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de diciembre, referéndum.
Ancap, el Mercosur «Progresista» y el viejo «Gatopardo» del
Imperialismo.
En tres
meses seremos convocados, los uruguayos, a votar si sigue vigente o nó la ley
que permite a ANCAP asociarse con capitalistas privados. A diferencia de otros referéndum
contra las privatizaciones, en éste los sectores políticos que apoyan la ley
cuestionada han salido con fuerza a hacer campaña incluso a nivel de muros.
¿Porque, cuando todo indica que la consulta se convertirá en una ocasión para
que la gente descargue su bronca contra un gobierno claramente impopular,
dentro de la izquierda oficial algunos no harán campaña, otros dicen que el
problema no es la ley sino quién la va a aplicar y otros dicen que la
asociación con privados sí, pero nó ésta asociación? ¿Porque Sanguinetti en el
’92 se subió al carro de un previsible triunfo y eso le ayudó a ganar en el
’94, y hoy en una situación similar y aspirando de nuevo a ganar en el 2004
apoya decididamente la ley? ¿Las privatizaciones ya no son lo que eran? ¿Los
cambios políticos a nivel regional inciden en estos comportamientos? Veamos
primero como se encara este tema dentro del conglomerado político que aspira
firmemente a obtener el próximo torneo electoral uruguayo.
Privatizaciones...¿SÍ
O NÓ?.
O, tal
vez. O, puede ser. O, por ahora no. O, depende con quién. Esa parece ser la
forma ambigua y errática que tiene la izquierda oficial de posicionarse frente
al tema de las privatizaciones. El militante de a pie no entiende bien cual es
la diferencia sustancial entre privatización, asociación con privados o
concesión de servicios a privados. Tampoco le es fácil entender como se puede
estar en contra de las privatizaciones del gobierno central pero aplicarlas a
nivel comunal en Montevideo. La posición confusa del FA-EP refleja una falta de
acuerdo entre visiones no exactamente iguales.
En
realidad desde principios de los ’90 cuando arreció el proceso privatizador
bajo el gobierno de Lacalle (que había empezado con AFE bajo el primer gobierno
de Sanguinetti) la izquierda oficial ha demostrado, no en el discurso pero sí
en los hechos; que es partidaria de un achique gradual del patrimonio estatal,
de una apertura de las empresas públicas a los «beneficios del libre mercado»,
pero con ritmos acordes a la idiosincracia uruguaya. Asumió con resignación
desde el inicio que la reestructuración capitalista neoliberal era irreversible
y su horizonte posible consiste en encarnar la variante «humana» de dicha
reestructura. La privatización de los activos rentables del estado, pieza clave
del nuevo patrón de acumulación del capital, era un trago amargo ineludible si
se quería tener el consentimiento de los organismos multilaterales, para
constituirse en un relevo fiable del elenco político tradicional. Ya en ocasión
del referéndum del ’92 contra 5 artículos de la ley de empresas públicas (que
tenía 32 artículos), el FA, buscando acuerdos con sectores llamados
«progresistas» de los partidos tradicionales
(Zumarán, Silva Tavares) se limitó a la defensa de ANTEL y aceptó de
hecho la privatización de ILPE, la Cía del Gas, UTE, la Imprenta Nacional y
PLUNA (Seregni declaró que «no se le movía un pelo del bigote» por la venta de
PLUNA). En ocasión del Marco Regulatorio de UTE en el ’98, la dirigencia principal
del FA hizo la plancha en la primera consulta de marzo y solo puso carne en la
segunda consulta de julio, presionado por los sectores clasistas de AUTE y del
Mov. Sindical y Popular. Lo mismo ocurrió en febrero del 2001 respecto a la
privatización del Puerto, en el 2002 respecto al desguace final de AFE, e
incluso respecto a ANCAP la izquierda oficial aceptó que algunos de sus
senadores fueran co-redactores de la ley, y solo se opuso por presiones de
algunos de sus sectores, presionados a su vez por los sindicatos.
En otro
plano pero en la misma línea se ubica la actitud del FA en el gobierno de la
comuna capitalina, que en 14 años ininterrumpidos de gobierno, han privatizado
cientos de áreas y servicios. Sobre éste punto no abundaremos porque ya ha sido
reiteradamente denunciado por TODAS las corrientes sindicales que
integran ADEOM, el sindicato municipal.
Como
puede verse la actitud de la «izquierda» dista mucho de una confrontación con
la política de privatizaciones empujada por los neoliberales, y cuando se ubica
en defensa del patrimonio estatal lo hace desde una estrategia de no perder
apoyos sociales, pero cuidándose de preservar la subordinación pasiva de la
gente respecto al paternalismo del estado y del sistema político.
