta después del siglo pasado, ciertos progresos se han realizado: el hijo del pueblo no es ya un ser privado en absoluto de todo derecho como lo fue en otros tiempos. El campesino francés no puede ser azotado en mitad de la calle como lo es el campesino ruso en nuestros días. En los establecimientos públicos, fuera del taller, el obrero, sobre todo el de las grandes ciudades, se considera el igual de no importa quién. El obrero, tanto en Francia como en cualquiera otra parte de la Europa meridional, ya no es el esclavo sin ningún derecho humano, tratado por la aristocracia como bestia de carga. Gracias a las revoluciones, a la sangre derramada por el pueblo, ha podido adquirir algún derecho personal, que nosotros nos complacemos en consignar.

Mas como sabemos distinguir, hemos de establecer diferencias entre derechos y derechos. Hay derechos que tienen un valor real y hay otros, en cambio, que no lo tienen. Los que intentan confundirlos no hacen sino engañar al pueblo. Hay derechos, como por ejemplo, la igualdad del rústico aldeano con la del aristócrata, en sus relaciones privadas, que han adquirido carta de naturaleza, y son al pueblo tan caros que se sublevaría inmediatamente contra quien intentara violarlos; y hay otros, como el sufragio universal, la libertad de imprenta, etc., que no ha podido alcanzar el pueblo, y sabe perfectamente que la burguesía gubernamental se los ha reservado, casi por completo, para defender los derechos de las clases privilegiadas y mantener su poder sobre el pueblo. Estos derechos no son ni políticos siquiera, puesto que no alcanzan a la gran masa del pueblo; y se les llama así pomposamente porque nuestro lenguaje político es un caló  incomprensible, elaborado por las clases gobernantes para su uso particular y en beneficio propio al mismo tiempo.

¿Para qué sirve, en efecto, un derecho político si no es un instrumento que defienda la independencia, la dignidad y la libertad de los que no tienen fuerza suficiente para imponer el respeto de sus derechos? ¿Qué utilidad reporta un derecho a los esclavos si no sirve para emanciparles?...   

¿A nuestro punto de vista los derechos políticos de que hablamos, deben ser solamente para los que carecen de ellos?

No, por cierto. El sufragio universal puede alguna vez, hasta cierto punto, proteger a la burguesía contra las imposiciones del poder central, sin que tengan necesidad de recurrir constantemente a la fuerza para defenderse. Puede servir también para establecer el equilibrio entre dos fuerzas que se disputen el poder, sin que los rivales tengan que recurrir a las armas, como se hacía en otro tiempo. En cambio no puede ayudar en nada si se trata de destruir el poder o siquiera limitar su poderío, abolir su dominación. Es, en resumen, un excelente instrumento para solucionar pacíficamente las querellas entre los gobernantes. ¿Pero qué utilidad tiene para los gobernados?

La historia misma del sufragio universal confirma con harta elocuencia nuestras razones. Mientras la burguesía creyó que el sufragio universal podía, en manos del pueblo, convertirse en arma contra los privilegiados, lo combatió furiosamente; pero el día que quedó probado en 1848, que el sufragio no tiene nada de temible, sino al contrario, que con él se conduce muy bien a las multitudes, la burguesía lo aceptó sin rodeos. Actualmente, la misma burguesía es quien mejor lo defiende, porque comprende que no sólo es arma para arreglar diferencias entre los que ambicionan el poder, sino también para asegurar su dominación. 

La libertad de la prensa está en el mismo caso. ¿Qué argumento ha sido el más concluyente a los ojos de la burguesía, para declarar la libertad de la prensa? Su impotencia.

 ...“Ved, dicen éstos (los burgueses), Inglaterra, Suiza, los Estados Unidos; la prensa es libre, y no obstante la explotación capitalista está mejor establecida que en cualquier otro país; el imperio de la riqueza está más seguro que en toda otra parte.

Dejad que las ideas subversivas se manifiesten: ¿no tenemos a nuestra disposición cuantos medios necesitamos para ahogar la voz de sus periódicos sin recurrir a la violencia? Además; si en un momento de efervescencia la prensa revolucionaria llegara a constituir un peligro no nos faltarían pretextos para suprimirla de un solo golpe.”(...)

...He aquí a lo que se reducen las cacareadas libertades políticas.

La libertad de la prensa y de reunión no se respeta “más que cuando el pueblo no la esgrime contra las clases privilegiadas”.

Después de todo la cosa es bien natural. El hombre no goza de otros derechos que los que se ha conquistado en la lucha, ni puede tener más libertades que las que esté dispuesto a defender constantemente con las armas en la mano. Si no se azota ya a hombres y mujeres en medio de las calles de París, como se hace en Odessa, es porque el día que un gobierno lo intentara, el pueblo lincharía a los ejecutores.

...Es evidente que en la sociedad actual, dividida en siervos y señores, la verdadera libertad no puede existir; y no existirá nunca mientras haya explotados y explotadores, gobernantes y gobernados. Sin embargo, no se sigue de aquí hasta el día que la revolución anarquista lo haya barrido todo, deseemos nosotros ver la prensa amordazada como en Alemania, el derecho de reunión anulado como en Rusia, la inviolabilidad personal reducida a lo que es en Turquía. Siendo como somos esclavos del capital, queremos poder escribir y publicar lo que bien nos parezca, y deseamos podernos reunir y organizar como nos plazca, precisamente para sacudir el yugo del capital.

Pero es ya tiempo de que comprendamos que no es a las leyes constitucionales a quienes hemos de pedir derechos. No es una ley, en un pedazo de papel que puede romperse a la menor fantasía de un gobierno, en lo que debemos ver la salvaguardia de nuestros derechos naturales. Sólo haciéndonos bastante fuertes para imponer nuestra voluntad, conseguiremos que nuestros derechos sean respetados.   

¿Queremos tener la libertad de hablar y escribir lo que sintamos; el derecho de reunirnos y organizarnos? Pues no debemos esperar que el permiso nos venga del Parlamento o que una ley mendigada al Senado nos autorice.

Constituyamos una fuerza organizada, capaz de enseñar los dientes, como se dice vulgarmente, a cualquiera que intente restringir el derecho de palabra y de reunión, seamos fuertes, y podremos estar seguros de que nadie nos discutirá el derecho de hablar, escribir y publicar lo que queramos. El día que, unidos los explotados, podamos salir en número de algunos miles a la calle, a tomar directamente la defensa de nuestros derechos, nadie intentará disputarnos los ya conquistados y reivindicaremos a nuestro favor otros muchos a los que tenemos derecho. Entonces, y sólo entonces, habremos adquirido derechos que en vano pediríamos durante decenas de años a las Cortes y al Senado; además la garantía de esos derechos será bastante más sólida que si estuviera escrita en papeles más o menos limpios.

 

Las libertades no se dan, se toman.

(Tomado de “Palabras de un rebelde”).