La
fantasía ideológica del «PatrimonioNacional».
En
todos los referéndum en que se ha buscado anular leyes que privatizan parcial o
totalmente empresas estatales, se ha manejado como eje de la propaganda la
defensa del «patrimonio nacional». Este concepto, muy arraigado en los
uruguayos debido a la fuerza del «estado benefactor» batllista y neo-batllista
en el imaginario social; mediatiza y desvía la justa lucha de los de abajo para
no retroceder mas en sus condiciones de vida. «Los uruguayos» no somos una
familia, una raza o un conjunto de la naturaleza que sea, homogéneo e
igualitario. Somos una formación social ubicada en una estructura capitalista.
Dependiente, pero capitalista al fin. Eso sigue significando para nosotros que
las clases sociales que se derivan y a la vez constituyen esa estructura, son
clases antagónicas cuyos intereses son irreconciliables. Si en Uruguay hay una
contradicción insalvable entre opresores y oprimidos, mal puede haber un «patrimonio»
común. El estado, en éste marco, es el estado capitalista burgués, soporte
jurídico - político de la dominación de clase, y todo su andamiaje económico
(dentro de él, las empresas públicas) responde a esa dominación y beneficia, de
última, a las clases dominantes. Las empresas públicas, son y serán mientras
subsista el capitalismo, un terreno idóneo para todo tipo de negocios de los de
arriba, que se beneficia permanentemente por los contratos de obra,
licitaciones, concesiones de servicios, y acomodan permanentemente en puestos
claves a integrantes de las clases dominantes. El hecho que una parte de las
fabulosas ganancias de ANCAP, ANTEL y otras empresa públicas, se utilicen para
la salud, la enseñanza o la seguridad social, y que el patrimonio de esas
empresas haya sido construido por varias generaciones de trabajadores
uruguayos; en absoluto significa que
«son del pueblo». No hay una contradicción de fondo en que la marcha de esas
empresas las controle el estado o los capitalistas privados. Creer que la
gestión económica del capitalismo puede variar sustancialmente
porque varíe la forma de propiedad (estatal o privada), es no entender el
funcionamiento real del capital. Sostener que la diferencia
sustancial a favor de la propiedad y la gestión estatal, de las empresas
públicas, es que su ejecución está en manos de un «gobierno electo por la
gente» y tiene «control parlamentario»; es olvidar que dichas instituciones
gestoras y fiscalizadoras (gobierno y parlamento) constituyen la forma política
de dominación capitalista, y no algo neutral o al servicio del pueblo o del
interés general.
Un
pasamanos que pagan los de abajo.
Lo
grave para el pueblo oprimido es que en cada pasamanos de gestión capitalista estatal
«nacional» a privados o a empresas estatales extranjeras; se retrocede en las
condiciones de trabajo de los trabajadores estatales, se encarecen los
servicios y su extensión ya no depende de las necesidades de la gente sino de
las posibilidades de lucro, ya que quién compre empresas públicas lo hará para hacer dinero y no para beneficiar al
pueblo. La experiencia de las privatizaciones en Argentina pero también en el
resto de los países dependientes no deja lugar a dudas. Pérdida de puestos de
trabajo, flexibilidad laboral, empeoramiento de los servicios y encarecimiento
de tarifas hayan estado a la orden del día. Y en casos de pasamanos a la
inversa, por ejemplo Aerolíneas Argentinas que vuelve al estado luego de haber
sido regalado al capital trasnacional, no redundó en mejoras para los
trabajadores y la gente.
Es
desde ésta óptica que debe encararse la lucha contra las privatización de ANCAP
y las empresas públicas. Debe ser una lucha en defensa de los trabajadores
públicos, de su salario y condiciones de trabajo. Exigencia y reclamo de
servicios de calidad y accesibles para el pueblo oprimido. Defensa del
presupuesto para salud, enseñanza, vivienda y seguridad social, que con las
privatizaciones se ve seriamente recortado. Y también rechazo radical de la
utilización de la renta pública para pagar la deuda externa que no fue
contraída por la gente que es quién la paga. Es por esto una lucha, sobre todo
de las Organizaciones Sociales populares en defensa de su calidad de vida mas
que una lucha por «soberanía» o «patrimonio nacional» o por un nuevo estado benefactor.
Lula,
Kirchner, Duarte y Vázquez.
Un
Mercosur funcional a la estrategia imperial.
Parecería
que hay vientos de cambio en la región. En Argentina, Brasil y Paraguay han
asumido gobiernos con un tinte «progresista», «popular» y «nacionalista» y en
Uruguay ya se descuenta la victoria de Vázquez. Este relevo en los elencos
políticos de gobierno se asocia por parte de la «izquierda» a un nuevo modelo
de país, de política económica, a un modelo de desarrollo sustentable y humano.
Dentro de éste esquema se le asigna al estado una intervención mayor a la que
le dieron los neoliberales y se concibe a las empresa del estado como un factor
de desarrollo y sustento de políticas sociales. Mas allá de las apariencias,
estos cambios no implican una confrontación real con el sistema de dominación
mundial sino un reacomodo necesario para su reproducción. El liberalismo puro y
duro de los Lacalle, Menem, Collor De Mello y Batlle ya no es operativo porque
ya genera demasiada exclusión y fomenta permanentemente el conflicto social. Se
impone un retoque para que el capitalismo siga adelante y esto tiene el aval del
imperio como quedó claro en la visita de Vázquez a EE.UU., el apoyo del FMI a
Kirchner y el beneplácito de los bancos de Brasil ante la victoria de Lula.
Está
claro que en éste esquema, el modo privatizador de los ’90 no encaja. La
enajenación total como lo hizo Menem durante 10 años hoy carece de apoyo y
además ya generó una colosal redistribución de riqueza hacia el capital
trasnacional. Hoy el nuevo paradigma no es la «privatización» sino la
«asociación», mas acorde con los vientos «nacional-progresistas» del Mercosur.
En ese plano hay coincidencia casi total entre los cuatro «gobiernos
populares». Ninguno defiende el monopolio estatal de la empresas públicas y los
matices mayores son si la asociación de empresas públicas es con privados o con
estados. La abrumadora mayoría del FA defiende la asociación de ANCAP. La
diferencia es que un sector prefiere que sea con Petrobras y las estatales del
Mercosur y otro es mas liberal. Sea cual sea el matiz que se imponga, la
riqueza que generan las empresas públicas sumado a los mayores servicios de la
deuda externa (que sale sobre todo de las empresas públicas) luego de las
«renegociaciones» en los cuatro países; garantizan la continuidad de la
reestructura capitalista.
Sería un grueso error de apreciación considerar los cambios regionales como un avance de las fuerzas populares que asegura un mejoramiento sustancial en las condiciones de vida de los de abajo. Es la vieja y conocida estrategia del «gatopardo» (cambiar algo para que todo siga igual ) que le permitirá al imperialismo hegemonizar la nueva etapa del capitalismo, otorgando algunas migajas mas del banquete a los oprimidos, para desactivar la bomba social que ya tiene la mecha muy corta. Y esperará que haya una distensión para luego apretar de nuevo la tuerca de su brutal opresión.
Ni
gestión privada «Moderna y eficiente»,
Ni
gestión estatal «Nacional y Progresista»;
Autogestión
Obrera y Popular.
Está
claro que para nosotros, los anarquistas de FAU, la contradicción entre lo
estatal y lo privado es sólo una contradicción interna del capitalismo. En el
marco de la actual situación de debilidad de las organizaciones populares, la
resolución de esa contradicción no mejorará gran cosa la miseria actual, más
allá que la desesperación de la gente y su esperanza de que haya un gobierno
popular, percibirá cualquier tímida medida como el augurio de un cambio real.
Nosotros estaremos de parte de la gente oprimida y de sus organizaciones para
impedir nuevos retrocesos y en esa lucha promoveremos la autonomía del Mov.
Popular en relación al Estado y el sistema político burgués. Enfrentaremos
decididamente las privatizaciones, explícitas o disfrazadas de asociación, pero
denunciaremos al mismo tiempo la complicidad de la falsa izquierda en la
reestructura capitalista. E impulsaremos la idea de que solamente la propiedad
colectiva y la autogestión por parte de la propia gente de los servicios
públicos y de toda la vida social; permitirá abrir un camino de ruptura con la
opresión del capital.
En
definitiva, defenderemos el mantenimiento de ANCAP y cualquier empresa o
servicio público en la órbita del Estado, no como defensa de la propiedad
estatal, no como defensa del «patrimonio nacional»; sino como orientación para
este momento histórico. Como parte de la lucha general contra el capitalismo y
en tránsito hacia la gestión directa de las empresas y servicios públicos por
parte de los trabajadores y la gente.
Creemos que, tanto en la lucha actual en defensa de los puestos de trabajo, los salarios, las condiciones de trabajo y de servicios accesibles para el pueblo; como en la lucha futura por la autogestión obrera y popular de las empresas públicas; siempre será preferible tener enfrente a un patrón estatal y «nacional» que un patrón privado y multinacional.